Le mezcal. Enfant terrible du Mexique (2018), de la autoría de Domingo García Garza, sociólogo mexicano formado y radicado, actualmente, en París. Por su originalidad y actualidad, el libro ya se ha merecido varias reseñas y elogios por lo que, en esta reseña, quisiera enfocarme, particularmente, en su relevancia sociológica. En este libro, el autor prolonga, no sin darle más de un giro innovador, su proyecto investigativo de etnografía económica. El autor inició, desde hace algunos años, con su trabajo sobre la economía social del taco en México. Domingo García analizó la transformación del taco, originalmente un alimento de consumo popular, en un alimento consumido por todo el espectro social a través de un proceso de aburguesamiento (García, 2010). Otro dato relevante de las investigaciones de Domingo García, es que no sólo analiza “la forma en que las representaciones y las percepciones de un alimento modificaron su consumo” sino también cómo se da un “pasaje de la esfera doméstica a la esfera mercantil” (García, 2010: 431-432) y, en ese sentido, demuestra la interdependencia de ambas esferas sociales, la cultural y la económica. En Le mezcal. Enfant terrible du Mexique, Domingo García prolonga y amplía, pues, ese abordaje.
“El caso del mezcal ofrece una ventana para comprender la globalización”, nos dice Domingo García en la Introducción de su formidable libro (p. 30). Dar cuenta de esta idea es el objetivo de la obra. Sin embargo, expresar esa idea de forma tan precisa puede resultar, paradójicamente, impreciso e incluso riesgoso. Actualmente, el tema de la globalización se ha vuelto un lugar común, no sólo en los mundos académico, político y periodístico, sino también en la cultura popular. Por ello se corre el riesgo de confundir esta obra con un discurso más, entre otros, perdido en el coro heterogéneo de la nueva vulgata planetaria (como la llamó Bourdieu), cuando en realidad se pretende exactamente lo contrario: analizar críticamente el proceso económico real de la así llamada globalización. Lo anterior está asociado, de manera más bien oscura, a cierta retórica: la que ensalza la política social (si se la puede llamar así) neoliberal, así como la filosofía y la concepción antropológica (individualista, ya se sabe) que anima su teoría económica. Es en este sentido, de crítica de la globalización que el estudio del caso del mezcal permite comprenderla. Puesto que el mezcal, precisa Domingo García, “es una metáfora del México contemporáneo e interesarse en ella es una manera de entender los efectos del proceso de liberalización de los intercambios económicos a escala mundial” (p. 30).
Por eso, el trabajo de investigación que sustenta el libro es tributario de una auténtica perspectiva sociológica. A diferencia de la creencia, ampliamente difundida, de que el sociólogo debe ocuparse de capturar, en una Gran Teoría, el actual Zeitgeist o espíritu de la época (ya se trate de la ubicuidad de la información, de la liquidez de esto y aquello, de una supuesta epistemología de tal o cual latitud o de cualquier otra ocurrencia), la sociología de Domingo García apuesta por una ruta, a la vez, más modesta y más fructífera. Esto lo hace a partir del análisis de un caso situado y fechado, demostrando así que esa es la verdadera ruta del sociólogo. Por eso afirma, citando a William Rosenberry, que “lo global no puede ser comprendido más que localmente”. Mientras que la creencia en aquella Gran Teoría hace imposible en la práctica que una investigación pueda superar el plano de lo hipotético y lo imaginario (parafraseando al sociólogo danés Mikael Rask Masden, 2002). La concepción del trabajo sociológico que impera en el libro de Domingo García permite operar una delimitación empírica y sustantiva del objeto, desarrollando una investigación efectiva. Asimismo, no debe obviarse que esa investigación guarda una fuerte dimensión interdisciplinaria, la cual ya es clara desde que el Prefacio es de la autoría de la científica (en el campo de la agronomía) y activista Ana G. Valenzuela-Zapata. Por eso, si bien los resultados de su investigación son, naturalmente, muy importantes, el lector también deberá estar atento a la manera como éstos han sido obtenidos y presentados.
El libro de Domingo García, ya desde su primera parte, muestra con gran claridad que los procesos económicos y las prácticas propias de ellos, son de cabo a rabo de naturaleza social. A través de su trabajo etnográfico y de su investigación documental logra exponer, de manera limpia, elegante pero contundente, las “estructuras sociales de la economía” (Bourdieu, 2003). El mezcal, precisa el autor, “es estudiado aquí a partir de una visión extendida de las ciencias sociales, que puede ser asociada a la sociología económica o a la sociología de los mercados” (p. 194, nota 82). Así, por ejemplo, muestra cómo de los seis diferentes usos del mezcal que logra diferenciar, sólo uno es el comercial, es decir, estrictamente económico en el sentido habitual (y ortodoxo) del término (p. 43). Y en un sentido aún más fundamental, nos revela las bases antropológicas de la economía. Así, una dimensión antropológica ubicua en toda sociedad, la división sexual del trabajo, también es descrita y analizada en relación con el proceso de producción y comercialización del mezcal (p. 121-123), así como también en el consumo del mismo, estructurado sobre la distinción de los ámbitos públicos para los hombres y los ámbitos privados para las mujeres (p. 174).
Asimismo, Domingo García descubre que “existe una correlación entre los ciclos generacionales y los ciclos económicos” (p. 110), es decir, entre, los ciclos biológicos (reproductivos) de los productores de mezcal y los ciclos de productivos del mezcal. Correlación que conserva una dimensión propiamente simbólica, pues nos explica que el boom del mezcal está estrechamente relacionado con la reanudación de una actividad que los nuevos productores, los maestros mezcaleros, no sólo encuentran placentera, sino que afirma sus raíces y renueva su identidad.
Además, bebida, tradicionalmente, marginada, asociada con el México profundo, al ser reconocido en el extranjero el mezcal se ha convertido en un medio de reivindicación social y cultural a través de la “(re)legitimación por lo internacional” (p. 194) y, de maneara análoga, al caso del taco. Es decir, la valoración o revaloración intranacional, a partir de una valoración en el extranjero, internacionalmente: la evolución, de una percepción prejuiciosa y negativa, a una reivindicativa. Proceso, éste último, en el que han intervenido agentes extranjeros. En esta historia, que Domingo García nos cuenta, en la segunda parte del libro, vemos cómo el mezcal pasó de ser una bebida que las clases dominantes consideraron salvaje y embrutecedora, incluso enemiga de la moral y el progreso, a ser un bien cultural invaluable, y que para el autor es ni más ni menos que la síntesis de la historia social de los mexicanos, una metáfora de la identidad mexicana.
En la tercera y última parte de Le mezcal. Enfant terrible du Mexique, el autor arriba, inevitablemente, al análisis de la esfera del poder, en este caso, el análisis de una lucha asimétrica entre dos campos opuestos por el agave, el mercado y el medio ambiente. Esta lucha se opone, en el fondo, a la lógica económica (en el sentido de la economía económica como dijera Bourdieu) y a la lógica cultural, en el sentido de la economía de los bienes simbólicos de la sociedad y las regiones donde se produce el mezcal: “este mercado se desarrolla por lo tanto sobre una tensión entre dos lógicas antagonistas, una económica y la otra cultural” (p. 222).
Es la historia de una lucha desigual entre el poder imperial de los grandes monopolios (transnacionales) de las bebidas espirituosas y los humildes productores locales, mediada por toda una gama de agentes extranjeros, más dotados de capital cultural y económico y, por ende, de cierto poder de acción. Lucha en la que una primera batalla ha sido ganada por los últimos. Es esta una lucha por el mercado que pasa “por un combate jurídico y técnico” (p. 223) en el que la formulación de leyes y normas oficiales tienden, inexorablemente, a favorecer a los poderosos, eventualmente la oposición organizada logró detener la aprobación de una Norma Oficial que habría significado la completa subyugación de los productores del auténtico mezcal. Movilización que “ha constituido el primer movimiento social transnacional que ha tenido éxito en frenar al gobierno y los intereses de los grandes destiladores mundiales” (p. 227).
Como dramático corolario de todo este proceso, el autor analiza también sus efectos ambientales y sociales. La creciente demanda del mezcal induce, por un lado, un impacto negativo en el ambiente y la biodiversidad por la explotación excesiva y desordenada del agave y, por otro lado, la inevitable redefinición de las relaciones sociales en las regiones productoras del mezcal. Son estas poblaciones con un alto índice de pobreza y al sufrir el abandono del Estado, no disponen del capital de base para integrarse en el mercado formal y optan por las estrategias informales, lo cual los obliga “a concentrarse en el beneficio individual en detrimento de los principios de reciprocidad y de redistribución propias de las sociedades tradicionales” (p. 258), lo cual prácticamente destruye esas sociedades y, peor aún en este caso, su medio ambiente.
Es así, pues, como Domingo García Garza en su libro Le mezcal. Enfant terrible du Mexique, lleva a cabo no solo un muy bien logrado análisis sociológico, sino también la recuperación de una parte fundamental de la cultura mexicana que, paradójicamente, resulta desconocida para el común de los mexicanos de las últimas generaciones.
Al respecto, una anécdota: durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2018 (México) me atreví a sugerir a un editor mexicano la traducción y publicación de este libro, a lo cual me respondió que “ese libro está bien para Francia, pero no para México”.1 Considero que esa es una equivocación. Como nos explica Domingo García Garza, si algo se ha logrado en esa lucha contra el imperio comercial, ha sido en gran medida a la “(re)legitimación por lo internacional” (p. 194) por la que ha pasado el mezcal. ¿Es que acaso la dialéctica de la dominación internacional alcanza no sólo a los objetos sino también a los análisis de esos objetos? ¿Deberá aplicarse, también, a la sociología mexicana, la cual tendría que hacer ese camino por los países dominantes para que los mexicanos valoremos algo tan nuestro?