Introducción
Cincuenta sombras de Grey es una trilogía compuesta por los libros: Cincuenta sombras de Grey (2011), Cincuenta sombras más oscuras (2012) y Cincuenta sombras liberadas (2013), a la que se sumó Grey. Cincuenta sombras contadas por Christian (2015), escritos por Erika Leonard Mitchell, más conocida por su seudónimo L. James. La historia de la saga comienza con el encuentro entre Anastasia Steele, una joven estudiante, empleada en una ferretería, algo introvertida y virgen, y Christian Grey, un empresario exitoso, millonario, atractivo, de carácter fuerte, con amplia experiencia sexual, practicante de BDSM (Bondage; Disciplina/Dominación; Sumisión/Sadismo; Masoquismo) en un rol dominante, y con heridas profundas de su pasado que Anastasia procurará sanar. Los libros despliegan este vínculo erótico y afectivo en una trama construida con elementos clásicos de las historias de amor romántico y abundantes escenas de sexo que incluyen elementos del universo BDSM, una combinación original que las técnicas de mercadeo contemporáneas supieron aprovechar para convertir a la saga en un éxito. Por esta razón, más allá de que existan novelas con mayor carga erótica y/o pornográfica, y que las prácticas e identidades de las comunidades BDSM -según ellas mismas reclaman- no coincidan con las que presenta la autora, para comprender las Cincuenta sombras como un fenómeno mundial es necesario “entender la relación entre los mecanismos de difusión de un texto (comercialización directa e internet), el texto mismo (su género y sus convenciones) y las formas en que resuena con la experiencia de las personas que lo leen y el significado que le atribuyen” (Illouz, 2014, p. 25), entramado que propone estudiar este artículo.
La primera entrega de la trilogía vendió alrededor de 40 millones de ejemplares en todo el mundo y para el año 2015 la saga completa llevaba vendidos más de 125 millones de ejemplares y los derechos del libro habían sido comercializados en 37 países (BBC, 2015). Según Illouz (2014) estos números la hicieron una de las series mejor vendidas de la historia de la edición moderna, además de haber batido el récord en cuanto al libro que se vendió más rápidamente, al superar incluso a la serie de Harry Potter de la autora británica J. K. Rowling.
En paralelo a esta avidez del público lector, los medios de comunicación, la academia y el activismo feminista comenzaron a debatir sobre las razones de este fenómeno y sus posibles efectos sociales en el orden de género. Por ejemplo, una académica feminista británica sostenía en un medio de prensa digital, que el problema de la saga no era la supuesta violencia de las prácticas sexuales del señor Grey sino el modo en que él monitoreaba la dieta, amistades, trabajo y circulación pública de Anastasia (Boyle, 2015). Otras lecturas, como veremos más adelante, destacaban en cambio el autoconocimiento que iba desarrollando la protagonista, valoraban sus exploraciones y negociaciones en cuanto le permitían ampliar sus horizontes de placer sexual y así empoderarse.
Estas interpretaciones se ubican en un escenario en el cual un gran número de mujeres de sectores medios ha mejorado su situación social, política y económica mientras, en simultáneo, persisten las inequidades en materia salarial, estereotipos sexistas, feminicidios, violencia de género, obstáculos para el desarrollo profesional y en el acceso a los derechos reproductivos. En esta ambivalencia, tal como explica McRobbie (2009), el feminismo, o es retomado para conquistar nuevos derechos, o se le considera parte del pasado. Tanto McRobbie (2009) como Gill (2007; 2016) han analizado la sensibilidad postfeminista que se extiende en Occidente, a la que describen como un giro ideológico que surgió en los noventa, con representaciones de la cultura popular que hablan del feminismo como una necesidad ya superada, y postula una agencia femenina basada en premisas de individualismo, elección y consumo. Enraizada en términos neoliberales, esta sensibilidad vuelve a las mujeres responsables de su situación y promueve formas de autovigilancia y autodisciplina para intentar encajar en determinados modelos sociales y hacer parecer que este monitoreo es libremente elegido y también satisfactorio (Gill, 2007). Al mismo tiempo, el fenómeno de las Cincuenta sombras es también un emergente de la sexualización de la cultura, que se hace evidente en el espacio destacado que tienen las discusiones sobre valores, prácticas e identidades sexuales en los medios y la industria cultural (Smith & Attwood, 2013).
En la Argentina Cincuentas sombras de Grey salió a la venta en 2012 y encabezó durante varios meses la lista de bestsellers, aunque el interés de la prensa local se manifestó visiblemente en febrero de 2015, con el estreno mundial de la película basada en el primer libro. Este artículo propone estudiar la circulación y recepción de las Cincuenta sombras en la Argentina -considerando a los libros, las películas y la oferta de juguetes sexuales y coaching sexual inspirados en la saga, como partes de un mismo fenómeno- tomando como foco de análisis a la prensa, al mercado de bienes y servicios eróticos y a un grupo de lectoras. Comenzamos presentando algunas investigaciones sobre este fenómeno realizadas en otros países y luego pasamos al caso de la Argentina. En este apartado describimos el contexto socio-político en materia de género y sexualidad -concentrando la atención en aquellos temas que se vinculan con las discusiones que generó la saga- y algunas de las discusiones que tienen lugar en la militancia feminista local. Luego, presentamos los debates sobre el fenómeno en los medios, a partir de un relevamiento de notas de prensa entre enero de 2012 y noviembre de 2016, en las versiones digitales de los tres diarios nacionales de mayor tirada (Clarín, La Nación y Página 12). Para recuperar las experiencias de las lectoras, analizamos un corpus de trece entrevistas semi-estructuradas realizadas en Buenos Aires a mujeres que habían leído los tres libros de la saga, de las cuales en este artículo citamos siete. Con el objetivo de visualizar de qué forma el mercado de lo erótico se vinculó con la publicación de los libros, realizamos otras dos entrevistas: a un practicante e instructor de BDSM que dictó un taller exclusivo para lectoras de la trilogía y a la encargada de un local de lencería erótica en el Gran Buenos Aires, cuya decoración, estética y nombre comercial están inspirados en las Cincuenta sombras.1
Lecturas y debates
Tal como adelantáramos recién, el éxito de los libros y de las dos películas hasta ahora estrenadas basadas en ellos, debe comprenderse en el contexto de sexualización de la cultura, un proceso que hace posible que una novela erótica que incluye referencias a prácticas del universo BDSM pueda promocionarse y venderse en un supermercado. En cuanto salió el primer libro a la venta, la crítica literaria se concentró en destacar su mala calidad y dejar en claro el perfil de su público lector. El escritor estadounidense Stephen King lo expresó de este modo: “Muchos críticos saben que llevo años tratando de demostrar que soy un escritor popular, pero serio. A veces es verdad que lo que vende mucho es muy malo, por ejemplo Cincuenta sombras de Grey es basura, porno para mamás” (Mora, 2013). Esta deslegitimación de los consumos culturales de las mujeres no es novedosa, sino que se inscribe en una larga tradición que define a ciertos productos como “basura” (literatura erótica de masas, telenovelas, música romántica, revistas femeninas, etc.), y presenta a las mujeres que los eligen como un todo homogéneo que carece de gusto y parámetros de calidad. Identificar estos libros como “porno para mamás” implica suponer ingenuamente que el romance es el pretexto “para envolver al sexo en el papel rosa de los sentimientos” (Illouz, 2014, p. 50). Illouz cuestiona esta interpretación y considera que el sexo es un componente diferencial de la obra y que su éxito editorial pone en escena un proceso en el cual las mujeres modernas han quedado atrapadas entre la libertad sexual y la vigencia de la estructura de la familia tradicional, vaivenes que la trama muestra a medida que se desarrolla la historia.
Debido al éxito de su comercialización y al cúmulo de controversias que suscitó, la saga despertó un interés académico en distintos países. Inzunza-Acedo (2015) realizó en Monterrey, México, más de 500 entrevistas y grupos focales con varones y mujeres para indagar en sus construcciones del amor romántico. La mayoría de sus informantes no vieron violencia o misoginia en los libros y destacaron la libertad que tenía Anastasia para elegir seguir o no en esa relación. Enguix y Núñez (2015) analizaron las participaciones en el foro Confiesatussombras, que suponen mayoritariamente femeninas, creado por la editorial que publicó la trilogía en español para activar su difusión. Los hilos de conversación del foro son puestos en el contexto de sexualización de la cultura y postfeminismo, y si bien los autores reconocen la existencia de cierta transgresión sexual, consideran que la historia da cuenta de un: “conservadurismo contradictorio que aparenta interrogar los límites sexo-amorosos de las sociedades contemporáneas cuando no hace más que reproducir viejos esquemas revestidos de sexualidad explícita. Con ello, reafirma la heteronormatividad obligatoria, la estabilidad de los significados de género y las fronteras de las conductas legitimadas, asumiendo unos ideales sexo-amorosos típicos de la novela inglesa del XIX” (Enguix y Núñez, 2015, p. 71).
Angaramo y Van Der Donckt (2015) también estudiaron el foro Confiesatussombra y encontraron que las participantes definían la lectura de los libros como un intenso momento de placer individual y que en la trama encontraban un repertorio de indicaciones ante la incertidumbre de las relaciones amorosas actuales. La importancia de la sinceridad, la comunicación y la negociación en la pareja eran rescatadas por las propias fans como claves para utilizar en sus propios vínculos.
Otras lecturas, en cambio, focalizaron más en las nuevas exigencias de autorregulación y autodisciplina de la sexualidad femenina en la agenda neoliberal. Pujol Ozonas y Esquirol (2014) advirtieron que mientras la comercialización de la sexualidad femenina pareciera democratizar su representación y vivencia en el espacio público, en el fondo normativizaba la experiencia y la volvía una mercancía. Por su parte, Attwood y Walters (2013) advirtieron que la trilogía alimenta expectativas sexuales irreales o de un tipo de radicalidad sexual que no coincide con lo que sucede en la práctica. Lo que producía la saga, de acuerdo a Dymock (2013), era la comercialización de lo no normativo y la domesticación de la perversión bajo el matrimonio. A su vez, si la introducción de elementos del universo BDSM implicaba algún tipo de transgresión, la misma quedaba, según Dymock (2013), bajo las reglas de la comercialización de lo normativo mientras que el final de la historia entre Grey y Anastasia representaba la “domesticación de la perversión” bajo la figura del matrimonio.
Deller y Smith (2013) analizaron las opiniones de 81 lectoras y dos lectores -según su propia definición de género- volcadas en una encuesta alojada en la web de la Universidad británica de Sheffield Hallam en el verano de 2012, en la que preguntaron sobre las motivaciones para leer la saga, opiniones sobre los libros, la vida sexual de las lectoras/es y los modos de lectura. Con esta metodología, encontraron que muchas mujeres leían los libros porque tenían la necesidad de participar de la conversación social sobre el fenómeno y porque hallaban atractivo en los elementos sexuales y de romance de la trama. Estas autoras tienen una visión más positiva sobre los efectos de las Cincuenta sombras que las que antes referenciamos. Por ejemplo, les parece importante resaltar lo subversivo de leer material erótico en público -aunque muchas lo hayan hecho en soportes digitales- y la posibilidad de discutir también públicamente sobre prácticas sexuales y hacer que el placer femenino devenga un tópico aceptable. En el citado artículo una de las referencias centrales es Radway (1984) y su ya clásico análisis sobre el modo en el que las mujeres de una pequeña ciudad de Estados Unidos leían literatura. Allí, ella advirtió que esos textos reproducían modelos de feminidad y masculinidad basados en parámetros clásicos: los varones eran fuertes, fríos y distantes; las mujeres sensibles, dulces y comprensivas. Estas últimas devenían heroínas cuando intentaban cambiar el corazón rudo del varón por uno tierno y afectuoso, leimotiv también de Cincuenta sombras. Pero su estudio no quedó allí, su interés era el uso de esos textos, se preguntaba por qué eran exitosos y para saberlo interrogó a las lectoras.
Su apuesta metodológica puso en tensión algunas creencias frecuentes que sostenían que estos consumos confinaban a las mujeres al espacio de lo doméstico y constituían un placebo para sus disconformidades cotidianas. Su trabajo mostraba, en cambio, que estas amas de casa, de clase media urbana en Estados Unidos de los ochenta, concebían la lectura como una actividad de protesta, una declaración de independencia respecto de las demandas domésticas y de su entorno familiar. Así llegó a la conclusión de que la lectura de la novela romántica habilitaba para algunas mujeres caminos de transformación personal, al motivarlas a defender sus elecciones, su tiempo personal, su derecho al placer. Y, al mismo tiempo, advirtió tempranamente sobre la relevancia que deberían tener estas experiencias para los estudios de género y feministas, si se buscaba ampliar la comprensión sobre las distintas manifestaciones de la autonomía (Justo Von Lurzer y Spataro, 2016).
En ese sentido, poner el acento en las continuidades entre Cincuenta sombras y una obra literaria del siglo XIX como plantean Enguix y Núñez (2015), o la domesticación institucional de la transgresión en el matrimonio de los protagonistas como sostiene Dymock (2013), deja de lado un conjunto de experiencias a las que sí acceden Deller y Smith (2013), al interrogar directamente a las lectoras, camino que recorreremos en el próximo apartado. Por último, cabe destacar que la mayoría de los trabajos citados describen el escenario de sexualización de la cultura y postfeminismo con referencias similares entre sí y con nuestro propio mapa conceptual, lo que confirma que tales características responden a un escenario compartido en Occidente.
Cincuenta sombras en la Argentina
Agenda feminista local y repercusiones mediáticas
Para ahondar en las modalidades de recepción del fenómeno de las Cincuenta sombras en la Argentina, es necesario describir antes algunos aspectos del escenario local en términos de políticas y relaciones de género que se vinculan con elementos de la trama como son los vínculos entre el amor romántico y la violencia de género, y las definiciones de autonomía y liberación sexual de las mujeres. En la Argentina contemporánea, lo que feminismos de distinta base (materialista, socialista, peronista, queer, liberal) comparten, es la lucha por la legalización del aborto, la denuncia de los feminicidios y la violencia de género, y la demanda de acción concreta, sistemática y urgente por parte del Estado sobre estos temas. Esta agenda puede darse interrelacionada, por ejemplo, cuando el aborto ilegal es equiparado a un tipo de violencia de género que ejerce el Estado sobre las mujeres.
Frente a estas coincidencias, existen marcados desacuerdos a la hora de definir si el sexo comercial es otra de las manifestaciones de la violencia de género, en un debate que se da entre el “feminismo abolicionista” y agrupaciones de trabajadoras sexuales.2 Para el abolicionismo resulta imposible pensar que una mujer puede elegir libremente la prostitución mientras que las trabajadoras sexuales, muchas de ellas también feministas, defienden su derecho a decidir qué hacer con sus cuerpos (Morcillo y Justo von Lurzer, 2012; Morcillo, 2016). Esta disputa se vincula con algunos de los tópicos que pone en discusión las Cincuenta sombras, como son los modos de considerar la autonomía de las mujeres y el poder de decisión sobre sus cuerpos, la aceptabilidad de volverse sujetos sexuales que obtienen un rédito, un poder, a partir del intercambio sexual en un rol que se considera de sumisión.
Como parte de las denuncias contra la violencia de género, con fuerte epicentro en Buenos Aires y en las principales capitales provinciales, en junio de 2015, junio de 2016 (Rodríguez, 2015) y en octubre de 2016 se realizaron masivas movilizaciones contra la violencia hacia las mujeres bajo la consigna Ni Una Menos. La marcha de octubre de 2016 se acompañó con una huelga nacional de mujeres, que se repitió el 8 de marzo de 2017 como parte de un paro internacional de mujeres en al menos cuarenta países. En el contexto de preparación de la primera movilización de Ni Una Menos y el estreno de la primera película de la saga, Malena Pichot, una humorista argentina que aborda en sus producciones temas de género desde una posición feminista, escribió en su cuenta de Facebook sobre las Cincuenta sombras: “me cago en una historia sobre una mujer sin experiencia en el sexo que es estalkeada, atormentada y poseída por un tipo millonario y sádico […] Me cago en esta historia de mierda. Basta de hacer algo romántico de la esclavitud de la mujer, hay que luchar por la verdadera liberación […] en la vida real, las mujeres que tienen una relación como la de 50 Sombras de Grey, terminan muertas, en un refugio o escapando durante años” (República, 2015).
Frente a esta posición, que no cuestionaba las prácticas BDSM sino la historia de amor romántico y la relacionaba con la violencia de género, circuló por twitter, en junio de 2015, un mensaje que ponía en oposición la “película de moda” con la “campaña de moda”. La imagen contraponía el personaje de Enriqueta del dibujante argentino Liniers, que identificó a la primera convocatoria de Ni Una Menos, y un afiche publicitario de la primera película de la saga. El texto tildaba de hipócritas a quienes consumieran ese producto y luego se manifestaran contra la violencia de género; y definía al señor Grey y sus prácticas BDSM como “un machista que adora golpear a una mujer”.3 La comparación servía para deslegitimizar el consumo de las Cincuenta sombras y al mismo tiempo la movilización política de las mujeres.
En la prensa argentina se publicaron, para la misma época, otras opiniones que evaluaban más positivamente a las Cincuenta sombras y destacaban, por ejemplo, las amistades femeninas que surgían a partir del intercambio en las redes sociales y que proseguían personalmente en las presentaciones de estos libros y otros títulos de literatura romántica (Mantero, 2016). En otro artículo se le dio voz a las lectoras, quienes aseguraron que las Cincuenta sombras las había llevado a querer jugar y a procurar escapes de la rutina matrimonial (Sherer, 2015). Bajo el título, “Novela romántica ¿Placer culposo o feminismo por otros medios?”, se puso en discusión esta dicotomía a partir de las opiniones de las autoras de las novelas románticas más vendidas en el país (Marajovsky, 2015). Una de ellas, Lolita Copacabana, sugirió que si bien estos consumos son un síntoma de cierta necesidad de refugio o alivio, no necesariamente implican una concesión ideológica, sino más bien el retorno de algo reprimido: la diferencia que subyace a la exigencia de igualdad, “un espacio en donde bajar la espada y ‘gozar’ un poco con esa propuesta con ‘final feliz’”. Como remarcaba la periodista autora de esta nota, para algunas autoras entrevistadas la fascinación por estas ficciones no proviene tanto de la quita de poder a la mujer como de todo lo contrario: el empoderamiento se hace más claro por contraste, cuando se muestra y se escribe sobre su falta. Puesto de otra forma, hay que tener poder para cederlo. Como se afirmaba en otro medio, incluso aceptando que la trama terminaba siendo conservadora y que su máxima apuesta -considerada liviana- era volcar erotismo en el matrimonio, el éxito de la trilogía había posibilitado el encuentro entre mercado y literatura erótica de una manera novedosa (Bertazza, 2013).
Con una mirada más escéptica, en un artículo se opinaba que es “difícil saber si, cuando se deje de hablar deCincuenta sombras...como hecho comercial, el BDSM se haya instalado y convalidado como una práctica más, entre las tantas situaciones a las que recurren las personas en su intimidad. O acaso cierre en un círculo [...] De la narración se recordará que fue best seller y no mucho más a nivel literario” (Piotto, 2015). Sin embargo, en esa misma nota se reconocía que, “en todo caso, quedará un empoderamiento donde la sexualidad como herramienta de poder da señales de que el orden establecido se derriba cuando las personas eligen desde su libertad”.
En la vereda opuesta, la prensa local también difundió escritos en donde la asociación entre la saga y la violencia de género se hacía explícita. Por ejemplo, Sández (2015) se preguntaba: “¿En qué parte fue que la paliza se tornó ‘sexy’ y que la violencia -física, pero sobre todo psíquica- se volvió pasión de multitudes? […] Si hoy resulta que lo nuevo en materia de derechos femeninos es sonreír mientras te azotan hasta sangrar, estamos complicados”. Algo parecido expresaba Viola (2015) al repasar el contrato que transcribía el libro, con sus exigencias de dieta, ejercicio y depilación: “¿No es ésta una expresión bizarra y prêt à porter de la liberación femenina?” En el mismo sentido, una nota titulaba: “Afirman que las ‘Cincuenta sombras de Grey’ favorecen la violencia de género” (Clarín, 2013). En ella se presentaba una investigación realizada en la Universidad Estatal de Ohio, Estados Unidos, que sostenía que “tras hacer un análisis sistemático de la novela, las investigadoras detectaron patrones que los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades de Estados Unidos asocian a la violencia de género y a las reacciones que pueden sufrir las mujeres maltratadas, como el acoso, la intimidación, la soledad, y la violencia sexual”. Llamativamente un escritor polémico, conocido en el ambiente local por sus exabruptos sexistas también se quejó de la saga o más bien de lo que ellas dejaban ver: las Cincuenta sombras al tope de los rankings mientras Playboy desaparecía, un escenario en el cual las mujeres tomaban la posta y se diluía “la natural división entre los sexos”. Preocupado expresaba: “Sólo falta, para consumar la inversión de los sexos, que aparezcan el primer hombre preñado y la primera mujer segregando espermatozoides” (Hanglin, 2013).4
Algunas de estas críticas dan cuenta de la amenaza que los libros podían representar para una estructura patriarcal, movimiento que, por lo que vimos hasta ahora, pocos análisis feministas pudieron captar. De hecho, como opinaba una periodista aun asumiendo que se trata de un texto para “amas de casa sodomizadas”, el libro “al menos le sacó (literalmente) el polvo al género erótico y llevó la discusión sobre el sexo y la mujer a primer plano” (Gorodischer, 2012). Y según esta misma autora, descalificar al libro como “porno para mamás” “es una de las manifestaciones más políticamente correctas que ha adoptado últimamente la misoginia cultural”. Con esta afirmación, la autora tomaba una posición en el debate que genera el consumo de ciertos productos culturales por parte de las mujeres, discusión vigente en la Argentina, no sólo por el contexto más general que mencionamos respecto del movimiento de mujeres, sino también por las discusiones en torno al lugar de las industrias culturales en la configuración de las subjetividades.
Desde hace unos años es frecuente escuchar en seminarios, charlas, artículos académicos y periodísticos, y también en shows televisivos de alto rating, programas de radio e intervenciones de celebridades del espectáculo, preguntas del tipo: ¿mostrar mujeres con poca ropa en la televisión está relacionado con la violencia de género?, ¿las letras de reggaeton estimulan el feminicidio?, ¿las publicidades de productos de limpieza colaboran con el confinamiento de las mujeres en el espacio doméstico? Estas interrogaciones se vieron fuertemente alimentadas en los últimos años por razones diversas: la inclusión del enfoque de género en la formación en comunicación y periodismo, la visibilidad y peso del movimiento de mujeres y del movimiento feminista, la consolidación de un lenguaje de derechos humanos que surgió con fuerza a partir de la recuperación de la democracia y se instaló culturalmente durante los gobiernos kirchneristas (2003-2015), la creación de organismos públicos de control y denuncia, y el debate y promulgación en el 2009 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Ley 26.522).
En términos de género, el artículo 5 de esta ley señala a la violencia mediática como una de las modalidades de ejercicio de la violencia de género. Esta aseveración, que estaba también presente en la Ley para prevenir sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres del 2009 (Ley 26.485), reactivó las preguntas sobre qué tipo de contenidos e imágenes se consideraban violencia. Además, llevó a preguntarse qué posición tomar cuando eran las propias mujeres quienes defendían el consumo de una programación que incluía contenidos sexistas y discriminatorios (Justo von Lurzer y Spataro, 2016; 2014). Sandra Chaher (2017) explica que en la crítica a estos consumos no hay intención de descalificar a las mujeres sino de denunciar que hay allí una violación de convenciones sobre derechos humanos. Se trata de comprender que “tanto medios de comunicación como audiencias, Estados y sociedad en general somos parte de culturas patriarcales que han construido prácticas sexistas y discriminatorias durante milenios y cuya toma de conciencia y eventual transformación es indudablemente un proceso complejo, con múltiples aristas. Es decir, se trata de una mirada más holística y compasiva del tema la que tenemos desde el feminismo”. Al evocar la “compasión” surge una mirada piadosa que mientras expone que no es su intención invalidar los gustos de ciertas mujeres, al justificarlos en estos términos no evita establecer un juicio y diferentes niveles de concientización.
Así, la tendencia a la polarización de las intervenciones plantea una dicotomía: las industrias culturales son meras reproductoras de la violencia hacia las mujeres; o su reverso, son el camino a la liberación de todas las desigualdades de género. Consideramos que estos posicionamientos obturan el debate y, en la mayoría de los casos, suelen establecer sentencias muy alejadas de las experiencias de quienes consumen estos productos. Advertidas de estos riesgos, en el próximo apartado nos detendremos en los sentidos que tejen las mujeres alrededor de las Cincuenta sombras en el ámbito local.
Mercado y lectoras
El estreno de la primera película se produjo el 12 de febrero de 2015, a dos días de una fecha estratégica para el mercadeo del amor. Así lo describía un diario argentino: “desde ositos de peluche que portan esposas, y vendas de seda para los ojos, hasta juguetes sexuales, corpiños de cuero, lubricantes. Con el estreno pautado estratégicamente cerca del 14 febrero, Día de los Enamorados o de San Valentín, parece que todas quieren tener un regalo inspirado en Cincuenta sombras de Grey” (Maestrutti, 2015). Esta convivencia no disruptiva de un peluche y los juguetes sexuales es un indicador, tal como sostiene Martin (2013), de una de las posibilidades que abrió la trilogía: comercializar una serie de productos de BDSM construidos como divertidos, de moda y excitantes, en vez de extremos, marginales y peligrosos.
En General Pacheco, en la zona nordeste de la provincia de Buenos Aires, en un elegante centro comercial, se encuentra el local “Anastasia” que vende lencería de uso cotidiano, y también erótica, de estilo sexy y sofisticado. El nombre del local y el hecho de utilizar un antifaz como logo no fueron elecciones azarosas sino parte de este fenómeno que venimos describiendo. Una de las encargadas del local, a quien conocimos en un evento para mujeres realizado en un club náutico cerca de donde se ubica la tienda, en agosto de 2016,5 nos explicó su estrategia de venta. En las estanterías colocaban perfumes y aceites para masajes y si una clienta preguntaba para qué servía o le pedía alguna prenda sexy, ella le ofrecía “algo más” o como dice el logo de la marca: “otras cositas”. La idea era no poner juguetes sexuales a la vista para no intimidar a sus posibles compradoras, combinar la transgresión con el disimulo. La página web del negocio sigue esta misma lógica: una solapa de lingerie y una especial de “línea sexy”, con la palabra hot superpuesta y resaltada en rosa. Otras solapas ofrecen productos de cosmética, ropa deportiva, ropa de dormir y bajo un misterioso “algo más…”, al clickear aparecen aceites, antifaces, vibradores, esferas de ejercitación del suelo pélvico -bolas chinas- y también, dado que como ya dijimos se ha instalado la idea de que “el sexo es salud”, la copa de silicona reutilizable que contiene el sangrado menstrual.6
Esta oferta de juguetes sexuales y lencería sexy, de crecimiento vertiginoso en el mercado local, responde como ya dijimos a un fenómeno de sexualización de la cultura y una sensibilidad postfeminista que une liberación sexual femenina con empoderamiento (Felitti, 2016). Cursos de seducción, striptease y burlesque (Elizalde y Felitti, 2015), talleres de masajes eróticos -fórmula elegante para nombrar una capacitación en masturbación masculina- (Felitti, 2017) junto con la posibilidad de tener un book de fotos eróticas propias y simular por unas horas ser una modelo de la revista Playboy, son parte de los consumos de mujeres de sectores medios de diferentes edades, formaciones y situaciones sentimentales, que buscan optimizar las performances sexuales para conquistar nuevos amantes y/o mantener el deseo en el marco de las parejas monógamas. En una sesión de fotos eróticas analizada en otro trabajo (Felitti, 2015), una de las consignas fue jugar el rol de secretaria, una serie de tomas con falda, camisa, lentes y cabello recogido para luego ir desarmando el personaje rígido y terminar con poca ropa o ninguna. Varias de las asistentes eligieron llevar un fuste en la mano y desplegar la fantasía de la empleada bajo las órdenes de un jefe, pero dominatrix en el sexo, otro guiño al fenómeno de las Cincuenta sombras aunque en un rol de sumisión/dominación inverso.
Dentro de estas ofertas de capacitación sexual, el éxito editorial de las Cincuenta sombras dio lugar a una demanda muy concreta: cursos vinculados específicamente a prácticas BDSM. Manuel es practicante de BDSM desde hace más de una década, ronda los 50 años, y casi por el mismo tiempo ha sido instructor, primero informalmente en las comunidades virtuales BDSM a las que pertenecía, compartiendo su experiencia con “novatos” y, desde hace seis años, dicta talleres sobre bondage, shibari (ataduras), disciplina, needle play7 y dominación/sumisión. Una amiga suya, fundadora de una “escuela de sexo” de Buenos Aires, fue quien notó en sus propios cursos que las mujeres que habían leído los libros tenían interés en conocer más sobre el BDSM, curiosidad incentivada también por la prensa que, en sorna, presentaba casos de parejas “rescatadas por bomberos” en medio de prácticas inspiradas en la saga (CNN, 2015). Así fue como en 2013 ofreció el curso “Cincuenta sombras llevadas a la realidad”, un encuentro de aproximadamente tres horas un sábado por la tarde, que luego repitió según la demanda. Su público fue femenino, en una franja etaria amplia que él define entre “18 y 80 años”. Allí Manuel compartió los modelos de contratos que firma con sus sumisas8 y la check list de actividades que pueden realizarse en la sesión (encuentro sexual): “no es saber qué te va a pasar sino marcar tu zona de confort, qué es lo que más te gusta, que es lo que nunca probaste y querés probar, qué es lo que te hace sentir más cómoda y qué no, a dónde queremos llegar” (Manuel, entrevista de las autoras). Algunos de los ítems que allí pueden encontrarse son: incluir a terceros, tomar fotos o videos, tener sexo al aire libre, recibir beso negro, dar beso negro, tener sexo durante la menstruación, voyeurismo, tragar semen, enjaular a otro/a, ser encerrado/a, ser crucificado/a, crucificar a otro/a, etc. Esta lista invita a marcar con una cruz en dos filas “experiencia” e “interés” y las opciones en ambos casos son “mucha”, “algo”, “poco”, “nada”.
Esta lista es un tema que aparece con recurrencia en el primer libro de la saga, ya que Grey quiere explicitar las condiciones de los encuentros sexuales pero la firma del contrato no se concreta por la negativa de Anastasia, quien sigue sesionando con él, pero sin este acuerdo. En el relato de Manuel aparecen críticas específicas al modo en el que el libro representa a Anastasia. Le llama la atención que una mujer de 23 años pueda ser virgen y que se enamore inmediatamente de alguien por su apariencia, pero lo que le parece peor es el hecho de dilatar la firma del contrato ya que esto, contrariamente a lo que puede suponerse -Anastasia decide no firmar y se coloca en una posición de poder-, en el universo BDSM resulta una falta de seguridad grave para quienes participan de las sesiones.
En sus cursos Manuel enseña cómo usar un látigo, un flogger (un tipo de látigo con varias colas), cómo atar y con qué tipo de sogas, informaciones que, en sus palabras, permiten realizar las prácticas dentro de lo que llaman el SSC: sano, seguro y consensuado o sensato seguro y consensuado. Esto implica que ninguna actividad va a poner en riesgo la salud psíquica y mental de una persona y que todo lo que se haga debe haber sido consensuado: “si yo te ato es porque querés que te ate. Cuando yo ato y estoy solo con una persona, ato de manera que vos te puedas zafar, aunque asumimos que vos no te querés escapar y que no te va a ser fácil escaparte”. Pero, agrega: “lo que siempre explico en mis cursos es que a mí me puede agarrar un acv [accidente cerebro vascular] y vos no podés quedar atada a la cama o a una cruz para siempre”. Manuel sabe que muchas de estas cuestiones no aparecen con claridad en el libro de las Cincuenta sombras y por eso le parece importante reponerlas. Aunque no le parece un buen libro -leyó sólo el primero- en cuanto a su “calidad literaria”, ni tampoco una expresión fidedigna del BDSM, Manuel resaltó sus potencialidades con mucha certeza: “hay fantasías eróticas que son muy habituales, las que tienen que ver con la sumisión y el poder y que mucha gente no se permitía experimentarlas porque decía ‘si se me ocurre esto, está mal, soy un enfermo sexual’. Pero mucha gente, que se encontró leyendo un libro que no es de eso, pero que lo toca, de repente vio que [a] ella, la vecina y miles de mujeres en el mundo también les pasaba y sintieron: ‘entonces no estoy tan mal’”.
A su entender -que coincide con algunas opiniones hasta aquí presentadas-, la saga habilitó nuevas posibilidades para hablar más abiertamente sobre ciertas experiencias sexuales, muchas de las cuales no caían en el vacío: “ataduras, chirlos y cosas por el estilo, todos lo practicaron en sus casas alguna vez, aunque no sea BDSM. Y el que no lo practicó estuvo muy cerquita. Entonces el libro, tal vez, le puso un nombre y le permitió a mucha gente googlear qué era eso”. Esto no quiere decir que antes no existiera curiosidad o se dieran exploraciones personales en el área de la sexualidad; se trata más bien de señalar en qué medida la circulación de los libros, los debates sobre su contenido y los productos y servicios que comenzaron a comercializarse motivaron reflexiones y acciones en un sector social más amplio y en un marco de mayor aceptación.
Ya vimos que los argumentos del libro son considerados en algunos análisis feministas como reproducción del sexismo y la violencia de género, pero para muchas mujeres la trilogía de las Cincuenta sombras resultó una invitación para indagar sobre el propio placer, explorar otras prácticas y transitar otros circuitos. Paulina, de 34 años, cuenta, por ejemplo, que marcaba en el libro flechitas y comentarios con lápiz en aquellas prácticas sexuales que no conocía para buscar luego información al respecto en internet: “ah, me gustaría probar esto”, “ah, qué interesante esto”. Si bien, hasta el momento de la entrevista reconocía que aún no las había llevado a cabo, y que muchas le parecían demasiado distantes de su vida sexual actual, afirmaba que la lectura de los libros le había ofrecido una especie de “diccionario de términos nuevos”. Por su parte, Elisa, de 26 años, también señaló que el libro le “voló la imaginación en cuanto a lo erótico” y que, el estar narrado en primera persona, le permitió reflexionar sobre las historias amorosas y sexuales que había vivido. Ese recurso literario fue también para otras entrevistadas un contundente modo de interpelación.
Luciana, de 32 años, nos relató que el libro llegó a sus manos por recomendación de una amiga, situación que se repite con otras entrevistadas: Cincuenta sombras es un libro que circuló, sobre todo, de boca en boca entre mujeres que se entusiasmaron con su lectura y contagiaron su entusiasmo a otras. Cuando Luciana comenzó a leerlo no pudo parar: “si tenía cinco minutos en el trabajo, lo agarraba para seguir leyendo. Mi familia me cargaba, me decían que nunca había leído algo tan rápido.” Respecto al BDSM, ella no tenía ningún conocimiento previo del tema y algunos fragmentos la llevaron, como a Paulina, a buscar determinadas palabras en internet. En estos dos relatos queda en evidencia una de las pulsiones de la sexualización cultural hacia la exploración y, en ese sentido, podemos pensar a los libros como facilitadores de un tipo de educación sexual que se ofrece por fuera de las escuelas, en la industria cultural, los medios, e incluso en la pornografía. De todos modos, no fueron las referencias BDSM lo que más le llamó la atención a Luciana sino la historia romántica del chico lindo y rico y la chica común. En ese sentido, los libros son también parte de un nuevo tipo de educación sentimental, con mujeres que -como en las historias folletinescas de antaño- tienen menos poder económico que el varón protagonista pero que, hoy, saben negociar mejor sus condiciones, que no son engañadas para tener relaciones sexuales con falsas promesas sino que deciden explorar sus gustos y límites. Mientras leía los libros, Luciana trabajaba como vendedora en una dietética y junto con una compañera, también lectora de la trilogía, solían fantasear con que un señor Grey entrara a comprarles algo. En su casa leía los tomos y observaba de reojo a su marido, y padre de su hija púber, jugando con la Play Station y lo comparaba con el personaje. Para el momento de la entrevista Luciana ya estaba separada. En su relato no atribuye su decisión de separarse al libro pero no duda en afirmar: “el libro me abrió la cabeza. Me hizo darme cuenta de lo que quería y de lo que no.”
A la salida del trabajo, un jueves por la noche, ella y su compañera dejaron de lado la rutina semanal y fueron al cine a ver la película que ponía en protagonistas de carne y hueso la historia que las había hecho soñar. La difusión de los trailers de la película en febrero de 2012 le generó ansiedad, expectativa, deseo, al punto de comprar con más de un mes de anticipación las entradas para el mismo día del estreno. La psicóloga Eva Giberti analizó este fenómeno en esta línea: “Ir al cine a ver las Cincuenta sombras de Grey -no me refiero al argumento- es una sublevación contra la espera pasiva de modo que la tensión se apropia del propio deseo. Una tensión que habla del refinamiento erótico que se obtiene en el gozar de lo que no había sido habilitado hasta ese momento en el que se disponía de libertad sexual, cercana de lo erótico pero pudiendo ser ajeno” (Giberti, 2015).
La venta anticipada mundial fue un éxito y en el caso de la Argentina, de acuerdo a la empresa de cines Hoyts, solamente en la primera semana de preventa se comercializaron 21,000 entradas, cuando una película sumamente exitosa vende entre 15,000 y 20.000 tickets en las dos o tres semanas previas al estreno (El cronista, 2015). Para Giberti (2015) el hecho de ir al cine mostraba a una mujer “curiosa y anhelante”, que iba a buscar “la aparición de ‘otra cosa’ que no sea el orgasmo conocido, lo inesperado del goce en la intimidad silenciosa de una sala que autoriza que la propia mirada sea pública para recibir lo no sabido que no proviene sólo de la pantalla, está inscripto en el deseo de quien compró la entrada” (Giberti, 2015).
Jorgelina, de 34 años, señala que Cincuenta sombras funcionó como una “droga”: “el primer día que lo leí no pude parar, estuve todo el día con el libro y avancé hasta la mitad. Diría que terminé literalmente afiebrada”. Al terminar el primer tomo salió a comprar el segundo y luego el tercero. Ella establece una clara clasificación entre los libros que lee: están los libros “droga”, que son aquellos que no se puede dejar de leer, y los libros “norte”, aquellos que serían más complejos, menos comerciales, más “cultos”. Si bien disfruta de ambas series, reconoce que se obliga a salir siempre sólo con uno de cada uno de ellos, sino los “droga” tomarían todo su tiempo. ¿Y cuál sería el problema de ello? Tanto Jorgelina como el resto de las entrevistadas internaliza de manera profunda la crítica literaria que identifica a Cincuenta sombras como literatura de mala calidad, repetitiva y previsible. “Sé que no es el mejor libro del mundo pero...” es una frase que apareció de manera recurrente al comienzo de todas las entrevistas. Las críticas que suscitan las Cincuenta sombras no son ignoradas por las lectoras e incluso en algunos casos coinciden con sus percepciones. Sin embargo, el recurso condensado en la joven inexperta y el varón con larga trayectoria sexual es considerado por la mayoría de ellas como un estereotipo a pesar del cual -y no por el cual- eligen estos libros. Reconocen que este recurso no deja “bien paradas” a las mujeres pero resaltan la excitación y curiosidad que les provocaba la lectura de la saga.
Recordemos que las mujeres encuestadas por Deller y Smith (2013) sentían seguridad al poder leer una novela erótica en un medio de transporte público en un dispositivo kindle o similar. En la Argentina, en cambio, pocas personas en promedio cuentan con estos aparatos ya que son bastante costosos. Datos recientes indican que los libros electrónicos sólo representan el 2% del volumen de las ventas de libros, muy por debajo del 30% que ostenta Estados Unidos o incluso el 5% de España. Si bien más de la mitad de los argentinos lee al menos un libro al año, el valor más alto de América Latina, son muy pocos los que lo hacen en un eBook (Balmaceda, 2016).
Ante la escasez de soportes digitales en el ámbito local que ayuden al disimulo, Andrea negoció el pudor de otra manera: forró la tapa del libro para poder leerlo en el transporte público sin incomodarse. Ella tiene 64 años, es antropóloga, estudió “de grande”, está casada y asumió la responsabilidad de cuidar diariamente a sus nietos. En su relato aparecen coincidencias con lo que contaban las lectoras entrevistadas por Radway en los años ochenta: leer es un acto de independencia respecto de las demandas del hogar y la familia, en un contexto socio cultural que sigue explotando el tiempo de las mujeres para el sostenimiento del trabajo reproductivo y doméstico. El hecho de cubrir los libros para poder leerlos mientras viajaba en tren hacia la universidad, o en el colectivo por su barrio, tuvo que ver con el modo en el que una mujer de su generación juzgaba su propio placer por esta literatura: “yo llegué al libro porque me lo recomendó mi nuera, pero vengo de una generación que de repente si te permitías leer algo así no lo ibas a leer delante de nadie y menos lo ibas a publicar en Facebook ¡y ella lo hace! Ella y sus amigas. Eso me llamó la atención y a mí me pareció bárbaro.” En paralelo con ese pudor, Andrea se sintió interpelada, por primera vez, por un relato en donde aparecían experiencias sexuales vinculadas al poder y la sumisión, no porque no conociera otros libros con temáticas similares, sino por la masividad de la circulación. Otro ejemplo de esta circulación lo dio Gabriela, de 37 años, socióloga, casada y madre de un niño de cuatro años, cuando nos contó que fue su suegra quien le regaló el primer tomo y se lo recomendó especialmente.
Conclusiones
El éxito mundial de ventas de la trilogía de las Cincuenta sombras, de las dos películas ya estrenadas basadas en ella, y de los productos y servicios que se comercializan ligados a su marca y estética, deben pensarse como parte de un proceso de sexualización de la cultura que coloca al sexo en un lugar primordial de la agenda pública, junto con la diseminación de una sensibilidad postfeminista que se manifiesta en productos de la industria cultural en los que aparecen representaciones de mujeres que se empoderan a partir de su agencia sexual. En este artículo analizamos cómo había sido la circulación y recepción del fenómeno de las Cincuenta sombras en la Argentina; dimos cuenta del contexto local en materia de políticas de género para poder situar las discusiones generadas en la prensa local y entre algunas feministas sobre el argumento y sus efectos en la vida de las mujeres; las derivaciones del fenómeno en el mercado (ventas del libro y entradas de cine, de lencería y juguetes sexuales y de un curso de BDSM para lectoras de la saga); y las opiniones, valoraciones y experiencias de un grupo de trece lectoras.
Para explicar las controversias generadas en torno a la producción y circulación de este fenómeno y los efectos sociales de su lectura, presentamos algunas líneas de análisis de la academia internacional. En este relevamiento observamos que, en su mayoría, los trabajos sometieron a escrutinio los supuestos efectos liberadores de la trama y que pocas veces dieron lugar a las opiniones de las lectoras de las Cincuenta sombras. En general, la preocupación se colocó en dilucidar si la sexualización tiene el potencial de democratizar el discurso de la sexualidad o si sólo reduce el placer sexual a una performance mercantilizada (Attwood, 2009). La otra discusión, que se enfoca en las consecuencias de la difusión de una sensibilidad postfeminista que propone el empoderamiento de las mujeres a partir del consumo y del goce sexual, también encuentra en las Cincuenta sombras un buen ejemplo para retratar el peligro de confiar en un relato que habla de liberación sin conmover la base material y simbólica del patriarcado. Al comparar estas conclusiones con nuestros datos de campo comprobamos que existen elementos comunes que corresponden a las condiciones que las mujeres de sectores medios urbanos de los países occidentales comparten, pero también observamos particularidades que incidieron en la recepción de las Cincuenta sombras.
En la Argentina contemporánea el activismo feminista está concentrado en dos temas: la legalización del aborto y la condena y prevención de los feminicidios y de la violencia de género. A su vez, el monitoreo social y legal de las imágenes que presentan los medios de comunicación masiva reactualizan la discusión sobre lo que se considera violencia de género y también sobre la autonomía de las mujeres para elegir participar o no de consumos y producciones que incluyen contenidos sexistas y que aun así, son apreciados por ellas y considerados placenteros. En una línea similar se inscriben las discusiones sobre el sexo comercial entre el feminismo abolicionista que asegura que ninguna persona puede consentir su propia explotación y quienes consideran que la prostitución/comercio sexual puede ser un trabajo libremente elegido. Del mismo modo, si el “amor romántico” promueve la violencia de género y miles de mujeres no advierten que están consumiendo productos que las colocan en un lugar de vulnerabilidad y peligro, queda la compasión sororal y el denunciar lo que otras no pueden ver por sí solas.
A su vez, las discusiones relevadas en la prensa local muestran dos modalidades de crítica: la que se focaliza en las prácticas sexuales y con ese argumento deslegitima al BDSM equiparándolo a violencia, y la que deja de lado lo sexual para denunciar la historia de amor romántico con sus contenidos abusivos como causal de la violencia de género. Estas críticas también son usadas para deslegitimar al feminismo a partir de desacreditar las elecciones de las mujeres, como pudo verse en el mensaje que circuló por twitter y caracterizaba como hipócrita participar de Ni Una Menos y sentir agrado por la historia de las Cincuenta sombras.
A partir de las respuestas de las lectoras pudimos corroborar de qué modos el espíritu de experimentación y exploración que definen a muchas de las sexualidades modernas se ponía de manifiesto, por ejemplo, en el acto de marcar palabras para luego buscarlas en internet, al contratar un curso de BDSM y comprar una prenda de lencería o un juguete sexual que evoca a la saga. A su vez, muchas de estas mujeres dedicaron a la lectura un tiempo que sustrajeron a otras “obligaciones domésticas” y procuraron un momento para ir al cine a ver la primera película basada en el libro, comprando la entrada con bastante anticipación. Una de las entrevistadas fue contundente y afirmó que el libro le había abierto la cabeza, y colocó esta frase en la misma cadena de causalidades de su separación de pareja. Otra retrató su agencia al contar que se había animado a leer el libro en el transporte público sin dejar de advertir que antes había tenido que forrarlo para evitar sentirse incómoda. Este gesto de negociación también lo mostraban otras cuando se veían en la necesidad de aclarar con insistencia que habían dejado de lado la “calidad” de los libros para dejarse llevar por el placer y la curiosidad que les despertaba la trama.
Estos testimonios, junto con algunos de los estudios académicos citados -como el clásico de Radway (1984) y el más reciente de Deller y Smith (2013)- y algunas notas de opinión periodísticas, nos invitaron a preguntarnos por los modos en los que comprendemos la autonomía de las mujeres y los caminos que se consideran “correctos” para alcanzar la liberación femenina en todos los aspectos vitales, incluido el sexual. Sin duda, la formación académica y la militancia son una vía para ello, pero no la única. Millones de mujeres en el mundo se permiten la interrogación sobre su propio placer y libertad de la mano de la cultura de masas y no necesariamente de una lectura atenta de los textos clásicos del feminismo o a partir de la toma del espacio público para demandar sus derechos.
Puede que estos consumos generen en algunas académicas y activistas poca empatía pero sus prácticas no son menos sintomáticas de las transformaciones en materia de géneros y sexualidades de las últimas décadas. Además, sabemos que varias de las lectoras de las Cincuenta sombras, espectadoras de las películas y consumidoras de lencería erótica y juguetes sexuales, se reconocen como feministas y/o han participado de las multitudinarias convocatorias de Ni Una Menos. Se trata entonces de entender de manera más compleja la relación entre configuración de feminidades y la cultura de masas, entre los feminismos y las mujeres, reconociendo el valor de sus opiniones y experiencias.
Lectoras de las Cincuenta Sombras
Andrea, CABA, septiembre 2015.
Elisa, CABA, marzo 2015.
Gabriela, CABA, febrero de 2017.
Jorgelina, CABA, mayo 2015.
Luciana, CABA, junio 2016.
Paulina, CABA, septiembre 2015.