1. Introducción
El estudio de las lenguas indígenas en Argentina ha recorrido distintos caminos a lo largo de su historia. Si durante el período de colonización y conquista sus principales responsables fueron misioneros y viajeros, entre fines del siglo XIX y mediados del XX, con la consolidación del Esta do nacional y la creación de instituciones educativas y científicas como universidades y museos, la temática fue abordada mayoritariamente por especialistas en ciencias antropológicas. Desde las universidades de La Plata y Buenos Aires, por ejemplo, destacan los aportes de Samuel Lafone Quevedo, Roberto Lehmann-Nitsche y Félix Faustino Outes, cuyas indagaciones tomaron como base registros y comentarios lingüísticos previos, mientras que las elicitaciones en terreno fueron notablemente escasas (Domínguez, L. 2021), con la excepción del aporte de etnógrafos aficionados interesados en temas vinculados con la historia local (de Miguel 2017; Domínguez, V. 2021). De allí que los primeros abordajes científicos de estas lenguas partieron de propuestas teóricas de la antropología y persiguieron propósitos fundamentalmente etnológicos para organizar el mapa étnico del país. Por su parte, las ciencias del lenguaje, que durante la primera mitad del siglo XX asistían a su propio proceso de institucionalización (Toscano & García 2013), priorizaron el estudio del castellano y de las lenguas clásicas.
Hacia mediados del siglo XX esta situación cambia notablemente, ya que lingüistas en formación comienzan a interesarse por el estudio de lenguas originarias desde enfoques propiamente lingüísticos desde las universidades públicas. Se amplía así la profesionalización de la lingüística en Latinoamérica y se incluye, entre sus líneas destacadas de investigación, el estudio de las lenguas indígenas y criollas junto a los del castellano. Entre los integrantes de equipos dedicados al tema en la Argentina comienza a destacarse por estos años Jorge Alberto Suárez (1927-1985), cuya trayectoria investigativa inicial como joven lingüista indagamos en este artículo.
Con base en los aportes a su biografía académica a cargo de Levy (1990), Fontanella de Weinberg (1988) y Fernández Garay (2017), profundizamos en su relevancia para la lingüística de ese país, que radica, fundamentalmente, en los importantes y novedosos aportes al estudio de las lenguas fuegopatagónicas, y en la incorporación de marcos teóricos por entonces poco conocidos en el ámbito local. Entre ellos, se destacan el modelo estructuralista de Charles Hockett y el modelo de análisis de lingüística genética areal entonces impulsado por Morris Swadesh. A partir de un estudio de historiografía lingüística y desde el interés por reconstruir la historia de producción de conocimiento sobre lenguas fuegopatagónicas, nos proponemos indagar en los primeros años de su biografía, con particular atención a su trayectoria académico-investigativa. Esta se organiza en dos coordenadas espaciotemporales: primero, en Argentina entre 1955 y 1969, que será el objeto de este artículo, y luego, en México, entre 1969 y 1985, período trabajado por Levy (1990). Nos detendremos en los primeros años de su carrera, para luego focalizar en los principales aportes al estudio de las lenguas de la región patagónica, con especial atención a los enfoques, propósitos y metodologías de abordaje del mapuzungun, el aonekko ’a’ien y el selk’nam. Para ello, tomamos como base la producción publicada del autor y materiales de archivo. En este último caso, utilizamos las carpetas albergadas en el Archive of American Indigenous Languages (AILLA), que contienen gran parte de sus materiales inéditos y registros de campo y el Archivo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que cuenta con su legajo como investigador del organismo con trabajos inéditos y datos desconocidos hasta ahora sobre su carrera.
2. La carrera académica de Suárez en Argentina
Jorge Alberto Suárez nació en la ciudad de Villa María, provincia de Córdoba, Argentina, el 29 de julio de 1927. De niño se mudó con su familia a Buenos Aires. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (FFYL-UBA), de la que se graduó en 1952 como Profesor de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Letras. Su notable desempeño como estudiante le valió un diploma de honor otorgado por esa facultad (Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). El inicio de su formación especializada en lingüística se ubica en 1955, cuando se le designa, junto a Emma Gregores,1 su primera esposa, como adscripto de la cátedra de Lingüística (AFYDME, Fondo Imbelloni, 3/Com./1955 y 91/P/1955) y, luego, como docente autorizado.
Este año constituyó una bisagra en la historia argentina porque se instaló un nuevo régimen militar a partir del derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón, lo que condujo a una reconfiguración de las instituciones públicas. En este contexto, las universidades nacionales atravesaron cambios considerables, que comenzaron con la modificación, ya sea por renuncias o por despidos, de gran parte de la planta docente relacionada con el peronismo. A su vez, la propia Facultad atravesaba modificaciones estructurales, como el proceso de departamentalización de las áreas disciplinares, con el fin de fusionar cátedras e institutos para el desarrollo de programas y acciones conjuntas, lo que termina de efectivizarse en 1958 (Buchbinder 1997; Perazzi 2005).
En 1956, la cátedra de Lingüística (FFYL-UBA), anteriormente a cargo del filólogo y ex delegado interventor (1946-1949) Enrique François, pasó a manos de Salvador Bucca,2 un lingüista italiano especialista en el indoeuropeo, radicado en Argentina desde 1948. Este investigador tuvo un rol de relevancia en los primeros años de la carrera de Suárez. Desde su lugar de docente, Bucca inició las gestiones para la creación del Departamento de Lingüística y Literaturas Clásicas -posteriormente denominado Centro de Estudios Lingüísticos (CEL) y, luego, Instituto de Lingüística-. Desde un primer momento, organiza un programa de publicaciones periódicas, los Cuadernos de lingüística, en los que se dan a conocer traducciones de propuestas teóricas del estructuralismo norteamericano y europeo, novedosas en el período, como las debidas a Hall, Martinet y Hjelmslev. Uno de los propósitos del programa de Bucca era el de “ampliar la tarea de la lingüística oficial con la incorporación del estudio de las lenguas indígenas tanto en la docencia como en la investigación” (Bucca 1965 [1962]: 9), con métodos actualizados. Así, esta temática, antes desestimada por las ciencias del lenguaje en Argentina, se convirtió en la línea de investigación prioritaria de ese departamento de la UBA y la tarea estuvo a cargo de un equipo de jóvenes en formación bajo su dirección, integrado, en los primeros años, por los propios Suárez y Gregores.3 En 1962, Bucca crea una segunda serie, denominada Cuadernos de lingüística indígena, y en 1966, una tercera, el Archivo de lenguas precolombinas, que recogen investigaciones elaboradas, en su mayoría, por integrantes de este equipo.
Como parte de esta institución, Suárez se desempeñó, entre 1957 y 1959, como auxiliar primero de investigación. Entre sus tareas, se destaca un viaje a la Patagonia con el objeto de registrar el léxico de una variedad de mapuzungun a la que denominó “dialecto manzanero”. El resultado de esta campaña consistió en un “estudio fonológico, morfológico y de dialectología araucana, acompañado por el análisis y la traducción de dos textos recogidos personalmente en Neuquén durante los veranos de 1958 y 1959” (“Presentación para solicitar el ingreso a la carrera del investigador científico”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). El informe, que en su Legajo CIC es datado en 1959, permaneció inédito hasta que Beatriz Fontanella de Weinberg,4 una de sus discípulas, lo encontró en el Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires y lo publicó en 1988. También en 1959, todavía desde Buenos Aires, dio a conocer en inglés “The phonemes of an Araucanian dialect” en el International Journal of American Linguistics (IJAL), basado en un corpus en esta lengua que había sido documentado a fines del siglo XIX en la Araucanía por Rodolfo Lenz.
Meses posteriores a esta publicación, Suárez inició los estudios de doctorado en la Universidad de Cornell, ubicada en la costa este estadounidense, con una investigación sobre lingüística antropológica dirigida por el propio Charles Hockett,5 que ya para el momento era uno de los principales referentes de la disciplina. Según la información con la que contamos hasta ahora, es posible suponer que la conexión de Suárez con el círculo lingüístico norteamericano se iniciara gracias a los contactos de Bucca, quien en 1958 había viajado a Estados Unidos con una beca de la Guggenheim Foundation. Allí se vinculó con representantes de la Universidad de Yale -donde se había formado el propio Hockett- y de Columbia, como así también con el Instituto Lingüístico de Verano, liderado por Kenneth Pike (Navarro 2011).
Ya en Estados Unidos, Suárez continuó su propio camino, con bastante independencia de sus lazos con la UBA. En 1960 obtuvo una nueva beca de la American Council of Learned Societies para estudiar en la Universidad de Texas y, tiempo después, gracias a su alto desempeño, se lo distinguió con la Woodrow Wilson Graduate Fellowship de la Universidad de Cornell, lo que le permitió costear el posgrado. El resultado académico de esta etapa fue, por un lado, una tesis doctoral sobre guaraní, entregada en 1961 y publicada en 1968 en su versión definitiva, con el título A description of colloquial Guaraní, en coautoría con Gregores,6 y por el otro, la primera traducción al castellano, también en colaboración con Gregores, del Curso de lingüística moderna (1964 [1958]) de Hockett.7
Desde la integración de estas perspectivas, la investigación doctoral sobre el guaraní resulta ser la primera descripción exhaustiva de la variedad empleada en Paraguay que hasta el momento no había sido objeto de interés científico: el yopará, que significa ‘mezcla’ en referencia a la gran cantidad de préstamos del español. Suárez y Gregores no solo proporcionaron un análisis estructural de los niveles fonológico, morfológico y sintáctico,8 sino que también contextualizaron su estudio. En la introducción incluyeron un repaso bibliográfico crítico de los principales trabajos previos sobre la lengua y proporcionaron un esbozo sociolingüístico de la situación por la que atravesaba en ese momento el guaraní en cuanto al prestigio que le otorgaba la sociedad paraguaya y a las políticas lingüísticas en curso (temáticas que recientemente comenzaban a desarrollarse en el ámbito de la lingüística, lo que demuestra su actualización). Además, recuperaron la discusión sobre las lenguas y variedades integradas en el stock Tupi, sobre todo las realizadas desde aproximaciones genéticas y léxico-estadísticas recientes. Después de esta investigación, hasta donde sabemos, Suárez no volvió a dedicarse al estudio del guaraní sino úni camente con propósitos tipológicos, coincidentes con su investigación desarrollada en México sobre la macrofamilia Pano-Tacana, que incluye a esta lengua. Fue Germán Fernández Guizzetti9 quien continuó en esta línea con la dirección de Suárez, con el propósito de realizar una gramática transformacional del guaraní (“Presentación para solicitar el in greso a la carrera de investigador científico”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez; Fernández Guizzetti 1969).
Luego de concluir su formación doctoral, en 1962, de regreso en la Argentina, Suárez no continuó dictando clases en la UBA, sino que comenzó a desempeñarse como profesor de Filología Hispánica en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca. Fue allí el responsable de iniciar el camino de los estudios lingüísticos, que, al momento, constituían un área de vacancia, tal como reconstruye Fontanella de Weinberg (1988). Esta investigadora lo recordaba dictando cursos extracurriculares en los que incluía las temáticas más novedosas del momento; uno de ellos trató sobre lingüística generativa, constituyéndose en uno de los primeros cursos universitarios sobre esta perspectiva en el país. También en ese período dictó Lingüística en el Instituto Nacional Superior del Profesorado en Lenguas Vivas, en Buenos Aires, mientras que, durante el segundo semestre de 1963, fue contratado por la Universidad Nacional de Tucumán como profesor titular de una asignatura homónima.
En paralelo a sus funciones docentes, los vínculos académicos de Suárez con Estados Unidos siguieron consolidándose. Yakov Malkiel10 lo invitó a participar para el periodo 1963-1965 del comité editorial de la revista Romance Philology como representante de los lingüistas jóvenes “eruditos” de Sudamérica, para que continuara “con sus fecundas actividades de colaborador leal” (Carta de Malkiel a Suárez, 18 de febrero de 1963, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). En esa revista de orientación hispanista, Suárez ya había publicado dos reseñas en 1961 y 1962, y luego da a conocer otras dos en 1963 y 1966, que estudian temáticas relativas a lenguas patagónicas (véase §3.1). Paralelamente, William Bright11 lo invita a realizar una estancia como profesor de Lingüística entre 1964-1965 en el Departamento de Antropología y Sociología de la Universidad de California (Carta de Bright a Suárez, 17 de marzo de 1964, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).
También en esos años se afianzan los lazos con otros colegas del ámbito hispanomericano en el marco de las propuestas académicas desarrolladas por el PILEI, programa creado en 1963 que “se proponía vincular entre sí a los lingüistas norteamericanos interesados en América del Sur, y de relacionar a los lingüistas sudamericanos con América del Norte (...) con el apoyo económico de la Fundación Ford y con la activa participación del equipo de trabajo de Solá12”, quien era por entonces docente en Cornell y líder de un importante proyecto de investigación sobre quechua (Martín Butragueño 2009: 22). Entre 1963 y 1964 Suárez es designado coordinador regional para la zona sur (Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay) del PILEI, y en 1964 es invitado a presidir la Comisión Permanente de Lenguas Indígenas, dada su activa participación desde los inicios de ese Programa (Carta de Donald Solá a Suárez, 22 de enero de 1965, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). Asimismo, en esos años fue convocado a participar en los primeros tres Simposios Interamericanos de Lingüística y Enseñanza de Idiomas, también organizados por el PILEI y celebrados en Colombia, Estados Unidos y Uruguay.
Esta dinámica actividad en el país comenzó a limitarse cuando el 29 de julio de 1966 el gobierno de facto liderado por Juan Carlos Onganía, que solo un mes antes había derrocado al presidente democrático Arturo Illia, ordenó el desalojo de cinco facultades de la UBA que habían sido tomadas por docentes y estudiantes debido a la orden de militar de intervenir las universidades públicas, violando la autonomía y el cogobierno conseguidas durante la Reforma de 1918. A partir de este suceso histó rico de violenta represión, que se denominó La Noche de los Bastones Largos, se sucedieron numerosas renuncias de docentes de las univer sidades nacionales. Esta decisión también fue tomada por Suárez, quien dimitió de su cargo en la UNS cuatro años después de asumirlo, el 27 de agosto del 1966, “motivado por la situación universitaria” (Carta de Suárez al presidente de CONICET, 31 de agosto de 1966, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).
Con el objeto de continuar con el ejercicio de su profesión, Suárez se postula para ingresar a la Carrera de Investigador Científico del CONICET.13 Previamente, entre enero y marzo de 1966, esta misma institución había subsidiado su primer trabajo de campo en Camusu Aike, provincia de Santa Cruz, con el objeto de registrar el aonekko ’a’ien (tehuelche) (“Plan de trabajos”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). Con el respaldo de importantes representantes del campo de la lingüística, como Hockett y Malkiel, Suárez obtuvo el ingreso a CONICET en diciembre de ese año en la categoría D-3 (“Resumen de actuaciones en la carrera de investigador científico”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). El plan de trabajo perseguía el doble propósito de profundizar el análisis de esta lengua patagónica y someterlo a comparación con el selk’nam, así como desarrollar un modelo de análisis lingüístico basado en un corpus de oraciones en castellano que partiría de “diversas hipótesis de universales lingüísticos, en el examen de las gramáticas existentes y en lo que se conoce hoy de inventario y tipología de fenómenos gramaticales” (“Plan de trabajos”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).
Este cargo le permitió, además, continuar fortaleciendo los vínculos académicos internacionales. En 1967 se registraron sus primeras actuaciones en México, cuando se realizó el Segundo Instituto Interamericano de Lingüística14 y, en ese evento, el Cuarto Simposio del Programa Interamericano de Lingüística. Solicitó a tal fin una licencia de dos meses sin goce de haberes para dictar cursos en ese evento sobre lenguas indígenas americanas (carta de Norman McQuown a Suárez, 18 de septiembre de 1967; carta de Suárez a Houssay, 1 de octubre de 1967, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). A principios de 1969 alcanzó la promoción a categoría D-4 en la carrera de investigador en CONICET, lo que lo valida como investigador independiente. En esos mismos meses, realizó un viaje a Sao Paulo, Brasil, para participar durante un mes y medio en el Tercer Instituto Interamericano de Lingüística.
En mayo de 1969, Suárez solicitó la renuncia a CONICET a partir de junio de ese año “por motivos de índole exclusivamente privada” (carta de Suárez a Houssay, 23 de mayo de 1969, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). Dos años después, luego de contraer matrimonio con la también lingüista Yolanda Lastra,15 radicó definitivamente en México hasta su fallecimiento en 1985. Su nuevo lugar de trabajo fue El Colegio de México, aunque también dictó clases de Lingüística Indoamericana y de Lingüística General en la UNAM, además de desempeñar tareas docentes en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Sus actuaciones en México dejaron un importante legado y sentaron las bases para el desarrollo de investigaciones sobre lenguas indígenas de ese país.16
Tempranamente, para Suárez, estudiar las lenguas indígenas sudamericanas era un objetivo urgente y debía hacerlo con “técnicas modernas” y priorizando su descripción. En este sentido planteaba que no debía olvidarse “que en este campo lo fundamental es obtener un conocimiento adecuado de las lenguas y no la ejemplificación o compulsa de teorías lingüísticas” (“Exposición sintética de la labor original realizada”, Archivo CONICET, Legajo CIC, Suárez). Por otro lado, buscó articular distintos modelos con el objeto de complejizar los análisis de los fenómenos bajo estudio desde enfoques que se filiaban en la lingüística norteamericana de la época. Al respecto, planteaba en un trabajo temprano:
En una caracterización general de estos métodos hay que hacer resaltar que los lingüistas norteamericanos han insistido repetidas veces sobre su pluralidad. Se admite de antemano más de una descripción válida de una lengua; tales descripciones, como dice Harris, no difieren lingüística sino lógicamente, o por su mayor o menor utilidad para determinados fines. (“Aspectos de la actual lingüística norteamericana”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).
3. Los aportes de Suárez al estudio de las lenguas fuegopatagónicas
Como anticipamos, en las décadas del sesenta y el setenta del siglo XX en la Argentina las lenguas indígenas adquirieron gran relevancia en el ámbito de la lingüística. En este marco, se comenzó a profundizar el estudio de las lenguas patagónicas en otros niveles de análisis distintos del léxico -el más explorado hasta entonces-,17 lo que demandó nuevos relevamientos de campo. En los años en que Suárez realizó sus primeros viajes a la Patagonia: primero a Neuquén en 1958-1959 y, luego, junto a Gregores, a Santa Cruz en 1966-1968,18 también se desarrollaron otras investigaciones auspiciadas por CONICET, universidades nacionales e instituciones extranjeras que mencionaremos más adelante.
A continuación, recuperaremos los principales aportes de Suárez al estudio de las lenguas indígenas del Cono Sur, entre las que destacan las fuegopatagónicas. Como mencionamos, las publicaciones a su cargo sobre las lenguas del Sur fueron escasas y se concentran entre 1959 y 1971. Gracias a los trabajos compilados y traducidos por el equipo dirigido por Fontanella de Weinberg en 1988, al volumen publicado por Fernández Garay y Hernández (2006) 19 y, sobre todo, a la cesión de Lastra del archivo de Suárez al AILLA (Archives of Indigenous Languages of Latin America) que permite acceder a sus registros de campo, es posible esbozar un panorama integral de los estudios emprendidos sobre lenguas patagónicas, los intereses que lo motivaron y los enfoques que priorizó.
3.1. Mapuzungun
Como mencionamos, Suárez produjo solo dos estudios específicos acerca de esta lengua. En uno de ellos realiza un análisis de gabinete a partir de datos recopilados a fines del siglo XIX por Rodolfo Lenz (Suárez 1959), en tanto que en el segundo expone a modo de informe los resultados del trabajo de campo desarrollado en Neuquén.20 Entendemos que estas producciones forman parte de un proceso en el que, en un primer momento, se familiarizó con la lengua sobre la base de la bibliografía disponible, para luego emprender su propia indagación lingüística original. Las referencias a recopilaciones y análisis sobre mapuzungun que se observan en sus textos son predominantemente clásicas: las devenidas de la lingüística misionera jesuita tales como las Artes de Valdivia (1606), Febrés (1765) y Havestadt (1883 [1777]) son mencionadas en distintos segmentos de ambos textos, así como los Estudios Araucanos (Lenz 1895-1897) y el Diccionario y la Gramática de Félix José de Augusta publicados a principios del siglo XX.21 Asimismo, indica haber recurrido a fuentes de cotejo como la autobiografía de Pascual Coña publicada en ese entonces bajo el nombre del recopilador Wilhelm Moesbach (1930), el “Vocabulario rankülche” documentado por Vojtech Frich en La Pampa dado a conocer por Loutkotka (1929) y “el obtenido en Carmen de Patagones entre 1838 y 1842 por H. Hale” (Suárez 1988 [s/f]: 119).
El artículo publicado tiene como propósito “ofrecer una formulación fonémica más consistente y explícita del material de Lenz” sobre la base del corpus que este filólogo había registrado a fines del siglo XIX con un hablante llamado Calvún, a quien referencia como hablante de la variedad pehuenche, propia del área cordillerana a la altura de río Biobío y los volcanes Lonquimay y Copahue. A partir de la revisión del material bibliográfico, Suárez no solo describe en profundidad los fonemas y alófonos, con ejemplos en cada caso, sino que también ofrece algunos alcances sobre la acentuación, las alternancias entre fonemas y la estructura de la sílaba. Se trata así de un estudio analítico en detalle, en el que las referencias teóricas, además, permiten detectar que previamente a su formación doctoral contaba con manejo del manual de fonología producido por Hockett en 1955 (1988 [1959]: 102, nota 5) y estaba al tanto de las publicaciones de IJAL que retoma como referencia (1988 [1959]: 103, nota 8).
El segundo aporte de Suárez se basa en un corpus en mapuzungun registrado por él mismo en Quila Quina, a orillas del Lago Lacar durante una semana de enero de 1958. Allí interactuó con Gregorio Curruhuinca, integrante de la comunidad mapuche de ese paraje, fluido hablante de mapuzungun “de 55 años, nacido en San Martín de los Andes” (Suárez 1988 [s/f]: 107), a quien, por la trayectoria de su bisabuelo, Suárez incluye dentro del grupo denominado “manzanero”. Su habla, pues, corresponde a otra variedad dialectal del mapuzungun, situada al sur del territorio neuquino. El investigador no indica cómo entablaron contacto, pero cabe señalar que Gregorio Curruhuinca fue reconocido en la publicación realizada en los mismos años por el intelectual aficionado neuquino Wily Hassler como “lenguaraz de la tribu del mismo nombre” (Hassler 1987 [1957]: 27) y participante con profundo conocimiento en el ngillatun (ceremonia espiritual) de su comunidad. Suárez transcribió fonológicamente dos textos breves que don Gregorio espontáneamente le dictó, seguidos por una traducción libre y un análisis morfológico en el que se explican y ejemplifican los distintos lexemas y formantes.22 A ello se suma el registro de otras frases y lexemas que Suárez en su informe organiza en paradigmas verbales, tipos de construcciones y clases de palabras. Según sus palabras, el corpus léxico que había anotado comprendía “unos 600 morfemas bases” (1988 [s/f]: 120).
El objetivo del lingüista era realizar la descripción de esta variedad “manzanera” sobre la base del relevamiento de campo y la comparación con el material ofrecido por Lenz en dos de los Estudios Araucanos sobre el dialecto pehuenche -asunto que, como indicamos, fue también objeto de artículo de 1959-, y los datos provistos por Augusta (1916). A tal fin realizó detalladas descripciones y cotejo de diferentes elementos de la lengua, considerando en especial las formas no finitas, algunos adverbios, el orden sintáctico de las frases nominales, la posibilidad de verbalización de las bases sustantivas y la construcción que denomina “bases verbales compuestas” en las que se implican los procesos de serialización verbal e incorporación nominal frecuentes en mapuzungun.
En lo que hace a la morfología, su propuesta de análisis fue de corte distribucionalista. Este método, empleado entonces en el estructuralismo norteamericano, atendía a la segmentación independiente de los elementos del flujo del discurso, la identificación de regularidades y la consecuente presentación de una nómina de morfemas base y afijos que permitiera dar cuenta de las posibilidades de combinación de estos en relaciones sintagmáticas y paradigmáticas (Harris 1954; Hockett 1954). Suárez acude a esta técnica para la descripción de la variedad sobre la base de los datos empíricos; aunque explicita la lógica de la presentación, no aporta mención de las referencias teóricas consultadas.
2.2. La unidad más conveniente para la descripción morfológica es la palabra definida como la secuencia de morfemas cuyo orden es fijo. De acuerdo con su distribución en la palabra, los morfemas se clasifican de la siguiente manera.
2.2.1. Bases
S (sustantivas): se dan sin sufijos después de los morfemas bases de la clase P; pueden unirse a los sufijos de las clases 10 y 20; potencialmente pueden unirse con todos los sufijos que se unen a las bases de la clase V.
V (verbales): son bases no libres; después de los morfemas de la clase P tienen el sufijo 13; se unen a los sufijos de las clases 50 en adelante.
P (pronominales): únicamente se unen con el sufijo 21; además están caracterizadas, de acuerdo con su selección sintáctica con los sufijos de la clase 430, por la presencia de dos componentes morfológicos: persona (1a, 2a y 3a) y número (sg., dual y pl.); tiene alomorfos según su distribución sintáctica.
D (demostrativos): solo se unen con el sufijo 21.
A: no reciben sufijos.
Ax: no reciben sufijos; pueden intercalarse después de V o S entre los sufijos de las clases 130 y 140.
2.2.2. Sufijos
A partir de la clase 50 inclusive cada decena y cada centena indican posición sucesiva y fija en la palabra. Dentro de cada decena los sufijos se excluyen; todos los de la clase (300) se excluyen mutuamente. (...) (Suárez, 1988 [s/f]: 108-109)
En estas categorizaciones es posible reconocer la codificación numérica de los morfemas que distintos lingüistas estructuralistas empleaban como recurso de presentación (cfr. por ejemplo Nida 1949). En este informe, Suárez distingue para el mapuzungun bases que denotan tres clases de palabras: sustantivos, verbos y adverbios, y presenta de modo secuencial los distintos sufijos, a los que numera teniendo en cuenta si generan nombres (clase 10), adverbios (clase 20), si modifican bases V o S como verbalizadores, causativizadores o aplicativos (50, 60 y 70), los que modifican los verbos de manera optativa (100 y 200) -formantes de voz pasiva y media, direccionales, aspectuales, evidenciales, negación y tiempos futuro y pasado-, los que indexan los objetos pronominales y marcas de diátesis inversa (300) y los que denotan modos verbales, flexión verbal finita en modo real, modo imperativo y construcciones no finitas o participiales. Según observa Fernández Garay (2017), Suárez era consciente de que podían aparecer nuevos sufijos que no se habían presentado en el corpus con que contaba; por ello, el esquema resultaba operacional para continuar incluyendo estos a futuro en la descripción. Cabe señalar que este esquema no había sido utilizado previamente en la Argentina, y le permitió plantear un modo novedoso de exposición exhaustiva de la morfosintaxis de la lengua, que hasta entonces contaba con descripciones realizadas desde la lingüística misionera en ámbito trasandino.
Tanto en el trabajo inédito como en el publicado se visualiza el interés de este investigador por señalar nuevos rumbos a la dialectología “araucana”. Es importante señalar que el trabajo dialectológico sobre el mapuzungun desarrollado por Suárez no contaba entonces con antecedentes científicos en el ámbito argentino y comenzó a señalarse como cuestión de interés a principios de la década del sesenta.23 En cuanto al denominado “dialecto manzanero”, Suárez justificó la similitud con el pehuenche establecido por Lenz, y manifestó acuerdo además con este filólogo en que existe una amplia similitud en el habla mapuche de distintas regiones, con excepción del dialecto huilliche. Como cuestión novedosa, se detuvo en el uso del determinante chi con función de artículo, que se verifica principalmente en las variedades sureñas: huilliche y manzanera. No obstante, según indicó, otros elementos en variación eran pasibles de analizarse como variantes dialectales o bien como alternancias regulares debidas a tendencias internas de la lengua. Algunos de los problemas que planteó para continuar indagando mediante la realización de “una amplia compulsa en todas las variedades de araucano” continuaron teniendo vigencia en las décadas siguientes: el estatus fonológico de las sibilantes y palatales [s] y [š], el origen de los fonemas laterales y nasales dentales, la periodización de la incorporación de préstamos del español en distintas etapas del contacto entre pueblos y “la relación que puede haber entre la distribución del vocabulario y los movimientos históricos de grupos araucanos” (1988 [s/f]: 119-121).
Debe indicarse además que en otros trabajos de Suárez en esos primeros años de desarrollo académico se incluyeron reflexiones en relación con el mapuzungun. Las extensas reseñas que en 1963 y 1966 dio a conocer en Romance Philology son en realidad estudios completos en los que aborda aspectos lexicográficos del mapuzungun y de otras lenguas de la región, al tiempo que identifica fenómenos de contacto con el español. Para ello partió del análisis de textos folclóricos y estudios publicados entre 1962 y 1964 por Ricardo Nardi, Guillermo Terrera, Fernando Casullo y Bertha Koessler-Ilg, y del diccionario de Esteban Erize que había sido editado en 1960. Por su parte, las reseñas de 1961, 1962 y 1965 examinan trabajos realizados en Chile también acerca de lexicografía, topo nimia y fonología del mapuzungun. Los textos críticos de Suárez exponen una mirada aguda, informada y de ninguna manera complaciente sobre los trabajos que analiza, en tanto destaca, según el caso, aportes científi cos sustanciales o deficiencias y escasez de novedad.
Por último, observamos que, en relación con esta lengua, promovió la continuidad del relevamiento y el análisis por parte de lingüistas nóveles que integraron su equipo. En 1967, Beatriz Fontanella publicó en IJAL un novedoso artículo breve sobre los sufijos de persona en el sintagma verbal, en el que esquematiza de manera clara las relaciones pasibles de establecer entre sujeto y objeto, y presenta nociones hasta entonces no utilizadas en los análisis de esta lengua, como persona focal y niveles de distancia entre los roles interactuantes. Además, según Prol & Montani (2007), Fernández Guizzetti realizó un trabajo de campo en el Departamento Huilliches de la provincia de Neuquén, para el cual había obtenido un subsidio del CONICET en 1969, cuyo resultado fue una publicación sobre el esquema fonémico “del araucano del Sur (uilice)” (Fernández Guizzetti 1971).24 Finalmente, se observa que la discípula de Gregores, Perla Golbert,25 recurrió al mismo esquema analítico de la morfología empleado por Suárez (1959), a la vez que le agradece “por haberme incitado, valorándolos, a trabajar mis materiales de campo” (Golbert 1975: 7, nota 1).
3.2. La familia lingüística Chon: el análisis del aonekko ’a’ien y del selk’nam
Como indicamos más arriba, la investigación de Suárez sobre la familia Chon se formalizó a partir de 1966. Este conjunto de idiomas, integrado por el aonekko ’a’ien, selk’nam, haush y teushen, había sido objeto del análisis clásico de Lehmann-Nitsche (1913) y puesto nuevamente en agenda desde fines de la década del cuarenta por Escalada, Imbelloni y Bórmida (Domínguez 2020). Los análisis sobre estas lenguas continuaron en los sesenta, con nuevas documentaciones en terreno, lo que permitió dinamizar los estudios de lingüística genética y tipológica en la región.
Detectamos que muchas de esas investigaciones se inscriben en una trama institucional en la que confluían las Universidades de Buenos Aires, La Plata y del Sur, así como el CONICET y la Fundación Bariloche, en la que Suárez indica haber participado (1971:192).26 Entendemos que en esa red tuvo un rol importante Rodolfo Casamiquela,27 quien, entre 1961 y 1966, se desempeñó como asesor científico de los planes de investigación antropológica en la Patagonia del Instituto de Humanidades de la UNS, donde también se encontraba trabajando Suárez. Este programa se proponía una investigación areal que involucraba el registro y la producción de estudios etnográficos, musicológicos, arqueológicos y lingüísticos de toda la región, pero debió discontinuarse debido a la situación política en la universidad a mediados de la década del sesenta (“Informe personal Casamiquela”, 21 de septiembre de 1966, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).28 Casamiquela recupera la labor realizada por distintos investigadores vinculados a ese programa. Entre los miembros de ese equipo destaca a los “esposos Suárez”:
[...] lingüistas de notable formación y seriedad, en cuyas manos descansa en este momento la redacción del primer análisis profundo de la morfología y fonética de la lengua de los Tehuelches Meridionales (del Sur de Santa Cruz), además del futuro estudio comparativo de dicha lengua con aquella de los Onas de Tierra del Fuego, en estudio por parte de una discípula, la señorita Fontanella. Huelga decir que es probablemente la última oportunidad para el estudio de dichas lenguas primitivas, ya que ambas etnias están en vías de rápida desaparición. Dentro de los planes aludidos, en fin, estaba prevista la extensión de los estudios de estos lingüistas a la lengua de los Yaganes de los canales fueguinos, agrupación que cuenta aproximadamente con una docena de sobrevivientes. (“Informe personal de Casamiquela”, 21 de septiembre de 1966, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez).
Como puede observarse, se consideraba que el rol de Suárez, como el de Gregores y Fontanella, era clave para la continuidad de esta línea de investigación.29 Sustentados por marcos teórico-metodológicos de lingüística, los aportes de Suárez en este sentido presentan una solidez de la que carecían los estudios previos, limitados a comparar elementos del nivel léxico. Como se mencionó, en su postulación al cargo de investigador de ese mismo año, Suárez proponía estudiar el aonekko ’a’ien, con el objetivo de confeccionar “un esquema gramatical con vistas a la comparación con el ona [selk’nam]: clasificación de temas, inventario de morfemas gramaticales, elementos submorfemáticos, construcciones sintácticas” (“Presentación para solicitar el ingreso a la carrera de investigador científico”, Archivo CONICET, Legajo CIC Suárez). En el mismo documento planificaba profundizar en “aspectos léxicos de la lengua que ofrecen especial interés lingüístico”, como la cuestión de la sinonimia absoluta; la “taxonomía folklórica de flora y fauna, por la aparente ausencia total de jerarquización en la clasificación”; préstamos y terminología de parentesco, entre otros.
Para llevar adelante esta tarea, realizó, junto a Gregores, una serie de viajes a Camusu Aike, en Santa Cruz, desarrollados -según datos incluidos en sus libretas de campo- entre septiembre a noviembre de 1966, enero a abril de 1967 y enero y febrero de 1968, en los que realizó registros escritos y grabaciones.30 Según señala Fernández Garay, en la documentación de los textos participaron en calidad de coproductores Kamsker/Ana Montenegro de Yebes como principal colaboradora, Sanwen/Carmen Carminatti de Macías, Margarita Pocón de Manco y Keremn/Andrés Carminatti (para más información sobre la biografía de estos coproductores, véase Fernández Garay y Hernández 2006). La revisión de los registros del AILLA permite también identificar las voces de Sofía Macall de López, Julián Macías, Ramón Manchao y de un niño cuyo nombre no es indicado. En las grabaciones se puede escuchar que los dos investigadores se encargan de la documentación, aunque en las dos primeras campañas fue principalmente Gregores quien llevó adelante las entrevistas, secundada por Suárez.
Los materiales lingüísticos comprenden listados léxicos, sintagmas nominales y verbales, consultas sobre la fonética y la fonología de la lengua, como así también narraciones, conversaciones y monólogos, tipos de textos realizados espontáneamente por los hablantes y hasta entonces raramente registrados. En los cuadernos y notas de campo se pueden observar transcripciones fonéticas de cada texto y traducciones proporcionadas por cada uno de las y los hablantes. Las anotaciones dan cuenta de preguntas y reflexiones que Suárez iba desarrollando durante la investigación, y también incluyen análisis preliminares y fichajes de textos que luego incorporaría en sus trabajos. Por otro lado, se detecta que ambos lingüistas intentaban emplear el aonekko ’a’ien en los sintagmas y oraciones fuente de elicitación, con el objeto de obtener correcciones fonéticas y observaciones sobre el carácter dialectal de esas expresiones.
Según Fernández Garay (2017), estas grabaciones fueron clave para estudios descriptivos posteriores sobre esta lengua, ya que en los sesenta se encontraba atravesando un fuerte proceso de retracción y, como consecuencia, también estaba sufriendo cambios estructurales notables que Suárez y Gregores lograron detectar y dejar documentados. Tal es el caso del tono: en el análisis fonológico que se presenta en las notas se identifican dos tonos, uno ascendente y otro descendente, aunque de rendimiento funcional muy restringido, característica que, según en los estudios posteriores -como el realizado por esta investigadora en la década del ochenta-, ya no fue posible identificar.
Otro de los fenómenos que lograron estudiar gracias a este trabajo con coproductores hablantes fue el tabú lingüístico, un rasgo del tehuelche que había sido mencionado en registros previos, pero no se había profundizado desde un enfoque lingüístico. Se trata de un fenómeno mediante el cual se prohíbe el empleo de términos similares al del nombre de una persona fallecida -que usualmente se conformaba en referencia a alguna característica de esta- a lo largo de un año en señal de duelo. Por esa razón, era necesario durante ese lapso reemplazar el lexema; una vez transcurrido ese período, el nombre podía volver a emplearse, pero en muchos la variante también se continuaba ocupando. Suárez (1988 [1971]) vinculó estos casos con la sinonimia absoluta sobre la base de conceptualizaciones muy recientes sobre el tema en el campo de la lingüística como las de Lyons, Leech y Benett, quienes planteaban la imposibilidad de que existiera identidad de significado entre distintos lexemas en cualquier contexto que se lo emplee y que ha sido reconocido como muy infrecuente en las lenguas naturales. En este artículo breve, Suárez reconoció que la abundancia de variantes “iguales semémicamente, lexémicamente y en parte morfémicamente” (1988 [1971]: 127) en tehuelche y algunos préstamos en las lenguas patagónicas se explicaban por el tabú del nombre.
Por otro lado, parte de las grabaciones consisten en consultas de control sobre lexemas registrados previamente por otros investigadores y en otras localidades, para comprobar si los hablantes los conocían. Estas indagaciones le permitieron a Suárez explicar las razones de la divergencia entre vocabularios documentados en momentos, localidades o comunidades diferentes. Concluye, no obstante, que el alto nivel de variación léxica del aonekko ’a’ien no es suficiente para definir dialectos regionales diferenciados (del norte y del sur, por ejemplo) y que realizar este tipo de distinción no agregaría información relevante a la clasificación etnológica. Por el contrario, enfatiza:
Desde el punto de vista lingüístico creemos que el dato realmente informativo, para una lengua hablada en un territorio tan extenso, es que careciera en absoluto de diferenciación; y la práctica de crear dialectos o lenguas a través de denominaciones tribales es una de las causas principales de la confusión en la clasificación de las lenguas indígenas sudamericanas. (1988 [1970]: 93)
Desde este interés tipológico es que Suárez también se propuso estudiar el selk’nam. En este caso no realizó una recopilación personalmente, sino que dispuso de información nueva debida al registro efectuado “en Río Grande (Tierra del Fuego) en 1967-1968 por Delia Suardíaz”31 (Suárez 1988 [1970]: 80, nota 6), joven graduada de la Universidad Nacional del Sur que él mismo dirigía. De esta documentación, que corresponde, según Suárez, a la variedad meridional del selk’nam (1988 [1970]: 94), se conservan los audios con una duración de 3 h 51 m. Estos se componen, por un lado, de grabaciones de elicitaciones de lexemas ordenados alfabéticamente, paradigmas y oraciones estímulo, así como de frases enunciadas de modo espontáneo y de un canto. En ellas intervinieron cuatro hablantes de lengua selk’nam: Angela Loij, con quien Suardíaz interactúa permanentemente, Federico Echelaine, responsable del canto, y otros dos hombres no identificados, en registros en los que la voz de la entrevistadora está prácticamente ausente.32
Además de los audios, el AILLA también alberga una carpeta con notas sobre el selk’nam realizadas por Suárez que permiten reconocer la metodología comparativa implementada. Se trata de ochenta páginas, en las que incluye transcripciones del nuevo registro y revisa analíticamente los principales relevamientos y estudios previos. Así, revisa las nóminas léxicas de Lehmann-Nitsche (1898-1902, en Malvestitti 2015), Lista (1887), Segers (1891), Gallardo (1910), Lothrop (1928) y Gusinde (1926), y de este último también información relativa a la fonología de las lenguas fueguinas. A la vez recupera de los salesianos Beauvoir (1915) y Tonelli (1926) información morfosintáctica, pero sus notas originales al respecto son más escasas que las realizadas en el material tehuelche.
Asimismo, se observan en esta etapa primeros esbozos comparativos con el propósito de definir el estatus de lengua o dialecto de las variedades documentadas. Para ello, una de las técnicas que hemos podido reconocer fue la organización de los datos léxicos presentes en los materiales -tanto selk’nam como tehuelche- mediante las plantillas de Swadesh, creadas en la década de 1940 y sucesivamente reelaboradas. Consistían en listados de cien y doscientos vocablos comunes a cualquier lengua (por ejemplo, sustantivos, verbos, adverbios, pronombres personales e interrogativos, los números del uno al cinco y términos de parentesco), con objetivos de comparación estadística.33
Su trabajo más significativo al respecto sobre la tipología de las lenguas Chon, vinculado con esas notas, se titula “La clasificación interna de la familia lingüística Chon” (1970) y fue el único que publicó en una revista argentina. Allí observa las diferencias que exhiben las clasificaciones realizadas en el siglo XX y propone un análisis léxico-estadístico -también presente en sus notas- siguiendo el modelo de la glotocronología de Swadesh (1964).34 Esto le permitió refutar la postura del lingüista ítalo-uruguayo, Benigno Ferrario,35 quien negaba la pertenencia del teushen a la familia Chon, y a su vez dividía el tehuelche en dos dialectos. A partir de la consideración de un listado léxico básico de siete vocabularios de las lenguas continentales, entre ellos su propia recolección de material tehuelche en colaboración con Gregores, Suárez revisa en profundidad los argumentos esgrimidos por Ferrario y también expone los elementos gramaticales coincidentes entre el teushen y las otras lenguas de esta familia. El análisis comparativo del léxico le permite reconocer una gran cantidad de préstamos entre las distintas lenguas por causa del tabú lingüístico (1988 [1970]). Por su parte, el cotejo de cuatro vocabularios de Tierra del Fuego lo lleva a concluir que el selk’nam y el haush son “lenguas bien diferenciadas” y “no forman un subgrupo frente a las otras lenguas” (1988 [1970]: 96). De este modo, considera que es apropiado explicar este agrupamiento o stock como “cuatro lenguas coordinadas al mismo nivel, con una relación un poco más estrecha” entre teushen y tehuelche y entre selk’nam y haush, “debida a la proximidad geográfica” y además entre las dos primeras por el flujo de préstamos antes mencionado (1988 [1970]: 97).
La continuidad de esta investigación se observa en sus trabajos sobre el grupo Macropanotacana, conformado por lenguas localizadas en el oeste de Bolivia, en el este de Perú, en las zonas brasileñas aledañas y en la Patagonia y Tierra del Fuego. Ya instalado en México y con estudios avanzados sobre las lenguas de esa región, continuó indagando en la sistematización genética de las lenguas Chon, lo que lo llevó a incluirlas dentro de la macrofamilia Panotacana (1988 [1973]).36 Un año más tarde publica “Las lenguas indígenas de América del Sur” (1988 [1974]), un estudio más amplio que problematiza clasificaciones lingüísticas previas, como las Greenberg, Swadesh y Loukotka. Aun cuando se inclina por las de los primeros por seguir “criterios mucho más refinados” (1988 [1974]: 16), expone algunas de sus limitaciones, entendiendo que “el grado de relaciones dentro de cada grupo es muy diferente, ya que no proporcionan una verdadera taxonomía y no dan en cada caso los grupos relacionados más estrechamente” (Suárez 1988 [1974: 16]). Las dificultades con las que se encuentra en los estudios de genética lingüística a gran escala consisten en la poca disponibilidad de registros suficientes de las lenguas bajo estudio, la aplicación de criterios erróneos en el análisis (como, por ejemplo, asignar una lengua a un territorio y suponer que la relación areal es también tipológica, confundir los nombres de las lenguas y los etnónimos, u obviar la variación dialectal) o las propias limitaciones de la lingüística:
En la actualidad, una verdadera clasificación de las lenguas de América del Sur no es factible, aún a nivel de familia, porque como señalamos antes no han sido determinados con seguridad ni los niveles de dialecto y de lengua, ni los de familia y de stock. (1988 [1974]: 17)
Es por ello que, para desarrollar este camino, primero realiza el trabajo de base, consistente en el análisis de las lenguas patagónicas, luego analiza el mosetén y el panotacana (1988 [1968]), para llegar así al trabajo comparativo en el que establece la macrofamilia panotacana (1988 [1973]).
4. Conclusiones
El recorrido por la biografía de Suárez nos permitió, por un lado, reconstruir en profundidad su trayectoria académica inicial y poner en valor sus aportes al proceso de afianzamiento de los estudios lingüísticos en la Argentina. Su participación en el equipo de Salvador Bucca en la UBA, en principio, y posterior liderazgo desde del CONICET y la UNS, su continuo interés en la ampliación de registros de campo y su proyección internacional lo convirtieron en uno de los principales referentes del campo. En el estudio de su trayectoria recuperamos además la incidencia de factores sociopolíticos. A partir del análisis de materiales de archivo, pudimos reconocer, además, cómo los golpes de Estado de 1955 y de 1966 impactaron decisivamente en la organización de las universidades argentinas y, en consecuencia, en la reconfiguración de equipos en el campo de la lingüística. A pesar de ese contexto, la continuidad de estas investigaciones fue posible debido a la fundación del CONICET como parte del programa desarrollista de esos años y la disponibilidad de becas y subsidios internacionales. Por otro lado, una vez provincializados los territorios nacionales, se incrementaron sustancialmente las documentaciones en terreno con hablantes fluidos de lenguas fuegopatagónicas, consideradas clave por lingüistas y antropólogos debido a los procesos de desplazamiento que estaban atravesando. En este sentido, la incorporación de tecnologías de grabación asequibles a los equipos de investigación universitarios y el empleo de modelos homologables de relevamiento como las listas léxicas de Swadesh -a las que recurrió Suárez- permitieron conformar, en términos de Himmelmann (2007), un corpus de datos duradero, multifuncional y accesible a futuros usuarios.
Los primeros quince años de la trayectoria de Suárez que han sido objeto de análisis en este artículo pueden dividirse en dos momentos. En un primer momento se caracterizaron por la realización de trabajos descriptivos de lenguas particulares (guaraní, mapuzungun) que, entre estancias en Argentina y Estados Unidos, fueron complejizándose debido a sus intereses tipológicos y a medida que se afianzaba su vínculo académico con Hockett y con otros colegas como Malkiel y Solá. La perspectiva teórico-metodológica del estructuralismo norteamericano aplicada en sus primeros trabajos lo convirtieron en uno de los responsables de su difusión en el país. Como se explicó, Suárez fue uno de los primeros lingüistas argentinos en adoptar este enfoque y, mediante la publicación con Gregores, en difundir el modelo de Hockett en el país. La incidencia de esta corriente, así como de otros enfoques estructuralistas, en el desarrollo de la lingüística argentina es un tema que, si bien cuenta con antecedentes (Manacorda de Rosetti 1996; Donni de Mirande et al. 1970; Kovacci 2000), debería continuar profundizándose en futuros trabajos sobre las investigaciones de lenguas originarias. Asimismo, desde esta perspectiva, su registro y análisis de variedades de mapuzungun al este de la cordillera de los Andes en clave dialectal también se constituyó como pionero con respecto a una pregunta de investigación vigente en la época, pero aún no estudiada.
En un segundo momento, destaca el interés por la organización lingüística -areal, tipológica y genética- de la región. En el marco de su equipo, las documentaciones sobre el aonekko ’a’ien y selk’nam tuvieron como horizonte el análisis comparativo de la familia lingüística Chon, constituyen también hitos decisivos para el conocimiento de esas lenguas en este período. Sus trabajos tipológicos iniciales se ampliaron al integrarlos en una hipótesis fundamentada de la conformación del stock Macropanotacana.
Finalmente, observamos que la mayoría de sus trabajos de la década del sesenta fueron originalmente escritos en inglés y publicados en revistas del exterior del país, lo que explicaría la poca difusión de esta parte de su obra en el país en su momento. Fueron sus discípulas, sobre todo Beatriz Fontanella de Weinberg, quienes lograron dar a conocer parte de sus producciones en el volumen Estudios de lenguas indígenas sudamericanas editado por la UNS, y a partir de entonces, las referidas a lenguas fuegopatagónicas han sido mucho más frecuentemente referenciadas y citadas. Asimismo, mediante la iniciativa de Yolanda Lastra, Ana Fernández Garay fue otra de las responsables de la recuperación de las documentaciones sobre el aonekko ’a’ien hasta entonces disponibles en el AILLA, pero no sistematizadas desde un análisis lingüístico ni puestas en circulación para destinatarios actuales. La sistematización efectuada invita a profundizar sobre esta primera etapa de su investigación, resignificar sus alcances y explorar en mayor detalle las redes científicas en las que se inscribió, en un momento clave de la profesionalización de la lingüística en la Argentina.