Este libro constituye un verdadero aporte para los estudios sobre las identidades de género, específicamente para los vinculados a la investigación sobre masculinidades en las ciencias sociales. No se sustenta en las perspectivas tradicionales de estudios de salud sexual y reproductiva, sino desde el aporte del dispositivo foucaultiano de poder: como “arreglo de elementos para que algo ocurra”. Héctor Domínguez Ruvalcaba observa fundamentalmente las tecnologías sociales y culturales que estructuran los géneros y las sexualidades, lo que nos lleva a su comprensión.
Este autor estudia en general las representaciones de la masculinidad, su construcción social y cultural desde de la época porfiriana, pasando por la Revolución mexicana. Las analiza en las obras escritas y en las imágenes producidas desde ese hecho histórico hasta la actualidad. Traza una línea de estudio para llevarnos a desentrañar por qué escasean las investigaciones exitosas sobre los hechos vinculados a los feminicidios de Ciudad Juárez.
El libro de Domínguez resulta bastante erudito; brinda toda una perspectiva para complejizar o problematizar de manera interesante las investigaciones en general de estos temas, pues las contempla desde una mirada sobre las masculinidades y su papel en México. De la mano de Judith Butler va mostrando cómo la actuación de los hombres invita y estimula continuamente la repetición de la acción viril y de poder, actuación de la que dependen para su existencia. Construcciones que configuran el sentido de una tradición, de una praxis del vivir la masculinidad violenta, una forma de mundo en la que no es fácil ni vivir ni desertar. Mandatos del género dominante que configuran subjetividades e intersubjetividades donde pareciera que los contextos pueden más que los hombres y las mujeres que los representan. La revisión minuciosa de lo concerniente a las acciones de los hombres y sus cuerpos, que ofrece Domínguez, queda anclada en el habla, en los diálogos, las interacciones y descripciones de las novelas, películas y obras de teatro mexicanas que nos llevan a terrenos fundantes de cómo se construye la imagen de los hombre heterosexuales y otras expresiones disidentes de género, tales como los travestis y homosexuales en este país. De manera tangencial y relacional bordea lo que significa en esta cultura ser mujer y sus funciones/representaciones en las relaciones homosociales del contexto nacional.
En el primer apartado, “Intervenciones sensuales”, Domínguez inicia explicando las posturas del hombre héroe en las esculturas ubicadas, por ejemplo, en la avenida Reforma, en el corazón de la ciudad de México, que muestran cómo el cuerpo viril forma parte del imaginario, un cuerpo masculino patrio. Pasa también por el del rebelde, revolucionario, macho y tierno de Pancho Villa, hasta llegar al cuerpo homoerótico de la película de El lugar sin límites y al violento de los “gandallas” de la línea fronteriza en Ciudad Juárez, apoyándose también en etnografías y cintas recientes, producidas aquí y en Estados Unidos, sobre el tema. Su mirada sobre la violencia y las masculinidades, decíamos, nos ofrece herramientas para comprender lo que pasa en la actualidad, y no solo en el norte del país.
De autores clásicos sobre la mexicanidad como Samuel Ramos, Octavio Paz, entre otros, refiere cómo se coloca una postura hegemónica sobre las formas de ser hombre, es decir, cómo se instauran las representaciones sobre la masculinidad hegemónica y cómo estas están en consonancia con los intereses del grupo dominante, apoyándose en la lectura de Gramsci. El autor realiza esta investigación basado en un marco conceptual firme y aplica el análisis de las tecnologías de género, concepto desarrollado por Teresa de Lauretis con fundamento en el dispositivo foucaultiano y su análisis arqueológico. Junto a un análisis crítico de género (queer), que incorpora los estudios del cuerpo y de las emociones, revisa la cultura popular: la gráfica mexicana de Posadas, las películas clásicas del cine de oro mexicano, de directores como el Indio Fernández.
Lo que más impacta es su minuciosidad para el estudio de la subjetividad, dejar ver los modos de existencia de la sensibilidad moderna; pues nos muestra la seducción, el erotismo masculino, el homoerotismo y el papel de lo femenino o lo feminizado en este juego de confrontaciones, para lograr confirmarse entre los varones. La masculinidad se muestra y se basa en la afirmación de esta entre ellos. Así se construye una sociedad patriarcal sustentada en la homofilia que seguimos viendo en reuniones sociales, en la televisión, escuchando en la música, acompañados de la homofobia y la misoginia. La perspectiva de Domínguez sobre la investigación de la literatura, la pintura y la cultura popular con enfoque de género, al analizar la cultura mexicana, consigue un resultado revelador y potente, más allá de los derechos de las minorías. Nuestra cultura monolítica de ser hombre machista duele, cuesta ser hombre en este país e impacta en su forma de muerte y en su no cuidado.
En nuestros enfoques disciplinarios es necesario tomar en cuenta estudios sobre el género provenientes de otras áreas de conocimiento como esta, para seguir problematizando tanto las preguntas como los resultados de las investigaciones cuando de hombres y mujeres se trate. Ahora, con este trabajo sobre la interpretación de la seducción, del homoerotismo y la homofilia, apoyado en el análisis de las imágenes, los párrafos y descripciones ficcionales de la novela mexicana, se enriquecerán nuestros estudios. El aporte del autor se ubica en partir de los estudios literarios y los culturales, además de sostener una posición crítica de los estudios de género, que va más allá de los derechos, haciendo evidentes cambios necesarios en las creencias, en la cultura. Su tesis es que el Estado mexicano revolucionario construye esa imagen del varón, macho, valiente y violento, que la literatura posrevolucionaria enfrentara al mostrar un hombre más moderno por la complejidad de sus sentimientos. Este tema es analizado en los últimos años por Judith Butler con el constructo del género melancólico, provocado por la aversión al reconocimiento del deseo homoerótico. Así subvierte la construcción del complejo de Edipo, ya que afirma que se elabora desde la matriz heterosexual.
Como dice la canción ranchera: “si me han de matar mañana, que me maten de una vez”, representación de la masculinidad que debería pasar a ser un baluarte de la mexicanidad en los museos, pero desgraciadamente la identidad no es un asunto de vitrinas; opera, y frente a ella se definen nuestros jóvenes en la actualidad con las condiciones de precariedad que nos rodean, y la hacen valer. Pervive, pues se ha construido más que un imaginario lleno de representaciones, una ideología a veces inamovible y muchas veces inescrutable, sobre todo respecto del binomio masculinidad/violencia. Es por ello necesaria esta postura interesada en la construcción social de las masculinidades, más que en los esencialismos. Domínguez realiza el análisis que en este libro nos ofrece, de la mano de diversos autores. Por ejemplo, dialoga con Deleuze y Guatari para estudiar las narraciones homosociales en las cuales se perciben, mitifican y deconstruyen la fobia y el deseo, en cuya frontera, como nos dice, se esbozan las relaciones de poder. Lo hace analizando los contactos conflictivos, con frecuencia violentos, como sistema de aceptación y rechazo, dando lugar a una masculinidad como metáfora de la nación representada en un proceso de flujos oscilantes entre deseos y expulsiones, donde tanto la misoginia como la homofobia son los otros dos elementos esenciales para representar la nación. La propuesta del libro sobre la caracterización de la estructura política por los pactos homosociales la deriva del concepto de “pactos patriarcales” de Celia Amorós, como sistema de prácticas en las que los hombres marcan su pertenencia al grupo dominante. Finalmente, toma de Eve Kosofky Sedgwick el concepto de“deseo homosocial” para dar cuenta de cómo el vínculo entre hombres cumple una función de reforzamiento de la ideología heterosexista y la vigilancia homofóbica de las conductas masculinas.
En la primera parte del libro, sobre las intervenciones sensuales, pretende responder a la pregunta de cómo se produce la masculinidad como parte del proyecto de modernización en las artes mexicanas. En el capítulo uno se estudia el cuerpo del hombre y la sensualización por medio del arte nudista. Estudia la escultura de héroes, la descripción de la sensualidad masculina en el arte y la narrativa, la representación de los indígenas y mexicanos en la pintura, que al proveerlos de sensualidad y subjetividad pueden ser interpretados en el código moderno. Así cruza sensualidad y colonialismo.
En el capítulo dos vemos cómo los límites de lo nacional pueden leerse en las representaciones del hombre por medio de su vestimenta no viril. Aquí da cuenta de cómo el travestido es un instrumento de crítica de los prejuicios sociales y detonador que desestabiliza las identidades. En el porfiriato, el afeminado es el enemigo ideológico y síntoma de decadencia pues se consideraba una marca antinacional. Después llega a analizar el arte neomexicanista más reciente de Nahúm B. Zenil, Graciela Iturbide y Julio Galán donde el travestismo representa la deconstrucción del punto de vista homofóbico. La multiplicación del vestido sugiere identidades intercambiables, o por medio de la desaparición del sujeto, que la identidad es una cuestión de superficies.
En la segunda parte del libro, intitulada “Las pasiones homosociales”, estudia las narraciones que han formado la visión pública de la Revolución. La descripción de los hombres revolucionarios nos conduce, dice el autor, al análisis del vínculo homosocial como un sistema íntimo que estructura el poder de las relaciones que engendra el Estado. En primer lugar analiza la novela clásica de la Revolución, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán -donde dibuja la tensión entre el homoerotismo y la naturalización de la violencia entre los hombres-, hasta llegar a películas como Un lugar sin límites de Ripstein y las de Ismael Rodríguez, A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer. En la primera, la seducción de la Manuela pone en peligro las identidades monolíticas del género masculino, se produce un deseo que no es normativo y eso desestabiliza la identidad de Pancho, el protagonista del filme, llevándolo a reafirmar el orden heterosexual a través de participar en el asesinato de la Manuela, alegoría de la violencia homofóbica en México. En cambio, en las otras dos películas la relación de Pedro y Luis implica la seducción que es negada o escondida detrás de la competencia. Ellos mantienen su deseo oculto bajo la lógica de la rivalidad más que implicado en una relación erótica, como es el caso de la anterior, la de Un lugar sin límites. Un factor común en ambas posturas, entre la relación seductora y la desafiante, es la presencia de la violencia, un hilo conductor en la trama de la representación masculina.
En la tercera parte del libro, “Iluminando el machismo”, se expone cómo el estudio de las relaciones de género no puede partir de una estructura definida y finita, desde el momento en que su configuración es ubicua y contradictoria. De hecho, señala una de las contradicciones marcadas en el trabajo de Paz y Ramos: la construcción del deseo sobre la base de lo no deseado, relación compleja de poder que se extiende a toda la sociedad, dinámica que abre camino para entender los fundamentos culturales de la violencia social. Con autores como Revueltas, Monsiváis, Paz, Argüelles, entre otros, descubre las pugnas internas que hacen de este macho un personaje melancólico y violento. Con el análisis de la obra de José Revueltas, nos muestra cómo el género es invisible para los hombres y desde ahí actúan. Sean de izquierda o de derecha. En este sentido, si retomamos a Daniel Cazés, es como si estuvieran enajenados por una estructura misógina que les da dividendos patriarcales. El machismo está enraizado en el colonialismo y trabaja la inferioridad y el rencor del mestizo medroso, ya que el objetivo de Domínguez es mostrar que el colonialismo es una resistencia a la cultura occidental, que se expresa en el patriarcado nacionalista, en una moralidad hipócrita y en una sexualidad indefinida que ubica el machismo más allá de la heterosexualidad.
Le dedica un buen análisis a la autoimagen del mayate, su práctica erótica consistente en ser deseado como un cuerpo viril, lo cual es un sistema de comportamientos y una serie de significados que permiten la articulación de su subjetividad. Con este engañoso juego de espejos, nos dice el autor, queda suspendida toda la gama de sexualidades, dando paso a las sexualidades multifacéticas que aparecen en la novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma, o en lo opuesto, la sexualidad coercitiva presente en Las púberes canéforas, de José Joaquín Blanco.
Al final del libro el autor aborda el tema de la invisibilidad de la violencia de género, y los elementos que permiten la emergencia del hombre violento de nuestros días en el contexto de Ciudad Juárez. En las obras de teatro, películas y documentales sobre los feminicidios en aquella región se observa cómo aparecen como justificaciones desde los resentimientos contra las mujeres, las patologías de los asesinos, hasta la falta de la figura del patriarca que las proteja, frente a la de los heroicos policías. De hecho, se consideran las demandas de la sociedad civil como obstrucción de la misión policiaca. Sin embargo, aumentar cuerpos policiacos solo da como resultado que se expanda la violencia, nos dice Domínguez, quien termina proponiendo que atreverse a pensar un contramovimiento es pensar que la masculinidad puede liberarse de las limitaciones del patriarcado, y termina preguntando si eso será posible alguna vez.
Desde esta pregunta con la que cierra el libro Domínguez, nos gustaría comentar dos intentos de abordar las relaciones de género entre los hombres. La primera, una investigación cualitativa sobre los significados de ¿qué es ser hombre?, realizada hace quince años y financiada por la OPS, en la cual participaron 15 psicólogos sociales y sociólogos de la UAM-I, UNAM, y El Colegio de México con enfoque más amplio sobre las identidades sexuales y la intervención de la colectiva La Lleca con adolescentes, a través del performance, recién publicada con el apoyo del FONCA. La Lleca lleva 10 años trabajando con hombres en reclusión.
En la primera pesquisa, los resultados en general de 35 entrevistas y grupos focales de adolescentes entre (12 y 29 años) en dos zonas del DF, una marginal y otra popular, mostraron el modelo dominante con el cual se definían los chicos: ser proveedores, fuertes y activos sexualmente, con una amplia vigilancia social para no ser feminizados y el papel contradictorio que jugaban los homosexuales en sus grupos, para reafirmarse y platicar sobre las emociones. En las recomendaciones entregadas a la Organización de Salud Panamericana (OPS) se propusieron campañas de comunicación social en que se promovieran o valorizaran diversos modelos de ser hombre, que por cierto sí se encontraron: tiernos, cariñosos, etc., y una alianza entre hombres y mujeres frente a la globalización y sus repercusiones en las familias y los trabajos. Lo anterior, sobre todo, para aminorar la desestabilización de los roles de género que ya se presentaban debido a la inestabilidad económica e incorporación masiva de las mujeres al trabajo, sobre todo informal. También se recomendó que se promoviera más apoyo y solidaridad entre hombres y mujeres, además de empoderar a las mujeres, e intervenciones grupales con los hombres. Asimismo, se sugirió continuar con una investigación sobre los diferentes tipos de relación entre hombres y mujeres (amigas, amigas con derecho, novias, etc.) para un trabajo más real y menos prejuicioso sobre las relaciones sexuales y las políticas de prevención del VIH y otras ITS.
Las intervenciones de La Lleca están en la vanguardia al trabajar con las masculinidades de presos, educadores, estudiantes, “o lo que sea”, desde el cuerpo, las emociones y la afectividad, sobre las formas de cambiar las desigualdades, la opresión y el sometimiento al orden social y las formas culturales que las generan. Intentan trazar un camino que va de la reflexión individual y colectiva a acciones de transformación en la vida cotidiana. Lo anterior, junto con este libro fundamental de Domínguez Ruvalcaba, da pistas de por dónde continuar.