Introducción
[…] el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse.
Michel Foucault, El orden del discurso.
Intentar explicar, o por lo menos abordar, los nuevos procesos de transformación y producción de lo social, es particularmente difícil cuando no se han generado consensos amplios sobre la definición de las teorías y de los conceptos que permitan discernir las recientes realidades con nuevos tipos de relaciones, interrelaciones y reconstrucciones de las sociedades actuales que se insertan en la internacionalización o mundialización de la economía, de la política, de la cultura y, por supuesto, de lo social.
No obstante, el hecho de que actualmente carezcamos de herramientas teóricas y metodológicas consensuadas para entender por ejemplo lo que es posverdad y sus implicaciones, nos obliga a identificar los cambios, las transformaciones que han sufrido las sociedades durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI con respecto a lo que se consideraba como procesos normales, tradicionales o constantes. Cambios que no han quedado claros en sus orígenes y alcances, pero que se encuentran delimitados por el agotamiento de un viejo orden y el surgimiento de uno nuevo.
Aquí se pretende contribuir con una aportación teórica para la delimitación analítico-conceptual de la posverdad como instrumento de dominación propio de las sociedades contemporáneas. La estrategia metodológica consiste en un estudio cualitativo que vincula el análisis teórico con la investigación documental, a partir de la crítica hermenéutica interpretativa de algunos de los principales teóricos que abordan la construcción del conocimiento, del lenguaje, de los significados y de las ideologías como mecanismos de control y dominación mediante la filosofía, la historia y la sociología como perspectivas para comprender y explicar no solo la construcción de la posverdad como concepto o categoría de análisis, sino sus implicaciones en la pugna permanente por el poder y la dominación.
Consideramos que algunas de las consecuencias más inmediatas y visibles de la posverdad trascienden las formas tradicionales de construir lo social, de hacer política, de mantenerse en el poder y de prolongar su control. Al respecto, la sociología -como disciplina académica- posee facultades para considerar las teorías o los conceptos que se relacionan con este nuevo objeto de estudio y permiten analizarlo desde la construcción del conocimiento, del lenguaje, de la ideología, de los símbolos y los significados con base en una intencionalidad.
La estructura argumentativa que nos permite llegar hasta el marco teórico del poder y la dominación parte de las condiciones en que un pretendido saber está justificado o no; si es verdadero o falso; si corresponde o no a la realidad y, sobre todo, si es producto individual o colectivo. Las diferencias entre creer, saber y conocer nos permiten identificar la intencionalidad que tiene la posverdad cuando se alude a las creencias y las emociones por encima de los hechos concretos en la realidad objetiva. Con el control de la información, se controla el conocimiento; en consecuencia, se moldea la realidad. Los signos, los sentidos, los símbolos, los significados, los discursos, la escritura -como parte del lenguaje- nos permiten formular nuestra hipótesis: la posverdad es un mecanismo de dominación propio de las sociedades contemporáneas.
En el segundo apartado, nos preocupamos por explicar que el liberalismo, como ideología dominante, ha generado condiciones generales de desigualdad en el mundo. Y, a su vez, esta desigualdad provoca un clima de incertidumbre generalizado en donde el futuro incierto propicia las mejores circunstancias para el surgimiento y fortalecimiento de la posverdad, ya sea como acción, o como momento.
De manera posterior, hacemos un breve recorrido de los orígenes de la posverdad y retomamos dos de las definiciones más recurridas para referirse al tema. Si bien no son las únicas, comparten algunos elementos constitutivos que nos guían hacia la relación entre ideología, el lenguaje y la búsqueda de dominación. Desde los aportes de Jürgen Habermas sobre los marcos simbólicos y su influencia en la percepción de la realidad; sobre el sistema y mundo de la vida, así como de su concepción sobre los distintos tipos de crisis -sistémica, de racionalidad, de legitimidad, de motivación e identidad- que en las sociedades modernas aparecen como enfermedades de las estructuras sociales.
Con base en las claves de Habermas para entender las causas de crisis en las sociedades contemporáneas, el paso obligado es describir sus estructuras sociales, caracterizarlas y analizar cómo se conforman. Eso lo hacemos desde de una perspectiva histórica, Eric Hobsbawm, y una sociológica, Zigmunt Bauman.
En el último apartado, desde la sociología comprensiva de Max Weber, abordamos el marco teórico que rodea a los conceptos de poder, dominación y legitimidad, que, si bien han sido ampliamente estudiados y aplicados desde distintas perspectivas en el quehacer de la política, los consideramos pertinentes para explicar que para la configuración o manipulación de la opinión pública -como intencionalidad de la posverdad- se requiere de la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social; la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas; y de la creencia de cuando menos alguna parte de los miembros de la relación de dominación, en las personas facultadas para gobernar, para generar y controlar los de temas de agenda pública y su información.
Conocimiento, lenguaje, ideología y dominación
Desde el origen de nuestra existencia los seres humanos comenzamos una carrera difícil de terminar. En su defecto, creemos que la carrera terminará con nosotros: la de alcanzar el conocimiento y la sabiduría que nos permita, al mínimo, comprendernos a nosotros mismos y a lo social, en un entramado complejo de relaciones. Entre ellas, las de control y dominación. Pero, ¿qué es el conocimiento? ¿En qué condiciones algo puede calificarse de conocimiento?
Desde la Filosofía, Luis Villoro hace una distinción entre conocimiento y creencia refiriéndose ya no a las causas y consecuencias del conocimiento, sino a las condiciones en que un pretendido saber está justificado o no, si es verdadero o falso, o si corresponde o no a la realidad. Define al conocimiento desde dos ámbitos: como proceso psíquico individual; y como producto colectivo o social que comparten muchos individuos:
A las ciencias sociales interesaría descubrir los condicionamientos sociales de los conocimientos compartidos y analizar las funciones que cumplen en el mantenimiento o transformación de las estructuras sociales. En cualquier caso, las ciencias intentarán responder fraguando teorías que den razón de las causas, funciones, resultados de ciertos hechos […] El análisis de los conceptos epistémicos es tarea de la filosofía, la explicación de los hechos de conocimiento, asunto de la ciencia; la pregunta por la verdad y justificación de nuestras creencias compete a la filosofía, la pregunta por su génesis y resultados, a la ciencia. (Villoro, 1989, pp. 11-12)
En un intento por definir a la posverdad -ya sea como concepto o como categoría de análisis- se ha renovado el debate sobre las diferencias entre creer, saber y conocer para tomar decisiones, para asumir comportamientos o construir opiniones. Su creciente influencia se percibe a partir de los distintos enfoques que pretenden explicar nuevos hechos, nuevas realidades: como estrategia de comunicación política y electoral; como fuente de información para justificar acciones; a partir de su función para difundir mentiras o desinformar; para influir en las formas y niveles de participación ciudadana; como nueva forma de hacer política; como un instrumento de gobierno para ejercer el populismo; y hasta como un factor característico de las sociedades posmodernas en donde las creencias y emociones se colocan por encima de la racionalidad, por mencionar solo algunos de los más recurrentes.
Luis Villoro, en su análisis sobre el Teetetes y el Menón,1 explica que el Teetetes (Platón) trata el conocimiento como un acontecimiento puramente intelectual, desprendido de sus relaciones con la práctica, mientras que en el Menón (Sócrates) se trata al conocimiento por su intencionalidad, por sus efectos prácticos. En suma, ambos coinciden en definir el saber como una forma de creencia verdadera justificada en razones, la diferencia es que en el segundo se considera al conocimiento como una guía para la práctica. Saber sin creer no es posible, creer sin saber sí lo es. Todo saber implica creencia, pero no toda creencia implica saber. Saber es, entonces, creencia verdadera y justificada (Villoro, 1989, pp.14-18).
¿Cuál es la intencionalidad de la posverdad? ¿Cuáles han sido o podrían ser los efectos prácticos de la posverdad? ¿Cómo se está construyendo el contenido de su definición? Preguntas que se inscriben en la agenda de investigación de las ciencias sociales para delimitar, analítica y conceptualmente, la posverdad. Si bien es cierto que sus acepciones son importantes, la relevancia empírica de la palabra radica en que ha modificado justo los condicionamientos sociales del conocimiento compartido y que ha influido para mantener o transformar las estructuras sociales contemporáneas.
Los apuntes teóricos que se presentan en este trabajo nos permiten vislumbrar que, a partir del control de la información, se sesga el conocimiento y a partir de tal sesgo se moldea la realidad. Una realidad que permite acomodar y extender relaciones de poder y dominación en las sociedades del siglo XXI.
A raíz de lo que Michel Foucault denominó “Matriz de la razón práctica”2 como motor de búsqueda, se hace evidente el objetivo permanente de dominación y poder sobre los demás, e incluso sobre nosotros mismos. No obstante, la aportación del ser humano en la construcción de la historia, de los acontecimientos y de las prácticas sociales, el “conocimiento verdadero” no tiene un solo origen, sino que se constituye de acuerdo con distintos mecanismos sociales y estructuras políticas que, en el afán de mantenerse y conservarse en el poder, utilizan el discurso y las formas de verdad como medio de control para el dominio de las personas (Foucault, 1995).
En esa diversidad de orígenes surge el concepto de posverdad. Así como las sociedades y sus interacciones se adaptan con relativa novedad, la construcción de esta categoría de análisis se presenta como un esfuerzo por comprender nuevas formas de interacción y nos guía de manera irremediable a la pregunta: ¿Cuál es el estatus actual de la lucha permanente por el poder en lo que va del siglo XXI?
Nos parece que la violencia y el lenguaje, antes de la invención de la imprenta, han sido los principales mecanismos de dominación. Es a partir de la utilización de signos, de sentidos, de símbolos, de significaciones, de discursos y de la escritura -todos estos como parte de un sistema de lenguaje- de donde queremos lanzar nuestra primera hipótesis: la posverdad es un mecanismo de dominación propio de las sociedades contemporáneas.
Roland Barthes (1996) nos habla precisamente de los significados y del lenguaje como medios de liberación respecto a las ataduras y restricciones que nos impiden disfrutar y gozar, lo que considera como fuentes de sentido y de realidad para la concreción de lo social; pero a nuestro parecer también se refiere a ellos como mecanismos de control y de dominación, tanto de las reglas de comportamiento, como de las ideologías que predominan en las sociedades.
Las emociones y creencias pueden considerarse como elementos que dan cuerpo y forma a la percepción de la realidad. Y a su vez, estas se construyen a partir de los significados y del lenguaje. Una ideología, como colección de ideas, para expresarse, requiere del lenguaje.
Las ideologías como manipuladoras del lenguaje: el liberalismo
Según Immanuel Wallerstein (1996), las tres grandes ideologías del siglo XIX -socialismo, conservadurismo y liberalismo- manipularon y centraron el debate según sus propias visiones sobre la modalidad del cambio político.
En 1848, el triunfo de la Revolución francesa significó el predominio del liberalismo como la ideología capaz de establecer condiciones sociales, políticas y económicas favorables para el desarrollo del capitalismo. Con el objetivo de poner fin a la intervención del Estado en los asuntos económicos, los liberales manejaron el discurso de manera que la racionalidad, la tecnología y la ciencia, aparecieran como los verdaderos reivindicadores de las garantías y libertades individuales en el marco de un Estado soberano que por un lado protege con sus instituciones a un conjunto de derechos basados en la propiedad, en la libertad de elección y en el bienestar económico, y por otro, excluye y restringe de tales beneficios a aquellas personas que no cumplen con las características de un ciudadano, y a quienes no considera dentro de su soberanía.
Es así como la contradicción del liberalismo radica en que el conjunto de derechos es teóricamente universal, pero en la economía mundial capitalista lo que se ha creado y mantenido son condiciones insuperables de desigualdad.
De acuerdo con el Informe sobre la Desigualdad Global 2022 (Chancel et al., 2022), dos años después de la declaración de la emergencia sanitaria por la covid-19, el 10% de la población mundial más rica recibe actualmente 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre de la población gana 8.5%. Esta segunda mitad apenas posee 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico de la población mundial posee 76% de toda la riqueza.
En términos geográficos, la desigualdad varía significativamente entre la región más igualitaria (Europa) y la más desigual (Oriente Medio y África del Norte). En Europa, 10% de los ingresos más altos se sitúa en torno al 36%, mientras que en Oriente Medio y África del Norte alcanza el 58%. En el este de Asia, el 10% más rico registra 43% del ingreso total y en América Latina, 55%. En el mismo informe se señala que, en proporción, las desigualdades globales contemporáneas se acercan a los niveles de principios del siglo XX, en la cúspide del imperialismo occidental.
Sin embargo, el liberalismo como ideología se ha implantado a lo largo y ancho del mundo como el régimen protector de la libertad, pero que olvida la igualdad. En este contexto de mundialización de las sociedades, desde el año 2001, a propósito de los atentados del 11 de septiembre del 2001, en Estados Unidos, Jacques Derrida (2001) advertía parte de las dificultades provocadas por el liberalismo actual, y sostuvo que el uso desmedido de los medios masivos y electrónicos de comunicación, la distorsión y manipulación del lenguaje y de los signos, el monopolio del Estado sobre la violencia y la restricción de los medios de expresión de inconformidades, originaron un clima de incertidumbre hacia lo que está por ocurrir, hacia lo desconocido, hacia el futuro incierto. Frente a las sociedades sin certezas, la posverdad ha ido ocupando un lugar.3
La posverdad a través de los significados
Apelar a las creencias y emociones de las personas para influir o modificar su conducta es casi tan antiguo como las primeras sociedades. Hasta el momento, no existe un consenso generalizado sobre el papel inaugural de la posverdad. El Diccionario Oxford, por ejemplo, dedicó el término Post-truth (posverdad) como palabra del año en 2016. Debido al incremento de su uso en el contexto del referéndum británico sobre la Unión Europea y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en donde Donald Trump resultó electo como presidente. Asimismo, le asignó como inicio histórico el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945) y el movimiento contra el racismo de 1971. De manera posterior, en 1992, en un ensayo de Steve Tesich en la revista The Nation, acerca de la Guerra en el Golfo Pérsico. Y luego, en 2004, en un libro de la autoría de Ralph Keyes,4 escritor norteamericano.
Si bien, conocer la genealogía de la palabra puede ser interesante, para los propósitos de este trabajo lo es más la construcción del concepto. El Diccionario Oxford define al concepto posverdad como: “Relativo o que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes en la configuración de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y la creencia personal” (Oxford Languages, 2016).
Otra de las definiciones más recurridas, incluso en el ámbito académico, es la propuesta por el Diccionario de la Real Academia Española, que en 2017 incluyó en su contenido el término posverdad para referirse a “toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público” (RAE, 2017). Se trata de una “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” (RAE, 2021).
Aunque no son las únicas, son las definiciones más utilizadas cuando se intenta describir el concepto posverdad es interesante que compartan algunos elementos en común que dirigen nuestra atención hacia la compleja relación entre la ideología, el lenguaje y los mecanismos de dominación (Tabla 1).
Diccionario Oxford | Real Academia Española |
Circunstancias | Información o aseveración |
Hechos objetivos | Hechos objetivos |
Opinión pública | Deseos del público |
Emociones | Emociones |
Creencias | Creencias |
Fuente: Elaboración propia con información de las referencias citadas.
Desde una primera lectura resalta que ambas definiciones aluden a las emociones, creencias, hechos objetivos o realidad, no solo para darle contenido al concepto de posverdad, sino para señalar que es posible influir en la opinión pública y aseverar que la realidad es suceptible de ser manipulada, e incluso, los deseos.
De acuerdo con Habermas (1999), cuando uno observa la realidad, lo hace dependiendo de cierto interés, del marco cultural en donde nos desenvolvemos. Los marcos simbólicos (contexto social) median la percepción de la realidad, por lo que no se puede partir solo de una observación de los hechos para explicarla.
El conocimiento no se construye a partir de la observación de la realidad, sino de su cuestionamiento y, además, el sujeto de conocimiento siempre parte de una postura ideológica en su análisis de la realidad, es decir, a partir de la cultura por la que hemos sido socializados.
Como parte de su teoría central, Habermas (1982) desarrolla un análisis del lenguaje y de la sociedad a partir de dos conceptos fundamentales: sistema y mundo de la vida. Desde un criterio de separación entre lo que se puede controlar y lo que no, al sistema corresponden la economía y la política. Mientras que al mundo de la vida, la cultura y la solidaridad. Habermas hace esta separación porque argumenta que las relaciones económicas escapan del control de los actores, al igual que el sistema político. Explica que estos dos tipos de sistemas son creados, pero incontrolables.
En función de lo anterior, Habermas hace una caracterización de las sociedades modernas en donde contrapone el sistema con el mundo de la vida, y esta contraposición la maneja como un tipo de conflicto constante dentro de las nuevas sociedades, propias de lo que él llama crisis del capitalismo tardío.
Habermas retoma el concepto de crisis del lenguaje médico. Se refiere a este como a la fase de un proceso de enfermedad en que se decide si las fuerzas de recuperación del organismo conseguirán la salud.
Ese estado de crisis, o enfermedad, surge como algo objetivo. Una infección, por ejemplo, es causada en el cuerpo por agentes externos. Pero no se puede hablar de crisis si ese proceso objetivo se considerase como separable de la percepción interior de quien la padece: “el paciente experimenta su impotencia con respecto de la enfermedad objetiva solo por el hecho de ser un sujeto condenado a la pasividad” (Habermas, 1999, pp. 19-20).
A partir de esta concepción de la medicina, explica el concepto de crisis en las ciencias sociales, y propone un nuevo delineado según la teoría de los sistemas de Talcott Parsons (1970). La influencia de Parsons sobre Habermas se ve reflejada en la consideración del modelo del sistema AGIL, en donde el Sistema Social es el resultado emergente de una pluralidad de actores en una situación común, cuyas propiedades son independientes de cualquier otra cultura común. El sistema AGIL es, a su vez, un tipo de estructura social conformado por distintos tipos de sistemas en estrecha y constante relación con otros tres sistemas más, y cada letra significa una esfera social en donde se desenvuelven los individuos:
A= Adaptación. Es una dimensión que representa las fuerzas del sistema social más cercanas al mundo material. Es la adaptación al medio en donde están ubicados los individuos que trabajan juntos. La economía es la esfera más cercana a la adaptación y se representa mediante procesos económicos, tales como la producción, el intercambio y el consumo.
G= Logro de metas. Representa fuerzas que están sujetas a un control ideal. Y se refleja en la capacidad de conjuntar intereses diversos. La política y el gobierno son las esferas más cercanas a este tipo de sistema. Por ejemplo, los procesos políticos hacen que la gente seda su derecho a ser gobernado y se refleja en la capacidad para imponer el poder sobre otros, aunque no lo deseen.
I= Integración y cohesión de los miembros del sistema. Representa una fuerza que aflora del impulso a la solidaridad, tales como la cultura, que es el vínculo que ata a los individuos entre sí a partir de la identificación y provoca un sentimiento de pertenencia que se desarrolla dentro de los grupos, regulado por normas, por lazos de unión por interés y por afecto.
L= Mantenimiento de pautas y control de tensiones. Es la cultura institucionalizada, convencional, y generalmente aceptada. Garantiza el control de los desequilibrios mediante la educación y los medios de comunicación que tienen el papel de agentes socializadores.
De acuerdo con Habermas (1999), la crisis surge cuando la estructura de un sistema de sociedad5 admite menores posibilidades de resolver problemas que las requeridas para su conservación.
Las crisis son perturbaciones que atacan la integración de los sistemas. Además, las crisis de sistemas de sociedad no se producen por vía de alteraciones del ambiente exterior, sino por causa del sistema, dentro de sus estructuras, que son incompatibles y no admiten ser ordenadas en una jerarquía.
Los diferentes tipos de crisis que distingue Habermas (1999) son básicamente cuatro; y parten de la diferenciación que hace de los sistemas entre sistema y mundo de la vida.
Crisis sistémica. Es el primer tipo de crisis que distingue y tiene lugar en el sistema económico y político, se produce por la extremada concentración y centralización de la riqueza, y en donde la participación del Estado, como ente regulador de las relaciones capitalistas, ya no se sostiene. Esta crisis tuvo su mayor impacto en la sociedad mediante la campaña de disminución del gasto social por medio de las masivas privatizaciones de las empresas paraestatales. Lo que provocó una disminución de las funciones del Estado en la prestación de servicios básicos a la población y, debido al fracaso de la política financiera del Estado de bienestar, se adoptó el modelo económico neoliberal.
Crisis de racionalidad. Tiene lugar en el sistema político. En ella existe una deficiencia en la complementareidad y correspondencia entre los medios y fines que se utilizan para lograr metas. Este tipo de crisis es muy característico de las sociedades modernas, en donde los fines e intereses obtienen mayor predominancia sobre los medios por los que se han de conseguir dichos fines. Es decir, en las sociedades modernas, se le da mayor preferencia a los objetivos y metas individuales que a los colectivos, además, no tiene mayor importancia si los medios que se están utilizando para lograrlos están afectando a otra cierta parte de la sociedad. Este tipo de crisis se puede resumir como una crisis de decisiones adecuadas para satisfacer al mayor número de gente posible.
Crisis de legitimidad. Derivada de la anterior, se origina una crisis que afecta a la clase gobernante. En ella se cuenta con un mínimo de lealtad y de adhesión de los gobernados, existen problemas de confianza, de consenso, y de lealtad de las masas. Produce, además, un problema de desinterés en cuanto a la participación en los asuntos concernientes a las decisiones de tipo social, por consecuencia, una parte mayoritaria de la población se niega a participar en decisiones de carácter político. Habermas caracteriza estos tipos de crisis como sistémicas, porque perjudican a la mayoría de la población y se escapan de su control y regulación. Según dicho autor, por ello existe una crisis a nivel del mundo de la vida en la etapa del capitalismo tardío, se trata de una crisis de motivación, crisis de valores, y de una crisis de identidad.
Crisis de motivación e identidad. Esta se refleja en las costumbres emergentes como resultado de un tipo de doble discurso de la elite en el poder para la población. Esta crisis parte de la valorización que se tiene de democracia, en donde se permite la participación limitada de la población en los asuntos políticos; pero ya no se permite cuando se trata de tomar decisiones importantes que afectan a la vida social, por lo que se da una desestimulación de la participación y hay un fomento del individualismo entendido más como personalismo y se motiva la escasa participación. Habermas argumenta que se intenta colonizar el mundo de la vida (las relaciones interpersonales), obligando a que dichas relaciones queden relegadas a segundo término. Por lo tanto, concluye que existe una crisis en el mundo de la vida que afecta a los valores por el conflicto permanente entre la lucha cotidiana por conseguir dinero, en relaciones que no controlamos ni regulamos, por lo que las relaciones entre las personas han sido muy afectadas.
Por otro lado, habla de dos fases de capitalismo: capitalismo de organización, y capitalismo regulado por el Estado, que se refieren a un estadio avanzado del proceso de acumulación: proceso de concentración de empresas, y la organización de los mercados de bienes, de capitales y trabajo. Así como al hecho de que el Estado interviene en las crecientes fallas del funcionamiento del mercado (Habermas, 1999).
Dichas fases han sido diferentes en distintas etapas históricas, pero la relación fundamental que se ha dado es la relación capital/trabajo. Cuando Habermas habla de la fase del capitalismo tardío se refiere a la década de 70, y lo define como una forma de organización social en donde la participación activa del Estado en la regulación de las relaciones entre las clases, entre el capital y el trabajo, se encuentran en crisis ¿Cuáles son las características de esas relaciones en las sociedades contemporáneas? ¿Quién o cómo se ejerce la posverdad? ¿A partir de qué herramientas o instrumentos? ¿Cómo se inicia? ¿Qué características tiene una sociedad que acude a las emociones y creencias para construir su realidad antes que al dominio de la razón?
En función de la base teórica de Habermas para entender que la percepción de la realidad se construye a partir del contexto social, el siguiente apartado tiene como objetivo acercarnos a las características principales que configuraron a las sociedades del siglo XX y XXI a partir de dos perspectivas: una histórica y una sociológica.
Contexto social de la posverdad
Con respecto a las definiciones más recurridas de posverdad, mientras que el Diccionario Oxford hace alusión a una circunstancia, un momento o a una condición, el Diccionario de Real Academia Española se refiere a una acción, a un fragmento del conocimiento que se presenta como información. Si tanto las circunstancias como el conocimiento se construyen, ¿cuáles son las características de las sociedades en donde surge la posverdad?
Perspectiva histórica
A partir de un balance histórico, el mundo es cualitativamente distinto a finales del siglo XX que en sus inicios, al menos en tres aspectos que Hobsbawm (2003) identifica:
El declive de la hegemonía de Europa, que ya no es el centro de poder, de riqueza, de inteligencia y de la civilización occidental como lo fue en el siglo XIX. La crisis del euro en 2010 representó una de las crisis más importantes de la región. La salida del Reino Unido de la Unión Europea en 2020, considerada como una de las circunstancias que creó la posverdad, es una de las referencias más recientes sobre ese proceso debilitamiento. Sin dejar de mencionar el fortalecimiento de economías emergentes en Asia y África. El inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania en febrero de este 2022 ha propiciado un amplio cuestionamiento al papel de Occidente en la configuración actual del conflicto armado. Sin dejar de mencionar las dificultades del viejo continente para atender la ola de desempleo, la migración, los refugiados políticos, el terrorismo y los nacionalismos, por mencionar solo algunos de los problemas más importantes;
El mundo se ha transformado en una sola unidad operativa. Las economías nacionales, definidas por la política de los Estados territoriales, han quedado reducidas a la condición de complicaciones de las actividades transnacionales. La globalización de la economía, de las relaciones de mercado y también de la política, ha superado las fronteras hacia un espacio global. Después de la implementación del neoliberalismo como doctrina económica, en gran número de países latinoamericanos, se observan altos niveles de desigualdad (con todo lo que ello implica, como pobreza en todas sus dimensiones, exclusión, mala calidad de vida, etc.): el proceso de acumulación de capital en tan poco tiempo ha colocado la riqueza del mundo en un puñado de personas; una gran insatisfacción con los resultados de la democracia: la sociedad ya no se siente representada en este sistema de gobierno y su participación se relega a mantener condiciones mínimas de procedimiento, no de contenido. Los Estados nacionales han perdido legitimidad como autoridad para el ejercicio del poder, a nivel global se encuentran limitados por un orden internacional que difícilmente permitirá su crecimiento, salvo en sectores estratégicos que son necesarios y funcionales en la división internacional del trabajo, y a nivel local, las instituciones estatales están totalmente desprestigiadas y carecen de credibilidad, lo que en su conjunto repercute en una crisis de legitimidad;
La erosión de las pautas de conducta tradicionales por las que se guiaban las relaciones sociales y, con ello, la separación de los vínculos entre las generaciones de cada siglo, entre el pasado y el presente. La sociedad en general se perjudica con el auge del individualismo. Si las personas renuncian a la participación de los intereses en común, la sociedad tenderá a retornar a la ley de la selva, a la persecución de los intereses materiales del individuo promovidos por el liberalismo económico del libre mercado. El individuo solo puede mantenerse como ente social en la medida en que persiga sus intereses a largo plazo a costo de los placeres inmediatos y efímeros (Horkheimer, 1973, pp. 138-170).6
Una sociedad de esas características, constituida por un conjunto de individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí y que persiguen tan solo su propia gratificación (ya se le denomine beneficio, placer o de otra forma), estuvo siempre implícita en la teoría de la economía capitalista. Desde la era de las revoluciones, observadores de muy diverso ropaje ideológico anunciaron la desintegración de los vínculos sociales vigentes y siguieron con atención el desarrollo de ese proceso. (Hobsbawm, 2003, p. 25)
Perspectiva sociológica
Quizás como un viso de vinculación con la historia, Bauman considera que:
La modernidad empieza cuando el espacio y el tiempo se separan de la práctica vital y entre sí, y pueden ser teorizados como categorías de estrategia y acción mutuamente independientes, cuando dejan de ser -como solían serlo en los siglos premodernos- aspectos entrelazados y apenas discernibles de la experiencia viva, unidos por una relación de correspondencia estable y aparentemente invulnerable. En la modernidad, el tiempo tiene historia, gracias a su “capacidad de contención” que se amplía permanentemente: la prolongación de los tramos de espacio que las unidades de tiempo permiten “pasar”, “cruzar”, “cubrir”[…] o conquistar. El tiempo adquiere historia cuando la velocidad de movimiento a través del espacio (a diferencia del espacio eminentemente inflexible, que no puede ser ampliado ni reducido) se convierte en una cuestión de ingenio, imaginación y recursos humanos. (Bauman, 2020, p. 14)
A partir del concepto de modernidad líquida, el autor caracteriza a las sociedades posmodernas en función de cinco procesos por los que está atravesando la condición humana:
Emancipación: se refiere a la separación del individuo de los ligamentos de la sociedad, de sus normas y de los medios coercitivos del Estado para perseguir sus propios fines. Bauman retoma a la Teoría Crítica representada por Adorno y Horkheimer para defender la autonomía humana, la libertad de elección y autoafirmación y el derecho a ser y seguir siendo diferente en contraposición a las tendencias autoritarias, totalitarias que pretender establecer patrones rutinarios de conducta y la homogeneidad de las sociedades. No obstante, la búsqueda de la libertad sin restricciones para satisfacer el propio deseo supone una guerra del individuo con el ciudadano; lo público ya no se propone colonizar lo privado, sino que lo privado coloniza al espacio público. La individualización consiste en transformar la identidad humana en una sola condición social;
Individualidad: el resurgimiento de la individualidad se relaciona con un cambio drástico entre lo que Bauman considera el capitalismo pesado y liviano. Alude a un proceso de transición de las sociedades controladas, supervisadas y oprimidas hacia condiciones de mayores libertades. El punto de partida es el modelo fordista de producción en línea que, en términos metafóricos, representó una cadena invisible que unía a los trabajadores con su lugar de trabajo, impidiendo su movilidad. Al inaugurarse la era del capitalismo liviano, se desplaza el principio de racionalidad con arreglo a la elección del mejor medio para alcanzar un fin, hacia la definición de objetivos y metas en función de los medios disponibles para lograrlos. Se genera incertidumbre sobre lo que se puede hacer con los recursos disponibles, en lugar de hacerlo mejor. Las opciones de vida de las personas ya son más limitadas y crean sentimientos de riesgo, de ansiedad e insatisfacción en un contexto de falta de certezas y de plenitud. Este proceso está marcado por las sociedades de consumo en donde el objetivo ya no es satisfacer necesidades básicas, sino cumplir deseos. Deseos que son volátiles, efímeros, evasivos y caprichosos. Los mecanismos de cooperación, de solidaridad y unidad, son reemplazados en la modernidad líquida por medios de competencia; la movilidad y flexibilidad, son reemplazados por las compras para reafirmar identidades y por supuesto, todo lo anterior implica una redistribución de libertades individuales que pesan más que las colectivas;
Tiempo/Espacio: las modificaciones en cuanto a la percepción de las sociedades contemporáneas sobre el tiempo y el espacio, representa una de las coincidencias entre Hobsbawm y Bauman. La cultura de la comunidad que generaba un sentido de pertenencia e identidad, está siendo desplazada por la cultura del miedo cotidiano. Miedo a las diferencias, a lo extraño, hacia lo que no es conocido. Un miedo que confluye en espacios públicos para el consumo, no para promover la civilidad. La configuración de los lugares físicos compartidos está diseñada para rechazar, para separar a las personas diferentes (lugares émicos), o en su defecto, para desaparecer las diferencias (lugares fágicos). Cuando las personas se encuentran en espacios públicos, son extraños sin pasado, sin futuro, sin ningún tipo de vínculo entre el pasado y el presente. La relación entre el tiempo y el espacio es mutable, en constante cambio, al igual que la cultura. Cuando Bauman habla de la seductora levedad del ser, quiere decir que las relaciones y expectativas sociales se construyen de manera instantánea, de manera inmediata, buscando la gratificación espontánea sin tener que pensar en las consecuencias en el corto, mediano y largo plazos. Todo se espera que llegue y concluya lo más rápido posible para poder pasar a lo siguiente. La vida al instante, transcurre al igual que en los medios masivos de comunicación, se tiene que consumir para pasar y probar a algo nuevo. El tiempo es una herramienta de conquista y apropiación, la rapidez y la prontitud, sus armas;
Trabajo: durante el capitalismo pesado, la idea de progreso estaba vinculada a la del futuro y por lo tanto, a la del trabajo como medio para escalar en la sociedad. De manera que no representaba ninguna cualidad de la historia, sino la confianza del presente en sí mismo. Se le atribuía al trabajo la posibilidad de que la humanidad podía controla su propio destino a través del uso eficiente del tiempo y de la confianza en uno mismo para construir mejores y mayores posibilidades de éxito. En las sociedades contemporáneas esa relación es transitoria, la conceptualización de un orden total se ha desvanecido frente a la opacidad de soluciones para mejorar la situación del mundo. En el liberalismo económico, el progreso ya no se concibe como una idea a futuro, sino como algo que debe ser inmediato. Ha sido individualizado, desregulado y privatizado. Ya no es resultado de una empresa colectiva sino del esfuerzo individual y de los méritos propios. No hay ideología que mueva al mundo para responder a la pregunta ¿qué debe hacerse?, sino que se debate en torno a ¿quién debe hacerlo? No hay claridad sobre los agentes o actores sociales que corresponden para mejorar la situación del mundo, ni sobre lo que debería hacerse para lograrlo. El individuo se ha transformado en la unidad de producción de lo social.7 La fuerza de trabajo ya no es el motor de la historia, el funcionamiento del capitalismo en la modernidad líquida se basa en el consumo. Y eso, se ve reflejado en la fugacidad de las relaciones personales de corto plazo, con lazos débiles y formas volátiles de asociación de acuerdo con el tipo de intereses personales. En esta materia, Bauman (2020, p. 161) identifica cuatro tipos de personas que se encuentran insertas en la actividad económica: a) manipuladores de símbolos; b) encargados de la reproducción del trabajo; c) dedicadas a los servicios personales; y d) trabajos rutinarios. Hoy el trabajo se rige bajo la precariedad, la inestabilidad, la desprotección y la vulnerabilidad, incluso del propio ser, del cuerpo y de sus extensiones que alcanzan las posesiones, el vecindario y la comunidad;
Comunidad: después de la centralidad que ocuparon los Estados nacionales para generar lazos de unidad étnica, vivir en comunidad se encuentra en permanente lucha con la libertad de acción individual. La globalización ha permeado incluso en el fomento de la rivalidad intercomunitaria en detrimento de la coexistencia pacífica del mundo. El capital global ha encontrado en la economía de guerra uno de sus mejores incentivos. Los procesos identitarios se definen a partir de criterios de semejanza y en contra de las diferencias. Es decir, el deseo de pertenecer a una comunidad se da como un medio de defensa, de autoprotección frente a lo que se encuentra afuera o sea diferente. Atrás han quedado los lazos de solidaridad y la sociedad civilizada que implicaba la pluralidad, la negociación y conciliación de intereses. Ahora se privilegia la seguridad por encima de la libertad. Ese vacío que dejan los Estados y la política como medio para resolver controversias está siendo ocupado por la violencia y por la pugna por dirigir la construcción de un orden supranacional.
En suma, esas cinco características de las sociedades contemporáneas constituyen lo que para Bauman es la modernidad líquida:
[…] la forma actual de la condición moderna, que otros autores denominan “posmodernidad”, “modernidad tardía”, “segunda” o “híper” modernidad. Esta modalidad se vuelve “líquida” en el transcurso de una “modernización” obsesiva y compulsiva que se propulsa e intensifica a sí misma, como resultado de la cual, a la manera del líquido -de ahí la elección del término-, ninguna de las etapas consecutivas de la vida social puede mantener su forma durante un tiempo prolongado. (Bauman, 2019, p. 17)
Posverdad como mecanismo de dominación
La construcción del conocimiento en torno a la posverdad alude a los condicionamientos sociales en los que se despliegan las creencias y saberes sobre la realidad, o como se menciona en sus definiciones, sobre los hechos objetivos. Su elaboración obedece a una intencionalidad, con el propósito de generar efectos prácticos sobre el control de la información y en consecuencia, sobre la percepción mediante la cual filtramos nuestra visión del mundo, tal cual lo observamos.
Los andamios sobre los cuales descansa el diseño y el contenido de la posverdad como concepto o categoría de análisis son los mecanismos sociales y estructuras políticas propias de las sociedades contemporáneas durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. Después de la caracterización de esta mismas y de las distintas preguntas que nos hemos formulado sobre el estado actual de la lucha por el poder o de sus herramientas más sofisticadas, la investigación nos guía hacia los medios actualizados de control e influencia sobre los símbolos, los significados, el lenguaje, las ideologías y la vida cotidiana en donde impactan los resultados de la posverdad. Dado que este trabajo es un apunte teórico para su delimitación analítico-conceptual, este apartado tiene como propósito abordar, desde el enfoque de la sociología comprensiva de Max Weber, nuestras consideraciones sobre lo que constituye una herramienta de dominación en el marco del mantenimiento y ampliación de la lucha por el poder en las sociedades globalizadas.
Max Weber (2004) define al concepto de poder como: “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad”, haciendo la advertencia de que el poder es “sociológicamente amorfo”. En otras palabras, es sociológicamente inútil, ya que existen diversas condiciones y situaciones que permiten a cualquier persona imponer su propia voluntad sobre otra. Mientras que por dominación, Weber (2004) entiende “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”, o en otras palabras: “la probabilidad de que un mandato sea obedecido” (pp. 21-43). Weber define el concepto de relación social como:
una conducta plural -de varios- que, por el sentido que encierra, se presenta como recíprocamente referida”. Y, además: “la relación social consiste plena y exclusivamente, en la probabilidad de que se actuará socialmente en forma indicable. (Weber, 2004, pp. 21-43)
Partiendo de estas definiciones, podemos observar que los conceptos son totalmente distintos, pero se encuentran en estrecha relación. No obstante, la dominación es un caso especial de poder y, por lo tanto, solo puede significar la probabilidad de que un mandato sea obedecido; dominación “no es toda especie de probabilidad de ejercer el poder sobre otros hombres”, sino que es un tipo particular de relación de poder, que se caracteriza por la obediencia. Aquí el concepto de obediencia significa que “la acción del que obedece transcurre como si el contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo en máxima de su conducta” (Weber, 2004, pp. 170-172).
En este sentido, el concepto de dominación implica la existencia de tres elementos básicos: que exista alguien que mande eficazmente a otro (dirigente), que exista un cuadro administrativo, y que prevalezca un orden.
Weber distingue dos tipos opuestos de dominación: por un lado, distingue a la dominación que tiene lugar mediante la consecución de intereses, que se basa en el “puro interés”; y por otro, a la dominación que se ejerce mediante la autoridad. En este último caso de dominación, la autoridad se refiere a un derecho a mandar, es decir, el reconocimiento que se otorga para ejercer el derecho a mandar. En otras palabras, el que obedece lo hace porque cree en el deber de obedecer a quien tiene el derecho a mandar (a esto se le puede llamar “relación formal de obediencia”). En este sentido, hay dominación siempre que se obedece un mandato porque se cree que se tiene el deber de obedecer, incluso aunque no se esté de acuerdo con el contenido de las órdenes (Weber, 2004, pp. 695).
La relación formal de obediencia es un tipo de relación que implica que alguien tiene el derecho a mandar y, correlativamente, alguien tiene el deber de obedecer. Por supuesto que para que una relación formal de obediencia pueda darse, debe existir un orden normativo que determine quién tiene el derecho de mandar y quién, o quiénes, el deber de obedecer. En este sentido, una relación de dominación supone una asociación, porque como vimos, esta se caracteriza porque tiene un orden y un dirigente, y eventualmente, un cuadro administrativo que haga cumplir el orden.
La definición de dominación, y particularmente el tipo de dominación que se da mediante la autoridad, irremediablemente nos lleva al tema de la legitimidad. ¿Qué es un orden legítimo? De acuerdo con Weber (2004, p. 42), un orden legítimo y válido se da en la medida en que cuando menos alguna parte de los miembros de la relación de dominación, creen en el cuadro administrativo; y que será eficaz en tanto sea capaz de obligar a otros a cumplirlo. Así podemos afirmar que un orden es válido si el cuadro administrativo consigue mantener el orden, y dejará de serlo si no lo consigue.
Aquí cabe señalar que Weber se refiere no a las creencias de los individuos, sino a las creencias con respecto al cuadro administrativo; y explica:
Toda dominación sobre una pluralidad de hombres requiere de un modo normal, de un cuadro administrativo, es decir, la probabilidad, en la que se pueda confiar, de que se dará una actividad dirigida a la ejecución de sus ordenaciones generales y mandatos concretos, por parte de un grupo de hombres cuya obediencia se espera. Este cuadro administrativo puede estar ligado a la obediencia de su señor por la costumbre, de un modo puramente afectivo, por intereses materiales, o por motivos ideales. La naturaleza de estos motivos determina en gran medida el tipo de dominación. (Weber, 2004, p. 170)
Esta idea se relaciona con la distinción que hace Weber de los motivos que inspiran la acción, aplicada al tipo de relación social que él denomina “asociación”.
Derivado de lo anterior, Weber distingue tres “tipos puros de dominación legítima”:
De carácter racional; consiste en la mejor elección de medios que otorgue la mayor posibilidad de conseguir un fin, o en otras palabras, se persiguen siempre intereses;
De carácter tradicional; se obedece debido a la creencia cotidiana en las costumbres que rigen desde hace mucho tiempo, y en la legitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad; y
De carácter carismático; consiste en el heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas.
Por dominación legítima se entiende que en una asociación (que implica un orden que establece reglas y normas) existe regularidad en la obediencia de los miembros de esa asociación; y esta obediencia está siempre orientada por las creencias con arreglo a valores, tradiciones o afectos. Esto otorga validez al orden y a los mandatos de quienes está reconocido tienen derecho a mandar. Si la asociación carece de un cuadro administrativo, el dirigente será el encargado de ejercer ese derecho y será quién, además, obligará a los demás miembros a obedecer. Pero en el caso de que sí exista el cuadro administrativo, será el encargado de hacer cumplir el orden. Por otro lado, la definición del tipo de dominación no legítima se refiere a una cierta regularidad en la obediencia, pero aquí nadie cree que tenga que obedecer, sin embargo, obedecen por el único objetivo de perseguir un interés.
De acuerdo con las dos definiciones más utilizadas para definir la posverdad, y que aquí se han recuperado, las creencias, emociones y deseos de las personas son lo que determinan la opinión pública, muy por encima de la realidad concreta y sus hechos objetivos. Para distorsionar de manera deliberada la realidad y manipular las actitudes sociales se requiere de la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social; de la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas, grupos sociales o sectores de la población; y de la creencia de (cuando menos) alguna parte de los miembros de la relación de dominación en las personas facultadas para gobernar, para generar y controlar los temas de agenda pública y su información.
La posverdad se constituye así como un mecanismo de dominación que moldea y manipula la opinión pública y las actitudes sociales a partir de la elección de los mejores medios para alcanzar un objetivo; de la creencia cotidiana en las personas facultadas para gobernar o figuras de autoridad; o por el carisma o popularidad de las personas expuestas como aspirantes a cargos de elección o en funciones de gobierno.
Conclusiones
Digamos, a manera de conclusión, que las nuevas condiciones de un mundo con sistemas universales -sin territorios definidos, sin fronteras claras y sin barreras materiales- se definen y se imponen a través del lenguaje, del discurso y del control de la información. La retórica que rodea a la economía capitalista, el libre intercambio, la globalización y al mercado mundial, ha impactado en las estructuras sociales de las sociedades contemporáneas, en la forma de interactuar e interrelacionarse. Estamos experimentando cambios drásticos en cuanto a la percepción del tiempo, del espacio, del trabajo, de la comunidad y sobre las figuras de autoridad. En este contexto, la posverdad se está convirtiendo en un instrumento de control y dominación que dirige la opinión pública y la respuesta social a intereses supranacionales. Debido a que ningún país puede ser del todo dominante, la nueva geografía del poder distribuye diferentes métodos de dominación que van desde la dosificación de la información, las sanciones económicas hasta la guerra. Este nuevo orden mundial se deriva de la formación jurídica que no es resultado de la interacción entre personas ni naciones, sino del grado de evolución en la comunicación a través de las tecnologías, de la ciencia, del conocimiento y de los flujos de bienes y de información que delimitan y constriñen a una sociedad civil global, a un nuevo tipo de sociedad de control.