El conflicto entre periódicos y gobiernos ha sido un fenómeno inherente al surgimiento y consolidación de la prensa en América Latina. Desde su nacimiento como prensa política,1 pasando por su organización profesional y comercial en el siglo XX,2 hasta consolidarse como una prensa de confrontación3 en la actualidad, la injerencia de los diarios como instituciones políticas,4 es un rasgo característico de la realidad regional.
Los inicios del presente siglo fueron testigos de la caída de los regímenes neoliberales en Latinoamérica y los consecuentes colapsos que sus políticas produjeron: altísimos índices de pobreza, desempleo, marginación, acompañaos de una crisis de representación y legitimidad de los partidos políticos tradicionales. Se resquebrajaron los preceptos del Consenso de Washington en la voz de líderes preocupados por sanear las enormes desigualdades sociales. Estos fueron gobiernos pos-neoliberales5 que posibilitaron un giro a la izquierda,6 mediante el surgimiento de la/s nueva/s izquierda/s latinoamericana/s.7
En este contexto, la prensa privada y masiva, por un lado, intensificó su gran poderío económico en grandes procesos de concentración empresarial:8 los periódicos comerciales devinieron en engranajes de empresas multimediáticas muy poderosas, situación que los ubicó en espacios de alta influencia en los debates públicos. Por otro lado, protagonizó una fuerte politización en su accionar y su decir. Éste se potenció en el marco de crecientes cuestionamientos del poder político9 hacia las propias bases de legitimidad de la producción periodística, a partir de los cuales los periódicos fueron interpelados y denunciados por parte de los nuevos líderes, apuntando contra los principios de veracidad y la objetividad. El conflicto político se desató, entonces, en torno a legitimar públicamente quién estaba habilitado a hablar públicamente hacia la ciudadanía y quién podía estipular las definiciones y lecturas legítimas sobre la realidad política. Los voceros gubernamentales acercaron enunciativamente a los periódicos a los lugares de adversarios políticos, mientras que estos diarios profundizaron su politicidad.
En este marco, se advierte una gran importancia de las luchas simbólicas, dado que las disputas de sentido no resultaron solamente un reflejo de relaciones de poder externas y/o secretas, sino un fenómeno mucho más complejo cuya trama (heterogénea, irregular y contradictoria) tuvo la potencia de incidir y moldear posturas públicas. La nueva prensa escenificó el vigor y la performatividad de los debates político-ideológicos.
Dadas estas particularidades −que resaltamos también desde nuestros propios intereses investigativos− reconocemos como una necesidad ineludible la de plantear una perspectiva teórica que reformule conceptos y los articule en una propuesta anclada en la problemática regional contemporánea. Entendiendo a este fenómeno como producto del cruce entre aspectos de la conflictividad política, las dinámicas mediáticas y la producción social de discursos sobre la actualidad, resulta imprescindible construir una mirada interdisciplinaria entre marcos socio-discursivos, comunicacionales y sociológicos que estimulen estrategias comparativas entre diversos casos nacionales.
Es así que nos preguntamos ¿qué conceptos y aproximaciones son apropiados para comprender América Latina? Precisando esta interrogante en relación con una problemática específica: ¿qué propuesta teórica puede plantearse para abordar una de las disputas simbólicas más relevantes en la definición socio-simbólica del campo político actual, esta es, la relación entre prensa y gobiernos?
En este artículo, desarrollamos una propuesta teórica que reflexiona en torno al rol político de la prensa masiva de capitales privados en la actualidad. Se estructura sobre dos pilares conceptuales: las nociones de periódico, dado su protagonismo como actor en la disputa política, y de discurso (y su tipo específico: el discurso informativo), como clave de lectura de la relevancia y performatividad de dimensión significante del sentido político.
Esta reflexión es el resultado de un largo proceso de investigación que puso en diálogo constante dimensiones conceptuales con la toma de posicionamientos públicos de diarios argentinos durante el primer kirchnerismo (2003-2007) en Argentina.10 En esa oportunidad, focalizamos en el lenguaje y la producción social de sentidos con un abordaje interdisciplinario que abrevó no sólo en los estudios sobre la comunicación social, sino en los aportes de las teorías del discurso, articulados con conceptos de teoría y sociología políticas.
Una tradición teórica
La preocupación por la producción social de sentidos de la prensa en el marco de una perspectiva constructivista del discurso ubica a la reflexión conceptual dentro de una tradición teórica11 de estudios en comunicación pos-estructuralistas. En este marco, pensamos la realidad política desde la discursividad informativa, concibiéndola teóricamente como ámbito significante donde se produce la actualidad y gran parte de las disputas en torno a las construcciones de sentidos diferenciales respecto de los fenómenos sociales.
Esta no es la única perspectiva preocupada por el discurso informativo. Otras importantes tradiciones vienen ocupándose de indagar en los vínculos entre periodismo, medios y poder político en distintas sociedades y momentos históricos. Sólo por nombrar las más significantes: el funcionalismo, la teoría crítica, los estudios culturales y la economía política de los medios de comunicación.12
La primera perspectiva entiende a los medios de comunicación como mecanismos decisivos de la regulación del funcionamiento de las sociedades, otorgando centralidad teórica a la reproducción de los valores del sistema social. La comunicación mediática es, en este sentido, un sistema autopoiético que regula las relaciones sociales, en tanto, variaciones y circulaciones de sentido. En este ámbito, no existen debates sobre valores, sino el dominio de la complejidad de las relaciones del sistema con su entorno. Sin duda, nos referimos a la Teoría de Sistemas de Niklas Luhmann, la cual es el marco teórico en el que se basan los estudios funcionalistas sobre la prensa.13 Ésta aduce que la función de los medios de comunicación es una permanente producción y procesamiento de las estimulaciones y no la mera difusión del conocimiento; supone que se ocupan de “dirigir la autoobservación del sistema de la sociedad (…) [y] proveer de un fondo de realidad que los medios de masas se encargarán permanentemente de reimpregnarlo”.14 Es un enfoque que, a los fines de nuestro planteo, deja por fuera dos elementos centrales: el conflicto y la permeabilidad entre los espacios (o sistemas, en su terminología) políticos y periodísticos. No presuponemos aquí un funcionamiento armónico de la comunicación social y la opinión pública y de la autopoiesis (es decir, la capacidad de cada sistema de reproducirse y mantenerse por sí mismo) de los sistemas periodístico y político, dado que entre ellos hay una interrelación e interpenetración constante.
La perspectiva comunicacional de la teoría crítica (con su epítome en la Escuela de Frankfurt) surgió como oposición a la visión funcionalista sobre los medios de comunicación.15 Cuestionaron la violencia simbólica y la dominación que, según ellos, fomentaba lo mediático, al tiempo que denunciaron la degradación de la cultura en manos de lo masivo. Tomaron como marco de su pensamiento la perspectiva marxista, basándose en un carácter predominantemente reflexivo y, sobre todo, crítico.
Los aportes de Jürgen Habermas atizaron esta línea interpretativa en estudios de medios y opinión pública en la actualidad, a partir de una sociología del actuar comunicativo.16 Este autor se interesó por las transformaciones del debate político racional y personal, en los diversos grupos sociales y las evaluó desde una perspectiva crítico/normativa que enalteció el pasado, fomentando un análisis nostálgico de la actualidad.17 Diversas investigaciones actuales sobre medios se basan en una crítica ideológica, deudora de la línea habermasiana.18
Frente a la perspectiva normativo-modélica en la que deriva esta tradición, resulta complejo identificar en algún momento histórico un tipo de discusión pública que pueda utilizarse de referente; es decir, independiente del poder del Estado que se fuera degradando con el tiempo en manos de −entre otros factores− los medios de comunicación. Por otro lado, todo lo que tiene de movilizador y productivo la crítica ideológica corre el riesgo de opacar su propia condición de postura política; denuncia y cuestiona a un otro al cual se le opone y busca descubrirlo en sus actos manipulatorios (postura muy necesaria), sin mirarse a sí mismos como productores de discursos ideológicamente situados.
Los estudios culturales conforman otra línea teórica que concentró sus indagaciones en abordajes de tipo etnográficos, analizando las significaciones vividas y las definiciones propias de los actores sociales sobre su propia cotidianeidad. También críticamente respecto del funcionalismo, esta mirada construyó problemáticas reunidas en torno a una problemática central: la negociación entre los contextos generales y las realidades individuales; entre lo universal y lo particular.19 Hablamos de la problematización de las lógicas de la reterritorialización,20 las mediaciones,21 la recepción de la cultura masiva y sus dimensiones cotidianas,22 la hibridez cultural,23 sólo por nombrar algunas cuestiones. Este es, entonces, un enfoque centrado en la dinámica de lo popular, que toma como eje de sus planteos el concepto de cultura con fuerte influencia de los estudios antropológicos, el interaccionismo simbólico y, en algunos casos, de la teoría crítica. Si bien aborda a la prensa impresa masiva como objeto de estudio,24 lo hace desde el punto de vista del impacto en la cotidianeidad y en lo local, lo cual no constituye un núcleo temático central para este artículo.
Por su parte, los estudios en economía política de la comunicación analizan el vínculo entre periodismo y política desde el punto de vista de la composición de sus industrias, centrando sus preocupaciones en la lógica comercial del mercado de la información. Pasando en distintos momentos históricos por las nociones de industria cultural, dependencia y sociedad de la información,25 este enfoque viene procurando dilucidar la composición de la estructura de propiedad de los medios y las dimensiones tecnológicas. Investiga, entre otras cuestiones, el “conjunto de acciones −y omisiones− del Estado para administrar su relación con las empresas privadas de medios de comunicación, su gestión de los medios públicos y la democratización de las comunicaciones”.26 Los trabajos de Martín Becerra y Guillermo Mastrini27 son aportes muy relevantes en este sentido.
Estas investigaciones habilitan a una mejor comprensión de las condiciones de producción de los discursos informativos. Sin embargo, consideramos que dejan en un segundo plano las dimensiones significantes de los medios, habilitando a un razonamiento −por momentos− determinista entre las estructuras de propiedad y los posicionamientos políticos. Si buscamos una problematización de la prensa impresa que suponga la especificidad de la dimensión conflictiva y simbólica de los debates públicos, asumimos que el funcionamiento social de los medios y sus lógicas de producción discursiva no tienen que ver exclusivamente con lógicas de negociación extra-mediática, empresarial y política. Un interesante desafío sería reflexionar en torno a una articulación que permita pensar los debates políticos públicos en sintonía con las estructuras de propiedad de las empresas de medios, como datos necesariamente conexos, y no como ámbitos de funcionamiento unidos por relaciones causales.
Esbozadas, entonces, las limitaciones que nos plantean −de acuerdo con nuestros objetivos− los abordajes funcionalistas, críticos, culturalistas y económicos, inscribimos este trabajo en una tradición teórica que considera como eje la producción social de sentidos enmarcada en el estudio de la lengua y los discursos sociales. Refiriéndonos a estos últimos como manifestaciones históricas, dinámicas, materiales y sociales, así como también arena de disputa que los vuelven espacios de conflictos.
Esta línea de pensamiento teórico se inicia con la corriente estructuralista de los Cursos de lingüística general (1906-1911) de Saussure28 en los que se definió a la lengua como una estructura y al signo como elemento binario compuesto por un significante y un significado. La lingüística era un área de estudio de las reglas del sistema del lenguaje a través de las cuales se producía el sentido, dejando de lado tanto los usos que los individuos hicieran de ella, como también la consideración de la naturaleza social del lenguaje y sus relaciones con el contexto.
Años después, Voloshinov repensó la naturaleza del sistema saussureano y propuso una concepción dialógica del lenguaje que contempló las expresiones de individuos en contextos particulares. Para este autor, las palabras no portaban un sentido fijo dado que podían transformarlo, sobre todo en el momento en que se dirigían a un otro. Concibió al lenguaje como portador de cierta autonomía pero, al mismo tiempo, inmerso en redes de relaciones sociales integradas en sistemas políticos, económicos e ideológicos.
En sus estudios sobre la filosofía del lenguaje marxista en los años treinta, sostuvo dos cuestiones nodales respecto del signo que ayudan a reconocer dos elementos centrales para el rol público del discurso informativo. En primer lugar, la materialidad del signo lingüístico (la palabra), a partir de la cual, “todo signo ideológico no sólo aparece como un reflejo, una sombra de la realidad, sino también como parte material de esta realidad. Todo fenómeno sígnico e ideológico se da con base en algún material”.29 En segundo término, lo definió como arena de disputas ideológicas: “Varias clases diferentes usan la misma lengua”, en cada signo ideológico se intersectan acentos con distinta orientación. De esta manera, “El signo se convierte en la arena de la lucha de clases”. 30Así, el lenguaje es el campo de tensiones y de intereses conflictivos.
La herencia saussureana dio vida a la primera semiología con Roland Barthes.31 En Éléments de sémiologie (1964)32 este autor amplió la noción de signo a otros sistemas de significación y expuso una definición de semiología: es la que tiene como objeto todo sistema de signos, cualquiera sea su materialidad: las imágenes, los gestos, la música, los objetos y los ritos, protocolos o espectáculos; corresponden todos a lenguajes y sistemas de significación. Propuso el binomio denotación-connotación que posibilita pensar en el funcionamiento de la connotación como parte de las implicaciones ideológicas del lenguaje y del lugar del mito que se presenta como algo natural pero no lo es.33
La noción de discurso: materialidad y disputas por el sentido
En Voloshinov, la emergencia del signo ideológico estaba atada a un fundamento de lo real extra-discursivo, muy vinculado a la noción de clase como origen de la producción sígnica. En esta oportunidad, por el contrario, revalorizamos la performatividad social y política de los fenómenos de producción simbólica y discursiva. Hablamos de una perspectiva constructivista que inscribe a los discursos en la complejidad social, necesariamente articulados con los fenómenos socio-políticos, buscando superar la maniquea polaridad teórica entre la hiper-discursivización de lo social versus el rechazo de la producción simbólica como parte secundaria y desdeñable de la dinámica política “real”. Algunas discusiones en torno a la sociología del conocimiento nos ayudan en este sentido.
Heinich34 se pregunta por las fronteras del arte moderno como puntapié para iniciar una reflexión en torno a la naturaleza de la categorización:
[N]o hay que elegir entre un constructivismo absoluto y un esencialismo igualmente absoluto: tal recorte entre conceptos discontinuos proviene del logicismo y no del mundo vivido, (…) El mundo real no está ni totalmente construido ni totalmente dado: es en parte construido y en parte dado, más o menos una cosa u otra −y el rol del investigador no es otro que el de describir esas modalidades de desplazamiento. Pretender elegir entre opciones opuestas no depende de la investigación sino del combate agonístico por hacer triunfar a los clanes intelectuales, las capillas filosóficas o sociológicas, por una libido de pertenencia que no tiene mucho que ver, me parece, con el deseo de comprender.35
Este planteo provocador de Heinich, se complementa con la propuesta de superación de la dicotomía que realiza Schaeffer (cuando le responde a su colega). Dice que, para volver inteligible el estatuto y el funcionamiento de cualquier categorización social es necesario considerar en conjunto, tanto el aspecto performativo como el descriptivo. El primero se juega a través del desplazamiento de las fronteras; mientras que el segundo es operativo desde el momento en que uno se ubica en el interior de aquello que está delimitado. De esta manera, advierte que las categorizaciones sociales no pueden ser comprendidas sustancialmente sino sólo de manera diferencial: la extensión que corresponde a una categorización dada es siempre una función de la delimitación de sus fronteras, delimitación que comporta una dimensión performativa. Esta es una concepción que reconoce a la vez un carácter construido y la existencia de restricciones cognitivas que se ejercen sobre esta construcción, restricciones ligadas a la historicidad misma de la categorización considerada: “desplazar las fronteras presupone la existencia de líneas de fuerza ya instituidas, que hacen que no nos encontremos nunca frente a un real amorfo estructurable a voluntad; lo real está siempre ya estructurado y los desplazamientos que operamos son relativos a esta estructuración ya operatoria”.36
Preocupados también en cómo el hombre conoce el mundo que lo rodea, Berger y Luckmann sostienen que existe un proceso de construcción social de la realidad, compuesto de tres momentos en relación dialéctica constante: la externalización, la objetivación (institucionalización, habituación y mecanismos de control) y la internalización (socialización) de las acciones y prácticas de los hombres. De esa manera es posible la conformación de una sociedad. En este proceso la dimensión del lenguaje es crucial, dado que posibilita la objetivación de la capacidad de la expresividad humana y de manifestarse en “productos de la actividad humana, que están al alcance tanto de sus productores como de los otros hombres, por ser elementos del mundo común”.37 La significación −la producción humana de signos− es “Un caso especial de objetivación”, la cual “puede distinguirse de otras objetivaciones por su intención explícita de servir como indicio de significados subjetivos”.38 Así, la lengua se conforma como el sustento de las objetivaciones comunes de la vida cotidiana. Los límites de la historicidad de la categorización a los que hacía referencia Schaeffer tienen que ver, en el texto de Berger y Luckmann, con entender al lenguaje como “depositario de una gran suma de sedimentaciones colectivas”, las cuales pueden interpretarse y reinterpretarse “otorgando de tanto en tanto nuevos significados a las experiencias sedimentadas de esa colectividad” sin subvertir el orden institucional.39
Sin duda, cuestionamos la concepción sustancialista presentada por Bajtín, pero su propuesta teórica demarcan dos ejes para nuestro recorrido: la noción de la materialidad del sentido y la inherencia conflictiva a la producción del signo. Ambas nos permiten orientar nuestras preocupaciones a las nociones de discurso y de periódico.
El discurso: sentido material, histórico, dinámico, social y conflictivo
La categoría teórica de discurso, más allá del uso concreto de una lengua o de la denominación de un haz de ideas políticas, surge en los años setenta como producto conceptual de la ruptura con la disciplina lingüística.40 Distintas perspectivas han intentado definirla de acuerdo con sus preocupaciones teóricas y empíricas específicas, partiendo del carácter social y humano de la producción de sentido. Mencionamos como líneas fundamentales, a la pragmática, la tradición francesa, la teoría y sociología políticas, y la teoría de los discursos sociales. Describimos con mayor detenimiento este último marco, dado que nos permitirá desarrollar la concepción de periódico como actor político.
El discurso para los pragmáticos es una noción que remite a acciones humanas cumplidas a través del lenguaje (de allí el título de la clásica obra de John Austin Cómo hacer cosas con palabras), a través de las cuales el hombre busca ejercer alguna influencia en su entorno. Oswald Ducrot elabora su teoría polifónica de la enunciación con el objetivo de “dar cuenta de aquello que, según el enunciado, el habla hace”.41 En este caso, el discurso es una pieza a muchas voces en la que el autor de un enunciado “no se expresa nunca directamente, sino que pone en escena en el mismo enunciado un cierto número de personajes”.42
Con un principio similar, la ya mencionada corriente del análisis crítico del discurso (a propósito de la influencia habermasiana) piensa al discurso como una práctica social centrada en el uso del lenguaje que hacen los individuos en una relación dialéctica con su contexto social: las personas buscan “comunicar ideas o creencias” o “expresar emociones” “lo hacen como parte de sucesos sociales más complejos”.43 Según esta concepción, los discursos contienen una intencionalidad porque los actores establecen propósitos que guían acciones comunicativas. Este es un marco teórico ampliamente utilizado en los estudios de la prensa, puesto que el discurso informativo es concebido como parte de los discursos del poder, frente a los cuales es preciso desarrollar una crítica que devele las relaciones de dominación ocultas en el lenguaje; transparentar estos procesos para desenmascarar las desigualdades y las injusticias44 propias de la opacidad discursiva.
Concebir al periódico como actor político y a la constitución del discurso informativo como producto de relaciones de conflicto, supone una concepción del discurso que sobrepasa la idea del “uso del lenguaje”, propuesta por el acd. Según lo planteamos, la construcción de sentido involucra a todas las prácticas sociales en un sentido amplio, y se desenvuelve en relaciones interdiscursivas: lo que hay por fuera de los discursos son otros discursos entre los que se dan relaciones de producción y/o recepción.
Por su parte, en la escuela francesa la impronta foucaultiana45 define al discurso como una dispersión de textos con modos de inscripción histórica que determinan espacios de regularidades enunciativas.46 Piensa a este concepto como un sistema de reglas que define la especificidad de una enunciación. Así denomina Angenot al discurso social; este remite a:
los sistemas genéricos, los repertorios tópicos, las reglas de encadenamientos de enunciados que, en una sociedad dada, organizan lo decible −lo narrable y lo opinable− y aseguran la división del trabajo discursivo (…) un sistema regulador global cuya naturaleza no se ofrece inmediatamente a la observación, reglas de producción y circulación, así como un cuadro de productos.47
Las memorias discursivas,48 las reglas de formación y el interdiscurso49 son algunos elementos centrales en esta perspectiva, la cual resulta sumamente productiva para los estudios que priorizan la incidencia de lo histórico-social en la construcción de sentidos. El riesgo latente que es preciso atender es el de sobrevalorar la circularidad de los enunciados, así como el determinismo de las formaciones discursivas en la producción significante, quitando amplitud y especificidad al grado de performatividad de las enunciaciones presentes.
El discurso también ha sido pensado desde tradiciones no lingüísticas. En el pensamiento socio-político, esta categoría aparece como el cemento que une las relaciones, articulaciones o conformaciones de colectivos, para los cuales lo social adquiere un rol constitutivo.
Bourdieu sostiene que la discursividad es determinada por las relaciones sociales que conforman los campos. Estas últimas remiten a las posiciones de poder que ocupan los actores en el espacio social, dependiendo de qué volumen del capital global posea y la estructura de su composición, es decir, el peso relativo de las diferentes especies de capital (simbólico, económico, político o social). Haciendo foco en el discurso del poder (pensado desde una visión institucionalista y representacional de la producción simbólica, preocupada por la autoridad y la legitimidad del portavoz oficial) la dimensión significante de las posiciones de los actores en el campo político interviene y se conforma a partir de luchas simbólicas. Éstas pueden desatarse, según el autor, dado que los objetos del mundo social siempre comportan una parte de indeterminación y de imprecisión y, al mismo tiempo, un cierto grado de elasticidad semántica. Hay, entonces, una pluralidad de visiones del mundo que bullen en un caldo de cultivo para las disputas por el poder de producir e imponer concepciones (presentadas a sí mismas como) legítimas. Los agentes sociales tienen representaciones de su contexto, a partir de las cuales buscan imponer su propia visión o la visión de su propia posición en ese mundo:
El conocimiento del mundo social y, más precisamente, de las categorías que lo posibilitan es lo que está verdaderamente en juego en la lucha política, una lucha inseparablemente teórica y práctica por el poder de conservar o de transformar el mundo social conservando o transformando las categorías de percepción de ese mundo.50
Por otro lado, desde el pos-estructuralismo, Laclau y Mouffe amplían las implicancias de la categoría de discurso, extendiéndola a una condición constitutiva para pensar a la política (y lo político) y lo social. Consideran al discurso como condición de posibilidad de todas las prácticas sociales y las articulaciones hegemónicas. Desde esta perspectiva, cualquier orden social está constituido por situaciones políticas contingentes que han sido naturalizadas como producto de operaciones hegemónicas: una particularidad asumió el lugar de una universalidad. Los autores sostienen que los objetos no pueden considerarse “al margen de toda condición discursiva de emergencia”,51 dado que las prácticas articulatorias atraviesan “el espesor material de instituciones, rituales, prácticas de diverso orden, a través de las cuales la formación discursiva se estructura”.52
La perspectiva bourdieana nos permite pensar en la conflictividad inherente a las definiciones políticas, así como también en la performatividad de la palabra pública y sus procesos de legitimación en los grupos sociales. En lo que respecta a Laclau y Mouffe, consideramos un gran aporte el de incluir las dimensiones significantes como prácticas articulatorias inescindibles de cualquier institución o práctica social, a la vez que advertimos acerca de los riesgos que comprende la totalización discursiva.53 Ambas perspectivas, muy útiles para pensar al conflicto simbólico desde la política, deben complementarse necesariamente con estrategias metodológicas de los estudios del discurso, para afinar el abordaje de la materialidad del sentido.
Enumerados los principales lineamientos y las limitaciones que presentan a los efectos de nuestros objetivos analíticos, la teoría de los discursos sociales de Eliseo Verón nos ofrece una perspectiva surgida en la especificidad de los estudios de medios y procesos de mediatización. Surge a partir de lo que el autor denominó como semiología de tercera generación, para la cual el objeto ya “no es el mensaje mismo (…), sino el proceso de producción/reconocimiento del sentido, sentido para el cual el mensaje no es más que el punto de pasaje”.54 Reconoce esta percepción como un quiebre con los estudios del lenguaje, ya que no supone la existencia de una realidad externa a lo discursivo, sino que la construcción de lo real se vuelve posible en la misma red de la semiosis social.
El discurso, en este sentido, designa a todo conjunto significante considerado como tal (como lugar investido de sentido) sean cual fueren las materias significantes (lenguaje, cuerpo, imagen). En línea con la impronta barthesiana, los tipos de discurso componen todo lo que se produce, circula y engendra efectos en la sociedad.
Es una noción deudora del modelo del conocimiento desarrollado por Charles Pierce: supone a un hombre que puede contactarse con el mundo sólo a través de signos. Este autor plantea que algo (el signo) está en lugar de otra cosa (el objeto) en virtud de una tercera cosa (el interpretante) que funciona como mediadora y, a su vez, produce un nuevo signo. Este esquema ternario es posible gracias a relaciones triádicas entre signos que conforman, en ese proceso, nuevos signos. Para Peirce,55 todo lo que los individuos hacen puede explicarse a partir de estas relaciones triples.
La definición del signo así entendida es para Verón, la base de su concepción sobre la discursividad social: ésta asume formas de funcionamiento similares. Signo y discurso son, entonces:
Materiales. No son psíquicos, sino que están inscriptos en soportes perceptibles para los sentidos del hombre, ubicados en el espacio y en el tiempo.
Dinámicos. No tienen un solo significado, dado que se componen en una relación que se desenvuelve en el tiempo, originada en un objeto dinámico que, en su aspecto inmediato, se aborda desde determinadas condiciones de producción y, en sus efectos, se lee desde otras condiciones de recepción (múltiples, complejas y diferentes en el tiempo).
Históricos. El significado no es universal, sino único; está determinado por condiciones sociales, culturales y temporales: nunca puede repetirse a sí mismo en el tiempo.
Sociales. Signo y discurso son intersubjetivos: son posibles en la propia trama de las relaciones sociales, de la red de la semiosis social.
Verón articula las perspectivas peirceana y barthesiana, proponiéndose un desafío: estudiar la comunicación. El autor reflexiona así, en torno a cómo es posible analizar la producción de signos, de “sentido” (en su terminología), en el tiempo, a partir de un sistema productivo de textos que circulan y se recepcionan en la sociedad. Como para Pierce no podía existir conocimiento sin signos, para Verón no hay fenómeno social que no produzca sentido. De allí que de su trabajo teórico surja una doble hipótesis:
Toda producción de sentido es necesariamente social.
Todo fenómeno social es en una de sus dimensiones constitutivas producción de sentido.
Este sentido producido (material, dinámico, histórico y social) es tal a partir de las relaciones que componen la red interdiscursiva de la producción social de sentido −la semiosis−, la cual es ternaria, social, infinita e histórica. Existe, entonces, un proceso perpetuo compuesto de una instancia productiva, otra circulatoria y una tercera de reconocimiento de los discursos sociales, formando una red.
Dicho esto el discurso no es, en suma, un objeto concreto, sino más bien una categoría teórica que designa un enfoque para abordar el sentido de los materiales empíricos: los textos, que refieren a paquetes de lenguaje que circulan en la sociedad en distintas formas (escritas, orales, artísticas…). Un texto es un objeto independiente de su forma de abordaje que se considera como el punto de partida para producir el concepto de discurso.
Las luchas simbólicas como disputas de sentido
Así como para Bajtín el signo era la arena de la lucha de clases, para nosotros es en la configuración de los discursos sociales (y en particular la definición de los significantes), donde se desarrollan disputas políticas por construir los sentidos y reflexiones respecto de cada época. La historicidad y dinamismo de los discursos sociales dan cuenta de la posibilidad de desplazamientos y rupturas en los sentidos predominantes de conceptos políticos. Pensamos en las condiciones en las que la discursividad del periódico se inscribe en “luchas simbólicas” permanentes56 por la nominación, la imposición o apropiación de visiones sobre la política, cuya relevancia no promueve de inmediato la transformación del orden político dominante, pero sí pueden corroerlo y contribuir a redefinirlo en el devenir histórico.
Retomamos a Bourdieu para dar cuenta del cariz conflictivo de la producción discursiva periodística y política. Como vimos antes, este autor entiende que los objetos del mundo social “se pueden percibir y decir de diferentes maneras (…) en tanto objetos históricos, están sometidos a variaciones de orden temporal y a que su propia significación, en la medida en que está suspendida en el futuro, está en suspenso (…) relativamente indeterminada”.57 Es en ese espacio donde pueden sembrarse las disidencias y “luchas simbólicas” por instalar nominaciones legítimas que sean universalmente aceptadas por la comunidad. Así, frente a una “pluralidad de las visiones del mundo” (idem), se da una competencia −desigual en relación con las posiciones de los agentes en el espacio social y, por ende del capital que poseen− en la que se inscriben diferentes formas de clasificar lo social. Dice Bourdieu: “El mundo social puede ser dicho y construido de diferentes modos según diferentes principios de visión y división”58 en el marco de luchas simbólicas por “la producción e imposición de la visión del mundo legítima y, más precisamente, con todas las estrategias cognitivas de llenado que producen el sentido de los objetos del mundo social”.59
La posición social que ocupan los productores de discursos en el campo periodístico y cómo se insertan en las luchas simbólicas en relación con el volumen de capital que poseen, es central para poder desanudar las formas en que se reproduce la superioridad de ciertas representaciones periodísticas y las disputas mediante las que algunas nominaciones resultan hegemónicas. Retomando palabras de Bourdieu, “la verdad del mundo social está en juego en las luchas entre los agentes que están desigualmente equipados para alcanzar una visión global, es decir autoverificante”.60
¿El discurso de la información es un discurso político? Los aspectos materiales, institucionales y sociales en la definición
Eliseo Verón sostiene que lo que se produce, circula y engendra efectos en la sociedad son siempre tipos de discursos.61 Es así que pensar en el rol político y público del periódico en sus dimensiones simbólicas nos conduce necesariamente a preguntarnos acerca de la especificidad teórica del discurso informativo y su relación con el discurso político.
De acuerdo con el marco constructivista planteado, no entendemos a la producción mediática como algo distinto, ajeno y exterior a la realidad que se desarrolla por fuera de su discurso. Existen trabajos que conciben la discursividad mediática como una mensajera, que conduce los datos de la realidad y propone temas a sus receptores.62 Otros, que asumen que los medios construyen colectivamente representaciones sociales, más o menos cercanas de una realidad externa a su discurso63 razonamiento que sustenta juicios acerca de que los medios construyen una realidad ilusoria y aparente, manipulada, que en definitiva, debe cuestionarse.64 Ambas miradas se vinculan en lo que Lalinde Posada65 denomina definición operativa de la noticia, la cual concibe al discurso informativo como “espejo de la realidad social”, partiendo de la objetividad como valor y parámetro desde donde se evalúa la producción de los relatos informativos.
En nuestra perspectiva, el aspecto principal del discurso informativo es la generación de actualidad, lo que significa producción de la realidad social como experiencia colectiva. Dice Verón que los medios no copian ni reflejan nada, sino que producen realidad social.66 En nuestras palabras, forjan constantemente nuevas disputas simbólicas y objetos de conocimiento colectivo.
Lejos de las interpretaciones hipermediatizadoras, decimos que la producción de actualidad forma parte de relaciones interdiscursivas entre diversos tipos de discursos que contribuyen a la circulación de significaciones sobre lo social, como parte dinámica de la semiosis infinita. Así, la información masiva queda definida como el “eje vertebrador que presta coherencia y razón de ser a una serie de hechos diversos que suceden en distintas partes del mundo a protagonistas diferentes (…) hay tantas actualidades periodísticas como medios existen en el mercado”.67 La actualidad existe “en y por los medios informativos”, lo cual indica que los hechos asumen su perfil periodístico sólo cuando son construidos por los medios y no antes.68
De esta manera, la noticia es una producción institucional “que se manifiesta en la construcción de un mundo posible”.69 Compone un discurso informativo que deviene en actualidad legitimada socialmente “para cumplir la función de ‘estructurar’ la realidad misma. Los medios de comunicación son el lugar donde se produce la realidad de las sociedades industriales contemporáneas. (…) asignándole sentido, es decir, nombrándola”.70 Para la misma autora, las noticias son instituciones sociales porque
[son] organizaciones complejas que asumen unas prácticas también institucionalizadas cuyos productos −las noticias− son diseminados en forma rutinaria. En este sentido, la noticia es fruto del profesionalismo que sirve a las necesidades de la organización que a su vez legitima el status quo [sic].71
El ámbito de los medios se organiza como un dispositivo comunicacional motivado por intereses económicos, pero el discurso que lo justifica alega su deber de informar y promover un debate democrático de tal manera que sea reconocido su derecho a relatar el acontecimiento político, a comentarlo, e incluso, a denunciarlo.72 El discurso informativo combina “una estrategia pedagógica orientada a explicar lo que sucede en la sociedad con la pretensión de hacerlo desde una perspectiva objetiva”. Allí, “lo tendencioso se liga de tal modo con lo supuestamente neutro”.73 El interés que persigue el periodismo implica condiciones de producción discursivas vinculadas a la carga subjetiva de quien escribe y el interés económico, político, ideológico de cada empresa periodística: “El periodismo [y su producción discursiva] es entonces, de manera inevitable, intrínsecamente parcial”.74
En esta rutina constante de construcción de la actualidad, el periodismo interviene en los debates políticos que abordan decisiones sobre los destinos de las naciones. Como indicamos en la introducción, este fenómeno viene superando el nivel de la polémica y ha potenciado el rol político de los periódicos latinoamericanos. Esta hibridaciones de roles sociales ha colaborado con el ímpetu de homologar los tipos discursivos políticos con los informativos. Ambos comparten aspectos lingüísticos y polémicos, a partir de los cuales se refieren permanentemente a voces ajenas, normalmente citadas de forma fragmentaria, pero siempre incorporados al discurso propio que las interpreta y evalúa.75 Esta equivalencia lograda por la doxa política significa un problema teórico, ya que las condiciones productivas, circulatorias y receptivas entre uno y otro caso no son idénticas y responden a lógicas de funcionamiento diferenciadas.
Hace ya más de una década, Verón76 aplicó un criterio diferenciador entre ambos tipos discursivos, sosteniendo que el político se estructuraba a partir de un proyecto a futuro, apelando y construyendo colectivos de largo plazo mientras que, el informativo (sobre todo el de la televisión), promovía la construcción de colectivos en el corto plazo, asociados al imaginario de lo cotidiano y a los comportamientos del consumo. Sin embargo, observó en la prensa impresa un dispositivo mediático capaz de competir con la función clásica de la palabra política.
En Argentina, las alocuciones públicas de líderes kirchneristas construyeron al periodismo como adversario político y la prensa intervino en los debates públicos adhiriendo o repudiando las palabras presidenciales desde sus respectivos marcos ideológicos,77 alejándose de la interpelación exclusiva a una opinión pública generalista.78 Varios periódicos también configuraron sus propios colectivos que funcionaron como espacios donde activar la disputa política.79
Hablamos de un contexto en el que se vuelve imprescindible asociar nuestra categorización a “estructuras institucionales complejas que constituyen sus soportes organizacionales” y “a relaciones sociales cristalizadas de ofertas/expectativas que son los correlatos de estas estructuras institucionales”.80 Es allí donde radican las claves de lectura necesarias para comprender los funcionamientos diferenciales entre discurso político e informativo.
En un trabajo previo81 vimos cómo los límites de cada tipo discursivo pueden redefinirse teniendo en cuenta su multideterminación en la lectura necesariamente combinada de tres niveles: material, político-institucional y social. El primero remite a las huellas de la superficie textual pensadas como propiedades discursivas de operaciones políticas o periodísticas. Hay autores que conciben al discurso político sólo a partir de estos aspectos,82 definición que resulta insuficiente ya que incluiría al discurso informativo politizado como parte de esta clasificación. Determinar las particularidades del nivel textual contribuye sólo a restringir las características del material que buscamos categorizar, pero no a clasificarlo totalmente.
El nivel político-institucional obliga a incorporar perspectivas ajenas a las teorías del discurso para comprender las condiciones de producción del sentido, como proceso que deja huellas específicas en los textos. Teniendo en cuenta los diferentes objetivos de las instituciones políticas (disputa por el poder público) y mediáticas (objetivos de lucro), decimos que sus productos discursivos también asumen rasgos diversos. La clave está en preguntarnos, siguiendo a Bourdieu, por los tipos de legitimidad que construyen estos actores mediante la palabra pública (y su consecuente capacidad adquirida para ejercer violencia simbólica) y el tipo de vínculo que el portavoz consolida con sus destinatarios (representados/lectores).
Este factor clarifica la clasificación, aunque no alcanza porque tanto la política como el periodismo generan las condiciones para construir e imponer modos de ver el mundo políticamente. Los periódicos configuran su propio espacio enunciativo de poder que le otorga la posibilidad de influir y establecer −en la interpelación discursiva− vínculos particulares (sobre todo en contextos de radicalización de polémicas públicas) con sus destinatarios, a quienes buscan representar con sus ideas. Se ponen en juego aquí las preguntas por la existencia (o no) de proyectos políticos concretos de corto o largo plazo.
En tercer lugar, la dimensión social contribuye a la definición de los tipos discursivos dado que atiende a las determinaciones y funcionamientos de cada clase y permite indagar en torno a la configuración de colectivos sociales en sus propias enunciaciones, sobre todo, con relación a su perdurabilidad y su composición. Los discursos políticos e informativos adquieren así una politicidad, función discursiva que alude a la posibilidad de conformar grupos, es decir, una zona discursiva que posibilita diversas formas de asociación, no institucionalizadas, en la esfera pública.83 Lo político se refiere a la tarea de construcción de asociaciones y el discurso es un medio de articulación social que, en tanto tal, forma instituciones heterogéneas que pertenecen a regímenes de enunciación distintos.84
Esto se vincula a un registro performativo: sin un discurso dedicado a dar existencia, a agrupar y reagrupar los agregados sociales, lo social sería impensable. Como decía Bourdieu,85 esto no debe entenderse como una asignación de poderes mágicos al discurso; ningún discurso crea ex nihilo una asociación. Pero también se da a la inversa: no hay asociación que sobreviva sin su puesta en discurso.
En definitiva, lo que diferencia a ambas discursividades en su sentido social; es la regularidad en la permanencia de la configuración de estos colectivos. El discurso informativo oscila entre momentos en que construye un destinatario genérico,86 e instancias en las que los periódicos se tornan actores políticos de relevancia y activan su capacidad de generar grupos y proponer el establecimiento de lazos representativos específicos con sus destinatarios. En el discurso político, hay una politicidad que es un rasgo estable y definitorio. Su particularidad es la triple destinación (a un otro negativo, el contradestinatario, un otro positivo a quien el discurso está dirigido, el prodestinatario y el indeciso, el paradestinatario).87
En suma, la identificación de cualquier tipo discursivo debe visualizar necesariamente, no sólo sus marcas textuales características, sino también sus orígenes institucionales y los funcionamientos sociales específicos.
Conceptos básicos sobre el periodismo
La discursividad informativa tiene como base de su existencia a la actualidad, entendida como “factor que convierte un hecho en digno de ser noticia”.88 Siguiendo a Alsina, los acontecimientos se generan mediante fenómenos externos al individuo, pero éstos no forman parte de la actualidad al margen de quién los lee y le da sentido. Es por eso que existe una relación de inclusión, en la que los fenómenos percibidos por el sujeto se convierten en acontecimientos por la acción de éste sobre aquellos.89 Para este mismo autor, en los medios de comunicación el acontecimiento se define por la variación en el sistema (supone una ruptura de las normas), la comunicabilidad del hecho (cobra sentido en el sistema comunicativo institucionalizado), y la implicación de los sujetos.
El trabajo que planteamos en este artículo propone asociar la concepción sobre el discurso informativo a un dispositivo específico, el periódico, determinando algunas particularidades a su caracterización. Es “un discurso a muchas voces, diversas, heterogéneas, pero definidas todas ellas en función de su inclusión y jerarquización como componentes de esa polifonía”. Estas son las palabras de redactores y colaboradores “ensamblados como el discurso de ese actor colectivo”.90 El periódico, entonces, presenta un elemento distintivo relevante:
La principal actuación pública del periódico se realiza en (…) los escenarios que él mismo construye como estructuras de su propio temario, con las voces que él selecciona para relatar y comentar pública y periódicamente, ante una audiencia de masas, los temas de actualidad. El periódico actúa diciendo este discurso. Y diciendo este discurso se dice a sí mismo de muchas maneras, algunas intencionales, otras −las más reveladoras− sin intención de su parte, como resultado inexorable de su triple actuación como narrador, comentarista y participante del conflicto político.91
La prensa impresa presenta un dispositivo propio de enunciación que Verón denomina contrato de lectura, el cual establece el área por donde pasa la frontera entre lo que se presenta como ya conocido por el lector y aquello que proporciona como información. De esa manera, “hay un enunciador que le propone a un destinatario ocupar un lugar”,92 a partir de atribuirle cierto saber que determina la transparencia o la opacidad relativa del discurso: “Que un discurso sea comparativamente opaco significa que privilegia la enunciación por encima del enunciado, que exhibe sus modalidades de decir más de lo que dice”.93
Desde una lectura sociológica, el periódico es un actor del entramado relacional que conforma el campo periodístico. Retomando a Bourdieu (aunque no se refiera específicamente al periódico), éste participa de luchas simbólicas por apropiarse del capital específico de ese espacio social: la información. Este campo mantiene una autonomía relativa respecto del político, con el que se relaciona y comparte un poder simbólico legitimado socialmente. Pero también sucede a la inversa: las huellas discursivas de los sentidos del campo político ingresan al periodístico y devienen así en capital específico. En ambos espacios se desatan luchas, cuyos triunfos y derrotas dependen de qué posiciones ocupen allí los diversos actores.94 Así, las disputas simbólicas resultan de un ejercicio de violencia simbólica por parte de las voces legitimadas socialmente.
Este funcionamiento se compone de cuatro niveles conceptuales que aquí diferenciamos: además de lo que ya delineamos como discurso informativo, nos referimos a las nociones de periodismo/prensa, medio de comunicación y periódico.
Entendemos por periodismo (o prensa) al grupo de actores, instituciones y rutinas de trabajo que conforman y son parte del campo periodístico. No atañe a ningún dispositivo mediático en particular, sino a un colectivo socio-profesional dentro del cual se producen ejemplares periodísticos, se vinculan las distintas tecnologías conformando medios de comunicación y donde emergen discursos. No se trata de un conjunto uniforme concentrado en el filtrado de información, sino que encierra y dinamiza conflictos internos y externos:
[L]ejos de ser un trabajo desinteresado e imparcial, el periodismo constituye una manifestación de la lucha de clases, de los intereses económicos y políticos que representa cada empresa periodística, y aun de las diversas posiciones que se dan dentro de cada institución informativa. El tratamiento de los hechos periodísticos expresa un modo de percibir y analizar la realidad: proyecta una postura frente a los hechos.95
Dada su complejidad, este concepto se encuentra aún indeterminado en el campo académico: se lo asocia indistintamente al discurso periodístico, a los dispositivos tecnológicos y a las rutinas de trabajo.96 Los contenidos de los manuales de periodismo más utilizados presuponen un saber establecido acerca de qué es el periodismo y directamente avanzan en dos sentidos: describir los distintos dispositivos enunciativos (en el caso de la prensa, las secciones, los tipos de noticia, las valoraciones, los estilos, las citas, etc.) y dar lecciones en torno a cómo ejercer la profesión. Los textos de comunicación quedan atrapados en una lógica empirista: la conceptualización teórica de esta noción es una tarea pendiente.
Por otra parte, los medios de comunicación social no son instancias mediadoras que “captan, presentan y difunden hechos que se han producido en diversos sectores de la sociedad y los proyectan sobre otros” como nos dice Gomis.97 Pensarlos así, supondría retirarles su espesor político y también negarles su participación como actores clave en los debates públicos y forjadores de los sentidos de la actualidad. Entendemos, junto con Verón, que los medios son los dispositivos tecnológicos de producción-reproducción de mensajes asociados a condiciones de producción particulares y determinadas modalidades (o prácticas) de recepción de dichos mensajes. Para el autor, esta caracterización instala “el dispositivo tecnológico en el contexto de los usos sociales (…) un mismo dispositivo tecnológico puede insertarse en contextos de utilización múltiples y diversificados”.98 Esta mirada parte del supuesto de que toda comunicación es mediada, dado que “implica necesariamente una materialización bajo una forma sonora, visual o del tipo que fuere”, por lo cual desecha la categoría de mediación y recupera la de “medios” como “los usos de las sucesivas tecnologías de comunicación, tal como estos usos se estabilizaron a lo largo de la historia”.99 Los medios son, entonces, un concepto sociológico y no tecnológico100 que se vincula, además, con las características socioeconómicas que fueron adquiriendo históricamente las empresas.
En tercer lugar, tal como venimos sosteniendo pensamos al periódico en un nivel conceptual como una institución política que se conforma como tal a partir de su desarrollo histórico y la forma en que el trabajo de los periodistas está entrelazada con la tarea de los funcionarios, volviéndose una fuerza política central de los gobiernos.101 Si bien −como nos indica Schudson−102 ha sido un objeto ladeado por la ciencia política (dedicada a observar los partidos o las legislaturas), los medios manifiestan las formas en que los partidos, los políticos y los grupos de presión desarrollan sofisticadas estrategias de comunicación y destinan cada vez más recursos a ese rubro. Para Schudson, estamos ante un debilitamiento de los partidos, frente al cual los funcionarios deben aprender a dominar el arte de la publicidad mediatizada.103
Frente a la concepción de que los medios de comunicación deben servir a la sociedad, informando a la población y fomentando una ciudadanía vigilante, Schudson (2002) reconoce que su gran influencia depende de una visión histórica que los vincula necesariamente con las disputas entre élites, más que con una relación o atención directa hacia la población. De acuerdo con este enfoque, el periódico no es sólo un dispositivo tecnológico, sino también un medio de comunicación y una institución política que resulta ser:
[U]na matriz de decodificación de los hechos sociales que organiza el conocimiento sobre una realidad que al mismo tiempo construye. Mediante ella al lector se le ofrecen formas de ver el mundo social. (…) Adquirir un diario es como votar por él en un mercado de opciones que ofrece miradas alternativas sobre la sociedad y sus problemas.104
Sus dos objetivos son los de lucrar e influir, “excluyendo toda relación de dependencia estructural respecto de cualquier otro actor que no sea su empresa editora”.105 Un actor político en este sentido es “todo actor colectivo o individual capaz de afectar al proceso de toma de decisiones en el sistema político”. El periódico es de naturaleza colectiva,
cuyo ámbito de actuación es el de la influencia, no el de la conquista de poder institucional o la permanencia en él. El periódico influye así sobre el Gobierno, pero también sobre los partidos políticos, los grupos de interés, los movimientos sociales, los componentes de su audiencia. Y al mismo tiempo que ejerce su influencia, es objeto de la influencia de otros, que alcanza una carga de coerción decisiva cuando esos otros son los titulares del poder político.106
Precisar la capacidad de influencia de los diarios no implica plantear abordajes que indaguen en torno a cómo éstos afectan a la sociedad,107 sino a lecturas que los entienden como actores culturales, productores y mensajeros de significados, símbolos, mensajes, como parte del establecimiento de una red de significados y, por tanto, una red de presuposiciones, en relación al cual, hasta cierto punto, la gente vive sus vidas.108 El periódico, como indica Verón, es “una suerte de laboratorio para el estudio de las transformaciones socioculturales de los grupos sociales y para el estudio de las relaciones entre estas transformaciones y la evolución y el entrelazamiento de los géneros discursivos”.109
Consideraciones finales
La pregunta por el rol de los medios de comunicación es central en el actual contexto latinoamericano. Asimismo, los planteos teóricos para su abordaje no dejan de resultar un desafío para el mundo académico, frente a la complejidad y cercanía de las disputas de poder y su acelerada transformación tecnológica.
En este escrito, nos propusimos plantear una articulación teórica entre aportes de diversas disciplinas que nos permitiera pensar una problemática regional atravesada por la conflictividad política, las dinámicas mediáticas y la producción social de discursos sobre la actualidad. Así, avanzamos en la reflexión en torno al rol político de la prensa masiva de capitales privados en la actualidad, ubicando al periódico y al discurso informativo como conceptos fundamentales en la comprensión de las luchas simbólicas.
Desde este punto de vista, el conflicto político resulta una dimensión constitutiva de la producción de discursos periodísticos y permite articular la noción de periódico como actor con las luchas simbólicas a las que aludíamos a propósito de la noción de discurso. Dice Borrat que percibir al periódico como “como actor del sistema político es considerarlo como un actor social puesto en relaciones de conflicto con otros actores”.110 Así, los conflictos se desatan cuando existe un bien siempre escaso que está en disputa, lo cual define al ámbito político en función de la lucha por el poder.
En América Latina, planteamos la hipótesis de que lo que está en disputa es la configuración de colectivos, al momento de trazar horizontes políticos diversos (liderazgos convenientes, rol del Estado, políticas sociales, etc.). En el contexto actual, en el que los distintos medios ingresan como protagonistas en los conflictos políticos, se activa la disputa en el plano de la destinación y la coyuntura se vuelve un dato central en los reposicionamientos.
De esta manera, el interés por analizar las disputas de sentido en la discursividad de la prensa impresa parte del supuesto de que si bien hay un “punto de vista” universal y naturalizado, nunca obtiene “un monopolio absoluto. (…) hay siempre, en una sociedad, conflictos entre los poderes simbólicos que tienden a imponer la visión de las divisiones legítimas, es decir, a construir grupos”.111 Respecto del capital que detentan los periódicos masivos, no puede analizárselo de la misma manera que al poder político, es decir, como portador de un monopolio simbólico que universaliza discursos acerca del mundo social, pero sí como dispositivo que posibilita la circulación de puntos de vista aceptados socialmente como legítimos. Por un lado, desde sus propias estrategias enunciativas los medios ejercen una violencia simbólica tendiente a naturalizar sus lecturas noticiosas como verdades acerca de los hechos y no como construcciones significantes. Por otro lado, incorporan, negocian, se diferencian y critican constantemente al “discurso oficial” que opera en el campo político.112