Olvidémonos de la idea de la irracionalidad del consumidor. Olvidémonos de que las mercancías sirven para comer, vestirse y protegerse. Olvidemos su utilidad e intentemos en cambio adoptar la idea de que las mercancías sirven para pensar; aprendamos a tratarlas como un medio no verbal de la facultad creativa del género humano.
Mary Douglas y Baron Isherwood. El mundo de los bienes. Hacia una antropología del consumo
Estética y sentido común
Mientras el niño de siete años miraba un video promocional de una de las más importantes maratones de montaña1 que se practica en la Argentina, se le ocurrió preguntar sorprendido las razones por las cuales algunos corredores (los de elite) solo lucían un atuendo elemental (musculosa, short y zapatillas), en tanto que una amplia mayoría disponía de un equipamiento más sofisticado (gorros, cuellos, medias de compresión, mochilas con depósito de hidratación y bastones de trekking). La abuela, algo acostumbrada a presenciar esas carreras por la afición de su hijo, le contestó son sencillez: “porque unos van a correr y los otros van a hacer facha”. Este episodio de campo es apenas una imagen que resume una incisiva interpretación de un sentido común que da cuenta de los efectos que genera la estética runner en los no iniciados. La amplia variedad de diseños y colores de la indumentaria, así como el equipamiento que utilizan los corredores, forman parte de la normalidad urbana de nuestra contemporaneidad. En efecto, esa estética runner constituye una dimensión de relevancia dentro de este estilo de vida, por lo que puede advertirse con cierta facilidad un look runner que trasciende el momento del ejercicio físico o de los preparativos. A partir de estos datos fragmentados no resulta extraño que fluyan interpretaciones lineales de sentido común que destaquen el carácter superfluo y la careta2 del fenómeno, protagonizado por personas frívolas más preocupadas por la apariencia y la pilcha que por otro tipo de valores. Planteado de manera algo más sofisticada (o apenas con jerga académica), no pocas lecturas condenan en la misma línea las identidades y prácticas de sectores que se asumen como más favorecidos, como las clases medias y medias-altas. En consecuencia, el running sería una expresión más del individualismo y del consumismo, del culto al cuerpo perfecto, de una moralidad desconectada de los problemas sociales e identificada políticamente con la derecha y con los estratos sociales más elevados, así como repercusión lineal de un fenómeno global. Dentro de ese mismo esquema interpretativo, de la Cruz (2016) cuestiona también el discurso publicitario del running, sobre todo como una estrategia disciplinadora del mercado y los sectores dominantes, además de considerarla una metáfora de la alta productividad y de los liderazgos (empresariales o políticos). El mismo autor considera al running como un vehículo de una ideología de clase en sintonía con ciertos géneros literarios, como los libros de autoayuda y los manuales para emprendedores. Estas claves de lectura llevan a definir las prácticas de los corredores como búsquedas individualistas que, más allá de sus propias racionalidades, constituirían un reflejo de las lógicas más profundas del capitalismo. Aunque el foco de esta diatriba se centra en el papel de las grandes corporaciones -como las de venta de indumentaria-, interpreta que el running vehiculiza una ideología individualista, un espíritu de superación personal y una competitividad que no admite el trabajo en equipo.
Este artículo resume algunos de los principales ejes de la indagación sistemática sobre el running como un colectivo habitualmente asociado con la moda, el individualismo, el consumo y la estética. Además, todo ello adquiere especial relevancia en tanto los corredores conforman un nicho de mercado muy apetecido por las empresas de indumentaria3 que renuevan continuamente sus diseños y la tecnología de los productos. Son esas compañías las que sostienen sus estrategias en un marketing que puede ser concebido como “una tecnología de la imaginación aplicada para crear expectativas que desencadenen en compras.” (Beckert, 2016: 207). Así es que los distintos productos asociados al running circulan vertiginosamente entre los corredores que lucen su indumentaria en sus entrenamientos y hasta en situaciones ajenas a ese universo. Esas prendas constituyen, sobre todo, los indicadores más evidentes de pertenencia a una comunidad moral de corredores cada vez más visible y masiva en nuestros mundos contemporáneos.
Por ello es que aquí se analizará la problemática del consumo en el running y se intentará mostrar las pautas que guían las elecciones puntuales de sus aficionados, con especial énfasis en las estrategias de presentación personal que en gran parte giran en torno a la indumentaria. Así es que se formula un desarrollo conceptual sobre las problemáticas del consumo y la moda para, de esa forma, comprender las detalladas estilizaciones que suelen desplegar los runners. Se propone pensar al consumo como una dimensión central de la vida cotidiana sin caer en la tentación de postular normativamente una forma genérica de sujeto consumidor. Por lo mismo, se plantea la necesidad de describir y comprender los modos en que los actores se apropian de los objetos e imágenes de consumo y los incorporan a su propia biografía. En esa línea, se sugieren lecturas que superen los mencionados prejuicios etnocéntricos que suelen dominar los abordajes de sentido común sobre el fenómeno. El artículo está sostenido por una etnografía multi situada (Marcus, 1995) que abarca a una comunidad nacional (y en ocasiones trasnacional) de corredores que circulan y se encuentran en los puntos más recónditos de la Argentina. Durante más de dos años de trabajo de campo se han compartido viajes para participar en carreras, entrenamientos y demás espacios de sociabilidad con integrantes de dos grupos o running teams de la ciudad de Mar del Plata. Además, se llevó a cabo una intensa etnografía virtual (Hine, 2000; Hine, 2017; Miller, 2012) que resulta imprescindible frente a la centralidad que tienen las redes sociales, fundamentalmente Facebook e Instagram, en la difusión de las actividades de los grupos de corredores, la organización de las carreras y la cristalización del imaginario del runner. En efecto, los runners suelen volcar en las redes sociales los detalles de sus sesiones de entrenamiento, la cantidad de kilómetros recorridos; relatan sus experiencias, sus adquisiciones de indumentaria y construyen complicidades con otros. Por supuesto, los datos obtenidos en la web no deben verse como un espacio separado o desconectado de la vida real, dado que existen múltiples y ricas conexiones en los contextos en que se usa (Hine, 2000). Esta etnografía virtual, que Boellstorff (2012) prefiere denominar antropología digital, aparece como un modo de aproximarse a las experiencias en línea en su propia especificidad y descarta que los mundos digitales carezcan de la autenticidad y materialidad que sí detentarían la experiencias fuera de línea (Miller & Horst, 2012).
El consumo y los estilos de vida
El estudio de los estilos de vida -con el surgimiento de definiciones más o menos sistemáticas- se ha concentrado en el análisis de las diversos conjuntos de prácticas que, con mayor o menor integración, adoptan los individuos, destacándose sus dimensiones éticas y estéticas (Chaney, 1996). En la misma línea, se resalta la importancia que poseen las formas en que las personas se diseñan a sí mismas; es decir, cómo formulan vocabularios específicos de la vida social que expresan diferentes tipos de autoridad e identidad (Chaney, 1996). Uno de los primeros autores en concentrarse en estas nuevas formas de sociabilidad es Mike Featherstone (2000), quien investigó desde la década de los ochenta las nuevas culturas de consumo. En el marco de su enfoque posmoderno, propone lo siguiente:
(…) elaborar una perspectiva que vaya más allá de la idea de que los estilos de vida y el consumo son productos enteramente manipulados de una sociedad de masas, y de la posición opuesta, que procura preservar el campo de esos estilos y ese consumo o, por lo menos, algún aspecto determinado de él (por ejemplo, el deporte) como espacio lúdico autónomo que está más allá de la determinación (Featherstone, 2000: 143).
Como ya lo advertía Simmel (2013), las acciones de consumo constituyen uno de los elementos centrales de las identidades urbanas. Este clásico de la teoría social le adjudicó una gran relevancia a la moda en las sociedades modernas como fenómeno paradojal que encarna tanto la emulación (y la búsqueda de encajar en la normalidad) como la diferenciación individual (y el objetivo de destacarse). Ello supone que...
(…) aunque la indumentaria indica nuestra afiliación a comunidades concretas y expresa valores, ideas y estilos de vida compartidos, no queremos ser “clones” vestidos de forma idéntica a nuestros amigos. (Entwistle, 2002: 132).
Incluso en la concepción weberiana...
... las nociones de estatus y pertenencia van más allá de simples dimensiones de clase que abarcan cuestiones de “buen gusto” y su articulación visual a través de, por ejemplo, las preferencias en materia de moda y prácticas de ocio. (Bennet, 2005: 61).
Y ello en gran medida porque habitamos un mundo...
... estilizado, rodeado de objetos que han sido diseñados, y también vivimos en un mundo que ya está moralizado y configurado por acciones que se relacionan con bienes y objetivos morales. (Widlok, 2004: 58).
Como señala Beckert (2016), los abordajes clásicos colocaron el énfasis en los procesos de estratificación social generados a partir del consumo suntuario propiciado por los sectores altos de la sociedad. Aunque esas inquietudes no desaparecieron -como corresponde-, cada vez se coloca mayor énfasis en “la constitución multilateral de estilos de vida heterogéneos a través de diferentes patrones de consumo.” (Beckert, 2016: 194). En efecto, las pautas de consumo, ligadas estrechamente a configuraciones estéticas y los designios de la moda, son una parte sustancial pero no definitoria de los estilos de vida, concebidos como proyectos durables y de una permanencia que de ninguna manera se agotan en el consumo. Esto es porque...
... los consumidores construyen una amplia gama de narrativas de identidad asociadas con ciertos tipos de productos ofrecidos en el mercado, un proceso que puede verse como la democratización de la creación de valor simbólico. (Beckert, 2016: 194).
De allí que resulte central considerar cómo las expectativas orientadas al consumo se configuran a partir de las “emociones, la posición social, las instituciones y la distribución del poder en el campo económico.” (Beckert, 2016: 277). El consumo tiene la capacidad de trascender las lógicas de la distinción, ya que los objetos pueden utilizarse para enviar mensajes de variada complejidad e intensidad, expresar emociones y por supuesto también pueden formar parte de densos circuitos de reciprocidad, como ha mostrado con claridad la teoría antropológica desde las primeras décadas del siglo XX. Porque si bien el consumo está altamente influenciado por factores culturales y estructurales que operan en las decisiones estratégicas de los individuos, nunca están completamente dirigidas hacía sí mismos, sino que forman parte de tramas de relaciones interpersonales en contextos situados (Miller, 1998; 2006; Roberts, 1999). Además, “debemos admitir que en el consumo se construye parte de la racionalidad integrativa y comunicativa de la sociedad.” (García Canclini, 1995: 45). En el caso puntual de los “nuevos mercado del tiempo libre” (Chaney, 1996), esta comercialización suele tomarse como un potente indicador de los cambios sociales que favorecieron el desarrollo de una cultura de clase media. Porque, además, la manera en que se emplea el tiempo libre y se utilizan los bienes configuran formas de delinear el estatus; así, se crean vínculos y se generan distinciones sociales (ibid.) Con base en Bourdieu, Osgerby (2006) afirma que...
...este habitus de las nuevas clases medias se expresa a través de una gama de comportamientos, actitudes y gustos, que abarca cada cosa desde la comida y la moda a la música y el diseño interior. (ibid.: 31).4
De la manipulación del mercado a la condena moral
De acuerdo con Friedman (1994), las lecturas marxistas tienden a comprender las prácticas de consumo desde la manipulación psicológica ejercida a través del mercado y sus diversos agentes (publicistas, formadores de opinión, etcétera). Así, el sistema necesitaría crear necesidades falsas para sostener los mecanismos de producción y acumulación capitalista. Sin resignar capacidad crítica acerca del funcionamiento del mercado y sus inequidades, se ha destacado la importancia de considerar la definición social de los bienes de consumo para “demostrar la relatividad cultural de la definición de los bienes” (Friedman, 1994: 4-5). En consecuencia, en vez de considerar los actos de consumo como meras imitaciones, derroche injustificado, debilidad, aspiraciones desclasadas o hasta ilegitimidad, el camino sugerido apunta a identificar las estrategias de presentación personal, las maneras en que nos diferenciamos de los otros y definimos subjetivamente nuestras identidades a partir de un conjunto de bienes de consumo (Friedman, 1994). Todo ello se conjuga con la relevancia dictada por las necesidades de la práctica etnográfica de desentrañar cómo definen esos actores sus opciones de consumo. Más allá de que nuestros interlocutores formulen explicaciones sistemáticas, de forma más o menos explícita, es posible encontrarse diversas racionalizaciones que, por ejemplo, pueden ser de naturaleza pragmática (“necesito esas zapatillas porque son las mejores”), estética (“es lo más lindo que se ha hecho”) o incluso moral (como apoyar una industria local o nacional). En consecuencia, se pretende no caer en explicaciones normativas que encajen en determinadas elaboraciones teóricas que -con pretensión transcultural- les asignan intencionalidades a los actores por encima de sus propias racionalidades. Se trata de buscar explicaciones que den cuenta de la complejidad bajo la cual los actores experimentan sus actividades cotidianas e intentan cumplir con sus objetivos, “satisfaciendo sus deseos o concretando sus ambiciones a través de acciones legítimas” (Campbell, 1994: 34).
En efecto, bienes de consumo como la indumentaria y los adornos pueden envolver usos instrumentales o simbólicos que expresan una dimensión de un colectivo particular. Shipway y Jones (2007) se han referido a la importancia que tiene para los corredores (británicos en este caso) lucir la indumentaria propia de esta subcultura. Estos autores señalan que, por ejemplo, las remeras de las carreras o de los grupos de entrenamiento operan como una marca distintiva que da cuenta del capital simbólico de cada corredor, además de las historias que suelen llevar asociadas. Las remeras de las carreras (denominadas remeras técnicas) constituyen otro objeto relevante para lucir en determinados momentos. Muchos corredores las conservan y las utilizan en los entrenamientos; dejan constancia de parte de su itinerario runner. En general se trata de indumentaria llamativa que permite -inclusive para los que no son expertos- leer diversas huellas. Estas pueden ser geográficas -como el lugar en el que se corrió o la carrera en sí, cuando no necesita estar acompañada por la referencia geográfica- o de la distancia en la que se participó. Esa indumentaria funciona como un indicador que, aunque puede ser impostado, evoca las carreras en las que se ha participado. Se trata de indicadores de pertenencia que también sirven como excusas para iniciar conversaciones en ámbitos ajenos o propios del running (Shipway y Jones, 2007). Por ejemplo, la remera de El Cruce5 es la marca en sí misma y no necesita ninguna otra aclaración que no puede ser captada por el que sabe.
Douglas e Isherwood (1990) destacan que la condena moral al consumismo implica un obstáculo de relieve para comprender esta problemática en el mundo contemporáneo. En particular, la ropa de moda ha sido uno de los blancos preferidos de los discursos moralizantes. Las diatribas “contra los excesos del consumo y su despliegue vulgar” (Douglas e Isherwood, 1990: 17) se complementan a la perfección con las posiciones correctas en ciencias sociales que tanto cuestiona Becker (2009). Porque, en efecto, “el consumismo es un asunto más complicado que la gordura individual, y la indignación moral no basta para comprenderlo.” (Douglas e Isherwood, 1990: 17). Rendirse sin cuestionamiento a la interpretación extrema del consumo como un simple juego de exhibición, de emulación, o como una irracional ceremonia de derroche que protagonizan los sectores más favorecidos de la sociedad, tampoco aporta demasiado. Ello no descarta la relevancia que los juegos de estatus llevan asociados a cualquier tipo de consumo, en sintonía con los planteos de autores clásicos como Veblen, Malinowski y Mauss. Por ello es necesario establecer diferencias con algunas tendencias posmodernas que conciben a los sujetos como consumidores inestables, expuestos a las imágenes de los medios masivos de comunicación y cuyas identidades no están mayormente construidas a partir de sus relaciones interpersonales. Más allá de las habituales inclinaciones al ensayismo y a las generalizaciones omniabarcativas, los estudios culturales han colocado un marcado énfasis en la centralidad de los medios de comunicación y los procesos de consumo en nuestra contemporaneidad. Del mismo modo, muchas de estas investigaciones han destacado la capacidad reflexiva de sujetos que cuentan con recursos disponibles para desplegar sus proyectos personales. Así, estarían en condiciones de...
... modificar creativamente y negociar la naturaleza estructuralmente experimentada de clase, género y raza, dando lugar a nuevas articulaciones de identidad derivadas de manera reflexiva. (Bennet, 2005: 54).
En consecuencia, no resulta aconsejable descartar que el consumo pueda ser una arena de creatividad cultural, de realizaciones personales e incluso de estrategias contrahegemónicas (Miller, 1994). Si, por el contrario, se admite cierto margen de libertad de elección (Miller, 1994) en actores que no se encuentran imbuidos por las mismas lógicas, tomar al consumo como una arena de creatividad personal no parece una idea descabellada, porque “es innegable que las ofertas de bienes y la inducción publicitaria de su compra no son actos arbitrarios.” (García Canclini, 1995: 43). Así, la postulación de un centro de poder que manipula y predice las elecciones de los consumidores se desvanece, al igual que su opuesto polar: el de las utopías consumistas.
En esta línea, Appadurai plantea que...
... tenemos que seguir las cosas en sí mismas, porque sus significados están inscriptos en sus formas, sus usos, sus trayectorias. Es solo mediante el análisis de estas trayectorias que podremos interpretar las transacciones humanas y los cálculos humanos que dan vida a las cosas. (Appadurai, 2015: 23).
En efecto, resulta imprescindible, como sostiene Löfgren (1997), considerar en detalle el modo en que los productos y los patrones de consumo son elaborados, expandidos, distribuidos e institucionalizados. Porque ello también obliga a pensar la manera en que los consumidores se singularizan (relativamente) en el proceso social a través del consumo, se trate o no de bienes suntuarios. De aquí la importancia de no caer en las explicaciones asimétricas que describan la existencia de una selecta minoría con la capacidad de manipular fácilmente a las personas, en contraste con una mayoría estúpida dispuesta a malgastar su dinero. En conclusión, las modas logran imponerse cuando tienen la capacidad de captar:
... el “estado de ánimo” o el “gusto” que está surgiendo. Si se hubieran de buscar formas de conectar la moda con la indumentaria, deberíamos seguir la pista a las conexiones entre fabricantes, distribuidores y consumidores. Un lugar evidente por donde empezar es por los intermediarios culturales, como los periodistas y los compradores que divulgan y promueven la moda y, al hacerlo, se mueven entre fabricantes y consumidores (Löfgren, 1997: 270).
Running, moda y presentación personal
Los medios de comunicación proveen en nuestras sociedades contemporáneas un repertorio de imágenes, informaciones y productos que pueden ser apropiados selectivamente por los sujetos. De este modo, se conforman procesos en los que se construyen y articulan identidades reflexivas y lo cotidiano se vuelve un espacio estilizado (Featherstone, 1991; Bennet, 2005). En definitiva, un estilo de vida, como en este caso el running, implica un proyecto estético (Chaney, 1996). Incluso puede hacerse referencia a un marketing de estilo de vida, que “ha alterado sutilmente el modo en que se producen, distribuyen, comercializan y venden no solo la moda, sino también artículos como la comida.” (Entwistle, 2002). La particular indumentaria de los corredores no solo es una de las dimensiones más visibles del fenómeno sino parte de un exitoso mercado en el que las empresas de ropa deportiva han colocado un marcado énfasis. De hecho, las estadísticas mundiales de venta de indumentaria deportiva colocan a la vestimenta de running solo detrás de los productos futbolísticos en el tope a escala mundial. Desde hace un tiempo, los comercios de venta de ropa deportiva, en especial las tiendas oficiales de algunas multinacionales, destacan sus productos -incluso por encima de las prendas de fútbol como la camiseta de la selección argentina- otorgándoles un amplio espacio y una posición estratégica en el diseño de cada local. Los colores de los cambiantes diseños de productos como las remeras y las musculosas de drifit, las calzas, las remeras primera piel, los buzos, los rompevientos y demás accesorios (guantes, buffers, gorros) que ya son sinónimo del running, suelen dominar los comercios que buscan mayor sofisticación. Un local de venta de una multinacional norteamericana en la ciudad de Mar del Plata es un claro ejemplo del lugar que ocupa la estética runner. Situada en un tradicional paseo ubicado en una de las zonas más cotizadas de la ciudad, la tienda deportiva gira en su mayor proporción en torno a los productos vinculados con el running. Las vidrieras muestran un maniquí en perfecta posición de carrera rápida a los que se les van renovando los productos típicos del corredor: zapatillas, shorts y remeras (o musculosa o rompeviento). Una vez que se ingresa en el local, que posee amplios espacios de desplazamiento, las prendas están distribuidas en los costados y en el centro, destacadas también con otra media docena de maniquíes, aunque no todos de cuerpo entero. A medida que se avanza comienzan a aparecer otros productos deportivos en general (mochilas, pantalones y camperas de abrigo), pero la estética runner se impone y recupera la centralidad en algunos de los espacios finales de la tienda. Otras señales como las fotos de atletas sobre las paredes (un ejemplo sería el de la maratonista local, auspiciada por esa firma, María de los Ángeles Peralta) terminan por definir la omnipresencia del estilo runner, cada vez más legitimado, asociado al buen gusto y, eventualmente, a la distinción y exclusividad.
En su estudio sobre la moda, Roland Barthes definió que el hecho de vertirse a uno mismo es un acto de significación que se expresa a través de convenciones tales como la posición social, la ideología, la procedencia geográfica, la pertenencia a una casta o la religión, entre otras. Esas potenciales afiliaciones se manifiestan de manera individual o combinadas, pues a partir de la ropa se expresan divisiones, jerarquías y solidaridades que refieren a la existencia de códigos sociales e institucionales que las sostienen y perpetúan (Barthes, 2003). La moda es en realidad un complejo sistema que envuelve la producción, la distribución y el consumo que a su vez despliega
... una serie de organizaciones interconectadas y con puntos de coincidencia implicadas en la producción y promoción del vestido, así como en las acciones de las personas al actuar sobre sus cuerpos cuando se “visten”. (Entwistle, 2002: 6).
En efecto, la moda no se comprende cabalmente sin los obreros textiles, los diseñadores, ciertos objetos no humanos -por ejemplo las máquinas de coser, los intermediarios culturales y los agentes de promoción-, pero sobre todo a partir de la conformidad de los consumidores. En este marco, una de las claves del sistema capitalista es cómo se construye el deseo por nuevos productos, sobre todo cuando los que se poseen tienden a perder su atractivo a lo largo del tiempo. Porque la moda suele movilizar experiencias sensualizadas que alimentan las fantasías del individuo (Finkelstein, 1996: 58) y que eventualmente redundan en una “pluralización del yo” (Langman, 1992) en la vida moderna, expresada de modo cambiante según los contextos. En el caso del running, esa amplia gama de opciones favorece ciertos “rituales de ornamentación”6 (Nixon, 1992) para lograr el look correcto. Por supuesto, la elección de cierta marca, más o menos exclusiva, puede operar como un símbolo de distinción, como suele suceder con todos los artículos de lujo. Es lo que ocurre con determinados productos imposibles o difíciles de conseguir en el medio local, ya sean zapatillas de marcas, modelos exclusivos, indumentaria ultraliviana de última generación, o los gadgets tecnológicos (modernos relojes con geolocalizador, cámaras para filmar el recorrido de una carrera).7 Más allá de la exclusividad, se hace difícil pensar en mercancías que no sean capaces de simbolizar un tipo de estatus social, aunque algunas lo hacen con mucho mayor énfasis y capacidad de emitir poderosos discursos sobre la posición social de un sujeto. No son pocas las conversaciones entre corredores que aseguran identificar, a través de diversos marcadores, a las “minitas conchetas8 que vienen todas tuneadas a mostrarse.” Sobre todo las carreras de trail, y en particular aquellas más tradicionales y glamorosas (por la propia competencia, pero también por el lugar en que se realizan) constituyen situaciones en las que esas ceremonias de ostentación de consumo se hacen más visibles y ningún detalle de presentación personal se deja de lado.
La ropa siempre ha sido uno de los objetos privilegiados de la reflexión en torno al consumo; en particular, las estrategias de presentación personal de los individuos y los juegos de estatus. De igual modo, puede representar -o intentar hacerlo- posición social, poder, pertenencia “tribal”, un tipo de carácter, preferencias sexuales e incluso éxito económico y educativo. Desafortunadamente, tanto la vestimenta como los “objetos de mediación” (Douglas e Isherwood, 1990), vinculados con el consumo, “han sido artificialmente abstraídos del conjunto” (Douglas e Isherwood, 1990: 18), impidiéndonos acceder a una comprensión más profunda de los procesos sociales. Por supuesto, en el marco de la objetivación de los prejuicios, la dimensión estética relacionada con el mundo de la moda se asocia a lo femenino. En este caso, sería el cuidado en la combinaciones de colores y diseños que las marcas ofrecen cada vez con mayor variedad. Esta idea del cuerpo ornamentado específicamente femenino encuentra en el running una evidente anomalía por las cuidadosas estilizaciones masculinas que pueden hallarse, así como por la dimensión pragmática de la vestimenta runner, en particular en el genero del trail. Porque la estética runner no solo forma parte del conjunto de rasgos que definen el modo en que los aficionados estilizan su opción por correr, ya que también puede ser uno de los criterios entre un runner experto (en definitiva, un verdadero runner) y un inexperto, entre quien sabe y quien no sabe. Las prendas que vestimos y el modo de llevarlas son objeto de lectura, interpretación y juicio constante por parte de los otros, se pueden configurar como una fuente generadora de estigmas de diversa clase (ridículo, mal gusto, demasiado llamativo, ostentoso etc.). El saber vestirse, además de los juicios estéticos que conlleva, es leído en ocasiones en términos morales cuando se lo hace apropiadamente o cuando se cometen errores serios, dado que nuestras prendas forman parte sustantiva de la identidad y la posición que se nos asigna en un determinado colectivo.
En definitiva, “el vestir forma parte del orden microsocial de la mayoría de los espacios sociales y, cuando nos vestimos, hemos de tener presentes las normas implícitas de dichos espacios.” (Entwistle, 2002: 43). Todo ello implica que la estilización de la vida que caracteriza a los corredores se complementa a la perfección con los adelantos tecnológicos en materia de indumentaria. Un corredor experto analiza en detalle los requirimientos de abrigo y protección en carreras exigentes en terrenos que pueden llegar a resultar hostiles, ya sea por las grandes distancias, las dificultades de tránsito o por las variaciones (montañas, arroyos, selva) y extremos climáticos. Así, la ropa diseñada para el ejercicio atlético se enmarca, se estetiza (Appadurai, 2015) y se configura un confort estilizado, un lookeo que combina la amplia gama de opciones que el mercado ofrece (guantes térmicos, gorros, viseras, remeras primera piel, calzas cortas y largas) como parte de la cotidianeidad de los runners que buscan sentirse rápidos, atléticos, protegidos y poderosos, pero también bellos. Por supuesto, las mercancías son susceptibles de experimentar procesos de desviación (Appadurai, 2015) de sus concepciones originales. El look runner trasciende a los propios corredores; hoy forma parte de la indumentaria habitual de caminantes que lo replican en ámbitos contiguos para los que no necesariamente fueron diseñados. Son casos en los que la indumentaria deja de ofrecer la información precisa de la situación o que se expande a tal punto que evidencia una mayor ambigüedad acerca de los datos contextuales que transmite. De hecho, las empresas de indumentaria suelen tener otros géneros que llaman “urbano” para vestimenta casual, o incluso sportwear.
Correr, mostrarse y saber
Los corredores ponen en escena una cuidadosa ornamentación en ocasión de las carreras y los entrenamientos. Los fríos extremos, la lluvia y el viento constituyen excelentes oportunidades para el empleo de la amplia variedad de productos que los corredores pueden escoger. La elección de las prendas adecuadas envuelve una ritualización que moviliza saberes específicos que suelen provenir de la experiencia cotidiana de correr. Las decisiones de emplear guantes, usar remeras de mangas largas, calzas, gorros, remeras primera piel, obedecerán a una estrategia que garantice el entrenamiento o la carrera más confortable posible. Esas elecciones, guiadas en gran parte por la estética, están mediadas por un conocimiento técnico de esos productos que generalmente descansan en un saber popular acerca de cuáles son, por ejemplo, las mejores zapatillas del mercado. Sin embargo, esas evaluaciones técnicas pueden ir a contramano de consideraciones estéticas. En efecto, al elegir la marca de un producto se opta mayormente a partir de criterios estéticos, en particular remeras y pantalones, aunque también opera un imaginario que apela a saberes que determinan que alguna marca tiene los mejores calzados para las carreras de trail (una multinacional norteamericana), mientras que otra (una multinacional japonesa) posee las mejores zapatillas para correr sobre el asfalto. Incluso hay quienes se adhieren a una marca por considerar que su indumentaria tiene la mejor tecnología. De hecho, existen blogs y foros en internet con análisis de las características de la ropa deportiva, principalmente sobre el calzado. Algunos blogs incluso publican rankings de las mejores zapatillas para cada actividad a partir de criterios que no suelen estar explicitados por completo. El experto, en este caso, relata su experiencia en la utilización de las zapatillas de diversas marcas que fueron lanzadas al mercado; desmenuza una amplia suma de detalles, sobre todo técnicos (suela, ajuste, comodidad, amortiguación, tracción, degaste), pero también estéticos, y elabora sus conclusiones acerca de las ventajas y virtudes del producto, además de cuál sería el usuario ideal de las zapatillas por peso, tipo de terreno, pisada o estilo de correr. Además, hay un “tráfico de criterios respecto de las cosas cuando hay una mayor diferenciación social, técnica y conceptual” (Appadurai, 2015: 85); es decir, los que saben, los expertos, enseñan o aconsejan a los novatos acerca de los criterios de elección, valorizaciones y tipos de productos de las marcas. Esa funcionalidad cumple un papel relevante: todas las zapatillas sirven para lo mismo, pero no cumplen la tarea de la misma forma. Algunas pueden tener una mejor amortiguación o, por el contrario, ser más propensas a producir lesiones. Por supuesto, las mercancías no solo valen por lo que hacen sino por lo que significan, dado que refieren a imágenes vinculadas con valores, lugares, personas o eventos deseados que así expresan futuros deseados que se vuelven accesibles. El comprador, en este caso quien se inscribe en una carrera, también “busca una ‘conexión’ con los espacios, los tiempos, las personas o los ideales que el objeto que está comprando encarna en sus ojos.” (Beckert, 2016: 195). Se trata de asociaciones que “son ficcionales en el sentido de que agregan cualidades a los bienes que existen solo a través de imputaciones de sentido.” (Beckert, 2016: 196). Esos saberes se conjugan eventualmente con criterios de pertenencia grupal, como ocurre con las remeras de los running teams y le permiten al corredor dejar asentada su mermbrecía a la misma comunidad moral.
Garton e Hijós (2018) señalan que el running, junto con el fitness y el CrossFit, son los deportes con más postureo, en gran parte alimentados por la penetración de las redes sociales. En toda esta compleja construcción del colectivo runner, las redes sociales y su poderosa expansión marchan en sintonía con esta estilización de la vida y, al mismo tiempo, se configuran como un canal de expresión relevante de la espectacularización y las estrategias de definición personal que conllevan estas prácticas. Pero, sobre todo, surge del análisis de la participación femenina en el running,
... gran parte de las practicantes considera importante, aparte de seguir una rutina de entrenamiento, estar al tanto de las novedades y seguir las tendencias en la ropa deportiva o tener algún complemento tecnológico a la última moda. (Garton e Hijós, 2018: 36-7).
La relación entre la vestimenta y el erotismo ocupa en el running un papel muy importante en el marco de cuerpos que ejecutan diversas y, en ocasiones, espectaculares performances. Los cuerpos vestidos para la ocasión según los mandatos de la estética dominante y el toque personal de cada corredor se encuentran en permanente exposición y cercanía. Claramente,
... la indumentaria y otros adornos corporales forman parte del vocabulario con el que los seres humanos se inventan a ellos mismos, llegan a entender a los demás y entablan significativas relaciones entre ellos. Por consiguiente, parece inevitable que se incorporen en el vocabulario del deseo y en los imaginativos encuentros eróticos que tenemos con los demás (Entwistle, 2002: 207).
No son pocos los testimonios recogidos en el terreno de sujetos que inician su itinerario runner seducidos por lo que para ellos son cuerpos atractivos de los corredores, sin que después tenga una relación directa con el grado de involucramiento con este estilo de vida y la durabilidad del itinerario.9 Ello se enmarca en un contexto global en el que...
... para muchos aficionados, un elemento importante del running consiste en la ayuda que proporciona para mejorar su propio capital físico y su atractivo, lo que implica una inversión sobre el propio cuerpo. (Shipway y Holloway, 2016: 274).10
Aunque se insista en el modo en que los runners están pendientes de las novedades en materia de indumentaria (calzas, remeras, nuevo calzado) y adelantos tecnológicos, esto no descarta que dejen de desarrollar su propio estilo, su toque personal. Ya sea por las elecciones concretas de la amplia variedad de marcas y modelos, los corredores con medios económicos cuentan con las posibilidades de definir su estilo personal. Una gran cantidad de empresas multinacionales y firmas locales ofrecen una extensa gama de productos que eventualmente se convierten en objetos de estatus y auxiliares tecnológicos (Douglas e Isherwood, 1991). En ese sentido, el running combina y entremezcla esas dimensiones en los objetos de consumo. Por supuesto, algunas marcas y productos específicos son marcadores identitarios, en algunos casos verdaderos garantes de membrecía de una comunidad moral. Adicionalmente, sostiene Miller, “el estilo es una estética transitoria que favorece la originalidad individual en nuevas combinaciones. Se orienta hacia el exterior y para mostrar, y se basa en eventos particulares.” (Miller, 1994: 59). Lejos de considerar a los consumidores como meros autómatas, el look runner admite que sus adherentes cultiven su propio estilo, en sus dos dimensiones: la individual y la transitoria (Miller, 1994). Individual porque el portador de la indumentaria elabora su presentación personal y, en su elegancia en el acto virtuoso de correr, construye una expresión de sí mismo y de su carácter. La dimensión transitoria tiene que ver con el peso de las modas sobre las elecciones de los individuos que, en el running, se expresan en la proliferación de los más variados diseños, en particular de zapatillas, calzas, rompevientos, remeras y musculosas. La selección de marcas, colores y el tipo de prenda (usar calzas largas o cortas, shorts redondos, ropa ajustada, colores discretos, etcétera) no son aleatorios y ofrecen un rango relativamente amplio para cada performance atlética, ya sea en entrenamientos o carreras. En efecto, la moda implica un ejercicio de cálculo altamente ritualizado que suele ser definitorio de la administración de las identidades (Entwistle, 2000). Ese cuerpo moldeado en el running puede incorporar, además de la vestimenta, otra clase de atributos visuales tales como el peinado, las posturas, el maquillaje, determinados artículos (joyería) o algún tipo de modificación corporal (piercing o tatuajes). Esto revela que la afirmación de la individualidad también puede ser una marca de pertenencia grupal, que no es otra cosa que el balance entre conformidad y diferenciación que destacaba Simmel (2013) en su lectura sobre el papel de la moda en los modernos centros urbanos. Así es que, aun cuando se destaquen las tendencias individualistas del running, autores como Llopis Goig (2014) describen a los corredores como actores singulares con una sensible autoconciencia de los beneficios de este estilo de vida para la salud y el bienestar. Apoyado por sólidas bases cuantitativas, el mismo autor ha destacado también una marcada heterogeneidad en el universo del running que abarca opciones solitarias y hedonistas, pero también participaciones grupales y con fuertes vínculos interpersonales en los grupos de entrenamiento.
Los corredores no solo adquieren productos materiales, sino que es frecuentre que compren experiencias; en este caso consumen eventos, principalmente carreras. Al decidir participar y pagar la inscripción, el corredor espera que esa competencia (sobre todo las de trail) se transforme en una experiencia de vida, un recuerdo imborrable que alimenta su currículum de corredor y le permite formar parte de la comunidad moral del running. Algunas carreras producen poderosos y durables imaginarios y se transforman en objetos de deseo como competencia, pero también por la distancia cuando es extrema; los ultramaratones serían un ejemplo de esto.11 Esos desafíos personales obligan a fijar entrenamientos rigurosos y sistemáticos que enfrentan diversos obstáculos, ya sean lesiones, desmotivación, falta de tiempo, etcétera, además de la inversión de horas y dinero que demanda viajar a los lugares en donde se realizarán las competencias.12 Que ese producto (carrera) llene las expectativas generadas en su promoción, o por los saberes compartidos del colectivo runner, es una cuestión que el propio corredor pondrá a prueba. Se trata, por supuesto, de un camino susceptible de entregar frustraciones que atentan contra la energía emocional (Collins, 2003) del corredor. Por ejemplo, cuando una carrera no satisface lo que se espera de la belleza e intensidad del recorrido, una adecuada organización, el contenido del kit del corredor, entre otras posibilidades. El kit reúne un conjunto de productos que se entregan al corredor y son parte de la inscripción a las carreras. Además de la remera técnica para lucir en la competencia, se suelen proporcionar otros elementos usados por los corredores, como remeras primera piel, cuellos y hasta medias de compresión, junto con otros productos alimenticios para antes, durante y después de las carreras (barras de cereales, gomitas energéticas, sal con bajo contenido en sodio, bebidas isotónicas, entre otros). Además, cuando los corredores participan en carreras paradigmáticas, los documentos visuales son todo un insumo de un marketing alrededor de la persona que incluye, por supuesto, la circulación en redes de las fotos que muestran, a modo de souvenir, la participación y densidad de su currículum. En definitiva, una práctica ideal para la “espectacularización de la personalidad” (Sibilia, 2008). La difusión vertiginosa de las redes sociales marcha en sintonía con esta estilización de la vida y se configura como un canal de expresión relevante de la espectacularización y las estrategias de definición personal que conllevan estas prácticas. Por supuesto, existen imposturas de quien incorpora la moda runner, gente que tal vez ni siquiera realiza trotes ligeros por la costa. Toda esta clase de prácticas, que podrían ser definidas como inauténticas o efímeras, pueden ser interpretadas como una búsqueda constante de acceder a una existencia viable y legítima. Por eso, el modo en que los actores controlan su apariencia denota su particular habilidad para manejar las impresiones que genera en los otros en situaciones particulares (Goffman, 2001).
Conclusiones
A lo largo de este artículo se ha intentado mostrar de qué manera los runners estilizan su opción por correr. Al tomar como central la problemática del consumo, se ha realizado una apuesta comprensiva de un conjunto de prácticas que giran en torno a una de las variables más visibles (la vestimenta) de un colectivo en ocasiones estigmatizado de frívolo y superficial. En efecto, no pocas interpretaciones académicas (sobre todo en la actual coyuntura política argentina) de estas dimensiones “frívolas” de lo social en general han estado influenciadas por un sentido común que se alimenta de un pensamiento nacional-popular (Sigal, 1991). Los razonamientos derivados tienden a despreciar las lógicas de consumo, en particular de los sectores medios, como condenables actos de imitación de los sectores altos o bien, señales inequívocas de superficialidad. En esa sintonía, se ha cristalizado un esquema explicativo que no hace más que plantear en otros términos el concepto nativo de careta que se aplica para leer los comportamientos de los otros cuando se les adjudica trivialidad e impostura. Así es como el running podría encuadrarse muy fácilmente como una moda vacía, creada por las apetencias del mercado, como una práctica que estimula el consumo desenfrenado de diversas mercancías asociadas a una ética y estética de clase media alta. Se trataría de un furor de época que encuadraría en el culto al individualismo, protagonizado por sujetos preocupados por su éxito deportivo, el cuerpo perfecto y relaciones sociales superficiales.
En contraposición con este tipo de interpretaciones aquí se postuló que los estilos de vida, en este caso el running, pueden abordarse como potenciales tecnologías de autogobierno (Crossley, 2005). Este concepto permite exponer los mecanismos a través de los cuales los individuos adquieren la capacidad de crearse, transformarse y entenderse a sí mismos, en términos reflexivos. Ello va más allá de cómo el imaginario del runner ideal encuadra en los términos del cosmopolita en tanto viajero que busca lo nuevo y que explora su identidad y su biografía, en el marco de “una apertura generalizada a la experimentación cultural, las identidades híbridas y las transferencias e intercambios culturales internacionales” (Appadurai, 2015: 261). En esa sintonía, las redes sociales le permitirán mostrarse (a aquellos que cuentan con los recursos necesarios) corriendo en los más variados lugares del planeta, tanto en maratones de las principales urbes del mundo (Nueva York, Londres, Tokio, Berlín) como en geografías exóticas y espectaculares, desde la Cordillera de los Andes hasta los Alpes suizos y franceses.
En términos más concretos, el running permite conjugar la tendencia a la repetición que ofrecen los productos del mercado con experiencias personales que los actores experimentan como hechos artísticos. Ello posibilita la expresión de una singularidad que demanda un conjunto de objetos que son producto de la ingeniería y el mercado. Sin embargo, se trata de productos que se encuentran al alcance potencial de cualquiera, pero se usan y combinan de manera individual en la vida cotidiana (donde el look runner se extiende), los entrenamientos y las carreras. La elección de las marcas de indumentaria, la utilización o no de remeras técnicas, los lugares donde se entrena, la pertenencia a un running team y las carreras en las que participan se configuran en un amplio menú de opciones posibles que crean distinciones al interior del colectivo runner.
A lo largo del texto se ha tratado de poner en escena los patrones de consumo de los corredores, que además habilitan distintos rituales de ornamentación que caracterizan a este estilo de vida. Se trata de un “yo adornado” (Entwistle, 2002) que permite comprobar de qué manera “la experiencia de cuidar y presentar el cuerpo está social y temporalmente constituida” (Entwistle, 2002: 42), además de la vestimenta como algo hermoso y deseable (Entwistle, 2002: 60). Ese proceso se concreta mediante una “estética fundamentada” (Willis, 1990), entendida como el modo en que los sujetos se apropian de manera dinámica y creativa de las imágenes y de los objetos bajo sus propios esquemas de interpretación. Precisamente, el equilibrio entre el carácter transitorio de la moda y la necesidad de durabilidad que requiere un diseño sustentable socialmente, parece funcionar a la perfección en el ámbito del running. En efecto, se postula que esa estilización constante de la vida cotidiana que envuelve a la opción por correr va mucho más allá de la vestimenta elegida. Además de definir a su práctica como un ejercicio virtuoso, los corredores la eligen porque se trata de una vida más bella (Gil, 2018). Así se revelan también como actores que despliegan una amplia variedad de experiencias de consumo. Al comprar y utilizar determinada indumentaria y elegir ciertas carreras y sus running teams, los corredores movilizan expectativas imaginarias que en una amplia proporción pueden ser satisfechas. Inclusive no solo se cumple con esas expectativas imaginarias sino que se las puede sobrepasar, sobre todo con las experiencias de ciertas carreras que cargan de energía emocional a los corredores. Cuando ello ocurre, es frecuente que se repitan año con año y así se construye un ciclo ritual con carácter sagrado en su itinerario runner; cuando no lo hacen, también operan como estímulo para encontrar esas experiencias y emociones en otra de las tantas competencias que se ofrecen. Ello garantiza la auto-celebración (sobre todo en las redes sociales) y el acceso a un estado mental (la locura13 de los corredores) que es lo que precisamente prometen los emprendedores que organizan carreras y lideran los running teams. Esos actores consiguen montar redes que perduran en el tiempo, genuinas innovaciones a partir de expectativas ficcionales. Esos exitosos -y en ocasiones creativos- emprendedores construyen futuros imaginados prevalecen sobre otros eventuales competidores, cristalizan en hechos y experiencias concretas los ideales éticos y estéticos que movilizan a la mayor parte de los corredores.
En definitiva, el running surge como un estilo de vida propicio para la implementación de las más sofisticadas estrategias publicitarias y de diseño por parte de las empresas. Aunque asediados por los criterios de la moda y los mandatos dominantes de las sociedades contemporáneas (por ejemplo, determinadas configuraciones corporales), los corredores despliegan sus propias estrategias creativas de inserción en este estilo de vida atravesados por las lógicas del mercado y las tendencias hegemónicas de nuestra contemporaneidad. Pero también -y allí radica una de las riquezas de este estilo de vida- se puede acceder al modo en que los sujetos desarrollan sus propias tecnologías de autogobierno sin que por ello sean descriptos como sujetos librados completamente a su voluntad ni meros reproductores del sistema capitalista que solo admite disciplina, aspiraciones desclasadas y la búsqueda desenfrenada de distinción social.