Introducción
En La condición de la posmodernidad, David Harvey menciona que las sociedades modernas articulan dos sentidos del tiempo principales: un movimiento cíclico que proporciona a las personas una sensación de seguridad a partir de las rutinas de la vida cotidiana; y un tiempo anclado a la noción de progreso, estructurado por las lógicas del capital, orientado hacia adelante. Ese sentido de progreso puede erosionarse abruptamente ante una situación extrema como una crisis económica, un conflicto bélico o una epidemia, ante lo cual deviene un retorno forzado hacia el tradicional sentido del tiempo cíclico (Harvey, 1998). En Argentina, a lo largo del año 2020 la crisis se manifestó a través del incremento progresivo de contagios y muertes por covid-19, de la limitación de las actividades laborales, industriales y comerciales, y de sus efectos sobre la economía nacional, que ya antes de la pandemia presentaba niveles de pobreza que ascendían al 40 % (Beccaria y Maurizio, 2020). En un primer plano, este escenario pudo generar una representación idealizada del pasado que a partir del refuerzo del sentido del tiempo cíclico favoreciera una inclinación hacia sensaciones nostálgicas.
Por su parte, el confinamiento social alteró drásticamente las formas de comunicación y de relaciones sociales, necesidades que fueron paliadas casi exclusivamente a través de las pantallas (Díez García, Belli, Márquez, 2020, p.763; Unicef 2020), lo que en un segundo plano pudo incentivar un despliegue de sensaciones nostálgicas hacia momentos en que estos vínculos se hallaban restituidos. Esta idea halla su justificación en estudios que desde la psicología social atribuyen a la nostalgia una función instrumental reguladora de estados anímicos negativos asociados a situaciones de soledad (Zhou et al, 2008; Abeyta, Routledge, Kaslon, 2020).
En alineación con estas posiciones, a partir de un trabajo de campo realizado durante los primeros meses de confinamiento por COVID-19 en Argentina, observamos que la nostalgia fue una emoción que tuvo una significativa presencia en la vida cotidiana. No obstante, hubo representaciones nostálgicas que excedían el pasado reciente pre-pandémico, ubicándose temporalmente en la infancia o adolescencia de los sujetos de estudio, por lo que en este sentido no puede relacionarse con un pesar que se desprende de una situación económica y sanitaria negativa. Mientras que en otros casos, estas representaciones no han estado asociadas con relaciones de sociabilidad. Nos preguntamos, entonces: ¿cuáles fueron los sentidos dados a las experiencias nostálgicas? Y ¿por qué este fenómeno emergió durante el inicio del confinamiento? En este artículo buscaremos dar cuenta de estos interrogantes a partir de un análisis de las prácticas culturales cotidianas durante el confinamiento por covid-19 en el Área Metropolitana de Buenos Aires3.
El artículo se estructura del siguiente modo: primero desarrollamos los aspectos metodológicos de nuestra investigación. Segundo, presentamos algunos cambios en la oferta del mercado cultural para enmarcar las prácticas culturales nostálgicas durante el confinamiento. Tercero, damos cuenta del concepto de nostalgia con el objetivo de destacar su carácter emocional ambivalente. Luego operacionalizamos dicho concepto para analizar a través de éste las prácticas. Cuarto, analizamos las referencias nostálgicas de nuestros materiales empíricos, destacando su capacidad para interrumpir lo presente y así movilizar prácticas y relaciones sociales a través del carácter activo del recuerdo. Por último, respondemos los interrogantes planteados en esta introducción.
Consideraciones metodológicas
Los materiales empíricos en los que se apoya este trabajo están constituidos por once auto-etnografías. En este método de investigación quien investiga estudia aspectos de la realidad a partir de su propia participación en el mundo (Scribano y De Sena, 2009). Ello no significa que el foco de interés se sitúe en la individualidad del sujeto, sino en aquellos aspectos que lo hacen parte de un colectivo o de un evento del que se busca obtener conocimiento. Siguiendo a Scribano y De Sena (2009), identificamos tres formas diferentes de escritura auto-etnográfica. Por un lado, aquella que se basa en la auto-evaluación desde la propia experiencia de vida, y que en la búsqueda de coherencia biográfica articula reflexiones acerca del pasado con la representación que de su presente el sujeto hace. Por otro, la que se centra en las relaciones de quien investiga con otros sujetos4. Finalmente, la escritura auto-etnográfica puede focalizarse en objetos que se relacionan con la vivencia personal de un fenómeno. En este caso, el énfasis se ubica en el análisis cultural y la interpretación de los comportamientos, pensamientos y experiencias de quienes investigan (Moguillansky, Ollari, Rodríguez, 2016). Es precisamente este último tipo de auto-etnografía la que hemos llevado a cabo en nuestra investigación.
Los registros auto-etnográficos en que nos basamos fueron realizados por estudiantes universitarios en el campo de las ciencias sociales (seis mujeres y cinco varones), de clase media, de 21 a 41 años de edad, y residentes del amba. Esta iniciativa formó parte de un trabajo de investigación colectivo que llevamos a cabo desde el Núcleo de Estudios en Comunicación y Cultura (NECYC) de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Escuela IDAES-UNSAM). Cuatro de sus autores eran participantes habituales del espacio (estudiantes de posgrado), mientras que siete de ellos eran estudiantes de grado que escribieron sus auto-etnografías como parte de las actividades de investigación requeridas para la finalización de las licenciaturas en Sociología y Antropología de la misma universidad.
Los registros5 fueron elaborados en un contexto de aislamiento estricto6, entre los meses de mayo y julio de 2020, y presentan descripciones de prácticas culturales e informativas y de las sensaciones en torno a éstas durante el período de una semana completa. La consigna dada en el NECYC para realizar las auto-etnografías apuntó a “hacer una auto-etnografía del día a día durante la cuarentena” 7, la cual se presentó junto con una serie de preguntas que tenían la finalidad de orientar la escritura auto-etnográfica: “¿Qué prácticas se evitan? ¿Qué emociones surgen de estas prácticas? ¿Me enojan, me hacen reír, me tranquilizan, me relajan? ¿Cómo circula o hago circular el objeto que moviliza las prácticas? ¿Lo comparto con alguien? ¿O me fue enviado por alguien? ¿La práctica ocurre en soledad o acompañada de quién/es? ¿Cuáles son esas prácticas culturales?”. Intencionalmente, evitó definirse el sentido de “lo cultural” con el objetivo de estudiar qué es lo que los sujetos entienden por ello. De este modo, hemos observado referencias a prácticas que no necesariamente son definidas de esa manera, como la jardinería o el ejercicio físico, las cuales se presentan junto con la lectura de libros, la práctica de instrumentos, los juegos de mesa o la visualización de videos en Instagram.
Si bien la pregunta por las emociones de la vida cotidiana durante el confinamiento formó parte de nuestra consigna de trabajo, puntualmente la nostalgia no lo fue, por lo que esta emoción se presentó como un hallazgo genuino surgido de la metodología auto-etnográfica8. Solamente se ha recuperado este tema, en caso de corresponder, un año más tarde, cuando entrevistamos a quienes hicieron estas auto-etnografías. De esta manera, complementamos las auto-etnografías con seis entrevistas (a distancia mediante videoconferencias) realizadas entre abril y julio de 2021, con la finalidad de profundizar en cuestiones que aparecen en los registros e indagar también sobre aspectos que no habían aparecido en ellos.
Cambios en la oferta del mercado cultural
El mercado cultural no fue ajeno al confinamiento: salas de cine y de conciertos, bibliotecas, museos o teatros entre otros fueron cerrados al público. Algunas ramas se readaptaron al consumo virtual (streaming, visitas virtuales, etcétera) para volverse accesibles desde el hogar. Un caso notable fue el reemplazo del cine de sala por el cine en casa: plataformas como Netflix, Amazon Prime Video, o Disney Plus registraron incrementos inauditos de suscripciones desde los primeros meses de aislamiento9. También observamos cambios en el contenido de programas televisivos y radiales -aparte de aquellos vinculados al covid-19-. Por ejemplo, diversas señales públicas incrementaron la oferta de contenidos educativos con el objeto de atenuar los efectos del cierre de las escuelas10.
En cuanto al deporte, ante la interrupción de competencias durante el inicio del confinamiento comenzaron a retransmitirse encuentros y eventos deportivos pasados. En este sentido, la ausencia del deporte en vivo podría estimular aquello que se conoce como marketing de la nostalgia (Benítez y Osorno, 2017), es decir, un proceso social y administrativo que supone el relanzamiento de un producto que ya no se encuentra en el mercado y que incentiva el consumo a través de la evocación del recuerdo de consumos pasados.
Este proceso se vio cuando al comienzo del confinamiento el canal de televisión estatal TV Pública modificó su programación para incluir la retransmisión diaria de partidos de la selección masculina de fútbol de Argentina en todos los mundiales desde 1978 con el objetivo de “acompañar a las familias durante el aislamiento social”.11 Luego de algunos meses el material disponible se agotó, por lo que se dispuso la retransmisión de partidos (pasados) del campeonato local. La novedad del recuerdo, como la de los bienes de consumo, es breve. Pero los límites de la novedad volverían a ser impugnados el día 25 de noviembre de 2020 con la muerte de Diego Maradona, ídolo mundial del fútbol. Este hecho tendría efectos en el mundo deportivo, cultural, político, mediático, y la programación antedicha no fue ajena a éstos: la transmisión de partidos de fútbol locales en la TV Pública sería reemplazada nuevamente por partidos que hubieran tenido la presencia de Maradona. El recuerdo volvió a tener sentido una vez más.
Determinados acontecimientos sociales influyen en la oferta de contenidos audiovisuales, esto ocurre constantemente y no hay nada raro en ello. Sin embargo, algunos de los cambios mencionados pudieron alterar los marcos de las representaciones del pasado y las prácticas culturales nostálgicas.
Definir la nostalgia. De la psicología a la sociología
La nostalgia remite a un estado anímico que surge de la añoranza por un pasado que, aunque irrecuperable, no excluye la experimentación de un goce asociado a la memoria de lo perdido y lo ausente (Braunstein, 2011, p.51). De este modo, por un lado, el recuerdo conlleva a una construcción idealizada del pasado que contrasta con un presente valorado como inadecuado, lo cual termina por afectar negativamente las proyecciones de futuro del sujeto (Braunstein, 2011; Lowenthal, 1998). Pero por otro, diversas investigaciones han mostrado su potencialidad como recurso psicológico para incrementar la autoestima, la motivación, la creatividad y establecer continuidades entre el yo presente y el yo pasado (Sedikides et al, 2008; Colin, Iturrieta Olivares, Marchant Araya, 2018). Asimismo, investigaciones realizadas desde el campo de la psicología social pueden ser consideradas como un antecedente relevante para el estudio de la nostalgia, especialmente por la referencia a su capacidad reguladora de tendencias negativas asociadas a la soledad en situaciones en que las posibilidades de socialización son limitadas (Zhou et al, 2008; Abeyta, Routledge, Kaslon, 2020).
Estos aportes nos permiten pensar la nostalgia como una emoción ambivalente que puede ser utilizada con fines pragmáticos en el curso de la vida cotidiana, y por lo tanto, abordable como un recurso de gestión emocional (Hochschild, 2012) que no es exclusivamente idealista (Bourdin, 2016, p.71), sino que articula un conjunto de representaciones del pasado con prácticas diversas. No obstante, vale hacer una aclaración sociológica: si el aumento de la edad es proporcional con la reducción de los vínculos sociales (Bericat Alastuey, 2000, p.157), entonces es esperable que la búsqueda de alternativas de sociabilidad se encuentre sobre todo entre las y los más jóvenes, puesto que ante una situación de confinamiento serían los que habrían sufrido mayores pérdidas. Esto nos obliga a revisar la relación entre la composición etaria y los sentidos dados a la nostalgia.
A los fines de analizar las prácticas culturales relatadas en los registros distinguiremos dos tipos de nostalgia. Por un lado, la que se origina a partir del recuerdo idealizado de experiencias pasadas con el solo ejercicio de la memoria, y por otro la que se manifiesta con las experiencias propiamente dichas, que inducen a revivir un pasado tanto a través de la memoria como a través de los sentidos del cuerpo. Este caso se da, por ejemplo, cuando se visita nuevamente una ciudad luego de una decena de años: sucede que la ciudad ya no es la misma y es a partir del nuevo habitar en el espacio que aflora el recuerdo de la experiencia en la ciudad en visitas pasadas. Pero este tipo de nostalgia no se presenta sólo en experiencias esporádicas, sino también en la vida cotidiana, ya sea escuchando música, mirando televisión o reencontrándose con personas. En adelante llamaremos a esta emoción “nostalgia activa”, ya que se desarrolla a través de prácticas que incluyen distintas relaciones con sujetos y objetos en un espacio determinado, en contraste con la “nostalgia reflexiva”, en la que el sujeto retrotrae su pasado abstrayéndose de la experiencia en el presente.
La distinción entre estos dos tipos de nostalgia en un contexto de crisis sanitaria se inspira en una imagen de la obra literaria La Peste. En ella Camus (2012, p.63-70) dibujó una ciudad que para evitar la propagación de una epidemia cerró sus fronteras y algunas actividades económicas a la vez que limitaba la circulación interna. Esta medida promovió la ociosidad, que llevó a las personas a “los juegos decepcionantes del recuerdo” en un “deseo irrazonable de volver hacia atrás” que “sólo tenía el sabor de la nostalgia”. Esta representación de un pasado considerado más satisfactorio que la época presente se conjuga con una descripción particular de los cines de la ciudad. La ociosidad llevó a las personas a aumentar su asistencia en las principales salas, pero al cabo de un tiempo las películas proyectadas (sin la existencia de internet) terminaron siendo siempre las mismas. Sin embargo, señala Camus, “las entradas no disminuyeron”.
En este relato la parálisis del tiempo afecta la percepción de las personas y la oferta de bienes culturales. Pero a su vez la recuperación del pasado aparece a través del recuerdo y a través del consumo, y al mismo tiempo con sentidos diferenciales: mientras que el solo recuerdo es una práctica angustiante, el pago de una entrada para la visualización de una obra cinematográfica ya conocida nunca puede ser una práctica penosa, por lo que es posible imaginar a sus espectadores alegres. A continuación, veremos que estas diferencias de sentidos se hallan también en las experiencias registradas en las auto-etnografías.
La nostalgia en la vida cotidiana
Con el objeto de identificar las experiencias nostálgicas en los materiales empíricos, consideraremos como tal a todas aquellas que ya hayan sido realizadas en el pasado y que cuenten con ese sentido -explícito o implícito- atribuido por los sujetos. No incluiremos al análisis aquellos casos en que no podamos dar cuenta de los sentidos que los sujetos les dieron a sus prácticas. Incluso su recuperación tras muchos años puede no ser. Una de las autoras de los registros, Camila12 (24 años, 202013), lo expresa al hablar de un videojuego que acostumbraba a jugar cuando tenía 15 años: “graciosamente no me hace acordar tanto a mi adolescencia, es más como algo que me entretiene y ya.”
En los registros identificamos tanto la nostalgia activa como la nostalgia reflexiva. Gabriel expresó esta última forma de nostalgia a través de un relato que es interrumpido ante el malestar que provocaba:
Hay días en los que es mejor no despertarse: el de hoy es uno. Reunión en el trabajo, charla sobre consumos culturales, finalización de la cursada con exposición y escasearon los lugares disponibles. Todo se ha transformado en una gran partida de ajedrez, con perdón del juego; inestabilidad de la red, inestabilidad de los espacios; inestabilidad emocional. La salvación de todas estas inestabilidades era cualquier bar porteño, sitios en donde lograba el máximo de concentración a pesar de la clientela. Podría escribir más sobre esos lugares, pero me generan nostalgias y hoy no es día más indicado (Gabriel, 38 años, 2020).
El uso del término “nostalgia” por parte de Gabriel tiene dos sentidos. Por una parte, al “escasear los lugares disponibles”, las responsabilidades laborales y educativas no se separan de otras actividades domésticas, lo que deviene en una “inestabilidad” espacial y emocional. De este modo, la “nostalgia” se asocia a un sentimiento de angustia por no poder habitar espacios que permitían interrumpir o separar el conjunto de actividades diarias, como un “bar porteño”. Pero por otra parte, hay una referencia a una práctica extra-hogareña que a pesar de formar parte de un pasado reciente, previo al confinamiento, se reconoce irrecuperable en un futuro inmediato14, contribuyendo a la idealización de esta práctica pasada: los bares porteños suponen una “salvación” a las inestabilidades. En este segundo sentido, la “nostalgia” mencionada por Gabriel debe pensarse como una nostalgia reflexiva, ya que excede toda posibilidad experiencial mediante una práctica.
Por su parte, la nostalgia activa tiene un lugar central en los registros ya que moviliza distintos tipos de objetos y relaciones. En referencia a los primeros días del confinamiento, Camila (2020) señalaba que ante la imposibilidad de salir a bares, los recreó a través de la transformación de un espacio de su casa:
Al principio de la cuarentena simulamos con mi compañera un “Bar Cubano” en casa. En el patio sacamos una mesita plegable de madera, y conseguimos unas luces colgantes para dar un “toque” a la casa. Nos gusta mucho la decoración. Teníamos ron, algo que por lo general hay en casa pero que no consumimos mucho. Recuerdo que era viernes o sábado a la noche y pusimos música. Después armamos ron con coca y fumamos marihuana. Y decidimos que queríamos estar en un bar cubano y ambientamos con lo poquito que teníamos para darnos esa sensación. Por lo general en mi vida, los bares no son muy recurrentes, pero si disfrutaba mucho de ir. Particularmente, los bares me generan nostalgia porque apenas conocí a mi actual pareja salíamos muy seguido, más que a cualquier boliche (Camila, 2020).
Esta nostalgia se traduce en un conjunto de prácticas que transforman el espacio desde un recuerdo cargado de emocionalidad, anclado a una experiencia afectiva previa. Es interesante observar que este hecho sólo se da al inicio del confinamiento, no ante una necesidad (“en mi vida, los bares no son muy recurrentes”), sino ante el cese de una posibilidad (la salida) que siempre había estado disponible hasta ese momento. La posibilidad sustituta es una “simulación”, que se torna atractiva por cuanto lo ausente es algo novedoso.
En este caso la re-vivencia fue experimentada alegremente no sólo a través de prácticas, sino con la compañía de una otra. Esta posibilidad fue especialmente importante en un contexto en que los vínculos se encontraban limitados por las reglamentaciones de la pandemia, haciendo de la soledad una sensación en constante latencia. Con el transcurso del confinamiento, Camila (2021) señaló que “la soledad se transformó en autoconocimiento” a partir de un aprender “a estar bien sola, a disfrutar de la soledad”. Resulta oportuno resaltar que en inglés el valor del término “soledad” queda escindido en las nociones de loneliness y solitude15. Mientras la primera refiere a un estar solo, la segunda comprende un estar con el sí mismo que excluye la conciencia de falta asociada a la soledad. Cuando Camila habla de “autoconocimiento” y de “disfrutar de la soledad” está refiriéndose precisamente a un estado de solitude.
El contenido de la solitude estuvo atravesado por el desarrollo de una nueva sensibilidad en relación con el entorno a partir de la fijación de relaciones sociales sobre los objetos. En este sentido, su potencial nostálgico derivó de su capacidad representativa, que permitió neutralizar las sensaciones negativas asociadas a la soledad, pero también transformarlas en una experiencia agradable:
una amiga me regaló un sobrecito para hacer té. Y me acuerdo que cuando tomaba té me sentía acompañada porque tenía eso que ella me había regalado. Y empecé a darme cuenta que no estaba sola. Me di cuenta que estoy rodeada de personas que de alguna u otra manera no están físicamente pero están de otra forma. Esto me pareció una nueva forma de mantener contacto con las personas. Hay un contacto humano de otra manera, no solamente el cara a cara o lo físico. […] Aprendí también a relacionarme con los objetos, con las cosas, con los sonidos, con los sabores. Hay veces que como algo y me hace acordar a una persona. Los objetos despiertan cosas en mí que antes no. Esa sensibilidad la desarrollé en la pandemia, antes no estaba (Camila, 24 años, 2021).
¿Qué sabor tiene esa comida? O, ¿en qué medida el recuerdo configura el gusto? De Certeau (1999, p.189) se apoya en Léo Moulin para revalorizar el papel que los vínculos cercanos, en especial de la infancia, tienen en la constitución de gustos. El sabor no es una propiedad exclusiva del objeto, ya que “lo más indicado es creer que comemos nuestros recuerdos”. Esta proposición es extensiva a una pluralidad de prácticas culturales: leemos recuerdos, escuchamos recuerdos y también los olemos. El pasado está perdido, sí, pero deja huellas en los objetos que sustituyen un estado de ausencia.
En el registro de José la práctica cultural como inductora al recuerdo puede identificarse en la relectura placentera y desinteresada de un capítulo de Don Quijote durante un sábado por la noche, cuando el autor señala que “leer el Quijote es como viajar ahí”, y más adelante, en la de La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe. José expresa en relación con este último:
qué genial que es el cuento. Lo leí hace años y es volver a ese cuento. Mientras termino de leer el cuento vibra el celular una, dos tres veces… mensajes. Aprovecho y le mando a mi viejo profe de teatro que estoy leyendo el cuento de Poe. “Volviendo a las fuentes” le digo (José, 31 años, 2020).
En este fragmento el recuerdo no sólo es compartido, sino que se canaliza a través de una pieza literaria, que como obra de arte tiene la capacidad de trascender en el tiempo16. Y si a partir del arte el sujeto cree re-experimentar sensaciones similares a las que ya experimentó con anterioridad, entonces dicho consumo transforma el recuerdo del pasado en una experiencia en el presente. O como señala el filósofo Karsten Harries, un artista puede “vincular el tiempo a la eternidad” a través de la creación de una obra de arte “lo suficientemente fuerte como para detener el tiempo” (citado por Harvey, 1998, p.231). Podría agregarse en este caso: y el de su consumidor también. De ahí que el sentido de los términos “viajar” y “volver” no sólo deben leerse en clave de una inmersión en la genialidad de una obra, sino también en el sentido de una sensación de re-experimentación de una práctica realizada en el pasado.
La puesta en circulación de objetos que movilizaban prácticas culturales no sólo se presentó tras su consumo, sino que también fue el resultado de un proceso de socialización. Por ejemplo, Eugenia escribe que en los inicios del confinamiento comenzó a practicar un videojuego de la infancia luego de que fuera propuesto en una conversación entre amigos:
Fue muy puntual de la cuarentena. Yo no venía jugando ningún juego. En general no juego. Los Sims fue mi juego de la infancia. Entre los 10-12 años, ahí jugaba bastante, pero después nunca más y la cultura de los videojuegos nunca la tuve. Y volví a jugar un par de veces intensas en la cuarentena. Muy al principio. Nos pusimos a hablar con unos amigos y dijimos che, gran momento para bajarse el Sims, y hubo un consenso de jugar al Sims, aunque no jugáramos juntos (Eugenia, 22 años, 2021).
La decisión de realizar esta práctica no provino del videojuego en sí, sino de la identificación de un momento que era considerado adecuado para llevarla a cabo, razón que también influyó en la experiencia emocional: “lo que me hizo acordar a la infancia no era tanto qué hacía, sino la sensación de estar muchas horas en la compu, mirando un jueguito” (2021). La intensidad de este consumo fue sostenida por Eugenia durante unas semanas, luego de las cuales decidió interrumpirlo porque “no son vacaciones” (2020). Observamos una valoración temporal similar en el plano social, cuando al comenzar el confinamiento caravanas de automóviles se precipitaron hacia la Costa Atlántica con el objetivo de aprovechar turísticamente los días de suspensión de actividades laborales. La respuesta pública por parte del presidente Alberto Fernández fue precisamente: “no estamos de vacaciones”.17 En este caso el cambio del sentido social del tiempo podría haber posibilitado un tipo de prácticas que en otro contexto y con otras formas de percibirlo no se hubieran realizado o al menos no hubieran aparecido con la misma intensidad o frecuencia. Pero también queda plasmada la variabilidad de estos sentidos: la identificación de la reclusión social con un tiempo vacacional duró poco.
En el registro de Luciana (21 años) la recuperación de experiencias de la infancia/adolescencia se canalizó a través del consumo de videojuegos, películas, música, de la preparación de recetas de los abuelos y de la práctica de juegos de mesa. Este involucramiento con el pasado tuvo inicio durante el confinamiento como una forma de gestión de estados de ánimo:
antes podíamos ver alguna vez una película de nuestra adolescencia y nos reíamos, pero durante el aislamiento me pasaba de ir a buscar intencionalmente eso, de buscar recordar la vida que en ese momento no tenía. Yo particularmente tengo ansiedad y fue muy importante para mí tener esa sensación de confort en las cosas que hacía. Entonces lo que hacía tuvo mucho que ver con algún componente nostálgico, como para sentir que estaba todo bien, como un lugar cómodo y de hogar (Luciana, 21 años, 2021).
Al igual que en ejemplos anteriores, la regulación de las emociones mediante la práctica cultural fue posibilitada en algunos casos a partir de su carácter compartido: “jugar a videojuegos con mis amigos fue bastante importante. Practicamos juegos de la primaria todas las noches. Teníamos un grupo de WhatsApp y nos llamábamos y jugábamos en línea. Eso nos mantenía conectados más allá de videollamar y charlar sobre cómo estábamos, que se hacía cansador en algún momento” (2021). Este caso ha sido también el de muchos niños/as y adolescentes: ante la imposibilidad de relacionarse presencialmente durante el confinamiento, los videojuegos proporcionaron un marco de sociabilidad alternativo, aunque limitado al lenguaje del juego (Aliano, 2021, p.25). No obstante, Luciana muestra que en determinadas situaciones la búsqueda de socialización puede verse satisfecha menos por el hecho de compartir un presente que por compartir un pasado.
Pero si el aislamiento social fue lo que enmarcó estas prácticas, hacia comienzos del 2021, cuando la sociedad se acercaba a una apertura casi total de las actividades, su intensidad había disminuido hasta volverse casi nula. Según Luciana, esto se debió a que “bajaron los consumos porque la vida no se siente igual que hace un año. Al poder ver a mis amigos de otra forma que no sea a través de una pantalla, ya no se siente la misma soledad que se sentía en ese momento” (2021). En el relato presentado observamos que la práctica cultural moviliza y posibilita al mismo tiempo un conjunto de relaciones interpersonales a través de su capacidad para absorber y resignificar estados anímicos colectivos; y su frecuencia y características se vieron afectados por la variabilidad en las posibilidades de encuentros sociales a lo largo de los distintos momentos del confinamiento.
Estas observaciones dialogan con la sociología de las emociones de Arlie Russell Hochschild, para quien la modificación real de los sentimientos, tanto a través de su autoinducción directa o mediante el recuerdo de episodios asociados a sentimientos determinados, se convierte en una forma de adaptación a diferentes situaciones sociales (Hochschild, 2012), en este caso, el confinamiento. Así, la nostalgia se presenta como parte de una cultura afectiva (Le Breton, 2013, p.74-75), es decir, como un conjunto de significados y valores comunes (la idealización de un pasado cargado de una emocionalidad) que lejos de estructurar prácticas, las posibilita según el contexto. Al tratarse de prácticas situadas en el hogar, los sujetos decidieron en qué momentos realizar sus experiencias nostálgicas, a través de qué medios, con qué compañías, y también, cuándo interrumpirlas.
Estas decisiones se valieron de dos sentidos de la nostalgia que tienen efectos diferentes sobre el estado de ánimo: las prácticas nostálgicas registradas suelen aparecer a través de sentimientos de alegría (cuando las experiencias son compartidas con otros/as) y a través de sensaciones de placer (cuando el objeto de consumo son obras de arte). Mientras que la nostalgia reflexiva se expresa como una experiencia angustiante y solitaria. En estos casos podemos notar que la nostalgia reflexiva es un tipo de nostalgia más corrosiva para el estado anímico que la nostalgia activa, en donde ésta presenta su cara más alegre a través de la relación con distintos objetos y sujetos que permiten revivir experiencias pasadas generando la sensación de que el tiempo dejó de correr.
Conclusiones
Hemos planteado que la hipótesis que atribuye la extensión de sensaciones nostálgicas a la crisis sanitaria y económica debe ponerse a prueba a partir del estudio de los contenidos de las representaciones del pasado. En esta dirección, observamos que los sentidos dados a las experiencias nostálgicas presentaron variaciones en grupos de edad diferentes. En el caso de Luciana (21 años), las prácticas nostálgicas tenían lugar “todas las noches”, y siempre eran movilizadas con compañeras y amigos como una forma de sustitución de los vínculos presenciales perdidos. De este modo, las prácticas se extendieron hasta que los vínculos fueron restituidos a partir de la flexibilización de las políticas sanitarias. Eugenia (22 años) muestra un sentido similar, al ser la práctica del videojuego propuesta grupalmente, aunque luego no se jugara en línea. No obstante, esta práctica tendría lugar solamente en un período de dos semanas, y luego no volvería a aparecer. Por su parte, Camila (24 años) describe una experiencia diferente de la emoción, al identificar el recuerdo de otra persona en un objeto determinado, cuyo consumo no restituye el vínculo que se encuentra vedado de forma real, sino de forma emocional: “cuando tomaba té me sentía acompañada”.
En otra franja etaria, José (31 años) describe una serie de prácticas nostálgicas como parte de momentos de ocio, que pueden incluir o no una comunicación posterior, pero que no surgen por ella ni es ésta necesaria para la práctica en sí. En contraste, Gabriel (38 años) no lleva a cabo la práctica anhelada (la salida a un bar porteño), pero llega a una sensación nostálgica por el malestar que le genera no poder interrumpir o separar un conjunto de actividades diarias entre las que se encuentran los momentos de ocio y las responsabilidades laborales o educativas.
Dado que la nostalgia es una emoción que supone la representación de un pasado perdido, para comprender los sentidos de las experiencias nostálgicas hay que preguntarse qué es lo que se perdió durante el confinamiento. A partir de las auto-etnografías producidas, observamos que para las y los más jóvenes el sentido de lo perdido se situó preponderantemente en un conjunto de relaciones sociales. Y en la búsqueda de alternativas de sociabilidad, la nostalgia activa fue un recurso, entre otros, para dar continuidad a esas relaciones a través de otros medios. En cambio, para los adultos de más de 30 años, si bien la limitación de las relaciones sociales fue una preocupación cotidiana, ésta tuvo una intensidad menor. La nostalgia no canalizó una necesidad, sino que fue parte presente o ausente de momentos de ocio.
La necesidad de socialización, entonces, nos permite explicar la razón de una parte de las prácticas nostálgicas estudiadas. Ahora bien, ¿la necesidad de socialización no puede satisfacerse más fácilmente a través de otros medios que no sean las prácticas nostálgicas? Además, este fenómeno tuvo una presencia significativa al inicio del confinamiento, cuando todavía no había un cansancio generalizado por la excepcional extensión de este período, y por lo tanto, tampoco tenía por qué haber una necesidad imperiosa de socialización.
¿Cómo se explica, entonces, la extensión de sensaciones nostálgicas?
El caso en que Camila transforma un espacio de su casa al inicio del confinamiento proporciona información útil para responder este interrogante: la salida a bares no era frecuente en la pre-pandemia, pero se vuelve algo anhelado con la pandemia. Lo que hay no es la limitación de una necesidad, sino la limitación de la libertad para realizar una práctica. Un hecho extraordinario, disruptivo, transforma radicalmente el presente, pero al mismo tiempo crea un nuevo pasado, una memoria, que puede adquirir un contenido idealizado por volverse algo ausente. Surge lo que Talcott Parsons (1976, p.357) llamó un “nuevo equilibrio compensatorio” entre un presente caracterizado por una desestabilización de la vida cotidiana, y una representación ideal que se nutre del pasado para encontrar una base estable, y que a su vez toma un sentido positivo en el curso de una práctica. Entonces, la práctica de videojuegos de la infancia no fue un mero medio de socialización, sino, sobre todo, un medio de representación de “un lugar cómodo y de hogar”, estable por definición. De este modo, es razonable que haya habido una inclinación significativa a las experiencias nostálgicas durante los inicios del confinamiento, precisamente en el momento de mayor trastorno de las rutinas diarias.
Desde esta lectura, la gestión emocional a través de la nostalgia fue una forma de adecuación a la situación social de confinamiento, aunque no por una necesidad de socialización, sino por una necesidad de estabilidad en un contexto crítico. El contenido dado a esta necesidad puede sostenerse en un pasado compartido (a través de la práctica de videojuegos en línea), pero también en todo tipo de prácticas culturales no compartidas (la lectura de libros en soledad). Esta es, ante todo, una búsqueda de estabilidad que frente a un nuevo presente se permite re-presentar su pasado.