Este libro se lee como una invitación, un catálogo de lo que sabemos y de lo que valdría la pena conocer sobre migrantes y exiliados de origen catalán en México. Subrayo la palabra origen para distinguirla de raíces en atención a la reflexión de Amin Maalouf. Pensar el origen como un entramado de caminos puede iluminar mejor la reflexión sobre identidades creadas o trastocadas por procesos de migración voluntaria o forzada:
No me gusta la palabra raíces y menos aún me gusta la imagen. Las raíces se entierran en el suelo, se retuercen en el barro, prosperan en las tinieblas, tienen al árbol cautivo desde que nace y lo nutren a cambio de un chantaje: ‘Si te liberas, te mueres’. A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan tener raíces, los hombres no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La savia del suelo natal no nos entra por los pies para subirnos hasta la cabeza. Los pies solo nos sirven para andar. Lo único que importa son los caminos. En contra de lo que sucede con los árboles, los caminos no brotan del suelo. Tienen un origen igual que nosotros, un origen ilusorio, puesto que una carretera nunca empieza de verdad en sitio alguno, antes de la primera revuelta, algo más atrás ya había otra vuelta, y otra más. Origen inaprensible, porque en cada encrucijada se han sumado otros caminos que precedían de otros orígenes.1
De estos asuntos hablan las páginas de este libro. De caminos que se fueron poblando por ráfagas de catalanes en un espacio que terminó por convertirse en México, a lo largo de los tres siglos coloniales y de otros dos de vida independiente. Y este libro habla también de su autor y una vida entrecruzada por lo menos por tres caminos. Uno ancho y fecundo: México, de cuya historia Murià es un reconocido historiador, y otros dos de menor extensión aunque no menor densidad, al contrario, dos patrias chicas: Jalisco y Cataluña. Referir a los orígenes, a senderos que se cruzan y a la forma en que son transitados, explica mejor las razones por las que en el corazón mexicano de Murià resuenan latidos catalanes y jalisquillos.
En el espacio de la identidad, que en realidad es el de los afectos, se puede reconocer orígenes diversos sin por ello dejar de ser uno mismo. Me refiero al autor de esta obra que no puede esconder orígenes a ambos lados del Atlántico y desde ese lugar recupera y asume su propia historia para contar otra historia donde México -y en él Jalisco- se entrelazan con Cataluña en un recorrido que se inicia con las tropas de Hernán Cortes para llegar hasta nuestros días.
A lo largo de 60 páginas acompañadas de dos apéndices, Murià hilvana las huellas que dejaron en estas tierras mujeres y hombres de origen catalán y lo hace con conocimiento de causa. No solo están sus orígenes, hijo de la primera generación de exiliados republicanos catalanes, también está la vocación y la profesión de historiador, la de aquellos que preguntan e intentar explicar orígenes y desenvolvimientos de procesos y memorias históricas.
Murià ha sido, sin duda, el más notable promotor de espacios académicos donde investigar y conocer la presencia catalana en México; sin ser estos temas, ni de lejos, a los que ha dedicado decenas de libros orientados fundamentalmente a historiografía colonial mexicana y latinoamericana y a la historia de Jalisco por dentro y por fuera, al derecho y al revés.
Ahora bien, si se lee el segundo apéndice de este libro se encontrarán trazas de una autobiografía que ayudan a entender algunos de los senderos que alimentan la pasión catalana de Murià. El apéndice se titula “El Butlletí catalán de Guadalajara, quince años de catalanismo gráfico”. Es un recorrido por un emprendimiento editorial que comandó José Ma. Murià i Romaní, padre del autor de este libro, quien con más imaginación, pasión y voluntad que con recursos económicos mantuvo encendida la llama de la catalanidad a lo largo de 180 números publicados entre 1961 y 1976. Esta proeza cultural gestada y desenvuelta en tierras tapatías se leía más allá de las fronteras mexicanas, y clandestinamente cruzaba Océano hasta ingresar a Cataluña. El contenido de este Boletín, las redes comunitarias y profesionales que lo sostuvieron debieron calar hondo en el hijo de su director, quien, como relata en este apéndice, en más de una ocasión trabajó como corrector de las pruebas de imprenta de esta publicación pensada y escrita en catalán. Si el padre fue un enjundioso animador del Centro Catalá de Guadalajara y de este Boletín, no es de extrañar que su hijo, fundara el Programa de Estudios Catalanes cuando presidió El Colegio de Jalisco. Ese fue un espacio, el único en Hispanoamérica, dedicado a remediar algo que se apunta en la introducción de este libro: los muy pocos estudios en torno a la presencia catalana en México y también en América. Agregaría yo, no solo sobre catalanes. No abundan los estudios sobre el origen e impacto de muchas de las migraciones y exilios que recalaron en estas tierras. En este sentido, y si de comparar se trata, sabemos mucho más sobre catalanes que sobre húngaros y japoneses. Durante muchas décadas, las historias de comunidades inmigrantes ocuparon un lugar marginal en la investigación histórica, no había espacios ni tampoco demasiado interés por descubrir y recorrer los caminos que conducen a los orígenes de los otros mexicanos. No solo era un problema la dimensión de esas presencias migrantes, que las hay sin duda, algunas presencias son más numerosas que otras, sino, a mi entender el asunto radicaba en dos pilares, el primero, en las perspectivas y concepciones en torno a un relato nacional en donde los extranjeros afincados en México se sumaban al ejército de villanos que conquistaron, expoliaron y explotaron tierras y poblaciones. Villanos que sin duda los hubo, pero ni más ni menos que en otras naciones en la que sí se ha recuperado con mayor potencia historias y memorias de inmigrantes y exiliados. Y, en segundo lugar, esa condición de villanos o sospechosos de serlo, se conjuntaba con la robusta presencia de “los antiguos mexicanos” convertidos en los principales insumos con que se forjó esta Patria como diría Manuel Gamio. De modo que buena parte de las investigaciones históricas y por supuesto antropológicas se orientaron a indagar a las comunidades originales en detrimento de los otros mexicanos, aquellos que a lo largo de los siglos vinieron de fuera, aquí se afincaron y reprodujeron para finalmente ellos y sus descendientes dejar de ser extranjeros para convertirse en mexicanos.
Para el caso catalán, Murià encuentra el registro más antiguo en Joan Marco y Joan Real, soldados que participaron de la conquista de Tenochtitlan. Desde el temprano siglo XVI hasta el temprano siglo XXI desfilan por las páginas de este libro decenas de personajes: conquistadores, evangelizadores, mercaderes, empresarios, funcionarios, patriotas independentistas, periodistas, médicos y arquitectos, poetas, escultores y pintores; historiadores y editores, abogados y químicos, antropólogos y maestros; geógrafos y matemáticos, futbolistas y actores, y una gran cantidad, la mayoría, de hombres y mujeres, ajenos a eso, dice Murià, que se llama “cultura”: mecánicos, empleados, operarios, trabajadores de muchos oficios, mujeres a cargo de los hogares. Vidas “anónimas” de escasa o nula espectacularidad en todos los recuentos realizados sobre aportes empresariales y culturales de origen catalán. Se trata de millares de personas, auténticos nutrientes de la vida de toda comunidad migratoria. Y sobre esa vida comunitaria, en estas páginas hay más de una pista. Por una parte, el Orfeo Catalán, y por otra, esa fiesta de la poesía que son y han sido los Juegos Florales y las revistas literarias. Todos espacios privilegiados para la defensa del idioma, ancla de la identidad catalana.
Un lugar notorio en este libro se dedica al exilio catalán. Breves semblanzas de las figuras más destacadas en las ciencias y las artes dan cuenta de una tupida trama entre el México que dio refugio y la vida y aportaciones de los refugiados. No me detendré en ellos, sino en un personaje imponente que no recaló en México, pero que Murià recupera para recordarnos la estatura moral de ese genio de la música que fue Pablo Casals. Sirve de pretexto las cuatro visitas de Casals a la Perla de Occidente entre 1970 y 1973. Pretexto porque el texto no refiere a la maestría con que resonó el violonchelo de Casals en el Teatro Degollado, sino a este catalán universal, enemigo acérrimo del Generalísimo por la causa de Dios, y de todos los generalísimos por la causa que fuera. Músico, compositor y director exiliado comprometido con todos los esfuerzos por la conservación de la paz y por la construcción de sociedades libres y democráticas. Murià recrea la relación que Casals mantuvo con México y que alcanzó uno de sus momentos más significativos cuando el Oratorio-Homenaje a México, El Pesebre, se estrenó en 1960 bajo la dirección del propio Casals en el fuerte de San Diego en Acapulco. “El estreno mundial de El Pesebre, apunta Murià: “constituía un fuerte abrazo de su autor a todos los hijos de esta tierra” y continúa diciendo:
[…] esa actitud ahora hay quien quiere no recordarla. Desafortunadamente crece la tendencia entre ciertos grupos de españoles a disimular la acogida que México les brindó a sus paisanos republicanos y la solidaridad de que les dio pruebas al resultar el triunfo de los golpistas fascistas que provocaron su Guerra Civil.2
En suma, para el público este libro es una invitación a continuar leyendo, y para ello, su autor nos regala una detallada bibliografía donde encontrar las brújulas que orientan los caminos de la presencia catalana en México. Para los especialistas, esta obra dibuja una cartografía de lo que sabemos y aquello que merece investigarse. Y para todos, estas páginas son una llamada a no dejar de recordar. Entre los deberes del exilio, el primero, es no olvidar el exilio. No te olvides de olvidar el olvido apuntó Juan Gelman, a manera de imperativo ético que obliga a tener presente los orígenes, muchas veces trágicos de las migraciones y los exilios, pero también los procesos que hicieron posible que fatalidades trocaran en oportunidades capaces de multiplicar diálogos e intercambios que no han hecho más que enriquecer la vida de quienes vivieron aquí para siempre, y también la de quienes retornaron a sus lugares para descubrir que la vida ya nunca será la misma, a causa de una experiencia mexicana que hizo posible expandir lo propio y con ello inaugurar otros caminos que conducen a nuevos y renovados orígenes.