La llegada de los inmigrantes japoneses a México constituye un periplo notable desde distintos puntos de vista. Lo es como fenómeno social, económico y antropológico. Muchos de ellos tuvieron que sortear condiciones infrahumanas; trabajaron lo mismo en los socavones de las minas de Coahuila, que bajo las impiedades del sol veracruzano. Colocaron rieles en el ferrocarril del Pacífico y convirtieron los semidesiertos de Mexicali en campos fértiles que producían algodón para la exportación. Conocido es el caso de la colonia japonesa en el Soconusco, Chiapas. En esa región prácticamente levantaron una civilización nueva donde sólo había selva. Algunos atravesaron por el periodo convulso de la Revolución Mexicana, y aun así lograron convertirse en prósperos comerciantes, farmacéuticos, agrónomos, fabricantes de bienes domésticos, papeleros y fotógrafos. Incluso después de sufrir en carne propia la persecución y confinamiento durante la Segunda Guerra Mundial, lograron recuperarse y crecer.
Sergio Hernández Galindo , investigador del INAH, ha dedicado parte de su vida académica a rescatar tanto la historia general de la migración japonesa en México, como las historias de sus protagonistas. En Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México, recupera la trayectoria de los oriundos de Nagano -antiguamente denominada Shinano-, una prefectura enclavada en las montañas centrales de la isla de Honshu donde las temperaturas bajo cero congelan hasta los tuétanos. Pero el frío fue apenas uno de los factores que obligaron a los naganenses a emigrar, el motivo mayor fue la depauperación a raíz de que los precios de la seda -producto primario para los habitantes- se desplomaron como consecuencia de la Gran Depresión de 1929.
Decenas de naganenses (varones en su mayoría) encontraron en México al país que les permitió asentarse y prosperar. Una vez establecidos, se sirvieron de un sistema por correspondencia (muy común en el pasado) para encontrar parejas en sus tierras de origen. Un buen número de damas comprometidas a través de ese sistema sólo conocieron a sus esposos hasta que arribaron a los puertos mexicanos. Así empezaron las crónicas de la magna historia, mismas que Hernández Galindo relata con lujo de detalle rescatando no menos de 30 casos de emigrantes cuyos descendientes aún preservan el orgullo de provenir de Nagano.
Los Kasuga son un caso emblemático. Tsutomu Kasuga provenía de una familia de agricultores prósperos que se vino abajo tras la muerte de su padre. La personalidad terminante de Tsutomu lo llevó a México, donde supo ascender en el mundo de los negocios hasta crear firmas como las Industrias Kay, fabricante de juguetes de plástico, con enorme éxito. Pero si acaso él se preciaba de su carácter firme, no menos determinante fue su esposa, Mitsuko Osaka, quien aceptó casi a ciegas las propuestas matrimoniales de aquel joven que se limitó a ofrecerle el fruto de su trabajo; ésa fue razón suficiente para cruzar el océano y afincarse en un poblado de San Luis Potosí.
Carlos, el primogénito de los Kasuga, fungió por cierto como mecenas de este libro cuya lectura es muy grata, no nada más por su estilo sencillo y perfectamente documentado con fuentes de primera mano, sino también por su contenido gráfico de altísima calidad. Tal vez el único inconveniente es su tamaño, que 10 hace poco portátil.