A mediados de 2018 fue publicado en Francia el libro L’animalisme est un anti-humanisme, de la autoría de Jean-Pierre Digard, renombrado etnólogo y reconocido antropólogo especializado en el estudio de las relaciones entre los seres humanos y los animales, así como en el papel que la domesticación animal ha desempeñado en el proceso de hominización y el proceso civilizatorio de la humanidad. El título, evidentemente, una paráfrasis del ensayo publicado en 1946 del célebre filósofo francés Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, no solo expresa con gran claridad el argumento central del libro, sino que, al mismo tiempo, revela que está dirigido, principalmente, a un público francés. No obstante, dado que el “animalismo” es una tendencia cultural y política, cada vez más extendida en el mundo, el argumento central trasciende fácilmente las fronteras galas.1
En efecto, el opúsculo de Digard constituye una contundente crítica hacia el movimiento social denominado “animalista”, movimiento que además el autor identifica con el movimiento “anti-especista”, nacido en los Estados Unidos de América, y el “veganismo”. El animalismo, precisa Digard en el práctico Glosario incluido al final del libro, se define como la “corriente ideológica y activista que reclama para los animales, en nombre del anti-especismo, un estatus y derechos análogos a los de los humanos”. Por su parte, por “anti-especismo” se entiende la “actitud que consiste en rechazar toda diferencia de trato entre especies, principalmente entre el ser humano y los animales”. Finalmente, por “veganismo” se entiende la “actitud que consiste en rechazar, en nombre del anti-especismo, toda retención, explotación y utilización de animales y de productos animales, de cualquier naturaleza o manera que sea” (p. 103 y 106). Según Digard, el problema de fondo de todas estos movimientos o ideologías, es que se fundan en una concepción errónea y mistificada de la humanidad, concepción que los lleva a profesar una verdadera satanización o demonización del ser humano.
Para llevar a cabo su crítica, Digard pone en juego dos principios analíticos básicos: contra un constructivismo social ingenuo, propone analizar no solo las “representaciones” sobre las relaciones entre humanos y animales, sino también las “prácticas” mismas, entendidas en su materialidad histórica. Al respecto, la cita de John Stuart Mill que recupera al inicio del libro es más que elocuente: “si ser materialista es buscar las condiciones materiales de la operaciones mentales -afirmaba el filósofo inglés-, [entonces] todas las teorías del espíritu deben ser materialistas o serán insuficientes” (p. 12). Como el tema en cuestión inevitablemente pasa por el ámbito de la ética, Digard también parte de la distinción weberiana entre una “ética de la responsabilidad” atenta a las consecuencias prácticas de los principios éticos y una “ética de convicción” atenta solamente a las consideraciones abstractas de esos principios éticos, obviando aquellas consecuencias prácticas (p. 11-12).
A partir de esos principios, realiza su análisis apoyado en la historia y antropología de la domesticación animal y las relaciones entre humanos y animales, en datos estadísticos recientes y en una revisión de la literatura, las noticias y la legislación contemporáneas, destacando sobre éste último tema la introducción de los animales en el código civil francés en 2015 y la creación de un “Centro Nacional de Referencia sobre el Bienestar Animal” en 2017. Todo esto, según Digard, pone en riesgo no solo el quehacer legislativo e institucional, sino también el porvenir de una parte importante del sector primario de la economía (agricultura, ganadería, avicultura, etc.) y el modo de alimentación humano e, incluso, la herencia humanista de la Ilustración del siglo XVIII (p. 97-98).
Jean-Pierre Digard ofrece una visión racional y realista de las relaciones entre los seres humanos y los animales, particularmente aquellos que históricamente han acompañado, tanto al proceso de hominización como al proceso civilizatorio mismo, evidenciando los absurdos argumentativos y los peligros políticos y económicos del movimiento comprendido bajo la etiqueta del animalismo. Procede en cuatro momentos: primero analiza la historia de las relaciones entre humanos y animales; destaca aquí dos procesos correlativos: el surgimiento de la tendencia a considerar como “animales de compañía” a especies producidas para consumo humano o como ayuda para el trabajo (v. gr. animales de tiro) e incluso especies salvajes, sobre todo “exóticas”, y, por otro lado, la intensificación de la cría de animales para consumo humano, presumiblemente derivada del aumento de la oferta y demanda de alimentos, el perfeccionamiento cientifico y técnico (veterninaria y zootecnia) y la explosión demográfica. Enseguida, Digard analiza “las mutaciones de las sensibilidades” que llevaron de la sensibilidad “animalitaria” (analogía de “humanitaria” y que se aplica a la práctica de la compasión activa hacia los animales), a la sensibilidad “animalista” (como se explicó antes, de naturaleza pretendidamente jurídica).
En un tercer apartado, Digard se dedica a derribar, una a una, “las mentiras del animalismo”, las cuales clasifica en un número de seis formas de mentiras, errores o imprecisiones: una mala interpretación jurídica, la generalización de hechos aislados, la acusación de la crianza como un calamidad ecológica y sanitaria, creer que “hacer justicia” a los animales resolverá los problemas humanos y presentar como masivo un “movimiento” minoritario.
En el cuarto apartado, Digard ofrece tres puntos clave para generar una “resistencia” ante el movimiento animalista. En síntesis
es sobre el doble sustrato de la difusión hegemónica del fenómeno ‘animal de compañía’ y de la intensificación de la crianza de producción que han nacido y se han desarrollado las sensibilidades animalitarias, después el activismo animalista, anti-especista y vegano que recientemente ha ganado una gran audiencia, influyendo en la opinión pública, la prensa, los tomadores de decisiones y ciertos medios profesionales” (p. 95).
Así, Digard concluye que el movimiento animalista (junto con el anti-especismo y el veganismo) en Francia, y por extensión en otras partes del mundo (particularmente los Estados Unidos de América), y que tiende a ganar cada vez más adeptos e influencia en los debates legislativos, representa un peligro político que podría llegar a tener consecuencias desastrosas para la salud humana y para la economía de muchos países.
Finalmente, se debe advertir que si bien el autor hace referencia a un conocimiento histórico y antropológico general, así como a algunos datos de escala internacional, el estudio se limita principalmente a Francia, por lo que su utilidad para otros lugares del mundo deberá validarse con estudios específicos. Por otro lado, aunque ello no debilita sus argumentos, el libro podría haber dado cabida a un matiz respecto de los efectos negativos, también reales, de la producción y consumo excesivos de carnes y aves, así como de la pesca no regulada, en el mundo. No obstante, estas (relativas) limitaciones, el libro L’animalisme est un anti-humanisme, de Jean-Pierre Digard constituye una aportación original que puede echar las bases de toda una temática de estudio novedosa en el mundo y en nuestro país.