Introducción
Gran parte de la investigación acerca del trabajo que realizan las inmigrantes en las sociedades de destino se centra en el trabajo doméstico y de cuidados en los hogares en los que fungen como trabajadoras asalariadas. Poco se conoce en cambio de las actividades de reproducción que cotidianamente realizan en sus hogares en los países de recepción, una tarea que por construcción de género les resulta ineludible. Limpiar, cocinar, cuidar a la prole o a las personas de edad y llevar a cabo las actividades de gestión y organización del hogar son faenas que bien pueden realizarse en condiciones de relativa adversidad, ya sea por la carencia de redes de apoyo; por la imposibilidad de acceder a servicios sociales reservados a los nacionales; o por el hecho de ubicarse en hogares y viviendas con necesidades materiales acrecentadas. El trabajo reproductivo se emprende desde un posicionamiento social diverso con implicaciones para la magnitud de la desigualdad de género que padecen las inmigrantes.
Acogiendo señalamientos críticos en favor de no reducir el trabajo reproductivo al de cuidados, resaltar sus vínculos con el proceso de reproducción social (Kofman y Raghuram, 2015) y profundizar -desde una mirada interseccional- en la heterogeneidad de las experiencias migratorias femeninas (Bastia, 2014) se analizan las diferencias en el trabajo no remunerado en México de las inmigrantes de seis países de América Latina en 2015 (Venezuela, Colombia, Honduras, El Salvador, Argentina y Cuba). El análisis va precedido de la descripción de las tendencias de la inmigración latinoamericana al país en el período 2000-2020. Los datos provienen de los Censos Nacionales de Población y Vivienda 2000, 2010 y 2020, y de la Encuesta Intercensal 20152
La ubicación diferencial de las inmigrantes en vectores clave de la interseccionalidad (dimensión familiar; dimensión socioeconómica; división sexual del trabajo) junto al país de nacimiento como expresión de desigualdades estructurales de partida, dibujan escenarios disímiles en términos de la magnitud del trabajo no remunerado que desempeñan en México. Nuestros hallazgos revelan que las hondureñas se ubican en un extremo del espectro, en la situación más desfavorable de todas; en el extremo opuesto figuran las colombianas, las cubanas y las argentinas, aspecto que realza las considerables distancias sociales que las separan. Se argumenta que a través de la migración tiene lugar el trasvase de desigualdades estructurales de los contextos de origen, de las cuales la desigualdad de género es una expresión más.
El artículo se divide en cuatro apartados, además de esta introducción y las conclusiones. En el primero se describen las tendencias de la inmigración latinoamericana a México y los perfiles sociodemográficos de las inmigrantes en tanto aspectos contextuales; en el segundo se exponen los presupuestos teóricos que guían la reflexión. En el tercero se describen la construcción de la información empírica, los métodos y la estrategia analítica. El cuarto apartado contiene los resultados del análisis descriptivo y multivariado del trabajo no remunerado en México de las inmigrantes latinoamericanas en 2015.
1. La inmigración femenina latinoamericana en México, 2000-2010
La inmigración latinoamericana a México ha aumentado de manera sostenida durante el siglo XXI, con tasas de crecimiento medio anual de 5.48 y 8.06% en el primer (2000-2010) y segundo período intercensal (2010-2020) (cuadro 1). En este último lapso su ritmo de crecimiento superó al de la población nacida en Estados Unidos, gran parte de origen mexicano (Jiménez, 2018), nación que aporta desde 1980 más de la mitad de todos los extranjeros residentes en el país3. En virtud de este importante dinamismo en los últimos veinte años las personas (de ambos sexos) nacidas en América Latina y el Caribe han estado cerca de cuadruplicar su volumen, al pasar de 78 586 a 304 444. Cuatro subregiones y siete países seleccionados aportan 80% de los inmigrantes: Centroamérica (Guatemala, Honduras, El Salvador) con 36.8%; el Eje Andino4 (Colombia, República Bolivariana de Venezuela5) con 29.9%; el Caribe (Cuba) con 8.5%; y el Cono Sur (Argentina) con 6.14%.
Volúmenes de inmigrantes, ambos sexos | Tasas de crecimiento intercensal * | Relaciones de masculinidad | ||||||
Región y país de origen | 2000 | 2010 | 2015 | 2020 | 1990-2000 | 2000-2010 | 2010-2020 | 2020 |
Latinoamérica | 78,586 | 135,967 | 170,723 | 304,444 | -0.9 | 5.5 | 8.1 | 99 |
Guatemala | 23,957 | 31,888 | 42,874 | 56,810 | -6.5 | 2.9 | 5.8 | 95 |
Colombia | 6,215 | 12,832 | 18,735 | 36,234 | 2.2 | 7.2 | 10.4 | 84 |
Venezuela | 2,823 | 10,786 | 15,664 | 52,948 | 6.1 | 13.4 | 15.9 | 83 |
Argentina | 6,480 | 14,171 | 14,747 | 18,693 | 3.4 | 7.8 | 2.8 | 116 |
Honduras | 3,722 | 9,980 | 14,544 | 35,361 | 6.2 | 9.9 | 12.7 | 106 |
Cuba | 6,647 | 11,822 | 12,768 | 25,976 | 8.0 | 5.8 | 7.9 | 125 |
El Salvador | 5,537 | 8,864 | 10,594 | 19,736 | 0.6 | 4.7 | 8.0 | 104 |
Perú | 3,749 | 6,870 | 5,448 | 8,670 | 2.3 | 6.1 | 2.3 | 118 |
Chile | 3,848 | 5,633 | 5,160 | 6,532 | 4.3 | 3.8 | 1.5 | 119 |
Otros Suramérica | 6,504 | 11,792 | 13,930 | 18,550 | 3.2 | 6.0 | 4.5 | 100 |
Otros Centroamericanos | 6,335 | 7,659 | 11,018 | 14,263 | -1.6 | 1.9 | 6.2 | 93 |
Caribe | 1,676 | 2,125 | 5,241 | 10,671 | 4.1 | 2.4 | 16.1 | 154 |
América | 1,093 | 1,545 | -- | -- | -- | -- | ||
Fuera de Latinoamérica | 412,518 | 831,937 | 834,743 | 904,087 | 4.9 | 7.0 | 0.8 | 106 |
Estados Unidos | 345,341 | 741,072 | 739,168 | 797,266 | 5.7 | 7.6 | 0.7 | 103 |
No especificados | 1,513 | 367 | 1,597 | 3,721 | -- | -- | -- | 118 |
Total extranjeros | 492,617 | 968,271 | 1,007,063 | 1,212,252 | 3.7 | 6.8 | 2.2 | 104 |
*Tasa de crecimiento anual In P f P i ∗ 1 t ∗100 Pf: población final; Pi Población inicial; t: tiempo transcurrido
Fuente: Estimaciones propias con base en los Censos de Población y Vivienda 2000, 2010 y en la Encuesta Intercensal 2015
Son los nacidos en Venezuela, Honduras y Colombia los que más han crecido en el último decenio, con tasas de crecimiento medias anuales de 15.9%, 12.7% y 10.4%, en cada caso, bastante superiores al 8.1% correspondiente al total de la inmigración latinoamericana. Como consecuencia, ha tenido lugar un incremento de los inmigrantes recientes (los que arribaron al país en el último lustro) en el universo de los latinoamericanos. El cuadro 2 muestra una diferencia de más de 10 puntos en el porcentaje de mujeres que llevan menos de cinco años residiendo en México, las que pasaron de representar 26.2% en 2015 a 38.0% en 2020. La tendencia fue muy marcada en las provenientes de Honduras y El Salvador, con diferencias de 18 puntos entre uno y otro año; seguidas de las colombianas y cubanas con incrementos más moderados (de 4 y 5 puntos porcentuales respectivamente).
Residencia cinco años atrás | ||||||
Región | País | Año | En México | En otro país | No especificado | Total |
Region andina | Colombia | 2015 | 62.7 | 36.2 | 1.1 | 100.0 |
2020 | 59.2 | 40.0 | 0.3 | 100.0 | ||
Venezuela | 2015 | 62.0 | 37.6 | 0.38 | 100.0 | |
2020 | 73.1 | 26.2 | 0.67 | 100.0 | ||
Guatemala | 2015 | 79.7 | 19.8 | 0.5 | 100.0 | |
Centro Ámerica y el Caribe | 2020 | 80.4 | 19.5 | 0.1 | 100.0 | |
El Salvador | 2015 | 80.8 | 18.1 | 1.1 | 100.0 | |
2020 | 63.3 | 36.3 | 0.3 | 100.0 | ||
Honduras | 2015 | 76.0 | 23.6 | 0.32 | 100.0 | |
2020 | 57.7 | 41.9 | 0.4 | 100.0 | ||
Cono sur | Cuba | 2015 | 80.2 | 19.4 | 0.4 | 100.0 |
2020 | 75.2 | 24.5 | 0.28 | 100.0 | ||
Argentina | 2015 | 73.7 | 26.0* | 0.3 | 100.0 | |
2020 | 72.0 | 27.9 | 0.14 | 100.0 | ||
Latinoamericanas | 2015 | 73.2 | 26.2 | 0.6 | 100.0 | |
2020 | 61.8 | 38.9 | 0.2 | 100.0 |
*Coeficientes de variación entre el 15 y 30 por ciento
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015 y el Censo Nacional de Población y Vivienda 2000, cuestionario ampliado
En las rondas censales de 2000 y 2010 la emigración latinoamericana intrarregional mostró un patrón feminizado, con 16 de 20 países exhibiendo índices de masculinidad favorables a las mujeres (Martínez y Orrego, 2016), México no fue la excepción. En ambos años las mujeres sobrepasaron a los hombres en el stock de latinoamericanos residentes en el país con razones de masculinidad de 93 y 88 hombres por cada 100 mujeres. En 2020, en cambio, la tendencia se modifica y se alcanza un equilibrio en la proporción por sexo en el stock de inmigrantes, pero con considerables diferencias intergrupales. En el universo de los siete primeros países de inmigración referidos, las mujeres exceden a los hombres entre los colombianos, los venezolanos y los guatemaltecos. En los cubanos y argentinos, en cambio, predominan los hombres (cuadro 1, última columna). La relativa feminización de los colombianos y venezolanos, en contraposición con la masculinización de los cubanos y argentinos, es un rasgo que distingue a los emigrantes de esos países en el contexto regional desde los censos de 2000 y 2010 (Martínez Pizarro y Orrego Rivera, 2016).
Diversos son los factores que impulsan la emigración latinoamericana reciente. En contraste con lo ocurrido entre 1970 y 1990, cuando predominaban los desplazamientos de corte político como secuela de los regímenes dictatoriales del Cono Sur y los conflictos armados en Centroamérica y Colombia, de 1990 en adelante ganan relevancia las migraciones de tipo económico como consecuencia de las reiteradas coyunturas recesivas por las que han atravesado varios países de la región. A este panorama se añade, en años recientes, la violencia como detonante de la movilidad en un subconjunto de naciones (Durand, 2020; París, 2017), la superposición entre tales factores es a veces inextricable.
Cuba, Argentina y Colombia figuran entre los países sacudidos por severas crisis económicas entre finales del siglo XX y principios del XXI (Esteban, 2003; Martínez, 2016; Torres, 2011), a los que se suma más recientemente Venezuela. La emigración venezolana conjuga de forma explosiva factores económicos, políticos, sociales e institucionales (Freitez, 2011, 2019; Gandini, Prieto y Lozano, 2019; Vivas y Páez, 2017). En el panorama latinoamericano esta emigración es excepcional tanto por su celeridad como por su masividad. Se estima en 4.7 millones el número de venezolanos que había abandonado el país hasta diciembre de 2019 (OIM, 2020). Tan sólo en México sus nacionales se han multiplicado 18.7 veces desde el año 2000. En el contexto latinoamericano esto ha supuesto la inversión del papel histórico jugado por Venezuela en el sistema migratorio regional, de polo tradicional de atracción a gran expulsor (Martínez Pizarro y Orrego Rivera, 2016).
En los países del norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) son la violencia sistémica, la pobreza y la fragilidad institucional los principales detonantes de la movilidad, imbricados de forma indisociable con los determinantes económicos y a veces con catástrofes medioambientales6 (Consejo Nacional de Población, 2019; Durand, 2020; París, 2017). En virtud del papel de México en el subsistema migratorio septentrional, una parte de los centroamericanos se interna al país en su tránsito hacia Estados Unidos, y termina por asentarse ante la imposibilidad de alcanzar el sueño americano. Este es un patrón de la movilidad espacial a México en aumento desde la primera década del siglo XXI (Instituto Tecnológico Autónomo de México, 2014). Las tasas de homicidio intencional colocan a Honduras y a El Salvador en el conjunto de países de mayor violencia del continente, con 74.6 y 64.2 personas asesinadas en 2014 por cada 100 000 habitantes (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2015). Las formas de la violencia son múltiples y se interconectan (violencia estructural; política; paramilitar; pandillera; por el narcotráfico), la ejercida contra las mujeres, sea en el ámbito comunitario o en el doméstico, es un factor decisivo de su movilidad (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 2015). Los datos de la Oficina del Secretariado de Ginebra colocan a El Salvador y a Honduras como los países con las tasas más altas de homicidios femeninos en el nivel mundial, con valores superiores a diez muertes intencionales por cada cien mil mujeres (Geneva Declaration Secretariat, 2015).
Las crisis económicas recurrentes, la ausencia de oportunidades y la violencia social son desencadenantes de la migración que coexisten con la desigualdad de género, un factor de los desplazamientos femeninos poco ponderado (Nawyn, Reosti y Gjokaj, 2009). Los países de América Latina que aportan el mayor número inmigrantes a México difieren en su grado de desigualdad de género. De acuerdo con el Índice Global en la Brecha de Género del Foro Económico Mundial que clasifica a las naciones en posiciones jerárquicas descendentes respecto de Islandia, el país con mayor equidad en 2015 en el conjunto de los 145 contemplados7, Guatemala, Honduras y el Salvador exhiben los mayores niveles relativos de desigualdad entre hombres y mujeres, con las posiciones 106, 80 y 78 respectivamente. En el polo opuesto figuran Cuba, Argentina y Colombia (lugares 29, 35 y 42); Venezuela ocupa un punto medio (posición 62). Es plausible pensar que estas distancias en las asimetrías de género se expresarán también en los contextos de recepción.
1.1 Perfiles sociodemográficos de las latinoamericanas
El cuadro 3 recoge los rasgos sociodemográficos de las latinoamericanas residentes en México en 2015 y 2020. El primero de estos años se incluye como antecedente en virtud de que es la Encuesta Intercensal de 2015 la fuente que sustenta el análisis empírico del trabajo reproductivo en la sección correspondiente. En aras de la simplicidad expositiva, en la descripción de los perfiles sociodemográficos nos centramos sólo en el año 2020 marcando si fuera necesario algún contrapunto entre ambos momentos.
Indicadores | Región andina | Centro Ámerica y el Caribe | Cono sur | Total | ||||||||||||
Colombia | Venezuela | Guatemala | El Salvador | Honduras | Cuba | Argentina | Latinoamericanas | |||||||||
Edad | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 | 2015 | 2020 |
Edad mediana | 36 | 37 | 34 | 36 | 32 | 33 | 39 | 36 | 31 | 31 | 43 | 39 | 38 | 37 | 35 | 35 |
Edad media | 37.8 | 39.1 | 33.4 | 37.3 | 33.3 | 34.0 | 41.9 | 36.6 | 33.3 | 31.1 | 44.0 | 40.3 | 39.4 | 38.5 | 36.6 | 36.6 |
Escolaridad | ||||||||||||||||
Escolaridad media | 15.2 | 15.1 | 15.6 | 14.6 | 4.5 | 5.3 | 8.6 | 8.6 | 8.0 | 8.4 | 14.7 | 12.4 | 14.8 | 14.7 | 11.2 | 11.8 |
Estado civil | ||||||||||||||||
Unida | 59.4 | 62.7 | 56.3 | 57.6 | 67.8 | 68.2 | 68.7 | 61.7 | 72.8 | 62.8 | 58.4 | 61.1 | 65.3 | 64.6 | 63.8 | 62.0 |
Alguna vez unida | 10.8* | 10.1 | 11.5* | 13.3 | 13.1 | 14.4 | 14.6* | 15.2 | 10.6 | 12.3 | 19.3* | 14.6 | 10.9* | 13.0 | 12.8 | 13.1 |
No unida | 29.5 | 27.1 | 31.9 | 28.7 | 19.0 | 17.4 | 16.3 | 23.0 | 16.6 | 24.9 | 21.8 | 24.4 | 23.6 | 22.4 | 23.2 | 24.9 |
Condición de maternidad | ||||||||||||||||
Madre | 58.7 | 57.4 | 58.0 | 61.2 | 79.1 | 80.6 | 84.3 | 77.4 | 58.0 | 76.9 | 70.5 | 65.1 | 57.3 | 58.0 | 69.8 | 67.4 |
No madre | 41.32 | 42.5 | 42.0 | 38.7 | 20.9 | 19.3 | 15.8 | 22.4 | 14.8 | 22.9 | 29.5 | 34.8 | 42.7 | 41.9 | 30.2 | 32.5 |
*Coeficientes de variación entre el 15 y 30 por ciento. Los indicadores de escolaridad se estiman para la población de 20 años y más; los de estado civil para la de 12 y más
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015 y el Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, cuestionario ampliado.
Las inmigrantes nacidas en nuestra región son adultas jóvenes con una edad media de 36.6 años en 2020 (edad mediana de 35) e importantes diferencias intergrupales. Las de mayor edad son las cubanas, las argentinas y las colombianas, con 39 o 40 años en promedio. Las dos primeras pertenecen a países ubicados en una etapa más avanzada de la transición demográfica, particularmente Cuba. Las más jóvenes son las hondureñas, con 31.1 años en 2020; el resto -venezolanas y salvadoreñas- poseen edades semejantes al total de las latinoamericanas. Al contrastar la información de los años 2015 y 2020 se observa el rejuvenecimiento en la edad media de las salvadoreñas, cubanas y hondureñas producto de la incorporación de nuevas cohortes. Llama la atención el descenso, en apenas un lustro, de 5.3 años en la edad media de las primeras; y de 3.7 en las segundas, dato que guarda coherencia con el mayor porcentaje de inmigrantes recientes en su universo en 2020 (cuadro 3).
Con la salvedad de las centroamericanas, que representan poco más de la tercera parte del total (36.8%), la inmigración latinoamericana a México es altamente selecta pues cuenta con 11.8 años promedio de escolaridad, valor superior al de la población nacida en México comparable, que es de 9.7 años (Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2020)8. La alta selectividad educativa es un rasgo que distingue a la inmigración internacional a nuestro país (Ariza y Jiménez, 2021). De acuerdo con Belot y Hatton (2008), a inicios del siglo XXI México figuraba entre las cuatro naciones de la OCDE con las cifras más elevadas de inmigrantes calificados, si se toma como criterio el porcentaje de extranjeros de 15 años y más con educación terciaria. Las andinas (colombianas y venezolanas) y las argentinas son las más escolarizadas, con 15.1, 14.6 y 14.7 años respectivamente; las centroamericanas, las menos, con alrededor de ocho. Entre ambos grupos de inmigrantes existe una brecha de seis a ocho años. Aun cuando la menor selectividad educativa de las centroamericanas trasluce los rezagos estructurales de sus sociedades de origen, está afectada por la proximidad geográfica. Es sabido que la selectividad educativa aumenta con la distancia (Docquier y Marfouk, 2006; Sjaastad, 1962), los inmigrantes de países limítrofes (o territorialmente muy cercanos) suelen ser menos selectos.
En consonancia con la etapa de la vida en que se encuentran, la adultez temprana, poco más de dos terceras partes de las latinoamericanas son madres (67.4%, cuadro 3). Los porcentajes más bajos corresponden a las colombianas (57.4%) y argentinas (58.0%); los más altos a las centroamericanas, con valores superiores a 70%. Los datos guardan correspondencia con las discrepancias en las tasas globales de fecundidad de sus países: en 2020 las hondureñas tenían en promedio 2.49 hijos por mujer; las colombianas y argentinas, menos de 2 (United Nations, 2022).
2. Migración femenina, trabajo reproductivo e interseccionalidad
La investigación reciente acerca de la migración internacional femenina se centra de manera preponderante en el trabajo reproductivo (principalmente de cuidados) que desempeñan las inmigrantes en los hogares de los países de mayor desarrollo relativo en calidad de empleadas domésticas (Anderson, 2000; Briones, 2005; Cox, 2006; Ehrenreich y Hochschild, 2003; Gavanas y Williams, 2016; Hondagneu-Sotelo, 2001; Lan, 2006; Lutz, 2008; Parella, 2007; Parreñas, 2001)9. Teniendo como prisma el concepto de internacionalización de la reproducción, se plantea que dicha migración forma parte de una cadena jerárquica y asimétrica de vínculos entre personas (migrantes y no migrantes, usualmente mujeres) situadas en los diversos eslabones del engranaje que conecta -vía el trabajo femenino- a las sociedades de origen y destino: las llamadas cadenas globales de cuidado (Hochschild, 2001). En general, los esfuerzos de investigación se abocan a documentar cómo se resuelven las necesidades de apoyo y atención en dos de los puntos del continuum que vertebran dicha cadena de cuidados: el hogar de las migrantes en los países de origen y aquél en que figuran como empleadas, destacando su interdependencia y las múltiples tensiones reproductivas en que padecen los primeros (Ariza, 2020; OIT y PNUD, 2009). Sin embargo, han quedado fuera de la mirada analítica las necesidades de reproducción de los propios hogares de las inmigrantes en las sociedades de destino.
En una revisión crítica del vínculo entre migración femenina y reproducción social global, Kofman y Raghuram (2015) advierten acerca del angostamiento del concepto de trabajo reproductivo al identificarlo de forma preeminente con el de cuidados, restringirlo al espacio del hogar y no problematizar desde una óptica feminista su incrustación en el proceso de reproducción general de la sociedad. Las autoras puntualizan que más allá de estar incorporadas en la esfera productiva como trabajadoras de la manufactura, los servicios o la agricultura, las inmigrantes deben resolver de forma ineludible las necesidades reproductivas de sus propios hogares (cocinar, limpiar, educar, cuidar, etc.), por lo que cobran relevancia los contextos y arreglos familiares desde los cuales emprenden su reproducción (Kofman y Raghuram, 2015).
En este artículo partimos del supuesto de que el trabajo reproductivo de las inmigrantes tiene lugar de forma estratificada (Colen, 1995), en la medida en que es contingente a la posición que ocupen en un conjunto de vectores sociales y al modo en que éstos se superponen. Sobresalen entre estos ejes el género, la clase social, la raza, la etnicidad, la ubicación en la esfera familiar, la edad, la condición migratoria y el país de origen. La combinación particular de estos ejes da lugar a experiencias (y consecuencias) diferenciales en (y del) ejercicio del trabajo reproductivo que bien pueden fortalecer las distancias sociales entre las inmigrantes. En el trabajo seminal que dio luz al concepto de interseccionalidad Crenshaw (1991) destacaba a la migración, a la par de la pobreza, como una condición capaz de suscitar experiencias de desigualdad singulares e irreductibles. Tiempo después, Bastia (2014) denominó a las mujeres migrantes como el sujeto por excelencia de la interseccionalidad dadas las múltiples fronteras que atraviesan (política, étnica, racial y de género). A pesar de su innegable importancia en el campo de los estudios de género, la perspectiva interseccional ha permeado sólo de forma enunciativa la investigación sobre migración femenina en América Latina (Magliano, 2015).
Aunque el número de vectores de la interseccionalidad puede ser muy amplio (Yuval-Davis, 2006)10, destacamos los más pertinentes para nuestros objetivos. Es importante no dar por sentada la preeminencia de un vector sobre otro (el género sobre la clase o viceversa), aun cuando en ocasiones alguno tenga un efecto multiplicador sobre los demás (Crenshaw, 1991; Kofman y Raghuram, 2015). La condición de extranjería entraña una merma de los derechos ciudadanos que configura un tipo de vulnerabilidad coercitiva en tanto emana del orden jurídico del Estado (Bastia, 2014; Crenshaw, 1991). A su vez, el estatus de migrante irregular puede acarrear consecuencias negativas en una serie de ámbitos sociales, tales como el acceso a la educación o al mercado de trabajo. En lo que concierne al trabajo reproductivo la no pertenencia plena a la sociedad de recepción representa una condición de merma de los derechos ciudadanos que puede acarrear un acceso restringido a servicios sociales estratégicos (guarderías, vales de alimentación, cobertura de salud), o la exclusión total de éstos. En general, las políticas de conciliación familiar no están diseñadas para incluir las necesidades específicas de la población inmigrante (Benería, 2006), un aspecto sin duda a subsanar. La antigüedad de la migración puede favorecer la construcción de redes sociales que suplan parcialmente la carencia de apoyos institucionales de cara al trabajo reproductivo. Otros factores del contexto de recepción (Portes y Böröcz, 1989) que pueden incidir en la carga de trabajo no remunerado son la receptividad hacia la población foránea, la existencia de programas de incorporación de los extranjeros o la fortaleza del estado de bienestar, siempre que incluyan la dimensión de género.
La posición socioeconómica de las inmigrantes en el país receptor incide de varias maneras en el trabajo reproductivo que han de realizar. Las que gozan de una mejor situación relativa están en la posibilidad de contratar a otras mujeres para delegar parte de las tareas, aunque no siempre lo hagan (Sánchez, 2014). En cambio, las situadas en la base de la pirámide social no sólo carecen de esta opción, sino que pueden contar con condiciones de habitabilidad (carencias de servicios básicos y hacinamiento) y de aislamiento social que multipliquen el trabajo a realizar.
El país de origen es un importante vector de desigualdad en la medida en que condensa asimetrías estructurales de partida que hallan expresión en los perfiles sociodemográficos diferenciales de las inmigrantes y en los recursos iniciales con que cuentan para lidiar con las cargas de trabajo no remunerado (TNR, en adelante). Entre otras, estas desigualdades estructurales atañen a las divergencias en los niveles de desarrollo de los países (PIB per cápita y niveles de escolaridad, por ejemplo); a la etapa de la transición demográfica en que se encuentran (expresada en disparidades en los niveles de fecundidad y en la responsabilidad familiar); y al grado de desigualdad de género prevaleciente, incluida la magnitud de la violencia hacia las mujeres. Este mosaico de asimetrías se reproduce y navega a través de la movilidad espacial dadas las vinculaciones recíprocas entre migración y desigualdad social (Kofman y Raghuram, 2015). Aun cuando el deseo de movilidad social suele ser un importante dinamizador de los desplazamientos migratorios, la incorporación a las sociedades de destino puede ocasionar un descenso (inicial o subsecuente) en la escala social, o la participación en nuevas formas de desventaja social (Kofman y Raghuram, 2015; Magliano, 2015; Silvey, 2004)11.
De los demás ejes de interseccionalidad nos interesa destacar el ámbito familiar por su estrecha conexión con el proceso de reproducción social. Como destaca Picchio (2011), es precisamente la contribución de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo desde el ámbito doméstico (y por ende al conjunto de la sociedad), lo que otorga preeminencia al trabajo no remunerado en el hogar, respecto del trabajo remunerado fuera de éste, en la ubicación diferencial en que se encuentran en el proceso general de reproducción social. Mientras más alta sea su concentración en la esfera doméstica, mayor será su subordinación social de género12. La posición en el grupo familiar (esposas, hijas, madres, abuelas), el tipo de hogar y la etapa del ciclo de vida familiar son de gran relevancia para las cargas potenciales de TNR que han de realizar (Oliveira, 2007; Santoyo y Pacheco, 2014).
A pesar de constituir el aporte más importante del feminismo en años recientes (McCall, 2005), la perspectiva interseccional no está exenta de críticas. Las más relevantes se refieren a la ausencia de una metodología propia; el tratamiento aditivo de los ejes que configuran las distancias sociales; la escasa validez empírica; la predilección por las historias de vida como opción metodológica con un número reducido de éstas; la focalización exclusiva en la desventaja omitiendo su condición recíproca, el privilegio social; y la insuficiente desagregación de las diferencias intragrupales (Bastia, 2014; Bürkner, 2012; Magliano, 2015; McCall, 2005; Nash, 2008). En consecuencia, se aboga por destacar la heterogeneidad de las experiencias femeninas.
Entre los enfoques metodológicos predominantes en los estudios interseccionales suscribimos el análisis categorial complejo (o intercategorial), cuya finalidad es documentar -sistemática y comparativamente- las relaciones de inequidad (desventaja y ventaja relativa) prevalecientes entre los grupos sociales, tratando de explicarlas (McCall, 2005)13. Las inmigrantes latinoamericanas que conforman el material empírico de nuestra investigación poseen suficiente heterogeneidad como para brindar perfiles diferenciados del trabajo reproductivo que realizan en México y su carácter estratificado.
3. Datos, método y estrategia analítica
Con la finalidad de reducir la complejidad analítica y conservar cierto grado de heterogeneidad intrarregional, al examinar el trabajo reproductivo en el hogar restringimos el análisis a seis de los principales países de inmigración excluyendo a Guatemala. A pesar de que en las últimas décadas la inmigración guatemalteca a México se ha diversificado, la mayoría de estos inmigrantes se ubica en el sureño estado de Chiapas dada la dependencia histórica de la región agrícola del Soconusco de la mano de obra guatemalteca, por lo que posee un fuerte componente transfronterizo (Angeles, 2012; Nájera, 2021)14. Los seis países en que nos centramos son representativos de cuatro subregiones del continente y configuran contextos de salida complejos y diversos: la andina (Colombia y Venezuela), la centroamericana (El Salvador y Honduras), la caribeña (Cuba), y la conosureña (Argentina).
Nuestra pregunta de investigación indaga la manera en que el trabajo reproductivo expresa las distancias sociales que separan a las inmigrantes en términos de su posicionamiento diferencial en cuatro vectores de la interseccionalidad: 1) el país de origen como adscripción que condensa desigualdades estructurales de partida, entre ellas la de género; 2) la posición socioeconómica de las inmigrantes en México, a la que nos acercamos a través del grado de hacinamiento de la vivienda; 3) la ubicación en la esfera familiar, recogida por medio de tres variables: la pertenencia a una unión conyugal, el tipo de hogar y la etapa del ciclo de vida familiar; 4) la interdependencia entre las esferas productivas (mercado de trabajo) y reproductiva (hogar), recogida a través de la condición de actividad económica. La estrategia analítica contrasta sistemáticamente las diferencias existentes de acuerdo con los orígenes de las inmigrantes y sus rasgos sociodemográficos.
La fuente de información es la Encuesta Intercensal 2015, la única que posibilita medir el TNR de la población extranjera en México. Ni las diversas encuestas de usos del tiempo disponibles ni los censos de población satisfacen la doble condición de captar de manera suficiente la inmigración latinoamericana e incluir preguntas acerca de la dimensión no remunerada del trabajo doméstico y de cuidados. La Encuesta Intercensal tuvo el propósito de actualizar la información sobre la dinámica demográfica del país a mitad del período intercensal, introdujo de forma excepcional una limitada batería de preguntas acerca del TNR, ocho en total15, en contraste con las más de 50 de las encuestas sobre usos del tiempo. También excluyó el trabajo voluntario, el tiempo de ocio y las horas dedicadas a trabajar para el mercado. Este último aspecto imposibilita estimar las cargas globales de trabajo, por lo tanto, aunque las estimaciones obtenidas conservan los patrones convencionales de uso del tiempo y se encuentran en el orden de magnitud esperado en los principales indicadores: las tasas de participación en el trabajo no remunerado y las horas promedio, no son comparables con los obtenidos con otras fuentes de información. Debido al sobrerregistro en la medición de las horas semanales que suelen propiciar la simultaneidad de las tareas y las exigencias disímiles de sus dos facetas: el trabajo doméstico y el de cuidados (Damián, 2014; García y Pacheco, 2014; Pedrero, 2014)16, ajustamos las horas a las realizables en una semana; es decir, a 168, lo que afectó al 4% de nuestro universo.
Dos ventajas de la Encuesta Intercensal 2015 son su estricta comparabilidad con los datos censales y su tamaño muestral (5.9 millones de viviendas), lo que permite profundizar acerca de la inmigración femenina. A pesar de ello, dado que los extranjeros representan menos del 1% de la población residente en México y de que el análisis se restringe a las mujeres, enfrentamos limitaciones para desagregar las subtareas inherentes al cuidado y al trabajo doméstico en las distintas subpoblaciones de inmigrantes. Las limitaciones muestrales impidieron también incluir una variable de gran relevancia en los estudios de interseccionalidad: la pertenencia étnica. En varios de los subuniversos de población que hemos definido las estimaciones no resultaron estadísticamente confiables. Para cumplir con este criterio se realizaron pruebas de hipótesis de diferencias de media y de proporciones a cada una de las variables en todos los grupos de inmigración, y se calcularon los coeficientes de variación respectivos, con un nivel de confianza de 90%. Siempre que no se afirme lo contrario, las mediciones y comparaciones entre los subuniversos son estadísticamente significativas. Para el procesamiento de los datos se utilizó el paquete STATA (versión 15).
El ejercicio empírico es descriptivo y multivariado, con base en el primero se calcularon indicadores específicos del TNR para el total de las latinoamericanas y para cada país de origen, examinando sus diferencias de acuerdo con ciertas variables clave: tipo de hogar, ciclo de vida familiar17 y hacinamiento de la vivienda. Para la construcción de este último indicador se tomó un umbral de 2.5 personas o más por habitación (Echarri, 2008). En el análisis multivariado se ajustó un modelo de regresión logística ordinal generalizado de la probabilidad de realizar altas cargas de TNR.
4. El trabajo reproductivo de las latinoamericanas en México
Las tasas de participación y las horas promedio contenidas en el cuadro 4 -mediciones distintas pero complementarias- exhiben diferencias considerables en la magnitud del TNR que desempeñan las inmigrantes. El primer indicador estima el porcentaje de horas dedicadas al TNR la semana previa a la encuesta por la población en edad de trabajar (12 años y más); el segundo, el promedio de horas semanales en el mismo lapso (cuadro 4). Se incluye la condición de actividad económica dada la interdependencia entre las esferas de la reproducción doméstica y la producción para el mercado (Picchio, 2011).
Indicador | Región Andina | Centroamérica y El Caribe | Cono sur | Total | |||
Colombia | Venezuela | El Salvador | Honduras | Cuba | Argentina | América Latina | |
Condición de actividad | |||||||
Activas | 46.9 | 46.1 | 37.4 | 36.4 | 47.8 | 50.5 | 40.3 |
No Activas | 52.7 | 53.5 | 62.5 | 63.6 | 52.2 | 49.3 | 59.5 |
Horas promedio | |||||||
Trabajo doméstico | 16.9 | 18.3 | 25.0 | 24.6 | 19.1 | 17.2 | 20.7 |
Trabajo de cuidados | 14.9 | 20.7 | 26.8 | 32.1 | 15.9* | 21.8 | 20.8 |
Trabajo no remunerado | 31.8 | 39.0 | 51.8 | 56.7 | 35.0 | 39.0 | 41.6 |
Tasas de participación | |||||||
Trabajo doméstico | 84.3 | 83.2 | 90.4 | 94.9 | 84.0 | 87.1 | 87.8 |
Trabajo de cuidados | 31.9 | 32.7 | 44.1 | 51.7 | 29.1 | 35.6 | 38.6 |
Trabajo no remunerado | 85.1 | 84.6 | 92.2 | 95.5 | 84.6 | 88.5 | 89.0 |
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015.
*Coeficientes de variación entre el 15 y 30 por ciento.
Las inmigrantes de América Latina poseen altas tasas de participación en el TNR: 89.0% dedicó al menos una hora a tales actividades la semana anterior a la encuesta. Las hondureñas y salvadoreñas exceden este valor, con tasas de 95.5% y 92.2%; el resto fluctúa entre 84.6% (venezolanas) y 88.5% (argentinas). En términos de horas promedio, el total de las latinoamericanas destina 41.6 horas semanales, con importantes asimetrías internas en perjuicio de las centroamericanas, quienes emplean entre 10 y 15 horas más. En la situación más favorable se encuentran las colombianas y las cubanas, con 31.8 y 35.0 horas respectivamente.
Al desglosar por tipo de tareas emerge una distribución equitativa: 20.7 horas promedio empleadas en el trabajo doméstico y 20.8 en el de cuidados. La única excepción la marcan las hondureñas, con 7.5 horas más a los cuidados que a las actividades domésticas (cuadro 4). La situación de mayor desigualdad intragénero de las centroamericanas queda en evidencia en el bajo porcentaje que participa en el mercado laboral, 36.4% o 37.4%, lo que representa una brecha de al menos 10 puntos porcentuales respecto del total de las latinoamericanas. Las que más participan son las argentinas (50.5%) y las cubanas (47.8%). Las distancias entre unas y otras guardan correspondencia con las diferencias en la participación económica femenina en sus países de origen: 45% en Honduras en 2015; y 55 y 60% en Argentina y Colombia (World Economic Forum, 2020). Estas fuertes asimetrías traslucen el peso de la división sexual del trabajo en las inmigrantes, y son el reverso del tiempo dedicado al trabajo en el hogar: aquellas con más altas cargas de trabajo reproductivo son las que menos incursionan en el mundo laboral. Estudios previos han corroborado el papel positivo de la participación económica en las relaciones de género intrafamiliares (Blumberg, 1991; Casique, 2003; García y de Oliveira, 2006). Con datos de la Encuesta Nacional de Usos del Tiempo de 2002, Pedrero encuentra que las mexicanas económicamente activas dedican 5.6 horas promedio semanales menos al TNR que sus pares que no participan en el mercado de trabajo (Pedrero, 2005).
Entre 31.8% y 37.6% de las viviendas de las centroamericanas se encuentra en situación de hacinamiento, en oposición a no más del 6% de las andinas, argentinas y cubanas, aspecto que reafirma sus mayores desventajas relativas en México. El cuadro 5.1 evidencia el fuerte impacto del estrato socioeconómico sobre la magnitud del TNR: las latinoamericanas cuyas viviendas se encuentran en situación de hacinamiento dedican 14.7 horas promedio más al TNR cada semana.
Indicador | Region Andina | Centroamérica y el Caribe | Cono sur | Total | |||
Colombia | Venezuela | EL Salvador | Honduras | Cuba | Argentina | América Latina | |
Tipo de hogar | |||||||
Unipersonal o Corresidente | 24.8 | 18.1 | 19.3 | 27.0 | 19.3 | 30.3 | 22.5 |
Pareja Núclear sin hijos | 23.5 | 18.8 | 19.0 | 18.8 | 23.3 | 26.2 | 19.1 |
Núclear con hijos | 30.7 | 42.6 | 37.3 | 37.2 | 33.8 | 34.0 | 36.2 |
Extensos o Compuestos | 21.0* | 20.5 | 24.4 | 17.1 | 23.6 | 9.5* | 22.2 |
Total | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
Tamaño promedio del hogar | 2.8 | 2.9 | 3.2 | 2.9 | 2.7 | 2.5 | 3.1 |
Relación de dependencia demográfica** | |||||||
Niños y/o mayores por cada100 activos | 27.0 | 33.3 | 47.6 | 44.3 | 38.9* | 32.0 | 39.8 |
Condición de hacinamiento de la vivienda*** | |||||||
Sí | 4.1 | 6.0 | 31.8 | 37.6 | 4.2* | 5.6* | 22.0 |
No | 95.9 | 94.0 | 68.2 | 62.4 | 95.8 | 94.4 | 78.0 |
HORAS PROMEDIO SEMANALES DEL TRABAJO NO REMUNERADO DE LAS INMIGRANTES LATINOAMERICANAS, MÉXICO 2015 | |||||||
Tipo de hogar | |||||||
Unipersonal o Corresidente | 13.0 | 14.7 | 24.0 | 15.8 | 18.0 | 14.7 | 16.6 |
Pareja Núclear sin hijos | 20.2 | 23.2 | 33.5 | 22.5 | 21.8 | 19.8 | 22.9 |
Núclear con hijos | 46.3 | 44.5 | 64.8 | 72.0 | 50.4 | 60.6 | 55.4 |
Extensos o Compuestos | 25.3 | 41.6 | 45.0 | 43.7 | 27.7 | 14.5 | 33.8 |
Condición de hacinamiento de la vivienda*** | |||||||
Si | 60.6* | 43.0* | 55.1 | 65.4 | 61.2 | 30.0* | 53.0 |
No | 30.6 | 38.8 | 50.4 | 51.7 | 33.9 | 39.5 | 38.3 |
*Coeficiente de variación entre el 15 y 30 por ciento.
** Relación de dependencia total: cociente entre la población de 0 a 14 años y de 65 años y más, entre la población de 15 a 64
***Hacinamiento: más de 2.5 personas por dormitorio
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015.
En ocasiones las discrepancias intragrupales en el TNR entre las viviendas con y sin hacinamiento, son enormes: las colombianas que carecen de esta condición dedican 30 horas menos al trabajo reproductivo que sus paisanas en situación de hacinamiento; entre las cubanas la brecha es de 27.3 horas promedio semanales. Investigaciones previas han documentado una estrecha asociación entre la pertenencia a sectores socioeconómicos bajos (medida por el ingreso o la escolaridad) y las altas cargas de TNR (Pedrero, 2010; Rendón, 2004).
En cuanto al tipo de hogar, son los nucleares con hijos los que más tiempo invierten en el TNR, con 55.4 horas promedio, una diferencia de casi 40 horas respecto de los hogares unipersonales y los de corresidentes, las modalidades residenciales que menos tiempo emplean (cuadro 5.1). Más de la mitad de las latinoamericanas habita en hogares nucleares (55.3%). Las salvadoreñas y hondureñas que forman parte de estos arreglos familiares exceden el tiempo de trabajo semanal entre 9.4 y 16.6 horas más. Sus distancias respecto de algunas inmigrantes son notables: de 20 a 27 horas en relación con las venezolanas, las que menos tiempo dedican; y de 4.2 a 11.4 con las argentinas, las que más. El segundo tipo de hogar con mayor demanda de trabajo reproductivo es el extenso, con 33.8 horas promedio, modalidad en la que habita una quinta parte de las latinoamericanas (22.2%). En estos hogares no son sólo las centroamericanas las que sobrepasan los valores del conjunto, sino también las venezolanas. Es de destacar que en los hogares extensos son bastante menores las asimetrías internas en el TNR que en los hogares nucleares. Las mayores cargas de estos últimos y las muy bajas de los unipersonales y de corresidentes, corroboran hallazgos previos de investigación (Santoyo y Pacheco, 2014).
Las etapas del ciclo de vida familiar plantean demandas diferenciales a los hogares (Hill, 1964). Si bien la fase inicial, cuando los hijos son pequeños, dispara los requerimientos de atención y cuidado, en etapas subsecuentes éstos pueden coexistir con necesidades domésticas y materiales acrecentadas si, por ejemplo, se trata de una familia numerosa o los hijos se encuentran en edad escolar. Los hogares de las hondureñas, las más jóvenes de todas, (cuadro 5.2) se concentran mucho más (41.6%) en la fase inicial (hijos de 6 años o menos) que el conjunto de las latinoamericanas (29.1%); seguidos de las venezolanas (31.1%). En cambio, los de las cubanas (41.3%) y las salvadoreñas (33.2%) se ubican proporcionalmente más en la fase consolidación (hijos de 13 años y más). En el resto (colombianas y argentinas) hay una distribución más pareja de las etapas del ciclo de vida familiar. Las relaciones de dependencia demográfica reafirman las mayores responsabilidades reproductivas de las centroamericanas, (cuadro 5.1) con poco más de cuatro integrantes inactivos por cada diez en edades activas. La situación más favorable corresponde a las colombianas, con 2.7 inactivos por cada diez activos.
Indicador | Región andina | Centroamérica y el Caribe | Cono sur | Total | |||
Colombia | Venezuela | EL Salvador | Honduras | Cuba | Argentina | América Latina | |
Etapa del ciclo de vida familiar | |||||||
PJSH | 16.3 | 14.0 | 5.3* | 8.8 | 10.6* | 14.2 | 10.5 |
Inicial | 22.5 | 31.1 | 27.6 | 41.6 | 12.8 | 26.7 | 29.1 |
Expansión | 20.0 | 18.6 | 15.9 | 21.8 | 12.2 | 21.5 | 20.6 |
Consolidado | 28.8 | 30.0 | 33.2 | 23.1 | 41.3 | 22.9 | 28.8 |
PMSH | 12.4 | 6.4 | 18.0 | 4.8 | 23.1 | 14.7 | 11.1 |
Total | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 | 100.0 |
*Coeficiente de variación entre el 15 y 30 por ciento.
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015.
Las figuras 1 y 2 ilustran la manera en que el ciclo de vida familiar modula la carga de TNR modificando el balance relativo entre sus dos facetas, los cuidados y las tareas domésticas. La fase inicial del ciclo (pareja joven con hijos) incrementa las horas promedio a 73.4, lo que supone una brecha de 31.8 horas respecto del valor general (41.6), y de 55.7 en relación con la etapa anterior del ciclo (pareja joven sin hijos) (figura 1). Varias inmigrantes latinoamericanas sobrepasan con creces esta cifra (salvadoreñas, hondureñas, cubanas y argentinas), pues dedican entre 84.5 y 98.8 horas promedio. Son precisamente las necesidades de cuidado las que más tiempo exigen en esta etapa inicial, al absorber 65.5% del tiempo total dedicado al trabajo reproductivo (48.1 de las 73.4 horas) (figura 2).
PJSH: Pareja joven sin hijos; PMSH Pareja mayor sin hijos
*En la etapa de PJSH la cifra para el Salvador no es estadísticamente significativa
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015
En la fase subsiguiente, la de expansión (hijos menores de 13 años), la demanda de TNR desciende a 54 horas, pero excede en más de 12 al promedio del total de las latinoamericanas, que es de 41.6 (cuadro 4). En este momento el cuidado requiere mucho menos tiempo (29.6 horas) y se encuentra en relativo equilibrio con las actividades domésticas (24.4 horas) al ocupar 54% del tiempo reproductivo total (figura 2). Persisten diferencias intergrupales destacables que colocan a las cubanas, las hondureñas y las venezolanas en una posición de desventaja relativa respecto de sus pares de la región al emplear entre 7.7 y 13.6 horas más a los cuidados. En las fases subsecuentes (de consolidación y pareja mayor sin hijos) declina progresivamente el tiempo empleado en la reproducción.
En contraste con los indicadores previos que situaban reiteradamente a las centroamericanas (y en particular a las hondureñas) en la posición de mayor desventaja relativa, el ciclo de vida familiar modifica el mosaico de las desigualdades intragénero e introduce cierto grado de homogeneidad en las cargas que desempeñan, con excepción de las colombianas18. Para despejar el efecto de las distintas variables realizamos a continuación un ejercicio estadístico multivariado.
4.1 La probabilidad de realizar altas cargas de trabajo reproductivo en el hogar
Como fue referido, algunas de las críticas formuladas a la mirada interseccional sostienen que carece de una metodología propia, que la mayoría de los estudios se sustenta en análisis cualitativos, y que se realiza un tratamiento aditivo de las variables empíricas (Bastia, 2014; Bürkner, 2012; Magliano, 2015; McCall, 2005; Nash, 2008). Sin pretender resolver estos cuestionamientos, entendemos que la aplicación de modelos estadísticos abona a la recuperación de la complejidad implícita en la interseccionalidad, pues proporciona una radiografía del efecto diferencial de un conjunto de variables independientes sobre el proceso que se estudia19.
Para evaluar la probabilidad que tienen las inmigrantes de realizar altas cargas de TNR ajustamos un modelo de regresión logística ordinal generalizado. Dicho modelo es un caso particular de la regresión logística ordinal cuando no todas las variables independientes cumplen el supuesto de proporcionalidad; es decir, cuando no puede rechazarse la hipótesis nula de que no existen diferencias entre los coeficientes al pasar de un punto de corte a otro en los niveles adyacentes de la variable dependiente (Williams, 2006)20. Uno de los supuestos de la regresión logística ordinal es que la variable dependiente tiene un orden natural, pero que las distancias entre los órdenes contiguos son desconocidas. Nuestra variable dependiente posee tres categorías ordinales de acuerdo con la intensidad del trabajo no remunerado: 1) marginal (menos de 36 horas); 2) baja/media (entre 36 y 48 horas); 3) y alta (más de 48 horas), elaborada con base en las horas brutas semanales ajustadas21.
Las variables independientes son seis: país de origen (1 igual a centroamericanas; 0 igual a otro); hacinamiento (1 igual a presencia; 0 igual a ausencia); situación conyugal (1igual a unidas; 0 igual a no unidas); etapa del ciclo de vida familiar (1 igual a inicial y de expansión; 0 igual a otro); condición de actividad económica (1 igual a inactivas; 0 igual a activas); y escolaridad (1 igual a hasta secundaria; 0 igual a más que secundaria). El país de origen separa a las inmigrantes en dos grupos oponiendo a las centroamericanas al resto en virtud de sus perfiles sociodemográficos y las mayores cargas de TNR que enfrentan. La condición de hacinamiento recoge la posición económica de las extranjeras en México en tanto país de recepción. Las dos variables siguientes -situación conyugal y ciclo de vida familiar- refieren a la dimensión familiar, mientras que la condición de actividad económica figura como proxy de la división sexual del trabajo, según hemos señalado. Analíticamente, las cinco primeras variables dan cuenta de la ubicación dispar de las latinoamericanas en cuatro vectores de la interseccionalidad. La escolaridad se incluye como variable de control dada la importante heterogeneidad sociodemográfica que presentan las inmigrantes.
Resultados
El valor de la 𝜒 2 de la razón de verosimilitud de 988,1 con un p valor de 0.0000 indica que el modelo es estadísticamente significativo comparado con el que carece de predictores (modelo nulo). Para su elección tuvimos en cuenta los valores de los criterios de información Akaike (AIC) y bayesiano (BIC) de varios modelos sucesivos. El modelo ajustado consta de dos ecuaciones, puesto que la estimación se realiza agrupando sucesivamente (por pares), las tres categorías de respuesta de la variable dependiente. La primera ecuación contrasta la probabilidad de pasar de cargas marginales a cargas bajas/medias y altas de TNR (primera franja del cuadro 6); la segunda ecuación, el tránsito de cargas marginales y medias/bajas, a altas (segunda franja). Con excepción de la etapa del ciclo de vida familiar, todas las variables cumplen el supuesto de proporcionalidad por lo que los coeficientes son los mismos al pasar de cargas marginales a medias/bajas y altas (primera ecuación); y de marginales y medias/bajas, a altas (segunda ecuación). En el caso del ciclo de vida familiar la probabilidad se modifica a medida que se transita por las diferentes categorías de la variable dependiente. En la exposición de los resultados nos centramos en la segunda ecuación.
DE CARGAS MARGINALES A BAJAS/MEDIA Y ALTAS | |||||||
Variables independientes |
Coef. |
Std. Err. |
z |
P>z* |
[95% Conf. |
Interval] |
Odds Ratio |
Economicamente Inactiva |
0.321 |
0.064 |
5.01 |
0.000 |
0.216 |
0.426 |
1.378 |
Economicamente Activa* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Con Hacinamiento |
-0.018 |
0.087 |
-0.21 |
0.836 |
-0.160 |
0.125 |
0.982 |
Sin Hacinamiento* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Unida |
1.073 |
0.068 |
15.8 |
0.000 |
0.961 |
1.185 |
2.924 |
No Unida* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Centroamérica |
0.381 |
0.072 |
5.32 |
0.000 |
0.263 |
0.499 |
1.463 |
Otro país* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Hasta Secundaria |
-0.128 |
0.076 |
-1.7 |
0.089 |
-0.253 |
-0.004 |
0.879 |
Más que Secundaria* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Inicial y Expansión |
1.045 |
0.077 |
13.49 |
0.000 |
0.917 |
1.172 |
2.842 |
Otra etapa* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
_cons |
-0.807 |
0.073 |
-10.99 |
0.000 |
-0.927 |
-0.686 |
0.446 |
DE CARGAS MARGINALES Y BAJAS/MEDIA, A ALTAS | |||||||
Economicamente Inactiva |
0.321 |
0.064 |
5.01 |
0.000 |
0.216 |
0.426 |
1.378 |
Economicamente Activa* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Con Hacinamiento |
-0.018 |
0.087 |
-0.21 |
0.836 |
-0.160 |
0.125 |
0.982 |
Sin Hacinamiento* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Unida |
1.073 |
0.068 |
15.8 |
0.000 |
0.961 |
1.185 |
2.924 |
No Unida* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Centroamérica |
0.381 |
0.072 |
5.32 |
0.000 |
0.263 |
0.499 |
1.463 |
Otro país* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Hasta Secundaria |
-0.128 |
0.076 |
-1.7 |
0.089 |
-0.253 |
-0.004 |
0.879 |
Más que Secundaria* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
Inicial y Expansión |
1.590 |
0.075 |
21.33 |
0.000 |
1.467 |
1.712 |
4.901 |
Otra etapa* |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
-- |
_cons |
-2.409 |
0.085 |
-28.26 |
0.000 |
-2.549 |
-2.268 |
0.089 |
Tamaño de la muestra=4,081 | >AIC=7919.105 | ||||||
LR chi2(6)=988.11 | BIC=7969.618 | ||||||
Prob > chi2=0.0000 | |||||||
Pseudo R2=0.1111 | |||||||
Log verosimilitud =-3951.5526 | |||||||
Significancia al 90% |
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encuesta Intercensal 2015.
*Categoría de contraste
Con un nivel de significancia de 90%, la única variable que no resultó estadísticamente significativa fue la condición de hacinamiento. Las de mayor impacto fueron las relativas a la dimensión familiar: el ciclo de vida y la situación conyugal. Encontrarse en la fase inicial o de expansión del ciclo de vida familiar (en contraste con cualquier otra) eleva cerca de cinco veces (razón de momios de 4.901, en adelante RM) la probabilidad de realizar altas cargas de TNR; mientras que entrar a formar parte de una unión conyugal casi la triplica (RM= 2.924). El hecho de que el efecto de la etapa del ciclo de vida familiar difiera en la primera ecuación (de cargas marginales a medias/bajas y altas) respecto de la segunda (de marginales y medio/bajas, a altas), indica que la probabilidad de realizar cargas crecientes de TNR depende del nivel del que se parta. Si una mujer cuenta con niveles bajos/medios (35 a 48 horas semanales), y entra a la fase inicial o de expansión del ciclo de vida familiar, tiene cinco veces más chances de verse atrapada en jornadas intensas (superiores a las 48 horas promedio semanales), en contraste con quienes se encuentran en cualquier otro momento del ciclo de vida familiar. En cambio, si parte de cargas marginales (menos de 36 horas), la probabilidad es bastante menor (RM= 2.842). El hallazgo sugiere que cuando las cargas de TNR son considerables, ambas etapas del ciclo de vida familiar, inicial y de expansión, conforman una suerte de zona de riesgo para las mujeres.
El país de origen y la condición de actividad económica tienen un impacto positivo semejante, con RM de 1.463 y 1.378, y constituyen el segundo grupo de variables de mayor impacto. Haber nacido en Centroamérica en lugar de Colombia, Venezuela, Cuba o Argentina, eleva una vez y media la probabilidad de realizar altas cargas de TNR, efecto levemente superior a la condición de no participar en el mercado laboral. El dato es llamativo pues supone que encontrarse en una división sexual del trabajo muy desigual (expresada en el hecho de no participar en la actividad económica, en lugar de hacerlo) reviste casi el mismo peso que haber nacido en algunos de los dos países con mayores desigualdades estructurales de América Latina (Honduras y El Salvador), de cara a la probabilidad de sobrellevar altas cargas de trabajo reproductivo en México.
El nivel de escolaridad resultó la variable de menor poder explicativo y su sentido es contraintuitivo: contar con secundaria o menos, en lugar de niveles superiores a ésta, no eleva la probabilidad de realizar mayores cargas de trabajo no remunerado sino de conservar la que se posee o de disminuirla ligeramente (RM= 0.879). Ello quiere decir que poseer un grado de escolaridad superior a secundaria no evita per se a las inmigrantes enfrentar cargas crecientes de TNR. Aunque el hallazgo amerita análisis ulteriores, el cuadro incluido en el anexo muestra bastante dispersión (alejamiento de la mediana) en las probabilidades de realizar cargas crecientes de TNR en ambos grupos de mujeres (menos y más escolarizadas, con excepción de las cubanas), lo que sugiere que este piso de escolaridad (secundaria o más) no alcanza a ser un factor de protección para las inmigrantes. Por restricciones muestrales no fue posible poner en juego otras categorizaciones de la variable escolaridad.
Con la finalidad de profundizar en las diferencias intergrupales, más allá del contraste entre centroamericanas y no centroamericanas, estimamos a partir del modelo estadístico las probabilidades individuales de ubicarse en las tres categorías de la variable dependiente.
La figura 3 arroja un mapa más complejo en el que pueden identificarse tres estratos: 1) las inmigrantes que cuentan con probabilidades inferiores a 60% de desempeñar cargas bajas/medias y altas (cubanas, colombianas y argentinas); 2) aquellas cuyas probabilidades fluctúan entre 60 y 68% (venezolanas y salvadoreñas); 3) y un colectivo, el de las hondureñas, con valores superiores a 70%. La ubicación de Venezuela junto a El Salvador es un hallazgo que no resultó evidente en el análisis bivariado, en cambio, el hecho de que las hondureñas se decanten como el grupo con la peor situación relativa es esperable en virtud de sus múltiples desventajas sociales. Entre otros aspectos, las nacidas en ese país centroamericano son las más jóvenes, las que se concentran más en la etapa inicial del ciclo de vida familiar, las que menos participan en el mercado de trabajo y las que emigran del contexto de salida con las mayores desventajas sociales de nuestro universo. En suma, se encuentran atrapadas en una concatenación de factores adversos que las colocan en la posición de mayor desigualdad, seguidas de las salvadoreñas y las venezolanas. Es preciso no olvidar que la emigración reciente de esos tres países responde a contextos de aguda crisis social, carencia de oportunidades e inseguridad. Son a su vez los que exhiben niveles bajos (Venezuela) o muy bajos (Honduras y El Salvador) de equidad de género en el universo de los que hemos incluido en nuestro análisis. En cambio, argentinas, colombianas y cubanas tienen entre 41% y 46% de probabilidad de realizar cargas marginales, situación bastante más favorable. Son las cubanas las que cuentan con la más baja probabilidad de realizar altas cargas de TNR, con apenas 24.7%. Este aspecto denota que, aun dentro del grupo de las mejor posicionadas, existen puntos de contraste en el espectro de las desigualdades de género que comparten.
Fuente: Estimaciones propias con base en la Encienta Intercensal 2015
*Estimaciones obtenidas a partir del modelo de regresión logística ordinal generalizado (Cuadro 6)
Conclusiones
Hemos analizado desde una perspectiva interseccional una dimensión poco abordada del trabajo reproductivo de las inmigrantes internacionales: el trabajo no remunerado que realizan en sus hogares en los países de recepción. Partiendo del supuesto de que su ejercicio tiene lugar de forma estratificada, hemos procurado resaltar la heterogeneidad intergrupal de la desigualdad de género (magnitud del trabajo no remunerado) que padecen y el peso de los factores (variables independientes) que la determinan.
El país de origen; el estrato socioeconómico; la dimensión familiar; y la división sexual del trabajo doméstico y extradoméstico fueron los principales vectores de la interseccionalidad contemplados, operacionalizados a través de sendas variables empíricas. Los resultados realzan la centralidad del mundo familiar en los niveles de subordinación femenina vis a vis otros factores. Fue esta dimensión, recogida a través de dos variables (etapa del ciclo de vida familiar y unión conyugal), la de mayor peso en el ejercicio estadístico. El hallazgo cobra realce si se tiene en cuenta que el indicador socioeconómico (ausencia o presencia de hacinamiento) no resultó estadísticamente significativo. El impacto de la etapa del ciclo de vida no es siempre el mismo pues depende del nivel de TNR del que se parta, aspecto que ilustra el carácter complejo y dinámico de las desigualdades de género y su carácter recursivo. En breve, contar con un nivel bajo/medio de TNR antes de atravesar las etapas clave del ciclo de vida familiar (inicial y de expansión), es en sí mismo un factor que eleva de forma importante la probabilidad de experimentar cargas mayores; un factor de profundización de las desigualdades de género, que cuando se parte de cargas marginales.
El lugar de América Latina en donde se haya nacido juega un papel importante en el grado de desigualdad de género de las inmigrantes residentes en México. Se trató de la segunda variable en orden de magnitud. En el extremo más desfavorable se encuentran las nacionales de Honduras seguidas, en un segundo peldaño, de las salvadoreñas y las venezolanas. En el lugar opuesto figuran las cubanas, las argentinas y las colombianas. No resulta fortuito que sea la condición de haber nacido en uno de los países más pobres, inseguros, violentos y de mayor desigualdad de género de América Latina, el hecho que favorezca una mayor subordinación femenina en México, pues denota el modo en que se refuerzan en el país de destino algunas de las desigualdades estructurales de base. Tampoco, que El Salvador y Venezuela acompañen a Honduras -si bien desde un lugar menos extremo-, pues los tres exhiben las peores posiciones relativas de igualdad de género en el conjunto de los seis países analizados, y han atravesado situaciones sociales críticas en años recientes, unos más que otros. Estos aspectos ilustran la manera en que la migración internacional femenina -en conjunción con las condiciones de los contextos de recepción- expresa y reproduce, hasta cierto punto, las desigualdades estructurales entre las naciones emisoras y las distancias sociales que separan a las inmigrantes internacionales una vez en México. El hallazgo realza la necesidad de profundizar en la heterogeneidad de la migración femenina.
El desequilibrio entre las esferas de la reproducción doméstica y la producción para el mercado, expresado en la ausencia de participación económica, eleva de forma importante la probabilidad de cargas crecientes de TNR y tiene un impacto semejante al del país de nacimiento. Este hallazgo resulta relevante en dos sentidos: 1) ratifica el papel central de la división sexual del trabajo en el grado de subordinación femenina; 2) abre una ventana de oportunidad, pues si bien no es posible modificar el lugar donde se ha nacido, sí lo es revertir -por medio de políticas focalizadas- el repliegue total de las inmigrantes económicamente más desfavorecidas al ámbito del hogar, habida cuenta del carácter estratégico del trabajo extradoméstico para la situación de las mujeres. Otra ventana de oportunidad consiste en sensibilizar a los hacedores de políticas públicas en relación con las necesidades específicas de las inmigrantes a la hora de diseñar las políticas de conciliación familiar, aspecto que favorecería su proceso de incorporación a México.
La migración latinoamericana a México ha experimentado un importante dinamismo en la última década (2010-2020), aspecto que subraya su rol en el sistema migratorio intrarregional. Las mujeres son al menos la mitad de los extranjeros residentes en el país, el trabajo reproductivo en sus hogares es una de las tareas ineludibles que enfrentan al asentarse en el territorio nacional. Las condiciones desiguales y estratificadas en que éste tiene lugar refuerzan las distancias sociales entre unas y otras y merman las posibilidades de capitalizar las oportunidades de vida que puede brindarles el país en el que optaron por residir.