Introducción
El tema de las emociones ha propiciado un campo de investigación que abre posibilidades de reflexión sobre una dimensión esencial de la realidad social. El estado emocional de las personas determina, en gran parte, la manera en que perciben el mundo. Esta sola razón hace imprescindible acercarnos al mundo de las emociones para comprender mejor lo que acontece en la vida cotidiana de los actores sociales.
Abordar el tema de las emociones reviste una gran complejidad porque es sumamente extenso y varía de acuerdo con la perspectiva a partir de la cual se estudia. Si bien durante un largo tiempo gran parte de la investigación realizada sobre las emociones provenía fundamentalmente del campo de la filosofía y la psicología, de 1980 a la fecha, se puede detectar un interés creciente en su estudio desde otras ciencias sociales como la sociología, la antropología, la lingüística, las neurociencias y otros campos de investigación como el análisis del discurso, la psicología discursiva, las representaciones sociales.
Es más, hoy en día se habla del giro afectivo en las ciencias sociales y las humanidades como un cambio en la producción de conocimiento que se basa en el estudio del afecto y la emoción. El giro afectivo promueve una aproximación transdisciplinar a la teoría y al método “que necesariamente instiga a la experimentación en la captura del co-funcionamiento cambiante de lo político, lo económico y lo cultural, convirtiéndolo afectivamente como cambio en el despliegue de la capacidad afectiva” (Clough 2007, 3). Se asocia con ciertos cambios significativos de las sociedades contemporáneas, que se manifiestan tanto en la vida cotidiana, los comportamientos y los hábitos como en relación con la política (Arfuch 2015). Esta revalorización de la dimensión afectiva o emocional se ha manifestado en su inclusión como objeto de estudio en investigaciones de diferentes ramas del saber.
Dada la importancia que ha adquirido el estudio de los fenómenos afectivos/emocionales, el propósito de este texto es presentar y formular algunas reflexiones sobre la manera en que han sido abordadas las emociones/afectos desde el campo de las representaciones sociales. Me interesa en particular señalar la necesidad de considerar la dimensión emocional en la investigación que se realiza en este campo porque su estudio puede proveer claves para entender la organización y funcionamiento de las representaciones sociales.
El texto está organizado en cuatro acápites. En el primero se aborda la manera en que han sido estudiadas las emociones desde diferentes perspectivas con el fin de proporcionar un recuento que permita ubicar las diferentes dimensiones en que han sido estudiadas, así como algunos indicios de dónde y cómo abordarlas. En el segundo, se expone la relación entre emociones/ afectos y representaciones sociales; se resalta la importancia del estudio de la dimensión emocional de las emociones y se da cuenta de los trabajos más importantes en el campo. En el tercero, se proporciona un recuento detallado de algunos de los trabajos empíricos realizados tanto desde la perspectiva estructural como la procesual o cualitativa. Por último, se exponen algunas líneas de investigación a futuro.
El estudio de las emociones: perspectivas diversas
Al observar las relaciones cotidianas entre individuos se puede identificar que aun cuando estas relaciones pueden desarrollarse sobre un plano estrictamente funcional, la dimensión emocional tenderá a invadir la situación social. Rimé (1989, 2005) plantea que sin que los sujetos tengan una conciencia clara, “una proporción considerable de sus conversaciones cotidianas se refiere a sus experiencias emocionales respectivas, sus preferencias, las problemáticas afectivas a la que se confrontan, las tensiones o traumatismos de los que han sido objeto” (1989 , 461).
Como todo constructo complejo y, las emociones lo son, definir las emociones no es una tarea fácil. Aunque, como ya se ha señalado, las emociones se han convertido en un foco de interés en diferentes campos disciplinares, no existe consenso en la definición de lo que es una emoción y establecer sus fronteras y modalidades resulta ser una tarea compleja. De hecho, hoy continúa siendo objeto de debate e investigación tanto su origen, como su estructura interna, así como las diferencias entre diferentes estados afectivos. Esto debido a que las nociones de emoción, afecto, sentimientos, pasiones, estados de ánimo no constituyen una clase unitaria sino un grupo heterogéneo de nociones.
La distinción conceptual/terminológica entre la emoción, el afecto, el sentimiento, o el estado psicológico ha sido objeto de discusión de varios de los investigadores en el campo de estudio de las emociones (Ekman 1994; Frijda 1994; Hansberg 1996; Plantin [2010] 2014). Abordar tales diferencias implica una reflexión compleja, multidisciplinaria y sistémica de los procesos emocionales y fenómenos afectivos desde el contexto social donde están insertas y desde donde siempre son experimentadas y adquieren diversas dimensiones, tales como la cultural, política, expresiva, identitaria, relacional, normativa, corporal, comunicativa, etc., cuestión que se evidenciará más adelante en el texto. Si bien esta diferenciación no será exhaustiva, se revisarán teorizaciones desde diversas disciplinas que tienden puentes coherentes con la teoría de las representaciones sociales (TRS).2
Más que exponer diferentes definiciones de las emociones, me interesa ubicar los diferentes enfoques para su estudio. Entre las diversas perspectivas existentes se pueden ubicar las siguientes: la darwiniana, la jamesiana, la cognitiva, la constructivista y más recientemente la antropológica, la sociológica y la discursiva. Cada una de ellas tiene su propio conjunto de supuestos sobre la naturaleza del fenómeno afectivo y de cómo llevar a cabo la investigación en este campo. Sin embargo, existen varios planteamientos que se superponen entre dichas perspectivas y sus tradiciones de investigación asociadas (Cornelius 2000).
Por ejemplo, desde la psicología cognitiva (Arnold 1960; Lazarus 1982; Schachter y Singer 1962) las emociones constituyen uno de los aspectos más centrales y omnipresentes de la experiencia humana. De acuerdo con esta perspectiva, no es el estímulo físico en sí mismo lo que ocasiona la emoción sino la representación cognitiva y la evaluación del estímulo en su contexto físico y social (Schachter y Singer 1962). El concepto medular en las teorías cognitivas sobre la emoción es el de valoración (appraisal); por eso, desde este enfoque las emociones nos ayudan a interpretar y evaluar las situaciones y objetos sociales y a actuar en consecuencia. Lazarus (1982) postula que son las valoraciones cognitivas las que vinculan y median entre los sujetos y el ambiente, provocando emociones particulares como resultado de las evaluaciones específicas que realiza el sujeto, de su relación con el ambiente en virtud de su bienestar. La tesis general que guía su posición es que “cognición y emoción están usualmente fusionadas en la naturaleza” (Lazarus 1982, 1019).
Desde el construccionismo social (Armon-Jones 1986; Averill 1983, 1990; Harré y Finlay-Jones 1986), las emociones son una construcción discursiva y social. Se parte de considerar que el lenguaje desempeña un papel fundamental en la construcción social de la realidad. Siguiendo esta perspectiva, las emociones están determinadas por el sistema de creencias, se aprenden cuando el individuo interioriza los valores de su cultura y son, por lo tanto, patrones de comportamiento social y culturalmente construidos. Una emoción es un significado culturalmente aprendido que le permite al sujeto organizar una experiencia privada; es una construcción social que se realiza a partir del lenguaje y de ciertas normas culturales (Páez et al. 1989).
La sociología de la emoción (Collins 1981, 1984; Hochschild 1979, 1983; Kemper 1978; Thoits1989) parte del planteamiento fundamental de que la mayor parte de las emociones humanas se nutren y tienen sentido en el marco de nuestras relaciones sociales. Se trata de una sociología que aborda la amplia variedad de afectos, emociones, sentimientos o pasiones presentes en la realidad social que pone énfasis en la necesidad de tomar en cuenta el “contexto social en el que estas son expresadas, la dinámica de las interacciones y la relación social que las produce; estas a su vez son expresión, en el cuerpo de los individuos, del riquísimo abanico de formas de relación social” (Bericat 2000, 150). El objeto propio de la sociología de la emoción es estudiar las relaciones entre la dimensión social y la dimensión emocional del ser humano. Para Hochschild (1979) las emociones no son simples respuestas biológicas, sino que son producto de la interacción social y, en particular, de la manera en que el individuo evalúa y maneja sus respuestas en el marco de determinada ideología, la dinámica de poder. Las emociones están cargadas de significados, de sentidos anclados en contextos socio históricos específicos, contextos entre cuyas dimensiones merece la pena señalar la dimensión normativa, la dimensión expresiva y la dimensión política (Hochschild 1979).
De acuerdo con ciertos planteamientos de la antropología de la emoción (Rosaldo 1984: Lutz y White 1986; Le Breton 2013), las emociones no son componentes fisiológicos y universales, sino que incluyen pensamientos y juicios de valor que varían culturalmente. De ahí que se opte por indagar el significado cultural y variable en el que se encuentra inscrita la emoción (Lutz y White 1986). Las emociones son fenómenos psíquicos que involucran la dimensión del cuerpo, son pensamientos corporeizados (Rosaldo 1984; Le Breton 2013). De acuerdo con este enfoque interpretativo, la emoción es un aspecto central del significado cultural, por el hecho de que las emociones están casi siempre implícitas en las categorías socialmente construidas.3 Las emociones son a la vez interpretación, expresión, significación, relación, regulación de un intercambio; además, éstas participan de un sistema de sentidos y valores que son propios de un conjunto social; es decir, para que un sentimiento sea expresado y experimentado por un individuo aquel debe pertenecer al repertorio común del grupo social (Le Breton 2013).
Dado que la perspectiva teórica de las representaciones sociales surge del campo de estudio de la psicología social y colectiva, considero importante señalar algunos antecedentes del estudio de la emoción que han marcado ciertas pautas para su estudio. Desde los años veinte del siglo XX, Blondel ya había sostenido la tesis de que los procesos aparentemente internos, como la afectividad, eran en realidad fenómenos colectivos. Para Blondel la vida afectiva sería:
[…] lo que de más necesaria e inexorablemente subjetivo hay en nosotros. Todo esfuerzo para hacer de ella un objeto asimilable a los otros, para plegarlo a las distinciones, abstracciones, generalizaciones, clasificaciones indispensables, alteraría sin remedio el carácter único e incomparable de manifestaciones que son todas nuestras y que jamás se manifiestan dos veces (1966, 168).
Frente a los demás procesos de la conciencia, los estados afectivos no son nunca neutrales ni indiferentes, para Blondel (1966) lo que verdaderamente confiere carácter vivencial a una experiencia, como tal, experiencia personal es, precisamente, la coexistencia de una determinada tonalidad afectiva.
Blondel sostiene que los procesos afectivos no son una cuestión personal o individual sino necesariamente colectiva. De ahí que señale que la influencia que ejerce la colectividad en aquello que sentimos, percibimos es fundamental y que la intensidad y las circunstancias de una emoción dependen de los cánones sentimentales del grupo y de una cultura determinada. Por ello insiste en que, normalmente los estados afectivos se viven en el seno de grupos más o menos bien delimitados, en el interior de los cuales ejercen una acción contagiosa más o menos intensa:
Todo estado afectivo importante tiende a resonar sobre el grupo. Cuanto más adaptado socialmente es el medio en que nos encontramos, más neta y franca es su participación y más fuerza toma nuestra emoción. A falta de este medio y de esta participación, ella no realiza todas sus virtualidades mentales y motrices (1966, 170).
Esta participación del grupo en nuestras emociones es, por otra parte, sentida por nosotros como una necesidad: “Tenemos más horror a la soledad moral que a la material. Nuestros estados afectivos quieren ser aprobados, es decir, compartidos” (Blondel 1966, 170).
La necesidad de compartir nuestras emociones es también resaltada por Bernard Rimé, quien se ha dedicado al estudio de lo que él denomina el “compartir social de emociones” o “reparto social de las emociones”. Rimé ha argumentado que por un largo tiempo la psicología social se había concentrado en la dimensión cognitiva de los fenómenos sociales y había permanecido radicalmente alejada de sus dimensiones emocionales. Según este autor, fenómenos como los prejuicios, las representaciones sociales, las actitudes, la persuasión y la comunicación, así como los sentimientos habían sido reducidos por la psicología contemporánea, a algún tipo de abstracción conceptual que tiene lugar en los individuos durante su interacción con sus semejantes (1989, 459). Sin embargo, las experiencias emocionales privadas son generalmente compartidas socialmente y, por lo general, la persona que lo experimentó re-evoca el episodio en un lenguaje compartido a algún destinatario (Rimé et al. 1998).
Para Rimé, en su forma más común, el intercambio social de emociones ocurre en el curso de conversaciones en las que los individuos se comunican abiertamente y discuten un evento emocional y sus reacciones a él; en otras palabras, el compartir social de emociones es el proceso de reactivar la emoción a un nivel más simbólico, en el contexto de las interacciones interpersonales subsiguientes. Al compartir socialmente sus experiencias emocionales, los individuos aparentemente pueden modificar su percepción subjetiva de estas experiencias de una manera positiva; por tanto, la persona afectada relatará a otros sobre las circunstancias emocionales del evento y sus sentimientos experimentados. Un elemento importante de la revocación “no son los hechos o eventos relativos a la emoción, sino más bien lo que el sujeto resintió en relación con esos hechos o eventos” (Rimé 1989, 468).
Desde la psicología colectiva, que es la rama de la psicología que más ha estudiado la afectividad, se presta atención especial al factor afectivo de la vida social, el cual se encuentra localizado no sólo en lo que se reconoce como sentimientos, sino también sobre todo se encuentra bajo la forma de comportamientos y objetivaciones (Fernández 1994, 117). De acuerdo con Fernández Christlieb al hablar de la afectividad es necesario señalar no sólo su carácter social sino también su naturaleza colectiva, por eso argumenta que la afectividad es colectiva. Las acciones que llevan a cabo los miembros de los grupos necesariamente implican un involucramiento emocional y representan una experiencia significativa para ellos y es precisamente en esos sedimentos que dejan las experiencias en donde se dinamizan los procesos de las afectividades colectivas (Fernández 1994). Por tanto, se podría concebir a la afectividad como un flujo que atraviesa la conciencia, las relaciones y los discursos. También afirma que la afectividad es colectiva, por lo que cualquier sentimiento, por reducido que sea, aunque sólo se trate de un leve sinsabor, puede ser comprendido solamente en referencia a algún modo de sociedad y de ciudad. La afectividad colectiva es colectividad afectiva (Fernández 2000, 43).
Fernández también sugiere que los sentimientos son sociales porque suceden en la interacción con el otro, en la actividad grupal o intergrupal y la afectividad es colectiva porque toda afectividad está dentro de la colectividad, “entidad monolítica, descarnada de los individuos y encarnada en abstracciones” (2000, 50). De ahí que para él toda afectividad sea pertenencia a una colectividad ya sea una ciudad, sociedad o cultura; esto significa que: “uno está constituido por ellas, hecho de ellas, que ellas encarnan enteramente en uno mismo, de modo que no forma parte de esa cultura, sino que es esa cultura, y no puede reconocerse a sí mismo fuera de ella; existe una identidad entre la colectividad y su pertenencia” (Fernández 2000, 46). Por tanto, para reconocerse como parte de una colectividad es imprescindible compartir una serie de sentimientos, emociones, afectos que se construyen en la interacción con los demás.
Para cerrar este apartado, considero importante señalar que, para poder captar todo lo que está involucrado en el fenómeno afectivo, es necesario contar con un marco multidisciplinar integrador. A mi parecer algunos de los planteamientos que tendrían que ser integrados, dependiendo del objeto de estudio a investigar, serían: su dimensión cognitiva (Lazarus 1991; Schachter y Singer 1962), la construcción social de las emociones (Armon-Jones 1986; Lutz 1988), su entendimiento y explicación en contextos sociales (Collins 1990; Durkheim [1912]1982), su regulación y expresión (Hochschild 1979), el papel que desempeñan en la acción colectiva (Barbalet 1998; Flam 1990) así como su expresión por medio del discurso (Edwards 2001; Plantin 2014). Estas diferentes contribuciones, desde mi punto de vista, sirven para resaltar el lazo que une a las emociones con las representaciones sociales y las diferentes dimensiones que se tendrían que retomar para su estudio.
Emociones y representaciones sociales
Para explicar el vínculo entre estos dos constructos teóricos, es necesario plantear que las representaciones sociales tienen que ver con la manera en que los sujetos comprenden los acontecimientos de la vida cotidiana, en relación con su contexto situacional, histórico y cultural. Siguiendo a Jodelet, las representaciones sociales, son “imágenes que concentran significados, sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que sucede e incluso dan un sentido a lo inesperado, categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver” (1986, 472). Estas actúan como sistemas de interpretación elaborados grupalmente. Para Moscovici, la representación social es “una modalidad particular del conocimiento cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos” (1979, 17) y esa representación del conocimiento compartido, como han argumentado Kalampakis y Hass, está “determinada por los individuos que utilizan esquemas de pensamiento social; éstos se integran en sus sistemas de valores dependiendo de su historia, experiencias previas, pertenencia y contexto social” (2008, 452) y a esto habría que añadir, su carga emocional.
El papel que desempeñan las emociones en la construcción de las representaciones sociales es muy importante. Si bien Moscovici (1973, 1979, 1988), hizo algunas referencias tangenciales al carácter emocional de las representaciones sociales, la reflexión sobre ellas ha sido marginal en la teoría de las representaciones sociales (TRS) y dicha marginalización, como varios autores han señalado, ha socavado la plena comprensión de la producción y uso del conocimiento (Banchs 1996; González 2008; Flick 1998; Marková y Wilkie 1987). Sin embargo, recientemente ha surgido un interés creciente en investigar el papel que desempeñan aspectos de la subjetividad tales como necesidades, motivaciones y afectos en la construcción de éstas (Campos y Rouquette 2003, de-Graft Aikins 2012; González 2008; Gutiérrez 2013, 2019; Höijer y Rimé 2005).
Existen varias investigaciones que han contribuido a discernir del papel que juegan los fenómenos afectivos y emocionales en la construcción de las representaciones sociales. Sin embargo, en este texto no describiré en detalle cada una de ellas, dado que existen otros escritos que pueden ser consultados al respecto (Banchs 1996; Bouriche 2014; de-Graft Aikins 2012; Gutiérrez 2013, 2019), solo mencionaré brevemente algunos planteamientos centrales que permiten entender dicha relación y la importancia de su estudio y destacaré en algunos de los más recientes.
Al respecto, se ha señalado que las emociones y afectos que se movilizan en los grupos establecen y refuerzan los núcleos de significado de acciones creencias y relaciones; ellas ejercen entonces un rol preponderante en “la selección de informaciones y en el posicionamiento favorable o desfavorable tanto frente a aquello que se considera objeto de representación como en la construcción de ese objeto a través de un discurso que le confiere realidad objetiva (objetivación) y lo ancla en una red de significados (anclaje)” (Banchs 1996, 120). También se ha señalado que las representaciones sociales se distinguen, además de su origen, contenido y funciones, por su carga afectiva: “Una representación social es un conjunto de creencias, actitudes y un campo estructurado de ellas, que une explicaciones, clasificaciones, intenciones de conducta y emociones” (Valencia, Páez y Echebarría 1989, 190). Algunos investigadores han destacado el papel de las emociones en las actitudes intergrupales, en la construcción de la identidad y en el pensamiento social (Duveen 2001; Kalampalikis y Haas 2008; Marková y Wilkie 1987), así como en la necesidad de incorporar la conceptualización de las representaciones sociales como procesos emocionales (Marková y Wilkie 1987). Sin embargo, como señala de-Graft Aikins (2012), estas ideas todavía no han sido desarrolladas rigurosamente.
Incluso se ha argumentado que toda representación social tiene un componente emocional pero también que existen representaciones sociales sobre las emociones o la afectividad, es decir, de las teorías implícitas sobre las emociones, “asociadas a guiones de interacción y basadas en las posiciones sociales de los sujetos, que existen no sólo en la cabeza de los sujetos, sino que existen y se validan públicamente, a través de la comunicación y la acción, como han insistido los autores interaccionistas simbólicos y construccionistas sociales” (Valencia, Páez y Echevarría 1989, 191).
Además, las emociones son inseparables de toda producción subjetiva humana y, por ende, son constituyentes de las propias representaciones sociales. González Rey (2008) sugiere que las diferentes dimensiones sociales en las que el sujeto actúa subjetivamente no deben entenderse como fenómenos exclusivamente individuales, sino como una parte importante de cualquier fenómeno social. El concepto de subjetividad social se discute en relación con sus consecuencias para el desarrollo de las representaciones sociales que, según él, son producciones simbólicas-emocionales compartidas (González Rey 2008). Argumenta que el concepto de subjetividad social puede proporcionar una comprensión más articulada del papel de las emociones en las representaciones sociales asociando las emociones a los sentidos subjetivos, en lugar de considerarlas como “elementos sueltos”. Al estar asociadas a los sentidos subjetivos, las emociones se convierten en una característica central que alimenta las representaciones sociales. Es más, se podría argumentar que las representaciones sociales tienen un componente emocional y que este constituye un aspecto importante a tomar en consideración para entender, de manera más puntual, su organización y su funcionamiento interno. Para Guimelli y Rimé la experiencia emocional es parte de la construcción del significado atribuido a un objeto (2009, 166). Las interacciones están en el origen de la focalización en algunos aspectos del objeto y más notablemente en los aspectos emocionales; por lo que las emociones pueden constituir un vector del cambio representacional.
Otra cuestión que también es importante mencionar es que, durante un extenso periodo, el estudio de las emociones en el campo de las representaciones sociales estuvo subsumido en la dimensión de la actitud. Al respecto cabe señalar que si bien existe una relación estrecha entre las emociones y la actitud esta no es de sinonimia. La emoción es algo mucho más complejo, ésta tiene muchas facetas; implica el sentimiento y la experiencia, la fisiología y el comportamiento, también las cogniciones y conceptualizaciones (Ortony, Clore y Collins 1996). Además, en el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación. Por ello se podría decir que las emociones contienen a las actitudes y no a la inversa4 (Gutiérrez 2013, 2019).
Más recientemente, se han publicado algunos textos que proporcionan nuevas claves para entender la importancia de la dimensión emocional en el estudio de las representaciones sociales. De acuerdo con de-Graft Aikins (2012), las teorías socioculturales de las emociones sugieren que existen por lo menos tres vías en que éstas pueden ser incorporadas al estudio de las representaciones: 1) las emociones constituyen una modalidad de conocimiento con todo el poder explicativo y funcional del conocimiento y las creencias; 2) las emociones son parte integral del pensamiento y la reflexión; 3) las emociones son centrales para la práctica o la acción. A mi parecer, dos modos más podrían añadirse: 4) las emociones desempeñan un papel importante en la construcción de las identidades (individuales, grupales, sociales); 5) las emociones constituyen una fuerza clave en la conformación y el mantenimiento de los vínculos sociales.
Las emociones tienen un rol organizativo en la valoración de la realidad social, en este sentido las experiencias emotivas movilizan “el conocimiento social que nos permite reinterpretar el mundo y optimizar nuestras relaciones con el entorno” (Jodelet 2011, 241). de-Graft Aikins (2012) ha afirmado que dentro del paradigma de la Teoría de Representaciones Sociales (TRS), las representaciones sociales se definen técnicamente como un conocimiento social práctico que se produce cuando grupos e individuos se encuentran ante lo desconocido. Por lo tanto, las representaciones sociales funcionan para familiarizarse con lo desconocido. Sin embargo, argumenta que para comprender las motivaciones que impulsan la familiarización con lo desconocido (lo amenazante), es necesario revisar la formulación de los procesos interdependientes que sustentan el principio de familiaridad. Uno de estos principios es la necesidad de incorporar la dinámica cognitivo-emocional.
De-Graft Aikins (2012) sugiere que, con el fin de desarrollar un examen sistemático del papel de la tensión y su dinámica cognitivo-emocional en la creación de representaciones sociales, puede plantearse la polifasia cognitivo-emocional como marco conceptual. Esto constituiría una expansión de la hipótesis de Moscovici de polifasia cognitiva para incluir las emociones como un sistema de conocimiento válido que coexiste con otros sistemas de conocimiento (cultura, religión, ciencia). Como señala la autora:
…emociones como la esperanza, el amor y el miedo median en las relaciones sociales, el comportamiento social y la producción de conocimiento social [...] las emociones desempeñarían un papel mediador en el desarrollo, la expresión y la transformación de la dinámica cognitiva del pensamiento social, la reflexión, la comunicación y la acción (de-Graft Aikins 2012, 7.21).
De-Graft Aikins cuestiona el argumento de que el movimiento hacia lo desconocido sea impulsado por la resistencia o el miedo a la “intrusión de lo extraño” y argumenta que:
… es más probable que sea impulsado por la tensión emocional: un proceso simultáneo de ser atraído y alarmado por lo extraño. Esta tensión puede ser causada por el reconocimiento o la experiencia de las debilidades, riesgos o amenazas inherentes a uno mismo, las relaciones íntimas, la sociedad inmediata y la cultura vivida (2012, 7-16).
Otra línea de pensamiento que aborda la relación entre las representaciones sociales y las emociones es la que ha desarrollado Höijer (2011), sobre todo, en lo que concierne al concepto de anclaje emocional. La autora ha argumentado que el anclaje emocional es un mecanismo de apego que no se señala específicamente en la teoría de las representaciones sociales:
El anclaje emocional se refiere a un proceso comunicativo mediante el cual un nuevo fenómeno se ata a emociones bien conocidas. De esta manera, lo desconocido se vuelve reconocible como, por ejemplo, una amenaza o un peligro al miedo, como algo de qué preocuparse, o como algo agradable y placentero (Höijer 2011, 9).
Desde su punto de vista, los fenómenos sociales, eventos o cursos de eventos están anclados en sentimientos de miedo o una amenaza cercana, o en sentimientos de ira, piedad o compasión. En la medida en que las emociones subrayan los procesos individuales de posicionamiento y adaptación a la realidad social, el anclaje estará más específicamente involucrado en la dinámica de representación en relación con una experiencia emocional.
Al respecto, Bouiriche (2014) argumenta que, al considerar el papel de las emociones como desencadenantes del proceso de anclaje, se está contribuyendo a esclarecer la articulación prácticas-representaciones. Este proceso puede ser un medio de informar sobre los efectos de las prácticas sobre la representación. El proceso de anclaje es esencial en la articulación teórica entre rs y emociones. De hecho, la activación emocional, señala una falta de sentido que lleva al individuo a movilizar sus recursos de atención y constituirá un desencadenador posible del proceso de anclaje:
En la medida en que las emociones subyacen a los procesos de posicionamiento y de adaptación individuales a la realidad social, el anclaje psicológico (Doise, 1992) participará más concretamente en la dinámica representacional en relación con una experiencia afectiva (Bouriche 2014, 204).
Los planteamientos expuestos sirven de apoyo para reiterar la necesidad de considerar el papel que juega la afectividad en general y las emociones en particular, en la construcción de las representaciones sociales y también para señalar que en gran medida las representaciones que tenemos sobre diferentes temas guían las emociones que experimentamos.
Diferentes tipos de estudios
Si bien, hasta hace unas décadas, la relación entre las emociones/afectos y las representaciones sociales había sido poco estudiada, actualmente se han llevado a cabo varios trabajos empíricos que resaltan la importancia de estudiar la dimensión emocional de las representaciones sociales. Los trabajos que abordan la relación entre los estados emocionales y las representaciones sociales pueden ser agrupados principalmente en dos tipos de enfoques: los cuantitativos o estructurales y los cualitativos o procesuales.
Los estudios cuantitativos
Desde el enfoque estructural de las representaciones sociales se han realizado varios trabajos empíricos para captar la relación entre representaciones sociales y emociones (Bouriche 2014; Campos y Rouquette 2000, 2003; Deschamps y Guimelli 2002; Lheureux y Guimelli 2009; Rouquette 1994), estos siguen la teoría del núcleo central y analizan dicha relación al utilizar caracterizaciones o cuestionarios de asociación, análisis de similitud y pruebas de centralidad para mostrar el funcionamiento de los elementos afectivos en la organización de las representaciones sociales.5 Parten de la idea de que cuando se recolecta un corpus de asociaciones verbales, se puede estudiar la valencia emocional de dichas asociaciones. Sin embargo, en algunos trabajos más recientes se ha tratado de profundizar al explorar el tipo de emoción inducida por los elementos de un corpus asociativo más allá de su valencia positiva o negativa.
Una de las primeras contribuciones importantes que habría que mencionar es la propuesta de Nexus expuesta por Rouquette en 1994 y posteriormente en colaboración con Campos (Campos y Rouquette 2000). Para Rouquette, los nexus se definen como “nodos afectivos prelógicos” caracterizados por su valor de significado altamente simbólico, fuertemente ligados a la movilización de las multitudes; cuando están asociados a los objetos de representación, estos constituyen su componente afectivo, en particular si el objeto de representación, o una parte de este, lo refuerza o lo amenaza. Los nexus presentan tres características: 1) se trata de conceptos abstractos que actúan como un imán, y pueden agrupar opiniones hacia una dirección convergente. Por ejemplo, frente a objetos como el “patriotismo”, el “conservadurismo”, la “derecha” o la “izquierda”, se tendería a presentar posiciones coherentes que permitieran justificar nuestras opiniones y compromisos; 2) estos conceptos tendrían una considerable carga afectiva, y producirían en los individuos polos de atracción o de repulsión inevitables; 3) tendrían un carácter prelógico o, dicho de otro modo, irracional ya que los individuos serían incapaces de explicitar claramente los motivos de su apego o rechazo al respecto. Además, para Rouquette los nexus tienen un carácter colectivo, dado que son compartidos por la mayor parte de un grupo social. Por otro lado, se expresan a través de un término único que no tiene equivalente.
Para complementar su planteamiento sobre la importancia y funcionamiento de los nexus Rouquette demuestra con un experimento sobre el nexus nazi, para identificar el grado en que las personas concuerdan o están en desacuerdo con una lista de aserciones según se atribuyen estas a “un partido político”, al “partido nacional socialista” o al partido “nazi”. En el estudio, un número de 37 estudiantes fueron presentados con ocho declaraciones que aparecen en el programa electoral nsdap (Nacional Sozialistische Deutsche Arbeiterpartei). Se les dividió en 3 grupos y se les pidió que manifestaran su grado de aceptación o rechazo de las aserciones según se atribuían a “un partido político (cuestionario 1), al “partido nacional socialista” (cuestionario 2) o al partido “nazi” (cuestionario 3). Uno de los hallazgos es que aun cuando ninguna de estas propuestas aludía a cuestiones de nacionalidad, origen o religión, estas se convirtieron en objeto de un rechazo masivo sólo cuando se atribuían al partido “nazi”. Lo que dejó ver que los sujetos evaluaron negativamente las afirmaciones basadas en su actitud (rechazo) al nazismo en lugar de hacerlo sobre la base del contenido presentado. Los resultados sugieren que los conocimientos de los que disponemos acerca de un objeto son elementos susceptibles de desencadenar reacciones afectivas que nos conducen a un procesamiento diferenciado de la información.
En otro estudio, Campos y Rouquette (2003) parten de considerar a las representaciones sociales como una organización que comprende diferentes dimensiones y no como un conjunto de acontecimientos y procesos puramente cognitivos. Proponen que la dimensión afectiva observa una relación no aleatoria con el núcleo central ya que éste:
… asegura su función organizadora y estructurante, también en relación con la dimensión afectiva. De este modo, constituyen la parte inicial de un programa de verificación de la hipótesis según la cual el núcleo central de una representación organiza y determina la participación estructural de las cogniciones cargadas afectivamente a través de relaciones de significación (Campos y Rouquette 2003, 36-37).
Para apoyar la conjetura de que las relaciones entre elementos con carga semántica y afectiva son aleatorias, los autores presentan brevemente dos estudios previos (Campos y Rouquette 2000; Giraud-Heraud 1998), así como los resultados relativos a tres investigaciones empíricas sobre representaciones (niños de la calle, educación superior y familia). Aclaran que los estudios que presentan corresponden a una primera exploración de la relación entre la estructura de una representación y la impregnación afectiva de los elementos de la representación. Esto les sirve para señalar que los datos parecen confirmar el principio de que el Núcleo Central de las representaciones sociales organiza equitativamente la distribución de las cargas afectivas sobre la representación social en su conjunto.
Campos y Rouquette añaden que “la dificultad de pensar las relaciones entre rs y cargas afectivas sigue estando vinculada a la ausencia de una teoría de la afectividad que pueda integrarse sin ruptura en el marco teórico del estudio de los procesos sociocognitivos” (2000, 435). Estos estudios, como señalan los autores, han revelado que existe un estrecho vínculo entre el sistema central y los elementos afectivos y que estos constituyen una estructura sociocognitiva y afectiva coherente. Asimismo, señalan que si se considera que una representación es un conocimiento estructurado que tiene un papel determinante en el modo como los individuos perciben y reaccionan ante la realidad, se evidencia que este conocimiento está dotado de cargas afectivas y está atravesado (o activado) por un componente afectivo.
Otros trabajos que también se pueden citar son los que Guimelli ha realizado en colaboración con otros investigadores del campo. Por ejemplo, en Deschamps y Guimelli (2002) se aborda el tema de las representaciones de la inseguridad. En dicho estudio entrevistaron a estudiantes de dos universidades: la de Aix-Marseille y la de Lausana; se les presentó a los participantes tres términos inductores que, de acuerdo con los autores, forman parte de la representación de inseguridad: “violencia”, “delincuencia” y “atentado”; posteriormente, les solicitaron que señalaran con qué intensidad ese término inductor provocaba en ellos las emociones siguientes: ira, aversión, miedo, sorpresa y tristeza. Para lo anterior, cada emoción estaba acompañada de una escala de siete puntos (1 baja intensidad y 7 intensidad extrema). El análisis de los componentes principales de las respuestas a las nueve escalas les permitió identificar cinco emociones complejas y las combinaciones posibles entre ellas, así como establecer las correspondencias entre las asociaciones verbales que recabaron y las emociones identificadas. Algunas interrogantes que su estudio abrió fueron las siguientes: ¿Sería posible que la carga emocional de una palabra se propague a las palabras que se le asocian? O, por el contrario, ¿se debe considerar que la carga emocional de una palabra es el resultado de la carga emocional de las palabras que se le asocian? Además, de manera más global ¿se puede esperar identificar constantes en la manera en cómo se difunden o se estabilizan cargas emocionales dentro de una red asociativa?
Lheureux y Guimelli (2009) al explorar el contenido de la representación del manejo de un automóvil identifican las emociones que asignan los participantes a una serie de palabras evocadas cuando se les presentó el término inductor “conducir en carretera”. Para ello, solicitaron a ciento treinta y nueve participantes asociar cuatro términos al inductor. Después de agruparlos por categorías y con base en su frecuencia de aparición, seleccionaron veintiún términos asociados. En una etapa posterior, presentaron los veintiún términos a ciento treinta participantes para que realizaran dos tareas. La primera consistió en asociar emociones a cada término de la lista. Para cada término, los participantes indicaron las dos emociones que más les evocaba ese término y las dos emociones que menos les evocaban. Lheureux y Guimelli (2009) constatan que los elementos de la rs sólo mantienen relaciones de conexión fuertes con los elementos caracterizados por los mismos sentimientos y concluyen que la organización interna de los rs responde tanto a una lógica cognitiva como afectiva.
Bouriche (2014), en su investigación sobre la representación del trabajo en equipo, se propone unir el enfoque estructural de las representaciones sociales al estudio de los estados afectivos. Se basa en la teoría del Núcleo Central y considera a las rs como un sistema precodificado de la realidad que determina las expectativas. Desde ese marco teórico, investiga el efecto sobre la dinámica de representación de la experiencia emocional durante una situación de grupo de trabajo; los participantes eran estudiantes de Gestión de las Organizaciones. Como instrumentos utiliza un cuestionario de caracterización y una prueba de la centralidad, así como la escala sam (Self-Assessment Manikin scale), para captar las vivencias afectivas después de cada una de las nueve sesiones del experimento. Los resultados indican que la valencia de las experiencias emocionales está correlacionada con el nivel de cumplimiento de las expectativas y tiene un efecto en la estructura de la representación, esto permite ilustrar el papel del significado simbólico asignado por el sistema central a la atribución de estados afectivos. También destaca el papel del sistema periférico en relación con la realidad. Por sus funciones de concretización y regulación de la realidad social, la amplia implicación de la dinámica representacional del sistema periférico tras la experiencia emocional aparece claramente como una activación de proceso de anclaje.
Para cerrar este apartado retomo la observación de Bouriche (2014) respecto a que los trabajos emprendidos en el estudio de las relaciones entre emociones y rs desde el enfoque estructural coinciden en dos puntos importantes: el papel del componente afectivo en el significado atribuido a un objeto de representación y el de determinante de las conductas. Estos dos puntos contribuyen a poner en evidencia una lógica afectiva en la organización de una RS.
Los estudios cualitativos
Por otra parte, los estudios de corte cualitativo se centran no solamente en identificar la asociación de palabras y la carga emocional que conllevan, en la organización en el núcleo figurativo sino también en el proceso que interviene en la construcción de los significados, la selección de información y la manera en que es comunicada. En estos se adopta un enfoque que se dirige a investigar a los actores (quién), las prácticas comunicativas (cómo), los objetos (qué), las razones (por qué) y las funciones de las representaciones (para qué) (Jovchelovitch 2007, 102), de las emociones experimentadas para mostrar la construcción de la representación social como un proceso simbólico y social en el que el contenido y la forma juegan un papel importante.
Höijer (2010) parte de reconocer que las emociones pueden ser consideradas como fenómenos discursivos y de señalar que, aunque la emotividad es ampliamente reconocida como algo común en los medios de comunicación, pocos estudios analizan más de cerca cómo abordar las emociones. En su estudio sobre el cambio climático presenta cómo los medios suecos socialmente construyen o representan el cambio climático global para mostrar cómo las representaciones verbales y visuales están ligadas a emociones de miedo, esperanza, culpa, compasión y nostalgia; su objetivo es mostrar algunos mecanismos comunicativos mediante los cuales los medios de comunicación transforman el fenómeno científico abstracto del cambio climático en representaciones sociales o sentido común cotidiano. Analiza, desde un enfoque cualitativo, una serie de materiales sobre el cambio climático en dos medios suecos, uno es un periódico sensacionalista Aftonblade y el otro es un programa de noticias del servicio público Rapport. Más que presentar una visión general de la cobertura mediática del cambio climático, le interesa mostrar cómo los medios pueden abordar una serie de emociones diferentes para anclar el cambio climático en el discurso cotidiano. Para ello se centra en los procesos comunicativos de anclaje emocional y objetivación.
En relación con el anclaje emocional menciona que éste puede estar incrustado en el lenguaje utilizado y/o en la fotografía imágenes o ilustraciones. Los periódicos al culpar explícitamente al individuo de que no se comporta amigable con el clima anclan el cambio climático en las emociones de culpa individual y colectiva. El anclaje emocional también puede estar relacionado con otras formas de anclaje o con procesos de objetivación, por ejemplo, al denominar al cambio climático como “amenaza climática”, o hablando de biotecnología en términos de metáforas de contaminación, se anclan estos fenómenos en emociones de miedo y ansiedad. Argumenta que las representaciones emocionales del cambio climático pueden, por una parte, aumentar la participación pública en la cuestión, pero, por otra, pueden desviar la atención del cambio climático como el fenómeno abstracto y a largo plazo de carácter estadístico. Una de las conclusiones a la que llega es que “anclar emocionalmente y objetivar el cambio climático en los medios de comunicación es una buena manera de mejorar la participación pública en el tema y formar identidades colectivas basadas en una mezcla de miedo, esperanza, culpa, compasión y nostalgia” (Höijer 2010, 728).
Dado que los trabajos empíricos que he realizado en torno al papel que juegan las emociones en la construcción de las representaciones son de carácter cualitativo, reseño brevemente dos estudios para mostrar el tipo de análisis que he realizado (Gutiérrez 2013 y 2019). En estos se pone énfasis en la construcción discursiva de las emociones y las representaciones sociales. Un rasgo clave de las representaciones sociales es que constituyen procesos a través de los cuales se crean nuevos significados e identidades sociales y se proyectan en el mundo social. En estos procesos, las emociones son fundamentales ya que nos ayudan a interpretar y juzgar situaciones y objetos sociales.
En el estudio publicado en 2013, además de incluir algunas reflexiones sobre la manera en que las emociones se relacionan directamente con las representaciones sociales, presento un caso empírico en el que trabajé con un corpus de estudio constituido por un conjunto de correos electrónicos que un grupo de profesores de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Xochimilco, envió cuando les fue solicitado que expresaran sus opiniones sobre los estímulos económicos6 que reciben por parte de este Institución educativa en un momento cuando corría el rumor de que la Institución podría reducir los montos de dichos estímulos, a fin de identificar su representación social sobre dichos estímulos.7 Se recibieron un total de los 24 correos electrónicos de profesores(as) de tres divisiones académicas.
El análisis se orientó a identificar si la emoción estaba expresada de manera explícita por medio de un enunciado de emoción (que expresa de forma explícita la emoción experimentada) o de manera indirecta; esto permitió identificar en algunos fragmentos de su discurso que el tener que solicitar los estímulos o becas no es una experiencia agradable, sino todo lo contrario, esto se pudo identificar a partir de los términos de emoción utilizados para hablar del asunto: angustia, temor y de las formas verbales empleadas: me negué, me humillé, me rendí. También se pone énfasis en detectar el involucramiento del sujeto en el discurso, es decir, el modo en que el sujeto aprecia o evalúa lo dicho, se distancia o se aleja, se apasiona o no de un argumento o punto de vista ya que quien habla de sus emociones lo hace desde su propia perspectiva y con ello enfatiza la dimensión afectiva de su vivencia. Otro recurso que se detectó y que juega un papel importante en el estudio de las emociones es el uso de metáforas ya que estas reflejan un esquema interno, que la gente comparte cuando piensa en el tema y que guía su selección.
En una publicación más reciente (Gutiérrez 2019) además de abordar ciertas reflexiones sobre la relación emociones/representaciones sociales presento el análisis de un estudio sobre la representación social que Trump hizo circular sobre la inmigración ilegal, en sus discursos de la campaña electoral 2018. Primero aclaro que, aunque la representación social que se analiza es comunicada por un individuo (Donald Trump), las representaciones sociales no surgen de individuos aislados, sino que se generan socialmente y refieren a objetos o fenómenos sociales compartidos por los miembros de un grupo8 que puede fomentar el surgimiento de una representación social en el sentido sugerido. Posteriormente, a partir de un análisis cualitativo que se basa en la naturaleza argumentativa de las emociones se presenta la identificación de los principales contenidos y argumentos sobre los que Trump ha construido dicha representación. En el análisis dos procesos resultaron centrales: la creación de una atmósfera emocional, y el anclaje emocional. Se muestra cómo construye Trump una atmósfera emocional que fomenta el rechazo y la humillación de los inmigrantes ilegales. El concepto de anclaje emocional permitió revelar cómo la representación que construye está anclada en algunas emociones bien conocidas que funcionan como catalizadores que refuerzan las actitudes xenófobas y antiinmigrantes. Algunos de los mecanismos a través de los cuales se logra esto son, por ejemplo, mediante la reproducción de imágenes estereotipadas de “alteridad”, así como generalizaciones extremas ancladas en el discurso xenófobo: el inmigrante ilegal es el autor de actos delictivos o está implicado en eventos con implicaciones dramáticas; asimismo el anclar los fenómenos sociales en metáforas que juegan un papel persuasivo muy eficaz al incitar sentimientos que ya han sido experimentados.
Reflexiones finales
En este texto he presentado algunas líneas de estudio que son relevantes para captar la relación entre emociones y representaciones sociales; sin embargo, algunas de ellas requieren ser profundizadas. Una primera tarea tendría que ver con el desarrollo conceptual de la propia teoría de las rs. Como han sostenido algunos investigadores (Campos y Rouquette 2003; de-Graft Aikins 2012), una de estas dificultades es la ausencia de una teoría de la afectividad o el comportamiento emocional que puede ser integrada. En ese sentido, como he señalado, podrían ser útiles ciertas ideas teóricas sobre los fenómenos afectivos. Por ejemplo, la Sociología de las emociones puede contribuir no sólo al reconocimiento de su naturaleza social y construida, sino también a la comprensión y explicación de sus contextos sociales y su papel en el establecimiento y mantenimiento de lazos sociales (Turner y Stets 2005).
Otra línea de estudio apuntaría a investigar el papel que juega la dimensión afectiva de las representaciones sociales que circulan en los medios de comunicación, el discurso político y las redes sociales. Es necesario realizar más estudios sobre estos temas para mostrar cómo los nuevos fenómenos son canalizados particularmente por el discurso y el encuadre que los medios difunden en la esfera pública y cómo las emociones que esos marcos desencadenan pueden influir, fortalecer o afectar las representaciones sociales. El estudio de las representaciones sociales transmitidas por figuras políticas también es importante, ya que puede ayudar a especificar una serie de mecanismos comunicativos explicando cómo las ideas se comunican y se transforman en lo que se percibe como sentido común. Sin embargo, deben realizarse más investigaciones para demostrar el peso que las emociones y las representaciones sociales tienen en los discursos emitidos tanto por figuras políticas como en los que circulan en los medios de comunicación tradicionales y digitales.
También se podría investigar cómo las emociones, los sentimientos y los fenómenos afectivos, en general, mueven al individuo a actuar de cierta manera. Los componentes afectivos de las representaciones sociales constituyen esquemas afectivos socialmente construidos que predisponen a los individuos a experimentar algunas emociones y actuar en consecuencia. Esta línea de investigación ha sido abierta por Rimé (2005) quien sugiere “la guía silenciosa de los afectos” para explicar la idea de que la valencia de la experiencia emocional pasada (positiva o negativa) marca fuertemente la interacción con el medio, al punto de convertirse en las “señales más poderosas” para la guía de la acción.
Otro tema importante en el que es necesario profundizar es el papel de las emociones y la emocionalidad de quienes las investigan u observan. Como en todo análisis, un aspecto central en el análisis e interpretación de los fenómenos afectivos es la postura que adopta el investigador(a), dado que la dimensión emocional también lo atraviesa. Al respecto se pueden identificar por lo menos dos posiciones. Una es cuando el investigador(a) u observador(a) reivindica una posición de no-participación, y las observa desde la externalidad, al postular que es capaz de liberarse de todos los vínculos de la transferencia/ contratransferencia; es decir, de los vínculos de empatía con la situación analizada. Por otra parte, puede adoptar una posición empática o comprensiva, que es una entrada a una atmósfera emocional cómoda pero problemática ya que conlleva ciertos riesgos como la fusión o confusión de quien investiga con su objeto de estudio. Por tanto, es necesario indagar sobre cómo evitar estos escollos. Una vía podría ser que el investigador(a) preserve una actitud reflexiva y dialogue con su objeto desde una participación-distanciada o una distanciación-participante y dedique un esfuerzo especial tanto a la aclaración del método, como a los criterios utilizados y a la realización de un análisis en múltiples niveles.
Por último, cabe señalar que actualmente estamos ante un momento clave en el que se están acentuando rápidamente cambios y contradicciones en las sociedades contemporáneas, por lo que la reflexión en torno a las representaciones sociales y la afectividad se convierte en un campo fértil de estudio. Por ejemplo, a raíz del escenario del covid-19 y el trastrocamiento de la vida cotidiana que este virus ha propiciado, las implicaciones sociales del campo afectivo adquieren una dimensión importante en la cual es necesario profundizar. En los momentos de emergencia o grave crisis social predominan las necesidades materiales, y se considera que los aspectos psicosociales pueden esperar y abordarse posteriormente. Sin embargo, tener en cuenta desde el inicio estos aspectos puede ayudar a entender los comportamientos y reacciones de la población. Esto permitiría comprender por qué el miedo ha estado presente como caldo de cultivo de la desinformación, los rumores y las falsas esperanzas. El estudio de la apelación a las emociones, y en particular al miedo, se torna necesario para captar las tensiones emocionales que surgen ante el confinamiento social, la incertidumbre y la circulación de noticias falsas y desconcertantes.