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Intersticios sociales

versión On-line ISSN 2007-4964

Intersticios sociales  no.28 Zapopan sep. 2024  Epub 25-Nov-2024

https://doi.org/10.55555/is.28.622 

Reseñas

El norte de Jalisco. De frontera a región de rancheros

Miguel Ángel Isais Contreras1 
http://orcid.org/0000-0002-3408-3743

1 Universidad de Guadalajara. Doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de Michoacán. Correo electrónico: jmsoto@uaeh.edu.mx.

Ultreras Villagrana, Paulina. El norte de Jalisco. De frontera a región de rancheros. Guadalajara: Centro Universitario de Tonalá, Universidad de Guadalajara, 2021. 158p.


Al comenzar la lectura de El norte de Jalisco nos encontramos con que su autora nos ofrece un lenguaje claro que ameniza su revisión; también es accesible y directo, porque condensa información estadística, que suele ser extensa y a veces compleja, y recursos teóricos, cuya naturaleza abstracta sintetiza Paulina Ultreras.

Actualmente, cada vez son más los estudios antropológicos que ven en la historia más allá que antecedentes, y la investigación de Paulina Ultreras demuestra una sensibilidad y diálogo entre la historia y la antropología. Tal vez por su formación como historiadora, siempre ha considerado darle su lugar a los procesos histórico-sociales de la región que estudia con esmero etnográfico. Vale decir que este trabajo se suma a esa tendencia y compromiso por hilvanar ambas perspectivas. Destaco el estudio que ahora nos ofrece porque pone atención sobre una región de Jalisco escasamente abordada, no sólo por las autoridades de gobierno y los proyectos de desarrollo económico, sino también por los mismos investigadores. A diferencia de regiones como los Altos, los Valles o el Centro, que cuentan con nutridas investigaciones históricas y antropológicas (por no decir multidisciplinares), sobre el Norte de Jalisco realmente sabemos poco.

El libro es una investigación que cuenta con una metodología coherente y a la vez original, pues a partir del testimonio colonial reconoce los antecedentes de su región de estudio. Después, nos detiene a pensar sobre las variables teóricas que ayudan a comprender esa región (a través de los conceptos región, honor y frontera), para después confrontar ese testimonio con el trabajo de campo. Los historiadores, a veces tan enfrascados en los documentos y en el archivo, llegan a ignorar el actual espacio físico de sus estudios (varias veces porque éste ya no existe como lo muestran los documentos), cuando al mirarlo y hacerse a él al menos puede ayudar a la imaginación histórica, para reconocer veredas, caminos o afluentes, para imaginar jornadas de trabajo sobre terrenos pedregosos y climas generalmente cálidos.

Esto es precisamente lo que nos ofrece en un primero momento su libro cuando analiza el informe de Félix María Calleja, a quien, dicho sea de paso, convierte en un incipiente antropólogo. Así, Paulina Ultreras ve en el relato colonial, además de un antecedente, también una guía de campo; primero, para reconocer cómo estaba constituida la antigua frontera de San Luis Colotlán, un espacio que al ser forjado de forma militar, permitió el desarrollo de pequeños rancheros y campesinos, en donde la expansión y la colonización poco a poco estableció la ganadería, y segundo, para tratar de reconocer las virtudes del territorio y del paisaje, así como los prejuicios o saberes compartidos que se tenían sobre los indios, como indolentes, perezosos y agresivos. Desde este momento, la autora intenta trazar las líneas que la llevan al reconocimiento de una genealogía que fue caracterizando a la región a través de la ganadería.

El segundo capítulo lo encuentro de gran utilidad para aquellos que trabajamos la región, y es muy recomendable su lectura para aquellos estudiantes que a veces se confunden por las diversas posturas y por lo complejo que resulta definir su propio espacio de estudio. Generalmente y lo digo como historiador, nos solemos mover sobre marcos y límites político-administrativo, ya sea al hablar de ayuntamientos, municipios, estados o cualquier otro tipo de demarcación que nos impone el Estado o el poder. Porque, en efecto, los historiadores continuamente leemos el discurso de ese poder y a veces somos víctimas o nos convencemos de su modo de ver.

Hablar en términos de región, como lo hace Paulina Ultreras, nos remite a pensar un espacio cuyas poblaciones rebasaron esos límites administrativos; establecían, por decirlo así, sus propias regiones, sus propios lazos e intercambios económicos, puesto que generalmente los límites se establecían por el entorno natural y el cultural. De tal manera es como se va conformando una cultura regional dominada por los rancheros, particularmente en el proyecto que sobre la región se suscitó en el siglo XIX.

Evidentemente es el capítulo más teórico que también nos lleva a reconocer el norte de Jalisco no sólo como una región, sino además como una frontera en términos tanto territoriales como culturales, esto al ser una región en que cada grupo social estableció sus estilos de vida y subsistencia. No por ello tales fronteras fueron infranqueables. Españoles, mestizos e indios negociaban e interactuaban, así como la harían tiempo después rancheros y huicholes. El marco conceptual se completa con la idea de honor, cabe decir, entre los conceptos que ha aportado la antropología y que algunos historiadores comienzan a utilizar para comprender las relaciones sociales, de género y de poder. Casi indisolublemente el honor va asociado del prestigio que otorga la clase, la casta y la propiedad, y tales elementos de alguna manera se han relacionado con la formación de la identidad ranchera, que como ya vemos en el trabajo de Paulina Ultreras, no es para nada reciente. Es un honor que incluso se hereda y que las siguientes generaciones tienen el compromiso y hasta la obligación de conservar. La litografía del siglo XIX ya idealizaba a ese actor social en que debía sustentarse la ciudadanía rural y al que alguna vez se le llegó a denominar el corazón mismo de la nación mexicana.

El siguiente capítulo es un encuentro de testimonios etnográficos: por un lado, el que realizó el comandante Calleja a finales del siglo XVIII y, por el otro, el que reconoció directamente Paulina Ultreras. Aquí se confronta el paisaje, los caminos y economías de los antiguos pobladores de la frontera norte con el testimonio reciente, para así dar cuenta de sus cambios y continuidades, siendo la constante la incomunicación que hasta hace poco tiempo prevalecía sobre la región. Esta es una condición que hasta la fecha mantiene altos índices de marginación sobre algunas localidades, no así en las que la identidad ranchera pudo desarrollarse gracias a la especialización en el rubro ganadero que dejó en segundo término las actividades agrarias, una región que incluso no vio en la planta de mezcales una economía plausible (como sucedió en los Valles), al grado de abandonarla.

Como lo refiere la autora de El norte de Jalisco, la especialidad ganadera incluso llevó a la caracterización de dos regiones: la de los rancheros, de origen hispano y fiel a la propiedad privada, más vinculada con una economía internacional, y la de los huicholes, concentrado en una de tipo más regional. Sea cual fuere la identidad, la ganadería se ha mantenido como un medio de subsistencia.

Al final de su investigación, Ultreras nos introduce al actual funcionamiento de la identidad ranchera, producto de años de trabajo de campo y de haber vencido la desconfianza y los prejuicios de sus informantes al verla interesada en una actividad aparentemente masculina. Hoy los rancheros en Colotlán son un grupo que, aunque diverso y jerarquizado, se hace distinguir de los ganaderos ejidatarios y huicholes: los primeros por creerlos no merecedores de las tierras que poseen al ser agraciados por el gobierno, y los segundos por la mala calidad de sus ganados. En cualquier caso, el honor y el prestigio sólo parece estar presente entre ellos, aún en los rancheros desvinculados de las grandes asociaciones ganaderas o que acuden a formas tradicionales de trabajo. Entre ellos lo que importa es tanto la propiedad de ganado como la propiedad de tierras, la propiedad privada, que puede ir de las 50 hasta las más de 600 hectáreas.

No obstante, una de las principales aspiraciones que actualmente persigue esa identidad ranchera es mantener el legado familiar, así como el vínculo de ésta con las asociaciones y el poder, con las asociaciones como forma de autorregulación y con las autoridades como vehículo para mantener privilegios en la toma de decisiones.

Dicho de forma muy general, el trabajo de Paulina Ultreras nos ofrece claves para entender el Jalisco rural, ranchero y ganadero desde una perspectiva histórica y antropológica, particularmente en la manera en que detalla la morfología ranchera a través de sus relaciones de poder, de su forma de concebir el honor, de sus técnicas y recursos para ejercer la ganadería y de la organización del trabajo que existe entre ellos. Metodológicamente es una propuesta en la que pasado y presente cobran mucho sentido, pues ambas temporalidades se llegan a beneficiar mutuamente: el relato colonial a través de la sensibilidad etnográfica y el trabajo de campo mediante el reconocimiento de una identidad que posee una genealogía propia. La sociedad ranchera de Colotlán es una que tiene y ha tenido gran apego a su ganado, al que le invierte recursos, tiempo e, incluso, afecto, pues el ganado mismo parece que les ha enseñado que es esa la mejor forma de subsistencia en una región de frontera.

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