1 Introducción
Las ciudades son las protagonistas de la mayoría de los libros de viaje. Los trayectos son descritos con menos detalle que las poblaciones, que a menudo constituyen una parada para el viajero. Cuanto más importante es la localidad más completa suele ser la descripción proporcionada por el autor. Si analizamos descripciones de ciudades realizadas por autores de diferentes épocas percibiremos que todas siguen una estructura muy similar. Esto se debe a que los escritores de relatos de viaje utilizaron un modelo preestablecido que puede rastrearse desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, e incluso en muchas obras posteriores (Ortega Román, 2006: 214-215). Dicho esquema proviene de la tradición retórica clásica y aparece desglosado en textos como la Excerpta rhetorica del siglo IV, en el apartado de laudibus urbium. Allí se establece la información que debe contener la descripción de una ciudad: Su antigüedad y sus fundadores, su situación y fortificaciones, fecundidad de sus campos y aguas, sus costumbres y sus habitantes, sus edificios y monumentos y sus hombres célebres (Pérez Priego, 1984: 227).
La inclusión de los edificios y monumentos más importantes de una ciudad en los relatos de viaje resulta de gran interés. En algunas ocasiones, el autor se limitaba a mencionarlos, pero con frecuencia incluía datos sobre ellos e incluso los describía. Las edificaciones que encontramos reseñadas con mayor frecuencia en los relatos de viaje son las murallas y puertas, las catedrales e iglesias, los conventos, los palacios, los ayuntamientos y los puentes. Algunos viajeros también incluyeron los hospitales entre los edificios dignos de figurar en su relato, lo que nos hace pensar que eran considerados hitos importantes dentro de las ciudades.
Se conservan numerosos relatos de viajeros que visitaron España durante la Edad Moderna en los que se describen ciudades españolas. La realización de un cuidadoso análisis de estos textos puede arrojar luz sobre la percepción que tenían estos autores sobre los hitos arquitectónicos de las ciudades, en concreto de los hospitales.
El objetivo de este artículo es analizar la percepción que tuvieron los viajeros extranjeros de los hospitales españoles de la Edad Moderna. Para ello realizaré una selección de textos de los autores que prestaron atención a las instituciones sanitarias. Por la naturaleza de este artículo no podré tratar todas las ciudades que contaron con hospitales importantes en esta época, sino que me centraré en algunas de ellas: Santiago de Compostela, Burgos, Barcelona, Madrid, Granada, Toledo y Valencia. Para interpretar correctamente las opiniones de los viajeros las contrastaré con otros textos contemporáneos y con algunos estudios de arquitectura hospitalaria e historia de la medicina. El estudio de cronológico de los relatos de viaje hará posible conocer la evolución de la imagen que los viajeros tuvieron de los hospitales españoles.
2 Los hospitales en la Edad Moderna
Durante la Edad Media la atención a los enfermos era considerada un asunto caritativo asociado a la religión cristiana, por eso los hospitales dependían en gran medida de instituciones religiosas. Los hospitales no solo estaban destinados al tratamiento de enfermos, sino que atendía menesterosos de todo tipo proporcionándoles alojamiento, alimentos o limosnas. Sus fundadores eran monarcas, nobles o miembros de la oligarquía urbana y se sustentaban gracias a los bienes con los que eran dotados o a las limosnas recogidas por sus administradores (López Piñero, 2002: 171; Granjel, 1981: 143).
La España renacentista heredó la amplia red de hospitales que se extendían por casi todas la poblaciones de cierta importancia. La función caritativa seguía siendo más importante que la sanitaria. Durante el siglo XVI se operaron múltiples cambios en el sistema hospitalario. Se comenzaron a fundar los hospitales generales en las ciudades más importantes, destinados a absorber a otras instituciones más pequeñas que no contaban con ingresos suficientes. Estas reducciones hospitalarias ya se habían comenzado a hacer en el siglo XV, muestra de ello es la fundación del hospital de Santa Cruz de Barcelona en 1401. Los reyes católicos intentaron realizar la reducción hospitalaria en Granada con la fundación del hospital real y Felipe II emprendió la reducción de los hospitales madrileños en 1566. Durante este siglo también se levantaron grandes hospitales reales, como los que sufragaron los reyes católicos en Santiago de Compostela. La asistencia a los enfermos y a los pobres comienza a ser un asunto de estado, aunque seguían teniendo mucha importancia las fundaciones de instituciones asistenciales por parte de miembros del clero y las órdenes hospitalarias, como las de san Juan de Dios y la de los Hermanos Hospitalarios. Algunos de estos nuevos hospitales estaban especializados en la curación de una enfermedad concreta como la lepra o el fuego de san Antonio. (Granjel, 1980: 121-22). No podemos olvidar los hospitales fundados por cofradías profesionales, hermandades y cofradías de caridad (Carmona, 1980: 23). La aparición de nuevos centros sanitarios se dio durante toda la centuria, pero aumentó después del Concilio de Trento (1545-63), que alimentó el espíritu caritativo entre los católicos (Lindeman, 2001:144).
Durante el siglo XVII pervivieron muchos de los hospitales fundados en el siglo anterior, aunque algunos de ellos pasaron por apuros económicos que llevaron a su desaparición. A pesar de los esfuerzos realizados en las grandes ciudades para reducir el número de hospitales, durante el siglo XVII se fundaron otros nuevos, entre los que destacan las casas de convalecencia destinadas a acoger al enfermo una vez recuperado de su enfermedad para que se pudiera restablecer por completo (Granjel, 1978:107-111). Ya en este siglo los hospitales empezaron a contratar personal médico fijo, aunque en muchos casos eran las órdenes religiosas quienes se encargaban de administrarlos y organizar su rutina diaria.
En las primeras décadas del siglo XVIII, seguía vigente la organización hospitalaria heredada de los siglos anteriores. Algunos centros se vieron obligados a cerrar o a fusionarse con otras instituciones porque no contaban con rentas suficientes para proseguir con su actividad. A lo largo de la centuria la nueva ideología ilustrada provocó que aparecieran voces críticas que pusieron en tela de juicio las condiciones que se daban en algunos hospitales. En Europa, destacaron las figuras de Jacques Tenon y John Howard. Como veremos más adelante el autor inglés recorrió varios países del continente indagando sobre el estado de las prisiones y los hospitales. En España tampoco faltaron escritores y profesionales que se preocuparon por el estado de las instituciones sanitarias, como Torres Villarroel, el médico Nicolás José de Herrera o Domínguez Rosains. Algunos de estos autores abogaban por la reforma de los hospitales para conseguir unas condiciones higiénicas adecuadas y un trato digno a los pacientes, pero otros eran partidarios de su supresión en favor de la atención privada.
Estas voces de alarma, junto con unas nuevas condiciones sociales y económicas, propiciaron que los estados se hicieran cargo de la reforma hospitalaria. Los borbones españoles llevaron a cabo una auténtica política sanitaria que comenzó con la iniciativa de Felipe V de realizar un censo de hospitales para acometer su reestructuración, Carlos III encomendó a los corregidores la vigilancia de los hospitales y obras pías. Finalmente Carlos IV, con la real Orden de 1798, decretó la enajenación de todos los bienes raíces pertenecientes a instituciones hospitalarias o de caridad privadas. De esta manera, terminaba con su independencia económica. El estado comenzaba a tomar las riendas de la asistencia hospitalaria y caritativa, que antes estaba en manos de iniciativas individuales o colectivas de naturaleza laica o religiosa. En la práctica, la reforma hospitalaria se llevó a cabo con la construcción de nuevos hospitales o la reforma de los ya existentes (Granjel, 1979,125-130; Lindeman, 2001: 145-157).
3 Los hospitales de Valencia
El médico Hieronymus Münzer1 nos dejó en su libro de viajes un testimonio sobre el hospital de dementes o como él lo llamó “La casa de los locos”. El autor no reparó en el edificio que acogía a la institución, sino que hizo referencia a su función “recoger a los locos, a los melancólicos y a los estultos”. También menciona a uno de los pacientes, un joven que se encontraba desnudo, encerrado en una jaula y atado con una cadena y que profería gritos en hebreo. Según Münzer, era hijo de un rico converso que había sido educado en el judaísmo en secreto (Münzer, 1991: 57). El caballero flamenco Antoine Lalaing2 (Lalaing, 1876: 213) también mencionó esta institución. El hospital al que se referían los viajeros era el de los Innocents, que había sido fundado en 1409 y que fue el germen del hospital General (López Terrada y Lanuza Navarro, 2007: 23). El embajador veneciano Segismundo Cavalli3 también visitó este hospital en 1567. El edificio que ocupaba le pareció grande y bello. Tenía tres secciones: una era para los incurables, otra para los enfermos que se podían curar y una tercera para los locos. Al viajero le pareció que el hospital estaba bien dirigido y que los enfermos tenían todo lo necesario (Bolós, 1980: 63). El testimonio de Cavalli nos indica que el centro ya se había convertido en el hospital general de la ciudad. Esto había ocurrido en 1512 cuando se decretó la concentración de algunos pequeños hospitales de Valencia en la nueva institución. El hospital general se instaló en el antiguo edificio ocupado por el hospital de los inocentes. En 1492 habían comenzado unas obras para aumentar su capacidad, veinte años después se reanudaron para adaptar el edificio a su nueva función de hospital general. En 1545 hubo un incendio que dañó el hospital, de manera que fue necesario realizar su reconstrucción. Las trazas del renovado edificio se deben a Gaspar Gregori, que introdujo un lenguaje arquitectónico plenamente renacentista. En 1563 se mejoraron las instalaciones para niños expósitos, por lo tanto Cavalli pudo verlas terminadas (López Terrada, 1987: 59-61; Berchéz y Jarque, 1994: 92-94).
El arquero real Henri Cock4 visitó Valencia en 1585 acompañando a Felipe II. En la crónica del itinerario real, nos ofrece una panorámica sobre las instituciones sanitarias de la ciudad. Según el texto de Cock, el hospital más grande era el general, situado entre las puertas de san Vicente Ferrer y los Inocentes. Allí se curaban enfermos y se asistía a los huérfanos y a los dementes. Los huérfanos también eran acogidos en san Vicente Ferrer. Además había un hospital de leprosos al norte de la ciudad y otro llamado de san Antonio. Mencionó otro para los pescadores enfermos al que llamó “Denbou” y el de “Benegarra” que recogía a los mendigos de noche (Cock, 1876: 243).
El cronista de la ciudad de Valencia Gaspar Escolano solo aludió a algunos de los hospitales señalados por Cock: El de huérfanos de san Vicente Ferrer, el de pescadores enfermos, fundado por un caballero llamado Mossen Bou, el de Mengarra, destinado a pasajeros pobres, y finalmente el general. Escolano no describió ninguno de los edificios, pero señala al hospital de los Inocentes como embrión del general. Esta primera entidad fue fundada por diez ciudadanos ricos de la ciudad inspirados por las predicaciones del fraile mercedario Gilabert Jofré (Escolano, 1610: 1047-1048). El hospital d’en Bou había sido fundado en 1399 (Noguera Jiménez, 2000: 105) y el de San Lázaro en los primeros momentos de la reconquista para atender enfermos de lepra. Cuando lo vio Cock, debía estar casi en desuso, puesto que a finales del siglo XVI se habían dejado de pagar los gastos del hospitalero. Un inventario de bienes de 1584 nos revela la escasez y el mal estado de sus enseres.
El hospital de san Antonio, que también aparece en el relato del viajero, fue fundado en 1333 por monjes hospitalarios para tratar la enfermedad conocida como fuego infernal. El hospital dels Beguins o de santa María fue el germen del colegio de san Vicente Ferrer. Había sido fundado en 1334 por Ramon Guillem Català, un burgués adinerado de Valencia (López Terrada, 1987: 64,72; Rubio Vela, 1984:28-37). Estaba situado frente al convento de los agustinos y lo habitaban hombres penitentes. En un primer momento se dedicaron a la atención de los enfermos pobres, pero en 1455 ya asistían a los huérfanos porque habían sido elegidos por san Vicente Ferrer para realizar esta tarea. Seguramente este fuera el colegio de san Vicente Ferrer que conoció Cock cuando visitó Valencia en 1585, porque años más tarde, en 1593 Felipe II retiró a los Beguines la autoridad para dirigir la institución y la confió a una administración formada por un jurado de la ciudad, un canónigo de la catedral y uno de los administradores del hospital general. En 1624 se trasladó el hospital al antiguo colegio de Moriscos fundado por Carlos V, ya que después de la expulsión de esta comunidad el edificio había quedado vacío (Tropé, 2007:51-55).
El manuscrito titulado Floresta española, datado a principios del siglo XVII5 contiene una breve referencia al hospital General de Valencia (Sánchez Costa, 1915: 478,510). Pero fue Barthélemy Joly6 quien nos dejó noticias más específicas sobre este centro, del que tuvo una opinión muy favorable. El autor opinaba que era hermoso, bien amueblado y tenía rentas abundantes aportadas por el arzobispo y por algunos ciudadanos ricos. Los pobres eran muy bien tratados allí y también había muchos pacientes con enfermedades mentales (Joly, 1909: 527). El hospital que vio Joly contaba con dos edificios de planta de cruz griega, en el segundo de ellos solo se habían terminado dos de los brazos de la cruz. Este inmueble era el resultado de la reconstrucción realizada tras el incendio de 1545. En el primer edificio, se encontraban las salas para los enfermos de fiebre y los heridos. En el piso de abajo estaban las salas de hombres y en el alto las de mujeres. En el edificio inacabado se instalaron las salas para sifilíticos, que se habían comenzado a construir en 1587. Alrededor había otras edificaciones destinadas a la iglesia, la cocina, las habitaciones de los empleados, huertos y la sala de los locos que se encontraba en las antiguas dependencias del hospital de los Inocentes. Por el inventario general de 1584 podemos saber que como afirmaba Joly el hospital contaba con los muebles y los enseres necesarios para atender a los pacientes. Su calidad era muy desigual, ya que muchos de ellos procedían de donaciones (López Terrada, 1987: 62-80; Vilar Devís, 1993: 61-83).
A finales del siglo XVIII, tenemos otro testimonio sobre este hospital en el relato de viaje del médico inglés Joseph Townsend7. El autor hizo un recuento de los pacientes y los expósitos que habían ingresado en el hospital general en 1786 para conocer las tasas de supervivencia. Sus conclusiones fueron que los militares tenían una menor tasa de mortalidad, uno de cada treinta y tres; mientras entre los civiles había muerto uno de cada siete. El autor afirma que esta diferencia se debía a que las clases bajas enviaban a sus enfermos al hospital cuando ya estaban muy graves para ahorrarse los gastos del entierro. De los expósitos que ingresaban en el hospital, algo menos de la mitad morían antes del año (Townsend, 1998: 397).
El hospital general comenzó a atender soldados en 1710. El estudio sobre la mortalidad en el hospital general de Valencia en el siglo XVIII, realizado por Mercedes Vilar Devís, llega a las mismas conclusiones que Townsend: la tasa de mortalidad de los soldados era mucho más baja que la de los civiles. La autora pone como ejemplo los datos del año 1800, cuando murieron el 14 % de los pacientes ingresados, incluyendo soldados y civiles. Sin embargo, entre los soldados solo murieron el 3,5 %. La autora no encontró explicación para esta diferencia y especula que podría deberse a que los militares ingresados eran más jóvenes o llegaban al hospital cuando su enfermedad aun no revestía gravedad (Císcar Vilata, 1994: 785, 813-814). Esta última hipótesis coincide con la reflexión hecha por Townsend de que los paisanos ingresaban en muy malas condiciones.
4 Los hospitales de Granada
El viajero Hieronymus Münzer dedicó una parte importante de su libro de viaje a Granada. Reparó en un hospital que había sido construido por mandato del rey Fernando II de Aragón (“Fernando el Católico”) en el lugar que ocupaban las juderías (Münzer, 1991: 111). Debía referirse a una fundación situada en la Alhambra, destinada a sustituir los hospitales de campaña que se habían erigido durante la guerra (González Martínez y Vallejo Garay, 196). El embajador veneciano Andrea Navagero8 ya vio en construcción el edificio que albergaría el hospital Real. Afirmaba que estaba siendo levantado al exterior de la puerta de Elvira por iniciativa de la reina Isabel I Castilla (“Isabel la Católica”). Era grande y se había empleado en él la piedra tallada (Navagero, 1983: 55). Cuando Navagero lo visitó en 1526 ya estaba casi terminado y se había producido el traslado de los enfermos del hospital de la Alhambra. Todavía quedaban por finalizar algunas partes del inmueble, como la decoración de los patios, las ventanas, la portada y algunos artesonados (Félez Lubelza, 1979: 97).
La Floresta española hace referencia a tres hospitales de los trece que había en la ciudad en 1593 (García Oro y Portela Silva, 2005: 109): El de los reyes católicos, el de santa Ana y el de san Juan de Dios. Del primero dijo que estaba situado frente a la puerta de Elvira. Afirmaba que el edificio era muy suntuoso, que tenía cuatro patios y un cimborrio. También hizo referencia a la abundancia de sus rentas y a sus fundadores. El hospital de santa Ana lo situó en la plaza Nueva y también mencionó sus rentas y el buen servicio que prestaba. El tercer hospital había sido creado por el beato Juan de Dios, que murió allí. No trata el hospital propiamente, sino que informa de que a partir de él los hermanos del fundador erigieron otros hospitales en España y en Italia (Sánchez Costa, 1915: 431-432).
La descripción que hace el autor del hospital real de Granada es acertada, puesto que tenía planta de cruz griega con cuatro patios desiguales entre los brazos de la cruz. El primero de la derecha estaba destinado a las viviendas de veedor, el segundo a las jaulas de los locos y el alojamiento del loquero, el primer patio de la izquierda contenía la vivienda del administrador y el segundo la iglesia y la enfermería. El edificio poseía un cimborrio reconstruido después del incendio de 1549 que causo un grave daño a esta parte de la fábrica (Sánchez-Robles Beltrán, 1995: 56).
El otro hospital mencionado por el viajero es el de santa Ana, que fue fundado por fray Hernando de Talavera en unas casas de su propiedad en la plaza Nueva (Martín García, 2004: 194). Por último, hizo referencia a san Juan de Dios y a su hospital. La institución se encontraba cerca del monasterio de los Jerónimos en unas tierras que habían pertenecido a dicha orden. Se había trasladado allí desde la cuesta de Gomérez, donde el mismo san Juan de Dios había instalado un pequeño hospital para atender a los enfermos de las calles de Granada. A su muerte acaecida en 1550, el nuevo hospital estaba a medio construir y tres años después trasladaron a los enfermos desde la antigua localización. El edificio que vio el viajero debía ser muy diferente al actual, puesto que en el siglo XVIII sufrió grandes reformas (Larios, 2004: 17-20; Isla Mingorace, 1979: 15-24).
El francés Balthasar de Monçonys9 también conoció el hospital real y en el de san Juan de Dios. El edificio de la primera institución estaba situado fuera de la ciudad en una gran plaza. Le pareció grande y bonito por fuera debido a sus balcones y ventanas, pero en el interior no vio nada que mereciera la pena. En el hospital de san Juan de Dios el viajero destacó la escultura del fundador que se encontraba en la portada. El edificio le pareció grande y bien construido. Tenía un claustro sostenido por pilares y las habitaciones de los enfermos estaban arriba. Se subía a ella por unas escaleras abovedadas en las que había unos grandes cuadros que representaban al fundador (Monçonys, 1666: 26) François Bertaut10 también visitó el hospital de san Juan de Dios de Granada y vio la sala para heridos y la sala donde se trataba a las mujeres. Encontró que los pacientes estaban bien acomodados. Bertaut y Monçonys conocieron el hospital antes de las remodelaciones que comenzaron en 1733. La portada de la que hablaba Monçonys es la de la iglesia primitiva. Fue realizada en 1609 a expensas de Francisco Díaz de Lara. Estaba hecha de mármol de la sierra de Elvira y contenía la imagen de san Juan de Dios de rodillas con el crucifijo en la mano. Su artífice fue, Bernardo de Mora. El hospital contaba con cuatro enfermerías de las que Bertaut solo mencionó dos, la de heridos y la de mujeres (Bertaut, 1682). No hizo referencia a las salas de incurables y calenturas. Como apuntaba Monçonys estas salas se organizaban en torno al primer claustro que es el que conocieron los dos viajeros, ya que el segundo fue construido en el siglo XVIII (Isla Mingorace, 1979:10).
El viajero inglés Townsend aportó algunos datos sobre el hospicio u hospital general de Granada. Asegura que en el año 1787 había seiscientas cincuenta y cinco personas ingresadas. A pesar de que la mayoría eran menores de catorce años o personas ancianas y enfermas, habían ganado ese año cinco mil reales con su trabajo. Si se comparaba esta cifra con los gastos resultaba que se habían gastado dos libras y tres chelines por enfermo. El viajero piensa que estos datos eran sorprendentes por lo elevado de las ganancias de los internos y por los pocos gastos que generaban. Esta información provenía de unos informes que le había proporcionado el presidente de la chancillería (Townsend, 1998: 333).
A mediados del siglo XVIII, el hospital había sufrido una reforma auspiciada por los ideales ilustrados. En 1753 todos los centros asistenciales de Granada habían sido reunidos bajo el Hospital Real, que pasó a convertirse en Hospicio. Las rentas dedicadas a dar auxilio a los pobres y enfermos también fueron puestas bajo la administración del hospicio. A partir de ahora el hospital no solo atendía enfermos, sino que también asistía a todos los pobres y huérfanos de la ciudad que antes eran atendidos en otras instituciones. Se habían instalado fábricas de lana y cáñamo para ocupar a los pobres acogidos, de ahí que el viajero señalase las ganancias que generaban con su trabajo. No conocemos la cifra de internos para el año 1787, pero en 1770 fueron cuatro mil novecientos veintiséis, y desde el año 1754 la cifra nunca fue inferior a mil. Teniendo en cuenta estos datos la cifra aportada por el viajero parece muy baja, aunque es posible que solo contara a las personas alojadas en el edificio del hospital y no a la que se encontraban en otras sedes de la institución (Sanz Sampelayo, 1974: 72-87).
5 El hospital real de Santiago de Compostela
El primer viajero que mencionó el hospital real de Santiago de Compostela fue Lalaing (Lalaing, 1876: 160), puesto que debió verlo en construcción porque las obras habían empezado en la primavera de 1501, un año antes de su visita. El autor no incluyó ninguna información referente a los pormenores de su fundación. El deán de la catedral Diego de Muros III había convencido a los reyes católicos de la necesidad de fundar un hospital para acoger a los peregrinos que llegaban a la ciudad. Los monarcas decidieron construir el hospital y designaron a Diego de Muros para dirigir el proyecto. El diseño del edificio se le atribuye a Enrique Egas (Sánchez Robles Beltrán, 1995: 55). El embajador Segismundo Cavalli también mencionó el hospital de Santiago en su itinerario de 1570. El único dato que aportó sobre él es que estaba situado junto a la catedral (Cavalli, 1968: 462). Hay que esperar al relato de Erich Lassota de Steblovo11 para tener un testimonio más completo. El viajero también indicó que el hospital estaba cerca de la catedral y además añadió que acogía a los peregrinos pagando o sin pagar y los atendía según su clase social. Tuvo una impresión positiva del edificio, puesto que lo calificó de rico y magnífico (Lassota de Steblovo, 1999: 426).
El viajero veneciano Bartolomé Bourdelot12 estuvo en Santiago en 1581 y nos dejó en su diario de viaje por la Península una descripción muy precisa del edificio del Hospital. En primer lugar recordó como los reyes católicos decidieron fundar el hospital durante su visita a Santiago en 1486. Después le prestó atención al edificio que se encontraba al lado de la catedral. El autor señala que era cuadrado y tenía cuatro patios. Todos estaban adornados con columnas y corredores. En medio estaba la capilla donde se celebraba la misa, de manera que los enfermos podían verla desde su cama. El hospital contaba con cuatro salas para tratar a los pacientes: la de san Sebastián estaba destinada a tratar a los heridos, la de Santiago a los pacientes de fiebre, la de santa Ana a las mujeres y la de san Cosme y san Damián a los sacerdotes enfermos. El hospital estaba muy bien gobernado por la caridad de sus rectores y por las rentas de siete mil escudos al año que percibía. Atendía los peregrinos por tres días y los proveía de pan y vino (Bourdelot, 1965: 170).
Trece años después de la visita de Bourdelot, llegó a Santiago de Compostela Giovanni Battista Confalonieri13. Su descripción del hospital es muy parecida a la del viajero veneciano, pero contiene algunos detalles más. El viajero hizo referencia al fundador del hospital, pero se equivocó al decir que era Fernando III. También informó de que el centro contaba con muchas rentas para su mantenimiento. Después reparó en la fachada del hospital, donde estaban representados los doce apóstoles. Delante de dicha fachada había una fila de pilares con cadenas. El hospital tenía cuatro patios, dos con claustro y otros dos sin ellos. Recibía huérfanos y tenía cuatro salas a las que el viajero llamaba “hospitales”. La primera sala estaba destinada a los religiosos y tenía su capilla a parte, la segunda era para laicos, la tercera para herido y enfermedades incurables y la última para mujeres. Confalonieri afirmaba que las últimas tres salas estaban colocadas en forma de T y convergían en la capilla, que se podía cerrar. Los enfermos podían ver la capilla desde su cama. El hospital estaba bien gobernado y contaba con una buena botica. Además de acoger enfermos también alojaba peregrinos por tres días, pero según el viajero no les daban de comer. Las camas estaban limpias y se colocaban entre unas mamparas. Estaban dispuestas en las salas de manera longitudinal y no a lo ancho como en Italia (Guerra Campos, 1964: 217).
El último testimonio del siglo XVI pertenece a uno de los viajeros que más atención prestó a las instituciones hospitalarias, el alemán Jakob Cuelbis14. Visitó la Península entre 1599 y 1600. En su relato aseguraba que en dicho hospital no daban de comer a los peregrinos que llegaban a Santiago pero sí asistían a los enfermos (Cuelbis, 1801: 21r). Lorenzo de Magalotti15, cronista oficial del viaje de Cosme de Medici por España realizó una descripción del hospital de Santiago:
El hospital que es una fábrica grandísima fue fundado por los Reyes Católicos Fernando e Isabel. Debería, según la intención de sus reales fundadores, ser hospicio por tres días para todos los peregrinos, pero actualmente está reducido a recibirlos simplemente como hospital, es decir, cuando llegan enfermos. Contiene cuatro patios dos de ellos con sillares de piedra con fuentes en medio, y los otros recorridos por una galería que da paso a las habitaciones (Sánchez Rivero y Mariutti de Sánchez Rivero, 1933: 334).
El viajero Boloñés Doménico Laffi16 también conoció el hospital real de Santiago, pero su descripción difiere de la de Magalotti. Le impresionó la belleza del edificio, que para él parecía un “bello palacio” tanto por dentro como por fuera. Hizo referencia a la planta cruciforme del hospital, ya que explicó que las camas estaban puestas en cruz con una capilla en el centro, de manera que los enfermos podían oír la misa. También aludió a los patios, pero a diferencia de Magalotti él afirmaba que había tres. Uno de ellos era muy amplio con una fuente en el centro. El viajero se equivocó al señalar al fundador del hospital, puesto que dijo que lo mandó construir el rey Alfonso (Laffi, 1681:199).
Los viajeros tratados anteriormente coincidieron al hablar de la belleza, la magnificencia del hospital, su buen gobierno y las abundantes rentas con las que contaba. Sin embargo, discreparon en el número de patios que tenía. En el proyecto original del edificio se diseñó una planta de cruz latina con dos patios, que fue donde Magalotti vio las fuentes. Dichos patios fueron insuficientes y se incorporaron otros dos hechos de madera, de los que Confalonieri dijo que no tenía “claustros”. Se construyeron en la década de los veinte del siglo XVI y continuaron así hasta 1760. En estos años se edificaron en piedra a raíz de un desprendimiento ocasionado por su mal estado que mató a varias personas. Las fuentes a las que hacen referencia varios viajeros se hicieron para dotar al hospital de su propio suministro de agua, las pilas estaban terminadas en 1511, pero también se construyeron las canalizaciones para llevar agua hasta el edificio (Rosende Valdés, 1999: 17-19, 84,183).
Bourdelot, Confalonieri y Laffi hicieron referencia a la disposición del edificio y a sus enfermerías. Cada enfermería del hospital estaba dedicada a tratar un tipo de dolencia, pero los pacientes también estaban separados por clases sociales, por eso Erich Lassota de Steblovo indicaba que cada persona era tratada según su calidad o clase social. La sala de san Cosme era para religiosos enfermos y personas de calidad y la de santa Ana para mujeres distinguidas, ambas se encontraban en la segunda planta. El hospital contaba con una iglesia que estaba en la parte central del edificio y las enfermerías confluían en ella, pero algunas de ellas, como las ya mencionadas de santa Ana y san Cosme tenían su propia capilla; las demás contaban con un altar. Como indicaba Confalonieri las camas estaban colocadas de forma longitudinal de manera que los enfermos podían ver el altar (Rosende Valdés, 1999: 107-110).
Durante el siglo XVIII las referencias al hospital de Santiago de Compostela son muy escasas. El peregrino francés Guillaume Manier17 que estuvo en la ciudad en 1736 se alojó allí. En su relato informa de que las camas del hospital no estaban mal, tenían tres cubiertas dos como sábanas y otra encima. El viajero vio un gran patio con dos fuentes. Delante del hospital había veinticuatro pilares de piedra de dos o tres pies de alto, separados del muro unos cinco o seis pies y sobre ellos pendían gruesas cadenas que rodeaban las inmediaciones del edificio. Manier también nos informa de que en el hospital había una cadena para atar a los malhechores con una lámpara encendida durante la noche para causarles vergüenza. Él mismo vio atado a un hombre que había robado durante la noche (Manier, 1890: 87-88). Los pilares con cadenas, que también habían sido mencionados por Confalonieri se construyeron a partir del 1543 (Rosendo Valdés: 1999: 147).
6 Los hospitales de Barcelona
El embajador Florentino Francesco Guicciardini estuvo en Barcelona entre 1512 y 1513 y nos dejó unas interesantes observaciones sobre el hospital de Santa Cruz de Barcelona:
Vi un hospital grande donde hay muchísimos enfermos en bellas y decoradas habitaciones, y por lo que pude ver me parecieron bien cuidados; en el mismo hospital se cuidan niños huérfanos y además están allí los locos que se llaman los orates, por lo que son necesarios grandes gastos” (Guicciardini, 1993: 23).
Guicciardini se estaba refiriendo al hospital general de la Santa Cruz, que se comenzó a construir en 1401 para absorber a otros pequeños hospitales de origen medieval: el de san Lázaro, el que fundó Bernat Marcus en el siglo XII, el hospital de sant Maciá, el de la Almoina y el hospital de Colom, en cuyo solar se levantó el nuevo edificio. Su origen estaba en un refugio fundado a finales del siglo X. A principios del siglo XI se convirtió en asilo y hospital de peregrinos. Pronto recibió la protección de Ramón Berenguer I y del cabildo de la catedral, que lo puso bajo la advocación de la santa Cruz y santa Eulalia. Ya en el siglo XV se levantó el edificio que constaba de cuatro pabellones que rodeaban un patio porticado. Durante el siglo XVI el ala meridional se demolió y se construyó un nuevo patio al lado del anterior. Este patio incluyó dentro del recito del hospital otros edificios como la iglesia y la casa del archivo (Cirici, 1975: 157-160).
Segismundo Cavalli también reparó en centro sanitario durante su estancia en Barcelona en 1570, pero en su relato tan solo indicó que era grande (Cavalli, 1968: 436). El arquero real Enrique Cock no solo nos habló sobre el hospital general como los autores anteriores, sino que mencionó otros centros que funcionaban en la ciudad en ese momento. Cock afirmaba que había muchos hospitales de pobres, de los que el más rico era el general “donde se reciben todos los enfermos que allí acuden, está frontero del Carmen, muy grande de edificios y con un lindo templo” (Cock, 1876: 125). Además el autor mencionó el de la Misericordia, que era un hospital para los pobres; el de san Severo para clérigos; el de san Lázaro para los enfermos de lepra; el de san Antonio para acoger a los que les faltaba algún miembro. También había un hospital de huérfanos y otros tres llamados de santa Marta, san Roque y el santo Espíritu; y uno más que tenía en el portal la inscripción Hospes eran (Cock, 1876: 125) .
El mismo año Jerónimo Jorba publicó su obra Descripción de las excelencias de la muy insigne ciudad de Barcelona (1918). En ella enumeró los hospitales con los que contaba la ciudad en aquella época, aunque no coincide con Cock, porque solo hace referencia al hospital general de la santa Cruz, al de san Sever, al de la Misericordia, santa Marta, san Lázaro y al hospital de peregrinos. No podemos identificar este último con ninguno de los que constaban en la crónica de Cock. En otra parte de su obra, también nombra una casa de huérfanos y otra de niñas perdidas Jorba: 12v, 13v). La alusión que hace Jorba al hospital de Santiago nos hace pensar que esta institución no fue suprimida cuando se fundó el hospital general.
El médico suizo Thomas Platter, que viajó por España en 1599, dejó un importante testimonio sobre el hospital de Barcelona. Durante su viaje compuso un diario que después utilizó para escribir una relación de su viaje (Fernández Lillo, 2004: 1, 329).18
En Barcelona hay un hospital, que es grande y muy bien construido. Yo lo he visto y lo he admirado mucho: es verdaderamente suntuoso. Me han hecho saber que esta institución no tiene ingresos constantes y asegurados, esto funciona de la misma forma que otros establecimientos hospitalarios en España. Los unos y los otros, en Barcelona como en otras partes, no ganan nada mal con los ingresos de los espectáculos a los que acabo de hacer alusión. Para el resto, la gente rica, perteneciente a la alta sociedad les proporciona diariamente una gran cantidad de carne, de pan, de vino, de dinero, etc., que en estos hospitales no falta jamás de nada, incluso hay en exceso (Le Roy Ladurie, 2000:,448).
El autor de la Floresta española hizo una breve referencia al hospital General de Barcelona al que consideraba digno de fama por su fábrica y su servicio (Sánchez Costa, 1915: 478). El médico inglés Joseph Townsend conoció este hospital más de un siglo después, en 1787 y aseguraba que era uno de los mejor administrados de Europa. Para él lo más destacable del centro era la atención que se le daba a los convalecientes, que después de superar sus enfermedades podían quedarse en una habitación individual para terminar su recuperación. El viajero también prestó atención a la tasa de recuperación de los enfermos con los datos de los años 1785 y 1786. El primer año ingresaron nueve mil doscientos noventa y nueve pacientes y murieron ochocientos cincuenta y cuatro. Al año siguiente seis mil cuatrocientos ochenta y ocho de los que fallecieron novecientos veintiséis. Esto significa que la mortalidad rondaba entorno a una novena parte de los enfermos, pero Townsend advirtió que algunos pacientes ingresaban en los hospitales públicos solo para obtener el funeral gratuitamente (Townsend: 1998: 61). El trato que se les daba en este hospital a los convalecientes era posible gracias a la fundación de la casa de convalecencia financiada por Lucrècia de Gualba, Victòria Astor, Helena Soler y Pau Ferran. El edificio se levantó en el ángulo noroeste del hospital entre 1629 y 1680 (Cirici, 1975 160). A pesar que Townsend tenía una opinión positiva sobre el hospital sabemos por un informe elaborado en 1784 por la academia médico-práctica de Barcelona que sus condiciones sanitarias estaban muy lejos de ser óptimas. El centro alojaba demasiados enfermos que no estaban separados por dolencias. Estaba poco ventilado por la estrechez de las calles que lo rodeaban y esta situación se agravaba por el cementerio adjunto al hospital, donde se amontonaban los cadáveres mal enterrados que desprendían un olor insoportable. Los médicos recomendaban trasladar el hospital, y en el caso de que no fuera posible, suprimir el cementerio, hacer reformas urbanísticas en los alrededores y clasificar a los pacientes por dolencias (García Fuentes, 1984: 660-661).
7 Los hospitales de Toledo
Andrea Navagero es el primer viajero que nos proporciona algún dato sobre los hospitales toledanos. En su descripción de Toledo, situaba el hospital de santa Cruz cerca de la puerta de Alcántara y le pareció hermoso y bien labrado (Navagero, 1983: 29). Cuando el embajador veneciano lo visitó ya debía estar casi terminado, puesto que se comenzó a construir hacia 1504 siguiendo las últimas voluntades del Cardenal Mendoza (Diez del Corral, Navascués y Suarez Quevedo, 1992: 109-111). El viajero Jehan L’Hermite19 tan solo se limitó a mencionar el hospital de Tavera (L’Hermite, 2005:284). Este hospital también era conocido como hospital de san Juan Bautista o de Afuera, por su emplazamiento en el exterior de la ciudad. Lo fundó el cardenal Juan Pardo de Tavera con la intención de que fuera un hospital general que agrupara a otros más pequeños. Las obras comenzaron en 1541, y en 1560 ya se estaba levantando su iglesia, por lo tanto cuando las vio el viajero ya estarían muy avanzadas (Diez del Corral, Navascues y Suarez Quevedo, 1992: 123).
El autor de la Floresta española incluyó en su texto los hospitales de Toledo que le parecieron más importantes: El de la Misericordia, el de la Sangre de Cristo, el de san Juan Bautista y el de Santiago. Opinaba que eran “admirables en sus fábricas y en todo lo tocante a su serbicio y provisión [sic]” (Sánchez Costa, 1915: 303).
Ya he tratado anteriormente el hospital de San Juan Bautista, llamado también de Tavera en honor de su fundador. El hospital de la Misericordia fue instituido a expensas de doña Guiomar de Meneses poco antes de 1459 en su casa, pero en 1615 fue trasladado a la casa del conde de los Arcos para construir allí la casa profesa de la compañía de Jesús. El hospital de Santiago fue fundado por Alfonso VIII a finales del siglo XII o principios del XIII para atender a los caballeros de Santiago heridos. López-Fando nombra dieciocho hospitales fundados desde la Edad Media hasta el siglo XVII, pero entre ellos no encontramos el de la Sangre de Cristo (López-Fando Rodríguez, 1955: 98-102). El cronista Méndez da Silva en la edición de 1675 de la Población general de España (1675) afirma que había veintiocho hospitales en Toledo pero tampoco alude a ninguno con este nombre. Francisco de Pisa no lo incluye en su Descripción de la imperial ciudad de Toledo (Pisa, 1605: 44v-46r). Existía una cofradía llamada del Santo Cristo de la Sangre fundada a mediados del siglo XII por Sancho III. Su función era confortar a los presos y prestarles atención espiritual, probablemente el viajero la confundió con un hospital (Suárez Quevedo, 2010: 187).
El holandés Lodewijck Huygens20 no prestó mucha atención a los centros sanitarios y de caridad durante su viaje, pero en Toledo visitó el hospital del Nuncio o de la visitación al que el autor llamó “casa de los locos”. En aquel momento estaban ingresadas doce personas de cada sexo (Ebben, 2010: 220). Esta institución había sido fundada en 1483 por el vice nuncio Francisco Ortiz en las casas que poseía en el adarve de Atocha. Tenía sitio para treinta y tres pacientes y doce pobres que ayudaban a atenderlos. El edificio sufrió remodelaciones y ampliaciones en 1567 y 1561 (Sánchez Martín, 2006: 671), por lo tanto el viajero debió verlo en obras aunque no lo menciona. Al salir de la ciudad Huygens pasó junto al hospital de Tavera, pero lo confundió con un convento (Ebben, 2010: 221). El siguiente viajero Lorenzo Magalotti, aludió al hospital del Tavera como una de las construcciones más notables de la ciudad (Sánchez Rivero y Mariutti de Sánchez Rivero, 1933: 157).
Los dos siguientes viajeros también incluyeron algunas observaciones sobre el hospital de Tavera en sus obras. Sus testimonios son muy similares, puesto que Madame d’Aulnoy debió de servirse del texto de Alfred Jouvin para componer el suyo. Este autor en realidad nunca estuvo en España, puesto que su relato de viajes, publicado en 1672, fue compuesto a partir de otras obras anteriores (Diez Borque, 1975: 46). También es dudosa la presencia de Madame d’Aulnoy en España. Algunos autores como Foulché-Delbosc piensan que nunca pisó el país y que compuso sus obras extrayendo información de viajeros anteriores (Foulché-Delbosc, 1926: 1-81), otros afirman que pudo venir a España con motivo del matrimonio de Carlos II y Maria Luisa de Orleans o como corresponsal de un diario parisino entre 1668 y 1669 (Diez Borque, 1975: 48-49).
Ambos viajeros visitaron el hospital de Tavera y aludieron a su patio y a la iglesia, donde estaba enterrado su fundador y donde D’Aulnoy afirma que escuchó misa (D’Aulnoy, 1986: 372-373). El templo había sido consagrado en 1624, antes de que se terminara el hospital, pero la portada de la iglesia no existía, porque fue finalizada en 1762. Al salir de Toledo visitó el hospital de Santa Cruz (D’Aulnoy, 1986: 382). La descripción de Jouvin es muy parecida y él también hizo referencia al hospital de Santa Cruz y mencionó a su fundador el Cardenal Mendoza (Jouvin, 1672:130).
Los viajeros que conocieron Toledo en el siglo XVIII se interesaron notablemente por los hospitales de la ciudad. Henry Swinburne21 asegura que cuando visitó la ciudad en 1775 había veintiocho hospitales, aunque su relato no nos ofrece detalles sobre ninguno de ellos (Swinburne, 2010: sp.). El italiano Giuseppe Baretti22 que estuvo en Toledo quince años antes que Swinburne destacó los hospitales de Santa Cruz y de Tavera porque eran los más grandes de la ciudad y pudo contemplarlos desde el Alcázar. Asegura que el primero se dedicaba a recoger huérfanos y el segundo a atender a los enfermos de sífilis (Baretti, 2005: 257-260).
Jean François Peyron23 visitó el hospital de Tavera entre 1777 y 1778, pero no nos habló de él como institución sanitaria, sino desde el punto de vista artístico. Primero mencionó a su fundador, el cardenal Tavera y su situación junto a la puerta de Bisagra. A continuación, nos ofreció algunos detalles sobre su arquitectura: su patio estaba decorado por un pórtico sostenido por columnas dóricas en su primer piso y jónicas en el segundo y su iglesia le pareció sencilla y proporcionada. Bajos su cúpula está el sepulcro del fundador del edificio, que había sido realizado por Berruguete. A juicio de Peyron la obra era admirable por su ejecución y por su decoración sencilla. Estaba formada por una urna sobre la cual se disponía la escultura del cardenal. En el lado frontero al altar aparece representada la imposición de la casulla a san Ildefonso y a los pies del cardenal se encontraba su escudo de armas sostenido por dos niños llorando. En el lado opuesto, se representaba a la Caridad, a la derecha a Santiago y en el otro lado a san Juan Bautista, su martirio y el Bautismo de Cristo. La urna estaba sostenida por las virtudes cardinales (Peyron, I, 1782:317-318). Este sepulcro fue encargado a Alonso Berruguete en 1554 por los herederos y albaceas del cardenal Tavera. La obra fue terminada en 1561. El programa iconográfico que describe el viajero responde a la tradición renacentista española e intenta dar testimonio de las devociones del difunto, de las sedes episcopales que había ocupado y de sus virtudes (Marías, 2007: 159-161).
El viajero francés Jean François Bourgoing24 conoció la ciudad de Toledo durante su larga estancia en España entre los años 1777 y 1783. Alabó el buen gusto del cardenal Tavera, fundador del hospital de san Juan Bautista. El viajero opinaba que los rasgos de su arquitectura anunciaban que había sido hecho a mediados del siglo XVI. El sepulcro del fundador que se levantaba en la iglesia atrajo su atención. El autor los identifica como la última obra de Berruguete, artífice perteneciente a la escuela de Miguel Ángel. También hizo una breve referencia al hospital de Santa Cruz, fundado por el cardenal Mendoza. Bourgoing aseguraba que su decoración era digna de ser admirada, a pesar de que el edificio aún era gótico. Sobre todo destacó la decoración de la escalera interior y los seis cuadros de la escuela de Rubens que adornaban su iglesia. El viajero se quedó muy impresionado al visitar el hospital del Nuncio Nuevo o la “casa de los locos”. Situó al centro entre los dos más importantes de España junto con el de Zaragoza, y asegura que la limpieza y el orden reinaban en la institución (Bourgoing, 1789, III, 115-116).
Una de las obras más importantes para conocer el estado de los hospitales en el siglo XVIII es The State of the prisons in England an Wales de John Howard25. El autor visitó dos hospitales en Toledo: el de san Juan de Dios y el de Tavera. El de san Juan de Dios solo tenía una sala con seis camas, cada una estaba colocada en un hueco de ochos pies por seis pies y tres pulgadas (Howard, 1784: 155). Es muy curioso que Howard reparara en este hospital, puesto que no era de los más importantes de la ciudad. La información que nos aporta es muy valiosa ya que no conocemos muchos datos sobre este hospital. Sabemos que fue fundado por Leonor de Mendoza en 1567; que más tarde lo cedió a la orden de san Juan de Dios. Estaba situado en el solar en el que hoy se levanta la antigua casa de maternidad en la calle san Juan de Dios (López-Fando Rodríguez, 1955: 103; Gómez Rodríguez, 1991: 41, 66).
Su descripción del hospital de san Juan Bautista es más detallada. El viajero apunta que fue fundado por un arzobispo y que estaba situado a poca distancia de la ciudad. Tenía habitaciones de invierno y de verano para cada sexo. Todas eran muy similares aunque las de verano estaban más aireadas porque contaban con grandes ventanas que se abrían desde el suelo. Las estancias de los hombres tenían veinticuatro pies de ancho y dos hileras de camas que estaban colocadas en huecos elevados, cada una tenía una ventana. La habitación de las mujeres estaba limpia, pero las camas no estaban colocadas en huecos. Al lado había un largo pasillo para caminar (Howard, I, 1784: 155).
8 Los hospitales de Burgos
La primera información que estudiaremos sobre el hospital de rey la tenemos que buscar en el relato de Cuelbis. Por ese centro pasaban los peregrinos que iban a Santiago. Era muy rico y tenía unos mil ducados de renta. El viajero conoció allí a un hombre de nacionalidad flamenca que hablaba cinco o seis lenguas, de manera que podía entenderse con los peregrinos (Cuelbis, 1801: 19r).
El hospital había sido fundado junto al monasterio de las Huelgas hacia el año 1200 para atender a los peregrinos que iban a Santiago como señalaba el autor. Estaba atendido por monjas y frailes de la orden del Cister, que debían obediencia a la abadesa de la Huelgas. Contaba con un notable patrimonio reunido en su mayoría durante la Edad Media, pero la disminución de las peregrinaciones a Santiago desde el siglo XV habían hecho bajar el número de ingresos. A pesar de eso, continuó siendo uno de los cuatro hospitales más importantes de la ciudad junto con el de san Juan de Dios, el de Barrantes y el de la Concepción (Martinez García, 2002: 12, 305-309).
El texto de la Floresta española recoge noticias sobre dos hospitales de los muchos que había en Burgos. El del rey, que según el autor estaba atendido por monjes y monjas de la orden de Calatrava (Sánchez Costa, 1915: 448). Ya vimos más atrás que los monjes del hospital pertenecían a la orden del Cister, aunque es cierto que la orden de Calatrava también se regía por esta regla. El otro hospital mencionado era el de san Juan, que según el autor destacaba por su botica (Sánchez Costa, 1915: 448). El hospital al que se estaba refiriendo era el de San Juan Evangelista, una fundación medieval dedicada a dar atención a los peregrinos que llegó a desaparecer con el tiempo. Después fue refundado por iniciativa de fray Alonso de Ampudia, abad del convento de san Juan. Para ello contó con el apoyo de los reyes católicos, el obispo de Burgos Luis de Acuña y algunos ciudadanos adinerados. Su bula de fundación fue otorgada por Sixto IV en 1479. Las primeras noticias conservadas sobre la botica datan de mediados del siglo XVI (Jimeno, 195-?: 7,8).
Alfred Jouvin también incluyó en su relato el hospital del Rey que acogía a los peregrinos enfermos que iban a Santiago, pero cometió un error y atribuyó su fundación a Felipe II (Jouvin, 1672:151). Este monarca no fue el fundador del hospital, pero se preocupó por su funcionamiento a lo largo de su reinado. Confirmó sus antiguos privilegios en 1557. 1573 y 1588. Además ordenó que se realizara una visita que tuvo lugar en 1559 y desembocó en la redacción de unas nuevas ordenanzas (Martínez García, 2002: 308-309).
El francés Jean François Bourgoing visitó el hospital del Rey ya avanzado el siglo XVIII. Opinaba que su limpieza y salubridad eran notables y que los españoles podrían dar lecciones a otras naciones europeas sobre instituciones de este tipo (Bourgoing, 1789, I: 23).
John Howard también visitó el hospital del Rey más o menos en la misma época que Bourgoing y su testimonio coincide con el del viajero francés aunque es más extenso. Lo sitúa a unas dos leguas de la ciudad en el convento de las Huelgas. El edificio contaba con dos espaciosas habitaciones para cada sexo, puesto que los pacientes de cirugía debían estar separados de los demás. Las habitaciones estaban limpias y las camas se encontraban en alcobas de unos diez pies por nueve. Había cortinas a la entrada de la enfermería para mujeres. Howard señaló que los otros tres hospitales de Burgos eran similares a este, pero tenían jardines botánicos.
Durante el siglo XVIII las instituciones sanitarias y caritativas de Burgos sufrieron una reforma impulsada por las ideas ilustradas como en otros lugares de España. El objetivo era concentrar todos los recursos en algunas instituciones asistenciales y terminar con la caridad privada o estamental que venía existiendo desde la Edad Media. En 1766 fue creado por iniciativa del obispo Rodríguez de Arellano un hospicio destinado a acoger a los pobres. El nuevo centro funcionaría con las rentas de diecisiete pequeños hospitales que fueron suprimidos. A partir de entonces, sólo quedaron en Burgos cuatro hospitales: el del Rey, el de san Juan Evangelista, el de la Concepción y el de Barrantes. Con la nueva reforma, el hospital de Rey tuvo que dejar de atender a los pobres, pero se realizaron obras de ampliación de las enfermerías para dale mejor atención a los enfermos. Los trabajos comenzaron en 1777, por lo tanto Howard pudo ver el edificio terminado (Martínez García, 2002: 314-315).
El hospital de la Concepción había sido fundado por iniciativa de la cofradía del mismo nombre. Los gastos de su construcción fueron sufragados por un rico comerciante burgalés llamado Diego Bernuy. El hospital estaba situado en el camino que llevaba al convento de san Agustín y comenzó a funcionar en 1565. Contaba con una enfermería de hombres y otra de mujeres, a la que se sumó otra para enfermos incurables fundada en 1791. El centro tuvo desde el primer momento su propia botica (Martínez García y Pelayo Herranz, 2014: 307-311, 359-360).
El hospital de san Julián y san Quirce, llamado también de Barrantes fue fundado en el siglo XVII por el canónigo Pedro Barrantes Aldana, con la colaboración del canónigo Jerónimo Pardo Salamanca. Su función era acoger a los enfermos que no eran aceptados en otros hospitales de la ciudad (López de Ayala y Álvarez de Toledo, 1916: 419-420). Entre 1747 y 1750 sufrió unas obras de remodelación que afectaron a gran parte del edificio. Para entonces el hospital estaba especializado en cirugía y convalecientes. La construcción del siglo XVII se encontraba en mal estado y era insuficiente para acoger a los enfermos y al Regimiento de Inválidos de Cataluña que se encontraba en la ciudad. Buena parte de las enfermerías fueron demolidas para ser levantadas de nuevo, al igual que la botica (Sanz de la Higuera, 2005 118-125). Howard debió ver el edificio terminado, pero las reformas efectuadas no fueron suficientes para afrontar la atención a las tropas borbónicas y en 1787 se comenzó a pensar en hacer nuevas modificaciones en el edificio (Sanz de la Higuera, 2009: 79-100).
9 Los hospitales de Madrid
Madrid había sido declarada capital del reino en 1561 por Felipe II. Ya entonces contaba con muchos hospitales. En 1585 se contabilizaron 15, que se quedaron en 6 después de la reducción realizada por Felipe II dos años después. En 1715 se habían multiplicado hasta alcanzar la cifra de 22 (García Melero 2016: 111, 405). Los viajeros del siglo XVI estudiados en este artículo no hicieron referencia a ellos, pero en el siglo XVII ya encontramos algunas noticias. Magalotti nos habló en su relato del hospital de los italianos, donde Cosme de Medici acudió a oír misa. Ese día la iglesia estaba llena porque se celebraba la festividad de san Carlos, por lo que el futuro duque de Toscana siguió los servicios desde un oratorio (Sánchez Rivero y Mariutti de Sánchez Rivero, 1933: 109) Este hospital fue fundado por el nuncio papal Felipe Sega en 1579, para atender a los italianos pobres que residían en la Corte. Estaba situado en la carrera de San Jerónimo. La iglesia donde Cosme de Medici escuchó misa no era la primera que se había construido, sino que había sido reedificada según el proyecto de Patricio Cajés en 1593 (Rivero Rodríguez, 2012: 1141 y Solache Vilela, 2000: 417-418).
El embajador marroquí Al-Gassani26 aportó en su relato una información general sobre los hospitales de Madrid. Elevaba a catorce el número de los hospitales que había en la villa. Su opinión sobre ellos fue muy positiva, ya que pensaba que estaban limpios y provistos de todo lo necesario. El autor describió el funcionamiento de los hospitales. Los enfermos eran despojados de sus ropas cuando llegaban y se les asignaban otras que pertenecían al hospital. Las suyas se guardaban hasta que se restablecía y si moría lo enterraban con un sudario que aportaba el hospital y sus efectos personales eran entregados a sus familiares. Las ropas de las camas se cambiaban todas las semanas. Los médicos prescribían un tratamiento al enfermo tras reconocerlo, lo escribía en un papel que era llevado a la cocina y desde allí se lo servían al paciente.
Cada hospital tenía un médico que vivía en las cercanías, la institución le pagaba la casa y la manutención. El viajero destaca la labor de los frailes de san Juan de Dios que se dedicaban a la atención de los enfermos. A su paso por Sanlúcar uno de sus compañeros enfermó y estos frailes se lo quisieron llevar al hospital. Al-Gassani se negó y los frailes siguieron yendo todos los días a visitar al enfermo. El viajero alabó el buen carácter de estos hombres y lamentó que no profesaran la religión musulmana (Al Gassani, 1999: 316).
El peregrino francés Manier nos dejó en su libro de viajes una descripción del hospital de los franceses, donde él mismo se alojó cuando estuvo en la ciudad. El edificio era nuevo, bajo la puerta había una estatua del rey con el bastón real, la espada en la mano y la corona de oro sobre la cabeza. A sus pies se representaba un hombre de blanco con un plato en las manos que tenía en el interior dos llaves de oro (Manier, 1890: 131). El hospital de los franceses fue fundado en 1615 por Don Enrique Saureux, capellán de Felipe III, para acoger a los pobres de esta nación (Verdú, 1984: 47). El hospital comenzó su actividad en 1618. A parte de acoger enfermos, también contaba con una hospedería para alojar a los viajeros franceses podres que pasaban por Madrid, por eso Maniera pudo alojarse allí. El peregrino debió conocer la nueva iglesia del hospital, ya que la antigua se demolió en 1714 por su estado ruinoso. Estaría terminada en diciembre de 1742, ya que en agosto de 1743 fue consagrada. A pesar de que la fecha de finalización de las obras es posterior a la visita de Manier, el peregrino debió conocer la nueva portada del edificio, ya que describió las esculturas que la decoraban: la representación del rey de Francia con un moro a sus pies (Humphry, 1998: 131,184-189).
Giuseppe Baretti asegura que Madrid tenía en el siglo XVIII diecisiete hospitales. Él visitó el hospital general de hombres y en su relato incluyó los pormenores de su organización. El hospital contaba con unas mil quinientas camas colocadas en salas y galerías. Acogía pacientes a cualquier hora del día y de la noche. Tenía porteros que iban a recoger a los enfermos cuando lo solicitaban. Había un médico en la puerta que preguntaba a todos los pacientes que entraban por la enfermedad que padecía y lo enviaban a la sala que le correspondía. Él mismo vio llegar a un anciano enfermo de sífilis. El viajero estuvo paseando por las sala y hablando con los enfermos. Las dependencias le parecieron limpias y el trato que les dispensaban a los enfermos adecuados, ya que se les daban buenos tratamientos y no se les escatimaba la comida, salvo que el médico lo prescribiese. Baretti cuenta que desayunaban chocolate con rebanadas de pan o galletas. El sistema de financiación del hospital le pareció mejor que el de Inglaterra, porque en ese país necesitaban continuas donaciones de la gente para funcionar y en España contaban con rentas fijas que provenían de tierras y propiedades. El viajero se llevó una impresión positiva sobre el funcionamiento del centro y pensaba que los madrileños deberían de cuidar su ciudad igual de bien que el hospital (Baretti, 2005: 300-301). William Dalrymple27 también visitó esta institución, aunque su descripción es mucho más escueta, coincidía con Baretti en que estaba limpio y bien atendido. El viajero pensaba que la causa era que se atendía a los enfermos por motivos religiosos (Dalrymple, 1777: 50).
Para conocer el hospital general y otras instituciones sanitarias de Madrid en el siglo XVIII se hace indispensable el testimonio de John Howard. La descripción del hospital general es muy extensa y se centra en la distribución del edificio y en la colocación de las camas de los enfermos. El autor aclara que el edificio del hospital era nuevo. Estaba distribuido en torno a un patio central de trescientos diez pies por doscientos. Continúa la semblanza del hospital aportando datos sobre las habitaciones:
Tres de sus lados tienen galerías, doce pies de ancho. La gran sala (cincuenta y cinco pies y medio de ancho) está dividida por una pared con arcos, está amueblada con doble hilera de camas de hierro con bastidores (seis pies y tres pulgadas por tres pies dos) una por cada paciente y una losa de mármol está colocada contra la pared cada dos camas. Las habitaciones están abovedadas y tienen aberturas en el techo, pero todas las ventanas estaban cerradas. En uno de los extremos de las habitaciones hay un altar, en el otro una chimenea. El número de hombres aparece en una lista que me dieron, eran quinientos ochenta y nueve. Una multitud de visitantes volvían las habitaciones sucias y ruidosas. La escalera es luminosa y aireada; los escalones son de piedra, dieciséis pulgadas de ancho; y la subida (cuatro pulgadas) fácil (Howard, 1784: 158).
El viajero continuó hablando de las pacientes femeninas del hospital, que estaban alojadas en habitaciones antiguas, porque las suyas todavía no estaban terminadas. En el momento en el que Howard visitó el hospital, había trescientas dos. Los enfermos convalecientes estaban colocados en las peores habitaciones que también eran las más cercanas. Había una estancia separada para presos con veintiocho camas. La institución contaba con habitaciones parecidas para locos, hidrópicos y tuberculosos. Esto era necesario porque la tuberculosis podía contaminar, no solo las ropas y los muebles, sino también las paredes y los techos, incluso los caballos de los enfermos. Además del médico principal había otros dieciocho que atendían las habitaciones, seis cirujanos con doscientos alumnos y veintitrés sacerdotes y sirvientes (Howard, 1784: 158).
El hospital general de Madrid fue creado en 1586 por orden de Felipe II para agrupar una serie de hospitales pequeños de la ciudad. En un principio estaba emplazado en la confluencia de la calle del Prado y la Carrera de san Jerónimo. Las instalaciones del hospital pronto fueron insuficientes y su localización dentro de la villa suponía un peligro para la salud pública. Por eso, fue trasladado al camino de Atocha, donde se comenzó a construir un nuevo edificio en 1596. A principios del siglo XVIII el hospital era insuficiente para acoger a todos los enfermos y estaba sumido en una situación económica muy complicada. La necesidad de construir un nuevo hospital era patente, pero hasta 1748 no se promulgó el decreto que preveía realizar la nueva edificación. El autor del proyecto del nuevo edifico fue Joseph de Hermosilla y las obras no comenzaron hasta 1758. En 1769 fue sustituido por Francisco Sabatini.
Baretti y Dalrymple aún vieron a los enfermos en el antiguo hospital, porque el nuevo aún no estaba en condiciones de acogerlos. Llama la atención que las opiniones de estos viajeros sobre el hospital sean positivas, ya que sabemos que durante la construcción del nuevo centro fue necesario realizar continuas reparaciones en el antiguo debido al pésimo estado en el que se encontraba. Baretti también alabó su sistema de financiación, pero lo cierto es que su situación económica era muy precaria, porque se debían cubrir los gastos del hospital nuevo y mantener la asistencia en el antiguo.
En 1781 se terminó uno de los patios del nuevo edificio con sus cuatro crujías. Esta edificación es la actual sede del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Se optó por terminar esta parte del edificio porque era necesario trasladar a los pacientes desde las antiguas instalaciones. Esta parte del hospital tenía 800 camas, pero no eran suficientes para todos los enfermos. Por eso, ese mismo año se trasladó solo a una parte de ellos. Howard visitó el hospital dos años después, por lo tanto ya pudo ver el nuevo edificio, del que hizo una descripción bastante exacta. Menciona las dimensiones de las camas, cada una asignada a un paciente y las mesas de mármol que se encontraban entre ellas. También hace referencia a los altares que contenían un cuadro del santo que daba nombre a cada habitación. Como dice el autor, las mujeres no habían sido trasladadas al edificio, se encontraban en la antigua prisión de mujeres que había sido acondicionada para alojarlas. Howard también indicó que existían salas para los presos, los locos y los pacientes infecciosos. Estas salas estaban en la primera planta o en la planta baja, pero en 1781 se había decidido no trasladar a estos enfermos (Muñoz Alonso, 2010: 11, 13-16, 92-104, 335-341).
Howard también visitó el hospital de San Juan de Dios que trataba pacientes con enfermedades venéreas. En ese momento había ingresados ciento sesenta y tres hombres y veintiocho mujeres. Las habitaciones para los hombres estaban en la planta de arriba y las de las mujeres en la planta baja. Esta última estancia tenía una abertura por la que las pacientes podían hablar con sus amigos sin ser vistas. Las habitaciones estaban limpias y eran tranquilas (Howard, 1784: 159). El hospital de san Juan de Dios fue fundado por Antón Martín en 1552 en un solar donado por Hernando de Somonte y su mujer Catalina Reinoso en el camino de Atocha. Antón Martín era compañero de san Juan de Dios y a su muerte se hizo cargo del hospital de Granada. En un viaje a Madrid el rey y otras personas notables de la ciudad le pidieron que fundara un hospital como el de Granada. Antón Martín atendió a esta petición y erigió un hospital para tratar a enfermos llagados y con enfermedades contagiosas. A la muerte de Antón Martín en 1553, el hospital solo contaba con una enfermería, un espacio para los hermanos y el público y la cimentación de la Iglesia. La unificación de los hospitales realizada por iniciativa de Felipe II en 1587 incorporó el hospital Antón Martín al General, aunque su administración y su gobierno siguieron siendo independientes. Su misión era acoger a pacientes con enfermedades venéreas y enfermedades contagiosas de la piel. El edificio se debió terminar a lo largo del siglo XVII, pues sabemos que en 1622 estaban construidas la parte norte y oeste. Posteriormente sufrió numerosas reformas y reparaciones de mantenimiento para poder acoger al creciente número de pacientes que llegaban a la institución. En la época en la que Howard visitó el hospital, debía tener una gran actividad, puesto que en 1766 contaba con doscientas setenta y dos camas (García Melero, 2016: 33-58, 91, 112-117,429).
Howard también nos dejó noticias sobre el hospital de la Latina. El viajero vio dos habitaciones para hombres enfermos, una era para el invierno y otra para el verano. Las camas estaban colocadas en huecos (Howard, 1784: 159). El hospital de La Latina fue fundado por Francisco Ramírez, secretario de Fernando II y capitán de artillería del ejército y por su esposa Beatriz Galindo, profesora y consejera de Isabel I. El edificio del hospital se terminó en 1505 y su artífice fue el maestro Hazan. Se puso bajo la advocación de la Concepción de Nuestra Señora, pero terminó conociéndose con el nombre de La Latina, apelativo con el que se denominaba a su fundadora por su gran dominio de esta lengua. El hospital fue entregado a las monjas de la Concepción Francisca, que ocuparon también el convento anejo, fundado por la propia Beatriz Galindo y por su esposo. Estaba situado en la actual calle Toledo haciendo esquina con la plaza de la Cebada. La institución estuvo en funcionamiento hasta el siglo XIX y su edificio fue demolido en 1903 (Fernández Peña, 2001: 856-861).
Howard también visitó el hospital de San Francisco. Contaba con dos habitaciones, una con siete camas para hombres y otra con ocho para mujeres. La institución había sido fundada por ocho viudas que habían perdido a sus maridos en la última guerra. Cuando Howard lo visitó, los enfermos se estaban tomando el chocolate de la tarde. El autor opinaba que los hospitales que estaban en conventos estaban mejor atendidos y las habitaciones eran más tranquilas y más limpias (Howard, 1784: 159). El hospital al que se refería el viajero era el de la venerable orden tercera de san Francisco que se encontraba en la calle San Bernabé. Las obras de su edificio habían comenzado en 1679 y en 1690 el hospital ya estaba en marcha. Había sido fundado por la propia orden utilizando dinero proveniente de limosnas y donaciones. Por lo tanto, el viajero se equivocó al indicar que lo habían fundado ocho viudas. La función del hospital era la de socorrer a los hermanos enfermos de la orden, aunque no se admitían contagiosos o terminales, que eran trasladados a otros hospitales (Delgado Pavón, 2007: 313-342).
El hospital de la Corte también fue visitado por Howard. El autor nos informa de que atendía a los sirvientes del rey. Tenía planta de cruz con un altar en el centro bajo la cúpula. Las habitaciones eran abovedadas y altas. Las paredes, que tenían cinco pies de alto estaban cubiertas con azulejos vidriados. En la pared había nichos de tres pies nueve pulgadas de ancho y cinco pies y medio de alto con cortinas. Las camas en este hospital eran grandes y no estaban colocadas en huecos. Además, los pacientes desayunaban y merendaban chocolate con bizcocho (Howard, 1784: 159).
El hospital Real de Corte fue en origen itinerante, ya que acompañaba a los monarcas en sus viajes. Fue fundado en 1495 como cofradía y hospital de la Concepción y contaba entre sus miembros con los cortesanos. La cofradía se encargaba de sostener el hospital, que estaba destinado a atender a los propios cortesanos y a los pobres que se movían en torno a la corte. Carlos V lo instaló en Madrid, junto a la puerta del Sol, en el edificio del hospital del Buen Suceso. Felipe II mandó reconstruir la iglesia y el hospital en 1590, después de haber fijado la capitalidad del reino en la ciudad. Sin embargo, Howard no conoció esta iglesia ya que fue reedificada en 1697. En el siglo XVIII, el hospital y la iglesia estaban deteriorados y sufrió algunas reparaciones, aunque el autor no lo reflejó en su relato (Castillo Oreja, 2000: 127-156).
Howard estuvo en el hospital de san Antonio, que alojaba viajeros austriacos pobres por tres días. Se les daba cama y para ello contaban con una habitación para hombres con cuatro lechos y otra para mujeres con tres. También se les daba de comer dos libras de pan, una de carne de cordero y un cuarto de libra de manteca al día. Había dos habitaciones para enfermos con médico y cirujano. En este hospital, se reunía una organización caritativa llamada la Hermandad del Refugio. Se trataba de una institución que cada noche recorría las calles repartiendo comida y recogiendo a los pobres. Les daba una sopa con pan y huevos y alojamiento. Por la mañana les ofrecían pan y uvas para desayunar. El hospital contaba con un lugar donde los enfermos ponían un aviso de su situación y eran visitados por esta hermandad. (Howard, 1784: 159).
Howard se estaba refiriendo al hospital de san Antonio de los Alemanes, fundado en 1606 por Felipe III para acoger a los portugueses pobres que vivían en Madrid, ya que en ese momento Portugal era parte de España. Después de la independencia de esta nación en 1640 Mariana de Austria, esposa de Carlos IV, decidió destinar el edificio a los alemanes enfermos que habían acompañado a su nuera Mariana de Neoburgo a Madrid. Los primitivos edificios del hospital y la iglesia fueron reconstruidos en 1624 con trazas de Juan Gómez de Mora (Fernández Peña, 2006 892-895).
La hermandad de la que hablaba el viajero fue fundada por el jesuita Bernardino de Antequera en 1615 para atender a los pobres de Madrid. Tuvo muchas sedes pero cuando la conoció el viajero estaba instalada en el hospital de san Antonio de los Alemanes, porque el rey Felipe V les había concedió el edificio. Howard nos dejó una imagen fiel del reparto nocturno de comida que realizaban los hermanos, conocido entre los madrileños como la ronda de pan y huevo, en la que repartían a los pobres estos alimentos por las calles (Fernández Peña, 2006: 895).
10 Conclusión
Los relatos de viaje estudiados nos ofrecen una panorámica bastante amplia de los hospitales españoles de la Edad Moderna. Es cierto que nos hemos centrado en las instituciones de algunas ciudades, pero es suficiente para acercarse a la situación general de los hospitales españoles. Algunos de los textos utilizados ya habían sido empleados en estudios monográficos sobre algunos hospitales, pero al tratarlos todos juntos y de forma cronológica, no solo nos dan a conocer la opinión de un viajero o los datos que aporta, sino que nos permite entender cómo fueron evolucionando estas apreciaciones a lo largo del periodo estudiado.
Los viajeros que incluyeron los hospitales en sus descripciones de ciudades los trataron de manera diversa. Algunos se limitaban a nombrar el más importante del lugar. Otros aportaban algunos datos básicos como el nombre de sus fundadores, el lugar donde se encontraban; o incluían algún calificativo que los definía.
Los textos más interesantes para nosotros son los que aportan una información más detallada, que hace referencia a diferentes aspectos de los hospitales. Muchos viajeros se preocuparon por todo lo relacionado con el funcionamiento de las instituciones sanitarias. La mayoría de ellos nos informan sobre el tipo servicio que prestaban, ya que no atendían solo a pobres enfermos, sino que también realizaban labores de beneficencia. La mayoría de los viajeros que visitaron el hospital real de Santiago de Compostela hicieron referencia a la atención que se les daba en él a los peregrinos. El embajador Al-Gassani realizó una autentica exposición sobre el funcionamiento de los hospitales madrileños que el conoció durante su estancia en la Corte. Son muchos los autores que hicieron referencia a la limpieza y a la salubridad de los centros, condición indispensable en este tipo de instalaciones. Otro aspecto importante eran las rentas con las que contaban los hospitales para sufragar los gastos derivados de los servicios que prestaban. Todos los autores que se refirieron a esta cuestión destacaban que las rentas con las que contaban los centros eran altas o al menos suficientes.
El viajero Josheph Townsend se preocupó por los aspectos más prácticos de la vida hospitalaria, como eran los índices de mortalidad y supervivencia. El viajero inglés no se limitó a exponer los datos, sino que trataba de extraer conclusiones. Él pensaba que la mortalidad de los pacientes aumentaba debido a que ingresaban en los hospitales en muy malas condiciones para que el centro sufragase el funeral.
Llama la atención que las opiniones de los viajeros sobre el funcionamiento de los hospitales siempre son positivas, ya que sabemos que en realidad estas instituciones tuvieron a menudo problemas de financiación que incidían directamente en la atención a los pacientes. También era muy común encontrar malas condiciones higiénicas. Pondremos como ejemplo el hospital de Barcelona, todos los viajeros que lo visitaron tuvieron una impresión positiva de él. Aseguraban que daba una buena atención a los enfermos. Townsend incluso pensaba que era uno de los centros mejor administrados de Europa, sin embargo, un informe prácticamente contemporáneo a su visita, nos descubre los graves problemas de salubridad que se daban en el hospital. Algo similar ocurría con el hospital general de Madrid, todos los viajeros del siglo XVIII que hablaron sobre él alaban su funcionamiento, pero sabemos que tenía grandes problemas financieros y al menos en el edificio antiguo, también había problemas de higiene.
Después de analizar os textos podemos llegar a la conclusión de que las impresiones de los viajeros no fueron del todo fieles a la verdadera situación que vivían los hospitales. Esto podría deberse a que los visitaban de forma precipitada y no conocieron las condiciones de vida reales que se daban en ellos. Hay dos excepciones que son los textos de Baretti y de Howard. Otra razón es que los hospitales reseñados por los viajeros en sus relatos estuviesen en mejores condiciones que otros centros contemporáneos. Los viajeros no reparaban en todos los hospitales que había en las ciudades que visitaban, sino que se centraban en el más grande o el más importante. Algunos viajeros como Cock nombraron varios hospitales en cada ciudad, pero siempre aportaban más información sobre el más importante. Estos centros contaban con una financiación mayor y por lo tanto tenían más recursos para emplearlos en la atención a los enfermos y en el mantenimiento de las instalaciones. Además, sabemos que había hospitales muy importantes en Europa con graves problemas de salubridad como el Hôtel-Dieu de París, que se consideraba uno de los hospitales más peligrosos del continente (Insua Cabañas, 2002:69-79).
Muchos de los viajeros estudiados intentan transmitir a sus lectores la fisonomía o la estructura de los edificios que acogían los centros hospitalarios. Recogían el número de enfermerías y patios con los que contaba cada centro. Las descripciones de los edificios de los hospitales realizadas por los viajeros se redactaban con la intención de informar al lector de las instalaciones con las que contaba el hospital: patios, enfermería, fuentes etc. Las cualidades artísticas o estéticas eran tratadas como algo secundario. Algunos de los viajeros estudiados se referían a los hospitales o a alguna de sus partes con calificativos como bello, suntuoso o rico. Sin embargo, si comparamos las descripciones de hospitales con las de otros edificios como iglesias o palacios, nos daremos cuenta de que faltan algunos elementos o se dan de una forma muy escasa. En primer lugar, en ninguno de los textos estudiados se hace referencia al arquitecto encargado de las trazas o las obras del edificio, ni siquiera cuando el viajero lo visitó en fechas cercanas a su construcción, ni tampoco en el siglo XVIII, cuando era más común que se incluyera esta información en los relatos. Otra cuestión a tener en cuenta era que en raras ocasiones los viajeros prestaron atención a los elementos ornamentales de los hospitales, como pueden ser esculturas o cuadros. Hubo algunos viajeros que supieron apreciar las cualidades artísticas de los hospitales, pero la mayoría de ellos atendieron más a aspectos funcionales.
Por último debemos valorar si hay una evolución o un cambio en la percepción que tuvieron los viajeros a lo largo de la Edad Moderna. Lo primero que debemos tener en cuenta a la hora de abordar este tema, es que a lo largo del periodo estudiado, los hospitales españoles sufrieron cambios importantes. Se produjeron las concentraciones hospitalarias en la mayoría de las ciudades, debidas a diferentes iniciativas, con este fin se fundaron los hospitales reales y los generales. Los propios edificios fueron reformados para adaptarse a nuevas funciones o para dar mejor atención a los pacientes. Ya hemos visto como los cambios más importantes tuvieron lugar en el siglo XVIII con la llegada de las ideas ilustradas. Los viajeros, muchas veces sin ser conscientes de ello, van recogiendo estos cambios en sus relatos. Baretti y Dalrymple describieron el antiguo hospital general de Madrid, mientras que Howard ya nos dio noticias sobre el nuevo edificio.
Otro factor que interviene en la percepción de los viajeros es el cambio de mentalidad que se produjo a lo largo de la Edad Moderna. La mayoría de los viajeros estudiados independientemente de la época a la que pertenezcan, mencionaron prácticamente los mismos aspectos de los hospitales visitados: Sin embargo, se aprecian diferencias sutiles entre los textos de los siglos XVI y XVII y los del XVIII. Los viajeros de los dos primeros siglos le daban más importancia al fundador de la institución que describían, ya que la fundación de un hospital suponía un motivo de prestigio social y además manifestaba públicamente la caridad del fundador. En el siglo XVIII, los viajeros valoraron más las condiciones de los centros y de los pacientes acogidos. Por eso se centraron más en aspectos como la limpieza, la dieta de los internos o las tasas de supervivencia de los diferentes hospitales. La atención hospitalaria como caridad seguía estando presente en algunos relatos porque aún tenía importancia. Muestra de ello son los testimonios de Dalrymple y Howard. El primero afirmaba que el hospital de Madrid estaba bien atendido porque se cuidaba a los enfermos por motivos religiosos. Howard por su parte pensaba que los hospitales que estaban en conventos eran más limpios, más silenciosos y estaban mejor atendidos. Habrá que esperar al siglo XIX para encontrar una diferencia más significativa en este sentido. Podemos afirmar por lo tanto, que la mentalidad ilustrada supuso un cambio en la percepción de los centros sanitarios, pero que no se manifiesta de una forma muy evidente en todos los relatos. Los textos de Howard, Baretti y Townsend son los que más reflejan el espíritu reformista ilustrado, porque prestan más atención a la eficiencia de los centros visitados, a la adecuación de sus instalaciones y al trato a los pacientes. Además, el texto de Howard tenía intencionalidad reformadora muy propia de la Ilustración, ya que su finalidad última era la reforma de las prisiones de su país.