La oposición organizada en contra de los Derechos Sexuales y Reproductivos (DSR) no es un fenómeno nuevo en Latinoamérica (Vassallo, 2005; González Ruiz, 2006; Gudiño Bessone, 2017). La politización del cuerpo y la sexualidad movilizada por los activismos feministas y LGBTI concitaron la reacción de una serie de sectores en defensa de un orden moral que veían amenazado (Vaggione, 2005). A partir los años setenta y ochenta, diversos actores comenzaron a organizarse bajo la denominación “provida” y “profamilia”, rechazando toda política que pusiera en jaque el orden moral que consideraban natural, basado en la conyugalidad, la heterosexualidad, la monogamia y la reproducción (González Ruiz, 2006; Morán Faúndes, 2015).
La literatura especializada ha dado cuenta de cómo estos sectores, lejos de constituir un bloque estático y homogéneo, lograron adaptarse a diversas coyunturas a lo largo de tiempo. Aunque cada contexto local presenta sus particularidades, y es imposible hablar de Latinoamérica como una unidad sin matices, la oposición organizada contra las demandas feministas y LGBTI en la región mutó, e hizo más complejas sus identidades públicas (Morán Faúndes, 2018), su vínculo con lo religioso y lo secular (Vaggione, 2005; 2022) y su repertorio estratégico (Gudiño Bessone, 2017; Del Campo y Resina, 2020), entre otros aspectos. Es por esto que algunos análisis han identificado distintas fases u olas por las que ha atravesado esta articulación neoconservadora (Morán Faúndes, 2015; Soto y Soto, 2020; Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021). Si en una primera etapa su organización giró fuertemente en torno a una identidad católica y sus acciones buscaron prevenir principalmente debates públicos en materia de aborto y anticoncepción, la apertura de debates en materia de DSR en décadas posteriores habilitó una segunda oleada neoconservadora. Según se ha destacado, esta estuvo signada por un marcado giro reactivo, donde se aliaron sectores católicos con evangélicos y seculares para impactar en discusiones legislativas, en arenas judiciales y en espacios internacionales de derechos humanos (Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021).
Pero, en la actualidad, renovadas características parecen emerger entre estos actores. La priorización de embestidas más agresivas en contra de los movimientos feministas y LGBTI (Barrera Rivera, 2021), la construcción de aparatos político-partidarios que ponen la moral sexual en el corazón de sus programas (Del Campo y Resina, 2020; Vaggione, 2022) y la articulación con proyectos de extrema derecha y neoliberales que buscan reducir lo público (Biroli, 2018; Kalil, 2020), constituyen solo algunas de las actuales dimensiones que están atravesando a estos sectores. Vistas en conjunto, estas y otras características habilitan a pensar que en la región se estaría configurando una nueva ola neoconservadora, con renovados rasgos.
Considerando lo anterior, este artículo parte de la interrogante de cuáles son los principales rasgos que caracterizan al contemporáneo movimiento contrario a los DSR en Latinoamérica, y en qué medida se está configurando como una tercera ola. Para ello, en un primer momento se revisan los aportes que se han hecho desde la literatura al momento de historizar a estos actores, poniendo énfasis en la conformación de distintas fases u olas y en sus dimensiones más relevantes. Posteriormente, se describen y analizan cuatro aspectos que atraviesan la actual oposición contra los DSR: su progresivo proceso de extrema derechización, su organización en torno a proyectos político-partidarios, la intensificación de sus articulaciones transnacionales y la descentralización de sus liderazgos ( junto con la aparición de renovados actores y líderes o lideresas en el campo).
Estas reflexiones surgen del análisis cualitativo de una base de actores y organizaciones que se movilizan contra los DSR en siete países de la región latinoamericana: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y México. Este corpus fue construido durante 2020-2021, y para ello se realizó una exploración online de organizaciones y actores contrarios a los DSR en cada país, incluyendo organizaciones de la sociedad civil (ONG, centros de estudio/académicos, medios de comunicación, etc.), partidos políticos, Iglesias y activistas referentes sin una necesaria pertenencia institucional. Para ello, se utilizaron descriptores específicos de búsqueda, aplicando luego una técnica de bola de nieve para arribar a nuevos actores vinculados con los ya hallados. Como criterio de selección, se consideraron las organizaciones y actores que se autodefinieran como “provida” o “profamilia”1 o que indicasen que su labor se orientaba a la defensa de la vida desde la concepción, de la familia natural o afines.2
También se incluyeron actores que priorizaban narrativas claves como “a favor de las dos vidas”, “contra la ideología de género”, etcétera.
Fueron consultadas las páginas web y las principales redes sociales de cada organización hallada, así como declaraciones de sus militantes/referentes en medios digitales. En una segunda etapa, los datos encontrados se completaron con la información publicada en investigaciones periodísticas y académicas especializadas en sectores contrarios a las demandas feministas y LGBTI, como: la investigación“ Transnacionales de la fe” liderada por Columbia Journalism Investigations, los reportajes publicados por el portal LaMalaFe.lat, los informes sobre “Políticas antigénero en América Latina” de Sexuality Policy Watch, y la Wiki Antiderechos publicada por Nómada, Ojo al Dato, WambraEc y La Barra Espaciadora, entre otros.
La base de datos quedó constituida por más de 400 actores y organizaciones contrarias a los DSR en los siete países bajo estudio, lo que permite dar luz sobre los principales actores movilizados hoy contra las demandas feministas y LGBT en cada contexto, así como sus principales formas de acción colectiva y configuraciones.
Las tres olas neoconservadoras
En términos generales, es posible referirse a la oposición organizada contra los DSR como un activismo neoconservador (Morán Faúndes et al., 2019; Vaggione, 2022). Si bien este concepto no está libre de limitaciones, permite resaltar al menos tres dimensiones que se vinculan con el objeto de este trabajo. En primer lugar, explicita su carácter activista, es decir, su vocación de poder orientada hacia el impacto político y social, con miras a incidir y transformar las instituciones y el ámbito de la vida en general. En segundo lugar, el concepto de activismo da cuenta también de un cierto grado de organización dentro de esta orientación político-social. Aunque sin duda existen fisuras, tensiones y fragmentaciones en el interior del campo neoconservador, también cohabitan expresiones e instancias de articulación que dan cuenta de una oposición con ciertos grados de organización interna y con repertorios de acciones relativamente comunes que operan de manera sinérgica. Finalmente, el concepto neoconservador permite dar cuenta de las continuidades y rupturas que existen entre este movimiento y el tradicional conservadurismo latinoamericano, signado por un fuerte carácter católico, la defensa de desigualdades consideradas por estos como naturales, y una moral estricta en términos de sexualidad, entre otros asuntos (Romero, 2000). Aunque dentro del activismo neoconservador perduran varias de estas características, la temporalidad que abrió la politización de la sexualidad y del género por parte de los movimientos feministas y LGBTI a nivel global en la segunda mitad del siglo XX, así como el reconocimiento de los DSR en los espacios internacionales de derechos humanos, concitó una reacción de oposición que obligó a estos sectores a adaptarse a la coyuntura y a complejizar sus identidades, expresiones y repertorios estratégicos (Biroli, 2020; Morán Faúndes et al., 2020).
La literatura académica ha dado cuenta de cómo el activismo neoconservador en Latinoamérica data de alrededor de medio siglo. A lo largo de su trayectoria, este movimiento no ha sido estático, sino que ha logrado adaptarse a distintas coyunturas (Gudiño Bessone, 2017; Soto y Soto, 2020). Sin desconocer que cada contexto local presenta sus propias temporalidades y dinámicas, algunos investigadores e investigadoras han buscado historizar el desarrollo de estos sectores transversalmente, y para ello proponen abordajes que destacan la existencia de al menos tres fases u olas desde sus inicios en los años setenta y ochenta, hasta la actualidad (Peñas Defago y Morán Faúndes, 2014; Morán Faúndes, 2015; Soto y Soto, 2020; Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021). Según estos estudios, la primera oleada de actores que comenzaron a confluir bajo la identidad “provida” o “profamilia” en Latinoamérica estuvo signada por un fuerte carácter católico (González Ruiz, 2006; Morán Faúndes, 2015). El rol protagónico que ejerció el Vaticano desde el comienzo del pontificado de Juan Pablo II con el llamado a conformar globalmente una militancia neoconservadora laica (Htun, 2003; Vaggione, 2012), así como el apoyo de organizaciones católicas del norte global, como Human Life International (Vassallo, 2005; González Ruiz, 2006), consolidaron la emergencia de un incipiente activismo neoconservador regional unido bajo una fe común. Gracias a un fuerte proceso de ONGización (Vaggione, 2005), se conformó rápidamente un movimiento que nucleó a actores de la jerarquía eclesial con organizaciones de la sociedad civil bajo una agenda compartida (Morán Faúndes, 2015).
Emulando al activismo pro-life de Estados Unidos y Europa, esta incipiente oleada de organizaciones neoconservadoras locales se orientó de manera central a trabajar en contra del aborto (y, ocasionalmente, contra los métodos anticonceptivos modernos), en un momento en que en Latinoamérica en general la despenalización del aborto no era un tema central de las agendas públicas. Con esto, siguiendo a Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago (2021), el activismo neoconservador nació en la región bajo un carácter “preventivo”. En este sentido, sus primeras acciones se orientaron en especial a generar impactos culturales para promover el rechazo al aborto y e impulsar acciones asistenciales para asistir a mujeres embarazadas, generalmente de sectores populares, para evitar que interrumpieran sus embarazos, tarea que llevaron a cabo con especial fuerza mediante los llamados Centros de Ayuda a la Mujer (CAM) desde los años ochenta (Morán Faúndes, 2015).
La segunda ola, en tanto, “se produce cuando los debates por los [DSR] logran ingresar a las agendas públicas de distintos países de Latinoamérica”, y se caracterizó por una impronta “reactiva” frente a estas agendas (Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021: 19). En algunos contextos esta segunda ola emergió con fuerza a mediados de los años noventa, y en otros en la siguiente década. Entre sus principales características destaca la incorporación de iglesias y actores evangélicos al activismo neoconservador (Carbonelli, Mosqueira y Felitti, 2011; Jones y Cunial, 2012; Córdova Villazón, 2014; Bárcenas, 2018; Tello, 2019; Panotto, 2020; Barrera Rivera, 2021; Campos Machado, 2021; Vega, Castellanos y Salazar, 2021). Aunque en general la jerarquía católica continuó ocupando un lugar de liderazgo en la movilización contra las demandas feministas y LGBTI, en esta segunda ola el activismo neoconservador adquirió un renovado carácter ecuménico (Morán Faúndes, 2015; Rabbia, 2022).
Otra característica de esta segunda oleada, mencionada por la literatura, se asocia a la emergencia de actores neoconservadores desidentificados de toda marca religiosa, tanto en sus dimensiones discursivas como identitarias (Morán Faúndes, 2015; 2018), en un claro guiño hacia un secularismo estratégico (Vaggione, 2005) orientado a lograr mayores impactos desde lenguajes e identidades públicas que trasciendan lo confesional (Morgan, 2014). Es por esto que las investigaciones focalizadas en la impronta religiosa del activismo de oposición a los DSR coinciden también en que diversas dimensiones de lo secular atraviesan a estos sectores (Peñas Defago, 2010; Irrazábal, 2013; Morgan, 2014; Gudiño Bessone 2017; López y Loza, 2021; Vaggione, 2005; 2022; Tarullo y Sampietro, 2022). En esa etapa, además, las acciones de estos sectores se desplazaron fuertemente hacia el Estado con miras a impactar políticamente en la órbita legislativa, en las políticas públicas e incluso en el área judicial (Peñas Defago, 2019; Vega, Castellanos y Salazar, 2021), como reacción a la apertura de debates públicos sobre DSR.
Actualmente, algunos analistas académicos sostienen que el activismo neoconservador atraviesa una tercera ola (Morán Faúndes, 2015; Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021). Los trabajos de investigación desarrollados en una primera instancia en algunos países de la región anticiparon que una de las principales características de esta etapa parecía ser la búsqueda por institucionalizar espacios nacionales/federales de organizaciones mancomunadas no sobre identidades religiosas ni territoriales, sino bajo una agenda común instituida nacionalmente (Morán Faúndes, 2015). Si bien ciertos análisis muestran que el proceso de federalización del movimiento se ha dado en algunos contextos (Gudiño Bessone, 2017; López y Loza, 2021; Tarullo y Sampietro, 2022), sus resultados parecen ser disímiles, y en muchos casos responden más a ciertas coyunturas que a un proceso duradero y sostenido.
Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago (2021), en tanto, caracterizan esta tercera oleada como de una“politización ofensiva”. Según su perspectiva, esta etapa se vincula con una mayor beligerancia a favor del activismo neoconservador, que se materializa, por ejemplo, en la conformación de sus campañas denominadas “antigénero” (Careaga-Pérez, 2016; Miskolci y Campana, 2017; Kalil, 2021). “La politización ofensiva construye las demandas de los movimientos feministas y LGBTTIQ+ como una amenaza contra la vida, la familia y la libertad, razón por la cual no solo están en juego una serie de derechos, sino una concepción de mundo” (Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021: 21). Esta tercera ola reacciona frente a los avances feministas y LGBTI (Tello, 2019), pero además (y esto es quizás lo que explica su carácter ofensivo) busca una completa reconfiguración institucional y social con base en valores neoconservadores. Es por esto que se ha puesto de relieve cómo el campo neoconservador ha radicalizado sus posiciones, promoviendo desde sus discursos una consecuente amenaza de reducción del espacio democrático (Biroli, 2018; Kalil, 2021). La retórica del miedo frente a una alteridad que presentan como amenazante para el orden natural, las infancias, el matrimonio y los valores nacionales, genera una dicotomía amigo/enemigo que motoriza reacciones violentas contra sectores históricamente marginados por su género, sexualidad, raza, etcétera (Barrera Rivera, 2021).
Frente al escenario descrito, resulta relevante profundizar con mayor detalle en la fisonomía de esta tercera ola neoconservadora para comprender qué características resultan centrales en ella y la distinguen de las anteriores.
Características de la tercera ola neoconservadora
Esta tercera oleada de actores y acciones colectivas contrarias a los DSR es un fenómeno relativamente reciente en la región, y en muchos contextos es aún un proceso en formación y desarrollo. Sin embargo, a la luz de la información disponible, es posible observar ciertas características que parecen transversales en este fenómeno. A continuación se proponen, sin ánimo de exhaustividad, cuatro dimensiones que atraviesan gran parte del actual activismo neoconservador en Latinoamérica, y que parecen forjarse como características centrales de esta tercera oleada.
a) Extrema derechización
Tempranamente, Vaggione propuso el concepto de “politización reactiva” (2005) para referirse a cómo el activismo neoconservador, y particularmente la jerarquía católica, se volcó al espacio político para intervenir en los debates legislativos y judiciales sobre políticas sexuales en la segunda mitad del siglo XX. Este término sugiere “comprender la revitalización religiosa defendiendo la familia tradicional sin necesariamente ponerla en tensión con la democracia o la modernidad. Estos grupos religiosos reaccionan y se organizan frente a lo que perciben como la crisis de la familia generada por la modernidad y la globalización” (Vaggione, 2005: 238). En consonancia con este análisis, hoy es posible observar cómo este proceso de politización parece adquirir renovados matices. La dimensión política del activismo neoconservador se ha visto ampliada por la generación de articulaciones que mixturan cada vez con más fuerza sus agendas en temas de política sexual con las de una emergente extrema derecha focalizada además en la reducción del aparato público, el desmantelamiento de derechos sociales, el cuestionamiento a los espacios de derechos humanos, el endurecimiento de las políticas de seguridad y de control migratorio, etc. (Kalil, 2020; Torres Santana, 2020; Rocha, 2018). La confluencia de estos idearios da cuenta de la configuración de una agenda general que podría caracterizarse como “antiprogresista”.
La literatura académica ha advertido cómo desde hace unos años se observa en diversas partes del mundo un resurgir de renovados proyectos de extrema derecha (Norris, 2009; Norris e Inglehart, 2019; Miguel, 2018). Desde la ciencia política, y reconociendo que este fenómeno adquiere texturas variadas en cada contexto local, se advierte que la emergencia de estos sectores se enmarca en un proceso más amplio de impugnación de ciertos acuerdos sobre los que se ha basado el orden mundial de la posguerra (Zürn, 2014). Este proceso ha implicado una consecuente crisis de lo que algunos autores y autoras llaman la “globalización como modelo o proyecto hegemónico de orden” (Sanahuja, 2019: 69). Globalización es un concepto que no está libre de disputas, pero permite capturar de manera general el proceso mundial que inició en la segunda mitad del siglo XX con base, entre otros aspectos, en: la consolidación de la democracia liberal como el régimen político deseable; la estabilización de estructuras políticas internacionales orientadas a mantener la paz, el orden global y los derechos humanos, y la intensificación del intercambio comercial y financiero global producto de la creciente apertura de los mercados internacionales. Este orden no se encuentra libre de cuestionamientos e impugnaciones actualmente (Sanahuja, 2019), y uno de los sectores que está movilizando con fuerza estas objeciones (aunque no es el único) es el de la extrema derecha en distintas regiones del planeta.
La literatura académica ha mostrado que en Europa y Estados Unidos los movimientos y partidos de extrema derecha articulan su oposición contra los espacios de integración global y regional (como Naciones Unidas o la Unión Europea) y de promoción de los derechos humanos, desde ideas nacionalistas (Sanahuja y López Burian, 2020), que combinan con un rechazo a las políticas neoliberales de ajuste promovidas en especial tras la crisis de 2008 (Korolczuk y Graff, 2022). En el norte global, estos actores promueven nacionalismos proteccionistas que abogan no solo por proteger la economía nacional frente a la liberalización de los mercados y las políticas de ajuste, sino además por recuperar ciertos valores nacionales y occidentales supuestamente amenazados por el sistema internacional de derechos humanos, la inmigración, las demandas feministas y LGBTI, etcétera (Finnsdottir y Hallgrimsdottir, 2019; Fraser, 2019).
En el caso de Latinoamérica, sin embargo, este resurgir de la extrema derecha adquiere otros matices. Contestando al ciclo progresista regional de inicios del siglo XXI (y no a la crisis de 2008),3 en América Latina las extremas derechas tienden a proponer proyectos abiertamente neoliberales (Biroli, 2018; Kalil, 2020; Morán Faúndes, 2022), contrapuestos a las políticas sociales y de ampliación de derechos promovidas durante este ciclo. Así, se alejan de los modelos proteccionistas de las extremas derechas del norte global. Junto con promover políticas de control policial y “mano dura”, realizar mayores controles migratorios y cuestionar los espacios regionales e internacionales de derechos humanos, proponen al mismo tiempo una reducción del aparato público, recortes fiscales, liberalización de los mercados y políticas de ajuste estructural, entre otras políticas. Así, la relación entre las extremas derechas a nivel global y el neoliberalismo es heterogénea y no puede establecerse una vinculación lineal (Sanahuja y López Burian, 2020; Fraser, 2019; Morán Faúndes, 2022).
Bajo este marco, los temas vinculados a género y sexualidad, a su vez, están cobrando cada vez más relevancia en las agendas de las actuales extremas derechas locales. En su articulación con propuestas neoliberales, sus contemporáneos discursos públicos se basan fuertemente en nociones fundadas sobre valores como la libertad (Biroli, 2020; Kalil, 2020), y es desde ahí desde donde sostienen agendas contra los DSR. Precisamente, entienden estos derechos como derivaciones neomarxistas que implicarían amenazas a sus ideas de libertad: la libertad de los padres y las madres para educar a sus hijos e hijas en materia sexual (oponiéndose a políticas de educación sexual integral); la libertad para rotular toda práctica o deseo alejado de la heteronorma como patología (oponiéndose a las políticas antidiscriminación); la libertad para tratar a las personas trans por su sexo asignado al nacer y no por su género autopercibido (en oposición a las leyes de identidad de género), etc. Con esto, el andamiaje sobre el que se asienta su discurso busca acoplarse a la retórica liberal que exalta la idea de la libertad, pero desde las formas radicalizadas (denominadas libertarias o paleolibertarias) (Miguel, 2018) que, paradójicamente, usan la idea de libertad para oponerse a las libertades de las mujeres y personas LGBTI.
Aunque el vínculo entre neoliberalismo y neoconservadurismo no es novedoso a nivel global, y desde el último cuarto del siglo XX se construyeron articulaciones entre ambos proyectos (como fue el emblemático caso de Reagan en Estados Unidos, Thatcher en Reino Unido o Pinochet en Chile), hoy estos ensambles encuentran renovados puntos de articulación en la política sexual. Desde la retórica libertaria, entienden que los DSR amenazarían las libertades y ven los movimientos feministas y LGBTI que defienden estos derechos como derivaciones de un marxismo que, en un mundo de posguerra fría, ya no se focalizaría en hacer una revolución de estructuras económicas, sino culturales (Carapanã, 2018; Torres Santana, 2020). Así, la tradicional corriente liberal-libertaria inspirada por autores como Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek, Hans-Hermann Hoppe o Murray Rothbard, resurge hoy incorporando con más fuerza en su agenda los temas de género y sexualidad desde un abordaje radicalmente neoconservador.
Por supuesto, existen experiencias de profesionales de la política de izquierda/ progresistas que también han movilizado desde sus filas la agenda neoconservadora. El caso de Rafael Correa en Ecuador es emblemático porque movilizó el discurso de la “ideología de género” mucho antes de que se tornase un relato dominante en el activismo neoconservador latinoamericano. Lo que acá se busca recalcar es que, pese a estos contraejemplos, la tendencia general en la región parece indicar que la mayoría de los proyectos político-partidarios que están desarrollándose desde el arco neoconservador tienden a inclinarse con especial fuerza hacia posiciones de derecha y extrema derecha (Del Campo y Resina, 2020).
b) Partidización
Otra característica que ha adquirido esta tercera ola del campo neoconservador, en directa conexión con su proceso de extrema derechización, se vincula al creciente fenómeno de conformación de candidaturas y partidos específicamente identificados como “provida” o “profamilia” (Del Campo y Resina, 2020; Torres Santana, 2020; López y Loza, 2021; Vaggione y Morán Faúndes, 2021; Vaggione, 2022). En Latinoamérica, históricamente han existido partidos de orientación político-moral conservadora, muchos matrizados por idearios religiosos (Bastian, 1999; Campos Machado, 2004; Vital y Lopes, 2013). Por ejemplo, y aunque no fueron las únicas experiencias de este tipo en la región, la creación de partidos demócrata cristianos constituyó una propuesta institucional orientada a llevar el catolicismo a la política que tuvo fuertes repercusiones a lo largo del siglo XX. Asimismo, desde los años ochenta y noventa se han observado diversas incursiones partidarias en el campo evangélico, en un claro cuestionamiento a la dimensión antipolítica del tradicional protestantismo que rechazaba toda vinculación de las Iglesias con la política (Bastian, 1999; Mansilla, Orellana Urtubia y Panotto, 2019; Tello, 2019; Del Campo y Resina, 2020).
Sin embargo, los partidos constituidos desde matrices católicas o evangélicas no necesariamente presentan agendas unívocas en contra de los DSR en todos los países (Vaggione y Morán Faúndes, 2021). Si bien en términos generales estos partidos tienden a ser conservadores en materia de moral sexual, en muchos casos cohabitan en su interior posiciones divergentes. El mencionado caso de la Democracia Cristiana es paradigmático en este sentido. Mientras en países como Argentina o Bolivia estos partidos presentan una clara agenda neoconservadora en materia de moral sexual, en otros contextos las posiciones en temas de género y sexualidad de sus militantes son diversas. Este es el caso de Chile, por ejemplo, donde la militancia histórica de la Democracia Cristiana se dividió cuando se discutió y votó en 2017 el proyecto de despenalización del aborto bajo tres causales, lo que condujo a que parlamentarios/as de ese partido se movilizaran fuertemente en su rechazo (como fue el caso de la exsenadora Soledad Alvear), mientras que en otros casos lo defendieron con fuerza y votaron a favor en el Congreso (El Mostrador, 2017).
Frente a este escenario, y ante la imposibilidad de garantizar la defensa de su agenda en materia moral en el seno de varios de los partidos políticos tradicionales, un sector del activismo neoconservador ha emprendido en los últimos años un renovado proceso de “partidización”, esto es, la conformación de nuevos partidos expresamente “provida” o “profamilia”, constituidos con el fin explícito de movilizar una agenda contraria a los DSR. Estos partidos sitúan la defensa de la vida desde la concepción y la familia heterosexual en el corazón de sus plataformas políticoelectorales (Vaggione y Morán Faúndes, 2021; Torres Santana, 2021; Vaggione, 2022), aprovechando además la crisis de representatividad que atraviesan varios partidos tradicionales en la región (Del Campo y Resina, 2020). Así, si en términos generales las acciones estratégicas del activismo neoconservador en el pasado se orientaron fuertemente a impactar sobre el Estado mediante acciones de lobby, cabildeo o judicialización, entre otros (Carbonelli, Mosqueira y Felitti, 2011), la motorización de su agenda mediante partidos políticos apunta con mayor fuerza a conquistar espacios de poder dentro del propio Estado. Esto no quiere decir que no haya habido con anterioridad una importante presencia de actores neoconservadores en cargos públicos a lo largo de la región, sino que hoy su accionar mediante proyectos político-partidarios da cuenta de cómo la colonización del aparato estatal parece estar siendo priorizada en tanto forma de acción colectiva y estratégica.
En algunos casos, estos nuevos partidos combinan una identidad institucional confesional con una explícita agenda “provida” o “profamilia”. El partido Colombia Justa Libres, por ejemplo, fundado en 2017, es un partido abiertamente cristiano que busca defender una agenda moral neoconservadora desde la promoción del cristianismo (Colombia Justa Libres, s/f). En otros casos estas iniciativas partidarias neoconservadoras se presentan como aconfesionales, con lo cual buscan trascender la fe de procedencia de sus militantes. Así, construyen espacios orientados a aunar una militancia partidaria en torno a la agenda antifeminista y anti-LGBTI, sin hacer referencia a una determinada fe o credo explícitamente. Tal es el caso del Partido Celeste en Argentina, que evita toda mención religiosa en sus idearios y propuestas, o del Partido Republicano en Chile. Este último, sin embargo, si bien se define como un partido “no-confesional que no se adhiere a ninguna doctrina religiosa”, señala expresamente en sus principios que cualquier acto que atente contra la fe y sus expresiones “contraviene gravemente nuestra tradición cristiano occidental”, por lo que la religión se torna en una agenda de defensa moral, más que en una identidad institucional (Partido Republicano, s/f ).
Algunos de estos actuales partidos tienen una trayectoria más prolongada, y aunque sus posiciones originales no necesariamente eran neoconservadoras, han abrazado cada vez con mayor fuerza la agenda contraria a los DSR hasta transformarse en partidos “provida” o “profamilia”. En Brasil, el Partido Social Liberal (PSL), con el que Jair Bolsonaro llegó a la presidencia, fue fundado en 1994 bajo principios más moderados y vinculados a la socialdemocracia. Sin embargo, con el tiempo fue inclinándose hacia posicionamientos de extrema derecha, hasta alinearse crecientemente con la agenda neoconservadora. La campaña presidencial de Bolsonaro, de hecho, estuvo marcada por discursos neoconservadores que pusieron en el centro de la escena su lucha contra la denominada “ideología de género” y su supuesto vínculo con lo que llaman “marxismo cultural” (Campos Machado, 2021).
Los partidos políticos de este tipo están proliferando en la región latinoamericana con disímiles resultados electorales. El Partido Celeste de Argentina (fundado en 2018), Colombia Justa Libres (fundado en 2017), Aliança pelo Brasil (que Bolsonaro intentó fundar en 2020), el Partido Encuentro Solidario de México (que perdió su registro en 2021 tras no superar el umbral del 3 % de votos)4 o el Partido Republicano de Chile (fundado en 2019, y cuyo líder, José Antonio Kast, llegó a disputar la presidencia en la segunda vuelta electoral en 2021), constituyen algunos ejemplos de este tipo de nuevos partidos expresamente declarados “provida” o “profamilia”. Aunque sus agendas son variadas, y en general tienden a proponer plataformas programáticas de derecha y extrema derecha, los temas de moral sexual se sitúan en el centro de sus principios y propuestas. En muchos casos, sus discursos radicalizados buscan generar una fuga del electorado que históricamente tendía a apoyar a los partidos más tradicionales y moderados, hacia sus propuestas.
c) Institucionalización transnacional
Como se ha destacado en la literatura reciente, el activismo neoconservador tiene una importante dimensión transnacional (Gudiño Bessone, 2017; Moragas, 2020; Panotto, 2020). Sin embargo, esta dimensión está presente desde sus orígenes en la región. De hecho, el movimiento autodenominado “provida” o “profamilia” en Latinoamérica fue constituido desde sus inicios gracias a la articulación de activistas locales con organizaciones transnacionales (Morán Faúndes, 2015). La injerencia del Vaticano en tanto actor que convocó a su feligresía global entre los años setenta y ochenta a movilizarse contra las agendas feministas y LGBTI, así como el rol que jugaron ONG católicas del norte global (en especial Human Life International) en la configuración de las primeras agrupaciones civiles latinoamericanas (Vasallo, 2005; González Ruiz, 2006), hizo que este activismo naciera en la región gracias a fuertes redes y conexiones internacionales. Este carácter transnacional se acrecentó a mediados de los noventa, cuando diversas organizaciones y activistas locales de corriente neoconservadora participaron en las conferencias de El Cairo en 1994 y Beijing en 1995 con el propósito de obturar el reconocimiento internacional de los DSR que ahí se gestó (Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2021).
Sin embargo, la impronta transnacional que ha atravesado el movimiento desde sus orígenes en la región hoy se ha complejizado e intensificado, esto debido a que en los últimos años se han generado una serie de redes estables que operan como espacios periódicos de coordinación, diálogo y formación que trascienden las fronteras nacionales (Moragas, 2020; Panotto, 2020). Los primeros antecedentes de estos espacios comenzaron a gestarse hace décadas, con los primeros congresos “provida” internacionales. Aunque en los años ochenta se realizaban estos encuentros, los primeros congresos que buscaron fomentar la participación de activistas de Latinoamérica datan en general de principios de la década de los 2000, como algunas versiones del Congreso Internacional Provida organizado por la Federación Española de Asociaciones Provida, la que directamente organizó encuentros en Lima en 2005, en Ciudad de México en 2007 y en San José de Costa Rica en 2011 (Latorre Cañizares, 2021).
Si bien los encuentros de este tipo en sus inicios se celebraban esporádicamente, hoy se realizan de manera frecuente, ya que se han gestado diversas organizaciones transnacionales de envergadura, tanto latinoamericanas como del norte global, que apoyan su desarrollo. La estadounidense Political Network for Values, por ejemplo, viene organizando el Transatlantic Summit desde 2014. El último encuentro se desarrolló en 2022 en Budapest, y su penúltima versión fue en 2019 en Bogotá, apenas unos meses antes de que se celebrara la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) en ese mismo país. Asimismo, en 2017 se conformó el Congreso Hemisférico de Parlamentarios, un renovado espacio que prioriza un lenguaje de derechos humanos para incidir políticamente sobre los gobiernos y, especialmente, sobre la OEA. Según indican, este espacio es un foro “que reúne a legisladores de la región para promover el diálogo y cooperación entre estos en materia de derechos humanos, particularmente en todos aquellos temas relacionados a la dignidad de la persona, la familia y la libertad religiosa” (Diario Constitucional, 2017). Desde este lugar, realizan una crítica a la OEA por considerar que se trata de un organismo ideologizado e impactado por las agendas contrarias a “la vida” y “la familia”. En su primer encuentro en Ciudad de México en 2017 redactaron la“Declaración Americana sobre la Independencia y Autodeterminación de los Pueblos en Asuntos Relacionados a la Vida, la Familia y la Libertad Religiosa”, que dicen que ha sido firmada por más de 600 legisladores/as de la región (Political Network for Values, 2019). Asimismo, presididos por el pastor mexicano Aaron Lara, iglesias y líderes de grupos evangélicos organizan también desde 2017 el influyente Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia (celebrado en México en 2017 y 2018, en Panamá en 2019 y en Perú en 2020). Desde el campo evangélico también se organiza el Congreso Sudamericano por la Vida y la Familia, cuya segunda versión se llevó a cabo en 2019 en Uruguay. Las iniciativas de este tipo han intensificado la articulación transnacional del activismo neoconservador y han permitido que sus vínculos cobren una mayor actualización y periodicidad.
Pero no es solo la celebración de congresos lo que ha afianzado las articulaciones regionales del campo neoconservador. Junto con lo anterior, se han formado nuevas redes transnacionales orientadas a generar lazos estables, con un cierto nivel de institucionalización, en defensa de la agenda neoconservadora. Ya en 2007 se creó en Latinoamérica la red Acción Mundial de Parlamentarios y Gobernantes por la Vida y la Familia, que reunió a congresistas de toda la región bajo idearios compartidos en materia de moral sexual. Aunque esa red ya no tiene vigencia, se han multiplicado las organizaciones de este tipo a lo largo de América Latina. En el marco de una de las versiones del Foro Joven Panamericano organizado por la ONG Frente Joven (con presencia en Argentina, Perú, Ecuador y Paraguay), en 2015 se configuró la Red Interamericana de la Juventud, que consolidó una articulación regional de jóvenes en contra de los DSR. El también mencionado Congreso Iberoamericano por la Vida y la Familia se está constituyendo en uno de los espacios más fructíferos en la creación de redes neoconservadoras en la región, particularmente evangélicas (Panotto, 2020). En 2019, durante la tercera versión del congreso, celebrado en Panamá, participantes decidieron crear la Fraternidad de Parlamentarios Evangélicos que, como su nombre lo indica, reúne a congresistas de tendencia evangélica neoconservadora de toda la región. De ahí emergió además el grupo Unión Iberoamericana de Parlamentarios Cristianos, cuyo objetivo es conformar esta organización en todos los países iberoamericanos. También emergió el Movimiento Cívico Iberoamericano con el fin de movilizar las sociedades civiles locales contra los DSR. Además, fue creado el Centro de Estudios Iberoamericano por la Vida y la Familia. Todo esto denota una importante articulación organizada por el campo evangélico, que en muy pocos años está logrando consolidar proyectos concretos que podrían repercutir en la arena transnacional de los derechos humanos.
De este modo, las redes y articulaciones latinoamericanas del campo neoconservador se han intensificado en estos años (Panotto, 2020), lo que denota un creciente interés por generar impactos no solo locales, sino además a niveles regionales y en foros transnacionales (Moragas, 2020).
d) Descentralización del liderazgo y nuevos actores: la lógica influencer
Históricamente, los estudios sobre los sectores neoconservadores en la región concentraron fuertemente su atención en la jerarquía católica como la principal institución que lideró por décadas la movilización contra los DSR (Htun, 2003; Vaggione, 2005; Vassallo, 2005; Gudiño Bessone, 2017). Sin dudas, esta iglesia jugó, y continúa haciéndolo, un papel central en la activación global de diversos actores en oposición a las demandas feministas y LGBTI. Más aún, el Vaticano históricamente ha constituido una poderosa maquinaria de producción discursiva desde la cual construye narrativas contra los procesos de ampliación de la ciudadanía sexual que luego son replicadas localmente por los activismos neoconservadores (Peñas Defago, 2010).
Sin embargo, el poder y la influencia de la jerarquía católica en la política no es estático (Htun, 2003). En diversos contextos regionales, su poder se ha visto afectado por el crecimiento y el fortalecimiento de un campo evangélico que, en muchos casos, no solo está habilitando articulaciones neoconservadoras ecuménicas, sino que incluso está tomando roles de liderazgo en la oposición a los DSR, desafiando la hegemonía católica (Carbonelli, Mosqueira y Felitti, 2011; Jones y Cunial, 2012; Córdova Villazón, 2014; Bárcenas, 2018; Campos Machado, 2021; Tello, 2019; Panotto, 2020). Así, por ejemplo, el fuerte proceso de movilización neoconservadora que se observó en Perú en los últimos años, y que apuntó con especial fuerza contra los programas de educación sexual integral, fue liderado por la organización Con Mis Hijos No Te Metas, creada en 2016 por el pastor Christian Rosas, y coordinada en Lima por una mesa de líderes y lideresas de tendencia evangélica (Fonseca, 2018). Si bien las acciones organizadas por este movimiento no se basaban necesariamente en la convocatoria a sectores religiosos específicos, sino que se planteaban con un fuerte carácter ecuménico, el rol protagónico que tuvieron iglesias y pastores/as evangélicos/as en la conformación de esta organización y en la movilización de las feligresías mostró la potencia del campo evangélico y su renovada capacidad para liderar procesos de movilización contra los DSR (Motta y Amat y León, 2018; Tello, 2019).
Ahora bien, aunque la religión aún permea en el activismo neoconservador, y es innegable el rol que cumplen algunas Iglesias en los procesos de convocatoria y movilización contra los DSR, el actual momento que atraviesa el activismo neoconservador está marcado por una complejidad aún más profunda del liderazgo en el campo. Es sabido que dentro del activismo neoconservador han existido siempre actores de la sociedad civil (Vaggione, 2005; González Ruiz, 2006; Morán Faúndes, 2015), pero en el último tiempo algunos de estos vienen cobrando una inusitada fuerza como parte central de este activismo. Así, se ha venido gestando un renovado perfil de activistas de propensión neoconservadora que no siempre se identifican con identidades religiosas y que se posicionan públicamente como “expertos/as”. Desde esa posición, adquieren visibilidad pública para opinar en contra de las demandas feministas y LGBTI en diversos medios. Algunas de estas personas cuentan con libros de su autoría que les permiten posicionarse internacionalmente como referentes y brindan charlas y conferencias en distintos espacios, generalmente vinculados a las ideas neoconservadoras (Goldentul y Saferstein, 2020). Otras son consideradas como referentes políticos o inspiracionales, ya que sus discursos motivan la lucha contra los DSR y convocan a audiencias amplias.
Actualmente, uno de los más famosos conferencistas de este tipo es el escritor argentino Agustín Laje, coautor del Libro negro de la nueva izquierda junto con el abogado también argentino Nicolás Márquez. Laje no solo tiene una fuerte presencia en redes sociales, sino que ha sido invitado a dar conferencias por prácticamente toda Latinoamérica, donde ha llevado su discurso contra la “ideología de género” y el “marxismo cultural” por toda la región (Goldentul y Saferstein, 2020; Veloz, 2021). Además, en cada visita que realiza a un país suele ser entrevistado por medios de comunicación, e incluso sostiene reuniones con funcionarios/as públicos de distintos poderes del Estado. En 2019, por ejemplo, durante una visita a República Dominicana se reunió con miembros del Tribunal Constitucional del país, incluido su presidente, Milton Ray Guevara.5
Otro ejemplo lo constituye la brasileña Sara Fernanda Giromini, conocida como Sara Winter o Sara Huff. Esta activista se presenta como exfeminista del grupo Femen, convertida luego al catolicismo (un relato similar al de la conferencista neoconservadora de Ecuador Amparo Medina). Hasta 2020 se desempeñó como coordinadora de políticas de maternidad en el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos de Brasil, dirigido por la pastora Damare Alves durante el gobierno de Jair Bolsonaro (Veloz, 2021). Huff es una famosa polemista que opera en gran medida en redes sociales. En 2020 adquirió una fuerte presencia mediática cuando fue detenida por la policía federal de Brasil bajo la imputación de delitos graves contra la democracia, efectuados como líder de la milicia armada de ultraderecha 300 do Brasil (Rezende y Andrade, 2020). En los últimos años ha cobrado una exponencial importancia en Latinoamérica. Ha sido invitada a presentar sus ideas neoconservadoras y de extrema derecha en distintos países.
Actores de este tipo se han reproducido con fuerza en la región latinoamericana. Nombres como Samuel Ángel (Colombia), Pablo Muñoz Iturrieta (Argentina), Chinda Brandolino (Argentina), Miklos Lukacs (Perú) y Teresa Marinovic (Chile), entre otros, se suman a un creciente listado de referentes neoconservadores que se mueven con especial fuerza en el campo de las ideas, librando lo que denominan como una “batalla cultural” (Veloz, 2021).
Este renovado perfil de actores se asocia a lo que podría denominarse como “lógica del/a influencer”. Muchas de estas personas, a través de sus cuentas en redes sociales, no solo se dan a conocer y promueven cuestionamientos a los DSR, sino además están construyendo comunidades virtuales neoconservadoras. La lógica del/a influencer supone crear una imagen en redes sociales que resulte atractiva para determinados públicos, en un proceso de construcción publicitaria de uno/a mismo/a que logre evocar interés en las audiencias a fin de generar una red de seguidores/as. Sus estrategias digitales no se reducen únicamente a coordinar el uso de un hashtag para generar una tendencia momentánea en redes sociales, sino son más profundas y de largo plazo, y se orientan a conformar una audiencia estable y cada vez mayor de seguidores/as digitales, esto es, una comunidad virtual, especialmente de jóvenes.
Una particular característica de estos actores es que al momento de construir su imagen en redes sociales no recurren por lo general a las técnicas de marketing tradicionales de influencers más comerciales, quienes tienden a promover mensajes positivos (de superación, liderazgo, esfuerzo, etc.) y no confrontativos para alcanzar mayores audiencias. Muy por el contrario, los/as influencers de tendencia neoconservadora recurren a la polémica y la confrontación directa, en tanto técnica que les permite generar una imagen triunfal, de alguien que suele vencer en los debates y ridiculizar a sus oponentes. La polémica y la confrontación son elementos centrales de las intervenciones de estos/as influencers, ya que les permiten entrar en una lógica de competencia con sus rivales y generar la idea de que solo una de las partes resulta ganadora. Con esto, buscan captar la atención de su público y construir una imagen victoriosa.
Estos actores, en muchos casos, están deviniendo líderes o lideresas dentro del campo neoconservador, tanto dentro como fuera de las redes sociales, y se disputan los tradicionales liderazgos ejercidos incluso por instituciones religiosas. Con esto, hoy el centro gravitacional de los procesos de movilización neoconservadora en la región parece cada vez más difuso y se constituye como un movimiento multipolar, sin un centro de liderazgo tan claro como lo era en épocas anteriores cuando la jerarquía católica tendía a dominar el campo.
Reflexiones finales
El activismo neoconservador está atravesando un proceso de cambios profundos. Aunque no todos los países de la región experimentan los mismos avances en DSR, la ampliación de estos derechos a nivel internacional ha concitado una reestructuración de sus opositores/as.
A modo de sintetizar lo señalado, en el cuadro 1 se resumen los principales cambios que habría experimentado de modo general el activismo neoconservador regionalmente desde su primera oleada. La metáfora de las olas sugiere entender estos cambios como trasformaciones generales, a veces difusas y con límites borrosos, pero que representan tendencias hacia donde parecen apuntar las mutaciones que atraviesan estos sectores. Asimismo, invita a comprender que las características generales de una ola no desaparecen con la llegada de la siguiente, antes bien, se van acumulando, mientras la centralidad de algunas dimensiones se va desplazando hacia otros planos.
Primera ola | Segunda ola | Tercera ola | |
Acciones estratégicas dominantes | Acciones de orientación cultural y asistencial | Acciones orientadas a impactar en el Estado (lobby, judicialización, etc.) | Acciones orientadas a incorporarse al Estado mediante partidos |
Liderazgo | Dominantemente católico | Dominantemente católico, pero con alianzas ecuménicas | Múltiples liderazgos |
Principales agendas | Centrada principalmente en oponerse al aborto y la anticoncepción | Centrada en oponerse a los DSR en general | Centrada en torno a una agenda antiprogresistaanticomunista de extrema derecha |
Articulaciones transnacionales | Vinculación con organizaciones del norte global en la creación de algunas ong locales | Activismo en espacios internacionales de derechos humanos y primeros congresos “provida” regionales de carácter esporádico | Creación de múltiples espacios regionales y estables de articulación transnacional y de incidencia regional |
Orientación de las acciones | Preventiva | Reactiva | Ofensiva |
Fuente: elaboración propia.
Con base en la información presentada, y si bien no se puede hablar de un activismo neoconservador latinoamericano unívoco y libre de matices, en términos generales es posible observar cómo estos sectores han adquirido renovadas dimensiones que actualizan sus formas de acción colectiva y sus configuraciones. Estas parecen constituir giros importantes que permiten entender este momento como una tercera ola neoconservadora, con un carácter más ofensivo que las anteriores (Vaggione, Sgró Ruata y Peñas Defago, 2022). En este sentido, la actual fase del neoconservadurismo parece apuntar no solo a frenar los avances que vienen teniendo en diversos contextos los movimientos feministas y LGBTI, sino incluso a desmontar esas conquistas y (re)instituir un orden moral (Sanahuja y López Burian, 2020). Para ello, ocupar espacios de poder dentro del Estado se ha tornado central. Su ofensiva sin un centro de liderazgo único, con renovadas articulaciones transnacionales y con una fuerte inclinación hacia proyectos de extrema derecha que canalizan mediante incursiones político-partidarias, ha reconfigurado sus formas de acción. Ante esto, se hace necesario profundizar en las características que, más allá de las tendencias regionales, estos sectores están adquiriendo a niveles locales en esta tercera oleada neoconservadora.