Introducción
El 8 de marzo de 2020 se llevó a cabo en México la marcha de mujeres más numerosa de la historia, donde se corearon consignas como: “Tocan a una y nos tocan a todas” y “Nos queremos vivas”. Solamente en la capital, se calcula que participaron alrededor de 80 000 personas (Excelsior, 2020), mayoritariamente mujeres, impulsadas por la necesidad de exigir acciones contra la imparable violencia de género que aqueja al país, en el que suceden en promedio 11 asesinatos de mujeres al día (INEGI, 2022). Una gran diversidad de mujeres se desplegó en una enorme concentración de cuerpos/sujetos que tomaron el espacio público, expresaron su indignación y dolor, así como su esperanza, no sólo de sobrevivir, sino de tener condiciones para una vida digna. Esta marea morada, formada por miles de mujeres vestidas del mismo color, se difundió ampliamente en la red y los medios que mostraron los vínculos emocionales y corpóreo-sensibles que se establecieron en este cuerpo-a-cuerpo masivo y combativo. Al día siguiente, esos mismos cuerpos, y muchos otros, se ausentaron del ámbito público, en respuesta a la convocatoria #UnDíaSinNosotras, que invitaba a las mujeres a abstenerse de trabajar, inclusive en los hogares, con el fin de hacer sentir su importancia en todos los niveles de la vida social. Imágenes del transporte público, de aulas y de oficinas ocupadas solamente por hombres, circularon ampliamente en las redes, mostrando visualmente el impacto de la ausencia de las mujeres.
En muchos sentidos, ambas movilizaciones fueron resultado de una larga lucha de grupos feministas y de mujeres en México, quienes históricamente ya habían colocado sus demandas en el espacio público, a través de una interacción continua entre la acción política presencial y la digital. Antes, durante y después del 8 de marzo (8M) y de #UnDíaSinNosotras, organizadoras e interesadas participaron en actividades que alternaban entre ambos ámbitos (público y privado) y construyeron paulatinamente el interés por las dos convocatorias. Pocos días después sobrevino un punto de inflexión, cuando se detectó el primer caso de Covid-19 en el país, desatando un proceso de contingencia sanitaria cuyas principales medidas fueron inicialmente el llamado distanciamiento social y el confinamiento doméstico. SuSana Distancia, una superheroína de ficción, se difundió masivamente como parte del dispositivo gubernamental de regulación corporal durante la primera fase, mientras que la recomendación #Quédateencasa se implementó cuando aparecieron los primeros contagios comunitarios. El ímpetu logrado con las movilizaciones del 8 y 9 de marzo del 2020 se vio interrumpido por la emergencia sanitaria.
En este momento espacio-temporal comenzó nuestro interés y los cuestionamientos: ¿cómo se estaban organizando las colectivas feministas en un contexto de distanciamiento físico?, ¿cómo lograban mantenerse unidas si lo presencial involucraba un riesgo para la salud?, ¿qué papel jugaban las redes sociales? El objetivo del artículo es entonces comprender y analizar las prácticas y experiencias corpóreas, sensoriales y emocionales que inciden, producen y mantienen formas de organización y demandas políticas de colectivas feministas en México durante los primeros dos años de la pandemia.
Desde una metodología cualitativa, se recurre a la técnica de entrevista grupal en profundidad y observación digital no participante, con la finalidad de articular las narraciones con la materialización de los registros sensibles offline-online. A partir del análisis de las narrativas se identifican tres registros analíticos de las sensibilidades: 1. Inversiones y recursos emocionales, corporales y sensoriales por parte de sus integrantes. 2. Emociones y sensorialidad como materialización de la demanda política. 3. Cuerpo, emociones y sentidos como motor de la acción colectiva, es decir, como marcos de interpretación y prácticas de la acción. Partimos de que dichos registros sensibles se configuran desde la intersección de las categorías de género y clase vinculadas con los contextos particulares de acoso sexual y violencia feminicida en donde operan las colectivas. Esto más que ser una hipótesis que comprobar es un hallazgo en las narrativas que tiene un carácter exploratorio en el presente trabajo y una invitación a continuar indagando.
El texto está ordenado de la siguiente manera: en la primera parte se desarrolla el apartado teórico del cual iniciamos para analizar las narraciones y material en redes sociales de las colectivas. Después, se presenta la ruta metodológica utilizada y algunas reflexiones sobre las implicaciones de realizar la investigación durante la pandemia. Los siguientes apartados abordan cada uno de los registros sensibles que se construyeron y permiten mostrar el papel de las emociones, el cuerpo y los sentidos en el proceso y mantenimiento de las formas de organización feminista en tres entornos: Veracruz, Ciudad de México y Guerrero.
Marco teórico-conceptual
La inquietud teórica que subyace al acercamiento de las formas de organización feminista a través de colectivas radica en la invitación que, desde hace más de tres décadas, Alberto Melucci y Alejandra Massolo (1991) hacían a las y los estudiosos de los movimientos sociales y la acción colectiva: invitar a centrarse en el análisis procesual de la conformación que da lugar a las formas de acción colectiva. En otras palabras, tomar en cuenta el conjunto de relaciones e interacciones sociales que configuran orientaciones diferenciadas, así como realidades y oportunidades heterogéneas de los actores para la acción colectiva.
Nuestra atención se enfoca principalmente en las manifestaciones y acciones cotidianas que permiten el sostenimiento de las colectivas feministas como grupo, aquí la identidad colectiva es vista como un proceso relacional de identificación a indagar, más que un punto de partida. Nos preguntamos por esos componentes y registros emocionales, corporales y sensoriales que producen escenarios, recursos y expresiones cargados de afectividad, que van desde los aspectos corpóreos y emocionales más visibles -que despliegan las organizaciones-, como puede ser la apelación a la empatía ciudadana en redes sociales frente a un caso de desaparición, hasta aquellos que pasan desapercibidos como la contención emocional entre las integrantes de las colectivas cuando se revive algún suceso de violencia.
Como lo desarrollaremos más adelante, nos centramos teóricamente en el análisis de las intenciones, recursos y límites que orientan la construcción de relaciones sociales dentro de un sistema de oportunidades y restricciones (Melucci y Massolo, 1991) para las formas de organización colectiva. En otras palabras, para comprender las formas de acción colectiva es necesario adentrarse en la comprensión de prácticas y experiencias corpóreas, sensoriales y emocionales que inciden, producen y mantienen formas de organización y demandas políticas de colectivas feministas en un contexto de violencia estructural extrema y sistemática para las mujeres en México.
De este modo, nos enfrentamos a un entorno cuyo tejido social se encuentra fuertemente degradado por las diversas formas de violencia ejercidas por parte de todas las instituciones que conforman la estructura social en el país, como son las familiares, escolares, gubernamentales y religiosas principalmente, donde las demandas sociales acerca de las situaciones de acoso y violencia sexual que viven las mujeres, siendo su caso extremo el feminicidio, se han constituido como parte de la cotidianeidad de las mujeres. Estamos de cara a una atmósfera emocional de miedo e ira que requiere de la observación de las múltiples formas en que las personas realizan sus acciones en el marco de diversos contextos, a la vez que son sujetos implicados en su configuración desde la resistencia (Mohanty, 2010).
James Jasper (2018) señala que las emociones y nuestros cuerpos, incluidas nuestras diversas percepciones sensoriales, forman parte del contexto en la medida que desde éste accionamos y contribuimos al entorno junto con diversas formas de materialización de la vida social. En este sentido, la dimensión emocional es indisociable de la corpórea en tanto que se constituye como vehículo y referente de su expresión. Desde esta perspectiva, las emociones son mecanismos causales que posibilitan la producción de la acción de la organización colectiva e individual anclada a los significados emocionales que le damos a un contexto particular. Por ejemplo, el miedo puede variar dependiendo de las ubicaciones geográficas y los niveles de violencia, lo que nos permite entender desde las estrategias de respuesta individual hasta las diversas formas de organización.
De este modo, se parte de que al analizar los registros sensibles que dan cuenta del entramado emocional y sensorial que implica la presencia corpórea de las mujeres organizadas en colectivas, es una estrategia analítica para comprender los procesos de acción colectiva y cohesión social que permiten entender la creación y mantenimiento de la actividad de la organización. Por registros sensibles entendemos aquellas manifestaciones y referencias emocionales, corporales y sensoriales que emergen en el discurso de las narrativas, las cuales pueden evocar emociones y sensorialidades en el curso de la narración del sujeto, in situ, que derivan en prácticas y experiencias.
Estamos pensando los registros de sensibilidades feministas desde la propuesta teórica de las políticas de las sensibilidades de Adrián Scribano (2017), las cuales describen el “conjunto de prácticas sociales cognitivo-afectivas tendientes a la producción, gestión y reproducción de horizontes de acción, disposición y cognición” (p. 244). Lo anterior quiere decir que dichos registros sensibles son prácticas políticas que despliegan acciones orientadas a la transformación de situaciones que se perciben como opresión e injusticia por parte de los grupos organizados. Son una serie de prácticas y experiencias corpóreas, emocionales y sensoriales que en su entrelazamiento analítico hace posible comprender los procesos de conformación y mantenimiento de los individuos dentro de sus formas de organización.
Lo anterior significa que pensar las sensibilidades desde su dimensión cognitivo-afectiva implica un proceso de producción emocional que se incorpora desde y a través del propio cuerpo (D ́hers y Boragnio, 2020; Sabido, 2016) como conocimientos que se aprehenden y materializan en prácticas, códigos e interacciones que gestionan nuevas formas de relaciones sociales. Más adelante, mostraremos cómo estos procesos cognitivos-afectivos se construyen en colectivo y se materializan en ocasiones como estrategias de acción para el cuidado propio y de las otras, veremos el seguimiento de su desplazamiento por la ciudad a través de aplicaciones como WhatsApp frente a un entorno donde la vida de las mujeres está en riesgo constante. Otro ejemplo es la organización de talleres para cuestionar las formas de amar, los mandatos heteronormativos, o el bordado como acción política. Se construye una política de las sensibilidades a través de prácticas corpóreo-sensoriales-emocionales.
Los registros sensibles nos permiten observar que las prácticas que despliegan las mujeres son también resultado de la historia de violencia individual, colectiva y estructural que viven en sus contextos, donde la intersección de desigualdades produce experiencias históricas diferenciadas (D ́hers y Boragnio, 2020). Los registros son heterogéneos y presentan variaciones de acuerdo con su referencia narrativa, esto quiere decir que las formas del sentir el cuerpo y sus emociones permean la entrevista a partir de tres tipos de registros sensibles:
1. Inversiones y recursos corporales, emocionales y sensoriales: son experiencias y prácticas emocionales y sensoriales, producidas siempre desde el propio cuerpo, que permiten el mantenimiento, organización, y en ocasiones distanciamiento, de los vínculos sociales dentro de un grupo. Son inversiones emocionales (Melucci, 1999), y sensoriales, que las personas despliegan para fortalecer su integración y pertenencia dentro del grupo. Ahora bien, dichas inversiones no son homogéneas, sino que se producen en el marco de posibilidades de acción y distribución diferenciada de los recursos emocionales que tiene cada persona; es decir, en tanto recursos simbólicos que se generan e impulsan dentro de estructuras de desigualdad determinadas (Turner, 2010). En otras palabras, las formas del sentir están estrechamente vinculadas con el acceso diferenciado a los recursos materiales y simbólicos que, al mismo tiempo, se interseccionan con categorías de desigualdad como el género, la clase, la etnia y la raza, cuyas realidades particulares pueden demandar inversiones y recursos sensoriales/emocionales diferenciados tanto de forma individual como colectiva.
2. Emociones y sensorialidad como materialización de la demanda política: son experiencias y prácticas emocionales y sensoriales relacionadas principalmente con la demanda política, donde el cuerpo puede ser también el espacio mismo de la demanda en tanto materialidad inmersa e implicada en la acción. Este tipo de registros funcionan a veces como recursos expresivos (Melucci 1989; Scribano y Cabral, 2009; Cervio y Guzmán, 2017) en la medida que son mensajes que expresan a través de su materialización un conflicto en un espacio-tiempo determinado (Cervio y Guzmán, 2017). En este tipo de registro sensible, lo sensorial gana terreno como apelación de las demandas a través de la observación, la escucha y lo táctil a partir de su creación y circulación en redes sociales, objetos gráficos o cualquier materialización posible.
Ahora bien, los registros sensibles se plantean también como expectativas de la materialidad, esto quiere decir que, aunque no se hayan concretado en alguna entidad material, las expectativas de su materialización permiten comprender las experiencias y prácticas que conllevan la posibilidad de que se concrete. Por ejemplo, las expectativas narradas sobre la despenalización del aborto implican un registro sensible de materialización, en tanto que se demanda su legislación y refieren al propio cuerpo como la demanda política. El cuerpo y emociones o afectos específicos pueden convertirse en objetos de materialización de demanda política.
3. Cuerpo, emociones y sentidos como motor de la acción colectiva: son las experiencias emocionales y sensoriales que impulsan a actuar y organizar a alguna acción colectiva en específico, como puede ser una marcha o evento coyuntural, o acciones cotidianas como es el acompañamiento a mujeres que sufren violencia. Son prácticas orientadas a la exigencia de justicia, o cualquier otra forma de manifestación o demanda directa frente al Estado o algún tipo de institución social. Este tipo de registros sensibles de las emociones o estados afectivos emergen en las narraciones como motores en los horizontes de acción de las mujeres de las colectivas y circulan también en las redes sociales.
Partimos de que nuestras prácticas corporales, emocionales y sensoriales son prácticas sociales, lo que significa que nuestras formas de sentir y percibir el mundo están íntimamente relacionadas con el contexto en que habitamos y las diferentes condiciones estructurales que lo configuran. Este elemento es importante porque nos permite partir del supuesto de que las experiencias y formas de organización de las colectivas feministas están vinculadas con las situaciones de violencia y contextos de desigualdad diferenciados, especialmente en México, donde la pobreza, el crimen organizado y la impunidad del Estado se articulan para producir realidades diferenciadas de desigualdad estructural, especialmente para las mujeres.
Kimberlé W. Crenshaw (1991) señala que una cuestión fundamental para politizar la violencia contra las mujeres radica en el reconocimiento de la diferencia conformada por otras dimensiones identitarias que las constituyen como: la raza, la clase y la etnia; es decir, el contexto de violencia que viven las mujeres es entonces resultado de la intersección de dichas categorías. Las formas de resistir o legitimar las situaciones de violencia son también formas del sentir, diferenciadas por la heterogeneidad de situaciones, referencias espaciotemporales, en las que se ubican y enuncian las mujeres.
De este modo, los registros sensibles, en tanto narraciones de experiencias y prácticas emocionales y sensoriales que se viven desde el propio cuerpo, y entrecruzan la narración con la reconstrucción afectiva y sensorial de la vivencia narrada, permiten acercarnos al análisis de la acción y la organización colectiva, así como de su mantenimiento en el tiempo como prácticas heterogéneas que producen diversas políticas de las sensibilidades feministas y, por tanto, marcos de acción múltiples.
Metodología
El acercamiento metodológico fue de corte cualitativo, iniciamos la investigación buscando colectivas que desearan narrarnos sus experiencias y cotidianeidad para comprender las prácticas y acciones diarias que orientaban a la organización colectiva. El principal desafío fue contactar a las colectivas durante el curso de la pandemia en el primer semestre del 2021. Establecimos las siguientes condiciones y criterios de selección para realizar las entrevistas: a) considerarse como colectiva feminista, b) tener su propia red social como organización y c) que en las entrevistas participara el mayor número posible de integrantes de las colectivas.
La justificación metodológica de este primer criterio radica en la dificultad para conseguir entrevistas2 frente a la desconfianza que tenían de brindar información acerca de su trabajo y activismo, obtuvimos negativas por parte de colectivas para acceder a una entrevista. Después comprendimos, a partir de las narraciones de las mujeres, que el miedo y la desconfianza dan cuenta de un clima emocional generado por las situaciones de acoso y amenazas de toda índole que han vivido tanto en redes sociales como fuera de los espacios digitales, lo que incide en la poca o nula disposición a dar entrevistas o reunirse de manera presencial.
Con respecto a la tercera condición, para los fines de la investigación era importante recuperar a través de la entrevista grupal la voz de la colectiva como un nosotras, como una estrategia metodológica que tiene el potencial de generar resonancias emocionales, sensoriales y afectivas entre las integrantes y las investigadoras durante el transcurso de la entrevista. En este sentido, las experiencias individuales se nutren del espacio compartido como colectiva durante las sesiones por Zoom.
En este primer momento de búsqueda logramos entrevistar a seis colectivas (Tabla 1), de las cuales tres se habían conformado un año antes de iniciar la pandemia por la Covid-19, dos se crearon como resultado de las movilizaciones de la macha del 8 y 9 de marzo de 2020 y una colectiva con una trayectoria de ocho años de trabajo y organización colectiva.
Ubicación geográfica de la CF | # Integrantes de la CF | Año de conformación de la colectiva | Red Social de la CF | Fechas de entrevista (Zoom) |
1. Veracruz | 8 | 2019 | Facebook, Instagram y Twitter | 21/05/ 2021 27/05/2021 |
2. Ciudad de México | 4 | 2020 | Instagram y Blog de la CF | 22/06/2021 |
3. Ciudad de México | 4 | 2019 | Facebook e Instagram | 06/08/2021 |
4. Guerrero | 4 | 2020 | Facebook e Instagram | 08/08/2021 |
5. Ciudad de México | 3 | 2012 | Blog, Radio, Facebook, Instagram y Twitter | 19/705/2021 |
6. Ciudad de México | 3 | 2019 | Facebook, Instagram y Twitter | 09/07/2021 |
Para el propósito de este artículo, decidimos acotar y seleccionar la muestra a partir del cumplimiento de dos criterios: reciente creación y variabilidad en ubicación geográfica. La justificación por analizar este tipo de colectivas feministas reside en el interés por comprender las formas de organización y mantenimiento de los lazos sociales durante la pandemia, así como indagar en las propuestas de las generaciones más jóvenes en relación con sus demandas y el papel de las emociones, el cuerpo y los sentidos en éstas.
Con respecto al segundo criterio, la justificación se basa en la intencionalidad de mostrar las diferentes formas en que las integrantes de las colectivas viven y organizan sus demandas políticas, especialmente contra la violencia feminicida, a partir de la diferenciación de los contextos de violencia de género en México. El supuesto que subyace a dicha acotación de la muestra es que la experiencia emocional y la forma de organización de la colectiva va a depender también de los contextos de violencia en donde viven las mujeres.
Seleccionamos de nuestra primera muestra a tres colectivas que pertenecen a tres estados con altos índices de violencia de género (Inmujeres, 2021): Veracruz (CF-1), Ciudad de México (CF-2) y Guerrero (CF-4). Esto permite indagar acerca de cómo puede operar de forma diferenciada la intersección de categorías como género, clase, etnia y raza en ubicaciones geográficas de alta violencia, con la finalidad de abonar en la exploración de la heterogeneidad de condiciones y experiencias emocionales y corporales que involucran las formas de acción colectiva.
Elegir estos tres casos de colectivas feministas como unidad de análisis, bajo los criterios de selección señalados anteriormente, permite profundizar y comparar las formas, diversas y similares, de organización feminista con la finalidad de establecer generalizaciones analíticas que nos permitan continuar explorando las diversas categorías de desigualdad que imprimen experiencias y prácticas corporales y emocionales diferenciadas, tomando en cuenta el lugar de enunciación de las mujeres que forman parte de las colectivas de jóvenes feministas en México.
Observación digital no participante en redes sociales
Con la finalidad de acotar nuestro universo de observación en redes sociales, decidimos primero comenzar con las entrevistas y después de las transcripciones iniciar la segunda fase que fue observar las redes sociales de cada colectiva. Lo que permitió construir un diálogo entre las narraciones de las entrevistas grupales con la materialización de las demandas, estrategias y formas de organización de acción colectiva. Se construyó una base en Excel que permitió organizar las publicaciones a partir de lo siguiente: nombre de la colectiva, referencias corpóreas, emocionales/afectivas y sensoriales, imagen y descripción, lo que permitió encontrar patrones para la construcción de los tipos de registros sensibles desarrollados en el apartado teórico y establecer un diálogo entre los datos: la narrativas y publicaciones en redes con la teoría. Se parte de que las publicaciones en las redes sociales como Facebook e Instagram conforman una red de acciones de humanos y no-humanos3 entrelazadas con las experiencias y prácticas sociales de las colectivas feministas, más que como espacios diferenciados. La narración es entendida como un enlace entre las mujeres y su producción discursiva en las plataformas digitales a través de imágenes o comentarios, que desafían la propia espacialidad y temporalidad. Una red de actores y actantes (Latour, 2004) que permiten la producción de las intenciones, recursos y límites que hacen posible el mantenimiento de la colectiva como organización, así como la orientación de las acciones colectivas que despliegan como grupo feminista.
Reflexiones acerca de las técnicas de investigación frente a la pandemia
Como investigadoras, nuestras sensibilidades se trastocaron durante el trabajo de campo. Platicar con las integrantes de las colectivas nos ayudó a reflexionar acerca de nuestros miedos y experiencias acerca de la violencia de género que hemos vivido, así como los escenarios futuros para nuestras hijas y sobrinas. Nuestras lágrimas e impotencia forman parte de la reflexión analítica, especialmente cuando nuestros datos nos hacen llorar y forman parte de la construcción de conocimiento (Gould, 2015). Algunas colectivas aceptaron ser entrevistadas, pero por cuestiones de seguridad apagaron su cámara con la finalidad de que no conociéramos su identidad, e incluso se cambiaron el nombre para la entrevista. Esto permite reflexionar acerca del miedo que tienen las mujeres acerca de su propia integridad física y emocional. Como mostraremos en los siguientes apartados, el acoso y hostigamiento sexual a las mujeres de las colectivas es una situación cotidiana, la protección de sus datos es fundamental para asegurar su integridad física. Esta es la razón principal por la cual decidimos no utilizar los nombres de las colectivas y de las integrantes que las conforman.
La ausencia visual de un cuerpo frente a la cámara de Zoom, una cara o una imagen que permita identificar a la persona, fue para nosotras un mensaje político con un fuerte componente emocional y sensorial: la ausencia de imagen como cuidado de la vida misma. Por lo que, en un contexto de presencialidad, como antes de la pandemia, hubiera sido imposible obtener una entrevista, el Zoom fue una ventaja en este sentido. La interacción cara a cara durante la entrevista es un elemento de copresencia que intenta crear un espacio afectivo de confianza y cercano con las personas entrevistadas, este aspecto fue una limitante que durante las entrevistas por Zoom requirió mayor gestión emocional (Hochschild, 1979) por parte de las investigadoras. Otro aspecto es que la entrevista llevada a cabo en un espacio digital nos permitió tener contacto con colectivas de otros estados del país. Probablemente, si el planteamiento de investigación se hubiera hecho antes de la pandemia, se hubiera circunscrito a la Ciudad de México.
Primer registro sensible. Inversiones y recursos emocionales, corporales y sensoriales
La violencia estructural que viven las mujeres en México, donde el feminicidio encarna su máxima práctica y límite de la violencia hacia las mujeres, se ha convertido en una situación que genera una atmósfera emocional de miedo; una alerta continua por mantener el cuerpo y la vida misma a salvo.
En las narrativas de las jóvenes feministas, el miedo y la ira son emociones que las orillan a constituirse como colectiva. Este vínculo emocional que se encarna en los cuerpos o cuerpas, como las entrevistadas le llaman, deviene de una experiencia compartida de violencia por ser mujeres. La necesidad de compartir un abanico de situaciones de violencia que puede ir desde la violencia simbólica y el acoso, hasta el intento de feminicidio permite pensar que el vínculo miedo-ira funciona como un enlace emocional que, como señala Scribano (2022), se ha constituido como un sistema de referencia en un contexto geopolítico y geocultural que le confiere una valencia particular. Es la experiencia de violencia compartida un puente fundamental en la búsqueda de la conformación de un grupo y un nosotras, que se entreteje con la posibilidad de generar un espacio de afectividad compartido. Jasper (1998) ha planteado cómo las emociones recíprocas y compartidas refuerzan los vínculos, la identidad y la comprensión entre los miembros del grupo. Asimismo, que el afecto mutuo facilita la creación de nuevas emociones compartidas. Ambos tipos de emociones colectivas (el miedo y la ira) fomentan la solidaridad del grupo y son fuente de identificación que potencia la voz de un “nosotras” como lo observamos con las integrantes de las colectivas.
Los altos niveles de inseguridad que viven las mujeres en México, especialmente en los estados donde se ubican las colectivas entrevistadas, las colocan bajo situaciones cuya experiencia de desigualdad de género constituye de entrada una diferenciación y distribución de los recursos emocionales encarnados en la generización de los cuerpos. El miedo es un mecanismo simbólico de una sociedad que se estructura con base en las diferencias de género, permea sus instituciones fundamentales como la familia, la política, la jurídica, la económica, cuya práctica extrema se observa a través del feminicidio. Diversas investigaciones feministas han demostrado cómo el miedo que sienten las mujeres a la violencia en los espacios públicos limita su participación y apropiación de la ciudad (Del Valle, 1997; McDowell, 1999; Soto; 2012). La tranquilidad y la seguridad son recursos simbólicos y emocionales distribuidos de forma diferenciada entre hombres y mujeres en una sociedad como la mexicana, y el miedo por parte de las mujeres a morir por razones de género da cuenta de que, como señala Turner (2010), los recursos materiales no son los únicos que nos permiten observar los procesos de estratificación, sino también la distribución de aquello que se valora, o no, dentro de un medio social. En este caso, el miedo a morir y a la violencia sexual por el hecho de ser mujer da cuenta de una valorización desigual por la vida de más de la mitad de la población en el país.
Mi sueño en este momento sería que cada una de nosotras pudiese habitar en libertad y con libertad me refiero emancipadas, en mi caso yo me refiero a la violencia ¿no?, porque yo de lo que hago casi todos los días al despertar, las primeras horas de mi día, es checar los encabezados de Veracruz, ha pasado más de una vez que me he encontrado a una conocida que la mataron entonces, esta obsesión de tener que estar preocupada de que mi mamá sigue allá ¿no? (Mujer, CF-2).
Pues en la colectiva todas somos anónimas. […]Yo desde que inicié denunciando a mi agresor, y todo este sistema en Guerrero, el sistema educativo y el sistema de Justicia en la Fiscalía del Estado de Guerrero […] yo perdí el miedo, me inicié hace tres o cuatro años [en el feminismo] entonces, yo no tengo ese problema […] si nos quedamos con el miedo en qué momento vamos a trabajar, a apoyarnos, a salirnos de este contexto de violencia, si no nos organizamos y pues le perdemos el miedo a todo este sistema, entonces yo siempre he dicho que formar parte de nuestra colectiva nos hace valientes, aquí estamos, pues, a pesar del contexto en el que vivamos pues somos mujeres muy, pues… valientes (Mujer, CF-4).
Siento que, obviamente, el feminismo es un camino muy crudo, es muy cruel, a veces te dan ganas de renunciar a él, preferiría, o sea, suena muy feo pero sí creo que la ignorancia te da cierta felicidad pero… aunque el camino sea muy difícil cuando te das… o sea, cuando volteas hacia atrás a un año, a dos meses, no sé, aunque sea muy cruel aunque sea muy difícil no vas a volver a eso que te está oprimiendo, y que te estaba lastimando porque de alguna forma te da cierta satisfacción saber que no vas a ser parte, o ya no quieres ser cómplice de ese sistema que te estaba dañando a ti misma, y que vas a buscar que otras mujeres, ya no sean víctimas de alguna u otra forma de él […]yo entiendo que va a haber días en los que desearías no haber conocido, no estar consciente de que esto era violencia, pero no estás sola no, yo creo que eso es como que mi motor (Mujer, CF-1).
Estas tres narraciones comparten un aspecto central en común: el miedo a ser víctima de feminicidio o haber vivido alguna situación de violencia de género como experiencia compartida entre las integrantes de la colectiva, así como el reconocimiento del contexto de violencia que viven actualmente un gran número de mujeres en México. Lo anterior, es un aspecto central que orilla a las mujeres de las colectivas a conformarse como una organización aun en condiciones de amenaza, cuyas formas corporeizadas de acción y movilidad son significativas al ejercer un derecho plural y performativo a la aparición, que afirma e instala al cuerpo en medio del campo político al reclamar para el cuerpo condiciones sociales y políticas que hagan la vida más digna y vivible (Butler, 2017). Diríamos que, en México, la exigencia es no ser asesinadas. La principal demanda en las marchas es la denuncia y el reclamo hacia el Estado por no detener la ola de feminicidios, que promedia 11 asesinatos por día (INEGI, 2022).
Flam (2005), al recuperar el concepto de dominación weberiano, señala que el miedo es la principal emoción compartida que hace posible la dominación, es inherente a toda forma de dominación legítima; es decir, aquellos que ocupan la posición privilegiada de poder están en disposición de decidir las oportunidades de vida de los menos poderosos, estos últimos obedecerán y se conformarán por miedo. Las narraciones de las colectivas muestran la iniciativa de romper del miedo, la pertenencia a un grupo que reconoce diversas formas de violencia, acompaña y transfiere un aprendizaje colectivo.
El miedo puede ser entendido desde los diferentes contextos de enunciación de las mujeres, esto significa reconocer tanto la heterogeneidad de relaciones de poder marcados por la clase, la raza y la ubicación geográfica donde se interseccionan. Luchar y romper contra el miedo es, al mismo tiempo, intentar fracturar el orden de género que reproduce condiciones y oportunidades de vida diferenciadas entre los géneros. Dicho miedo adquiere diversos prismas desde la experiencia biográfica y el contexto de las mujeres, por ejemplo, ser mujer de clase baja en Veracruz y migrar hacia la Ciudad de México donde forma parte de una colectiva, experimenta el miedo por las otras, sus familiares más cercanos, la vida de la madre a la distancia.
La colectiva es un espacio donde la biografía de las mujeres se comparte, el miedo se resignifica de la mano de la ira para producir nuevas relaciones afectivas, de amistad, apoyo y comunidad, que les permite mantenerse organizadas e implementar estrategias de acción. Esta combinación emocional que pudiera catalogarse como una mezcla de emociones negativas (Turner, 2000) es parte del proceso de entrada al grupo, que busca principalmente formas de acción colectiva con respecto a lo que cada una busca dentro del feminismo, haciendo comunidad al tiempo que se respetan los límites y diferencias individuales:
Ya todas nosotras somos amigas, todas nosotras somos hermanas y nos hemos apoyado, más allá del apoyo de la colectiva ¿no?, ya no nada más en las cuestiones meramente de distribución o de la ejecución de las páginas o los contactos, sino también como hermanas, sabiendo que somos las personas a las que acudir si necesitamos algo, entre nosotras, así que esto es sin duda una red de apoyo y es un trabajo en colectiva pero también es el ejercicio de la creación de la comunidad, nosotras estamos haciendo comunidad (Mujer, CF-4).
Algo que me llamó la atención precisamente de [nombra la colectiva] fue su posicionamiento que leí que más allá de dictar del deber ser feminista, se habla acerca de construir puentes desde nuestras diferencias y dije: “güey, de aquí soy”. Porque algo que me había estado incomodando de otros espacios es la polarización que existe dentro de los feminismos y, al menos, desde donde yo acciono, pues no soy una persona que se quede fija en un pensamiento, sino que me voy de aquí para allá, recuerdo que le escribí a [nombre de integrante] y platicamos, y eventualmente conocí a mis otras compañeras de colectiva, algo que valoro mucho de este espacio, es la diferencia, abrazar esa diferencia y eso me ha ayudado a construir relaciones desde lugares donde yo no lo creía posible (Mujer, CF-2).
Un aspecto común que une la experiencia de estas colectivas es la conformación de la organización y participación de sus integrantes a través de espacios digitales como Facebook. Lo que les ha permitido establecer o mantener durante la pandemia los vínculos sociales y amistades que permiten hacerle frente a la inversión emocional que demanda el proceso de convertirse en una mujer feminista en los contextos de violencia en México.
El feminismo es un proceso agonizante porque te das cuenta de todo lo que hay alrededor, de toda la injusticia y de toda la violencia, y de todas las cosas que deben de cambiar y que realmente no tienes el poder para cambiarlas […] nosotras somos unas hormigas enfrente de un elefante enorme […] hay veces que sí te sientes como de que chale, o sea, ¿valdrá todo esto la pena? ¿será que mejor me pongo como muertito en el río y dejo que la corriente me lleve? y ya mejor dejo de nadar contracorriente porque es cansado […] justamente por eso sí sirven todas estas alianzas y todos estos círculos y estas compañeras como se ha hecho en el camino ¿no? […] El feminismo es una lucha que te va a costar todo: amistades, salud emocional, salud mental, probablemente tu integridad física; vas a perder amigos en el camino, vas a pelear con tu familia y perder familiares en el camino, no va a estar chido te van a exponer, humillar, insultar, violentar de todas las maneras posibles y tú vas a estar resistiendo toda esta mierda (Mujer, CF-1).
Adentrarse al feminismo tiene un coste emocional que, como se señala en las narraciones, puede ser un proceso doloroso, e incluso agonizante. Cuestionar el orden de género tiene entonces un gran costo afectivo, en la medida que puede generar un distanciamiento de las principales relaciones sociales que las mujeres establecen con sus pares y familiares. El desconocimiento acerca de las relaciones de desigualdad de género se percibe como un estado emocional de felicidad, inmersa en las relaciones de dominación y la violencia simbólica (Bourdieu, 1998) que hacen posible su reproducción.
El feminismo requiere de toda la inversión emocional posible, incluso la inversión de no sentir, de apelar a ser un cuerpo que, por momentos, deje de ser un cuerpo con emociones y sentidos que les permita percibir y verse afectadas por las realidades que enfrentan ellas y las otras mujeres que acompañan en diferentes acciones, como es el seguimiento a mujeres que viven diversas situaciones de violencia.
Estas metáforas corpóreas cuestionan e interpelan las reglas del sentir (Hoschild, 1979) enmarcadas en un orden sentimental, a partir de las diferencias de género, que fomenta relaciones de competencia y rivalidad entre mujeres a lo largo de nuestros procesos de socialización. Estas formas de interpelación de las reglas sentimentales que aprendemos las mujeres para competir con otras mujeres apelan a la creación de un nuevo orden sentimental a partir de otras emociones y afectos, es decir, de otras prácticas del sentir orientadas al trabajo en colaboración, la unión, el acompañamiento, el cuidado mutuo, a la conformación de una manada, de una voz colectiva que reclama un nosotras.
Prácticas del sentir entre mujeres que se entretejen y se desplazan espacialmente en la porosidad de lo online-offline, por ejemplo, a través del seguimiento en redes sociales como compartir la ubicación por WhatsApp; además de un acompañamiento afectivo que construye una hermandad que implica colectividad y búsqueda de esperanza. Esta última como una emoción que funciona como motor de la acción colectiva en el mantenimiento del proceso organizativo basado en la deconstrucción del imaginario de las relaciones de mujeres ancladas en la competencia, que cuestionan y refutan estereotipos y formas arraigadas de entender la relación entre las mujeres en el orden sentimental basado en prácticas y normas de género, que se reproducen por medio de premisas culturales: “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”, como cuestionaba una integrante de la colectiva de Veracruz.
Yo creo que el transformar más mi vida [el feminismo] y que las mujeres puedan decir “yo quiero esto también” porque siempre nos han enseñado que el peor enemigo de una mujer es otra mujer, creo que el romper con todos estos estereotipos que nos han impuesto desde que nacemos, ese es uno de los mayores retos dentro del feminismo (Mujer, CF-1).
Estos cuestionamientos señalan un horizonte de acción que se construye sobre nuevas prácticas emocionales y corporales; es decir, un nuevo marco de acción política basado en nuevos órdenes de sensibilidades. Sara Ahmed señala: “ser feminista puede sentirse como habitar un mundo diferente del que habita la persona con la que estás compartiendo una mesa […] la experiencia de ser feminista es a menudo la experiencia de estar fuera de tono” (2021, p. 87). Así, ser feminista es un proceso de cambio de los filtros de percepción que acompaña a las prácticas; es decir, convertirse en feminista involucra también una transformación sensorial en la medida que se cuestionan los filtros que configuran nuestros aprendizajes y formas de percibir el mundo. Ahmed (2021) también nos recuerda que en este nuevo proceso cognitivo desmantelamos el mundo, en la búsqueda de cambio y justicia está intrínseca la percepción social de los cuerpos genéricamente diferenciados (Sabido, 2016).
Segundo registro sensible. Emociones y sensorialidad como materialización de la demanda política
La pandemia por la Covid-19 representó para las colectivas entrevistadas una oportunidad en términos de organización colectiva, ya que las redes sociales permitieron, en algunos casos, conocerse o mantenerse en contacto. Las redes sociales han logrado una comunicación mucho más rápida porque permiten establecer lazos sociales en contextos donde la interacción cara a cara no es posible. Una de las hipótesis al iniciar esta investigación era que las redes sociales constituían una oportunidad para darle continuidad a las demandas políticas previas al inicio de la pandemia, especialmente después de una marcha con tanta efervescencia colectiva (Durkheim, 1993) como la del 8 de marzo de 2020 en la Ciudad de México, que tuvo resonancia en diferentes estados del país. Un patrón encontrado entre las narrativas de las tres colectivas es que fortalecieron su forma de organización durante la pandemia, así como la configuración de un espacio afectivo de apoyo y empatía.
Creemos que un aspecto susceptible a continuar indagando es profundizar en la pregunta que Tommaso Gravante (2020) ha hecho sobre ¿cómo y cuáles son los impactos emocionales de la acción colectiva? Una hipótesis que se deriva entonces de este cuestionamiento es que en México las acciones colectivas previas a la pandemia durante 2019 y 2020 generaron un ambiente emocional que posibilitó y potenció la búsqueda y creación de las colectivas, donde las redes sociales y el conjunto de elementos no-humanos que circulan como materialización de las demandas políticas de las colectivas feministas permitieron mantener o fortalecer las formas de organización.
Una propuesta para estudiar las prácticas de materialización emocional, corporal y sensibles de las demandas políticas feministas es observarlas como recursos expresivos, como son las imágenes publicadas por las colectivas que circulan en las redes sociales, como Facebook, Instagram y Twitter y su vínculo con las experiencias compartidas durante las entrevistas. Se considera que los recursos expresivos son inherentemente emocionales/sensoriales en tanto que su materialización apela a la escucha, la observación, el sentir, e incluso el sistema háptico, son: “objetos sensibles (sonoros, olfativos, visuales, táctiles), que, junto a las demandas, las redes de conflicto y las valoraciones simbólicas, operan como mensajes en los procesos de estructuración social” (Cervio y Guzmán, 2017, p. 44). Esto se puede observar en la invitación (Figura 1), por parte de la colectiva ubicada en la Ciudad de México, a un taller para bordar, que consiste en des-bordar la rabia desde el propio cuerpo, a partir de la práctica corpórea del bordado.
Como señala Castillo (2018), el bordado feminista ha sido una forma de expresión de identidad colectiva y una manera de explorar temas como la violencia, el cuerpo, el género y la sexualidad a través del arte como un modo de revalorizar la creatividad de las mujeres. Por ejemplo, en México han existido proyectos como el de Bordar por la paz y la memoria en México que han retomado el arte de bordar como una práctica de resistencia contra la violencia en el país (Olalde, 2019).
Las mujeres bordan desde y a través del cuerpo, actividad que requiere de una coordinación sensorial que involucra lo visual-táctil. Desde esta práctica de bordado, las mujeres enseñan y aprenden a resistir, así como a des-bordar la rabia desde el cuerpo. Los pañuelos que se producen se convierten en productores de la política feminista, en el momento que transmiten el mensaje, traducen y transforman lo social (Latour, 2004). En otras palabras, son actantes que exigen justicia, denuncian y demandan escucha desde su materialización, desde su lectura. Desde la imagen hasta el emoji de corazón que forma parte del comentario, son elementos del proceso que permiten llegar a la producción de un pañuelo en el taller, juntos son una red de materialidades sensibles que a través de su mensaje ejercen una demanda política y agencia desde el cuerpo y los sentidos.
Redes sociales como Facebook han hecho posible el registro a través de la materialización de las demandas políticas en la plataforma, su circulación en la red interpela a otros actores a que se integren a la colectiva o sus acciones.
Lo registros sensibles de la materialización de las demandas políticas pueden entenderse también como expectativas a futuro sobre la confirmación de derechos, donde las plataformas en redes sociales “son sitios de autorepresentación, transmisión y sintonización afectivas” (Fuentes, 2020, p. 27) que hacen posible la concreción de demandas de derecho y justicia.
En este sentido, el rastreo de la materialización de la demanda política puede ser el propio cuerpo, como es la exigencia por el derecho de las mujeres a mantenerse con vida y no ser asesinadas, así como vehículo y objeto de demanda frente al Estado o instituciones sociales a través de imágenes y narraciones. El mayor uso que las colectivas hacen de las redes sociales es para circular denuncias sobre casos particulares de desaparición, violencia, feminicidios, así como convocatorias para organizarse a protestar o movilizarse en algún punto de la ciudad.
La violencia creció, hay que seguir informando y estar viendo que es lo que se está legislando porque están entrando con todo, están arrebatando derechos [el Estado] ahorita. Por ejemplo, un tema que está en el congreso es el alquiler de vientres y nos lo van a meter, y van a entrar por los estados más pobres y mujeres más empobrecidas, y las van a arrastrar a esto [a las mujeres]. ¡vaya! no es trabajo fácil, a cambio de dinero. Si es ilegal vender tus órganos ¿por qué harías esto? Son como muchos temas de la agenda que ya están aquí en la puerta legislándose, entonces, pues sí, tenemos que seguir con información, información, información (Mujer, CF-1).
El cuerpo de las mujeres es el centro de las demandas del movimiento feminista, por lo que no es de extrañar que los registros sensibles de materialización tengan como uno de sus principales vehículos y objetos de demanda, temas centrales en el propio cuerpo. El tema acerca de la aprobación de la maternidad subrogada se suma a las demandas que desatan polémicas a favor y en contra entre grupos feministas frente a la posibilidad de su legislación en México. La colectiva ubicada en el estado de Veracruz utiliza las redes sociales para hacer circular su postura con respecto a este tema, a partir de la transmisión de notas periodísticas que acompañan comentarios que invitan a integrarse a la denuncia e impedir la legislación. El entrelazamiento entre las demandas y agendas abordadas en las entrevistas y la identificación de su materialización en las plataformas digitales permite reflexionar acerca de la relación entre la experiencia y la práctica que circula entre lo online-offline como una red de entidades, objetos, palabras, cuerpos, emociones que afectan y movilizan acciones políticas que desvanecen la frontera entre lo que sucede en línea o fuera de ésta, es decir, como un continuum de participación y posicionamiento político.
La autonomía del cuerpo de la mujer es obviamente la decisión de ser madre o no, la maternidad será deseada o no será. El segundo punto es garantizar la libre vida de las mujeres lejos de un entorno violento, un sano desarrollo psicosexual incluido. Aquí, en el estado de Guerrero, todavía en comunidades pertenecientes al municipio de Metlatónoc continúan vendiéndose las niñas […] El tercer punto sería el garantizar que, dentro de los espacios públicos, los espacios institucionales y educativos se proteja a la mujer y se den garantías a las niñas para que puedan y se establezcan comités internos y se lleve a cabo una exteriorización de la tipificación dentro del código penal. Un agravante el que seas profesor y cometas un abuso hacia tu alumna, utilizando el chantaje, el poder como personas jerárquicamente superiores para obtener favores sexuales, relaciones supuestamente románticas con sus alumnas, eso sería para nosotras los puntos más importantes en la agenda, nuestro eje han sido esos tres puntos (Mujer, CF-4).
El tema de la agenda feminista es resultado de la experiencia de las colectivas que se deriva de la intersección de desigualdades como la clase, el género, la etnia y la raza para el estado de Guerrero. El reconocimiento de la diversidad de situaciones plantea una agenda que aborda realidades y cuerpos heterogéneos, por ejemplo, niñas que son vendidas y estudiantes acosadas por sus profesores, el derecho al aborto y la maternidad. Estos ejes se trasladan a la cuenta de Instagram de la colectiva en la que fluyen imágenes sobre las movilizaciones y los actos de protesta, lo que abre la posibilidad de pensar la participación política feminista más allá de la presencia física e interacción cara a cara. Como lo ha apuntado Guiomar Rovira (2018), el activismo digital de las mujeres ha renovado el impulso de la política feminista, no sólo por su capacidad para expandir y visibilizar las demandas feministas sino también porque promueve una dinámica de implicación y autorreflexividad sobre temas de privilegio, diferencia y acceso. Las redes de comunicación (blogs, Facebook, Twitter, Instagram) se han convertido en importantes estructuras de organización: convocan y son la convocatoria.
En este sentido, la protesta en las calles en tanto acción colectiva adquiere en las redes temporalidades distintas, no es posible señalar que su fin llega cuando los cuerpos de las mujeres se retiran de los espacios de protesta, sino que se extiende, se amplía su duración y, por tanto, las demandas políticas. Estas imágenes (Figura 2) son recursos expresivos que tienen la capacidad de generar, de transmitir emociones (ira, indignación, empatía) a través de las redes sociales, e incluso interpelan la sensorialidad de quien observa la publicación. La segunda imagen está acompañada del comentario: “nuestra rebeldía”, una rebeldía que apela a lo háptico, a sentir el fuego desde lo visual. Como señala Marcela A. Fuentes (2020): “las herramientas de comunicación que funcionan en red facilitan, aumentan y sostienen la radicalidad corporalizada […]” (p. 30). La rebeldía es una posición frente a un orden social que transgrede, denuncia a través del fuego y la manta, se protegen por medio de la capucha que les permite accionar y protestar contra el hostigamiento sexual en las escuelas.
Tercer registro sensible. Emociones y sentidos como motor de la acción colectiva
Los registros sensibles como motor de la acción colectiva son aquellas experiencias y prácticas emocionales y sensoriales, expresadas por las mujeres, que las han orientado para emprender acciones colectivas en las calles, instituciones y en las redes sociales. Estamos entendiendo a la acción colectiva como las prácticas que pueden llevar a la movilización de un gran grupo de colectivas y mujeres organizadas, como es una marcha, hasta las acciones cotidianas que configuran formas de accionar frente a procesos de demanda y exigencia de justicia como es el acompañamiento de mujeres que atraviesan situaciones de violencias de género. Este punto nos parece fundamental para pensar la dimensión emocional, corporal y sensorial como una tríada de mecanismos causales, lo que implica acercar el lente a las formas de organización colectiva que impulsan a actuar en la vida cotidiana, que forman identidad colectiva (Melucci, 1989; Scribano, 2017) y permiten su mantenimiento en el tiempo. Al hablar de las emociones y los sentidos como motor de la acción colectiva nos referimos a cómo éstas orientan y permiten la reciprocidad (o no) de las acciones entre los individuos, pares y grupos (Weber, 2004), nacen y forman parte en la producción de la vida política.
En este sentido, encontramos una serie de patrones de registros sensibles que posibilitan la acción cotidiana y coyuntural en dos escenarios principales: el acompañamiento a mujeres, señalado en el párrafo anterior, y la movilización en marchas específicas como la del 8 de marzo, el 25 de noviembre y el 24 de abril4. Esto no quiere decir que una agenda política definida impida la acción para eventos que llaman a la organización constante. Se considera, y aquí la necesidad de lanzar otra hipótesis a indagar, que la velocidad de internet puede generar una saturación constante de información que llegue a la normalización de los eventos pero, también tiene el potencial político de informar y transmitir mensajes por parte de las colectivas que anteriormente no tenían la capacidad para generar un eco conjunto a la velocidad actual, como visibilizar y exponer un caso de desaparición o feminicidio, al punto de que sea trending topic en redes sociales y así ejercer presión a las autoridades.
Como señalamos en el apartado anterior, las plataformas digitales durante la pandemia han sido la principal ventana para denunciar y mantener los vínculos entre colectivas feministas e intragrupo. Las colectivas en sus formas de protesta digital y en las calles congregan cuerpos y ejercen un derecho plural y performativo de los cuerpos inmersos en un campo político (Butler, 2017). Dicha performatividad no es homogénea, por el contrario, involucra una heterogeneidad de acciones corpóreas y formas de aparición que imprimen diferentes significados a las demandas, e incluso ciertas presencias corpóreas pueden tener el objetivo de organizar y proteger otros cuerpos. El nosotros que se genera por la congregación de los cuerpos en los escenarios políticos en torno a las demandas feministas que desarrollan estas colectivas, se logra también a partir de la interdependencia de diversos actos de performatividad por parte de las feministas, como es el caso del bloque negro que a través de otros recursos materiales como la capucha, los aerosoles, martillos, entre otras herramientas generan no solo formas diferentes de protestar, sino que también permiten sostener y hacer posible la performatividad de otros cuerpos presentes y, por tanto de sostenerlos (Butler, 2017).
Nosotras también hacemos bloque negro y también por eso es muy importante que protejamos nuestros rostros ¿no? y también porque estamos estudiando dentro de una institución y eso nos hace vulnerables, nos vulnera ante la sociedad […] activamos una manera de protesta legítima pero más radical, en la que hacemos acciones más pesadas como usar el aerosol, los esténciles. Algunas compañeras en otros lugares han activado rompiendo ventanas de las instituciones a las que se les van a entregar las demandas pero surge de una rabia legítima en el que ya estamos bastante hartas de que las instituciones no atiendan nuestras denuncias […] nosotras ponemos el cuerpo, nosotras acuerpamos el movimiento cuando es necesario, en una protesta por nuestra legítima rabia ponemos el cuerpo, nosotras somos las que impedimos que vulneren a nuestras compañeras o se llegue a ellas […] para nosotras realmente poner el cuerpo es defender a nuestras hermanas mujeres y poder protegerlas dentro de las manifestaciones que hacemos[…] (Énfasis nuestro, CF-4).
La narración de la colectiva pone en el centro lo legítimo como un aspecto que revaloriza las acciones corporeizadas de las feministas que participan en el bloque negro. Lo que permite pensar en que el cuerpo “no es tanto una entidad como un conjunto de relaciones vivas” (Butler, 2017: 71), que permiten actuar y exigir el cumplimiento de sus derechos frente a la ausencia de condiciones de existencia, en este caso la condición más básica: vivir. Las acciones del bloque negro se desarrollan, por un lado, frente a la ausencia de un sostén de las principales instituciones políticas y, por el otro, como respuesta y generación de un soporte político alternativo entre la protección colectiva entre mujeres.
Reclamar lo legítimo de la protesta se acompaña de una emoción: la rabia, la que adquiere un matiz emocional distinto al remarcar su legitimidad, no sólo como derecho a cuestionar el orden de género establecido que pone en duda la presencia de que ciertos cuerpos puedan ser o no cuerpos de protesta, sino como derecho a sentir. La rabia legítima desafía las reglas establecidas del sentir para las mujeres, a quienes históricamente se les han asignado emociones compasivas que refuerzan las relaciones de poder basadas en la dicotomía sexo-género. Flam (2005) señala que existen emociones que cimientan las bases de una sociedad y hacen posible su reproducción a partir de emociones básicas como la lealtad, el miedo, el enojo y la vergüenza. Silva (2020) señala que la rabia es una emoción básica que tiene también el potencial de transformarse y adquirir una dimensión moral. En este sentido, se podría plantear que el proceso emocional de sentir rabia hacia una legítima rabia involucra el derecho al cumplimiento de demandas políticas.
Silva apunta que “poner el cuerpo significa exponerlo y generar un cuerpo colectivo” (2020, p. 90). Ya no es el cuerpo del Estado el que protege, sino el cuerpo de otras mujeres que protegen bajo la misma condición de precariedad (Butler, 2017), esto en términos discursivos ejerce al mismo tiempo una acción (Austin, 1982) que es quitarles su principal rol político a las autoridades estatales desde el propio cuerpo. Un cuerpo que acuerpa al movimiento, a sus hermanas, es un cuerpo que subvierte emocionalmente y se reapropia del derecho a sentir rabia, se reapropia la emoción; no es cualquier rabia, sino una legítima que, al mismo tiempo, permite desafiar el miedo como principal emoción de la dominación (Flam, 2005).
La rabia es una emoción que surge como un patrón a lo largo de las narrativas de las colectivas y las redes sociales, resultado de un sentir colectivo frente a la violencia de género y el alza de feminicidios en el país en los últimos años.
[…] a mí en lo personal, la rabia me ha movido a hacer algunas cosas, pero sobre todo me zangolotea mucho en la justicia que parece inexistente para nosotras y entonces en algún momento nuestras violencias o los agresores hablando como en casos más específicos de violencias de varones hacia mujeres digo: ¿dónde queda la justicia? […] a mí me da mucha rabia y es donde digo NO, aquí tiene que pasar algo ¿no? Aquí se tiene que hacer algo y en manos de quien se va a quedar la justicia […] es lo que nos mueve a generar otros espacios y otras acciones para las otras y para nosotras mismas (Mujer, CF-2).
Sin embargo, en el caso que analizamos, la rabia también es una práctica de creación, es una emoción que tiene el potencial de transformar espacios y acciones, como señala la integrante de la colectiva. Esto nos recuerda el diferente significado que pueden adquirir las emociones y la importancia de situarlas en su contexto, y sobre todo en las acciones de las personas. Son actos de habla (Austin, 1982) que adquieren sentido desde el cuerpo y su dimensión sensible. La rabia es una emoción que hace zangolotear al cuerpo, despliega su vínculo con la propiocepción. La rabia permite el despliegue de movimiento en un contexto, el accionar frente a lo que se percibe como injusto y, al mismo tiempo, su expresión emocional involucra una acción de cuidado mutuo como es el acto de acuerpar. El surgimiento de esta emoción puede generar acciones de protección entre las mujeres, que surgen frente a la probabilidad del dolor y daño físico durante una marcha. La rabia es una emoción/cuerpo/sensibilidad fundamental para la acción colectiva feminista.
Un segundo registro sensible que permite comprender la acción colectiva feminista es un entramado emocional que tiende hacia un estado sensorial cuyo fin es sentir lo menos posible. El objetivo es la construcción de un espacio de contención emocional para la compañera que vive violencia y también para quien acompaña, donde la violencia de la otra duela menos para poder realizar un proceso de acompañamiento continuo que va desde un asesoramiento legal o denunciar al agresor hasta atender los mensajes de acoso digital de algunas mujeres que se acercan a las colectivas o, bien, visibilizar en redes la desaparición y feminicidios de mujeres, entre otras acciones.
Este intento de normalización del dolor aparece en las narrativas como una estrategia necesaria, como mecanismo emocional y sensorial que hace posible un estado afectivo que no caiga en la indiferencia, sino en la normalización del dolor para desarrollar la acción. En una de las entrevistas con la colectiva de Veracruz, nos comentaba que al llegar a la colectiva se iniciaba con una piel de hoja, delgada, que con el tiempo se engrosaba, se hacía como un cuero grueso que permitía estar en continúo contacto con las situaciones de violencia. El acompañamiento, a diferencia de las protestas agendadas o coyunturales, es el diario vivir de las colectivas derivadas de la organización colectiva que lucha por la búsqueda de justicia. El acompañamiento que hacen las mujeres se cubre de capas de piel, de formas de protección colectiva ante el dolor y el llanto que producen las sistemáticas formas de violencias que se ejercen contra las mujeres y las niñas en México.
Hay que moverte para ayudar entonces es empatía con la persona, pero también estás pensando en cómo solucionar ¿no? sí duele, pero pues yo creo que lloras un día, lloras dos, pero el tercero dices: “ok, pues síguele que hay que solucionar y siempre decimos que queremos que el patriarcado caiga todo, quizás, no nos va a tocar pero sí podemos plantar la semilla de lo que es la emancipación de las mujeres, empezar a plantar el conocimiento, empezar a informar de todas las violencias que nos ocurren y las que podemos nombrar, muchas mujeres en México no sabemos qué violencias nos atraviesan porque está normalizado, pero cuando las nombras y sabes y entiendes qué es violencia te ayuda a salir del ciclo de violencia. (Mujer, CF-1).
Para lograr un cuerpo indoloro, que se engruesa, es inevitable pasar primero por el llanto, y continuar con la lucha política. Es necesario seguir porque frente a la lucha individual y colectiva de no sentir la acompaña otra emoción que es la esperanza, la expectativa de un cambio, aunque sea un cambio que no se ve, pero se siente, se informa, y permite a partir de la práctica un proceso cognitivo-afectivo que entraña a la política de las sensibilidades (Scribano, 2017) feministas.
Conclusiones
A lo largo del texto, se identificaron y desarrollaron tres tipos de registros sensibles. Lo que ha permitido analizar la forma en que las prácticas corpóreas, sensoriales y emocionales se entrelazan analíticamente y permiten comprender el papel de la relación del cuerpo con la dimensión emocional y sensorial en el mantenimiento de las formas de organización y demandas políticas a las que se enfrentan tres colectivas feministas en contextos geográficos con altos niveles de violencia de género. Es posible concluir que las integrantes que conforman estas colectivas realizan una inversión emocional constante, que durante las entrevistas reflexionan y hacen un cuestionamiento acerca de los costes emocionales que involucra ser feministas en un contexto de violencia extrema como el que se vive en México. Dichas inversiones emocionales están relacionadas con la distribución desigual de las emociones y sensorialidades que involucra sentirse constantemente en peligro de sufrir alguna forma de violencia. Esta vivencia compartida en la redistribución desigual de recursos simbólicos entre las integrantes dentro de una estructura social patriarcal es resignificada y revalorizada a partir de la lucha contra el miedo y la dignificación de la rabia, además, del derecho a la esperanza como emociones que permiten hacerle frente desde los márgenes.
En este sentido, la materialización de las demandas políticas de las colectivas que circulan a través de las plataformas digitales, como Facebook, Instagram y Twitter, desafían la propia temporalidad de la acción colectiva, apelan a diversas materialidades que configuran una red de mujeres y entidades no-humanas que potencian las demandas políticas, y ponen en el centro de la discusión al propio cuerpo político, recurren a lo visual, la escucha, lo háptico; a una sensorialidad y emociones compartidas, así como de denuncia. Lo que permite observar que lo sensorial y emocional no se limita a lo textual y narrativo.
Convertirse en feminista y formar parte de una colectiva donde las redes sociales digitales son un elemento importante de la acción y cohesión social, especialmente durante la pandemia por la Covid-19, ha implicado para las mujeres que participaron en este estudio un trastocamiento y transformación en la deconstrucción de los marcos de percepción. En la forma en que han aprendido a cuestionar y pensar sus relaciones e interacciones sociales, a sentirlas y vivirlas desde sus contextos y relaciones cotidianas. Por lo que, en los procesos de inversión emocional y construcción de un nosotras se encuentra inherente una dimensión corpórea-sensible que producen, gestionan y reproducen horizontes de acción, disposición y cognición (Scribano, 2017) de la acción política de las sensibilidades feministas.