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Intersticios sociales
versión On-line ISSN 2007-4964
Intersticios sociales no.10 Zapopan sep. 2015
Reseñas
La música de las emociones
Adrián Acosta Silva
Eric Hobsbawm. Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX. Barcelona: Crítica, 2013
Universidad de Guadalajara.
...mientras, se destruía a sí misma, cantaba,
discordante, profunda, desgarradora. Es
imposible no llorar por ella. O no odiar el
mundo que hizo de ella lo que fue.
Eric Hobsbawm, "Billie Holiday"
Ciertos sonidos, palabras e imágenes dominan desde hace tiempo el ánimo público en una era de la historia que, como sugirió hace algunos años el gran historiador británico Eric Hobsbawn, "ha perdido el norte" y que en los primeros años del nuevo milenio "mira hacia adelante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible". Este tono sombrío, un tanto dramático pero también realista, es un buen punto de partida reflexivo para un historiador, como lo podría ser para un sociólogo o un antropólogo preocupado por examinar la música de las emociones sobre el presente y el futuro de las sociedades. Combinado con el espectacular ascenso de la sociedad gerencial, dominada por los más variados especímenes de consultores, publicistas y empresarios o políticos que encumbran la gestión de negocios, la búsqueda de la calidad y el éxito como sinónimos de la felicidad, la planeación estratégica de las vidas de los individuos, grupos e instituciones y las relaciones entre emociones, sociedad, cultura y poder han relocalizado sus contactos, sus potencialidades, sus tensiones. La dimensión simbólica de la vida social ha transformado sus referentes, sus códigos interpretativos y sus prácticas cotidianas. En el transcurso de estos años confusos, turbulentos, la noción de la alta cultura, el viejo canon burgués de la distinción ética y estética respecto del resto de los mortales (los no burgueses, desde luego), se ha perdido en la nube de instaladores, mercenarios y manipuladores de imágenes expertos en Photoshop, en donde la música clásica se nutre de "un repertorio muerto" y la música popular no es encabezada por el vanguardismo del jazz ni por la naturaleza expansiva del rock, sino por una mezcla extraña de ritmos de linajes diversos difundidos globalmente mediante el uso intensivo de las nuevas tecnologías de información, instrumentos que de algún modo han transformado las prácticas, los gustos y las estéticas del consumo cultural masivo.
¿Qué implicaciones tiene esto para la cultura contemporánea? El declive de la sociedad burguesa que dominó el siglo XIX y la primera mitad del XX trajo consigo la alteración no solamente de las formas en que se produce y aprecia el arte y la cultura, sino también de los procesos en que se consumen globalmente. Debajo y al fondo de esos cambios está la rebelión de las masas, el crecimiento económico, el ascenso de las clases medias, la expansión de la educación superior y la democratización política. Esas fuerzas impactaron de manera irreversible el perfil de las élites del poder económico y político en las sociedades contemporáneas, haciendo de la cultura un vasto campo poblado por intereses, creencias, impulsos creativos y apreciaciones diversas.
Estas cuestiones aparecen retratadas magistralmente en el libro póstumo de Hobsbawm titulado Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX, el cual reúne un conjunto de sus ensayos, reseñas y artículos aparecidos en diversas publicaciones académicas y periodísticas. Seleccionados y ordenados por el propio autor, los textos responden al interés por explorar diversos fenómenos asociados a las relaciones entre economía, sociedad y cultura a lo largo del siglo pasado. El argumento central de esta selección es que "la lógica tanto del desarrollo capitalista como de la civilización burguesa en sí estaba destinada a destruir sus cimientos: una sociedad y unas instituciones gobernadas por una élite minoritaria y progresista, tolerada (y quizá incluso aprobada) por la mayoría". Una sociedad que no pudo resistir el "triple golpe" combinado de la revolución científica y tecnológica del siglo XX, la sociedad de consumo de las masas generada por la explosión en el potencial económico y "por el decisivo ingreso de las masas en la escena política, como clientes y como votantes" (p. 12).
Este argumento se despliega en varias direcciones y con distintos matices a lo largo de 22 ensayos breves sobre temas como el futuro de las artes, el declive de los manifiestos, las relaciones entre política y cultura, el papel de los intelectuales, las perspectivas de la religión pública, la cuestión judía o el mito del vaquero estadounidense. Discute con otros historiadores e intelectuales acerca de los alcances de las visiones historiográficas contemporáneas o sobre la dificultad de examinar las "texturas emocionales del pasado" como el eje de análisis de los periodos de auge, de estancamiento o de crisis de las sociedades (p. 157). Pero también se arriesga a especular y debatir respecto de la era de la cibercivilización, ese periodo que hoy caracteriza la peculiar modernidad de la economía, la política y las sociedades del espectáculo. La mirada cuidadosa pero clara y apasionada del hombre que nació en Alejandría, Egipto, en 1917 y murió en Londres en el 2012, nos ofrece un recorrido excepcional sobre las distintas expresiones del declive de la sociedad burguesa y su tránsito a la sociedad de masas, que es también una sociedad de clases, desigual y conflictiva.
¿Qué tipo de cambios han ocurrido al pasar del siglo XX al XXI? Quizá la metáfora del caballo que utiliza Hobsbawm en "¡Pop! El estallido del artista y de nuestra cultura" (pp. 247-255) sirva para ilustrar la magnitud de lo ocurrido. El caballo, durante un largo tiempo, fue un símbolo de poder, de riqueza y de distinción social. Desde los principios de la civilización y hasta la invención del automóvil, la posesión de un caballo simbolizaba estatus y poder prácticos, es decir, poder económico y militar con aplicaciones productivas como medio de transporte, arma de guerra y capital económico. Con la revolución tecnológica el caballo fue desplazado hacia funciones puramente ornamentales, capricho de ricos y resignación de los pobres, generalmente campesinos; su uso como arma de guerra, medio de transporte e instrumento de trabajo prácticamente desapareció entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial.
Hobsbawm apunta que a las artes en especial las visuales les ocurrió más o menos lo mismo. La llegada de la fotografía cambió la representación pictórica de la realidad con imágenes realistas "puras", sin paralelo en la historia. Poco a poco, la pintura y la escultura cedieron el paso a la fotografía, y la mercadotecnia y las nuevas tecnologías cambiaron el estatus y la posición de las artes visuales por todos lados, dejando a las viejas formas artísticas como polvos de los viejos lodos de la estética burguesa. El consumo elitista privado cedió el paso al consumo masivo de imágenes y el resultado fue que las viejas formas de representación artística han quedado confinadas en museos y colecciones privadas, mientras que las nuevas formas visuales han alcanzado un público que jamás pudo ni quiso conquistar la estética burguesa. Como la derrota de la era del caballo, las artes también se rindieron a la fuerza de la tecnología, la mercantilización y la masificación del consumo.
La lectura del libro de Hobsbawm resulta fascinante y conmovedora; la mirada lúcida de este historiador canónico también era profundamente polémica y, en ocasiones, ácida. Su sólida defensa del financiamiento público sobre las artes clásicas que incluye la preservación de museos, festivales, edificios, obras y creadores y su apuesta vigorosa por el reconocimiento de las culturas subalternas como expresiones legítimas y valiosas de amplios grupos sociales, forman parte de un reclamo intelectual y político sostenido frente a los discursos de endiosamiento del mercado y la difusa nostalgia de un canon burgués que parece haberse extraviado para siempre, y con ello la guía y los mapas que dieron cierto sentido a la aspiración de construir un mundo cultural hecho a imagen y semejanza de sus élites dirigentes.
Después de todo, este profesor emérito de Historia Social y Económica del colegio Birkbeck de la Universidad de Londres no sólo era un historiador erudito e ilustrado, sino también un apasionado del jazz (género que fue objeto de análisis en varios de sus escritos y que aparece intermitentemente a lo largo de los ensayos reunidos en este libro), una combinación que probablemente explica la disciplina del científico y la fuerza intelectual de un pensador libre. Ya había escrito en 1986, con la fuerza demoledora de sus palabras, aquello de que "en algún momento del decenio de 1950, la música estadounidense cometió parricidio. El rock asesinó al jazz".1 Pero como él mismo apunta en Un tiempo de rupturas..., su obra se construyó entre el ruido y las voces que dominaron la música de las emociones a lo largo de su vida, casi un siglo caracterizado por un mundo "saturado de música", en donde "la sociedad de consumo considera el silencio como algo delictivo" (p. 27). Ahí, entre las sombras y los silencios que acompañaron su vitalidad política e intelectual, Hobsbawm, el viejo, formuló preguntas clave surgidas de su propia experiencia académica, profesional y personal para tratar de construir respuestas de cara a un futuro no sólo irreconocible sino, tal vez, inhóspito. Un futuro que no podría ser la reinvención de un pasado imposible ni de un presente extraviado, sino una complicada obra colectiva de imaginación sociológica, de ruptura, de negociación política y de determinación intelectual.
1 Eric Hobsbawm. "Count Basie". Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz. Barcelona: Crítica, 1999, p. 220. [ Links ]