Introducción
La vigilancia social sobre el cumplimiento de los mandatos que configuran la identidad de género de los hombres es rigurosa y se extiende a lo largo de la vida; eludirla es una tarea que enfrenta grandes resistencias porque es parte constitutiva de la subjetividad e intersubjetividad vivida por los hombres de manera individual y colectiva. Los mandatos de la masculinidad difícilmente se flexibilizan porque se construyen bajo criterios binarios. Un elemento clave de la identidad masculina es el trabajo (Fuller, 2002; Gutmann, 2000; Jiménez Guzmán y Tena Guerrero, 2007; López Gallegos, 2008; O'Donnell y Sharpe, 2000; Olavarría, Benavente, y Mellado, 1998; Salguero Velásquez, 2007). Como se ha mostrado con anterioridad (Ramírez Rodríguez, 2006), algunos hombres lo conciben como “una religión”, “una terapia de la mejor”, “un gusto”, un imperativo (“Debo ir [a trabajar], y voy a ir, voy a ir…”), porque genera seguridad, autonomía, bienestar, satisfacción, autoridad, legitimidad, entre otras. La vida misma de los hombres se teje alrededor del trabajo y las condiciones de desempleo o subempleo han tenido efectos notables sobre ellos en distintos momentos y en diversas sociedades (Collinson y Hearn, 2005; Jiménez Guzmán y Boso, 2012; Jiménez Guzmán y Tena Guerrero, 2007; Kaztman, 1991; Morgan, 1992; Narayan, 2000; Rodríguez del Pino y Marín, 2011), porque impacta en los mandatos de la masculinidad como los de ser proveedor, protector, autoridad y guía de la familia. Estos mandatos están fincados en el aporte monetario derivado del ingreso producto del trabajo. Cuando los hombres enfrentan el desempleo/subempleo de manera temporal o permanente se observan tres reacciones más o menos definidas: se viven como seres incompletos, emasculados, que no cumplen con su papel social básico y pueden sufrir una serie de problemas de salud mental; se evaden, desaparecen, huyen de sus familias e incluso optan por el suicidio porque se torna insoportable la autorecriminación y el fracaso por no estar a la altura del estándar social de género impuesto de manera colectiva y asumido de forma individual; aprovechan para estrechar los lazos con sus hijos e hijas porque cuando tenían empleo no les era posible una convivencia cercana (Burín, 2007; Hearn et al., 2002; Narayan, 2000). Se experimenta dolor, tristeza y ansiedad por la pérdida del empleo, pero también por la incertidumbre y dificultad para conseguirlo; vergüenza ante sus hijos, su pareja, sus parientes, vecinos y redes sociales al asumirse como un “mantenido” o “mandilón” (sujeto a la mujer). Los hombres se esconden para que no los vean en casa cuando “deberían” estar trabajando, aparece el miedo a ser cuestionados por la situación que viven, no la comentan para evitar ser estigmatizados (López Gallegos, 2008) y ser objeto de comentarios mordaces e irónicos, ser catalogados como desobligados, flojos, “güevones” (flojo, perezoso). Las emociones se reconocen, se experimentan, pero no se comparten, existe una dificultad para su expresión. En situaciones extremas, algunos hombres llegan a manifestarlas, pero se autocritican, se autocensuran, como sucede con los migrantes deportados que viven a la “intemperie” social y emocional (Lara San Luis, 2012).
Las emociones son un campo de estudio multidisciplinario y multimetódico. El estudio de las mismas abarca desde los planteamientos neurofisiológicos hasta los de orden social, cultural y filosófico, pasando por los distintos acercamientos de la psicología y el psicoanálisis (Turner y Stets, 2009). Desde una perspectiva constructivista, es necesario entenderlas como portadoras de significados e interpretaciones dependientes del contexto social y cultural que las define, y modela la manera en la que deben ser experimentadas, las circunstancias, los momentos y la intensidad con la que deben expresarse, (re)creándose en las interacciones intersubjetivas y en las relaciones sociales (Rodríguez Salazar, 2008). Entonces, se pueden identificar dimensiones como su origen, porque están sujetas a la definición social; la temporalidad, si son de corto o largo plazo, y la propiedad acumulativa por las relaciones pasadas y porque anticipa futuras relaciones. Describir y diferenciar las emociones requiere que se identifiquen las sensaciones corporales que producen, las formas en las que se expresan gestualmente, a qué acciones incita la situación social en la que surgen y la cultura donde se enmarcan; aprendemos un vocabulario específico para cada emoción, así como las normas, valores y creencias acerca de ella (Gordon, 1990; Le Breton, 2009).
Si bien las aproximaciones a la descripción y a la comprensión de las emociones pueden ser múltiples, Harré (1986) considera que el punto de partida pertinente es la identificación del repertorio emocional, porque es una ventana para reconocer los condicionamientos morales a los que están íntimamente vinculadas, así como la función social que juegan. El repertorio emocional o vocabulario emocional ―que aquí utilizaré como sinónimo―, se refiere a las palabras y a los términos que se utilizan para identificar emociones, por tanto:
es un elemento comunicativo que se manifiesta a sí mismo y a la otredad; en consecuencia, requiere de un lenguaje propio;
tiene reglas establecidas que hay que conocer para describirlas y analizarlas;
está compuesto por unidades suficientemente distintas, cuando se refiere una emoción, parecería que no da lugar a confusión o ambigüedad, sino que existe especificidad;
refiere y define situaciones y describe procesos, no sólo reside en la mente, que se traduce, en una palabra, en una etiqueta;
consiste no sólo en palabras emocionales tratadas como grupos o conjuntos de ideas etnoteóricas, sino como acciones o prácticas ideológicas;
implica experiencias comunes compartidas por muchos miembros y en espacios específicos (por ejemplo, la familia y el ámbito laboral);
está centrado en aspectos significativos de la interacción social, como las relaciones de pares, familiares y laborales (Gordon, 1990; Lutz, 1998; Perinbanayagam, 1989).
Si las emociones son sentidas, entendidas, expresadas y transformadas en actos, se deben distinguir por tipos y grados, y, por tanto, son un repertorio emocional amplio o restringido influido por el contexto sociocultural que favorece su aprehensión. La apropiación entraña una enseñanza, una socialización que establece los límites y el control sobre ellas, qué sentir y cómo sentirlas, y los lugares propios para expresarlas. Por ejemplo, la cultura protestante se basa en principios como “moderación”, “control” y “disciplina” en la vida, lo que incluye las emociones (Perinbanayagam, 1989). Como lo menciona Enríquez Rosas, “sociedades pueden desarrollar una riqueza de lenguaje para enfatizar las emociones culturalmente valoradas, pero también para prevenir sobre aquellas que pueden ser peligrosas y que deben ser controladas y reguladas” (2009, p. 212).
Los términos, las palabras y las metáforas con las que se describen las emociones no se adquieren en un diccionario, impregnan las relaciones sociales y es ahí donde se aprehende su significación desde la infancia al ver que en el entorno familiar las expresan, las modulan, las alientan o las reprimen. Las significaciones que rodean las emociones, por medio del vocabulario, son vehículo para adquirir un conocimiento cultural más grande que engloba a la vez los conceptos y las puestas en juego de la emoción (Lutz y White, 1986). Durante la infancia, entre los dos y los cinco años de edad, se integra un vocabulario coherente, suficientemente significativo para manifestar las vivencias. El espacio familiar, como ámbito de socialización primaria es fundamental en la adquisición del vocabulario, pero no el único (Berger y Luckman, 2011; Le Breton, 2009). Los espacios de socialización secundaria también impactan en el repertorio emocional, como son los ámbitos escolares, laborales, recreativos y de ocio, deportivos y religiosos, entre otros.
Estudios de género sobre los hombres, han mencionado el control emocional que ejercen en sus vidas como elemento identitario (Kaufman, 1994; Seidler, 2000). Incluso, existe en el imaginario colectivo una concepción binaria sobre la relación entre las emociones y el género, atribuyendo a las mujeres la emocionalidad y a los hombres la racionalidad (Lutz y White, 1986). Un número todavía limitado de estudios han empezado a mostrar la importancia de las emociones, como un espacio específico en las prácticas y en los significados que sobre éstas asumen los hombres en distintas facetas de su vida cotidiana (Ramírez Rodríguez, Gómez González, Gutiérrez de la Torre y Sucilla Rodríguez, 2017). Se ha señalado al miedo como una emoción importante en la construcción de distintas configuraciones de masculinidad, asociado éste al desempeño en los distintos espacios de relación social, ejemplo de ello es el temor al fracaso y el miedo a establecer relaciones de intimidad con otros hombres que se traduce en homofobia (Kaufman, 1994; Kimmel, 1997; Lancaster, 1992; Ramírez Rodríguez, 2014; Seidler, 2000). Otro ejemplo es el miedo asociado a la migración motivada por la búsqueda de mejores condiciones de vida y oportunidades laborales, éste se amalgama con la ansiedad, la nostalgia y la esperanza (Montes, 2013). Los hombres que entran en una condición de desempleo experimentan la tristeza por la pérdida de la posición social, por el fracaso personal al no cumplir con el estereotipo duro, viril, proveedor, autosuficiente e independiente. El no trabajo se asocia a la humillación porque pierden poder, autoridad y prestigio (López Gallegos, 2008). En estas condiciones, de desempleo de los hombres, las mujeres son las que trabajan generando en ellos respuestas diversas, sensaciones autodestructivas: “Ya no valgo para nada” (Rodríguez del Pino y Marín Traura, 2011).
Ramírez Rodríguez, Gómez González, Gutiérrez de la Torre y Sucilla Rodríguez (2017), en su estudio sobre la producción científica que relaciona hombres, masculinidades y emociones que abarca el período 1985-2016, no encontraron algún trabajo orientado a identificar el vocabulario emocional utilizado por hombres. Esto hizo que me cuestionara: ¿qué tan amplio es el vocabulario emocional empleado por hombres en un contexto sociocultural y en condiciones específicas? Si bien las emociones forman parte de todas las relaciones sociales que se establecen, existen dos núcleos que vertebran la vida de los hombres: el trabajo y la familia. ¿Cuál es el repertorio emocional que está asociado a estos dos mundos de su vida cotidiana? Para responder a esta pregunta, presento parte de los resultados de un estudio más amplio que trata el vínculo entre las emociones y las trayectorias laborales y familiares de hombres en condiciones de desempleo (en curso o en un período reciente). El objetivo de esta comunicación es identificar las emociones relacionadas de manera general con las trayectorias laborales y familiares y conocer si existen diferencias al referirlas.
Precisiones metodológicas
La temática que se aborda en esta investigación reviste retos metodológicos y técnicos particulares. Como he mencionado, las emociones, en general, se asocian a la feminidad y, por tanto, al explorarlas entre los hombres, generalmente se niegan, se ocultan, se reprimen, se transmutan; las emociones se tornan escurridizas, son elusivas y se dificulta su aprehensión. La estrategia metodológica utilizada partió de generar un espacio de intimidad donde los hombres no se sintieran cuestionados, amenazados, ni juzgados, sino construir lazos de confianza que alentaran la exposición narrativa de sus vivencias y de sus emociones, en relación con dos de las instancias de mayor significación para ellos: el trabajo y la familia. Se planteó un acercamiento dialógico reflexivo (Salzman, 2002), porque las emociones no son tema de conversación cotidiana entre los hombres. La reflexividad implica tanto al sujeto que se posiciona como generador de información como a quien la recibe y que conjuntamente develan y elaboran discursos y narraciones que dan cuenta del objeto investigado (Kleinsasser, 2000; Macbeth, 2001). El acto de reflexionar es un elemento constitutivo de la entrevista entendida como proceso. En varias ocasiones, la respuesta a los cuestionamientos planteados no había sido identificada, pensada, o analizada y es ahí, en ese proceso, donde los hechos se reconocían y se empezaban a hilvanar para ser nombrados, descritos y significados.
La inclusión de la temática del trabajo fue un elemento del que se obtuvo ventaja. En general, entre los hombres no hay restricción alguna para hablar sobre ello (Ramírez Rodríguez, 2005); esto allanó la generación de lazos de empatía y confianza. Alrededor del trabajo se entrelaza la vida misma, salieron a relucir una diversidad de aspectos que pudieron encaminarse a la experiencia emocional y a las relaciones que se tejen a través de ella. Se previó un proceso de acercamiento progresivo, cuidadoso y respetuoso de los tiempos que requeriría el propio sujeto participante en la investigación para disponerse a compartir su vida íntima; esto se tradujo en dos entrevistas y encuentros informales previos. La entrevista única en general aporta la convención normativa, formal, el discurso políticamente correcto que necesita transitarse para llegar a contenidos que revelen las experiencias que tensionan la norma, que la contradicen. Esto requiere paciencia, tiempo y de encuentros repetidos.
Recurrí a entrevistas en profundidad (Bernard y Gravlee, 2015; Taylor y Bogdan, 1996) con un enfoque biográfico para reconstruir las trayectorias laborales y familiares, así como las emociones surgidas en éstas. Se identificaron formas de manifestación, mecanismos de transmutación, agentes de regulación, espacios de expresión y/o restricción emocional y el vocabulario emocional (Gordon, 1990; Perinbanayagam, 1989). Este último es el que describo y analizo en las siguientes secciones.
La población participante fue de 14 hombres residentes de la zona metropolitana de Guadalajara, con edades entre los 21 y 46 años, en condición de desempleo o que habían cursado por un período reciente de desempleo formal, unidos al momento de la entrevista y con al menos un/a hijo/a. Se usan nombres ficticios para preservar el anonimato de los participantes.
Estrategia de búsqueda de participantes
Se acudió a distintas agencias de colocación de empleo, a las cámaras empresariales y al Servicio Nacional de Empleo (SNE); al Centro de Reflexión y Acción Laboral, A. C. (CEREAL); a un sindicato de transportistas que estaba en conflicto con la empresa por cerrar operaciones, y a una feria del empleo. De entre ellas, se conoció a hombres en búsqueda de empleo, pero fue del SNE y del CEREAL de donde se tuvo participación en las entrevistas. Se aplicó una encuesta de tamizaje para identificar su perfil. En caso de cumplir con los criterios establecidos, se les explicaba el propósito del estudio, sus etapas y se les invitaba a participar. Si aceptaban, se les entregaba por escrito toda la información y se acordaba una fecha para iniciar las entrevistas en el lugar, día y hora, lo más accesible para cada participante. El nivel de aceptación fue alto y el de deserción también. Una vez que aceptaban participar en las entrevistas, acudían a la cita hasta en tres ocasiones. Si ellos no se presentaban, se daba por concluido el caso. Con esta estrategia se consiguió la participación de siete hombres. Otra opción fue dar a conocer la investigación en un programa de radio para invitarlos a participar, además se buscó entre conocidos. Esta segunda estrategia favoreció la incorporación de otros siete hombres.
La entrevista estaba prevista para llevarse a cabo en dos sesiones de entre una hora y hora y media cada una aproximadamente. Con once hombres se tuvieron encuentros en dos sesiones de entrevista, con dos hombres en una sola sesión y con un hombre en tres sesiones. El tiempo acumulado total de las entrevistas fue de una hora y cinco minutos la más breve, y de cinco horas con treinta minutos la más extensa.
Las entrevistas incluyeron los siguientes ámbitos temáticos:
genealogía: recupera información sobre la estructura de la familia de origen y la actual, así como la escolaridad, actividades que desarrollan y la movilidad residencial;
familia de origen: relaciones con y entre los miembros de la familia de origen, así como normas que regían tales relaciones;
escolaridad: apoyos, dificultades, logros, experiencia escolar y convivencia con compañeros (pares);
historia laboral: experiencia laboral (empleo y desempleo), proceso de ingreso, permanencia, cambio, pérdida del empleo. Los significados, apoyos, logros, dificultades en el desarrollo del trabajo y repercusiones en las relaciones familiares;
pares: relaciones con otros hombres y mujeres, amigos, compañeros, familiares y grupos con quien haya mantenido relaciones en términos de pares, de acuerdo con el ciclo de vida y espacios de convivencia laboral, religiosa y deportiva;
recreación: actividades y tiempos para la recreación;
responsabilidades y derechos: respecto de la pareja, hijos, hijas, familia de origen;
aporte y distribución del ingreso: participación en el aporte de ingresos y uso del dinero en la familia y particularmente en relación con la pareja;
relaciones de pareja: formación de la pareja y proceso que se ha seguido en la relación respecto al afecto, situaciones de tensión y toma de decisiones;
gobierno de la familia: formas del ejercicio de la autoridad del varón respecto a los integrantes de la familia. Situaciones de conflictos y sus soluciones;
cuidado y crianza de los/as hijos/as: acompañamiento en el proceso reproductivo, cuidados de salud, tareas escolares, manifestaciones afectivas;
actividades domésticas: responsabilidades y participación en las actividades domésticas.
A lo largo de los distintos ámbitos temáticos, se exploró la vivencia emocional implicada, esto es, qué emociones emergen, cómo les afectan, bajo qué circunstancias aparecen, cómo los dispone a una práctica social, cómo se significan, qué valores se les asigna, con qué creencias se asocian, cuál es la intensidad y duración de las mismas.
También se llevó un diario de campo y un diario de reflexividad. El primero contiene un registro pormenorizado del proceso de trabajo de campo. El segundo, los cuestionamientos derivados del mismo y aspectos relevantes que no habían sido considerados en la investigación, éstos se analizaron y de ser pertinentes se incorporaron en el estudio. Las entrevistas fueron audiograbadas y transcritas. Se elaboró un manual para la transcripción; una vez hechas, se sometieron a una segunda revisión para garantizar la calidad y procesar la información en el programa Atlas.ti. Se establecieron criterios de confidencialidad y anonimato para evitar la identificación de los hombres participantes en la investigación. Se solicitó el consentimiento ―que se entregó por escrito― a cada participante, previa explicación detallada de los propósitos del estudio. Se llevó una bitácora del proceso de datos y, en general, del trabajo de gabinete registrando de manera minuciosa todos los procedimientos, criterios y decisiones que se fueron construyendo en dicha etapa.
Para el procesamiento de la información, así como para la descripción y análisis he echado mano de la perspectiva etnográfica interpretativa (Hammersley y Atkinson, 1994; Sanday, 2000). La codificación surge de la lectura minuciosa y repetida de las entrevistas, de las cuales se fueron elaborando notas para el análisis. Los códigos están agrupados en diez categorías, a saber: toma de decisiones; días tipo (actividades cotidianas); dinero; emociones; familia; masculinidad; salud reproductiva; trabajo; violencias; otros.
En este primer análisis de orden descriptivo se muestra el vocabulario emocional utilizado por los participantes, así como la relación entre emociones con el ámbito familiar y/o laboral que experimentaron en sus respectivas trayectorias.
Hallazgos y discusión
Los hombres participantes en el estudio tenían entre 21 y 46 años de edad al momento de la entrevista. Nueve tenían entre uno y dos hijos/as; cinco, entre tres y cinco hijos/as. Seis hombres de catorce estaban unidos por segunda vez, cuatro de estos últimos se unieron a mujeres que habían tenido hijos con una pareja previa. La mitad estaban en condición de desempleo y el resto había cursado un período de desempleo reciente1. La escolaridad alcanzada oscilaba entre secundaria terminada y maestría terminada, predominando algún grado de licenciatura (cuadro 1).
Nombre |
Edad |
Unión |
Núm. hijos |
Condición de empleo |
Escolaridad |
Brandon |
21 |
1ra |
1 |
Desempleo reciente |
Bachillerato trunco |
Cristóbal |
24 |
1ra |
2 |
Desempleo reciente |
Licenciatura trunca |
Andrés |
31 |
1ra |
1 |
Desempleado |
Licenciatura trunca |
Leopoldo |
35 |
2da |
3 |
Desempleado |
Licenciatura |
Otoniel |
36 |
1ra |
1 |
Desempleado |
Licenciatura |
Manuel |
37 |
1ra |
2 |
Desempleo reciente |
Bachillerato |
Ignacio |
38 |
1ra |
2 |
Desempleo reciente |
Licenciatura trunca |
Arturo |
40 |
2da |
2 |
Desempleado |
Licenciatura trunca |
Omar |
41 |
2da |
5 |
Desempleado |
Secundaria |
Raymundo |
41 |
2da |
3 |
Desempleo reciente |
Técnico |
Santiago |
41 |
2da |
4 |
Desempleado |
Secundaria |
Ernesto |
42 |
2da |
2 |
Desempleo reciente |
Licenciatura trunca |
Gustavo |
44 |
1ra |
3 |
Desempleado |
Bachillerato |
Fernando |
46 |
1ra |
2 |
Desempleo reciente |
Maestría |
Fuente: Elaboración propia.
Más que definir, en primera instancia, las emociones que los hombres identifican, significan y viven en torno a la trayectoria laboral y familiar, me interesa mostrar algunas características del vocabulario emocional de estos hombres, que al momento de la entrevista estaban desempleados o habían cursado uno o varios períodos de desempleo reciente. Contrario al sentido común y a lo que incluso se ha llegado a reportar, el vocabulario empleado por los hombres, en este estudio, es amplio, se menciona una gran cantidad de emociones, etiquetas referidas a aquello que viven y que relacionan con alguna situación particular en su trayectoria de vida, particularmente con su familia de origen y con la que han formado, así como con su vida laboral, que incluye tanto el empleo como el desempleo. Se generaron más de 180 etiquetas que se pueden identificar como emociones, como se muestra en la figura 1. La frecuencia referida a cada emoción se relaciona con el tamaño de la letra. A menor frecuencia más pequeña la etiqueta y viceversa. Así, por ejemplo: humillación, inservible y pánico son emociones referidas en una frecuencia menor; en cambio, malestar, depresión, gusto y satisfacción, con mayor frecuencia.
Llama la atención que la “emoción” más frecuente es la “narración” seguida de la “metáfora”. Ninguna de las dos en sí misma es una emoción. ¿Por qué, entonces, se incluyen aquí? Porque, como veremos más adelante, su contenido se refiere a emociones sin llegar a definirse con una etiqueta.
El conjunto de emociones enunciadas, por el grupo de hombres entrevistados, no es homogéneo. Existe una gran dispersión en el uso de términos que aluden a las emociones. Muchas de ellas son referidas sólo una vez, por ejemplo, amargura, humillación, melancolía, etc. Eso quiere decir que alguno de los hombres entrevistados mencionó en algún momento de la entrevista tal o cual emoción y nadie más la refirió. ¿Por qué llamar la atención sobre este aspecto si no es algo que entrañe repetición, y podría decirse saturación, de alguna emoción particular? Porque considero que el vocabulario emocional está vinculado con el proceso de socialización que cada individuo tiene a lo largo de su vida, en particular con su familia de origen y en otros espacios. Eso quiere decir, a modo de conjetura, que la manera que tienen estos hombres de identificar emociones, nombrarlas, y asignarles una etiqueta es algo que aprenden en algún momento en su vida, generalmente vinculada con las relaciones que establecen, dando lugar a un repertorio emocional limitado o amplio. Ahora bien, el hecho de vivir en familia y tener experiencia laboral y en particular de desempleo les homogeniza en ciertas experiencias emocionales, pero en otras, conserva también aspectos divergentes, que más que homogenizarlos como grupo, evidencia una diversidad. En otras palabras, existen experiencias y relaciones que generan condiciones de homogeneidad, pero también hay otras que les propician condiciones que los distinguen del resto y, por tanto, da lugar a una dispersión de las emociones enunciadas. Aquí interesa identificar las primeras.
En el cuadro 2, presento 35 emociones que son un recorte del vocabulario emocional (de las más de 180 que se mostraron en la nube previa). Enlisto aquellas que son referidas con mayor frecuencia; están incluidas las emociones que están presentes en la vida de los participantes sin distinción del ámbito relacional o situación en que fue aludida. El punto de corte para incluirlas en este cuadro es la frecuencia de nueve referencias a una misma emoción. Además de la frecuencia, identifico la valencia de cada emoción, esto es, la connotación de placer o displacer al que está asociada (Elster, 2001), y también la primacía entendida como el lugar que ocupa de acuerdo con su frecuencia.
Valencia(a) |
Emoción |
Frecuencia |
|
1 |
Narración |
359 |
|
2 |
Metáfora |
135 |
|
3 |
Gusto |
80 |
|
4 |
Malestar |
71 |
|
5 |
Bienestar |
41 |
|
6 |
Miedo |
40 |
|
7 |
No gusto |
38 |
|
8 |
Frustración |
33 |
|
9 |
Coraje |
30 |
|
10 |
Enojo |
25 |
|
11 |
Tristeza |
24 |
|
12 |
Preocupación |
22 |
|
13 |
Confianza |
21 |
|
13 |
Incertidumbre |
21 |
|
13 |
Satisfacción |
21 |
|
14 |
Orgullo |
20 |
|
15 |
Vergüenza |
19 |
|
16 |
Esperanza |
16 |
|
17 |
Estrés |
15 |
|
18 |
Presión |
14 |
|
19 |
Dolor |
13 |
|
19 |
Molestia |
13 |
|
20 |
Amistad |
12 |
|
20 |
Ansia |
12 |
|
20 |
Desesperación |
12 |
|
20 |
Expectativa |
12 |
|
20 |
Incomodidad |
12 |
|
21 |
Depresión |
11 |
|
21 |
Pena |
11 |
|
22 |
Libertad |
10 |
|
23 |
Alegría |
9 |
|
23 |
Felicidad |
9 |
|
23 |
Inutilidad |
9 |
|
23 |
Soledad |
9 |
|
23 |
Temor |
9 |
Fuente: Elaboración propia.
Notas: (a) (¿?) Valencia no identificada / (+) Valencia positiva / (-) Valencia negativa.
Se puede observar que la primacía tiende a repetirse en la medida que disminuye la frecuencia (ver emociones de los lugares 13, 19, 20, 21 y 23), advirtiéndose una tendencia inversa y proporcional. Induce a pensar y suponer, que en la medida que hay emociones que tienen una alta frecuencia, los distintos hombres la reconocen, la refieren y puede considerarse como un núcleo básico de emociones que son compartidas por los participantes del estudio.
El placer y displacer (valencia) de la emoción se distinguen por el signo de menos y más, pero también aparece el signo de interrogación. La mayoría de las emociones tienen una carga de displacer, tales como malestar, miedo, frustración, vergüenza, inutilidad y soledad: en total, son 21 de las 35 emociones. En cambio, las asociadas con el placer son 10, menos de la mitad que las anteriores, entre ellas, gusto, bienestar, confianza, esperanza y alegría. Después están aquellas de las que no es posible reconocer su valencia y que requerirán un análisis particular que identifique el contexto, para entonces determinar la manera de concebirlas, esto es, la expectativa, la metáfora y la narración (que más abajo se discute y se muestran ejemplos de estas dos últimas). Una emoción que parecería neutra (anotada así de manera provisional) en términos de la valencia es el “no gusto”, que no se puede entender como disgusto, sino que da lugar a interpretarse como indiferencia y que adquiere pleno sentido en el contexto en el que es referida. Entonces, tenemos una predominancia de emociones asociadas al displacer, lo que no resulta extraño dado que uno de los ámbitos temáticos que se incluyen en este estudio es la problemática del empleo. Ello no significa que en torno al empleo sólo se tejen emociones de displacer, de la misma manera que no se puede ni debe suponer que en la familia hay un espacio exclusivo de relaciones placenteras.
Ahora me referiré a la frecuencia. Las primeras cinco emociones (narración, metáfora, gusto, malestar y bienestar) son etiquetas ambiguas, es algo que no llega a nombrarse como una emoción tal cual, en particular la “narración” y la “metáfora” son etiquetas no referidas por el sujeto, sino que corresponden a un código asignado por el investigador. Se recurre a una narración para dar a entender lo que le ocurre o le ocurrió en alguna circunstancia y que involucra una suerte de emoción, como lo plantea Wood (1986), en que la narración es en sí misma la emoción. ¿Cómo determinar que aquello que se narra es una emoción? Por el contexto narrativo, por la inflexión de la voz, por el lenguaje corporal, por la velocidad en que se expresa, los silencios, la gesticulación y que en conjunto y de manera parcial se traduce en una expresión lingüística; idealmente estaría una secuencia de imágenes y sonidos, porque la escritura no alcanza a transmitir con toda su fuerza aquello que se trata de describir por medio de las palabras. Son 359 los segmentos narrativos que identifiqué como emociones. Veamos dos ejemplos2:
Omar (41 años, 4 hijos y 1 hija, 2da unión, desempleado) muestra su inconformidad por no recibir su salario:
Mi suegro en vez de pagarme a mí, se lo daba a mi señora y dice:
- No, es que yo le voy a dar tu dinero a Bere, a ti no.
- No, pues es que yo soy el que estoy trabajando.
- No, que no.
- ¿Pues sabe qué? Ahí nos vemos.
O sea, ya ve, ya uno a esa edad es más rebelde y todo. Y dije: “No, pues así no”.
Este segmento narrativo que implica una emoción, no sólo da cuenta de una situación relacional con el empleador, sino que además entraña una relación de parentesco. La situación relacional en que está involucrada la emoción impulsa a tomar una acción específica: abandonar el empleo.
El vínculo entre la familia y el desempleo coloca a Otoniel (36 años, 1 hija, 1ra unión, desempleado) en una situación de tensión:
Pues, cuando nació mi hija entré en crisis: ¡la crisis económica! y vendí lo que tenía, tenía, tenía una computadora, la vendí, es decir, me quedé sin nada; el terreno lo perdí, ya no lo pagué. En fin, me deshice de todo lo que tuve. Lo que tuve ya lo, lo deshice para obtener dinero porque no tenía trabajo.
En ninguna de las narraciones hay un señalamiento a una emoción específica; no obstante, el contenido expresa un componente emocional. Esto es muy relevante porque la frecuencia con que se presentan estas narraciones es muy alta. Las emociones están “enmascaradas” en las narrativas, en el tono y en la expresión, en el énfasis puesto en el momento en que son traídas a la conversación durante la entrevista. Tanto Otoniel como Omar describen situaciones que entrelazan la condición laboral con las relaciones familiares.
Otra manera de expresar las emociones es mediante el uso de metáforas, recurrir a elementos figurativos por distintas razones, ya sea porque en el vocabulario no se cuenta con un término que describa aquello que sucedió o sucede, o porque se quiere enfatizar de algún modo una situación o circunstancia, una relación, por ejemplo, interpersonal.
Brandon (21 años, 1 hijo, 1ra unión, desempleo reciente) refiere un período de distanciamiento con su pareja, quien está embarazada y esto ha generado una situación de conflicto, de tensión, que lo lleva a sentir “pasos en la azotea”:
Sí, sí pues ya, después de eso pues, ya, ya sentía pasos en la azotea, ya no sabía ni qué hacer, y, casi, pues después de esa plática ya no, pos no la buscaba mucho ni nada.
Ignacio (38 años, 2 hijas, 1ra unión, desempleo reciente) alude a la tensión que vivió ante la separación de una pareja previa, con la que no estableció una unión formal, que le “pegó muy fuerte” y la manera en la que repercute en el tipo de empleos que lograba tener.
Duré 5 años con ella, ‘tonces, me pegó muy fuerte, ese fue uno de los motivos por los cuales yo agarraba un trabajo y se me hacía muy poco, ¿no? O, o veía algo y decía: “No, eso no…”
Cristóbal (24 años, 1 hijo y 1 hija, 1ra unión, desempleo reciente) vive un constante conflicto con los empleos.
Me siento como cuando a un perrito, guárdalo ahí en tu cochera, te va a estar molestando porque él quiere salirse, así yo sentía de los trabajos. Yo cada, cada vez que salía de un trabajo, que me corrían o que yo hacía que me corrieran o que también mis habilidades o mis aptitudes no eran tan bien para desarrollar ese trabajo, (truena los dedos) “Que te vaya bien, que te vaya bien”.
Sentirse atrapado, enclaustrado, como “un perrito (…) en tu cochera”, porque el empleo no llena sus expectativas y genera molestia por la situación que vive; pegar fuerte; sentir “pasos en la azotea” son formas de referir emociones que adquieren sentido en función del contexto narrativo. En sí mismo “pasos en la azotea” podría relacionarse con miedo, angustia, confusión, etc., pero que no llega a definirse con un término particular. Al igual que el “me pegó muy fuerte” o “un perrito, guárdalo en tu cochera” adquieren cabal sentido en función del acontecimiento narrado. ¿Qué indica el uso de metáforas?, ¿qué revela el hecho de recurrir a formas alegóricas para transmitir aquello que no tiene un nombre específico?, ¿es una forma de transmitir una idea que no se puede resumir en un término, en una palabra?, ¿es una manera de enfatizar aquello que ocurre?, ¿es parte del analfabetismo emocional que se atribuye a los hombres y que por tanto tienen que buscar formas para decir algo que viven pero que no tiene nombre o que no saben cómo nombrar? Tanto las metáforas como las narraciones son formas de referir emociones, al recurrir a una descripción de hechos, situaciones y relaciones con fuertes implicaciones para los sujetos que pueden pasar desapercibidas al no tener puesto un lente atento que capte el sentido de las mismas, es decir, el contenido emocional.
Los malestares de los hombres también son frecuentes. El malestar es una suerte de incomodidad, de desasosiego como lo menciona Gustavo (44 años, 2 hijos y 1 hija, 1ra unión, desempleado), que lleva más de un año sin empleo. Al referir la situación que vive con su pareja sobre los ingresos que aportan las mujeres para la manutención de la casa, dice:
A mi parecer, pues no es nada malo. A mi punto de vista no es nada malo, porque sí lo he vivido, o sea, mi esposa, estos últimos meses que ha llevado la batuta digamos, en cuanto a aportaciones, a pesar de que sí me he sentido yo mal, nunca me lo ha hecho ella saber, ni me lo ha echado en cara.
Si bien la aportación de su pareja ha sido decisiva durante los últimos meses (porque el finiquito y los ahorros que tenía Gustavo han disminuido sensiblemente) y no considera que sea negativo que ella sea la principal proveedora, sí le afecta y le hace sentirse mal, ya que es algo que le puede reprochar su pareja, aunque no lo haya hecho todavía. Esto evidencia una manera de autocensura como consecuencia del desempleo al no cumplir con el mandato de ser un hombre que trabaja y que provee.
Lo mismo le ocurre a Otoniel (36 años, 1 hija, 1ra unión, desempleado) al mencionar el aporte que hace su pareja para la manutención:
Al pensar que la mujer es la que va a ser, va a tomar nuestro papel, pues nos hace sentir mal.
En ocasiones, el malestar va acompañado de ciertas etiquetas referidas a emociones, como sucede con Cristóbal (24 años, 1 hijo y 1 hija, 1ra unión, desempleo reciente) al comentar situaciones de búsqueda de empleo:
¿Cómo me siento buscando empleo? Nadie me había hecho esa pregunta, ¡excelente! Yo me siento, buscando empleo, la verdad disgustado, yo buscando empleo me siento mal, buscando empleo me siento inconforme, así me siento.
El malestar se asocia con disgusto e inconformidad. En este caso, Cristóbal tiene la habilidad para identificar emociones y precisar a qué se refiere con sentirse mal, porque el malestar puede dispararse en muchas direcciones, tener muchos sentidos y significados. ¿Cuál es el sentido del malestar? Burín, Moncarz y Velázquez (1991) al analizarlo en las mujeres, señalan que lo que se los genera es la adhesión a las normas de género, las prescripciones de los deberes que tienen que asumir, como ser una “estación de servicios” y estar en función de terceros. Lo que parece ocurrirles a Cristóbal, Otoniel y Gustavo es exactamente lo contrario; no cumplir la prescripción normativa de género es lo que les genera malestar. Habría que explorar en profundidad en qué consisten los malestares de estos hombres; ¿es sólo el incumplimiento de la norma de género, los mandatos de cierta configuración de masculinidad que se erige como la dominante? Si esto fuese así, ¿cuáles mandatos son los que mayor malestar generan?, ¿éstos se presentan en todos los hombres por igual o dependiendo de la configuración de género que adoptan puede o no presentarse el malestar? En todo caso, es un filón de investigación que se deriva de identificar el vocabulario emocional de hombres con ciertas características.
Al igual que el malestar, los rubros que agrupé en “gusto” y “bienestar” son referencias que aparecen en las narrativas de los hombres y que no tienen una etiqueta específica que aluda a una emoción. “Sentirse bien”, “sentir bonito”, “me gusta”, son empleados por los hombres con relativa frecuencia. Esto da lugar a pensar que existen dificultades para poder identificar con precisión aquello que viven, pero que no reflexionan; no hay un espacio donde se pueda hablar de ello y encontrar un concepto que dé cuenta de aquello que se experimenta y que surge de sus relaciones, aquello que lo implica. Con algunas excepciones, los hombres participantes no hablan de ello: la primera vez que expresan la problemática en torno al trabajo y la familia fue durante la conversación sostenida (entrevistas). Una característica es que todos ellos tenían una trayectoria laboral de años. A pesar de que, el mundo laboral es central para su vida y también la familia tiene una enorme importancia para ellos porque es lo que les impulsa a tener logros laborales e ingresos para la proveeduría, poco se habla de ello y más cuando están en situaciones críticas, como las condiciones de precariedad laboral o el desempleo.
Ahora me interesa mostrar las emociones y su frecuencia según el ámbito familiar y/o laboral al que aluden. En el cuadro 3 podemos observar que las primeras cuatro emociones son prácticamente las mismas, después se empieza a modificar el orden en que se presentan debido a la frecuencia. El punto de corte, como he mencionado con anticipación, es la frecuencia de nueve. En la parte inferior de la tabla están emociones que no alcanzan el punto de corte y los anoto para fines comparativos.
Valencia |
Emoción |
Laboral |
Familia |
Emoción |
Valencia |
|
Narración |
308 |
252 |
Narración |
|||
Metáfora |
97 |
68 |
Metáfora |
|||
Gusto |
73 |
42 |
Gusto |
|||
Malestar |
56 |
33 |
Malestar |
|||
No gusto |
49 |
28 |
Bienestar |
|||
Bienestar |
27 |
23 |
Enojo |
|||
Miedo |
27 |
22 |
Coraje |
|||
Incertidumbre |
22 |
20 |
Preocupación |
|||
Coraje |
21 |
20 |
Tristeza |
|||
Frustración |
21 |
18 |
Frustración |
|||
Estrés |
16 |
15 |
Miedo |
|||
Satisfacción |
16 |
14 |
Confianza |
|||
Preocupación |
14 |
13 |
Vergüenza |
|||
Drepesión |
13 |
12 |
Molestia |
|||
Esperanza |
13 |
11 |
Dolor |
|||
Presión |
13 |
10 |
Disgusto |
|||
Vergüenza |
13 |
10 |
Felicidad |
|||
Orgullo |
12 |
10 |
Incertidumbre |
|||
Ansia |
11 |
10 |
Satisfacción |
|||
Desesperación |
11 |
9 |
Alegría |
|||
Pasión |
11 |
9 |
Orgullo |
|||
Tristeza |
11 |
|||||
Amistad |
10 |
|||||
Enojo |
10 |
|||||
Arrepentimiento |
9 |
|||||
Confianza |
9 |
|||||
Injusto |
9 |
|||||
Inseguridad |
9 |
|||||
Molestia |
9 |
|||||
Felicidad |
6 |
8 |
Esperanza |
|||
Dolor |
6 |
8 |
Presión |
|||
Disgusto |
2 |
7 |
No gusto |
|||
Alegría |
0 |
7 |
Estrés |
|||
5 |
Desesperación |
|||||
4 |
Depresión |
|||||
4 |
Amistad |
|||||
4 |
Arrepentimiento |
|||||
4 |
Inseguridad |
|||||
1 |
Injusto |
|||||
0 |
Ansia |
|||||
0 |
Pasión |
Fuente: Elaboración propia
Notas: (a) (¿?) Valencia no identificada / (+) Valencia positiva / (-) Valencia negativa.
Las emociones que priman son de displacer, tanto en las relaciones familiares (12 de 19) como laborales (19 de 26) ―sin incluir “narración”, “metáfora” y “no gusto” ―. Se presenta predominancia de las emociones de displacer en lo laboral. Casi todas las emociones que se enlistan están presentes en ambos espacios relacionales, por ejemplo, la satisfacción, el miedo, la tristeza, el orgullo y la esperanza son emociones que surgen en las relaciones familiares y laborales, pero la frecuencia con la que aparecen es diferente. Este aspecto lo considero relevante porque sugiere el predominio de ciertas emociones en uno u otro espacio y, eventualmente, la influencia que puede generar al presentarse en uno y proyectarse en el otro. También pudiera estar ocurriendo que estén presentes en ambos espacios por situaciones distintas, algo que habría que estudiar.
Del conjunto de emociones surgidas en el ámbito familiar ―tomando como referencia el punto de corte anotado―, casi todas las emociones están también presentes en relación con el laboral. Ahora bien, “felicidad”, “dolor”, “disgusto” y “alegría” se presentan con baja frecuencia, incluso la alegría no aparece en el laboral; el dolor y el disgusto aparecen con mayor frecuencia también en la familia. Podría suponerse que hay condiciones, relaciones familiares que son motivo de dolor y disgusto en la familia y, en cambio en el ámbito laboral, si bien se presentan, no tienen el mismo peso. Por otro lado, hay referencias emocionales como “no gusto” (49 señalamientos) en el laboral y que prácticamente están ausentes en el ámbito familiar (siete menciones), esto es, se presenta una relación de 7 a 1 respectivamente. Lo que podría interpretarse como que el mandato de trabajar hay que cumplirlo y, por tanto, no es si “me gusta” o “me disgusta”, sino que se asume y se hace porque hay que hacerlo, cosa que parece no suceder en las relaciones familiares.
De la misma manera, hay emociones que aparecen en las relaciones laborales, como la pasión y el ansia, que no están registradas en el espacio familiar. Hay situaciones que se etiquetan como injustas en el mundo laboral y prácticamente están ausentes en la familia. Lo mismo ocurre con la pasión, parecería que existen situaciones que la motivan en el trabajo, no así en la familia. Una situación contraria ocurre con la amistad: el espacio laboral es un lugar propicio para tejer relaciones entre pares y que se prolongan en lo familiar.
Ahora bien, otras emociones se presentan en una frecuencia igual -o con diferencia de un punto- en ambos espacios, como el coraje, el bienestar y la vergüenza. Considero que la observación detenida de la distribución del vocabulario emocional apunta a dos aspectos de relevancia: la existencia de un vocabulario compartido y también un repertorio emocional que surge y se expresa de manera más clara en la familia o en lo laboral. El vínculo entre la familia y lo laboral es muy importante, las relaciones que se establecen entrelazan las emociones y se modulan, exacerbándose o atenuándose. Cristóbal (24 años, 1 hijo y 1 hija, 1ra unión, desempleo reciente) narra la situación que vivió cuando quebró el negocio familiar que había emprendido:
La clientela se fue, todo se fue, la casa se fue. Aquí viene algo interesante: ahí ya estaba casado, cuando se cae el negocio. Claro, era mi esfuerzo y el de ella, ¿no? De generar ingresos para mantenernos, para comer, para vestir, para esto y para el otro. Ahí experimenté el miedo, cuando se cae el negocio, cuando veo que mi único ingreso era el negocio. Yo ya estaba desempleado, tenía un miedo enorme, dentro de mi creció un miedo, de nervios, ¿por qué?, porque había que llevar comida a casa, porque todo se cae, las emociones vienen negativas, empiezas a tener emociones de que ya no quieres tener existencia. ¿Por qué? porque esas son pruebas difíciles, son pruebas cansadas, son pruebas que te viene, cómo se llama, una, te sientes mal contigo mismo, tienes mucho miedo pues de que se pierda tu familia, sí, sí se pierde, se lo voy a decir. Se pierden muchas cosas y hay muchas necesidades, hay depresión, hay incomodidad, hay frustración en un hombre, yo lo digo por mí, tuve tantos sentimientos negativos que simplemente lo que hice fue llorar, correr, ¡vaya! ¡No es posible! Me da mucho miedo esto…
Aparece la sensación de pérdida (clientela, casa, familia, todo); sensación de derrumbe, el miedo, nervios, “ya no quieres tener existencia” (posible ideación suicida); malestar, depresión, incomodidad, frustración. También manifestaciones específicas de emociones como el cansancio, el llorar, correr como una forma de escapar. Además, el vínculo con la familia, el mandato de proveer, la sobrevivencia, la condición de “hombre” que implica asumir un desempeño específico. La quiebra de su negocio como pérdida de un esfuerzo en el que ha empleado todos sus recursos e incluso haber abandonado una cierta seguridad en un trabajo y por tanto vivirse como desempleado.
El entrelazamiento de emociones, trabajo y familia con mandatos específicos de la masculinidad, son una muestra de la importancia que juegan las emociones no sólo como accesorios de la vida de los hombres, sino como centrales en la vida cotidiana y que les impele su acción como sujetos, a la vez que están atados a un condicionamiento social. En este sentido resulta fundamental elaborar un análisis más detenido sobre estos vínculos -emociones, trabajo y familia- en los que el vocabulario emocional resulta clave para su comprensión.
Conclusiones
En este artículo muestro el vocabulario emocional de hombres que vivían en un espacio urbano y que enfrentaban una condición laboral particular, esto es, desempleados o que habían cursado períodos de desempleo reciente. Además, mantenían una relación de pareja y tenían hijos y/o hijas quienes dependían económicamente de ellos. Un número importante de los hombres estaban unidos con mujeres que provenían de una relación de pareja previa y con al menos un hijo o hija, formando una familia reconstruida. Con estos elementos contextuales, me propuse explorar el vocabulario emocional que surge de los encuentros con estos hombres. Quiero destacar dos aspectos: el propio vocabulario emocional y algunos elementos metodológicos. En ambos se hacen una serie de preguntas y proposiciones para continuar esta línea de investigación.
Vocabulario emocional
Aunque pueda parecer de Perogrullo, considero necesario insistir en que el vocabulario emocional que estos hombres expresan es amplio, diverso y rico, pudiendo llegar a sorprender (Ramírez Rodríguez, 2014), contrario a las ideas de sentido común estereotipadas que establecen patrones binarios entre razón y emoción asociadas con la masculinidad y la feminidad, asumida por hombres y mujeres respectivamente, y que no pocas veces se argumenta en los estudios sobre hombres y masculinidades. El repertorio emocional aparece en los relatos sin necesidad de hacer una búsqueda de emociones específicas: forman parte de la cotidianidad en función, en este caso, de los vínculos que establecen en la familia y en la condición laboral. La recuperación del vocabulario emocional, como lo plantea Harré (1986), conlleva a la identificación de implicaciones morales, por ejemplo, cuando se describen situaciones donde no se cumple con los mandatos sociales de género asociados a los hombres, como la proveeduría (Gustavo); implica también una performatividad, la manera como se enfrentan a situaciones de crisis, de tensión, como llorar, en el caso de Cristóbal. Por otra parte, el repertorio emocional da cuenta de un lenguaje compartido por los hombres, aplicado y utilizado para hacer referencia a espacios específicos de relación, como la familia y el mundo laboral. Entonces, parecería, por ejemplo, que la pasión, el “no gusto” y el estrés, son emociones que se asocian más con el ámbito laboral, en cambio, la felicidad, la alegría y el dolor, a la familia. Hay otras que son compartidas en ambos ámbitos, como la satisfacción, el miedo, la tristeza, el orgullo y la esperanza. Tal como lo señala Gordon (1990), son espacios de experiencias con una significación especial, que dan lugar a la identificación de emociones distintivas. Si el trabajo es un eje vertebral de la identidad masculina asumida por los hombres, entonces su valoración se vincula con emociones de una connotación positiva, como la satisfacción, el orgullo, el bienestar, el gusto, o como lo reportado para una población inglesa: regocijo, éxito y plenitud (Hanlon, 2012). En cambio, cuando la identidad se ve tambaleada por un empleo precario o por el desempleo, las emociones entrelazadas con tales condiciones son de vergüenza, preocupación, presión, entre otras. Se podría pensar, entonces, en la posibilidad de poner en juego el análisis sociosemiótico, como lo plantean Greimas y Fontanille (1994), para identificar el sentido profundo de las relaciones y lo no dicho en las narrativas que muestran el contenido superficial del mundo simbólico.
Las emociones tienen un lugar preponderante en la vida de los hombres y se expresan de distintas maneras. Algunas de ellas con etiquetas muy precisas y con valencias tanto negativas (displacer) como positivas (placenteras), tal como ha quedado expuesto; otras veces de manera velada como narraciones, unas más como metáforas, otras como malestares. De acuerdo con Enríquez Rosas (2009), el malestar emocional se relaciona con estados anímicos que son una disposición que adopta el sujeto en función de una relación con otros sujetos, con objetos o condiciones de vida y se caracteriza por ser una emoción de baja intensidad, pero de larga duración, difusa respecto del esquema tradicional de las emociones, como lo referido por Elster (2001). Pueden estar ligadas a una visión estereotipada de los géneros, en este caso de la masculinidad y en ese sentido, hacer parte de una ideología (Le Breton, 2009). Si como se menciona, los malestares que surgen de las relaciones cotidianas y que están viviendo los hombres son procesos de larga duración y de baja intensidad, entonces, ¿cuáles son las prácticas sociales entretejidas o que se desprenden de ellos?, ¿se aprende a vivir con el malestar y se asume como forma de vida?, ¿cómo es posible vivir con malestares que al parecer tienen un carácter acumulativo?, ¿hay mecanismos para liberarse de ellos? Si es así, ¿cuáles son?, ¿cómo se manifiestan?, ¿atentan contra el sujeto mismo y/o contra terceros?, ¿modifican la manera en que se producen y reproducen las relaciones familiares y laborales?, ¿afecta la identidad de género que los hombres asuman una configuración de masculinidad específica?
Tanto las metáforas, que aluden a formas alegóricas para referir aquello que se siente, como las narraciones, que en sí mismas se constituyen en una expresión emocional, son descriptores de algo que les ocurre a los hombres, pero que son incapaces de precisar con una etiqueta reconocida como una emoción particular. Esta particularidad de las emociones es, al parecer, lo que se ha denominado como “categorías ocultas” que pueden ser reconocidas por el trabajo etnográfico (Enríquez Rosas, 2009). Metáforas y narraciones deben ser objeto de búsqueda intencionada, de descripción puntual y de análisis detenido. Es probable que la falta de reconocimiento de las mismas contribuya a que se considere a los hombres como poco emocionales, o con una “afasia” emocional, cuando lo que en realidad ocurre es que se expresan de formas distintas. En todo caso, cabrían cuestionamientos como los siguientes: ¿las formas de expresión emocional, de articular lingüísticamente las emociones por los hombres tienen una particularidad?, en otras palabras, ¿las mujeres y los hombres tienen formas de expresión diferenciadas y por tanto es necesario diseñar una estrategia distinta para dar cuenta de las mismas? Incluso se puede plantear como un relativismo de orden cultural que configura a los géneros, lo cual está acorde con este orden social que ha mostrado esta característica.
Implicaciones metodológicas
Poner en el centro a los hombres que tienen un perfil específico para de ahí recuperar sus experiencias, las referencias que hacen a sus condiciones de vida, a sus relaciones familiares y laborales, ha sido un ejercicio inductivo para la identificación de emociones, dando lugar a la conformación de un vocabulario con las características antes descritas, lo que se contrapone con otros acercamientos de orden deductivo que buscan emociones prefijadas.
Si bien se ha identificado un vocabulario emocional amplio, cabe preguntarse si las emociones reconocidas bajo una etiqueta tienen un mismo significado, si hay homogeneidad en el grupo cuando un término es referido a una emoción. Emociones como miedo, coraje, vergüenza, preocupación, entre otras, suponen la existencia de un consenso sobre lo que se entiende por cada una; muchas veces se parte de ese supuesto, que en todo caso habría que someter a examinación. Es una tarea que no está resuelta y que puede ser motivo para un trabajo de seguimiento.
Si bien el estudio de la narración y las metáforas es una tarea que estoy dejando para un trabajo posterior, éste plantea cuestionamientos que hay que enfrentar, por ejemplo: ¿cómo clasificar la narración?, ¿puede pensarse en utilizar el criterio de saturación para el análisis de las emociones entendidas como narraciones? Si esto es posible, ¿cómo operacionalizarlo? Es una pregunta que queda abierta. En la misma situación se encuentran las metáforas. En ambos casos se podría señalar que existe una saturación relacionada con las emociones entre los hombres participantes en el estudio, en tanto que recurren a formas narrativas y metafóricas para referir emociones. Ahora bien, no toda narración y metáfora refiere o describe hechos similares. ¿Cuál sería una estrategia para responder a este cuestionamiento?
Otro aspecto que es pertinente explorar es cómo en las emociones referidas, los participantes establecen el vínculo entre procesos racionales y emocionales, y cómo está vinculado lo cognitivo, lo valorativo de las relaciones y las situaciones con lo emocional expresado por los hombres.
Las relaciones de género y las configuraciones de masculinidades construidas por hombres entrañan relaciones de poder-resistencia-contra poder (R-P-R-CP) (Ramírez Rodríguez, 2005, 2014), en contextos de asimetría social como las que vivimos en nuestra sociedad. ¿Las emociones (re)producen, (re)crean dichas R-P-R-CP?, ¿cuál es el papel que juegan en estos procesos? Es necesario pensar las emociones bajo esta óptica, lo que entraña además retos de orden metodológico que hay que sortear. Una parte mayoritaria de los participantes en el estudio que viven en condiciones de precariedad laboral o en desempleo, se perciben como vulnerables, con miedo, como inútiles; bajo estas condiciones, ¿se replantean las R-P-R-CP con sus parejas, con sus hijas e hijos, en su red social y familia? El vínculo entre la vulnerabilidad y el ejercicio de poder abre una veta para el análisis pensado en el crecimiento de las condiciones de inestabilidad laboral que se enfrenta de manera generalizada y, en particular, entre hombres, de manera que las emociones no sean vistas como meras adiciones, elementos colaterales o “adornos” en las relaciones de género y en las configuraciones de masculinidades. Como puede observarse, la identificación del vocabulario emocional abre una serie de cuestionamientos que requieren de respuestas en estudios posteriores.