Introducción
Desde la posguerra, la historia urbana se ha encargado de estudiar la historia de las ciudades, esto con la intención de tener una mejor perspectiva de los procesos de cambio en el espacio urbano. Para elaborarla, dicha disciplina ha sumado la visión de otros campos. No obstante, lejos de resultar un ejercicio benéfico, provocó una autonomía teórica y metodológica en la búsqueda de su objeto de estudio. Por otra parte, en la mayoría de los casos, al construir una síntesis narrativa en la materialización de lo urbano,1 se manifestaron sesgos temáticos y disciplinares al tratar de explicar y comprender sus transformaciones a través del tiempo. Esta supuesta visión, lejana de lo multidisciplinar, pero aún más de lo interdisciplinar, no ha superado su desarticulación con lo que pretendía construir inicialmente: la historia de las ciudades.
Lo anterior ha derivado una perspectiva especializada, disciplinar y monotemática de la historia urbana. Su construcción ha recurrido, de manera dividida, a entender el suceder de las ciudades por medio de la historia de lo social, económico, cultural, geográfico, arquitectónico, urbanístico y medioambiental. De igual manera, ha dejado de lado la reflexión que lleve a la conceptualización de lo que es propiamente la historia urbana; aquella que permita determinar alcances, límites, retos y desafíos como disciplina científica. Por otra parte, la historia de ciertas ciudades se ha definido de manera deductiva a partir de lo que ha sucedido en ciudades capitales, hegemónicas o globales; originando con ello una representación lineal, en donde las causalidades sistémicas son predecibles para cualquier lugar en la construcción de su espacio urbano, en el que todo es similar y homogéneo.
En la misma encrucijada se encuentra la historia urbana mexicana. En ella no se han dejado de generar discusiones especializadas, descriptivas, restringidas y limitadas del devenir urbano del país. Se trata de una fórmula repetitiva que historiográficamente ha alineado a las ciudades mexicanas, especialmente las capitales, con la historia política nacional; ocultando -en el menor de los casos- la vinculación, jerarquización, planificación, estética y significación de sus auges constructivos. Sin embargo, en décadas recientes, desde la microhistoria, una producción historiográfica ha permitido desvelar en lo inmediato, al igual que en las demás regiones, una historia urbana mexicana a partir de lo local.
Tal es el caso de Nayarit que, en las últimas décadas, ha suscitado una serie de estudios relativos a la construcción de sus ciudades. Si bien la mayoría de ellas conservan características de núcleos protourbanos,2 la revalorización de estos trabajos reside en descubrir las diferencias existentes para con la historia urbana de sus centralidades inmediatas dentro del occidente mexicano, como lo es Guadalajara. Desde diferentes centros académicos y disciplinas (arquitectura, urbanismo, historia, economía, sociología, antropología y geografía) se han dado las bases de una incipiente historiografía urbana nayarita. Usualmente, como producto de investigaciones, se ha generado una notable cantidad de publicación de libros, artículos de revistas científicas y tesis, tanto de licenciatura como de posgrado, que dan cuenta de esta historia urbana local.
Con la premisa de obtener un panorama general, el presente artículo tiene la finalidad de identificar y caracterizar la historia urbana de Nayarit en los últimos treinta años. Aquí se expondrán aquellas publicaciones de libros, artículos y tesis que han sido parte de la producción de esta historiografía urbana.3 Para ello, después de una amplia búsqueda, se realizó una revisión bibliográfica y una categorización de acuerdo a su objeto de estudio, profundidad de análisis y campo disciplinar que permitan advertir los niveles de aproximación e interpretación disciplinar en el estudio de las ciudades nayaritas, y a partir de ello hacer un análisis de la producción de esta historia urbana.
El trabajo se divide en cinco partes. En la primera de ellas se hace la diferencia entre historia urbana e historiografía urbana a través de la discusión de diferentes autores, concluyendo con una delimitación conceptual de dicha disciplina histórica. A continuación se ilustra el desarrollo de la historia urbana en México. Luego se exponen aquellos estudios preliminares que han sido parte indispensable de la reciente historiografía urbana en Nayarit, señalando aquellos textos que hasta la fecha han sido utilizados para la producción de la historia urbana local. Después, como resultado de una sistematización, se ordenan y refieren las más recientes publicaciones que forman parte de esta historiografía. Finalmente se presentan las conclusiones y la bibliografía citada en el texto.
De la historia urbana y la historiografía urbana
Buscando diferenciar la historia urbana y la historiografía urbana, Marina Waisman define que la historia es la realidad de los sucesos mientras la historiografía son los textos que estudian el desarrollo de estos sucesos a través del tiempo.4 Para la autora, ante la inconmensurabilidad de generar una narrativa de la realidad pasada de manera inteligible, la historia es interpretada una y otra vez; en tanto, la historiografía permite, a través de la doble hermenéutica del suceso, (re)interpretar la historia para (re)producirla por medio de las ideologías en que fue creada por los historiadores. Es por ello que no existe historia sin historiografía, ni historiografía sin historia.
Por otra parte, cabe decir que el término “historia” se usa tanto para designar la narración de los acontecimientos como para comprender la realidad histórica de estos mismos. Por lo anterior, existen dos concepciones para concebir la historia de las ciudades. La narrativa urbana, de simple hermenéutica, producida desde el imaginario de los actores que documentan las experiencias de su realidad pasada; es una compleja construcción de significados que construyen memoria colectiva. Y la historia urbana, de doble hermenéutica, producida desde el razonamiento de disciplinas científicas; es un marco integrador que permite analizar una serie de eventos ya documentados que generan memoria histórica.
De esta manera, sin ignorar dicha polisemia, la historia urbana procura, de forma sincrónica, advertir los hechos urbanos documentados asincrónicamente; estableciendo así una diacronía irrefutable, con la finalidad de aproximarse objetivamente a los sucesos. Bajo esta consideración, se pudiera decir que la historia urbana es la que estudia los acontecimientos como productos y procesos que posibilitaron la construcción de la ciudad, y la historiografía urbana es la que interpreta, documenta y aporta al entendimiento de dichos acontecimientos. No obstante, en este ejercicio intervienen diversos sujetos y fenómenos que hacen de esta historia urbana un objeto de estudio ilimitado.
La historia urbana es una especialidad histórica que, tradicionalmente, ha abandonado la historia local de las ciudades y se ha elevado como una asignatura que integra, en un recipiente común, diferentes estudios urbanos de diferentes disciplinas científicas.5 Sergio Miranda precisa que la preocupación de la historia urbana debiera ser el análisis de los mecanismos de construcción de la ciudad; ello a partir de las decisiones de los actores y de las instituciones que han influido en su estructura y forma urbana -incluso hasta de su imagen y paisaje urbano-, además de las tendencias sociales, económicas y tecnológicas que llevaron a tomar dichas decisiones.6
Harry Jansen por su parte, menciona que la historia urbana, como parte de una historia que implica tener su propio objeto de estudio, sigue teniendo problemas de definición debido a lo difuso y extenso del término “urbano”.7 Sin embargo, para el autor, esto no ha dejado de producir investigaciones históricas de corte biográfico que tienden a retratar a las ciudades de manera aislada con su entorno. Es por ello que esta historia debería concebirse como un estudio especializado -de lo demográfico, económico, social, político, cultural- que sea la suma de todas las partes; por medio del cual debe filtrarse un “factor sintetizador de la investigación”, sin que todo se reduzca a alguna de esas disciplinas subsidiarias para escribir dicha síntesis. A pesar de ello, estas mismas síntesis, nociones que advierten los cambios examinando dicha historiografía, han tenido dos enfoques: la ciudad vista como variable dependiente y la ciudad vista como variable independiente.
En este mismo tenor, Fernando de Terán delimita la historia sucedida contra la historia construida de la ciudad. Ello a partir de una “gran síntesis unificadora” de los hechos que se vinculan a elementos espaciales; ya que, la intención es que se defina una historia urbana que ofrezca la explicación del qué, para qué y por qué han ocurrido las transformaciones espaciales en relación a otros hechos -políticos, económicos, sociales-, desde el origen hasta la actualidad, de una concepción o de un proceso de intervención, en una de sus partes o en su conjunto, respecto a ella o a otras.8 Por ejemplo, Arturo Almandoz, haciendo una separación de lo que la urbanística investiga, delimita a la historia urbana como la que se centra en la ciudad y en el proceso de urbanización, en el diseño y la administración urbana, especialmente a partir del urbanismo que surgió a raíz de los problemas de la ciudad industrial.9 De igual manera, Alfonso Álvarez distingue una historia de la urbanización y una historia de la urbanística; la primera manifiesta la preocupación por los sucesos que acontecen en la ciudad, mientras que la segunda revela las intervenciones espaciales a las que ha sido sometida la ciudad a lo largo del tiempo.10
Esto convierte a la historia urbana en una disciplina de múltiples visiones; en el que la historia de la urbanización, de la urbanística y del urbanismo11 se ha elaborado a través de las humanidades y de las ciencias sociales. Las humanidades pretenden sugerir que la forma de la ciudad es un producto autónomo del arte, tanto contingente como latente, derivado de una mutua independencia entre contenedor y contenido que se explica bajo la evolución de los hechos urbanos. En tanto, las ciencias sociales tratan de demostrar que la ciudad es una expresión espacial de la sociedad por medio de la correspondencia entre estructura urbana y estructura social.12 Aun cuando entre estas perspectivas existe distanciamiento y contrariedad entre sus epistemes, teorías, objetos y sujetos de estudio; dichas visiones son necesariamente complementarias para interpretar la historia de las ciudades, evitando así archipiélagos temáticos y disciplinares que solo en algunas ocasiones se conectan. De ahí su necesidad de multidisciplinariedad e interdisciplinariedad teórica y metodológica.
Por lo anterior, se definirá como historia urbana a aquella disciplina especializada que intenta integrar sintéticamente, desde distintas temáticas y disciplinas, la heterogeneidad de narrativas y representaciones en la producción de los diferentes espacios urbanos en el tiempo. Siempre con la intención de explicar y comprender la consumación de ideas, conocimientos, experiencias y significaciones que han trascendido en las ciudades. No obstante, ante la inevitable postura hermenéutica que conlleva la reconstrucción de estas urbes, el potencial metodológico multidisciplinar revestiría, por un lado, en una posible comprobación de teorías contemporáneas con la revisión de fuentes de información históricas y, por el otro, en la capacidad de reformular distintos conceptos, teorías y métodos ya establecidos entre diversas disciplinas que auxilien a la síntesis narrativa de la ciudad.
El devenir de la historia urbana en México
La emergencia sobre la historia urbana surge a partir de dos eventos acaecidos en el siglo XIX.13 Inicialmente por las reflexiones hechas sobre las causas de vivir en lo urbano, a las que se sumaron literatos, cronistas, teólogos, arquitectos y filósofos. Y posteriormente, como consecuencia de lo anterior, porque los fenómenos urbanos debían estar fundados en una investigación sistemática con teorías y métodos pretendidamente científicos que permitieran explicarlos, pero sobre todo comprenderlos; dando paso así al punto de vista de las formativas ciencias sociales, donde se incluyeron historiadores, sociólogos y antropólogos.
Ya a principios del siglo XX, varios teóricos sociales estaban convencidos de hacer estudios históricos de las ciudades buscando respuestas al vigente fenómeno urbano occidental, desde la Edad Media hasta la Revolución Industrial. Max Weber, por ejemplo, utilizando un “tipo ideal histórico”, como método heurístico comparativo, analiza los diferentes tipos de ciudades occidentales y orientales; en tanto, Karl Marx ya había analizado la economía de cada estructura social con la intención de hacer una interpretación urbana del presente, a partir de la exaltación de procesos históricos unívocos.14 Patrick Geddes, desde una mirada evolucionista, incitaba a constituir investigaciones que llevaran a “descifrar” el origen de las ciudades con el propósito de “desentrañar” sus procesos vitales: la ciudad actual solo se entendería desde su pasado.15 En esta misma lógica, Marcel Pöete hacía alusión de que la historia de las ciudades siempre está viva, pues esta se encuentra asentada sobre su emplazamiento y es fácil de advertirse a través del análisis de la cartografía urbana -como huellas del pasado- del lugar.16
Carlos García, tratando de caracterizar el desarrollo de la historia urbana occidental, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, la divide en tres temporalidades.17 La primera, de entreguerras, basada en el evolucionismo y marxismo, deriva en dos posiciones; una desde la historia social y económica para advertir el cambio social, y la otra desde la historia del arte para evidenciar al patrimonio usando un análisis de morfología urbana. La segunda, de posguerra, eleva al racionalismo y al empirismo, en el que la urban history anglosajona y la historie urbaine francesa apuestan por el positivismo multidisciplinar -de la economía, sociología y geografía-; y los italianos por el pensamiento crítico hacía la arquitectura y el urbanismo, dando prioridad a los componentes físicos sobre las relaciones humanas. Y la tercera, de postura posmoderna, sería la del cisma epistemológico que ponía fin al discurso lineal del metarrelato universal; pasando a la microhistoria y a la historia cultural a partir del estudio de las relaciones intrapersonales y de las experiencias de los habitantes, fundando la nouvelle historie.
Particularmente para América Latina, Marina Waisman define que existe una historia forjada a través del conocimiento de ciertos países centrales, corriendo el riesgo de desconocer la realidad pasada de nuestras ciudades.18 Así pues en esta historia urbana, construida desde la posguerra, pueden observarse tres principales particularidades: una de ellas apuesta sobre la idea de que las características y las particularidades de las ciudades latinoamericanas son iguales a las ciudades europeas; la otra, define que todas las localidades tienen las mismas características que las ciudades hegemónicas, dejando de lado otras tipologías de núcleos urbanos; y, la última, aquella que advierte que su construcción solo puede originarse de manera marginal y dependiente con el occidente. Es por ello que la misión es fundar una historia urbana latinoamericana descolonizada; que tenga periodizaciones, morfologías y tipologías propias, impulsando una historiografía diferente a la del norte europeo y americano. En este tenor está el trabajo de Héctor Quiroz, el cual abona a la construcción de una nueva tipología de ciudades mexicanas establecidas en el siglo XX.19
A pesar de formular dicho rompimiento, esto no sucedería de manera inmediata. Y es que, en la construcción de esta historia urbana, se continuaría utilizando las metodologías occidentales. Primeramente se estudiaría la urbanización de las ciudades con la visión braudeliana de largo alcance de la escuela francesa de los Annales; y, posteriormente, su urbanística por medio de la morfología urbana de la escuela italiana del storicismo. México no estaría al margen de estas concepciones. Sin embargo, más allá de lo que Domingo García20 o Luis Unikel21 habían analizado -la urbanización de las ciudades mexicanas-, el trabajo recopilatorio de Alejandra Moreno representaría un parteaguas al repuntar dichos estudios en nuestro país.22 Otros trabajos inaugurales serían liderados por Sonia Lombardo y María Dolores Morales desde el INAH, Hira de Gortari desde el Colmex, Regina Hernández desde el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.
Una de las primeras miradas recopilatorias sobre la investigación urbana en México fue realizada por Gustavo Garza.23 En ella incluye la producción historiográfica de más de un siglo en la que se sistematizan poco menos de dos mil referencias bibliográficas según su tipo de análisis y según su campo disciplinar. Ahí el autor define cinco etapas de investigación sobre la historia urbana del país; las cuales, con el tiempo, van aumentando de forma exponencial tanto en la producción y las disciplinas incluidas, como en las temáticas abordadas.24 No obstante, aun realizado este esfuerzo, al final de esta exploración el autor menciona que son insuficientes las categorías realizadas para esta historia.
Haciendo un recuento de los trabajos realizados a principios de la década de los noventa del siglo XX, Hira de Gortari (1998) agrupa a aquellos que predominaron la escena de la historia urbana en México.25 Alude los estudios que describen la morfología y la fisonomía urbana, los que analizan la estructura social y económica, los que visibilizan la construcción del espacio, los que exponen los sistemas urbanos privilegiando las relaciones campo-ciudad y las jerarquías entre redes urbanas, y los que precisan los cambios demográficos durante los procesos poblacionales de migración, crecimiento y estancamiento. Además, menciona que las ciudades pueden ser consideradas objetos de conocimiento o sujetos históricos; pues son territorios edificados donde los habitantes inciden en sus transformaciones y permanencias, tanto en lo físico como en lo habitual, por lo que su examen debe evitar la perspectiva que fomenta las descripciones urbanas.
Posteriormente, en esa misma línea, Sergio Miranda revela que los historiadores han aportado poco a la reflexión de la historia urbana en México.26 Esto se debe a que, según el autor, desde los años ochenta del siglo XX, esta disciplina carecía de objeto y método de estudio definidos: la ciudad todavía es vista como escenario de la historia y no como la protagonista de la historia; conduciendo así a las monografías urbanas que, bajo las influencias de la historia social y cultural, se han alejado del propósito esencial de la historia urbana. Por ello precisa que la ciudad no deja de ser mencionada y no estudiada; ya que para elaborar una historia urbana distinta a la biografía de las ciudades -tematizada, disciplinar, reducida, insular y sectaria- se exige una síntesis de conocimientos, análisis, metodologías, enfoques y fuentes de información.
De esta manera, Gerardo Martínez promueve la elaboración de investigaciones históricas de la ciudad que acometan con severidad metodológica la historia social y cultural, y con ello derribar las fronteras temáticas entre historia urbana y arquitectónica.27 Aquí advierte que, bajo la idea de repensar la historia urbana hacia otros tipos de análisis, debería considerarse lo físico, las formas de vida y la organización política de la ciudad; el territorio, el hinterland y los vínculos entre ciudades hegemónicas y otras de menor jerarquía; los espacios periféricos en relación a la centralidad; y los imaginarios urbanos. Para ello, precisa el autor, se deben construir periodos distintos a los de la historia política, reformular los conceptos urbanos, indagar nuevas experiencias urbanas, ampliar el diálogo y evitar el aislamiento disciplinar y, de acuerdo con los Annales, explorar nuevos problemas y nuevas discusiones. Así pues, lejos de construir un objeto de estudio, el espacio urbano pide verse como un punto de partida para problematizar la realidad histórica.
Preludio a los estudios de historia urbana en Nayarit
Las obras que permiten tener las primeras visiones sobre la historia urbana en Nayarit se remiten al inicio del periodo virreinal. Desde el discurso evangelizador de la Iglesia se hacen palpables los esfuerzos realizados para convertir a la población de la Nueva Galicia y el occidente de México; permitiendo, a su vez, advertir la fundación de pueblos y conventos en esta región. Las obras de los religiosos Domingo Lázaro de Arregui,28 Antonio Tello,29 Matías de la Mota Padilla,30 así como la tardía conquista de la Sierra del Nayarit relatada por José Antonio Bugarín,31 hablan de ello. A la par, pero desde la Corona española, concretamente posicionada en el pensamiento ilustrado borbónico, se produciría información a partir de los acopios hechos por José Antonio de Villaseñor32 y José Menéndez.33 Se pueden incluir aquí también las relaciones geográficas del siglo XVI, XVII y XVIII compiladas por Rene Acuña34 y por Peter Gerhard.35
Más tarde, acto seguido de la Independencia de la Nueva España, con el objetivo de conocer las particularidades de la joven nación, se recurrió a la descripción del contexto natural, social y económico de este territorio. Existen dos tipos de obras que pueden auxiliar a la creación de una historia urbana posindependentista y prerrevolucionaria de Nayarit: unas a partir de los diarios de viajeros, en su mayoría de publicación extranjera; y otras desde la voz del incipiente Estado mexicano, en este caso de Jalisco, elaboradas a partir de informes estadísticos y geográficos.
Del primer conjunto de obras se han detectado más de treinta viajeros que relatan los rasgos distintivos de la comarca nayarita, entre los que se incluyen las particularidades de la capital y de algunas cabeceras municipales. Los diarios de Ferdinand Petrovich Wrangel,36 Isidore Löwenstern,37 Marvin Wheat,38 Ernest Vigneaux39 y Enrique de los Barrios40 han sido publicados en solitario; además de dos compilaciones de fragmentos de diarios, una realizada por José María Murià y Angélica Peregrina,41 y otra por Carlos Flores y Raymundo Ramos.42 En tanto, en el segundo conjunto de obras, están los esfuerzos estadísticos de Victoriano Roa,43 Manuel López44 y Longinos Banda45 en las que, además de informar lo que existía y se producía en este territorio, se detallan las características urbanas de algunas localidades del Séptimo Cantón de Jalisco.46
Poco después, los textos generados durante el porfiriato abundarían en descripciones estadísticas, censos poblacionales e interpretaciones urbanas de varias ciudades nayaritas. A partir de una postura positivista, y también desde la voz del Estado, un conjunto de contadas publicaciones se consideran como indispensables para comprender la historia urbana de este periodo. Ejemplo de ello son los trabajos de Julio Pérez47 y de Tomás Velázquez,48 siendo este último el que incluiría las primeras descripciones de algunos inmuebles de Tepic. Asimismo, aquí se encuentra la memoria “Adelantos y mejoras materiales…”, realizada por la Comisión encargada de verificar las obras públicas durante el mandato del general Mariano Ruiz;49 y el suplemento “Mejoras materiales inauguradas…” que da cuenta de las obras edificadas en todas las cabeceras municipales tras la conmemoración del Centenario de la Independencia.50 En este conjunto deben incluirse también los análisis de Fernando Gómez respecto al establecimiento de una escuela de instrucción secundaria en Tepic51 y la introducción del agua potable en el centro de esta ciudad.52
De manera semejante a los estudios del porfiriato, las obras del periodo posrevolucionario comprenden estudios relevantes respecto a la situación de Nayarit. El texto que geográficamente describe al estado, escrito por Juan Francisco Parkinson, es fiel reflejo de ello.53 Luego, y a partir de esta idea temática, Salvador Gutiérrez haría lo mismo para el municipio de Compostela.54 Asimismo, aunque desde la historia política, se puede contar el rescate efectuado por Everardo Peña, el cual contiene el contexto histórico de la construcción de algunos edificios de Tepic.55
La historiografía urbana de Nayarit
Luego de la posguerra se tuvo un interludio de poca producción historiográfica urbana en Nayarit. Serían las últimas tres décadas las altamente fructíferas en la generación de conocimiento para con esta historia urbana. Como precedente a este tipo de ejercicios, Pedro Luna expone la historiografía del siglo XX en Nayarit, en la que detalla más de una decena de publicaciones entre libros, artículos y tesis que describen a la historia de las ciudades como temática principal.56
Independientemente de este trabajo, la historiografía urbana de Nayarit también puede advertirse en las publicaciones relativas a la historia de la arquitectura, es decir, a la construcción de edificaciones; y las concernientes a la historia del urbanismo, es decir, a la conformación de ciudades. Además, en cada uno de estos rubros se observan dos tipos de estudio: uno descriptivo, regularmente de corte biográfico o de alcance monográfico; y otro analítico, en el que ciertos periodos históricos son discutidos a mayor profundidad. Aunque estos trabajos utilizan el método histórico para la interpretación de diversas fuentes de información, en su conjunto son solo una recopilación de datos ordenados cronológicamente que muy pocas veces atienden a consolidar una teoría en particular.
Respecto a los estudios de inmuebles, existe una predilección por las monografías arquitectónicas de tipología religiosa y centradas en la capital. Asimismo, prevalecen los estudios que contienen un análisis histórico contextual del inmueble; además de que, en la mayoría de las ocasiones, no se considera a la historia de la arquitectura como eje central de la investigación, por lo que es difícil advertir temáticas auxiliares como podrían ser corrientes estilísticas, sistemas constructivos u organizaciones espaciales, por mencionar algunas características de estudio. Como antecedente a los abordajes de este tipo de trabajos, se tienen los realizados por Pedro Castillo, donde presenta las descripciones de algunos elementos urbanos y arquitectónicos en específico.57
Luego de casi una década, los textos procuraron tener un mayor análisis histórico y sobre todo arquitectónico. Ello fue debido en gran parte al descubrimiento de nuevas fuentes de información, entre las que se encontraba igualmente una historiografía más sólida, tanto de lo local como de lo regional. En esta posición se ubican los escritos hechos por Pedro López y el citado Pedro Luna. Del primer autor se advierten los trabajos sobre el convento de La Santa Cruz de Tepic,58 la Catedral de Tepic,59 el convento de San Juan Bautista y la Parroquia de Xalisco,60 el templo de Nuestra Señora del Rosario “La Marinera” de San Blas,61 y el Hotel Bola de Oro de Tepic.62 Del segundo autor se encuentran las publicaciones sobre la fábrica textil de Jauja de Tepic;63 la arquitectura y la restauración de la Casa Fenelón de Tepic;64 la hacienda ganadera de la Cofradía de Acuitapilco, localizada en el municipio Santa María del Oro;65 y por último, realizado en coautoría con Raymundo Ramos, la colección de relatos en torno al milagro de la Santa Cruz de Zacate de Tepic, que ayudaría a deducir la historia constructiva de este conjunto religioso.66
No menos importantes son los trabajos de Salvador Gutiérrez67 para el templo de Compostela; María Arcelia López y Pedro Guzmán para el templo de los Sagrados Corazones de Jesús y María de Tepic;68 Patricia Muñoz y Mónica Juárez para la restauración del templo de Nuestra Señora de Guadalupe de Barranca del Oro en Amatlán de Cañas;69 Mauro Lugo para los museos de Tepic,70 Compostela71 y Mexcaltitán,72 y finalmente, la compilación coordinada por Alicia Solís para la historia del panteón Miguel Hidalgo de Tepic.73
Existen otros esfuerzos similares en el que los análisis críticos arquitectónicos son el eje de discusión. Entre ellos figuran los trabajos de Jaime Irigoyen para la desaparecida escultura urbana del Ángel de la Independencia de Tepic;10274 Alejandro Caballero para el diseño y construcción de los edificios inaugurales de la Universidad Autónoma de Nayarit en Tepic;75 Raymundo Ramos para el contexto de la fundación hispana, el conjunto religioso de la Santa Cruz de Zacate, la penitenciaría del Séptimo Cantón de Jalisco y los espacios verdes del centro histórico de Tepic;76 y que posteriormente, en coautoría con Carlos Flores, estudiaría con mayor profundidad la historia arquitectónica de esa misma penitenciaría.77
Aquí también se encuentran los estudios sobre la historiografía de los espacios públicos de Tepic. Entre ellos las tesis de licenciatura de Celeste Guerra y Jessica Hernández para la Alameda,78 y de Carolina Mejía y Sofía Villarreal para el parque Juan Escutia;79 la plataforma digital publicada por Carlos Flores, Raymundo Ramos y Pedro Luna para analizar la arquitectura del siglo XX de Tepic;80 y finalmente, la guía de casas del modernismo de Carlos Flores, en la que se sugieren derivas por la ciudad para su descubrimiento.81
Mención especial merece el estudio hecho por Gabriela Zepeda en la que describe la arquitectura mesoamericana de algunas zonas arqueológicas de Nayarit.82 Otros trabajos de arquitectura a nivel regional comprenden el Catálogo de monumentos históricos inmuebles del municipio de Tepic, editado por el INAH que, además de tener datos históricos del contexto urbano, indica dataciones y descripciones arquitectónicas de dichas edificaciones.83 Así también se tiene la investigación elaborada por Juana Fernández y Aida Ramírez, donde se revelan los sistemas constructivos de la arquitectura vernácula que se halla en los municipios de Ruiz, Tuxpan y Huajicori.84
En cuanto a los estudios de ciudades, estos versan sobre distintas temáticas. La generalidad no habla exclusivamente de la historia urbana del lugar, salvo contadas excepciones. En su mayoría se trata de monografías que describen periodos históricos muy particulares, a veces continuos, a veces discontinuos, lo que hace complicado concebir una historia urbana a diferentes escalas -local, regional, estatal, nacional- que puedan analizar las localidades estudiadas. Las publicaciones que más abundan son las que estudian, de nueva cuenta, la capital nayarita. En este rubro se halla el trabajo de John Ball en el que, producto de su tesis doctoral,85 interpreta las funciones urbanas de Tepic bajo la perspectiva de la geografía positivista.86 Luego de haber visitado por última vez la ciudad, este mismo autor examinaría la evolución espacial que tuvo Tepic veinte años después a partir de una comparación de sus funciones.87 Años más tarde, de nuevo Pedro Luna explicaría los diferentes auges constructivos de Tepic a través de una lectura económica y demográfica.88
Igualmente aquí se encuentran varios estudios con distintos enfoques metodológicos. El trabajo de Mario Bassols, Rocío Corona, Sonia Bass y Alfredo Delgado estudiaría la planificación urbana de Tepic vista como una ciudad media mexicana,89 y las investigaciones de historia urbanística de Lourdes Pacheco90 y Celso Valderrama,91 vistos desde la legislación urbana de Nayarit, son prueba de ello. Se incluyen también las obras de Salvador Zepeda y Carlos Flores para ver, en el ambiente del Movimiento Urbano Popular, la fundación de algunas colonias del siglo XX de Tepic;92 y la compilación coordinada por Salvador Zepeda y Enedina Heredia para manifestar la gestión y edificación de la colonia popular 2 de Agosto en Tepic.93
Trabajos más recientes, como el estudio monográfico de Carlos Flores, pone en evidencia el estado del arte respecto a la disposición del suelo ejidal en México en la construcción de las ciudades. Con la intención de tener un acercamiento a la configuración de Tepic a partir de la provisión de suelo de los núcleos agrarios y de las propias poblaciones agrícolas,94 el autor lo toma como parte de las discusiones de su tesis doctoral.95 Otras investigaciones del mismo autor auxiliarán a comprender la transformación espacial que tuvo la ciudad de Tepic durante el periodo de posguerra, en pleno auge del Movimiento Moderno de la Arquitectura; resultado de la integración de nuevos equipamientos,96 y de la concepción urbanística y de los procesos de urbanización de la ciudad.97 Asimismo, pero desde la legislación urbana, el autor razonaría acerca de la construcción conceptual de la sostenibilidad, incluida en las leyes estatales.98
Desde la mirada histórica está la incipiente publicación realizada por Salvador Gutiérrez relatando la fundación hispana de la actual Tepic.99 A la postre, Eugenio Noriega describiría a la capital del Distrito Militar entre los años de 1870 y 1884.100 Pedro López referiría la historia de esta ciudad desde su fundación,101 de la construcción de su centro histórico,102 de la introducción del agua potable,103 así como la compilación de una inédita colección fotográfica durante el porfiriato que incluye una descripción alusiva de cada imagen.104 En tanto, los historiadores Marcial Gutiérrez,105 Enrique Cárdenas,106 Guadalupe Pinzón,107 Hugo Arciniega108 y la compilación de José María Murià,109 hablaran de la importancia del puerto de San Blas a finales del virreinato español.
Respecto a los estudios sobre la percepción del río de Tepic-Mololoa desde finales del siglo XIX está la investigación de Pedro Luna,110 y las tesis de licenciatura de Victoria Álvarez111 y de doctorado de Luis Navarrete.112 Por último, Raymundo Ramos categorizaría las imágenes que han representado el paisaje urbano del Tepic decimonónico,113 una de tantas reflexiones incluidas en su tesis doctoral.114 Además, existen otros estudios a partir de la visión de la geografía: la tesis de licenciatura de Masato Ida, donde estudiaría la historia de la urbanización de Tepic comparándola con la estructura socioespacial desde su fundación;115 y la publicación de Liliana Vizcaíno, Karine Lefebvre y Pedro Urquijo, en la que presentarían un análisis de la extensión que tuvieron las propiedades de los condes de Miravalle en el siglo XVII sobre la región de Compostela.116
Por otra parte se encuentran las publicaciones que utilizarían la narrativa urbana para describir la ciudad y los modos de vida de Tepic. Entre ellas se encuentran las relatorías de Julio Mondragón,117 Gabriel del Toro,118 Luis Peña y Gabriel del Toro,119 Melquiades Sánchez,120 y las viñetas elaboradas por Raúl Guillen;121 trabajos que han enriquecido la mirada del espacio vivido a mediados del siglo XX en la ciudad. En esa misma tesitura, pero para el caso de la crónica de otras localidades, se hallan los trabajos de Acaponeta de Néstor Chávez;122 Ahuacatlán de Rubén Arroyo;123 Bellavista de Miguel García124 y Manuel Ibarra;125 Compostela126 y Chacala127 de Salvador Gutiérrez; Francisco I. Madero de Fernando Murillo;128 Jala de Miguel González;129 Mexcaltitán de Jesús Ruiz130 y de Raúl Arana y Pedro López;131 Rosamorada de Cesar Delgado132 y de Silverio Jáuregui;133 Santiago Ixcuintla de Pedro López134 y Pedro Luna;135 y Xalisco de Pedro López.136 Finalmente, se destaca la compilación de Jorge Briones para narrar la fundación de pueblos en Nayarit y Sinaloa a partir del reparto agrario.137
Conclusiones
En esta búsqueda, identificación, sistematización y categorización de publicaciones que hablaran en específico de la edificación de las ciudades nayaritas, se hace palpable que no toda la historiografía urbana atiende propiamente a la generación de una historia urbana. Justamente hay que señalar que el desarrollo de dichas investigaciones han citado y referido -básicamente- publicaciones de épocas pasadas; lo cual, a su vez, ha favorecido precisamente a la construcción de la presente historiografía urbana. Esto ha sido posible gracias a la constante búsqueda de nuevas fuentes de información por un grupo de historiadores locales y regionales que, lejos de sugerir la generación de una historia urbana como tal, han evidenciado de manera general el contexto en el que se han construido dichas ciudades.
La preferencia por historiar las ciudades nayaritas ha sido a partir de la microhistoria. De esta manera los autores, en su mayoría cronistas de estas localidades, trasmiten sus saberes a partir de la interpretación de su realidad; en el que la ciudad puede llegar a ser un sujeto de la historia, más no un objeto de la historia. Sin embargo, esta producción historiográfica ha sido asiduamente relegada -irónicamente- por la carencia de teorías, métodos, instrumentos y técnicas disciplinares que reconozcan la construcción del espacio urbano. Así pues, dichas publicaciones han recuperado valiosas fuentes de información para la historia urbana nayarita, específicamente para la explicación y comprensión de la materialización de estas ciudade Al mismo tiempo esta historiografía, en su mayoría desarticulada y descontextualizada -curiosamente- es la que ha borrado las fronteras disciplinares impuestas en la historia urbana.
De igual manera, en la exposición de la historia de algunos inmuebles de la capital, se ha tendido a omitir la historia de la arquitectura, por lo que no han dejado de ser meramente descriptivos. Se han descuidado, además, los análisis arquitectónicos -estéticos, funcionales o constructivos- que auxilien a comprender las transformaciones de la ciudad a raíz de su establecimiento. Asimismo, las publicaciones de historia de la arquitectura de edificaciones nayaritas, en su mayoría, están desligadas de su contexto histórico, lo cual pudiera asistir a develar de sobremanera la consumación de ideas y conocimientos que se plasman en ellos. Lo anterior conduce a la construcción de un objeto de estudio inacabado para la historia urbana.
Por otra parte, las publicaciones de la historia de las ciudades nayaritas han mostrado en muy pocas ocasiones al espacio urbano como parte integrante desde donde acontece la historia, específicamente desde las ciencias sociales. Muy pocos trabajos, pretendiendo el concepto de historia urbana -urbanización, urbanística o urbanismo-, han asumido la tarea de evidenciar la construcción de dichas ciudades en diferentes periodos; ya sea por las formas de pensamiento imperantes, auges constructivos, articulaciones con el sistema urbano regional o, inclusive, desde las imposiciones políticas. En la producción de esta historia urbana nayarita, el espacio urbano de la ciudad no ha dejado de ser invisible a los acontecimientos pasados; y aún más, no ha sido interpretado como resultado evidente de factores económicos, sociales, políticos, culturales, religiosos, tecnológicos o medioambientales.
Es por ello que esta historia, aun teniendo los anteriores esfuerzos, se encuentra, como siempre, en espera de ser discutida, reflexionada, analizada y, sobre todo, reinterpretada para dar cabida a la deliberación de otras temáticas. Si bien existe la preocupación por generar una historia urbana desde la visión multidisciplinar, definiendo sus fronteras teóricas y metodológicas, es indiscutible que esta tendrá que determinarse y construirse dialécticamente entre y desde lo local. Además del método histórico es esencial el rescate de la entrevista, la narrativa urbana, el registro etnográfico, la cartografía cognoscitiva, la fotografía y la deriva con intenciones arqueológicas teniendo como objetivo el (re)descubrir la ciudad. Asimismo, se advierte la necesidad de lograr una construcción histórica que no sea fragmentada y descriptiva, una síntesis narrativa que sume la estratigrafía de aquellos acontecimientos que han visto edificar a las ciudades una y otra vez. Empresa que no es menor y mucho menos ociosa.