Vivimos tiempos aciagos, que en buena medida están definidos por el incremento de las desigualdades y las precarizaciones sociales. El uno por ciento de la población mundial acapara la mitad de la riqueza del planeta. La mitad de la población sobrevive con dos dólares al día mientras que una quinta parte lo hace con solo un dólar. Junto con la desigualdad, la pobreza y la precarización social impulsan el éxodo de los desplazados, los migrantes que huyen de la miseria y el miedo a las violencias.
Son tiempos de producción masiva de personas desechables (Bauman, 2001, 2005), de seres monstrificados (Negri, 2009; Pratt, 2007; Moraña, 2017), de vidas precarias y precarizadas (Butler, 2010), de vidas nudas (Agamben, 2006), vidas sacrificables. Las violencias obliteran las posibilidades de construir proyectos viables de vida de millones de personas en el mundo y son la principal causa de muerte de jóvenes en América Latina, muerte artera, muerte impune.
Sin embargo, junto a las estrategias de la bio y la necropolítica arriba enunciadas, emergen variados dispositivos de resistencia social construidos desde muy diversas perspectivas y recursos que recurren y significan al cuerpo, las emociones, las demandas de género, las luchas contra el racismo, la homofobia, la aporofobia o el juvenicidio. Estas resistencias han implicado a movimientos de importante visibilidad global como el 15 M español, Occupai, Nueva York, los Dreammers en Estados Unidos, #Yo soy 132, La Revuelta Brasileña, los Chalecos Amarillos en Francia y muchos otros. Al mismo tiempo, se recuperan perspectivas políticas que muchos creían enterradas.
Frente a visiones que apostaron por el aniquilamiento de los marxismos asociadas a la debacle de los Estados obreros burocratizados (también identificados como el socialismo realmente existente), y textos que vaticinaban el indiscutible triunfo del neoliberalismo al estilo de Francis Fukuyama en su influyente libro ¿El Fin de la Historia? Y otros ensayos (2015), constatamos la prevalencia de perspectivas marxistas que han tenido enorme centralidad en la interpretación crítica de los procesos sociales, como hicieron destacados integrantes de la Escuela de Frankfurt, la Escuela de Estudios Críticos de Birmingham, los Estudios Culturales, o las aportaciones críticas del subalternismo y el poscolonialismo. También observamos sorpresivas e importantes revisitaciones que buscan recuperar aportaciones de Marx por parte de autores que poco se identifican con sus posiciones, como hace Jaques Derrida en su influyente texto: Espectros de Marx(2012). En ese contexto de discusión del marxismo y sus legados se ubican los textos reseñados en este número 87, de Iztapalapa: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, donde Martínez reseña la obra Sistema Mundial, Intercambio desigual y renta de la tierra, de Jaime Osorio Urbina, quien desde su impronta dependentista recupera la obra de Marx para discutir y pensar el sistema mundial capitalista como unidad diferenciada que incluye formas capitalistas disímiles, reflexión que realiza en diálogo crítico con El sistema Mundo de Immanuel Wallerstein.
En otro de los textos reseñados, Jaime Ortega revisa el libro de Matos Franco, Rainer, Limbos rojizos: la nostalgia por el socialismo en Rusia y el mundo poscomunista, que desafía posicionamientos naturalizados por el peso de la propaganda para colocar escenarios cargados de matices en la valoración de las representaciones de que fueron llamados países socialistas (especialmente Rusia, Alemania y Yugoslavia) por parte de quienes ahí habitaban y con base en testimonios que pretenden recrearlas y que, al hacerlo, convergen en memorias e imágenes cargadas de nostalgia por los tiempos idos, nostalgia que también funciona como dispositivo político desde el cual se recuperan asideros convenientes, significados positivamente, como son la seguridad, la paz o el orgullo nacional.
Los textos incluidos en Otros Temas de este número también incursionan en aspectos de la vida nacional como las violencias que se propagan por todo el país, donde se destaca la presencia de este fenómeno con su vinculación con el llamado crimen organizado y sus devastadores efectos sobre los entramados de convivencia y habitabilidad. Violencia que en varias entidades federativas supera los límites de lo que se considera violencia epidémica, como ocurre en los estados de Guanajuato, Guerrero, Baja California, Chihuahua, Veracruz, Michoacán, Oaxaca, el Estado de México, Jalisco y Sinaloa. En el artículo: “Poder, homicidios y vida cotidiana en la ‘guerra contra el narco’: Atoyac de Álvarez, Guerrero (2007-2014)”, Libertad Argüello Cabrera explica la transformación de los escenarios sociales en México debida al incremento de actos criminales a partir de la guerra contra el crimen organizado declarada en 2007 por el entonces presidente Felipe Calderón. La autora toma como referencia el estudio de las condiciones presentes en el municipio de Atoyac de Álvarez para proyectar su reflexión al estado de Guerrero en lo concerniente a las relaciones de poder, la violencia homicida y la impunidad en esa entidad, así como sus efectos durante los años que van de 2005 hasta 2016, sin perder de vista las condiciones socioeconómicas prevalecientes y los efectos en general de las acciones de combate al narcotráfico. Finalmente trae a colación la categoría de justicia privada y el impacto de la violencia en la relación de los espacios públicos y privados. Poder, homicidios y vida cotidiana en la “guerra contra el narco: Atoyac de Álvarez, Guerrero (2007-2014)”, construye un entramado ecléctico que recurre a diversos autores y perspectivas teóricas para construir un lugar de interpretación que nos ayuda a entender los cambios sociales inscritos en entramados de violencia.
Argüello Cabrera recupera conceptos como el de las personas banidas (Agamben 2006), el desafío a la soberanía de Estado (Mbembe 2011), las soberanías de facto y situaciones de excepción (Hansen y Stepputat), vida cotidiana y sentido común (Schutz, 1978; Berger y Luckman 1996), legibilidad e ilegibilidad de la violencia ( Jackman 2002), la violencia crónica (Feldman 1991, Pécaut 2000). Recurrió a la revisión biblio-hemerográfica y a acercamientos cualitativos, especialmente al trabajo etnográfico con entrevistas realizadas entre agosto de 2013 y marzo de 2014, para crear un texto que contribuye al conocimiento y la interpretación de los escenarios ríspidos en una localidad identificada por esa circunstancia que ha vivido a lo largo del siglo XX y también del presente, además de que se coloca en un campo investigativo de interés común con otros estudios sobre violencias de Estado y resistencias sociales que se desarrollan en nuestro país, como es el caso del texto: “Escuelas Normales Rurales en México: movimiento estudiantil y guerrilla”, de Yessenia Flores Méndez, quien analiza el papel de las escuelas normales rurales como parte de los sucesos y las acciones colectivas que desembocaron en el movimiento estudiantil y popular de 1968, así como las luchas de los estudiantes normalistas, que incluyen episodios ominosos como el de los 43 desaparecidos en la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. La estructura formal del texto contiene tres secciones: la participación de los estudiantes normalistas en el movimiento estudiantil mexicano, su intervención en el movimiento de 1968 y su resistencia a la implementación de la reforma a las escuelas normales rurales de 1969.
Las escuelas normales rurales, surgieron con el proyecto posrevolucionario asociadas a las Misiones Culturales vasconcelianas, pero su historia se inspira en luchas emblemáticas del ámbito rural mexicano, como el movimiento campesino, la traición gubernamental y el asesinato de Rubén Jaramillo en 1962, el asalto al Cuartel Madera en Chihuahua en 1965, que dio origen a la Liga Comunista 23 de septiembre, las luchas armadas rurales de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas en Guerrero y el propio movimiento estudiantil de 1968. La conclusión de Flores Méndez es que las escuelas normales rurales se han identificado con los movimientos agrarios debido a que provienen de ese medio y conocen las condiciones de pobreza e injusticia social en sus comunidades, argumentos que siguen siendo válidos para entender la resistencia contra las falsas verdades históricas y el olvido que se trató de imponer tras la ejecución de seis personas y la desaparición forzada de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa la noche del 25 y la madrugada del 26 de septiembre de 2014.
En el último capítulo de este número, titulado: “¿Qué envejecimiento? El problema público de la vejez en la Ciudad de México”, Paola Carmina Gutiérrez Cuéllar discute las perspectivas sobre la vejez desde las políticas y los programas públicos que atienden a las personas mayores en la Ciudad de México, políticas en las que prevalece una perspectiva de envejecimiento activo con un enfoque de derechos. La construcción social de la vejez resulta un asunto de gran relevancia si consideramos, con los datos presentados en el texto, que en 2016 había en México más de diez millones de personas que tenían 60 años o más, por lo cual Gutiérrez Cuéllar afirma que envejecer se convierte en una acción social y no solo individual y que debe analizarse como proceso y no como una etapa estática.
A pesar de las claras diferencias temáticas y teóricas de los artículos, los textos nos ayudan a colocar algunos de los grandes problemas nacionales en el marco de las huellas de sangre de la unidad diferenciada que compone al capitalismo contemporáneo y los procesos de precarización de la vida que también generan añoranzas que pueden devenir nostalgias de futuros diferentes. Al mismo tiempo, la implantación de formas de violencia extrema como escenas de la vida cotidiana o las represiones del Estado contra los movimientos sociales y las acciones estudiantiles producen resistencias que cobran formas distintas entre las que se encuentran opciones guerrilleras, movimientos sociales, organizaciones comunitarias, grupos de autodefensa y apuestas por proyectos sociales más justos e incluyentes.