Introducción
La Acrópolis Sur de Palenque está situada al sur del Grupo de las Cruces y está integrada por los Templos XVII, XVIII, XVIII-A, XIX, XX y XXI (Bernal Romero, 2006:18) (Fig. 1). De estos, el Templo XX y en el XVIII-A contuvieron tumbas reales del Clásico Temprano1 (Schele, 1986:114).
Todos los templos que componen la Acrópolis Sur son de importancia ritual por diferentes razones: en el Templo XVII se encontró un tablero donde se menciona la fundación de la ciudad Lakam Ha’ en el año 490 (Stuart y Stuart, 2008:117); el Templo XVIII y el Templo XVIII-A se conocen como “los templos gemelos” porque están juntos, son iguales y posiblemente fueron construidos al mismo tiempo (Ruz Lhuillier, 2007:334; Marken, 2007:67); el Templo XIX es una gran fuente de inscripciones jeroglíficas -una alfarda, una pilastra, un relieve de estuco policromado, y un altar pequeño- que registran eventos míticos y dinásticos (Stuart, 2005:11-12); el Templo XXI, tiene decoraciones sorprendentemente similares al monumento del interior del Templo XIX, siendo ambos templos de la misma época y mostrando paralelismos en el corpus de sus textos (Stuart, 2005:15). Por último, y como ya se mencionó, en la Subestructura del Templo XX hay otra tumba del Clásico Temprano que además tiene pintura mural2 (González Cruz, 2011; Balcells González, 2007).
El Templo XVIII-A y la Tumba 3
El Templo XVIII-A es el edificio contiguo al Templo XVIII. Está construido con piedras irregulares y mortero de lodo, y en algunas partes se utilizó cal y estuco. Tiene un edificio superior con un pórtico de tres entradas con dinteles que miran al oeste, un santuario y dos cuartos laterales con bóvedas3 (Ruz Lhuillier, 1956:9; 2007:459, 526; Marken, 2007:65).
Debajo del piso del pórtico había un entierro (Entierro 1)4 y dos tumbas con algunos huesos y objetos diversos5 (Tumbas 16 y 27). Debajo del piso del santuario se encontró una ofrenda8 y otra tumba (Tumba 3), la más antigua y con osamenta completa de Palenque conocida hasta el momento, la cual además estuvo decorada con pintura mural9 (Ruz Lhuillier, 1956:10; Ruz Lhuillier, 2007:461; Stuart y Stuart, 2008:118; Couoh Hernández, 2015: 711; Delgado Robles et al., 2015:8).
En 1956 Heinrich Berlin descubrió a 0.50 m debajo del suelo del santuario del Templo XVIII-A una apertura con un conducto tubular de mampostería de 8 cm de diámetro, hecho con piedras amarradas con cal y propuso que podría ser un psicoducto10 (Ruz Lhuillier, 1956:12, 22; 2007:464; Stuart y Stuart, 2008:119; Couoh Hernández, 2015; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:81). Al año siguiente, Víctor Segovia lo confirmó y constató que el psicoducto se prolongaba mediante agujeros perforados a cuatro losas superpuestas hasta la cámara funeraria, a la que denominó “Tumba 3”11 (Ruz Lhuillier, 1957:3; 2007:526; Couoh Hernández y García, 2015:80) (Fig. 2).
En la fase más temprana de construcción se realizaron cinco escalones del lado sur del Templo XVIII-A para dar acceso a la tumba (Stuart y Stuart, 2008:119), cuatro de los escalones eran de mampostería y el último estaba tallado directamente sobre la roca madre. Entre este escalón y la puerta cerrada de la cámara funeraria, es decir, una losa vertical, se encontraron restos de cuatro esqueletos en muy malas condiciones (Ruz Lhuillier, 1957:16; 2007:537) (Fig. 3). Estas personas pudieron ser sacrificados12 como parte de los largos rituales que incluyen quemas y mutilaciones con la finalidad de mostrar el prestigio del personaje principal (Tiesler y Cucina, 2004:73-74; Scherer, 2015:72, 140, 153), y es posible que su depósito sea secundario.13 La losa que servía como tapa de la cámara funeraria estaba asegurada en la roca madre mediante un corte y una fila de piedras con cal. Detrás de ella se encontraba una tapia de piedras unidas con tierra y cal (Ruz Lhuillier, 1957:3).
En la Tumba se encontraron vasijas de la etapa Motiepa (350-500 d. C.), es decir, del periodo Clásico Temprano; y recientes estudios de radiocarbono 14 datan el entierro específicamente entre el 250-420 d. C.14 (González Cruz y Balcells González, 2015: 10; Couoh Hernández, 2015:711; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015). Debido a esta datación se descartan las hipótesis de que la tumba pudiera pertenecer al que en los textos jeroglíficos aparece como el fundador de dinastía K’uk’ B’ahlam, quien ascendió al poder en el 431 d. C. según el Tablero de la Cruz, y automáticamente se descartan también todos los demás candidatos, dado que son posteriores (Schele, 1986:114, 117; Stuart y Stuart 2008:119). Por tanto, se continúa sin conocer la identidad del personaje de esta tumba, pero probablemente pueda vincularse al topónimo de Toktahn15 y al título de Señor Sagrado de Toktahn, el cual está asociado con los primeros gobernantes, como K’uk’ B’ahlam y Ch’a, antes incluso del establecimiento de Lakam Ha’ (Palenque). Según el texto del Tablero del Templo XVII, en el año 490 B’utz’aj Ch’ik (487-501 d. C.) funda Lakam Ha’, y a partir de este momento los gobernantes se comenzaron a nombrar como “Señores Sagrados de B’aaku’l” o “Señores Sagrados de Matwiil” (Stuart y Stuart, 2008:113; Vega Villalobos, 2017:44).
La Tumba 3 posiblemente tuvo una planta rectangular de 2.50 por 1.25 metros. Su piso consistía en seis lajas de piedra con aplanado de estuco. Tenía dos nichos,16 uno en el muro este y otro en el oeste. La cámara estuvo techada con una bóveda de cuatro escalones invertidos, cerrada con filas superpuestas de lajas revocadas con cal, a una altura de 2.10 metros al cierre. En la última fila de los paramentos de la bóveda y en su tapa había huellas de tejido.17 Sus muros y las jambas se decoraron con motivos pintados en rojo sobre un fondo blanco (Ruz Lhuillier, 1957:12-13; 2007:527-530; Couoh Hernández, 2011:6; Couoh Hernández, 2015; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:80-81).
Dentro de la cámara funeraria se encontraron dos entierros primarios.18 El cuerpo principal fue colocado en el centro del piso en posición decúbito dorsal, con un orientación norte-sur19 y los análisis bioarqueológicos más recientes lo han identificado como un hombre de aproximadamente 27 años,20 robusto, con altura de 1.62 metros, con modelado de cráneo tabular erecto y sin modelado dental. El segundo cuerpo fue identificado como una mujer de 37 años,21 sin modelado de cráneo22 (Ruz Lhuillier, 1957:13, 17; 2007:532-533, 536; Couoh Hernández, 2011:4, 17, 31; Couoh Hernández, 2015:716; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:83). La mano izquierda del hombre descansaba sobre el área pélvica23 y la mano derecha estaba extendida junto a su pierna sosteniendo una cuenta de jade.24 También contaba con un par orejeras de jadeíta cuadradas y una cuenta de jade en la boca25 (Ruz Lhuillier, 1957:14; 2007, 532-533).
Los restos óseos de este personaje muestran que padeció una escoliosis idiopática severa, la cual es una deformidad progresiva de la columna vertebral que afecta la morfología de la columna, la movilidad y la simetría del tronco (Couoh Hernández, 2011:8, 20; Couoh Hernández, 2015: 716-717; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:81, 84) (Fig. 4).
La representación de deformidades físicas de la dinastía de Palenque en la escultura es común, por ejemplo, en la Pilastra C lado sur de la Casa C se muestra a un personaje jorobado,26 o el caso de Kan B’ahlam, quien es representado con seis dedos en la Pilastra C del Templo de las Inscripciones, en el Pilar E de la Casa A de El Palacio y en el Panel de la Puerta Norte del Templo del Sol (Schele y Freidel, 1990:236).
Según Robertson et al. la deformidad en Palenque fue probablemente la fuerza controladora detrás de un importante sistema de creencias de los mayas del Clásico Tardío (2004:2).
Varias partes del cuerpo del hombre estaban cubiertas con cinabrio27, principalmente la zona pélvica. Se constató la utilización de este mineral por medio de análisis de fluorescencia de rayos X (Ruz Lhuillier, 1957:14; Couoh Hernández, 2011:9, 41; Couoh Hernández, 2015:715; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:81-82). Según Vázquez de Ágredos Pascual, el color rojo como pintura corporal en contextos funerarios tenía la finalidad de conferir vida al cuerpo (2018:11).
El cinabrio es un mineral se encuentra principalmente en ambientes volcánicos y depósitos de aguas termales (Gliozzo, 2021:7). Por estas características, y su color, los mayas lo asociaban con el fuego y con el sol -además del brillo intenso que le confiere el mercurio-. Creían que, si pintaban el cuerpo o una parte de él con este pigmento rojo, les otorgaba calor solar y vitalidad. También imitaba el color y la textura de la sangre28 y con ello se combatía la muerte (Vázquez de Ágredos Pascual, 2018:13). En otras tumbas de Palenque se registraron tratamientos mortuorios con cinabrio, como con K’ihnich Janaab’ Pakal y la Reina Roja29 (Scherer, 2015:78).
Los mayas usaron el cinabrio en ceremonias funerarias30 de gobernantes o personas de alta categoría social desde el Preclásico Medio, en Tikal (Vázquez de Ágredos Pascual et al., 2019:6; Cook et al., 2022:4). La transformación del cinabrio en pigmentos implicó el desarrollo de técnicas y tecnologías que producen diversos rangos de rojos y cualidades como diferente tonalidad, intensidad o brillo. El cinabrio era un bien muy valioso ya que era escaso, implicaba un complejo proceso de manufactura, y era transportado por rutas de comercio de larga distancia (Vázquez de Ágredos Pascual, 2018:12; Cook et al., 2022:17). En el área Maya hay seis grandes fuentes que se han identificado en los Altos de Guatemala y en Honduras, incluyendo las minas de San Miguel Acatlán, Zunil, Nahualá, La Cañada, Los Izotes y La Paz (Houston et al., 2009:65). En Mesoamérica, otros yacimientos de cinabrio que se conoce eran explorados en tiempos antiguos se localizan en los actuales estados de Querétaro (Ávila et al., 2014: 48), Guerrero, Guanajuato y San Luis Potosí (Cook et al., 2022:7).
Pintar los cuerpos de rojo era parte del tratamiento mortuorio de los ancestros reverenciados en toda Mesoamérica, y también era parte de los rituales de reentrada a las tumbas tiempo después de la muerte (Ávila et al., 2014:48; Tiester et al., 2018:41, 52; Vázquez de Ágredos Pascual et al., 2019: 2). Junto con estos rituales se quemaban varias sustancias, se introducían o sustraían objetos de la cámara, y se involucraba a la comunidad para convertir a los muertos en ancestros (Núñez Enríquez, 2012:57).
El tratamiento funerario estaba reservado para la realeza maya, ya que el pigmento de cinabrio y su exposición inmediata provoca fiebre, confusión, vómito, abatimiento y de forma más continua genera insomnio, pérdida de la memoria, depresión, anemia y gingivitis; mientras que el envenenamiento por mercurio provoca la muerte (Vázquez de Ágredos Pascual, 2009: 70, Nota 24; Ávila et al., 2014:48; Scherer, 2015:76-77; Cook et al., 2022:17).
Se sabe, por estudios de otras muestras, que los mayas usaron aditivos para el cinabrio como resinas, gomas y aceites, por sus propiedades aromáticas y de alteración de la conciencia (Vázquez de Ágredos Pascual, 2018:15; Vázquez de Ágredos Pascual et al., 2018).
Además, existe una asociación y correspondencia entre el color y la parte del cuerpo donde fue usado, en este caso, en los órganos reproductivos31, lo que confiere un significado añadido de fertilidad y posiblemente la continuidad del linaje, dadas sus cualidades conservativas -es un poderoso bactericida y tiene propiedades insecticidas- y de retardo del proceso de descomposición biológica, donde al mismo tiempo no afecta el ADN (Vázquez de Ágredos Pascual, 2018:20-21; Tiesler et al., 2018:49-50; Cervini-Silva et al., 2018; Gliozzo, 2021:9).
Los mayas también utilizaban el cinabrio como ofrenda dentro de vasijas32 o bien in situ (esparcido en la cámara o cista), y fuera del contexto funerario para pintar el cuerpo, para tatuar, como cosmético, para lustrar cerámica33 e incluso para tratamientos médico-farmacéuticos (Cervini-Silva et al., 2018:563, 567; Vázquez de Ágredos Pascual et al., 2019:3; Gliozzo, 2021:8).
En la esquina sureste de la cámara, se encontraron los huesos completos de una mujer. Estaba sentada con las piernas extendidas, apoyada en la pared este de la tumba cerca de la entrada y en sus huesos reflejaron que presentó anemia en su infancia. Según los arqueólogos que excavaron esta tumba, este esqueleto no tenía ofrendas y, por lo tanto, es de un estatus más bajo34. A pesar de que tiene tres traumatismos en la cabeza y una fractura en su costilla derecha, no se sabe si fue sacrificada (Ruz Lhuillier, 1957:14; 2007:535-536; Couoh Hernández, 2011:38; Couoh Hernández, 2015:718-719; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:80). Schele propone que esta mujer fue enterrada viva; que ella fue quien realizó el segundo tapiado de la entrada -el de estuco-35 y ahí murió (1986:114) (Fig. 5).
Además de las joyas de piedra verde o jade36 ya mencionadas, tenía un cinturón de máscara de jadeíta, albita, obsidiana y concha,37 y tres hachuelas planas de piedra de carbonato de calcio.38 Según Scherer, este tipo de cinturón ceremonial era usado en un ritual donde el gobernante baila como el dios del maíz y tiene la finalidad de producir sonido al chocar entre sí (2015:91). Por último, se localizaron un par de narigueras39 de concha (Ruz Lhuillier, 1957:14-16; 2007:532-533; Delgado Robles et al., 2015:8). La presencia de la jadeíta en época tan temprana es de resaltar ya que para la época en la que está datada la tumba (250-420 d. C.) la explotación de los depósitos de Verapaz y Motagua apenas comenzaba (Delgado Robles et al., 2015:1, 3; Filloy Nadal, 2015:31), además hay que destacar sus asociaciones simbólicas con la vida, la fertilidad y lo precioso (Scherer, 2015:63). En la tumba había también tres platos de barro rojo lisos y de paredes divergentes, un cajete trípode de barro rojo liso y dos cajetes de barro negro pulidos de la fase cerámica Motiepa, que marca el inicio de la dinastía. Estos no tenían engobe y son de producción local40 (Ruz Lhuillier, 1957:14; Rands, 2012:116; Rands, 1974a, 1974b, 2007; Bernal Romero, 2006:24; Ruz Lhuillier, 2007:536; San Román Martín, 2009:63-64) (Fig. 6).
del Templo XVIII-A
Las paredes de la cámara funeraria poseía un fondo blanco de estuco con motivos rojos de cinabrio (Ruz Lhuillier, 1957:3; 2007: 529; Couoh Hernández y Cuevas García, 2015:81). La decoración de las tumbas en fondo blanco con motivos o textos en rojo es común en la tradición maya, por ejemplo, la podemos encontrar en las Tumbas 1, 6, 12, 23, 25 o en la Tumba de la Habitación 1 de Bolonkín (Adams, 1999; Acuña, 2015; Sheseña y Tovalín, 2021).
Según Schele, las jambas también tenían como marco líneas rojas en la parte de arriba a 1.45 metros de alto (1986:114). La Tumba 3 perteneció a un individuo sumamente importante, porque está decorada con materiales de prestigio que involucran mucha inversión laboral (Villaseñor y Aimers, 2008:30). El uso de la cal y del cinabrio requirieron un proceso de manufactura artificial y su producción involucró reacciones químicas controladas -los procesos de obtención y colección del material de la mina, así como su lavado, preparación, refinado y utilización- (Houston et al., 2009: 43); es por esta razón que el material fue utilizado de manera muy selecta en el Templo XVIII-A.
Por su parte, la piedra caliza es el material con el que se construyeron la mayoría de las ciudades mayas (Rossi, 2018: 207). La caliza y sus parientes geológicos son de las fuentes más abundantes en el paisaje kárstico de la Península de Yucatán (Seligson et al., 2018:2; Villaseñor y Aimers, 2008:30). También fue constante la utilización de conchas marinas o conchas de río molidas (Houston et al., 2009:63 y 64). Palenque fue construida sobre una de las formaciones geológicas más antiguas de la región, ya que en el Paleoceno -63,000 años- estaba bajo el mar y con el tiempo se convirtió en capas de carbonatos y margas, por lo que, literal y metafóricamente, utilizaron al Mar Primordial como materia prima (Cuevas García y Alvarado Ortega, 2012:33-34).
Los mayas comenzaron a utilizar la tecnología de la cal en el Preclásico, alrededor del 1,000 a. C. en las Tierras Bajas (Wernecke, 2008:202). Para su producción eficiente es posible que varios especialistas supervisaran diferentes pasos del proceso. Estos probablemente administraron trabajadores organizados por grupos, además de ubicar y dirigir la excavación de afloramientos de piedra caliza, que eran los más deseables para producir polvo de cal (Abrams, 1996:205; Carmean et al., 2011:147-148). Los productores de cal también debían conocer las diferentes especies de árboles que proporcionaban las mejores maderas para la producción (Russell y Dahlin, 2007:410-413). El transporte de materias primas a los sitios de producción requería una cantidad significativa de mano de obra, principalmente para cortar madera y triturar la piedra caliza a tamaños manejables en el sitio o sacar grandes trozos de piedra caliza de la cantera. Una combinación de cuestiones logísticas, requisitos de combustible y tasas de consumo llevó al desarrollo de diferentes esquemas de organización en otras subregiones del área maya (Seligson et al., 2018:9).
La calcinación de la piedra de la cal a cielo abierto requería temperaturas de al menos 800°C durante un tiempo suficientemente largo, y existen evidencias arqueológicas41 de algunas estructuras permanentes de quemado (Villaseñor y Aimers, 2008:29-30). Posteriormente se agregaba agua al óxido de calcio, de manera manual y gradual, para producir el polvo blanco fino conocido como cal quemada o hidratada -hidróxido de calcio- (Seligson et al., 2018:2).
Para realizar el estuco42 de los murales, los mayas añadían un material orgánico adhesivo -de aminoácidos, como proteínas, semillas de leguminosas y cereales o gomas vegetales- y que modifica su resistencia (Magaloni et al., 1995:483, 486). Por ejemplo, se utiliza el extracto de la corteza de varios árboles como el chucum (Pithecolobium albicans), chacté (Caesalpinia platyloba), chacah (Bursera simaruba) y el jabín (Pescidia communis) para incrementar su eficacia, produciendo más brillo, firmeza y para reducir las grietas (Littmann, 1960:593, 596).
Todo este proceso de manufactura también involucra creencias y rituales (Rossi, 2018:207). Por ejemplo, la producción de cal era concebida como un nacimiento o transformación donde la pira de calcinación se concibe como un útero y, por lo tanto, se asocia con la fertilidad (Schreiner, 2003:483; Villaseñor y Aimers, 2008:30).
El estuco fue una perfecta superficie para los colores que destacan sobre el fondo blanco (Robertson, 1979:1; Rossi, 2018:206). En particular, los colores de las tumbas mayas son profundamente conservadores (Houston et al., 2009:82); y en las prácticas funerarias de la élite, la calcita y el cinabrio fueron pigmentos en especial sobresalientes, ya que ambos tienen propiedades antimicrobianas y antibacterianas (Rossi, 2018:208; Vázquez de Ágredos Pascual et al., 2019:6).
Al mismo tiempo hay emociones ligadas a ciertos colores, y existe una jerarquía estética que afectó la percepción maya del color, un fenómeno donde intervenían varios sentidos: la vista, el olfato y el tacto (Houston et al., 2009:42). Las paredes pintadas de las tumbas demuestran que los espacios mortuorios no eran lugares fríos y oscuros, sino que fueron concebidos como lugares solares y brillantes (Scherer, 2015:219).
El significado del rojo en el área maya es polivalente, por ejemplo, como un instrumento de organización en el sistema direccional del universo, ya que este color está asociado al este por el sol. Otra asociación es el calor y lo grandioso o grande (Houston et al., 2009:24, 28, 31). El rojo se vincula con la sangre, la vida, la muerte y el sacrificio (Gliozzo, 2021:8).
Según Stuart y Stuart, la pintura mural de esta tumba tiene un estilo que parece de un periodo posterior, y por ello argumentan que se elaboró a partir de un reingreso (2008:118-119).43 Al comparar las pinturas murales de los edificios más antiguos del Palacio de Palenque, podemos percatar que realmente los artistas ya contaban con una destreza suficiente y bien aprendida, que posteriormente los llevó a desarrollar su espléndida escultura en estuco (Robertson, 1979:4).
Los dibujos de las jambas nos muestran restos de imágenes de dioses. En la del lado Oeste, se conservó del lado izquierdo el rostro de un personaje con ojo serpentino que posiblemente es K’ihnich, con restos de su tocado en la parte de arriba y con unas volutas y plumas enfrente. En la parte superior derecha de la jamba quedan restos de lo que Schele identificó como el dios “bufón” (Schele, 1986:114). Particularmente, parece que es en su advocación de Uux Yop Hu’n, la cual está relacionada con el Ave Principal y una ceiba (o amate). Por lo general, este dios no está representado de forma completa, sino solo la cabeza. Por su relación con el jeroglífico Ajaw foliado se le ha llamado también K’ihnich Yajawte’ Uux Yop Hu’n.
Uux Yop Hu’n es una deidad recurrente en los monumentos posteriores de Palenque, por ejemplo, está representado en el Trono del Templo XIX; en la tapa de la tumba de K’ihnich Janab’ Pakal; en el suelo del pórtico del Templo de las Inscripciones -como un grafito inciso-, y está nombrado en el Tablero del Palacio (Ruiz Pérez, 2018:38-40, 246).
Es posible que aquí sea parte de su tocado, ya que este es el lugar donde Uux Yop Hu’n suele ser representado. En Palenque se encuentra, entre otras, en la Pilastra D y E de la Casa C del Palacio; en la Plataforma Sur del Templo XIX; en la pared de la cámara funeraria del Templo de las Inscripciones en las figuras 5, 8 y 9, y en varias de las figuras de los costados del sarcófago (Ruiz Pérez, 2018:131-135).
El dios “bufón” en su versión de Uux Yop Hu’n también está representado en la pintura mural de otras dos tumbas mayas: la Tumba 19 de Río Azul, donde aparece tres veces de perfil mirando a la izquierda y en dos de los tocados de los personajes pintados en la Tumba de la Subestructura del Templo XX de Palenque (Ruiz Pérez, 2018: 243-245).
En la Jamba Este se reconoce el rostro de perfil de un personaje zoomorfo, con un tocado con plumas y collar de cuentas. En la parte inferior derecha se ve un motivo en forma de rombo que posiblemente era el cetro44 de este personaje. El animal representado parece ser un pecarí, el cual es ampliamente representado en el área maya. Este mamífero es sociable y forma manadas numerosas, beneficiándose de la defensa grupal y siendo guiado por un líder (Hernández Pérez et al., 2016:14).
Lo destacable de estas imágenes es que se encuentran en las jambas, en un punto físicamente intermedio, entre el adentro y el afuera, un espacio que para los mayas es liminar. Las figuras representan a dioses y es probable que fueran miembros de la dinastía personificándolos. Otro aspecto es que, al parecer, en ambos casos, los personajes de las jambas están mirando al norte, hacia el interior de la tumba y al personaje enterrado, es decir, están entrando para acompañarlo por la eternidad.45 Es indudable que esta tumba tuvo la función de venerar al individuo allí enterrado como un ancestro.
Conclusiones
La Tumba 3 del Templo XVIII-A de Palenque es la más temprana con una osamenta completa y demuestra lo poco que conocemos sobre el inicio de la dinastía palencana, ya que existió un personaje entre el 250 y 420 d. C. que fue lo suficientemente importante para contar con los recursos materiales y rituales necesarios para convertirse en un ancestro relevante, y que por alguna razón no está mencionado en los textos jeroglíficos. Este entierro y su pintura mural demuestra que Palenque claramente fue un asentamiento importante antes del evento de su fundación como Lakam Ha’ en el 490 (Stuart y Stuart, 2008:117).
La Tumba 3 comparte la tradición funeraria de la dinastía maya: una tumba en roca madre que cuenta con bóveda, psicoducto, escalera de acceso, ajuar -cerámica, jade, concha, obsidiana, cinabrio, pintura mural-, acompañantes sacrificados, un templo superior, etc.
En Palenque, esta tumba, al ser la más antigua, establece los patrones que debieron conservarse en las tumbas posteriores. Por lo tanto, marca una tendencia al compartir varios elementos arquitectónicos, de distribución, de orientación y de contenido con otras tumbas importantes de Palenque, siguiendo así la tradición. Cabe destacar que cada una de estas tumbas también presentan sus particularidades.
El cinabrio en la pelvis del personaje enterrado -el mismo material que se utilizó en la pintura mural- tiene una finalidad particularmente conservativa, ya que se encuentra en el área reproductiva, y muy simbólica, dado que posiblemente se mezcló con otros productos como fragancia. Además del cinabrio, en esta tumba de Palenque había otros objetos obtenidos a larga distancia como, el jade, la obsidiana y la concha. Estos materiales provienen de las Tierras Bajas mayas, de zonas costeras y del Centro de México, lo que sugiere la existencia e implicaciones de relaciones políticas y económicas extendidas entre Palenque y estas regiones distantes (Vega Villalobos, 2017:44).
Los datos de radiocarbono sitúan la tumba entre el 250-420 d. C., antes de K’uk’ B’ahlam I (431-435) quien es conocido como el fundador de la dinastía y, por lo tanto, tampoco pertenece a ninguno de los gobernantes posteriores. Lamentablemente la identidad del personaje con escoliosis idiopática severa de esta tumba sigue siendo desconocida (Couoh Hernández, 2015: 714), pero es posible que fuera de los primeros miembros de la dinastía de los “Señores Sagrados de Toktahn”.