Introducción
Al no pertenecer al campo de la historia de la psicología, sin duda nos resulta muy arriesgado tratar de reconsiderar algunos aspectos del análisis epistemológico de la investigación psicológica que podrían ser de interés para los investigadores en ese campo. No se trata de hacer alguna propuesta referida al modo de proceder de un historiador, ni a sus métodos, sino de destacar un enfoque epistemológico que nos habilite a considerar tanto los problemas referidos a los aspectos internos de la producción de conocimientos como sus condiciones sociales.
Consideramos que estos problemas, principalmente en la teoría de las representaciones sociales (TRS), dentro de la psicología social y en menor grado en las psicologías del desarrollo, pueden ayudar a comprender las vicisitudes de sus investigaciones. Argumentaremos en favor del estudio de ciertas cuestiones referidas a la credibilidad o no de las teorías y los modos en que se produce conocimiento en condiciones sociales, particularmente las controversias conceptuales entre las corrientes de pensamiento. Se trata de examinar -con un enfoque diferente al positivista o al construccionismo social- genuinas cuestiones epistemológicas, quizás de interés para los historiadores de la psicología.
Estos análisis epistemológicos no consideran definitivamente establecida a la cientificidad de la disciplina, sino que la problematizan. Para ello, hay que elucidar el significado de sus conceptos y definiciones o la naturaleza de sus enunciados; examinar la articulación dinámica de los componentes de los procesos de investigación, especialmente los presupuestos filosóficos, con los métodos, teorías y actividad creativa de los científicos. Principalmente, es necesario indagar cómo la ontología y epistemología de los investigadores interviene en la elaboración de los problemas que se plantean, en los métodos que utilizan, en las relaciones constitutivas entre las condiciones sociales de la investigación, incluidos los valores éticos y políticos, y en la conquista o no de la objetividad en alguno de sus sentidos.
Quisieramos sugerir que los historiadores de la psicología ganarían al considerar problemas epistemológicos respecto de su objeto de estudio. Por ejemplo, si los objetos de investigación provienen solamente del ejercicio discursivo o de otras prácticas sociales, si hay razones para sostener la objetividad de la investigación en algún sentido o si el reconocimiento de los valores éticos y políticos en la investigación la elimina, entre otros problemas. Lo mismo respecto de posiciones epistemológicas: si es aceptable el relativismo expresado en las tesis del construccionismo social de Gergen (1985) o bien la tesis realista de que el objeto está dado naturalmente y por siempre.
Sobre todo, nos resulta particularmente relevante examinar la tesis de una epistemología institucional, adoptada por Rose (2003; 1996; 1989), en sus relaciones con nuestra propia perspectiva, pero que expresa una posición progresivamente influyente en el mundo de psicólogos, sociólogos y filósofos en América Latina. En algunos casos, ellos están más preocupados por la legitimación psi de las prácticas educativas o médicas y menos por las vicisitudes del proceso de construcción de conocimiento psicológico. Una perspectiva interesante pero que desdeña o subestima estudios epistemológicos, no solo los más o menos tradicionales vinculados a la herencia positivista, sino los que se dirigen a elucidar el proceso específico de construcción del conocimiento psicológico.
Resulta crucial establecer si es defendible una relativa autonomización epistémica de la investigación psicológica, aunque asociada indisolublemente con sus condiciones sociales de producción. Así, nos interrogamos acerca de qué se entiende por objetividad de las investigaciones cuando se asume que son prácticas sociales y que buena parte de la psicología depende de las técnicas de subjetivación. Estas preguntas podrían influir en los historiadores de la psicología.
En esta misma línea y principalmente, nos preguntamos por el análisis de las presuposiciones filosóficas ontológicas y epistemológicas que han orientado las investigaciones de los psicólogos. Es decir, de qué manera estas nos dicen algo relevante para comprender las decisiones metodológicas, de qué modo se han planteado sus problemas, cómo han hecho el recorte de sus objetos de investigación o de qué manera han elegido los modelos explicativos, o incluso sus consecuencias para influir sobre la calidad de las vidas de sectores subordinados.
Nos interesa, además, el examen de su significado en las controversias que han sostenido los psicólogos sociales de la TRS y los defensores de la psicología discursiva (PD). En este sentido, la controversia es un acto de confrontación, de fuerza, entre los contendientes, pero también involucra una confrontación propiamente argumentativa entre los programas de investigación, de ahí que se produzcan, quizás, transformaciones conceptuales o teóricas que enriquezcan los méritos de las teorías.
Nos preguntamos, además, por las cuestiones vinculadas a la posibilidad del logro de cierta objetividad, pero en las condiciones de la “guía social” de las prácticas de investigación, o su dependencia institucional. Estas últimas podrían ser indisociables de la transformación de los conocimientos y de su creciente credibilidad. Semejante reflexión epistemológica, al parecer, podría tener algún interés para los historiadores de la psicología.
En síntesis, en primer lugar, caracterizamos los presupuestos ontológicos y epistemológicos, incluidos los valores éticos y políticos, como marco epistémico de la escisión (MEE) y marco epistémico relacional (MER), principalmente respecto de la psicología social cognitiva y la TRS, y subsidiariamente en psicología del desarrollo; en segundo lugar, examinamos una controversia en la historia de la psicología social entre la PD y la TRS, para estudiar la función que tuvieron allí aquellos presupuestos; en tercer lugar, y apelando a esta controversia, lo más significativo: contrastar una epistemología institucional y una perspectiva centrada en la doble faz de la psicología. Defenderemos una reflexión epistemológica que combine las cuestiones de validez de los conocimientos con la intervención de las concepciones del mundo y su regulación social entre relaciones de poder y el avance de los conocimientos.
El marco epistémico de los investigadores
El marco epistémico es un conjunto interconectado de presupuestos que subyacen a la investigación psicológica, y proviene del más amplio contexto sociohistórico, incluidas las disputas sociales (Garcia, 2002). Se puede considerar una concepción del mundo que condiciona, sin llegar a prescribir, lo que es aceptable e inaceptable en la exploración conceptual y en los métodos de exploración observacional de una disciplina científica. En otras palabras, implica estándares de juicio y de valoración; también trasciende los métodos y las teorías, al definir el contexto en el cual estos se construyen. Claramente, este marco introduce una dimensión social en la investigación psicológica, por cuanto expresa una situación histórica y social, que se ancla en creencias de los grupos y clases sociales (Castorina, 2016a; 2016b; Becerra y Castorina, 2015).
Todas las teorías y métodos en la investigación psicológica se sitúan dentro de alguna concepción del mundo, la cual se impone a los investigadores como su sentido común académico, sin que sea reconocida -por lo general- en la ciencia que se hace día a día; sin embargo, aunque se impone social y académicamente a la investigación, no se sigue ciegamente. Tales presupuestos se “asimilan” a lo que Valsiner (2006) llamó el “el ciclo metodológico” de la investigación psicológica, donde participan de un entramado de relaciones interactivas entre los datos construidos por los investigadores, las teorías, los métodos utilizados, las presuposiciones que estamos exponiendo y la propia creatividad del investigador.
Las tesis ontológicas y epistemológicas intervienen en el ciclo metodológico de la investigación sin ser producciones de la comunidad científica. Esto es, provienen del mundo de la cultura y las históricas disputas filosóficas, se han conformado en contextos socioculturales y expresan las relaciones y disputas sociales (Becerra y Castorina, 2016). En cambio, su mantenimiento o su transformación están asociados e influyen fuertemente sobre la historia de cualquier disciplina psicológica.
Por un lado, se encuentra el mee: el pensamiento moderno ha producido una escisión filosófica de los componentes de la experiencia del mundo, especialmente a partir del pensamiento de Descartes (Castorina, 2002). En términos generales, aquella desvinculación radical llevó a una elección excluyente entre ellos (either/ or) y dio origen al dualismo ontológico cartesiano de mente y cuerpo, de sustancia interna y sustancia externa, que ha impactado en la historia de la psicología. Además, se manifestó en los debates epistemológi cos entre innatismo y emprismo modernos, y posteriormente, el positivismo lógico continuó con el dualismo, por ejemplo, entre teoría y experiencia, o entre hechos y valores, como el reduccionismo por la admisión excluyente de las causas eficientes para explicar los comportamientos.
El MEE dio lugar a las antinomias que han atravesado la historia de la psicología: entre individuo y sociedad, natura y nurtura, procesos mentales y condiciones culturales, hechos y valores (Castorina, 2002; 2007; 2016). Principalmente, el naturalismo ontológico deja fuera la cultura al estudiar el conocimiento, y el dualismo solo da lugar a vinculaciones forzadas entre lo mental y la sociedad. Así, desde un punto de vista epistemológico, la hegemonía del método experimental ha marcado a casi toda la psicología por décadas, y ha impedido la apertura a nuevos métodos de investigación. En la psicología social cognitiva, se nota en el tratamiento superficial o disociado de los procesos cognitivos y las prácticas sociales, lo que puso serios obstáculos a la compresión de la génesis social de las creencias. Respecto de las unidades de análisis, en las investigaciones cognitivistas sobre el desarrollo se atiende excluyentemente a una actividad individual descontextualizada; en psicología social se examina al individuo en tanto elabora teorías implícitas resistentes a la información social que las contradiga, para buscar confirmación a sus ideas preconcebidas.
Finalmente, el seguimiento obsesivo de los métodos experimentales, excluyendo cualquier interés y compromiso social en la investigación, hizo valer la “neutralidad” o “seriedad cientifica”, escindiendo hechos de valores en el mainstream de la investigación. Quienes aspiran al “control del comportamiento de los individuos” tendieron a examinar unidades de análisis conectando estímulos y respuestas, dejando afuera el sentido que tienen los estímulos para el sujeto.
Por otro lado, se encuentra el MER: este involucra una ontología donde cada elemento de la experiencia con el mundo solo existe por su conexión constitutiva con su dual y en una dinámica de transformación: lo intersubjetivo con lo subjetivo y recíprocamente; de manera similar, el organismo respecto del medio, la naturaleza respecto de la cultura, o el individuo con la sociedad. La ontología de un proceso reside en la interconexión, el cambio cualitativo, y emergencia de una reorganización, sin excluir la estabilidad contingente de sistemas de conocimiento o funciones psicológicas. Dicha perspectiva surge con Leibiniz, Hegel y Marx, prosigue con Cassirer y llega hasta Taylor en la filosofía contemporánea, y con Elias y Bourdieu en el pensamiento social (Castorina y Baquero, 2005). En la dimensión epistemológica, Bachelard, Piaget y la filosofía postpositivista de la ciencia mostraron que la observación supone a la teoría, que el contexto de descubrimiento es inseparable del de justificación, que los conocimientos se pueden estudiar retroductivamente en su proceso de constitución histórica y psicogenética. En lugar del objetivismo de los hechos anteriores al conocimiento, se propone una construcción progresiva en las interacciones sujeto y objeto de conocimiento; en las tramas relacionales, los componentes fijos de los conocimientos son reemplazados por partes definidas contextualmente.
El MER, en el estudio del desarrollo, postuló el sistema de relaciones socioindividuales o de las relaciones entre naturaleza y cultura por sobre sus componentes al estudiar, por ejemplo, la génesis del lenguaje o los conceptos. Esta concepción del mundo se tradujo en una metodología dialéctica para estudiar el desarrollo: explícitamente en Vigotsky, la unidad de análisis era el significado interno de la palabra con su aspecto social externo, tomados en su identidad y diferencia. A su vez, este método de análisis teórico se realiza en las explicaciones dialécticas y sistémicas para el desarrollo de las funciones psicológicas. La tesis básica es que la identidad de los objetos deriva de los sistemas donde están incluidos, donde cada parte está definida por sus relaciones con otras partes, en la totalidad, “una unidad de los contrarios”; luego, el énfasis en la oposición de los opuestos de la identidad, en los conflictos mismos, y finalmente, la síntesis de la totalidad, en el sentido de que la oposición de los términos requiere una o varias resoluciones para superar en términos relativos el conflicto (Valsiner, 2012a).
En este mismo sentido, las RS se sitúan en un contexto que articula dialécticamente lo que la historia de la psicología social había disociado como actitudes e intersubjetividad, actividad racional y sesgos. Así, en Moscovici las RS son construidas por el sujeto y por el otro (otro individuo, grupo, clase, etc.) en relación con un objeto. Aquí puede hablarse de un MER en términos de la dialogicidad ternaria. El conocimiento social es co-construido por el cognoscente y por el otro (otro individual o grupal), y sobre esta idea se propuso el triángulo semiótico dinámico (ego-alter-objeto). Las interdependencias entre los componentes suponen asimetrías y también relaciones de tensión y distensión. La interacción tiene una significación ontológica: constituye una nueva realidad. Los componentes se definen unos a otros como complementos, sean instituciones respecto de grupos o un grupo respecto de otros, en términos generales, el ego y el alter, lo que también determina su relación con un objeto de conocimiento (Marková, 2003). Las RS no son investigadas “en la cabeza” de los sujetos ni en su “exterioridad” simbólica: el objeto de estudio se construye en un sistema dialéctico entre el objeto (al que constituye la representación), el sujeto (integrante del grupo que reconstruye significativamente ese objeto) y el contexto sociocultural.
Respecto de los valores éticos y políticos, subrayamos que si un psicólogo toma partido por los sectores sociales oprimidos o rechaza “dejar al mundo como está”, buscará establecer unidades de análisis que integren dinámicamente a los individuos con su contexto social. Tal es el caso de Vigotsky en la psicología del desarrollo y el de la TRS en la psicología social. articular en la unidad de sus diferencias, o en la identidad de los contrarios, la interacción social y la elaboración individual, los instrumentos culturales y la interacción simbólica.
Los ME en una controversia de la psicología social
Se puede afirmar que la controversia es un componente relevante de la historia de la ciencia y de la filosofía, y en el caso de la historia de las psicologías del desarrollo o principalmente la psicología social, los me han desempeñado un papel protagónico. En principio, una controversia es la discusión dialéctica en el sentido platónico, una contraposición de argumentos por las partes participantes, prolongada luego en la disputatio de la filosofía medieval. Se plantea la defensa de una tesis científica o filosófica formulada por un contendiente, y la comunidad propone un discutidor que desafía la tesis original, mostrando sus puntos débiles, su circularidad definicional o sus inconsistencias. En este sentido, Nudler (2009) evoca dos sentidos del término dialéctica: la platónica, de la argumentación, que se despliega durante las controversias, y la hegeliana, que caracteriza el proceso de avance del conocimiento como resultado de la historia de las controversias (que no se opone a la prueba empírica de las indagaciones en cada disciplina).
En otras palabras, las teorías científicas no cambian solo porque tienen hechos a su favor o porque cumplen determinados procedimientos metodológicos, sino porque se modifican como resultado de las controversias que suscitan, ya sea que una se modifica al interactuar críticamente con otra, mediante argumentaciones acerca de la claridad conceptual o la rigurosidad de las definiciones (Laudan, 1977), o bien porque se ponen en juego aspectos ideológicos o de concepción del mundo, es decir, lo que hemos denominado ME y MER.
El considerar algunas discusiones conceptuales de la historia de la psicología social significa asumir que las argumentaciones y sus conflictos en las disputas tienen densidad epistemológica y son parte de la producción de saberes que puede interesar a los historiadores. Se podría mencionar, en primer lugar, el prolongado debate entre Moscovici y la psicología social cognitiva, pero preferimos centrarnos en la PD y la TRS, que se desplegó en el mundo anglosajón principalmente entre 1985 y la primera década de este siglo (Volklein y Howarth, 2005). En ambas disputas, los me han desempeñado un papel central.
La PD plantea centralmente que los fenómenos psicológicos son rasgos del discurso, sean conductas públicas o actos privados. Así, el pensamiento es un uso probado del sistema simbólico y proviene del discurso intersubjetivo, principal característica del medio humano (Harré y Gillet, 1994; Potter y Edwards, 1999). En general, la mente es un producto de una reunión de relaciones sociales, no un acto interno, sino una construcción social de nuestro discurso. Las RS no son exteriores sino internas al discurso, son objeto del discurso, participan de los “juegos de lenguaje” que constituyen lo que creemos cosas ya hechas. Su lema ontológico: todo es práctica social discursiva, relativa y variable. Nuestro propósito es esclarecer el significado de sus discusiones con la TRS.
Nudler ha introducido una serie de categorías para interpretar las controversias: el espacio controversial, el foco de las disusiones y la refocalizaciones. Queremos analizar brevemente su fertilidad para interpretar la polémica entre la PD y la TRS. En primer lugar, un espacio controversia es una estructura heterogénea en la que interactúan dinámicamente los supuestos compartidos, el problema en discusión y otras cuestiones asociadas. Algunas controversias ocupan el lugar central y otras se ubican en la periferia; además, no se presentan aisladas, sino vinculadas con otras. En nuestro caso, al discutir la naturaleza de las RS, se consideran los procesos cognitivos y las prácticas sociales, y, principalmente, las cuestiones epistemológicas que dan lugar a disociar los individuos de la sociedad o articularlos dialécticamente, o a asumir posiciones relativistas u objetivistas, entre otras.
En segundo lugar, la focalización es el lado visible del campo controversial, los problemas específicos que se debaten -aquí los que han tenido lugar entre la TRS y la PD-, con las argumentaciones que sustentan las posiciones, referidos a la naturaleza de las RS, y los debates que están vinculados.
En tercer lugar, para discutir focalizadamente se supone un common ground que lo posibilite, una región de supuestos que no se tematizan. En las controversias entre la PD y la TRS, además de una racionalidad comunicativa mínima, ambos programas comparten el rechazo a la metáfora de la máquina mental, que subyace a la corriente cognitiva dominante en el mainstream de la investigación en psicología, y en buena medida aplicable a la psicología social cognitiva. También coinciden en que la acción psicológica individual es intrínsecamente social y que las creencias sociales se construyen en condiciones contextuales, cada una con sus propias peculiaridades. Finalmente, convergen con la psicología cultural y la psicología narrativa en sostener un “giro social” de la investigación (Sugiman; Gergen et. al, 2010): la actividad psicológica está estructurada por vivir en mundos de significación cultural. Sin embargo, la PD y la TRS han interpretado opuestamente la socialidad de la vida psicológica individual, adoptando la segunda un MER y la primera un MEE.
El foco de las discusiones es la aceptabilidad o no del concepto de RS, planteado de un modo unilateral por los psicólogos discursivos británicos, sin dar lugar de inicio a un diálogo genuino. Su propósito no declarado tendía a lograr la autolegitimación de la PD (De Rosa, 2006). Así, le cuestionaron a la TRS su inconsecuente rechazo al cognitivismo, con el que coincide en lo más importante: las RS son redes propiamente cognitivas que dan significado a la información que proviene de las situaciones no familiares. Luego, todas las críticas que se dirigen a una perspectiva cognitivo-representacional se extienden a la TRS (Potter y Edwards, 1999; Castorina, 2007). Sobre todo, el propio concepto de RS implica suponer una realidad ya dada que es su referente, con lo que se hace inevitable el dualismo entre la realidad anterior a la representación y la imagen. De este modo, se impide tender un puente entre estas y condena al constructivismo de la TRS en su fallida pretensión de constituir simultáneamente al objeto y al sujeto. En realidad, este choca con aquella radical disociación, de modo que los sujetos se limitan a moverse en el campo representacional. De este modo, la TRS quedaría atrapada en el dualismo típico de la psicología moderna. Por otra parte, decir que las RS construyen su objeto no es suficientemente radical; en cambio, para la PD, la RS es el resultado de una construcción discursiva, no de una elaboración cognitiva, como la que supone justamente aquel dualismo.
A diferencia del carácter propiamente dialogal del intercambio discursivo enfatizado por la PD, como vimos, se ha subrayado que la TRS se centra en el carácter común de las creencias, lo que involucró un lugar marginal para el carácter conflictivo de la actividad psicológica, las discrepancias discursivas entre los partenaires. Esta crítica es importante: si la TRS es solo descriptiva y tiene una visión estática de las RS, ello implica el fracaso de sus pretensiones como teoría psicológica, ya que no logra explicar su dinamismo (Potter y Edwards, 1997; Potter, 2000; Potter y Billig, 1992).
Por su parte, los psicólogos sociales (Marková, 2000; De Rosa, 2006; Voelklein y Howarth, 2005) ven como “caricatural” la interpretación ofrecida por la PD y han defendido su propia perspectiva. Entre otras argumentaciones, rechazan la versión “cognitiva” de las RS, ya que estas no son una elaboración individual de informaciones originadas en el mundo exterior. En cambio, lo cognitivo de las RS es peculiar: los individuos constituyen su saber en tanto pertenecen a un grupo social y conocen con otros mientras participan de la cultura. No hay justificación para atribuir a las RS los rasgos de las representaciones cognitivas, porque su estatus ontológico no está dentro de la cabeza de los individuos, sino en las prácticas e interacciones sociales y comunicativas que constituyen los contenidos del pensamiento (Moscovici, 2001).
Como vimos, para la PD, las tesis de la TRS disocian individuo y sociedad o sujeto y objeto, lo que deriva de la escisión más básica entre representación y realidad, equivalente a una tesis dualista. Por el contrario, la TRS defiende una posición dialéctica: la dualidad incluyente -no el dualismo- entre aquellos términos, su interdependencia en una totalidad implica una genuina unidad de los opuestos. De este modo, se afirma una interpenetración constitutiva en tre individuo y sociedad. Al postular el triángulo semiótico ego-alter-objeto (Moscovici, 2019), se afirma una tesis co-constructivista que sustituye al constructivismo del sujeto y el objeto. No hay solo asimetría sino, sobre todo, tensiones entre los términos, de modo que la elaboración de las RS proviene de la dialéctica de la tensión y el acuerdo, la oposición y la coordinación (Moscovici, 1976; Marková, 2000).
Respecto de la interpretación según la cual en la TRS las RS se aproximan progresivamente a una realidad ya dada, los discípulos de Moscovici contrargumentan: para hacer inteligible la génesis de las RS, se debe asumir la diferencia entre la construcción de RS y la realidad social. Esta última suscita y limita la producción de las RS porque trasciende cualquier representación al poner límites a su simbolización. De esta manera, el objeto al que se dirigen las RS no es la realidad en sí misma, sino su reconstrucción por medio de la actividad simbólica, como hemos señalado antes.
Por último, y respecto a la supuesta superación de los dualismos de la TRS en la PD, otro contrargumento -en este caso de un interlocutor ficticio- es que la elaboración teórica de la PD permanece en la misma estrategia intelectual que produjo la distinción entre representación y realidad: el mee, una estrategia intelectual que desvincula los términos, ya sea como dualismo o como reduccionismo ontológico. Así, para evitar el dualismo entre individuo y sociedad, se afirma que el yo y las propias RS son lo que aparece en las prácticas discursivas. Y la única opción al dualismo es el componente discursivo de la práctica social, lo que lleva a un reduccionismo, que es la contracara del dualismo. Las dos tesis derivan de disociar los componentes de la experiencia con el mundo (Castorina, 2007), expresan el MEE.
El proceso de refocalización en la historia de la ciencia y la filosofía es un cambio significativo en el common ground de las discusiones, cuándo las ideas o los presupuestos que no estaban situadas en el centro del debate pasan a estarlo, o cuándo se cuestionan algunos presupuestos que se consideraban indiscutibles. A la vez, se pueden introducir conceptos nuevos, o bien se produce una especificación o afinamiento de los conceptos previos. Estas modificaciones (Nudler, 2009) impactan en el avance de los programas en disputa, como ser su reformulación, la integración de las teorías en discusión o la ampliación de la brecha que los separa, o bien la sustitución de las teorías en pugna (Castorina, 2013).
Según la información disponible, solo atribuimos a la TRS algunos de los cambios conceptuales propios de una refocalización (De Rosa, 2006), quizás porque el modo con que la PD sostuvo sus tesis básicas (dentro del common ground) dificulta su reformulación crítica. Su defensa dependió de una posición parasitaria respecto de la teoría cuestionada, ya que en las discusiones sus argumentos se expusieron solamente “en contra” de las supuestas tesis de las TRS, sin reflexionar en un sentido amplio sobre sus propias propuestas (Danziger, 1997) Incluso, al no abrirse del todo a un diálogo genuino, la PD parece dar lugar más a un conflicto irresoluble que a una controversia sensu stricto que permitiera reformula las teorías (Nudler, 2009).
En cambio, algunos psicólogos de la TRS han reconocido el valor de ciertas críticas de la PD y han procedido a refinar sus conceptos, avanzando respecto a analizar reflexivamente las características de la definición de RS y la naturaleza de sus presupuestos (Wagner, 1996; de Rosa, 2006; Markovà, 2000, Voelklein y Howarth, 2005; Howarth, 2006). Se observa una atención renovada sobre los supuestos filosóficos de la investigación psicológica, y el incremento de la actividad reflexiva sobre las RS. Por otra parte, el mérito epistémico de la PD reside en haberse concentrado en la dinámica de microconversaciones contextuales, donde hay amplio espacio para los conflictos, que habían sido ignorados por la TRS. Como hemos dicho, la TRS subestimó la conversación entre los participantes de la vida social y el conflicto argumentativo. Aunque Moscovici de hecho reconoció que en el proceso de formación de las RS hay conflicto y cooperación, no los exploró sistemáticamente. Ante las críticas de la PD a la reducción del estudio de la influencia del grupo sobre el individuo, los psicólogos sociales han reaccionado examinando cuidadosamente la dialéctica entre el consenso o la influencia social y la agencia de los actores sociales (Volklein y Howart, 2005).
Una consecuencia es que se reinvindica con fuerza la tesis de Moscovici (2001), según la cual la “sociedad pensante” es una “sociedad que argumenta”. Se asume con mucha mayor fuerza que anteriormente la insuficiencia de la simple aceptación de la creencia del grupo hegemónico. Simultáneamente, se introduce una acción deliberada de los actores involucrados. La insistencia de la crítica de la PD ha tenido el efecto de posibilitar que la TRS se haga cargo de la pertinencia del diálogo y el conflicto en la génesis de las RS, y evitar que las RS fueran “cosas quietas” por ausencia de tensiones (Howarth, 2006). Recientemente, Duveen (2001) y Voelklein y Howarth (2005) han insistido en que los significados sociales son discutidos, negados y transformados en buena medida como resultado de los enfrentamientos entre los grupos sociales. A su vez, las RS se pueden modificar para habilitar a los grupos e individuos a oponerse a las RS hegemónicas.
La controversia desafió a los psicólogos de la TRS, para quienes las interacciones entre la resistencia, el diálogo y la imposición en la construcción social de las RS han sido un tema marginal en sus preocupaciones durante años. La mayoría de los protagonistas de la controversia mantuvieron sus diferencias en la interpretación del common ground, pero se resignificaron algunos conceptos que habían sido apenas examinados, incluso se fueron explicitando los me de ambas perspectivas. Estos supuestos no se modificaron -se mantuvo la distancia entre MEE y MER- ni se alcanzó un salto creativo característico de una refocalización sensu stricto. No hay evidencias para pensar en la sustitución de un programa por otro, ni en la emergencia de una corriente de investigación superadora de las discrepancias, justamente por la permanencia de las diferencias en los supuestos.
¿Epistemología de los conocimientos o epistemología institucional?
La reconstrucción un tanto extensa de esta controversia puede ayudar a repensar la especificidad de los interrogantes epistemológicos -desde nuestra perspectiva-, que son una parte crucial de la propia investigación psicológica, y puede ayudar a los historiadores a revisar su mirada de la constitución del campo de la investigación -lo cual adelantamos en la introducción de este trabajo-. Básicamente, el análisis epistemológico de las teorías y de la investigación lleva a considerar los procesos constructivos de las teorías y los argumentos que favorecen o sostienen a una escuela psicológica sobre otra, incluida la intervención de los me en la producción de conocimientos.
Parece inferirse que los historiadores pueden reconocer los ME, por lo general implícitos en el sentido común académico, orientando los estudios psicológicos desde el recorte de los problemas hasta las decisiones en los métodos y modelos de explicación que adoptan, e interactuando con los otros componentes del ciclo metodológico (Valsiner, 2012b). Más aún, estos análisis no desconocen otros problemas conceptuales que han tenido su relevancia en la historia: por ejemplo, cuando los investigadores endilgan a sus rivales incoherencias conceptuales, así como vaporosidad y ambiguedad en las definiciones o errores categoriales en sus argumentaciones (Laudan,1977), o las relaciones con otras disciplinas, sean las neurociencias o las ciencias sociales. Evocamos, como ejemplo clásico, el terminante rechazo de Chomsky (1980) hacia cualquier teoría del aprendizaje, no por defectos empíricos de las teorías, sino por las incoherencias y el carácter paradojal de cualquier definición de aprendizaje. Nosotros subrayamos en las controversias estudiadas, además de las cuestiones conceptuales, el papel central los me comprometidos en la conformación y transformación de un campo psicológico. Su contribución a los avatares de la historia de la psicología social tuvo mucha más fuerza epistémica que la propia verificación empírica al favorecer o no ciertas afirmaciones.
Añadimos: si se justifica la intervención de los me en el ciclo metodológico y se tratan otros problemas epistemológicos, sea la coherencia conceptual, la índole de las explicaciones, o la objetividad del conocimiento, resulta inevitable para los psicólogos sociales ir más allá de la búsqueda de regularidades empíricas “objetivas” impuestas por el mainstream. Digamos, si reflexionan sobre sus teorías y las comparan críticamente con otras, si explicitan su me, podrán contribuir al avance de sus investigaciones. A este respecto, ¿ellos pueden aclarar las condiciones sociales y culturales que han sostenido la hegemonía del mee en el mainstream de la investigación psicológica?
Ahora bien, en este sentido, atendiendo a los objetivos propuestos, queremos mencionar una perspectiva diferente de la sostenida aquí y que debe mucho a los análisis genealógicos de Foucault (1972; 1990), que Rose (1989; 1996; 2003) ha denominado “epistemología institucionalizada” para la psicología en su conjunto, con base en considerar insuficiente la epistemología de Bachelard. Para este, cualquier ciencia recorre una marcha hacia la objetividad, que es una conquista histórica de la comunidad científica, mediante reiteradas rupturas con el sentido común que sustancializa o naturaliza la experiencia inmediata.
De este modo se construyen teorías que se van integrando en sistemas cada vez más abarcativos, en un sentido dialéctico. Este arduo proceso incluye no solo las categorías teóricas elaboradas en el campo científico, sino también las técnicas y procedimientos que se usan para construir los objetos de investigación y las nuevas realidades, la fenomenotécnica de un racionalismo aplicado (Bachelard, 1981; Torretti, 2012). Es decir, el discurso teórico está asociado con una cuestión técnica y práctica de modo intrínseco, y en tal sentido, la psicología como ciencia sería inseparable de una red que incluye teorías, conceptos y prácticas sobre el mundo del comportamiento, como las actividades experimentales, entre otras.
Sin embargo, para Rose, la psicología tiene aspectos tecnológicos en un sentido diferente, referido ante todo a un actuar sobre los seres humanos para orientar su conducta en una dirección específica, sea en un sistema jurídico, educativo o médico. Aquí reside su tesis central: las vicisitudes de la psicología dependen sobre todo de ensambles para determinar los comportamientos humanos, una interdependencia entre prácticas y epistemología psicológica. Es decir, que las reglas que determinan el conocimiento psicológico están determinadas por relaciones institucionales, en lugar de ser una cuestión de sistemas conceptuales. De otra manera, la verdad en psicología no resulta de una intervención de las técnicas para probar una teoría, sino de los intentos por racionalizar los esfuerzos de educadores, médicos o cuidadores de vasta experiencia en su oficio.
En síntesis, lo que dice un psicólogo sobre la inteligencia, las creencias sociales o las actitudes es verificable secundariamente a que ciertas características de una institución (escolar, hospital o prisión, etc.) las vuelva posible, precisamente, a partir de que son técnicas de intervención, porque allí son practicables y dan lugar al disciplinamiento (Rose, 2003; 1996).
Más aún, cuando la psicología se vuelve una ciencia positiva es porque las formas técnicas se incorporan al objeto de la psicología, esto es, al sujeto psicológico. La psicología es un conjunto de prácticas performativas que constituyen la subjetividad: es “una tecnología del yo” en sentido foucaultiano, que solo a posteriori es vista como una teoría. Al respecto, es mucho más lo que se hace respecto a lo que lo que se dice (Loredo Narciandi, 2019), las prácticas discursivas y concretas posibilitan los enunciados psicológicos. Por eso, los laboratorios experimentales no fueron principalmente una búsqueda de modos de producir enunciados verificables, próximos a las ciencias naturales, sino instituciones que regulan datos, o grillas estadísticas, para producir y manipular los fenómenos o disposiciones psicológicas (Rose, 1989; 1996).
Justamente, nos preguntamos si los análisis epistemológicos, desde nuestra perspectiva, son compatibles o incompatibles con el énfasis en las relaciones institucionales y de poder en la psicología, subrayadas por Foucault y por Rose. En tal sentido, retomamos el significado de las controversias en la historia de diversas disciplinas psicológicas. Entre otras, la que hemos expuesto con cierto nivel de detalle entre PD y TRS, o la que enfrentó a conductistas y cognitivistas, o piagetianos (y postpiagetianos) con los discípulos de Vigotsky en el campo del desarrollo cognoscitivo, o a Moscovici con la psicología social cognitiva.
Según nuestra lectura de Rose (2003), las controversias son para él, igual que las experiencias de laboratorio, recursos en la lucha para lograr la verdad, la que se instala finalmente como resultado de una batalla, de un acto de imposición o de violencia. La verdad se logra más por el enfrentamiento entre los contendientes que por construcción de hipótesis. Aquí diríamos, si hemos entendido bien, que el conocimiento se interpreta en este enfoque como “el centelleo del cruce de espadas”, en los términos de Nietszche y del mismo Foucault (1991), en contra del conocimiento como asimilación del mundo a la actividad del investigador. En otras palabras, no interesa el problema clásico de la verdad, sino los efectos de verdad que derivan de la aceptación de un discurso como verdadero, de modo que este es un instrumento de fuerza sobre el mundo (Morris, 2016).
Ahora bien, en nuestra caracterización de la controversia, tal como la hemos presentado, se admite un alto grado de compromiso valorativo e ideológico de los protagonistas, quienes no se limitan a contraponer puntos de vista por el recurso exclusivo “al mejor argumento”, como cree Habermas (1981). En este punto hay cierta convergencia: una controversia “entraña un proceso social de exclusión en la que los argumentos, la evidencia, las teorías y las convicciones son empujadas hacia los márgenes, no permitidas en el campo de ‘lo verdadero’” (Rose, 2003).
Sin embargo, esto no es todo lo que hay que decir: el sentido de una disputa en la historia de la ciencia o la filosofía no se reduce a un acto de violencia, no es solamente el signo de una relación de fuerzas entre los contendientes. El modo en que se producen las controversias, en nuestro caso confrontando dos teorías y sus aspectos metateóricos, así como los conceptos, con los procedimientos de indagación asociados y que no hemos examinado por razones de espacio, adquieren un sentido epistemológico más cercano a Bachelard, en tanto son promotores y resultan en cambios “para adelante” de los conocimientos psicológicos.
Hemos mostrado que los debates entre PD y TRS han contribuido a ciertas modificaciones conceptuales de la segunda, como la mejora de la caracterización conceptual de las RS. Esta ha ganado en precisión, en una apertura más firme de la reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la propia teoría o la articulación teórica de los componentes de su campo de conocimiento, y particularmente, una renovación teórica en la TRS, al enfocar decididamente los conflictos y el poder. Y también muestra las limitaciones de la revisión crítica de la PD.
Acordamos en que buena parte de las proposiciones de un investigador se formulan en contra de otras, “alguien siempre escribe en contra de otro”, decía Piaget. Además, y lo más importante, las confrontaciones en el campo de producción teórica deben mucha de su eficacia a la fuerza social de quienes las defienden, a las posiciones que ocupan. Sin embargo, esa batalla se despliega bajo el control de las reglas constitutivas del campo (Bourdieu, 2003; 1999) y los enunciados tienen que ser cuestionables o ser pasibles del examen de su coherencia e incluso, cuando corresponde, de su adecuación empírica. Desde este punto de vista, afirmamos en términos relativos un racionalismo histórico, un cierto avance o hasta progreso al producirse novedades teóricas antes impensadas, al menos en la TRS. Asistimos a su reorganización teórica o a un abandono consensuado entre investigadores, a una construcción social de nuevos problemas por métodos específicos (desde la clínica a la experimentación o a las narrativas, pasando por las entrevistas etnográficas), y también por las controversias.
En definitiva, la investigación psicológica depende de una validación por pares y por la comunidad científica producida en una práctica social con ciertos criterios y modalidades de evaluación compartidos. También depende de la fuerza de los protagonistas o de su lugar en el campo de relaciones de poder, como lo han mostrado Bourdieu y Rose. Para nosotros, no hay que optar, sino asumir simultáneamente dos enfoques: por un lado, la epistemología que discute la cientificidad de las investigaciones utilizando los criterios señalados; por el otro, aspectos de la versión “institucionalizada” de la epistemología, que sitúa a las psicologías en las prácticas discursivas. Ambos aspectos de la investigación psicológica se pueden vincular sistemáticamente evitando tanto el relativismo posmoderno del conocimiento, reducido a las prácticas discursivas y a sus relaciones con el poder, como el objetivismo de la metodología experimentalista. Reiteramos la doble faz de la psicología: cuando Rose (2003) menciona los estudios psicométricos sobre la inteligencia o las actitudes, con su larga historia, a los que hace emerger de una función legitimadora de las técnicas de intervención sobre la población, tiene razón. Pero cada vez que esto ocurre, las investigaciones clínicas, experimentales o estadísticas del campo psicológico han mostrado la falsedad de tales hipótesis. Lo mismo ocurre para los estudios de déficit atencional en la infancia, los de la evolución universal de estadios de la inteligencia o la psicología social cognitiva de los “sesgos” sociales para la actividad racional (Castorina, 2016b).
Volvamos a las controversias en la historia de la psicología, estas no constituyen únicamente un recurso o un acto asociado con las relaciones de poder o de imposición de normas para la retórica de la “verdad”, sino un instrumento para la reestructuración y avance del conocimiento, bien diferente del relativismo del “centelleo” que discontinua de modo radical las investigaciones. La búsqueda de saberes más creíbles y sustentables intersubjetivamente se persigue trabajosamente y al precio de una crítica de las condiciones sociales de la producción psicológica, de las relaciones con el poder que han marcado las investigaciones. Una racionalidad que se construye históricamente y, por lo tanto, es relativa al contexto en que se ha producido, incluidas las relaciones de fuerza y de poder comprometidas. Diríamos, una versión racionalista histórica de la objetividad como “proyecto” es compatible con la crítica de las condiciones sociales que obstaculizan la búsqueda inacabable de autonomía intelectual. Es decir, una expectativa de trascender epistémicamente los contextos de producción, aunque no haya investigación sin condiciones sociales o relaciones de fuerza.
En síntesis, en lugar de una opción excluyente entre un saber estratégico y un saber justificable, al indagar empíricamente, producir teoría y reflexionar sobre las condiciones sociales, se puede defender un equilibrio dinámico de estos niveles. Curiosamente, en una vena semejante, en la psicología crítica (Teo, 2011) se asocia el análisis del statu quo de la psicología con los recursos de la crítica ideológica, así como con el estudio reflexivo de los contextos de descubrimiento, justificación e interpretación, y simultáneamente con el análisis de las prácticas psicológicas en términos del poder en la sociedad.
Un corolario: la objetividad con la crítica de los valores
Finalmente, en relación con lo que venimos discutiendo, ¿al introducir los valores morales o políticos -los más rechazados por los positivistas- en todos los niveles de la producción científica, se abandona la objetividad del conocimiento como quieren los relativistas o es una recuperación? La respuesta es no, si y solo si hacemos una crítica de la objetividad como un acoplamiento a los hechos “anteriores” al conocimiento, asociada a la versión positivista de la dicotomía entre valores y hechos. Sobre todo, las epistemólogas feministas Harding (2004) y Longino (2016) cuestionaron la tesis de la “neutralidad” valorativa, según la cual los investigadores pueden responder a exigencias de objetividad sin examinar sus propios compromisos históricos con lo que estudian, sin asumir el significado de los orígenes de sus problemáticas de investigación.
No se trata de descalificar las teorías o el resultado de las investigaciones por la intervención de valores, sino de pensarlos como aspectos inherentes a toda práctica científica. Desde alguna perspectiva valorativa del propio investigador, pero apelando a buenas razones, se pueden estudiar y comparar los valores cuando intervienen en la investigación. Claramente, la intervención de esos valores en el ciclo metodológico no supone que los problemas se deben formular de modo tal que conduzcan a una conclusión predeterminada; por el contrario, una hipótesis sugerida por valores morales o políticos puede ser falseada por la experiencia. De lo contrario, la intervención de los valores en la investigación se volvería inaceptable. Y lo que es fundamental, es preciso reconsiderar el concepto mismo de objetividad desde otro ángulo: abandonar la tesis de que el conocimiento es una apropiación de una realidad existente, de modo impersonal y desinteresado. Por el contrario, la objetividad se concibe producida intersubjetivamente entre investigadores, consensuando el modo de arbitrar las discusiones, sin autoridades externas. El cuestionamiento de ciertos valores ético-políticos, con base en buenas razones, puede ayudar al logro de la objetividad, cuando aquellos obstaculizan el planteamiento de ciertos problemas o la adopción de una diversidad metodológica. La reflexión crítica por parte de los investigadores es, así, imprescindible.
En la producción de conocimientos y en las controversias se apunta a una explicitación y revisión por los investigadores de sus diferentes preferencias valorativas. Básicamente, una reconstrucción crítica de los valores que obstruyen el avance de los conocimientos, o de los que lo facilitan. Por ejemplo, como ya mencionamos, evaluar positivamente las actitudes o las representaciones como actos cognitivos individuales, o aspirar a una investigación desinteresada de lo político, solo investida por la “seriedad” de la experimentación, o por el contrario, tomar partido por la liberación de los sectores sociales marginados o por una justicia distributiva en la sociedad. Insistimos, la psicología social cognitiva supone un procesador activo que reorganiza la información proveniente del mundo social y guía la acción que la influencia social puede “sesgar”. El modo en que se definen las actitudes, el sentido común o las creencias está fuertemente influido por el valor individualismo; por su lado, en la TRS la centralidad de las indagaciones en la estructura y el contenido de las RS supuso un “dejar el mundo como está”, en cambio, situar las RS en los conflictos sociales (Howarth, 2006), como se vio, parcialmente en la PD, dependió de asumir el derecho de aquellos sectores sometidos en nuestra sociedad (Castorina, 2016a; 2016b).
Por lo dicho, citicar los valores morales y políticos se convierte en un componente del proceso de conquista de la objetividad en lugar de ser ajena a este. Y dado que los valores no epistémicos forman parte de las condiciones que hacen posible la investigación y actúan de modo invisibilizado, por ser parte del sentido común académico, es preciso explicitarlos en los me. Se trata de tematizarlos para establecer cuándo dificultan la ampliación de las eviden cias o si, por el contrario, orientan la obtención de un más amplio rango de evidencias. En este sentido, las controversias que hemos presentado muestran que uno de sus resultados más significativos ha sido el incremento de los estudios sobre las disputas y conflictos entre los grupos sociales como un desencadenante de la sociogénesis. Esto involucra una explicitación de sus valores políticos. Es decir, para avanzar en la investigación de la sociogénesis de las RS es preciso oponerse a los valores individualistas, a la ajenidad de la política y en defensa de los sectores estigmatizados. La explicitación de valores -incluye la crítica con buenas razones de los asociados con el MEE- fue promovida por las controversias con la PD (Howarth, 2006). De este modo, se dialectizan las interacciones de los componentes del ciclo metodológico.