Wayne Cornelius (2007) sugiere que ciertos cambios recientes observados en el patrón migratorio han correspondido, básicamente, a cuatro factores: en primer lugar, a la composición de la demanda de trabajadores migrantes en el país de destino; en segundo, a la crisis económica de México durante la década de los ochenta; en tercero, a la política de inmigración de los Estados Unidos (IRCA) en 1986, con lo que aumentó la migración de mujeres y niños; y por último, a la gestación de las redes migratorias trasnacionales. Como consecuencia de estos cuatro factores se alteró la composición demográfica de los flujos de migración y propició la incorporación de estados no tradicionales. Este autor también considera que existe una tendencia hacia el establecimiento permanente en Estados Unidos. No obstante, al comprobar la hipótesis del probable establecimiento de los migrantes en el vecino país del norte, Cornelius (2007) encontró que esta característica se centraba en las particularidades sociodemográficas y económicas de los nuevos migrantes, quienes podrían convertirse, a largo plazo, en residentes de Estados Unidos, ya que mientras más tiempo pasan en aquel país, es más probable que se establezcan. De igual forma, este autor confirmó que la migración mexicana hacia ciudades como Los Ángeles y San Diego proviene más de áreas urbanas que rurales, por lo que refleja la urbanización de nuestro país.
Corona (1998), al caracterizar la migración laboral de México a Estados Unidos, concluye que el patrón migratorio se ha modificado, puesto que aun cuando sigue siendo eminentemente masculina, hay una mayor participación femenina, los desplazamientos se realizan en edades productivas, presentan una mayor escolaridad, son principalmente de origen urbano y con una mayor participación de los estados del norte, centro y sur del país. Este autor también señala que los cambios de la migración laboral mexicana tienen su principal origen en el proceso de urbanización por el que ha atravesado el país a partir de la década de los setenta. Durand, Massey y Zenteno (2001), al igual que Corona, consideran que los cambios en el patrón migratorio se han dado como consecuencia de la progresiva urbanización de la sociedad mexicana, la cual, no obstante, según estos mismos autores, no representa ningún cambio en la selectividad de la migración (APUD Huerta, 2006:14). Lozano (2002) afirma que hacia la década de los ochenta en la región tradicional predominaba la participación de migrantes de origen rural, de sexo masculino y con bajos niveles de escolaridad; mientras que en la región emergente los migrantes eran, en su gran mayoría, de origen urbano, con una mayor presencia de mujeres y una escolaridad promedio superior. Sin embargo, este autor asegura que actualmente se está asistiendo a un aparente resurgimiento del predominio de migrantes de origen rural, por lo que, en su opinión, se debe replantear la discusión teórica sobre los cambios en el perfil de la migración mexicana hacia Estados Unidos, ya que a partir de la década de los noventa empezó a declinar en todo el país la participación de migrantes de origen urbano.
En el contexto de dichos cambios en las últimas dos décadas se ha documentado que la participación masiva de las mujeres mexicanas es muy reciente comparada con la de varones -que tiene más de un siglo de antigüedad-. Así, a diferencia, por ejemplo, de la migración dominicana a España, iniciada por mujeres -que además contribuyeron al establecimiento de una red migratoria femenina (García y Paiewonsky, 2006)-, la migración autónoma de mexicanos para proveer de recursos económicos al hogar de origen, como es bien sabido, ha sido tradicionalmente masculina con un incremento más o menos reciente de la participación femenina; sin embargo, las investigaciones realizadas sobre el envío de remesas desde una perspectiva de género (Ramírez y Román, 2007; Montoya, 2007; Ramírez, 2009) han puesto en evidencia que las mujeres también remiten dinero para satisfacer las necesidades básicas de sus hogares de origen, pero en menores cantidades, con una distribución de los gastos y un perfil distinto al de los varones.
De acuerdo con las estimaciones realizadas por Ramírez (2009) con base en la National Survey of Latinos, en 2006, 41.5 % de las mujeres mexicanas residentes en los Estados Unidos envió remesas a su familia en su lugar de origen, en comparación con 55.4 % de los varones. En un estudio previo realizado particularmente sobre los hogares receptores de remesas en el estado de Guanajuato, Ramírez y Román (2007) encuentran un comportamiento similar, pero para los hogares y en porcentajes más altos, pues calculan que de los hogares que recibieron remesas en aquella entidad 53.1 % provenían de mujeres y 66.4 % de hombres.
Resulta interesante, entonces, analizar la participación de las mujeres mexicanas en el mercado de trabajo internacional y las características de quienes envían remesas a su lugar de origen. Se trata de un estudio cuantitativo para mostrar los cambios y las continuidades en la migración de mujeres y en los envíos de remesas que estas realizan, para lo cual se utilizan las estimaciones del Consejo Nacional de Población (CONAPO) sobre los distintos tipos de migración, las estimaciones del stock de mexicanos en Estados Unidos elaboradas por CONAPO y el Buró de Censos de los Estados Unidos, con base en la Current Population Survey (CPS) para distintos años; asimismo, se realizan estimaciones propias con la información que proporciona la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte 1999-2013 (EMIF), utilizando particularmente el flujo de lo procedente de los Estados Unidos.
El trabajo se divide en tres grandes apartados. En el primero se discute brevemente la literatura sobre la participación de las mujeres mexicanas en la migración internacional; en el segundo se analiza la información estadística referente a la participación femenina en la migración, con el interés de proporcionar un antecedente sobre el fenómeno, así como algunas características sociodemográficas de la población mexicana residente en los Estados Unidos, en general, y de las mujeres en particular, y un breve panorama de la evolución de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo internacional, haciendo uso de la información de la EMIF. Finalmente, en el tercer apartado se aborda el envío de remesas de las mujeres durante los periodos 1999-2009 y 2010-2013, las características de quienes envían remesas y cómo se utiliza ese recurso en el lugar de origen.
Algunas características de la mujeres migrantes: una perspectiva de género
Si bien empiezan a proliferar los estudios que conectan las categorías de género, familia y migración internacional, en su gran mayoría estos trabajos, hasta el momento, han puesto su atención en individuos y no en grupos familiares o en la familia. Tradicionalmente, los estudios sobre migración internacional han enfatizado ciertos aspectos de este proceso, tales como condicionantes socioeconómicas, funcionamiento de redes sociales, uso de remesas, lugares y tipo de empleos en los Estados Unidos, incorporación de mujeres y jóvenes en el mercado laboral y cambios en el estatus migratorio. En el caso concreto de la frontera norte, por ejemplo, Fernández-Kelly (1983) había señalado ya, hacia finales de la década de los años setenta, que desde que las mujeres empezaron a trabajar, tanto en las maquiladoras como en los Estados Unidos, empezaron a presionar para poder influir en las decisiones familiares de mayor envergadura. Esto significó, al menos potencialmente, “una amenaza para el rol de autoridad tanto de los esposos como de los padres de estas trabajadoras”. Esta autora sostiene que las mujeres de la frontera norte no solo fueron acusadas de olvidar sus “roles apropiados”, sino también de causar la fragmentación de las familias y la formación de hogares encabezados por mujeres. Fernández-Kelly (1983) subraya, sin embargo, que antes de la participación de las mujeres en los mercados laborales existía un grupo considerable de estas que encabezaban hogares. Es decir, mucho antes de que empezaran a trabajar fuera del hogar, había familias en las que el principal sustento económico provenía de las mujeres. Autoras como Hondagneu-Sotelo (1994) lleva esta discusión de familia y género al tema de la reproducción del sistema patriarcal. La autora lo define como un fluido y cambiante grupo de relaciones sociales donde los hombres oprimen a las mujeres, y en el cual diferentes hombres ejercen distintos grados de poder y control (particularmente a través de múltiples formas de violencia) en el que algunas mujeres colaboran, aunque otras se resisten de diferentes maneras. Esta autora se plantea lo que a mi juicio es una de las preguntas más interesantes de su trabajo: ¿Qué elementos de poder patriarcal y de significados importantes son construidos (y reconstruidos) en las relaciones familiares, y cómo estas relaciones patriarcales son reproducidas a través de la migración? Según Hondagneu-Sotelo (1994), varios de los estudios de familias de migrantes asumen generalmente que todos los recursos son compartidos de manera igualitaria por todos los miembros de los hogares, aunque otros trabajos han demostrado que esto no es necesariamente cierto (Selby et al., 1994; González de la Rocha, 1994). En este sentido, para Hondagneu-Sotelo las relaciones de género al interior de las familias circunscriben las opciones y decisiones en torno a la migración. Estas relaciones de género, junto con edad, clase social y estado civil, les imprimen varios constreñimientos a los individuos a la hora de decidir migrar a los Estados Unidos. Esta autora observa que aunque la incorporación de las mujeres en la fuerza laboral ha erosionado de algún modo la posición “central” de los varones como principales proveedores económicos, el trabajo femenino no es necesariamente un signo de emancipación. Encontró también que existe una diferenciación por sexo (género) en el proceso migratorio internacional, en el sentido de que las mujeres buscan establecerse en los Estados Unidos, mientras que los varones intentan regresar a México. La autora explica esta diferencia como resultado de que las mujeres se “empoderan” en los Estados Unidos. Algunos críticos de Hondagneo-Sotelo (1994), como Alejandro Canales (1999), sostienen que si bien existen diferencias por sexo, también se presentan otros factores de diferenciación tanto o más importantes, como la edad, origen rural-urbano, posición en la estructura familiar, entre otros.
Para autoras como Hirsch (1999), “Las parejas jóvenes tienen hoy en día mayores posibilidades de tomar decisiones conjuntamente con sus cónyuges, de compartir algunas tareas de la reproducción familiar y de valorar la intimidad (incluida la sexual) como una fuente de cercanía emocional”. Además, sostiene que, a diferencia de sus padres, las nuevas generaciones de migrantes no interpretan de manera automática los desacuerdos de sus esposas como un ataque a su autoridad o virilidad. Hirsch (1999) menciona que los varones continúan siendo valorados públicamente según su capacidad de proveedores, y que las mujeres aún son juzgadas según su dedicación a las tareas domésticas. Sin embargo, la autora reconoce que ha habido un cambio generacional de parte de los varones hacia una mayor ayuda y reconocimiento de la nueva capacidad de proveedoras económicas de las mujeres. Malkin (1998) reconoce que aún se sabe poco sobre la manera como se negocia al interior de las familias la decisión de migrar. Indica que debe ponerse atención en cómo las mujeres negocian ante situaciones de desigualdad y cómo construyen sus “agencias” o espacios de poder. Desde la perspectiva de Malkin, las mujeres son sujetos complejos construidos a través de discursos competitivos que, a su vez, son producto de intersecciones de relaciones de poder. Opina que “No existe una subjetividad dada, la distribución del poder se basa en las construcciones discursivas de la posición de los sujetos a partir de los cuales los individuos interpretan activamente el mundo y la manera como estos y el mundo mismo está gobernado”. Malkin (1998) analiza la cuestión de la agencia o poder a través de la manera como se construyen los discursos de la familia, la clase y el respeto, debido a que estos discursos son usados para estructurar las identidades de los individuos como migrantes.
En mi propia investigación realizada en Ciudad Juárez (Vega, 1999), con población que ha ido a trabajar a los estados de Nevada, Arkansas y Oklahoma, encontré que, efectivamente, tanto los varones como las familias aún suelen apelar a la posibilidad de la separación de los hogares (chantajes o ejercicio de una doble moral que yo calificaría como un mecanismo sutil de violencia hacia las mujeres), los riesgos que adquieren las mujeres a la hora de migrar a los Estados Unidos y el descuido de la educación de los hijos como elementos discursivos para disuadir la decisión de migrar. Evidentemente estos discursos elaborados principalmente por varones suelen apelar a la visión de una “doble moral”, y comúnmente este tipo de hombres exagera su preocupación ante la potencial pérdida de los privilegios de que gozan cuando sus esposas e hijas permanecen en casa (me refiero sobre todo a las tareas o responsabilidades del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos). Esto, sin embargo, no nos debe llevar a suponer que ni hombres ni mujeres son entes pasivos, ni asumir que los varones son totalmente opuestos a “nuevos” cambios. Szasz (1999), por ejemplo, llama la atención sobre aspectos sumamente relevantes, poco mencionados en la literatura sobre migración femenina hacia los Estados Unidos:
los estudios sobre la mujer rescataron dimensiones socioculturales específicas en las motivaciones y características de la migración femenina y de la actividad laboral de las migrantes de origen rural, tales como la división del trabajo en el hogar, los patrones de autoridad, el control de la sexualidad femenina, los cambios acaecidos en el mercado matrimonial y las diferencias en los mercados de trabajo para hombres y mujeres en los contextos de origen y destino.
Los estudios de la mujer -indica esta autora- enfatizaron la importancia de la unidad doméstica y las relaciones de parentesco en el análisis de las migraciones de jóvenes rurales, y los estudios de género agregaron otras dimensiones, como las relaciones de poder y los conflictos de intereses dentro de los hogares, así como los cambios relacionados con la autonomía femenina, la división del trabajo y las relaciones intergénericas que resultan de las migraciones. Otro dato interesante aportado por Szasz (1999) consiste en afirmar que en la emigración a los Estados Unidos, las migrantes tienen menor fecundidad que las que permanecen en México. Al respecto esta autora afirma que la corriente migratoria femenina en la actualidad es de origen y destino urbanos y que ha aumentado la emigración internacional, destacando que las jóvenes solteras constituyen una minoría. Finalmente, Szasz (1999) indica, discutiendo aspectos de género, que los migrantes varones, aunque sean solteros, tienen más posibilidades de negociar arreglos residenciales, porque no están sujetos al mismo control de la sexualidad. Y llama también la atención sobre el creciente flujo de mujeres solas que emigran hacia los Estados Unidos principalmente para trabajar. Explica la presencia cada vez mayor de mujeres y jóvenes en el flujo migratorio internacional como consecuencia de las transformaciones que ha sufrido el mercado laboral estadounidense. Según esta autora, en Estados Unidos se prefiere contratar a mujeres porque ello permite eludir más fácilmente el pago de los beneficios de seguridad social, así como por las ventajas que ofrece la rotación de personal (otro mecanismo implementado con fines de control y “sutil violencia” hacia las mujeres). Los empleos en el servicio doméstico, en los servicios de limpieza, en algunas tareas de oficina, así como el trabajo en la industria del vestido y ciertas tareas en las industrias empacadoras se caracterizan por su bajo prestigio y exiguas remuneraciones (Szasz, 1999). En estos tipos de trabajo, por cierto, las mujeres suelen estar expuestas no solo a prácticas de acoso sexual, sino también a violaciones que no suelen ser denunciadas, particularmente cuando están en condiciones de indocumentadas.
En su estudio sobre el sur de Jalisco, Woo (2001) pone énfasis en la importancia de contextualizar ciertas prácticas de discriminación de género y de violencia en general. Ya que al referirnos, por ejemplo, a la subordinación, a la identidad de género y a la autonomía de la mujer, estas nociones tienen significados diferentes de acuerdo con el contexto local. Es el caso, por ejemplo, del trabajo remunerado y el doméstico, que tienen distintos significados según el contexto donde se realicen. Woo (2001) resalta también otro punto importante: los estudios sobre migración y género no son generalizables:
El empoderamiento, por ejemplo, que adquieren algunas mujeres a través de su experiencia laboral en los Estados Unidos y/o ante la ausencia del esposo en ocasión es temporal. Cuando la mujer tiene “éxito” al incorporarse al mercado laboral estadounidense, se crean las condiciones como para que puedan cambiar sus roles tradicionales. En cambio, cuando se da un “fracaso”, al salir del mercado laboral norteamericano, ello representa para estas mujeres una potencial pérdida de autonomía (Woo, 2001).
En otro texto de Barrera et al. (2000) se argumenta que la perspectiva de género ha permitido tender una nueva mirada para explicar e interpretar los movimientos migratorios a los Estados Unidos, tanto de hombres como de mujeres. Se indica también que aunque la migración corresponde a una estrategia familiar, las desigualdades de género hacen de la mujer el eslabón más débil y, de ese modo, el miembro más fácilmente sometido a unas estrategias de sobre vivencia que suponen relaciones de cooperación pero también de conflicto, donde se expresan la desigualdad y el poder al interior de estas unidades domésticas. Se afirma también que frente a la ausencia masculina, las mujeres han asumido nuevas responsabilidades que anteriormente estaban a cargo de los varones. Entre ellas, hacerse cargo del trabajo agrícola, la adquisición de los insumos y la defensa de sus tierras. Estas nuevas ocupaciones y responsabilidades no relevan a las mujeres de las tareas socialmente consideradas como “propias de su sexo”, generalmente las vinculadas al cuidado del hogar y de los hijos. Sus nuevas responsabilidades no se traducen automáticamente ni necesariamente en una mayor capacidad de decisión, ni les otorgan una mejor posición de poder o de prestigio al interior de las familias y comunidades. Más bien, se abre un campo de conflictos, negociación y acuerdos que involucran una nueva construcción de lo que socialmente es aceptado como atributos de lo femenino y las relaciones entre los sexos.
Ariza (2000) señala por su lado que el hecho de aceptar que las mujeres trabajen para completar el ingreso del hogar somete la imagen masculina a un cúmulo considerable de tensiones y contradicciones, de ahí que con frecuencia la idea del regreso suscite reacciones opuestas: las mujeres en una gran mayoría de los casos no desean volver, aunque al final lo hagan “en aras del bienestar familiar”. Finalmente, Ariza (2000) argumenta que el problema más espinoso es el de la evaluación del impacto de la migración sobre las relaciones de género. Hace referencia a la manera como algunos autores proponen un modelo analítico cuyo eje reside en calibrar el efecto de la migración internacional sobre la situación de la mujer a través de contrastar las diferencias en los niveles de intercambio (económicos y no económicos) que tienen lugar antes y después de la migración. “Estos intercambios incluyen tanto bienes y servicios como cuotas de poder en cuanto al control de los propios recursos, los de otros miembros de la familia y el proceso de la toma de decisiones”. Según Ariza (2000), las alternativas resultantes de la experiencia migratoria internacional podrían ser: mejoría en la situación de la mujer, deterioro, o reestructuración de las asimetrías. Esta propuesta se encamina en el sentido de recuperar los aspectos sociales, y no únicamente económicos, del proceso migratorio.
Otros trabajos, como los de Hirsh (1999), han mostrado que si bien las mujeres ganan más autonomía y se empoderan al trabajar en los Estados Unidos, lamentablemente, cuando regresan o vienen de visita a sus lugares de origen, mucha de esta autonomía se pierde ante la presión social de índole patriarcal que aún es fuerte en muchas de las comunidades mexicanas y que, en este sentido, las mujeres viven un retroceso respecto del empoderamiento que habían alcanzado en los Estados Unidos. Por otra parte, suelen ser los propios padres y demás familiares los que les recuerdan a las mujeres migrantes que los cosas en México son diferentes. Que no hay un 911 para pedir ayuda ante el maltrato y que muchas de las viejas prácticas culturales de sus respectivos contextos siguen dictando qué es lo propio e impropio del comportamiento femenino y, por ende, de su sexualidad, o al menos lo que la comunidad espera de ellas respecto de estos asuntos que para nada son privados, aunque así lo proclamen los discursos y la legislación. Así que todavía falta recorrer una buena parte del camino para conocer más sobre las mujeres.
La participación de las mujeres mexicanas en la migración a los Estados Unidos
Las estadísticas históricas de que disponemos corresponden precisamente a la etapa referida en la literatura antes revisada. La información que se muestra en el cuadro 1 no nos permite conocer los motivos por los cuales las mujeres tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, pero es útil como antecedente de la participación femenina en el fenómeno durante casi tres décadas. En este sentido, se observa que a pesar de las variaciones entre los quinquenios analizados, las mujeres migrantes representan cerca de un cuarto del total de migrantes mexicanos que se desplazaron en los diferentes periodos entre 1987 y 2010, siendo en el de 1990-1995 donde se muestra el mayor porcentaje y el menor en el de 1997-2002. A últimas fechas (en los periodos 2004-2009 y 2005-2010), la proporción de mujeres que salieron del país con destino al norte, registradas en dos momentos y fuentes distintos, es similar en alrededor de 23 % y ligeramente superior a la registrada en el periodo 2001-2006.
Fuente: estimaciones realizadas por El Consejo Nacional de Población con base en distintas fuentes de información.
Nota: ND = No se dispone de datos
No obstante, la importancia de las mujeres migrantes entre la población mexicana residente en los Estados Unidos se observa ya desde principios del siglo XX: en 1920 representaron 43.2 % y en 1930 la cifra apenas se incrementó a 43.6 %. En la década de los treinta, asimismo, se muestra una mayor concentración de la población mexicana en las zonas urbanas con 57.4 % del total, aunque los individuos residentes en zonas rurales se dividieron en 24.2 % en áreas agrícolas y 18.3 % en no agrícolas; es probable que esta distribución tenga que ver con la satisfacción de mano de obra masculina para las labores de construcción de las vías férreas y para realizar actividades agrícolas e industriales en el mercado de trabajo estadounidense en aquella época. La presencia de las mujeres, tal como se ha documentado, estaba más relacionada con la familia que con su incorporación al mercado de trabajo, pero resulta significativa no solo por la proporción numérica, sino también por el desempeño de su rol tradicional para la reproducción de los integrantes de su familia.
Fuente: Estimaciones realizadas por El Consejo Nacional de Población y El Buró del Censos de los Estados Unidos con base en la Current Population Survey.
Un dato relevante es que a través del tiempo, la proporción de mujeres inmigrantes en relación con los hombres residentes en los Estados Unidos prácticamente se ha mantenido constante; es decir, las variaciones porcentuales han sido mínimas en los últimos 18 años, siendo el año 2000 cuando se registra el mayor porcentaje (46.1 %) de mujeres mexicanas residentes en el vecino país, en tanto que los datos más recientes indican que en 2010 y 2011 esta proporción fue de 44.9 % y 45.9 %, respectivamente (véase gráfica 1). Esto significa que a pesar de que el papel de los hombres en la migración laboral mexicana tradicionalmente ha sido más intenso, la participación activa o pasiva de las mujeres se ha mantenido, y ha reafirmado su presencia en los Estados Unidos; sin embargo, la diferencia entre la migración femenina de principios del siglo pasado con respecto al fenómeno actual, como se verá más adelante, es que ahora al menos la mitad de la proporción de mujeres inmigrantes realiza alguna actividad remunerada, por lo que podrían gozar de mayor autonomía y libertad de decisión que en el pasado.
En este sentido, aun cuando el volumen de migrantes masculinos que anualmente participa en el flujo laboral hacia los Estados Unidos es con mucho superior al femenino, la proporción de hombres y mujeres residentes en territorio estadounidense es más cercana al equilibrio (obsérvese la línea en la gráfica 1), lo que tiene que ver con la incorporación de nuevas migrantes al flujo y con un volumen acumulado, ya que las mujeres que emigran tienden a establecerse de forma más definitiva en aquel país.1 La circularidad entre ambos países y el retorno a México es menor entre las mujeres en relación con los varones; en el cuadro 1 se observa que, con excepción de 30.9 % en 1990-1995, las mujeres representaron menos de un cuarto del total de migrantes circulares2 en cada uno de los quinquenios de referencia; en tanto que más o menos un tercio de los migrantes de retorno3 en cada quinquenio son mujeres, y alrededor de un cuarto de los migrantes que no retornaron o que permanecieron4 en aquel país también son del sexo femenino (excepto en el periodo 1990-1995).5
Características de las mujeres en Estados Unidos
Las características de los migrantes mexicanos muestran algunas diferencias interesantes cuando se analizan según el sexo de los individuos. En el cuadro 2 se observa que hombres y mujeres migrantes residentes en los Estados Unidos en mayor medida se encuentran en las edades productivas, resaltando 39.2 % de los individuos del sexo masculino y 38.1 % del femenino en el grupo de edad de 30 a 44 años, aunque el porcentaje de aquellos que están en el grupo que tiende hacia las edades más envejecidas (45 a 64 años) también es significativo al representar un cuarto del total para cada sexo. No obstante, el porcentaje de mexicanos que se encuentran en esos rangos de edad es mayor que el de la población nativa y otros grupos de inmigrantes, con excepción de los centroamericanos, que más o menos comparten las características de los mexicanos.6
El indicador de escolaridad muestra que la diferencia de los grados obtenidos entre hombres y mujeres residentes en los Estados Unido es mínima. La proporción de individuos del sexo masculino con 10 a 12 grados de escolaridad o preparatoria completa es 5 puntos porcentuales mayor que la proporción de mujeres; mientras que 46.5 % de las inmigrantes tiene menos de 10 grados (un punto porcentual más que los hombres) y 8.1 % tiene licenciatura incompleta (dos puntos porcentuales más que los varones). Con estimaciones del Buró de Censos de los Estados Unidos para el año 2011, en grados acumulados las mujeres tienen ligeramente un mayor nivel de escolaridad, ya que 10.9 % tiene grado de licenciatura o más, en comparación con los hombres que representan 9 %; en general, los mexicanos junto con los centroamericanos tienen un menor nivel de escolaridad en relación con los puertorriqueños, cubanos y sudamericanos que en mayor proporción tienen algún grado de licenciatura o más.7
Por otro lado, en el cuadro 2 se observan pocas diferencias entre hombres y mujeres con ciudadanía estadounidense; sin embargo, son las mujeres quienes representan un mayor porcentaje en esta situación. La condición conyugal indica que, aunque ambos sexos en mayor medida se encuentran unidos o casados, las mujeres son quienes representan una proporción seis puntos porcentuales más alta (63.3 %) con respecto a los varones (véase cuadro 2). Los hogares dirigidos por mexicanos en los Estados Unidos recaen principalmente en el sexo masculino, aunque vale la pena señalar que 43.3 % de los hogares están dirigidos por mujeres, de las cuales 59.1 % dirige un hogar nuclear, 20.2 % uno ampliado, 11.1 % uno compuesto, 7.4 % uno unipersonal y 2.3 % son corresidentes,8 en tanto que los hombres representan 56.2 %, 20.0 %, 8.2 %, 8.6 % y 7 %, de manera respectiva. Asimismo, una mayor proporción de las mujeres reside en hogares de tamaño medio (de cuatro a seis integrantes), en tanto que 28.8 % en hogares pequeños (de uno a tres integrantes).
Fuente: Estimaciones realizadas por el Consejo Nacional de Población con base en la Current Population Survey, 2010.
* Se refiere a la población de 25 años y más.
** Se incluye a quienes terminaron la preparatoria (High School completa).
*** Son lo individuos que cursaron algún grado de College, pero no obtuvieron el diploma.
**** Son aquellas personas que obtuvieron un grado, asociado en un program vocacional o académico
Las mujeres en el mercado de trabajo internacional
A partir de la década de los noventa diversas autoras empezaron a poner un mayor énfasis en la participación de mujeres con características diferentes a las tradicionales en el flujo migratorio hacia los Estados Unidos. Mientras que Woo (1995 y 1997) aludió al escaso reconocimiento a la actividad independiente de las mujeres en el proceso migratorio, y por tanto su invisibilidad en la migración de carácter laboral por considerar que sus desplazamientos están en función del varón, Szasz (1999) llamó la atención sobre la presencia de mujeres solas que emigraban, principalmente para trabajar en aquel país. Sin embargo, esta autora considera que la incorporación de las migrantes al mercado de trabajo estadounidense ha estado relacionada con una preferencia hacia la contratación de mujeres, porque debido a su condición de vulnerabilidad es posible que para los patrones sea más fácil eludir el pago de los beneficios sociales, además de que facilita la rotación del personal.
A pesar de la vulnerabilidad y la segregación de la que todavía, en muchos ámbitos, son objeto las mujeres tanto en su país de origen como en el de destino, se ha documentado que la participación en el mercado de trabajo para muchas de ellas no es una actividad complementaria sino que es parte de un proyecto de desarrollo personal, y esto les permite obtener ciertos niveles de autonomía y algún margen de negociación dentro del hogar (Vega, 2006). No obstante, Woo (2001) menciona que el poder que adquieren las mujeres por medio de su experiencia laboral en los Estados Unidos depende del resultado de su incorporación al mercado laboral; es decir, que si el resultado es exitoso, al conseguir un empleo se crean las condiciones que posibilitan un cambio de los roles tradicionales, pero si por alguna razón se da la salida del mercado ellas pierden la autonomía ganada.
Un problema para el estudio de la migración femenina ha sido su invisibilidad (como lo ha señalado Woo) en las fuentes de información estadística, porque la medición de este fenómeno ha estado en función de una migración masculina de carácter laboral. La EMIF9 es una encuesta específica que intenta cuantificar el flujo migratorio laboral de hombres y mujeres entre México y los Estados Unidos, aunque esto no quiere decir que todos los migrantes hayan realizado alguna actividad económicamente remunerada, pues hay quienes regresan a México sin haber trabajado porque no encontraron empleo, o por alguna otra razón.10 En el caso de los mexicanos, es ampliamente conocido que su migración es fundamentalmente con fines laborales; los datos de la EMIF respecto de aquellos procedentes de Estados Unidos observados desde 1999 hasta 2013 son coherentes, ya que en mayor medida reportaron haber trabajado. Aunque se debe mencionar que en los años previos y durante la crisis disminuyó el porcentaje de los que sí fueron contratados; en este sentido, mientras entre 1999 y 2003 en promedio anual 78.6 % de los migrantes trabajaron, en 2004 comenzó una disminución paulatina, con ligeros incrementos en algunos años, al pasar a 66.9 % en ese año; 67.3 % en 2005; 60.1 % en 2006; 54.9 % en 2007; 65.6 % en 2008 y 59.7 % en 2009.
Asimismo, a partir de 2010 la encuesta le pregunta a los migrantes si al momento de su desplazamiento de vuelta a México tienen trabajo en los Estados Unidos, y la respuesta es que en promedio anual alrededor de 73 % del total de migrantes respondieron afirmativamente.
Como se ha mencionado, las mujeres en algún momento también se han incorporado al mercado laboral estadounidense, aunque en una proporción menor que los varones. Las estimaciones realizadas con base en los datos de la EMIF, representadas en la gráfica 2, muestran que el porcentaje de mujeres que han tenido trabajo en aquel país ha sido variable a través del tiempo; en 1999 se observa que 61.3 % de ellas trabajaron durante su estancia en dicho país, pero a partir de ese año se inicia una disminución paulatina hasta 2002, cuando se registra 35 % de empleadas; de 2003 a 2005 la proporción se incrementa ligeramente y se mantiene más o menos constante en alrededor de 37 %; en los siguientes cuatro años se cuenta una disminución variable, siendo en 2009 cuando se presenta el menor porcentaje en todo el periodo estudiado (24.1 %). Con la información registrada a partir de 2010 se sabe que al momento de su desplazamiento hacia México un mayor porcentaje de mujeres declara tener trabajo en los Estados Unidos; esto significa que en mayor medida las migrantes que regresan a su lugar de origen en México lo hacen de visita, y tienen intenciones de volver al vecino país del norte, pues el trabajo representa estabilidad y una responsabilidad adquirida en aquel país.
El envío de remesas de las mujeres migrantes mexicanas
Con la información de los procedentes de Estados Unidos de la EMIF, en la gráfica 3 se observa que la proporción de las mujeres migrantes que envían dólares es menor que la de los hombres; aquí vale la pena mencionar que las EMIF 1999-2009 se refieren específicamente a los migrantes que dijeron haber participado en el mercado de trabajo estadounidense durante los últimos días previos al inicio del viaje de regreso a México, de cuyos ingresos destinaron una proporción para enviarla a su lugar de origen; en tanto que a partir de 2010 se refiere a las remesas enviadas durante el último año de estancia en aquel país. Debido a las diferencias temporales en la captación de la información sobre el envío de remesas, conviene aclarar que no se pretende realizar una comparación sino más bien de exponer los datos que se disponen a manera de ilustración.
Así, en la gráfica 3 se muestra una tendencia que indica una variabilidad en el envío de remesas de hombres y mujeres. De esta manera, se observa que la proporción de las mujeres que han enviado remesas de dinero a su lugar de origen es irregular a lo largo del tiempo; no obstante, en los años 2002, 2003, 2004 y 2006 es cuando se presentan los mayores porcentajes con poco más de un tercio del total de mujeres migrantes que mencionaron haber enviado dólares a su familia en México en los últimos 30 días que estuvieron trabajando en los Estados Unidos; a partir del 2007 se muestra una disminución en la participación de las mujeres en los envíos, que se acentúa para el año 2009. De 2010 a 2013, la proporción de mujeres que enviaron remesas durante los 12 meses previos a su viaje de regreso a México es menor a 20 %, siendo en 2011 cuando se registró el porcentaje más bajo (alrededor de 16.8 %), mientras que en 2012 fue de 17.9 %. En general, se considera que después del crecimiento constante del volumen de remesas enviadas que se observó desde mediados de la década de los noventa, en el año 2006 se inicia una desaceleración en el monto y número de los envíos (Arroyo-Alejandre et al., 2010); en este sentido, la información presentada en la gráfica 3 permite ilustrar los vaivenes de los flujos monetarios de los migrantes (hombres y mujeres) a sus familias en México en los periodos previos, durante la crisis y en la recuperación económica.
Fuente: Encuesta de Migración en la Frontera Norte de México, procedentes de Estados Unidos 1999-2013.
Si se analiza el monto de remesas procedentes de los Estados Unidos, se observa que efectivamente disminuyó con respecto al año 2000. A inicios del presente siglo, en los últimos 30 días previos al viaje de regreso a México ascendían a 400 dólares y más, según respondieron 66.5 % de los migrantes que realizaron envíos en el años 2000; en 2005, 67.9 % habían mandado un monto similar (400 dólares y más), para 2010 y 2012 la proporción de migrantes que enviaron esta cantidad de dólares disminuyó a 22.8 % y 22.7 %, respectivamente. Este último resultado se debe a que los envíos en esos años disminuyeron a un monto entre 100 y menos de 300 dólares, pues esa cantidad fue remitida por 57.1 % de los migrantes en 2010 y 55.1 % en 2012. La comparación por sexo indica que las mujeres mandan menos remesas que los varones, pues incluso en 2005, mientras 71.1 % de los varones mandó 400 dólares y más, 56.1 % de las mujeres envío entre 100 y menos de 300 dólares; en tanto que en 2012, año en el que la disminución de los montos fue generalizada, 69.6 % de las mujeres y 52.8 % de los varones envío entre 100 y menos de 300 dólares.
¿Quiénes son las mujeres que envían las remesas?
La edad de las mujeres migrantes que envían remesas a su lugar de origen es comparativamente mayor que la de los varones, y se ha incrementado a lo largo del tiempo. En el año 2003, 82.4 % de las remitentes tenían entre 30 y 39 años y de 40 a 49 años, mientras que 88.9 % de los hombres se distribuyó en los grupos de edad de 20 a 29 años, 30 a 39 años y de 40 a 49 años. Para 2013 los migrantes en flujo que enviaron remesas constituyen una población más envejecida, toda vez que 30.4 % de las mujeres y 23.0 % de los hombres tienen 50 años y más; asimismo, en este año 61.2 % de las migrantes remitentes tienen 30 a 39 años y 40 a 49 años y 76.6 % de los varones se encuentran en alguno de los tres grupos de edad entre 20 y 49 años. Al respecto no podemos dejar de mencionar la probabilidad de que las migrantes en flujo de regreso a México tengan una residencia más estable, no solo por la edad sino también porque en 2013, 79.7 % de estas mujeres indican tener trabajo en los Estados Unidos (véase gráfica 2), lo cual puede interpretarse como una mayor estabilidad.
Con respecto a la escolaridad, existe una mayor concentración en los niveles más básicos, pero al mismo tiempo esta proporción ha disminuido en los últimos 10 años. De esta manera, se tiene que en 2003, 72.9 % de las mujeres y 76.1 % de los hombres que enviaron remesas tenían primaria o secundaria; mientras que para 2013, esta proporción constituye 66.4 % para las mujeres, lo que es incluso comparativamente menor que el porcentaje que representan los varones (75.7 %). En este mismo año 25.4 % de las mujeres tiene preparatoria, profesional o posgrado y 7.7 % estudió algún nivel escolar en los Estados Unidos; por su parte, los hombres representan 19.2 % y 4.5 %, de manera respectiva. La tendencia de estos porcentajes coincide con lo observado en el apartado sobre las características de las mujeres migrantes, en donde mencionamos que las residentes en el vecino país del norte tienen más grados de escolaridad acumulados que los hombres.
Las mujeres que en 2013 enviaron remesas en mayor medida se encuentran unidas o casadas (68.5 %); no obstante, 20.6 % de las mujeres remitentes no están unidas y 10.9 % son solteras. Este perfil difiere del masculino, ya que 75.2 % están unidos y 19.8 % están solteros. En este mismo sentido, las estimaciones sugieren que 86.2 % de los varones se declaran jefes de hogar, mientras que 50.0 % de las mujeres son esposas del jefe, 35.9 % son jefas y 14.1 % son hijas, hermanas, madres o tienen otro parentesco con el jefe del hogar. Un dato interesante es que de las migrantes que envían remesas y que se declaran jefas del hogar, 49.7 % están unidas, 30.3 % están no unidas, y lo que es aún más relevante es que 20.1 % son solteras.
¿Para qué envían las remesas?
Dado el carácter laboral de la migración mexicana, las remesas monetarias constituyen un ingreso fundamental para los hogares, que contribuyen a su reproducción material y cultural tanto en el lugar de origen como en el destino (Canales, 2005). Es evidente que los migrantes envían dinero porque del otro lado hay alguien que espera recibirlo para satisfacer ciertas necesidades básicas; con la información de la EMIF para 2013, se observa que alrededor de 87.2 % de las mujeres que enviaron remesas tienen de una a cuatro personas que dependen económicamente de estos envíos en México, aunque 10.7 % también mencionó que no tienen algún dependiente, lo que podría indicar que se trata de mujeres que envían remesas productivas, es decir, para la compra de tierras o probablemente para pagar deudas, como se verá más adelante. En el caso de los hombres que remiten dinero, 84.1 % tiene de uno a cuatro dependientes, 8.8 % cinco dependientes o más, y solo 7.1 % no tiene dependientes.
El uso y la distribución de las remesas que envían los trabajadores mexicanos en los Estados Unidos muestran ligeras diferencias por sexo y se ha modificado en los últimos diez años. Cabe mencionar que estos ingresos todavía se utilizan para satisfacer las necesidades básicas de las familias en México; no obstante, hombres y mujeres actualmente también distribuyen estos recursos en la adquisición de bienes diferentes a las viviendas. Así, se observa que en 2003 una mayor proporción de mujeres envió remesas para comer y pagar renta (71.4 %) y 25.0 % para compra o reparación de la vivienda; solo 3.5 % mandaron para pagar deudas o comprar tierras; en el caso de los varones, 55.6 % envió dólares para comer o pagar renta, 36.5 % para la vivienda y 7.9 % para comprar un negocio, carros o tierras, pagar deudas y para otras cosas.
En 2013, la proporción de migrantes que enviaron dinero para comer o pagar renta disminuyó con respecto a lo observado en el año 2003; de esta manera, 55.5 % de las mujeres y 63.4 % de los hombres mandó recursos para satisfacer esta necesidad. En tanto que las migrantes enviaron dinero para comprar tierras (10.4 %), pagar deudas (7.2 %), para adquisición o mejoramiento de la vivienda (6.3 %), compra de negocio o carro (3.1 %) y para utilizarlo en otras cosas (17.4 %). En tanto que para 2013, en efecto, el otro 36.6 % de los migrantes varones que enviaron dólares a su lugar de origen se distribuye en pago de deudas (8.9 %), vivienda (8.6 %), compra de tierras (6.2 %), negocio o carros (5.8 %) y para otras cosas (7.2 %).
Por tipo de localidad se observa un uso diferenciado de las remesas femeninas, pues aunque estos recursos, tanto en localidades urbanas como en no urbanas, se utilizan para satisfacer las necesidades básicas,11 en 2003 un porcentaje mayor (33.3 %) de mujeres con destino no urbano buscaba invertir en el mejoramiento de la vivienda y 10.0 % para pagar deudas y comprar tierras, en comparación con las mujeres con destino urbano que solo enviaron para la vivienda (18.5 %). En 2013 esta tendencia se modifica, ya que las mujeres con destinos no urbanos mandaron dólares más bien para establecer o comprar un negocio, comprar tierras, carro o aparatos eléctricos o para otras cosas (24.6 %); por su parte, las mujeres con destino urbano lo destinaban pagar deudas (10.9 %), para mejoramiento de la vivienda (4.7 %) y para establecer un negocio, comprar tierras, carro o aparatos eléctricos o para otras cosas (22.5 %).
Consideraciones finales
El análisis de la participación de las mujeres mexicanas en el mercado laboral internacional y en el envío de remesas a su familia en el lugar de origen se ha abordado aquí a partir de una revisión de las estadísticas sobre migración en las últimas tres décadas; asimismo, se han revisado algunas de las características demográficas, sociales y laborales que nos permiten conocer quiénes son las mujeres que han desempeñado alguna actividad, quiénes son las que envían remesas y en qué medida participan en estos dos aspectos vinculados con la migración internacional de carácter laboral. Como vimos, aunque las mujeres, al igual que los hombres, tienen una larga historia en la carrera migratoria hacia los Estados Unidos, su presencia a principios del siglo XX estaba más bien relacionada con las cuestiones familiares, como parte de su rol tradicional para la reproducción de la familia, que con su incorporación al mercado de trabajo. Y actualmente, en el flujo migratorio femenino también participan mujeres que han realizado alguna actividad remunerada dentro del mercado laboral estadounidense; incluso, uno de nuestros hallazgos importantes es que muchas de las que regresan a México mantienen su trabajo en los Estados Unidos; esto nos permite considerar, por un lado, que son mujeres que visitan a su familia en el lugar de origen mientras están de vacaciones en su trabajo, y por otro lado, que tienen una residencia más estable en el vecino país del norte en comparación con los varones. Además, hemos encontrado otras características que, de acuerdo con otras investigaciones, son indicativas de estabilidad; por ejemplo, en nuestro análisis resaltamos que, en efecto, existe una mayor proporción de mujeres residentes en aquel país que tienen la ciudadanía estadounidense, y la proporción de las que están unidas o casadas es alta.
Por otro lado, con respecto a la situación conyugal y a la relación de parentesco, se observa un aparente cambio en el perfil de las mujeres migrantes que regresan a México. Nuestros hallazgos han mostrado que la participación de esposas de jefe del hogar en el flujo migratorio ha disminuido, pero se han incrementado las que se declaran jefas de hogar; mientras que la migración de las jefas no unidas ha descendido y la de las jefas solteras ha aumentado. Esto indica que cada vez hay una mayor presencia de mujeres que de una u otra manera son responsables de sus hogares, ya sea en los Estados Unidos o en México. Aunque en este trabajo no identificamos quiénes son los individuos que reciben las remesas de las migrantes de nuestra muestra, sí encontramos que tanto los hombres como las mujeres en mayor medida tienen personas que dependen económicamente de los envíos de dólares que ellos realizan. En otras investigaciones que han logrado identificar a los receptores, se ha mencionado que las mujeres envían remesas a sus padres y hermanos, y los hombres principalmente para la esposa.
En este sentido, vale la pena mencionar que las mujeres que han remitido dinero a su familia en su lugar de origen muestran una tendencia hacia el envejecimiento con una concentración en las edades de 40 años y más, en mayor medida se encuentran unidas o casadas, son esposas del jefe del hogar y tienen como principal destino localidades urbanas. En cuanto a los montos de dólares enviados, en nuestro análisis encontramos que las migrantes que se incorporaron al mercado de trabajo estadounidense remiten cantidades menores de dólares y con menor frecuencia que los varones; esto puede deberse a que, a pesar de que las mujeres en ocasiones realizan las mismas actividades remuneradas que los hombres, perciben menores salarios.
Aun cuando el empleo de las remesas femeninas en el lugar de origen ha sufrido ligeras modificaciones a lo largo del tiempo, siguen siendo utilizadas sobre todo para satisfacer las necesidades básicas de las familias que las reciben y para la adquisición o el mejoramiento de la vivienda, pero este dinero también ha sido utilizado para pagar deudas, establecer un negocio, comprar tierras o carros y para otras cosas. Asimismo, llama la atención que en algún momento más mujeres con destinos no urbanos enviaron dólares para invertir en el mejoramiento de la vivienda, en comparación con las mujeres con destinos urbanos. Además, es importante rescatar que, como lo han mencionado Ramírez y Román (2007) las mujeres también envían remesas en especie, como: ropa, zapatos, aparatos eléctricos y juguetes, reflejando con ello el compromiso que asumen las mujeres para satisfacer este tipo de necesidades, que más bien son propias de su rol tradicional como responsables de su hogar.
Como se observa, cada vez hay una participación más activa de las mujeres en la migración laboral, al incorporarse al mercado de trabajo estadounidense y al enviar remesas a su familia en el lugar de origen. Esto puede ser un avance importante para las mujeres, pues seguramente gozan de mayor autonomía y libertad en un país donde además existe una mayor vigilancia para garantizar la seguridad de la familia y de las mujeres; sin embargo, en los Estados Unidos, las mujeres migrantes mexicanas continúan participando en las actividades remuneradas que les han sido socialmente asignadas, como en el trabajo doméstico, cuidado de niños, cuidados personales y de la salud, entre otros, con lo cual se reproducen sus roles tradicionales, al mismo tiempo que permiten que las mujeres estadounidenses que pueden pagar por estos servicios se emancipen, reproduciendo las desigualdades sociales del mismo género.