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Textual: análisis del medio rural latinoamericano

versión On-line ISSN 2395-9177versión impresa ISSN 0185-9439

Textual anál. medio rural latinoam.  no.71 Chapingo ene./jun. 2018

https://doi.org/10.5154/r.textual.2017.71.005 

Movimientos sociales y cultura rural

Evaluación del aporte de las cooperativas agrícolas a la construcción de seis Sistemas Nacionales de Riego durante el período 1926-1936

Juan José Rojas Herrera1  * 

Inés Rojas Herrera2 

1Universidad Autónoma Chapingo, Departamento de Sociología Rural,km 38.5 Carretera México-Texcoco, C.P. 56230, Chapingo, Texcoco Estado de México.

2Egresada del Doctorado en Educación Agrícola Superior de la UACh. México.


Resumen:

En este artículo se describe una buena parte de los procesos científicos, tecnológicos y sociales que demandó la construcción de la infraestructura arquitectónica y social de los Sistemas Nacionales de Riego durante la década que transcurre entre 1926 y 1936. Se trata de un enorme esfuerzo de innovación tecnológica y social que requirió de la participación tanto de la ingeniería norteamericana como de la nacional. En el caso de ésta última representó un reto colosal y, al mismo tiempo, una gran oportunidad para el avance en la especialización técnica.

Así mismo, en este trabajo se pone de manifiesto como al lado de la imponente obra hidráulica de los Sistemas Nacionales de Riego, el gobierno federal promovió el cooperativismo agrícola como forma idónea de organización social al interior de estos sistemas con el propósito de llevar a cabo el reparto agrario y la modernización de la agricultura a nivel regional y nacional.

La propuesta cooperativista que el Estado buscó aplicar en los Sistemas Nacionales de Riego, fue sustentada por un trabajo previo de legislación en la materia, que otorgó personalidad jurídica a las asociaciones cooperativas. De igual modo, fue alentada por el reconocimiento de los logros de las sociedades cooperativas en diversas regiones del país y por el acceso a información proveniente de otros países. Lamentablemente el estímulo gubernamental no tuvo continuidad en el tiempo y, a pesar de los resultados positivos obtenidos, no fue posible alcanzar la plena consolidación de estas experiencias autogestivas.

Palabras clave: Cooperativismo agropecuario; Irrigación; obras hidráulicas; solidaridad social; ingeniería agrícola

Abstract:

This article describes a good part of the scientific, technological and social processes that demanded the construction of the architectural and social infrastructure of the National Irrigatión Systems during the decade between 1926 and 1936. It is a huge effort of technological and social innovation that required the participation of both North American and national engineering. In the case of the latter, it represents a colosal challenge and, at the same time, a great opportunity for advancement in technical specialization.

Likewise, in this work it is revealed that next to the imposing hidraulic work of the National Irrigation Systems, the federal government promoted the agricultural cooperativism as an ideal form of social organization withing these systems with the purpose of carrying out the agrarian distribution and the modernization of agriculture at regional and national level.

The cooperative proposal that the State sought to apply in the National Irrigation Systems was supported by previous work on legislation in the matter, which granted legal status to the cooperative associations. Similary, it was encouraged by the recognition of the archievements of cooperative societies in various regions of the country and by access to information from other countries. Regrettably, the government stimulus did not have an opportunity over time and, despite the positive results obteined, itr was not possible to achieve the full consolidation of these self-managing experiences.

Keywords: Agricultural Cooperativism; irrigation; hidraulic works; social solidarity; agricultural engineering

Introducción

Al concluir la revolución Mexicana y durante los años 20s y 40s se inicia para México y los mexicanos una etapa de reorganización social, política y económica sin precedentes. En el ámbito de la agricultura, la política nacional se enfoca a dar cumplimiento a las demandas enarboladas por los productores, como fueron: el reparto de tierras, mejores condiciones de vida y de trabajo para los habitantes del medio rural y el desarrollo agrícola a través de un ambicioso programa de regadíos. En este marco, entre los estudiosos y técnicos más distinguidos de la época, se generó una especie de consenso en torno a la idea de que los trabajos de irrigación tenían que ser objeto de un programa de gran alcance y cumplir una función social y de transformación de la agricultura mexicana en términos que rebasaran la órbita de la iniciativa privada que había imperado durante el Porfiriato (Echeverría, 1954:82-83 ).

Esta idea se había venido gestando desde 1916, cuando se iniciaron los trabajos de irrigación por cuenta del Estado, pues, fue durante el Gobierno de6 Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejecutivo Constitucional, cuando se creó la Dirección de Aguas, nombrando como director de ella al ingeniero Ignacio López Bancalar; bajo cuya iniciativa se dividieron las actividades de su oficina en dos grandes departamentos, a saber:

  1. El Departamento de Concesiones. Responsable de atender las solicitudes del público respecto al otorgamiento de concesiones o confirmaciones y, en general, a tramitar e inspeccionar el ejercicio de derechos sobre aguas federales, y

  2. El Departamento de Irrigación. Encargado de llevar a cabo, por primera vez en la historia, el estudio de los recursos hidráulicos de la nación a fin de fundar sobre estos datos la política de riego del Estado, dentro de las muy reducidas posibilidades económicas del momento.

Para cumplir con la encomienda arriba indicada, la Jefatura del Departamento de Irrigación fue otorgada al ingeniero Jesús Oropesa, quien se integró al servició de la Comisión Nacional de Irrigación como Supervisor Técnico en el proyecto del Río Salado, que posteriormente se convertiría el Distrito de Riego No. 4, Río Salado (Echeverría, 1954: 82-83 ).

En el año de 1921, el Departamento de Irrigación se elevó a la categoría de Dirección de Irrigación, encomendándole entonces, con mayor amplitud, el estudio de los problemas inherentes al aprovechamiento coordinado y eficiente de las aguas de propiedad federal destinadas al riego de terrenos que, ya fuese por escasez de lluvias o por lo irregular de la precipitación, no permitieran su aplicación a la agricultura en forma eficiente y segura. La nueva Dirección de Irrigación desarrolló intensas labores de estudio de muy importantes proyectos de riego, sin que éstos pudieran materializarse en la práctica debido a las restricciones presupuestales prevalecientes, habida cuenta de lo cuantioso de las inversiones reclamadas en un programa de irrigación del Estado (Echeverría, 1954: 82-83 ).

Por lo anterior, no resulto sorprendente que en 1923, por razones de organización y economía, se suprimiera la Dirección de Irrigación, incorporándose a la Dirección de Aguas en forma de Departamento de Reglamentación e Irrigación. De esta suerte, los estudios de proyectos de riego quedaron prácticamente interrumpidos, manteniéndose únicamente el servicio hidrológico.

No obstante, la necesidad de establecer una dependencia pública que se ocupara exclusivamente de los proyectos de riego permanecía latente, por lo que, en enero de 1926, el Congreso de la Unión promulgó la Ley de Irrigación con Aguas Federales, que dio origen al establecimiento de la Comisión Nacional de Irrigación, institución que, a partir de ese año, tuvo a su cargo la construcción de la infraestructura hídrica de los Sistemas Nacionales de Riego, cuyos pobladores, bajo los auspicios del gobierno federal, se distinguieron por la peculiaridad de vivir bajo los ideales del cooperativismo y, en consecuencia, adoptar la figura de cooperativas agrícolas para la organización del trabajo.

Bajo este marco conceptual e histórico, el propósito general del presente estudio consistió en contribuir al avance de la historia del cooperativismo en México a través del estudio de la experiencia de colonización cooperativista que tuvo lugar al interior de los Sistemas Nacionales de Riego durante el decenio transcurrido entre 1926 y 1936. Las preguntas orientadoras de la investigación realizada fueron las siguientes: ¿A qué problemas nacionales de orden económico, político, social, agrícola y poblacional respondía el establecimiento y conformación de los Sistemas Nacionales de Riego?, ¿Cuáles fueron las razones teóricas y empíricas que motivaron al gobierno federal a fomentar el cooperativismo en estos centros de irrigación?, ¿Cuál fue la participación efectiva del Estado y de los colonos en las acciones de solidaridad social impulsadas?, ¿Cuáles fueron las principales dificultades que se enfrentaron en su ejecución? y ¿cuáles fueron los alcances reales de esta experiencia histórica?. Los apartados en que se subdivide y ordena el presente artículo corresponden a cada una de las preguntas enunciadas.

La metodología seguida en este estudio fue el de la Historia Social y se consideró como fundamental describir el contexto que permite explicar cómo y en qué condiciones fue posible la construcción de los Sistemas Nacionales de Riego y la conformación de cooperativas agrícolas entre sus colonos.

En este trabajo se utilizaron como fuentes de consulta varios números de la revista Irrigación en México, que fue el órgano oficial de difusión de la Comisión Nacional de Irrigación1. Adicionalmente se efectuó una revisión de material bibliográfico referente al establecimiento de los sistemas de riego en el período que nos ocupa, así como a la situación que guardaba el movimiento cooperativo nacional.

Para esta investigación se tomó como base los primeros seis Sistemas Nacionales de Riego, que ya se habían construido y se encontraban en explotación, en noviembre de 1930 y que fueron: No. 1. “Presidente Calles”, Ríos Santiago y Pabellón, Aguascalientes; No. 2. “Río Mante, Tamaulipas”; No. 3. “Río Tula, Hidalgo”; No. 4. “Río Salado, Coahuila y Nuevo León”; No. 5. “Río Conchos, Chihuahua” (en construcción), y No. 6. “Río San Diego”, Coahuila, aunque, cabe aclarar que, durante los gobiernos postrevolucionarios llegaron a construirse en toda la República Mexicana alrededor de 150 Distritos o Sistemas Nacionales de Riego (Anguiano, 2000: 22).

Proceso de construcción de los Sistemas Nacionales de Riego

Los Sistemas Nacionales de Riego fueron empresas de gran envergadura promovidas y financiadas por el Estado Mexicano, que ocasionaron con su construcción y con su explotación cambios de gran impacto y significado en el espacio geográfico, en el medio natural, en la población y en la economía de la región en que se erigieron.

Fueron, asimismo, el resultado de la política de irrigación y colonización del gobierno posrevolucionario, y constituyeron la obra hidráulica y social más importante para el desarrollo de la agricultura nacional, llevada a cabo por la Comisión Nacional de Irrigación (1926-1947), la cual fue creada como un organismo dependiente de la Secretaría de Agricultura y Fomento, en 1926, durante el gobierno del Presidente Plutarco Elías Calles.

Es importante destacar que, para el buen funcionamiento de esta Comisión el Presidente Calles ya había expidió el 2 de diciembre de 1925 la Ley sobre Irrigación con Aguas Federales; en 1926, fundó el Banco Nacional de Crédito Agrícola y, en marzo del mismo año, expidió la primera Ley de Crédito Agrícola (Fernández, 1991: 98).

La Comisión Nacional de Irrigación, se hizo necesaria, dados los resultados arrojados por los numerosos estudios y diagnósticos de la realidad del campo mexicano hasta entonces realizadas, que pusieron al descubierto las grandes limitaciones que obstaculizaban el progreso agrícola del país, sobre todo, la escasez de buenas tierras laborales y los factores climatológicos deprimentes, en particular la sequía, así que, el riego artificial resultó una necesidad imperiosa para el desarrollo de la agricultura nacional (Echeverría, 1954: 80).

La Comisión Nacional de Irrigación, inició sus trabajos con una amplia provisión de fondos en el presupuesto correspondiente y con un sistema de renovación de dichos fondos establecido en la propia ley, emprendiendo desde luego trabajos ejecutivos de construcción, en los que, en parte, pudo aprovechar el acervo de datos técnicos recogidos por las oficinas que le precedieron en el estudio del problema.

Por regla general, cada uno de los Sistemas Nacionales de Riego se conformó con la construcción de obras hidráulicas, tales como: presas, represas, diques, canales, puentes y otras obras menores de irrigación. Contó, además, con granjas experimentales para el estudio de los productos agrícolas de explotación y para la realización de planos de zonas de riego sobre los cuales se debería planear la parcelación ejidal. Sobre esta base, se erigieron ciudades agrícolas formadas con colonos capaces de hacer producir la región mediante asociaciones para el uso y distribución del agua de riego, cooperativas agrícolas para facilitar la producción agrícola y su distribución en el mercado y cooperativas de Defensa Agrícola para preservar los cultivos de plagas y enfermedades.

Para la integración de los elementos constitutivos de los Sistemas Nacionales de Riego: obras hidráulicas, granjas experimentales, ciudades agrícolas y cooperativas de productores, la Comisión Nacional de Irrigación, contó, principalmente, con la participación profesional de ingenieros agrónomos e hidráulicos, egresados bajo el plan de estudios de 1908 de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de San Jacinto y de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y con ingenieros civiles egresados de la Escuela Nacional de Ingenieros.

Es importante aclarar que para las primeras grandes obras hidráulicas el Gobierno Federal, contrato compañías e ingenieros norteamericanos como fue el caso del Sistema Nacional de Riego No. 4 “Río Salado, Coahuila y Nuevo León” y su presa “Don Martín”, en el que prestó sus servicios la empresa Norteamericana J. G. White Engineering Corp., con ingenieros especializados en la realización de proyectos y construcción de obras de riego. El jefe de dicha compañía fue el ingeniero F. Weymauth Maut (Anguiano, 2000: 55). A este esfuerzo inicial, poco a poco, se fueron integrando los ingenieros agrónomos e hidráulicos, así como los ingenieros civiles mexicanos.

Finalmente, para complementar la urbanización de los Sistemas Nacionales de Riego fue necesaria la construcción de caminos, carreteras, puentes, casas habitación para los colonos, obras de ingeniería sanitaria, dotación de agua potable para los colonos, edificación de escuelas, de campos experimentales, y otros más.

Así, bajo el ímpetu constructivo de la Comisión Nacional de Irrigación, en las diferentes obras de bienestar social, se crearon las condiciones necesarias para dar paso al avance de la ingeniería mexicana, pues las necesidades constructivas promovieron el desarrollo de la especialización de numerosos ingenieros mexicanos, en obras hidráulicas, edificios, caminos, ferrocarriles, puertos, granjas agrícolas, colonias habitacionales, ingeniería sanitaria, etc. En los apartados subsiguientes se dará cuenta de las principales vicisitudes acaecidas en cada uno de los componentes de los Sistemas Nacionales de Riego con énfasis en el papel desempeñado por las organizaciones cooperativas.

Las granjas experimentales

En las granjas agrícolas, los ingenieros agrónomos básicamente se ocuparon del estudio de las posibilidades agrícolas de las regiones en que se establecieron los Sistemas Nacionales de Riego. Adicionalmente se encargaron de la medición y parcelación de terrenos, contribuyendo de esta manera con uno de los objetivos de la creación de los Sistemas Nacionales de Riego que fue la explotación agrícola y la repartición de ejidos. Las investigaciones técnicas sobre las condiciones agroecológicas y agrícolas de las tierras por regarse, realizadas por la Comisión, se tradujeron en la elaboración de planos clasificados de las zonas de riego, los primeros en su género en el país, sobre los cuales se proyectó la parcelación de dichas zonas. Así pues, la expresión práctica de los estudios agronómicos realizados en las Granjas Experimentales, como las establecidas en los Sistemas Nacionales de Irrigación: No. 1 “Presidente Calles” y No. 4 “Río Salado”, cubrieron de una manera práctica su objeto que consistió en la investigación y dirección permanente de la explotación agrícola que se llevó a cabo por los colonos establecidos en cada Sistema (Irrigación en México, enero de 1932, pp.223-224).

Abundando en lo anterior, podemos precisar que la granja agrícola que se estableció en 1928, en Rodríguez Nuevo León, perteneciente al Sistema Nacional No. 4, tuvo la peculiaridad de haberse edificado en una zona semiárida, por lo cual no se contaba con antecedente alguno sobre producción agrícola. Entre los años 1926 y 1930, el ingeniero agrónomo Alejandro Brambila2, en su carácter de jefe del Departamento Agronómico de la Comisión Nacional de Irrigación, organizó y dirigió esta Granja Experimental y como resultado de sus investigaciones en 1930, aseguraba que ya se encontraba en condiciones de sugerir a los posibles compradores de terreno, que se dedicarían a la agricultura en el Distrito de Riego No. 4, entre los productos que se podrían sembrar destacaban: el algodón, el zacate del Sudán, el sorgo Milo y el keffir. En sentido opuesto, los productos que habían tenido escasos resultados eran: el maíz, la avena, y la alfalfa (Brambila, 1930: 44-48).

Cabe destacar, por último, que trabajos similares al anteriormente descrito se realizaban en los otros centros de irrigación aunque no contaran aún con granjas experimentales.

Las ciudades agrícolas y los colonos

Todos los Sistemas Nacionales de Riego, contemplaron entre sus proyectos la creación de ciudades agrícolas prototipo, que se convirtieran en modelos de bienestar colectivo. Acorde con tal intención, el objetivo general de la creación de ciudades agrícolas era que sirvieran de ejemplo como centros de población agrícola e industrial. (Irrigación en México, enero de 1932, p.222).

Los proyectos para la creación de las ciudades agrícolas, debían considerar si estas serían de nueva creación, en caso de que el espacio geográfico en que se pretendía establecer el Distrito de Riego no contará con una población sólidamente establecida, o si estas ciudades debían ser sustitutas o adquirir la forma de ampliación de poblados ya existentes.

Bajo esta orientación general, en el Sistema Nacional de Riego No. 1 “Presidente Calles”, en 1929 se inició la edificación y urbanización de una ciudad agrícola modelo convenientemente situada. En efecto, en noviembre de 1929, quedaron abiertas a la colonización, diez mil hectáreas de terreno de riego que constituyeron la Primera Unidad del Sistema. Hacia 1931 ya se encontraba colonizada la totalidad de esa superficie. Las 10 000 hectáreas fueron fraccionadas en 600 parcelas de extensión variable, de acuerdo con la capacidad económica de cada colono, siendo de 15 hectáreas la extensión media de ellas. En el ciclo agrícola correspondiente al año indicado, se habían cultivado más de seis mil hectáreas con maíz, frijol, cacahuate y otros varios productos. (Irrigación en México, enero de1932, p. 202).

En el caso de la ciudad agrícola del Sistema Nacional de Riego No. 2 “Río Mante, Tamaulipas”, designada con el nombre de “Juárez del Mante”, a principios de 1931 se informaba que: “ha sido cuidadosamente proyectada como una ampliación de Villa Juárez; queda localizada al oriente de la vía del ferrocarril, existiendo en ella la estación llamada ‘El Mante’. La ciudad está limitada al oeste por el canal principal de riego ‘Lateral Juárez’ y se extiende hacia el oriente y norte hasta el límite del fundo legal del antiguo pueblo. Todo el terreno ocupado por la ciudad pertenece a la zona alta no regable y por lo tanto es el más indicado para el establecimiento de la misma… A la fecha se han llevado a cabo obras importantes, especialmente aquellas que sirven para abastecer de agua potable a la población. La ciudad está colonizada por 7 000 habitantes”. (Irrigación en México, enero de1932, pp. 203-205).

Para el establecimiento de la ciudad agrícola del Sistema Nacional de Riego, No. 4 “Río Salado, Coahuila y Nuevo León”, denominada “Anáhuac”, se estudió un proyecto inspirado en las condiciones que debía satisfacer una ciudad campestre en cuanto a higiene, comodidades y belleza, destinándose 35 hectáreas para calles y plazas y 125 hectáreas se fraccionarían en lotes para los colonos (Irrigación en México, enero de 1932, pp. 23-214).

Para el Sistema Nacional de Riego No. 5 “Río Conchos, Chihuahua” que se encontraba en construcción, se proyectó el establecimiento de un nuevo y pujante centro agrícola, Ciudad Delicias, fundado en 1933, que desplazó a Camargo como principal centro industrial y comercial de la zona (Castañeda, 1995: 39).

En el Sistema Nacional de Riego No. 6 “Río San Diego, San Carlos, Coahuila” el estudio de su creación comprendía la posibilidad de establecer la ciudad agrícola en el lugar en que se encontraba el poblado de San Carlos (Irrigación en México, enero de 1932, p. 222).

Como era lógico todos los proyectos de edificación de las ciudades propuestas sufrieron reajustes y modificaciones de acuerdo a las circunstancias que se iban presentando. En el caso de Ciudad Anáhuac, tenemos que para 1933, el ingeniero Alfredo Becerril Colín, ya proponía correcciones al proyecto original a través de un nuevo estudio económico sobre la ciudad (Becerril, 1933: 126-127).

Cabe destacar que en la actualidad aún perviven varias de estas ciudades agrícolas como es el caso de Ciudad Anáhuac, Nuevo León; Ciudad Delicias, Chihuahua y, Ciudad San Carlos, Coahuila, lo que pone en evidencia la validez de la estrategia de asentamientos humanos entonces implementada.

En cuanto a la selección de colonos, ésta se iniciaba una vez concluidas las obras hidráulicas o cuando se encontraban en su etapa final, incluyendo las vías de comunicación y determinando los cultivos más apropiados en la zona de riego, asegurando así la posibilidad material de suministrar agua a la extensión abierta a la explotación. Los aspirantes a colonos debían reunir, además de cualidades morales incuestionables, preparación agrícola, laboriosidad, voluntad de prosperar y aptitudes físicas innegables, así como recursos pecuniarios en cantidad suficiente, para solventar la adquisición de equipo de trabajo, para cubrir los gastos inherentes al establecimiento en sus nuevas tierras, para el traslado de su familia desde su lugar de origen y para hacer frente a sus necesidades básicas hasta la recolección de la primera cosecha (Irrigación en México, enero de 1932, p. 224).

Para seleccionar a los colonos se hicieron campañas de difusión en los medios agrícolas apropiados, tanto del país como de los Estados Unidos de Norteamérica3; así mismo, se distribuyeron instructivos y cuestionarios para que fueran contestados por los aspirantes. El análisis de los cuestionarios reveló que eran muy pocos los candidatos que deseaban ser repatriados y que los mexicanos que aspiraban a esta ubicación no reunían los requisitos solicitados. La Comisión, sin embargo, consideró que la base más segura para la colonización estribaba en crear y fomentar en el colono una noción clara y precisa de su responsabilidad y estableció que la adquisición de parcelas se hiciera siempre mediante convenios individuales, dejando como acción posterior el impulso del asociacionismo, tan natural e indispensable en todo conglomerado de regantes (Irrigación en México, enero de 1932, p. 224).

Pese a la escasa demanda de solicitudes de connacionales radicados en los Estados Unidos de Norteamérica, la ciudad agrícola “Anáhuac” del Sistema Nacional de Riego No. 4, “Río Salado, Tamaulipas y Nuevo León” y la ciudad de San Carlos ubicada en el Sistema Nacional de Riego, No. 6, “Río San Diego, San Carlos Coahuila, tuvieron la peculiaridad de contar entre sus colonos a familias retornadas de los Estados Unidos de América. En la ciudad de “Anáhuac, había 105 familias de repatriados y en la ciudad agrícola de San Carlos se contaba con 45 familias de reintegrados de los Estados Unidos (Irrigación en México, enero de 1932, p. 222).

El espíritu solidario prevaleciente en el uso y distribución del agua

La organización humana en torno al uso, conservación y distribución del agua en todas las comunidades, especialmente en las regiones desérticas o semidesérticas, es un rasgo que ha prevalecido a lo largo de la historia de la humanidad.

Los hombres han sentido la solidaridad afectiva que el agua a menudo impone y han comprendido y/o aceptado que es necesaria la unión colectiva de los intereses individuales para su conservación. Este sentimiento de solidaridad se observa en todos los centros de irrigación artificial que hace unirse a los que utilizan las aguas provenientes de una fuente común, en grupos conscientes de sus intereses mutuos. El hecho de asociarse para manejar y reglamentar el bien común, - el agua, tan valiosa como la tierra - libera a los individuos que se agrupan, de la inquietud psicológica provocada por el hecho físico de la deficiencia e inseguridad de su abastecimiento (Irrigación en México, abril de 1931, p. 485).

Esta tendencia de fusión de los intereses individuales para provecho colectivo que, como hemos anotado, es universal a las actividades de regadío en regiones desérticas o semiáridas, donde el agua es la fuente de la prosperidad, explica y confirma el principio de que la irrigación es desde su origen una condición objetiva que propicia las prácticas de la cooperación y la ayuda mutua (Irrigación en México, abril de 1931, p. 486). Durante el período de estudio, esta circunstancia fue tomada en cuenta en el diseño de los programas hídricos del gobierno federal y de la Comisión Nacional de Irrigación, por lo que constantemente insistieron en la conveniencia de la organización colectiva de los colonos para el cuidado y mantenimiento de las obras hidráulicas, para la distribución del vital líquido y para el trabajo agrícola.

Esta apuesta por el asociacionismo fue acompañada desde el principio en los Sistemas Nacionales de Riego, de enérgicas medidas de moralidad y orden, de tal manera que, a nivel interno, se aplicaron rigurosas sanciones disciplinarias y cuando se dio el caso de que alguna autoridad se extralimitara en el ejercicio de sus funciones, igualmente se obró con premura y rigor en su solución.

Las asociaciones de regantes

En los Sistemas Nacionales de Irrigación, donde existía una fuente común de abastecimiento y donde el agua se disponía para el disfrute de todos, el asociacionismo fue una consecuencia natural, si bien su implementación en las zonas antiguas de irrigación no resulto tan sencilla como se esperaba. En cambio, en los proyectos nuevos de riego, establecidos entre 1926 y 1936, se impuso la asociación desde un principio con el propósito de que los colonos aprendieran a trabajar y vivir en colectividad, creando así el núcleo que daría origen a las futuras organizaciones cooperativas legalmente constituidas.

Atendiendo a dicho interés, en los reglamentos que rigieron los Sistemas Nacionales de Riego, se estableció que todos los usuarios del agua formen la “Asociación de Regantes”, representada ante la Gerencia por la Mesa Directiva, constituida por nueve miembros elegidos por los mismos colonos. De igual forma se disponía que todos los colonos quedaran integrados en agrupamientos llamados secciones y divisiones de riego, con el objeto de que dentro de estas subdivisiones, se uniesen los que tuviesen comunes intereses y semejantes condiciones en la forma de verificar sus riegos (Irrigación en México, enero de 1932, pp. 226-227).

De este modo, la legislación expedida al efecto reconoció el principio de las asociaciones y les otorgó personalidad jurídica para todos los efectos legales, pues lo que se pretendía era que en una etapa futura de consolidación de dichas asociaciones, la explotación de los Sistemas y el uso del agua quedaran enteramente en manos de los usuarios4 (Irrigación en México, abril de 1931, p. 487).

Con todo ello, la Comisión Nacional de Irrigación buscaba que las asociaciones de regantes contribuyeran a la conservación eficaz de las obras hidráulicas y a la distribución equitativa de las aguas, así como a fomentar entre éstos el espíritu cooperativo, es decir, la noción de solidaridad y de primacía del interés común que les permitiera reconocer que el trabajo colectivo, ordenado metódicamente, era el único que les podría ayudar a sobreponerse a los obstáculos inherentes a la rudeza de la vida y trabajo en los campos agrícolas (Irrigación en México, enero de 1932, p 227).

Así las cosas, en los Sistemas Nacionales de Riego, la asociación se determinó en su origen por la natural necesidad de defensa, agrupando las fuerzas individuales de los colonos para ayudarse mutuamente. De esta manera, obedeció el colono a la ley imperiosa de la naturaleza, para dar forma orgánica a ese principio que se impone al hombre, no por sabiduría, sino por necesidad.

Junto con lo anterior, se compartía la convicción de que dentro de una práctica verdaderamente solidaria no debía existir el monopolio de los bienes comunes y, menos aún, los medios de explotación del hombre por el hombre. En vez del monopolio y la explotación, lo que debía imperar, era la fraternidad relacionada y sostenida por intereses recíprocos, así como la buena fe y el cumplimiento de la palabra, pues, a final de cuentas, lo que se pretendía era lograr establecer un sistema de relaciones sociales y productivas, basadas en la cooperación y la ayuda mutua.

Las cooperativas agrícolas

Una vez concluida la ferviente actividad constructiva que tuvo lugar en cada uno de los Sistemas de Riego, se inició la organización de los colonos para la explotación agrícola. Fue entonces cuando se observó que los colonos tenían frente a sí una serie de problemas inmediatos que atender, entre los que destacaban los siguientes: el pago de la propiedad que se les había otorgado, asumir los gastos para el inicio de las primeras cosechas, identificar el mercado más adecuado para sus productos, y aprender a lidiar con la voracidad de los intermediarios y agiotistas siempre al asecho. Dada la complejidad y magnitud de los problemas señalados y ante la imposibilidad material de enfrentarlos de manera individual, se sugirió y fomento la constitución de cooperativas agrícolas sin importar su número ni su forma (Pazuengo, 1931:537).

El modelo de cooperativas agrícolas a implementar comprendía las siguientes rasgos: a) Éstas trabajarían en sus respectivas Granjas Agrícolas, que se establecerían en cada Sistema; b) Se contaría con la participación de especialistas que estudiaran las mejores condiciones de explotación agrícola; c) Se dispondrían una serie de bodegas para almacenar los productos cosechados; d) Se habilitarían los medios de comunicación y trasporte necesarios para el comercio agrícola, y e) Se otorgarían todo tipo de facilidades que harían exitosa la empresa agrícola bajo este sistema organizativo (Pazuengo, 1931:538).

La propuesta anterior se justificó con base en los antecedentes históricos que se tenían acerca de los beneficios obtenidos por los productores agrícolas de distintos países del mundo al trabajar en forma cooperativa, por lo que se argumentó que hacía casi medio siglo que las cooperativas agrícolas habían dejado de ser simples conceptos ideológicos o experimentos sociales para entrar de lleno a la vida económica y lograr progresos cuya significación y magnitud ya nadie se atrevía a poner en duda. (Irrigación en México, Agosto de 1931, p. 310).

En materia legislativa, ya desde la Constitución de 1917, en sus artículos 28 y 123 fracción XXX, se había reconocido, aunque de manera incipiente e imprecisa, el valor social de las asociaciones cooperativistas. (Rojas, 1982: 374).

Correspondió al Presidente de la República, General Plutarco Elías Calles, promulgar la primera Ley General de Sociedades Cooperativas que fue redactada por la entonces Secretaría de Industria y Comercio, aprobada por el Congreso de la Unión en diciembre de 1926 y publicada el 10 de febrero de 1927 (Rojas, 1982: 395-396).

Esta primera Ley presentó algunos rasgos de imprecisión y confusión sobre los ideales del cooperativismo5, sin embargo, su formulación fue una acción cuidadosamente analizada por el ejecutivo y su equipo de trabajo, ya que tuvo entre sus antecedentes, la experiencia vivida por el propio Presidente Calles, quien antes de asumir el cargo constitucional, realizó un viaje a Europa donde conoció de manera personal la organización y funcionamiento de múltiples cooperativas. Una vez instalado en sus funciones como Presidente de la República emprendió una campaña informativa en todo el país, a través de folletos sobre cooperativismo redactados por el Licenciado Luis Gorozpe6. Poco tiempo después, se redactó un Manual para los fundadores y administradores de cooperativas en México, del cual se tiraron 50 000 ejemplares, que fueron repartidos gratuitamente. (Rojas, 1982: 395). Es conveniente aclarar que para ese entonces ya habían circulado en el país varios textos sobre el tema cooperativista como los de Manuel E Cruz, titulado Bancos Regionales. Sociedades Cooperativas Agrícolas; el del ingeniero Francisco Loria, llamado Sociedades Cooperativas (1918), y el de Rafael Mallén, denominado La República Industrial (1919). Además, el Boletín del Trabajo, del recién creado Departamento del Trabajo, publicó en 1918 el libro del autor francés Charles Gide, Las Sociedades Cooperativas de Consumo, etc. (Rojas, 1982: 416-418). Estos textos y otros materiales publicados en diversos estados vinieron a preparar el corpus teórico indispensable para fomentar el cooperativismo en el país.

En cuanto a los beneficios sociales del cooperativismo, hacia principios de la década de los años veinte, ya se habían experimentado múltiples proyectos, algunos de los cuales habían tenido cierta resonancia y habían dejado ver los beneficios que podían lograrse a través de esta forma de asociación, como fue el caso de la “Sociedad Nacional de Consumo” y sus veinte sucursales distribuidas en la ciudad de México, promovidas por el Presidente Venustiano Carranza, que aunque finalmente fracaso, fue un ensayo que tuvo un éxito sin precedente y dio pie a la formación de varias cooperativas de consumidores en distintos estados de la república. (Rojas, 1982: 376-377).

Cooperativas de Defensa Agrícola

En 1932, el ingeniero agrónomo Julio Riquelme Inda7, con base en estudios sobre plagas y enfermedades de las plantas, realizados en la Granja Experimental de Rodríguez, establecida en el Sistema Nacional de Riego No. 4, Río Salado, Tamaulipas y Nuevo León, recomendaba muy especialmente a los colonos de este Sistema que desde que se iniciará el trabajo agrícola en esta región se organizaran en cooperativas de defensa agrícola.

Su recomendación se fundamentaba en las características agrológicas de la zona, ya que anteriormente había sido un espacio aislado semi-desértico, y en el que apenas se iban a introducir cultivos. En estas condiciones era necesario tener en cuenta que los cultivos podían ser invadidos y afectados por plagas y enfermedades que pudieran arruinar las cosechas, aunque, también podían afectarse por toda clase de semillas, plantas y partes de plantas, que se llevaran al Sistema provenientes de cualquier parte del mundo.

Apuntaba, en concreto, que los contagios podían provenir de dos fuentes:

  1. De la vegetación silvestre, pues era un hecho comprobado, que cuando se abre al cultivo una nueva zona antes inculta afluyen allí plagas y enfermedades que pasan de la vegetación silvestre a las plantas cultivadas adaptándose desde luego a un medio que les ofrece alimento más fresco, variado y suculento.

  2. De toda clase de semillas, plantas y partes de plantas, que se llevaran al Sistema provenientes de cualquier parte del mundo y que pudieran estar afectadas. En este caso se debería exigir el certificado que indicara su origen y que no estuvieran afectadas por ninguna plaga o enfermedad.

Para hacer frente a estas amenazas era necesario que los agricultores actuaran en conjunto, porque individualmente era imposible enfrentar el problema con éxito.

En caso de que una plaga o enfermedad llegara a invadir los cultivos en varias parcelas a la vez, abarcando una superficie de consideración, el ingeniero Riquelme Inda recomendaba prevenir los estragos que puedan resentirse por tal causa, echando mano de “la cooperación como el medio mejor que para el efecto puede emplearse, adoptando una reglamentación adecuada, pues así los colonos que tengan necesidad de combatir las plagas en un área determinada que abarque varios lotes o parcelas, pueden hacerlo en conjunto, simultáneamente y con grande economía” (Riquelme, 1932: 709).

Agregaba, además, que para lograr una mayor eficiencia en el combate a las plagas, en términos operativos, “las Cooperativas de Defensa Agrícola será oportuno formarlas por zonas o regiones en toda la extensión del Sistema para lo cual se señalaran en un plano superficies que comprendan de 3 a 5 000 hectáreas, área que una plaga común epidémica puede invadir totalmente en un momento dado, suponiendo cierta homogeneidad de cultivos” (Riquelme, 1932: 709).

“Posiblemente la invasión será mayor o menor, según la especie parásita, pero en el primer caso los miembros de las cooperativas próximas que rodean a la zona o región plagada deberán ir en ayuda de sus vecinos” (Riquelme, 1932: 709).

“Si la superficie invadida es menor de 5 000 hectáreas, entonces todos los de la región correspondiente ayudarán en la campaña en los lotes afectados, ya que existe la posibilidad de que una plaga que aparezca en 20 o 30 hectáreas pueda propagarse a las demás sino se le combate y lo que se requiere en estos casos es rapidez y oportunidad en los tratamientos” (Riquelme, 1932: 709).

“La cuestión en el fondo es crear en los colonos la obligación, desde un principio de que formen parte de las Cooperativas de Defensa Agrícola, tanto en provecho propio como de sus vecinos cuando éstos requieran de sus servicios” (Riquelme, 1932: 709-710).

“Como es absolutamente preciso desde ahora establecer cuarentenas que restrinjan en cierto grado la importación de semillas, frutas, plantas vivas, etc., al Sistema, con el fin de evitar desde un principio la introducción de plagas y enfermedades, sólo en conjunto las cooperativas podrán respetarlas, lo que sería imposible que hiciera sólo el esfuerzo individual, o sea cada colono aisladamente” (Riquelme, 1932: 710).

Conclusiones

Las asociaciones cooperativistas, como formas de organización social para el trabajo en los Sistemas Nacionales de Riego, representaron una propuesta de solución rápida y eficaz para los proyectos de irrigación, colonización, explotación agrícola y reparto agrario promovidos por los gobiernos del México posrevolucionario.

El asociacionismo cooperativo en los Sistemas Nacionales de Riego fue posible gracias a la solidaridad afectiva que surgió entre sus colonos, dada la necesidad de resolver problemas concretos de convivencia y supervivencia, tales como: el suministro del agua, la vivienda, la preservación y el cuidado de las obras construidas y de los productos cultivados.

El fomento del cooperativismo agrícola, promovido por el gobierno federal, se fundamentó en los logros alcanzados por las asociaciones cooperativas precedentes, por el avance del conocimiento teórico en la materia a nivel nacional e internacional, por una legislación oficial que les dio personalidad jurídica y por la labor de expertos que promovieron, organizaron, dirigieron y consolidaron este tipo de agrupaciones.

La ejecución de las obras hidráulicas y las vivencias sociales de ayuda mutua y de fomento cooperativo en los Sistemas Nacionales de Riego, no estuvieron exentas de dificultades, hubo fallas y errores iniciales y durante el proceso. En primer lugar, los ingenieros mexicanos carecían de experiencia en la construcción de grandes obras hidráulicas modernas y, aunque la Comisión Nacional de Irrigación contrató en un principio los servicios de ingenieros constructores norteamericanos con prestigio consagrado, los ingenieros mexicanos se vieron en la necesidad de aprender bajo las duras experiencias del trabajo directo. En segundo lugar, el apoyo gubernamental no siempre fue coherente, no se sostuvo en el largo plazo y se distinguió por la constante intromisión en la vida interna de las cooperativas, limitando la iniciativa autónoma de los colonos. Y, en tercer lugar, resulto difícil implantar el trabajo mutuo y las organizaciones cooperativas entre los colonos, sobre todo en zonas de arraigada tradición agrícola, razón por la cual su estructura, organización y finalidad inicial sufrieron diversas transformaciones. No obstante, visto en perspectiva, la forma de organización cooperativa demostró ser eficiente como medio para el establecimiento de asentamientos humanos, conformados por población heterogénea, en regiones inhóspitas, áridas y semiáridas, de las que con el correr de los años, surgieron modernas ciudades agrícolas como son los casos de Ciudad Anáhuac, Nuevo León; Ciudad Delicias, Chihuahua, y Ciudad San Carlos, Coahuila.

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1La Comisión Nacional de Irrigación, creada en 1926, estuvo en funciones 21 años hasta que en 1947 fue transformada en Secretaría de Recursos Hidráulicos por acuerdo del Presidente Miguel Alemán. Durante sus 21 años de existencia editó y difundió con diversa periodicidad su revista Irrigación en México, de la cual se lograron conformar 27 volúmenes.

2 Alejandro Brambila (-1930). Ingeniero Agrónomo egresado de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de San Jacinto. Fue profesor de química de la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de San Jacinto y de microbiología agrícola en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. Trabajó en la Comisión del Río Nazas y en la Secretaría de Comunicaciones donde se hizo cargo de las obras del Lago de Texcoco. Asimismo, en la Comisión Nacional de Irrigación, fue jefe del Departamento Agronómico y tuvo entre sus funciones proyectar, construir, organizar y dirigir La Granja Experimental de Rodríguez Nuevo León, del Distrito de Riego No. 4 “Río Salado, Tamaulipas y Nuevo León” y la Granja Experimental del Distrito de Riego No. 1, “Presidente Calles”, Aguascalientes. Colaboró con varios artículos para la revista Irrigación en México. Murió en un accidente automovilístico, a la edad de 36 años, en la carretera México-Texcoco. (Irrigación en México, mayo de 1930, p. 5).

3Sobre este asunto es importante señalar que la crisis económica de 1929, surgida en Estados Unidos, tuvo serias repercusiones para nuestro país. La escasez de trabajo y el desempleo que trajo consigo daño seriamente a los cientos de mexicanos que, por causa de la Revolución Mexicana y las implicaciones de la susodicha crisis habían cruzado el Río Bravo en busca de mejores condiciones de vida en un país extraño. Lo anterior llegó a convertirse en un problema diplomático entre los Estados Unidos y México. Los gobiernos mexicanos tuvieron que ofrecer facilidades a los connacionales para su repatriación y su ubicación en el país. Los asentamientos humanos en los Sistemas Nacionales de Riego fueron una de las respuestas a esta situación (Anguiano, 2000:16-17).

4Como es sabido, la gran irrigación, desde un principio, fue una responsabilidad del Estado, misma que finalmente concluyó con la transferencia de los distritos de riego a los usuarios, ocurrida en el transcurso de la década de los años noventa del siglo pasado.

5En efecto, dadas las inconsistencias que presentó la primera Ley General de Sociedades Cooperativas fue necesario redactar una nueva Ley en 1933.

6Don Luis Gorozpe, era originario de Jalapa, Veracruz y fue autor del libro La Cooperación, fue llamado por el Presidente de la República Plutarco Elías Calles, para colaborar en la redacción de material informativo sobre cooperativismo y difundirlo a nivel nacional (Rojas, 1982: 395).

7El Ingeniero Julio Riquelme Inda. Nació en la Ciudad de México en 1883. Ingresó a la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de San Jacinto en 1901. Se recibió como Perito Agrícola en 1905 y en 1929 realizó las gestiones necesarias para que se le otorgará el título de agrónomo. De 1900 a 1908 trabajó en la Comisión de Parasitología Agrícola. Desde 1909 ingreso como profesor en la Escuela Nacional de Agricultura de San Jacinto y continuo en la docencia en la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. En 1932 colaboraba en el Departamento de Sistemas de Riego de la Comisión Nacional de Irrigación, en esta función realizó una investigación, en mayo de 1932, que tituló Plagas y Enfermedades en las plantas en la Granja Experimental del Sistema Nacional de Riego número 4, Rodríguez, Nuevo León, que se publicó en la revista Irrigación en México, de agosto de 1932. Así mismo escribió una amplia obra científica sobre parasitología agrícola.

Recibido: 12 de Octubre de 2017; Aprobado: 14 de Diciembre de 2017

*Autor para correspondencia, email: rojashjj@gmail.com

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