Introducción
Las zonas costeras y marinas están sometidas a impactos producidos por presiones antrópicas (Chapman, 2016) derivadas de las actividades de asentamientos establecidos principalmente en los 200 km próximos a la línea de costa (Crain et al., 2008). Entre estas actividades destacan la compresión de suelos, supresión de las dunas y reducción del aporte sedimentario (cf.Machado et al., 2017), sobrepesca y pesca destructiva (Javaid et al., 2017), contaminación por efluentes urbanos y agrícolas (Liñán-Cabello et al., 2016), operaciones de dragado (Rehitha et al., 2017), transferencia de residuos sólidos desde tierra (Williams et al., 2016) y derrames petroleros (Buskey et al., 2016), entre otros. Lo anterior se ha agravado en el siglo XXI debido a los efectos del cambio climático en la zona costera y en los océanos (Clark et al., 2016). Con ello, se han generado, desde las ciencias naturales, numerosos esfuerzos para dar solución a las causas de estos y otros efectos negativos.
La complejidad biogeofísica de los ambientes marinos y costeros, sumada a la vasta diversidad de culturas y modos de vida que desde tiempos remotos se desarrollan en ellos, los convierte en sitios que proveen numerosos servicios ambientales y económicos (Liquete et al., 2013). Como tales, estos espacios concentran actividades económicas y asentamientos urbanos que promueven el traslape y conflicto de intereses alrededor de los usos y vocaciones de la tierra adyacente al mar y de las parcelas marinas por igual (Martins et al., 2009). Así, en estas zonas se suscitan numerosos conflictos socioambientales de corte económico-distributivo (Valiente et al., 2016), ecológico-administrativo (Campbell, 2007), ecológico-distributivo (Oracion et al., 2005), y político-administrativo (Miles y Burke, 1989).
Ante esta situación, consideramos que los problemas ambientales necesitan insumos más allá de los que pueden aportar las ciencias naturales/exactas. Estos problemas, que suceden en un espacio tridimensional sujeto a una serie considerable de factores biofísicos, tampoco pueden ser abarcados en su totalidad desde la lente de las ciencias sociales si éstas se limitan al estudio de las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales de los actores presentes. Por ello, es necesaria la incorporación de todas las miradas, incluida y en forma destacada, la de los pobladores locales que usan y gestionan directamente los recursos costeros y marinos. Esta aproximación, plural, trandisciplinar y horizontal, meta de la oceanografía social (OS), promete una comprensión holística de lo que ocurre en las costas y mares (ver Espinoza Tenorio et al., 2014).
El desafío se encuentra en la construcción de un sistema de generación de conocimientos que conceda razón a la interpretación dura del mundo biofísico sin dejar de lado la médula crítica de las ciencias sociales (Mascia et al., 2003). Es una misión cuyo desarrollo práctico se anticipa como un proceso lento. Sin embargo, es también un punto de partida con alto potencial para proponer esquemas más justos e inclusivos en lo académico, social, económico y ambiental a través de colaboraciones soportadas por investigaciones colectivas, interinstitucionales y transdisciplinarias (cf.Price y Narchi, 2018).
Las oceanografías sociales: evolución de un campo de estudio
La fusión entre oceanografía y ciencias sociales ha existido en distintas formas y con diferentes nombres a lo largo de la historia, y es que los naturalistas de fines del siglo XIX y principios del XX buscaron en la antropología medios de documentar saberes tradicionales marinos útiles a los proyectos de colonización. En el Pacífico occidental, naturalistas de la expedición Cambridge de 1898, como Rivers (1901) y Haddon (1912), registraron el minucioso conocimiento medioambiental acumulado por los pescadores del Estrecho de Torres.
Harald U. Sverdrup, padre de la oceanografía moderna, al fungir como jefe científico de la expedición ártica a bordo del RV Maud en 1918, fue invitado por el capitán a vivir con un reducido grupo de pastores Chukchi. Durante ocho meses, Sverdrup logró documentar los aspectos económicos, ecológicos y sociales del grupo que lo acogió (Sverdrup, 1978). En colaboración con Martin W. Johnson y Richard H. Fleming, publicó The Oceans Their Physics, Chemistry, and General Biology (1942), un libro emblemático que, al combinar los conocimientos geológicos, químicos, físicos y biológicos sobre el mar revolucionó el entendimiento de mares y océanos, mostrando la relación entre sus componentes. En las primeras líneas de la introducción, la oceanografía se define como una ciencia que abarca todos los estudios pertinentes al mar. Consideremos entonces que, bajo esa definición, el encuentro y posterior registro de la vida dentro de un campamento Chukchi, aunque fortuito, también es oceanográfico.
En las ciencias sociales los primeros precedentes de la OS se encuentran en la obra seminal de Friedrich Ratzel (1903)Politische Geographie. Preocupado por los efectos de la geografía en la política y las relaciones internacionales, Ratzel nota que las relaciones entre Estados-nación no sólo existen tierra adentro, sino que se amplían más allá de las costas, haciendo del mar un espacio de desarrollo que bien podría considerarse una extensión del “espacio vital” y por tanto, su importancia va más allá de lo económico y lo ambiental: tiene un carácter geopolítico y geoestratégico. Aunque la importancia geoestratégica del mar había sido advertida y aprovechada siglos atrás por estados costeros e insulares (Bilden y Stavridis, 2017), el trabajo de Ratzel puso de manifiesto que el océano se convertiría en un nuevo centro de poder en el siglo xx. Con esto en mente, se desarrolló la teoría del poder marino (Mahan, 2009), con la cual, mediante el uso de marinas armadas y bases navales se controlan rutas y espacios estratégicos a través del ejercicio del poder (Suárez-de Vivero y Rodríguez Mateos, 2014).
A principios del siglo xx comenzó a cobrar sustancia la antropología de los pueblos costeros. En Los Argonautas del Pacífico Occidental, Bronislaw Malinowski critica a los antropólogos evolucionistas por considerar que la actividad pesquera tradicional representa un estadio civilizatorio anterior a la agricultura (Diegues, 1995). No obstante, los esfuerzos integrales por entender a los grupos costeros se consolidan hasta la década de 1960 con el surgimiento de las etnociencias (Marques, 2002). En 1967, en las Islas Vírgenes, Morrill (1967) hizo un escrutinio del conocimiento marino de los Cha-Cha, poniendo particular énfasis en su ictio-taxonomía. Morrill notó, de manera somera, que el sistema de clasificación Cha-Cha se basa más en la etología de los peces que en sus rasgos morfológicos (McGoodwin, 2001).
En las décadas de 1970 y 1980, R.E. Johannes (1981) registró a detalle el conocimiento marino en Palau, Micronesia. Sus observaciones describen la percepción oceanográfica local, patrones de viento, ecología y etología de especies arrecifales, entre otros. Usando observación participante y entrevistas a profundidad logró registrar, en solo 16 meses, hallazgos que no había encontrado con métodos oceanográfícos convencionales. Además, observó, por un lado, que los antropólogos, preocupados principalmente por cómo el entorno afectaba a los seres humanos, no solían documentar el conocimiento de las personas acerca de su entorno. Por otro lado, que los biólogos, como resultado del etnocentrismo propio de la disciplina, despreciaban el conocimiento empírico de los pescadores ribereños.
Hace casi 20 años, McGoodwin (1991) impactó las ciencias pesqueras al presentar su libro Crisis in the World’s Fisheries, que examina de manera crítica el manejo y planeación de las pesquerías en términos económicos, culturales y políticos. McGoodwin arguye que el único modo de evitar el colapso pesquero se alcanza entendiendo las necesidades socioeconómicas de los pescadores; información prioritaria para evaluar, plantear o reformular las políticas pesqueras. Concluye que el “manejo” de ecosistemas, recursos y poblaciones, implica, indiscutiblemente, estrategias y prácticas orientadas específicamente a regular las actividades humanas.
Hoy hay numerosos trabajos socioambientales que se desenvuelven en el medio costero y marino. Los más numerosos analizan la pesca desde puntos de vista espaciales (Beitl, 2014), arqueológicos (Prieto, 2017), históricos (Cariño y Monteforte, 2005), administrativos (Dunn et al., 2016), etnográficos (Early Capistrán, 2010), políticos (Beitl, 2012) y sociológicos (Hannigan, 2017). También hay, inter alia, los que se desenvuelven en la teoría de sistemas complejos (Hughes et al., 2005), etnobiología (Narchi et al., 2014), nutrición (Hernández-Santana y Narchi, 2018), etnoecología (Lloret et al., 2014), etnomedicina (Narchi et al., 2015) y etno-oceanografía (Moura, 2017a). Considerando que en la actualidad casi 40 % de las personas que habitan el planeta viven a menos de 100 km de la línea de costa (Millennium Ecosystem Assessment, 2005), sólo podemos esperar que el número y diversidad de investigaciones socioambientales marino-costeras aumente.
En este ensayo nosotros proponemos que todos estos esfuerzos pueden ser entendidos desde un área denominada oceanografía social (OS) (Moura, 2017b). Peter Jacques (2010) la define como un área que escribe y describe a los océanos desde la interacción entre los seres humanos y el mundo marino desde una perspectiva holística en permanente diálogo con las humanidades y las ciencias sociales. La propuesta tiene por misión construir sistemas más efectivos de manejo del océano.
En México, Narchi (2008) expone este tópico como una subdisciplina de la geografía humana. Esta clasificación encuentra razón en que la oceanografía, y particularmente la oceanografía física derivan de la geografía (Falick, 1966; Apel, 1987), para luego estudiar procesos (e.g., Millero, 2013; Talley, 2011). Estos procesos resultan en modelos que explican el intercambio de materia y energía en un espacio determinado (Clausen y Clark, 2005) y bajo constructos epistémicos y culturales específicos: el positivista y anglosajón, respectivamente. No obstante, las comunidades costeras, que comparten la costa con la comunidad académica, también generan modelos y representaciones que explican y predicen, muchas de las veces con mayor precisión (Moura, 2017a) los procesos físicos, químicos y biológicos del espacio marino y costero. Bajo estas concepciones, en octubre 2016 se creó un CoLaboratorio de oceanografía social en el Colegio de Michoacán (Moura, 2017b).
En Brasil, cimentada en el ecologismo social de Chico Mendes y articulada con las demandas de distintos movimientos sociales, esta disciplina es llamada oceanografía socioambiental. Escrutando los conocimientos, ideologías, valores y verdades producidas y movilizadas por la oceanografía clásica (OC), la oceanografía socioambiental provee conceptos y métodos para repensarse como una ciencia autónoma opuesta a la lógica colonial que pervive en la OC y en las instituciones gubernamentales. Las oceanografías sociales generan enfoques epistemológicos más diversos y plurales, capaces de colocarse como espacios de praxis, en una trinchera socioambientalista alternativa a la OC (Moura, 2017a, 2017b).
Formación del CoLaboratorio de oceanografía social: fortalezas y desafíos
El CoLaboratorio se reestructura con base en un formato participativo (realizado en agosto de 2017) en (des)conferencia. Éste crea una atmósfera de intercambio informal que fomenta la participación y el aprendizaje (Carpenter, 2015), lo que favorece la creatividad, el trabajo en equipo y la motivación entre sus miembros (Owen, 2008). El formato facilitó la discusión entre personas versadas en 12 disciplinas distintas a nivel licenciatura y ocho a nivel doctoral (Figura 1) y el diálogo dio pie a 15 presentaciones cuya esencia agrupamos en tres tópicos que exponemos a continuación.
Riesgos sociales, ambientales y económicos en la costa
Se discutieron los efectos de la proliferación de asentamientos humanos sobre la zona costera. Un caso concreto es el de los Florecimientos Algales Nocivos (FAN) que surgen como consecuencia del crecimiento acelerado de la población y las ciudades portuarias (García-Mendoza et al., 2016). Este crecimiento urbano genera, entre otras cosas, que desechos como aguas residuales, sean vertidos sin tratamiento adecuado, promoviendo el desarrollo de FAN, cuya aparición puede repercutir en la salud poblacional y sus actividades socioeconómicas (Anguiano-Cuevas et al., 2015). También se discutió la generación de vulnerabilidad y riesgo ante eventos hidrometereológicos. A medida que los puertos y poblaciones costeras crecen, el entorno se modifica para proveer espacios adecuados al desarrollo de actividades intensivas y extensivas de los asentamientos humanos. Las modificaciones alteran la dinámica propia de un ecosistema complejo, creando riesgo y vulnerabilidad, sea ante eventos naturales como los huracanes o antropogénicos como los FAN (Olivos-Ortiz et al., 2008).
Ciencia colaborativa, ciencia ciudadana y retribución a la sociedad
Los estudios discutidos fueron: un proyecto colaborativo de rehabilitación de arrecifes coralinos y los esquemas colaborativos de evaluación pesquera. Recientemente, tanto los stocks pesqueros como las comunidades arrecifales, han sufrido diversos impactos de origen natural y antrópico, magnificados por el cambio climático (Hesley et al., 2017). Aunque existen técnicas efectivas de restauración y conservación de ambos recursos, la mayoría de los esfuerzos de rehabilitación se ensayan desde el sector académico, el cual no ha buscado involucrar a todos los actores (e.g., Nava y Figueroa-Camacho, 2017; Reyna-Fabián et al., 2018). La OS ofrece una opción promisoria que depende de establecer estrategias colaborativas para mejorar las condiciones ecológicas, sociales y económicas locales y, al mismo tiempo, lograr una mejora significativa en el diálogo de saberes que respete los usos y costumbres de los usuarios mientras se asegura la perdurabilidad de los recursos naturales.
El proceso colaborativo aspira a generar simetrías en los procesos de interacción con base en el diálogo y comunicación (Leff, 2003). Esto plantea un reto fundamental para el quehacer del CoLaboratorio: analizar un fenómeno en colectivo mientras se está constreñido por métodos y resignificaciones disciplinares particulares. Esta situación resulta una invitación al encuentro dialéctico entre investigador-participante y participante-colaborador en el proceso de investigación.
Conflictos ecológico-distributivos, apertura geográfica y manejo alternativo
La proliferación de apropiaciones asimétricas de lugares, espacios y territorios probó que existe la necesidad de cubrir, esto es, incrementar la comunicación y el trabajo conjunto para complementar nuestras observaciones con una aproximación socioantropológica e histórica nutrida y diversa. Las colaboraciones de este tipo no son nuevas (Narchi et al., 2018) y hay otras, como el proyecto “Percepción y apropiación asimétrica del Golfo de California (siglos XVI-XXI): historia ambiental, conflictos ecológicos-distributivos y sustentabilidad”, auspiciado por la UABCS1 que se encuentra en marcha y promete resultados importantes y de largo aliento. No obstante, hasta el mejor de nuestros conocimientos, no existe una red que se dedique a comprender las estrategias, modos de vida y realidades experimentadas por los grupos costeros en lo referente al reconocimiento, apropiación y asignación de los ambientes costero-marinos y de los recursos naturales asociados con éstos.
Uno de los acuerdos sustanciales de la Primera reunión de oceanografía social fue la necesidad de fomentar la colaboración entre científicos que hacen confluir sus conocimientos de las ciencias naturales y sociales, en todos los ámbitos y escalas. Este esfuerzo no sólo debe entenderse como un reservorio de recursos humanos ya existentes, sino como una incubadora de nuevos perfiles científico-tecnológicos, los cuales podrán derivar de la amplia y diversa visión multidisciplinaria del colectivo. Nuevos perfiles que sean capaces de resolver problemáticas trazadas por agendas internacionales, pero con miras a lo local y desde un punto de vista socioambiental bien informado (Guerry et al., 2015; Wilder et al., 2013).
Para cumplir con este fin, hemos creado el CoLaboratorio de oceanografía social. Es un espacio virtual que centra su atención en la interacción humana con el medio marino, haciendo especial énfasis en la relevancia cognitiva, social o cultural que los componentes ambientales desempeñan en los modos de vida y pensamiento de diferentes grupos humanos presentes en la zona marítimo-costera. Nuestra meta es un cambio en el modo en que se conceptualizan, manejan y transforman los ambientes costeros y marinos. Para lograr dicho cambio se requiere la generación de alternativas innovadoras. Por ejemplo, en instituciones académicas y agrupaciones científicas de México2 y Estados Unidos3 se ha visto en recientes años un aumento en los programas interdisciplinarios que buscan aprovechar las fortalezas de sus programas en las ciencias para crear una visión holística que combina ciencias, humanidades y artes para el desarrollo de nuevas estrategias de aprovechamiento basados en la equidad, la sustentabilidad y la justicia ambiental.
A lo largo de este texto hemos establecido que la OC, normalmente definida como un esfuerzo multidisciplinario (Pinet, 1999), ha ignorado la discusión política, económica, social y cultural que resaltamos desde las oceanografías sociales. Paradójicamente, hemos demostrado que dentro de la oceanografía moderna se ha abordado esta discusión repetidas veces. Por ello concluimos que la oceanografía siempre ha sido social y humana (sensuMoura, 2017b), aunque pocas veces se pondere este atributo.
La OS no sólo es capaz de cuestionar y deconstruir las definiciones oceanográficas más ortodoxas, sino también de reconstruir otras alternativas. El esfuerzo de las ciencias marinas ha desembocado en un proceso de dominación y destrucción de territorios tradicionales a través de la territorialización estratégica de los mares desde una visión estatista y conservadora que contribuye a la preservación de un (sub)provincialismo cultural (e.g., Berlanga y Faust, 2007). La multi, inter o transdisciplinariedad por sí misma no avanza en la comprensión y ampliación de la diversidad epistemológica del mundo (Moura, 2017b).
Para superar la barrera que plantea la OC, que promueve una monocultura de lo marino, darwinismo social, epistemicidio y desigualdad, la OS propone un giro decolonial en la relación entre conocimiento y poder, velando por la praxis política de los pueblos costeros. Se trata de transformar el solipsismo metódico de la política moderna y del pensamiento gubernamental, recuperando el espíritu crítico en la producción de sujetos históricos (Bautista, 2014). La OS es un punto de partida ideal para la producción de igualdad en derechos marítimos a partir de la participación proactiva de pueblos costeros en proyectos de desarrollo alternativos que promuevan justamente la inclusión de sus saberes (Moura, 2017c).
Esta visión crítica de la oceanografía ofrece un punto de partida desde el cual se promuevan nuevos diálogos y áreas de estudio innovadoras. Desafortunadamente en el ámbito internacional, donde se promueve a la economía azul como mecanismo financiero de la conservación, los esfuerzos se reducen a elementos programáticos y de manejo. La exploración crítica de estos elementos y programas de manejo (MCI, planeación espacial o manejo ecosistémico, i. a.), queda relegada a las arenas académicas, con pocas posibilidades de materializarse en elementos prácticos. Es nuestra esperanza que, al promover y resaltar la importancia de la lente crítica de las ciencias sociales y las humanidades, podamos retomar y cuestionar dichas aproximaciones desde un discurso que tenga mayor apego a las realidades de las comunidades humanas de las costas.
La OS reconoce los desafíos en los sistemas socioecológicos complejos, dando atención especial a las dimensiones humanas (Spalding et al., 2017). El reconocimiento de la complejidad es el primer paso para facilitar el intercambio de información entre diversos actores en pos de una agenda cooperativa e interinstitucional. Este marco colaborativo comienza a permear en las ciencias marinas con el reconocimiento del valor de conocimiento local de los propios usuarios (National Research Council, 2004). Además, ofrece la oportunidad de generar transparencia y facilitar la comunicación entre científicos y usuarios, que lleven a la toma de decisiones acertadas y consensuadas sobre la gestión de recursos (Conway y Pomeroy, 2006).
Desde la OC se han generado programas de monitoreo que, dada su ontología y origen teórico, resultan en interpretaciones inexactas de fenómenos socioecológicos y, en última instancia, en la implementación de políticas inadecuadas. Por ello, involucrar a los usuarios marítimo-terrestres en la recopilación de datos ofrece una solución a este desafío. Al mismo tiempo, abre la posibilidad de producir un conocimiento holístico e integral que dé mayor resolución a los fenómenos de escala fina necesarios para una administración exitosa de los recursos. Aprovechar el conocimiento de la comunidad es importante, no sólo porque ese conocimiento se reconoce como una base necesaria para nuevos paradigmas en la gestión de recursos marinos (Thaman, 1994; Cisneros Montemayor y Cisneros-Mata, 2018), sino porque empodera a las comunidades en modos y formas culturalmente apropiados.
Además, existe una larga historia de desplazamiento y despojo sufrida por las comunidades costeras ancestrales perpetrados en nombre del desarrollo y del reforzamiento del extractivismo orientado a la exportación, e.g., la cría de camarones o la agricultura industrial (Latorre et al., 2015). Abordar las desigualdades producidas por el sistema capitalista global e integrar estas preocupaciones en las políticas de gestión costera es un desafío clave para la sustentabilidad. Resistir intereses monetarios poderosos no es nada nuevo, pero una mejor comprensión de las desigualdades surgidas desde la intervención del desarrollo proporcionará la justificación necesaria para el cambio de políticas y la transformación institucional hacia un uso más sostenible y socialmente justo de los mares y costas.
Conclusiones
Hoy por hoy, unos 200 millones de personas viven en las costas a menos de cinco metros por encima del nivel medio del mar. Solamente en México, existen 11 500 comunidades costeras de menos de 15 mil personas (Morales y Pérez-Damián, 2006). Muchas de éstas padecen las consecuencias de la degradación, la contaminación, la sobreexplotación y sobrecapitalización de recursos o su despojo. Estos fenómenos socioambientales son una invitación abierta a continuar resolviendo problemas tangibles en modos participativos y gestados desde y con las comunidades. Es por ello necesario generar investigaciones y formar recursos humanos que critiquen los procesos de intervención, planeación, gestión y manejo generados sin participación comunitaria y que a la vez sean capaces de generar procesos de creación colectiva de conocimiento que ofrezcan alternativas locales que promuevan la sustentabilidad, la justicia ambiental y la dignidad humana. Este es el compromiso del Co-Laboratorio de OS, una propuesta cuyo valor recae en la historia, la economía política y la perspectiva crítica y decolonial; elementos hasta ahora relativamente ausentes en esos otros paradigmas creados predominantemente por científicos naturales.
Los problemas que enfrentamos, su complejidad, envergadura y velocidad, requieren la fuerza e ingenio del trabajo colectivo y colaborativo. Las múltiples afectaciones al medio marino y su interpotencialidad requieren atención inmediata. El tiempo de las falsas soluciones del desarrollo sustentable (y de otras formas de desarrollismo) deben ser superadas por alternativas críticas capaces de generar cambios efectivos donde la seguridad alimentaria que aporta la pesca y el “vivir sabroso” (Quiceno, 2016) de los habitantes de la costa deben ser prioridad para la OS.