El libro comienza con un buen prólogo de Hernán Ouviña que no solo introduce al contenido del conjunto sino que ofrece una perspectiva muy sugerente del significado que, octubre del 2019 revela, en un sentir latinoamericano pletórico de luchas y experiencias políticas y sociales, que encuentran en las calles su más alta expresión de descontento. Inevitable resulta, cuando se habla del Ecuador indígena, el hacer la referencia a aquel junio de 1990 como parte integral de una memoria de lucha de larga data. Es la visibilidad de los indígenas la que se resalta, no su presencia, sino su capacidad de hacerse visibles con esa importante consigna de “¡Aquí estamos!”
Por ello, Ouviña remite al “daltonismo epistémico de un sector importante de la intelectualidad progresista latinoamericana” que mirando hacia los gobiernos llamados progresistas, dejó de ver a los pueblos y nacionalidades indígenas. En Ecuador es fundamental tenerlo en cuenta dado el carácter omnipresente del discurso de Rafael Correa y su figura como el político de mayor envergadura en años recientes, no solo en el país andino sino en el escenario latinoamericano. A largo de todo el libro, leeremos cómo se desmontan ciertos mitos que en momentos álgidos se reagrupan para romper de tajo con los imaginarios que nos vamos edificando como castillos de naipes. Al considerar categorías como “retnifica ción de la dominación capitalista”, se engloba tanto la explotación clasista como la recolonización y el saqueo territorial. En el prólogo se valora la rigurosidad que existe en el análisis de coyuntura.
La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) ocupa nuevamente las calles evidenciando “un poder propio, territorializado y comunitario-popular” que supo combinar lo nuevo con lo viejo, la fuerza de la juventud y la sabiduría de los abuelos así como la presencia masiva de mujeres, para encontrar en octubre de 2019 “nuevos horizontes de sentido en términos históricos”.
Los autores de Estallido son, Leonidas Iza, quien es un dirigente kichwa, presidente del Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi, en la Sierra de Ecuador, comenzó su militancia desde muy joven y se convirtió en líder de las manifestaciones populares en octubre de 2019, participando en la mesa de diálogo. Andrés Tapia es dirigente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana, se ha dedicado a temas ambientales y de la biodiversidad en los territoritos, ambas organizaciones son filiares de la ya mencionada CONAIE. Andrés Madrid es docente de teoría política en la Escuela de Sociología de la Universidad de Guayaquil y sin dudar da cuenta de la interdisciplina que caracteriza al libro.
Además de la introducción, tres capítulos y un epílogo son el cuerpo del libro en cuestión en el que se intercalan fotografías por demás ilustrativas además de consignas que se escucharon en ese octubre determinante, como la que aparece en la página 3: “¿Cómo luchan los pueblos de Ecuador?/Diciendo-haciendo, diciendohaciendo,/diciendo-haciendo ¡Carajo!”, o esta tan significativa: “El motor de la agenda de lucha indígena es la acción”
En la introducción se sostiene que “La respuesta popular sobrepasó las expectativas de los convocantes”, convirtiendo la movilización en nacional rompiendo la idea de la espontaneidad como signo. Que si bien el detonante es económico, se trascendió a lo político en la medida en que se cuestionó el carácter de la dominación. Fue claro que el Estado perdió el control durante los 11 días del estallido. La inminencia, el estremecimiento y el influjo son los nombres y los ejes de cada capítulo.
En el primero, “Inminencia. Antecedentes, acumulado y ruptura”, se ubican las circunstancias del tema principal fundamentando dos aspectos que considero relevantes: que los hechos vividos en octubre del 2019 no son espontáneos sino producto de, entre otros factores, una larga crisis del legalidad en el sistema político y que la lucha popular es un continuum en el país. El segundo capítulo, “Estremecimiento. Voluntad, dificultad y antagonismo”, será clave para ilustrar las movilizaciones unidas a la represión inmediata sin perder de vista el liderazgo del movimiento indígena. El tercero, “Influjo. Aprendizajes, disputas y perspectivas”, ilustra tanto la memoria acumulada de lucha como las nuevas posibilidades a futuro, resaltando la violencia como marca permanente de los Estados latinoamericanos.
Algunas ideas que resalto de la lectura con la intención de invitar a hacerla. El punto de partida es el Decreto N. 883 que emitió el presidente Lenin Moreno como parte de acuerdos con el Fondo Monetario Internacional visto por los autores como parte de una crisis civilizatoria en el entendido de que el contexto ecuatoriano ya implicaba una creciente precarización de las condiciones de existencia de amplios sectores poblacionales frente a una minoría que requería cambios para sostener sus índices de acumulación; añaden la pérdida de confianza en las instituciones estatales con un marco paulatino de conflictividad. En todo ello, la innegable presencia de la CONAIE que desde el mes de agosto ya había hecho un llamado a la lucha.
El descenso en los ingresos petroleros condujo a un amplio endeudamiento como resultado de la dependencia de la economía ecuatoriana al mercado capitalista mundial primario extractivo (no olvidar la minería es este contexto) con una crisis a la que el gobierno deseó hacer frente reduciendo el salario real de los trabajadores así como aumentando las actividades extractivistas. También recordar que estas se ampliaron fuertemente con el gobierno predecesor de Correa por lo que las consecuencias son palpables “las reservas del país se reducen, el territorio se vacía de recursos y exporta naturaleza destruida -una pérdida neta en su patrimonio-, a cambio de un flujo exiguo y coyuntural de inversiones.” (p. 60).
La conclusión es que no fue solo el mencionado Decreto el catalizador del estallido sino que debe entenderse como una cadena de acontecimientos de larga data, de allí el título de inminencia que se otorga a este primer capítulo. Pero también considerar que existe un acumulado de lucha reflejado en una de las consignas más escuchadas “La lucha es el camino”. Como una de las lecciones aprendidas se afirma que “en el capitalismo no existe ‘diálogo’ con el gobierno sin que esté acompañado de la movilización popular” (pp. 86-7).
El siguiente capítulo enfatiza el liderazgo de los indígenas organizados, visto en cuatro etapas del mes de octubre: comienza la rebelión del 3 al 6; llega el movimiento indígena a Quito del 7 al 10; estalla la rebelión del 11 al 13; se acuerda la negociación el 13 y el 14. Todo este contexto de movilización en las calles evidencia, al menos, la total ausencia de los partidos que se nombran de izquierda así como el racismo de los partidos de derecha además de una represión creciente que rebasó cualquier previsión al respecto, no solo en el epicentro del estallido (la ciudad de Quito) sino que se extendió a otros lugares del país que también se manifestaban en apoyo a las movilizaciones en la capital. La convocatoria a una marcha fue impresionante “La marcha desarrollada en Quito fue una de las más amplias de la historia de Ecuador. Pese a que los medios de comunicación oficiales… difundieron cálculos conservadores, lo cierto es que la CONAIE superó la convocatoria anunciada. Llegaron cerca de 500,000 indígenas a Quito… la abrumadora autoconvocatoria de los sectores populares carentes de una relación orgánica determinada” (p. 108) siendo estos últimos quienes se mantuvieron en las calles recibiendo los embates gubernamentales, las bombas lacrimógenas, los golpes, todo ello retratado oportunamente y mostrado en el libro.
Estos son algunos de los aspectos más relevantes a rescatar del análisis que los autores hacen: el movimiento indígena ocupó el vació dejado por el sindicalismo; incorporó a su agenda de lucha conceptos como espiritualidad, territorialidad, defensa de la democracia comunitaria de base, defensa de la naturaleza y antiextractivismo. Sin embargo, no pierden de vista que “El movimiento indígena no es ideológicamente homogéneo y Octubre sirvió para tensionar esas fuerzas e impulsar una postura anticapitalista” (p. 115).
Digno de resaltarse es la amplia alianza de diferentes sectores que se evidenció en las calles donde algunos de los actores que salieron, lo hicieron aun sin contar con la instrucción de sus directivas “la participación de determinadas organizaciones de base agremiadas en dichas centrales, fue a contrapelo de las directrices de su dirigencia” (p. 128) cuya enseñanza es sin duda, la necesidad de renovar el sindicalismo (no solo en Ecuador, por cierto). La sorprendente unidad entre el campo y la ciudad se vivió en esos días de octubre donde las mujeres actuaron desde diversas trincheras y en diferentes formas, “mujeres que desde el campo impulsaron la defensa de los territorios, de la salud, de la educación y la resistencia al modelo de desarrollo neocolonial y extractivista… amalgamaron esfuerzos con las mujeres de la ciudad, las cuales han sostenido y peleado el derecho al alimento, a la vivienda digna, a las obras” (p. 135) con una consigna común gritada en las calles: “A la lucha compañeras, a la lucha y la unión, que nosotras somos muchas y uno solo es el patrón”. Allí no acaba esa impresio nante unidad, la religiosa también fue visible al presentarse juntos católicos y evangélicos cuestionando esa política divisionista que impera tanto en discursos de políticos. También, por supuesto, existió la unidad entre el presidente, los medios de comunicación y las clases dominantes.
El capítulo tres, Influjo, debe leerse a la luz del significado de la llamada “Comuna de Quito” que solo puede entenderse como herencia de un aprendizaje en las luchas previas. En ese ciclo de enseñanzas, se creó una guardia comunitaria indígena y popular, se utilizaron herramientas artísticas y de cuidado, se llamó a preservar la vida por sobre todo (a pesar del carácter represivo del Estado) buscando sistemas de defensa como barricadas y llegando a la desobediencia civil. “En la práctica se construyó la Comuna de Quito. No había forma de luchar bajo una forma individualista, la única manera de seguir en pie resultó ser el sentido de comunidad.” (p. 241), que no se hubiera podido sostener no solo sin la solidaridad de los ecuatorianos sino también gracias a su capacidad de sacar la lucha de sus fronteras y conseguir el respaldo internacional. El apoyo en todos los sentidos rompió las previsiones, no solo con las cuestiones materiales (cobijas, alimentos, bebidas, ropa, etc.) por demás indispensables, sino las condenas a la represión que brotaron desde diferentes lugares (que por lo demás pueden mirarse en algunas de las fotografías incluidas con manifestaciones en diferentes ciudades del planeta).
Es de elogiarse que el libro no se queda en los aciertos (ya mencionados e indiscutibles) puesto que avanza en señalar los errores. Al cuestionarse que faltó una lectura ampliada de la realidad se perdió de vista la cuestión del poder, quedándose la rebelión en una política cortoplacista. No fue fácil mantenerse ante la presión de las voces que exigían negociar la crisis, los autores nos ofrecen una interesante disyuntiva entre legalidad y legitimidad sin soslayar el tema de la violenta represión proveniente desde el Estado. Pero la lectura de octubre también conduce al problema de la unidad “unidad del campo popular… y de las voluntades e identidades políticas” (p. 277) como condición para que se avance más allá de la coyuntura.
Para cerrar con un Epílogo. Octubre nuestro desde todos los días, que alcanza a mencionar la presencia de la pandemia que se atraviesa en nuestras realidades para convocar a nuevas formas de lucha y resistencia porque, como bien se afirma “Octubre Rebelde ya está grabado en la memoria histórica de nuestro pueblo: es materia, corazón y espíritu. Es mito y fe en la emancipación” (p. 306).
No solo debemos celebrar la oportunidad con que esta publicación vio la luz, en agosto del 2020, esto es, a menos de un año de trascurrido lo que se narra y analiza, sino además, el cuidado de la edición a la cual la premura no le restó seriedad. Las fotografías son muy ilustrativas para quienes no estuvimos allí, las imágenes nos trasladan al escenario de lucha y confrontación donde la imaginación se queda corta, escenas dignas de una guerra con la cantidad de bombas lacrimógenas que vuelan por los aires, las tanquetas y barricadas, los heridos y golpeados, los caídos y los enfrentamientos callejeros. El saldo de la represión dejó 11 muertos, 1,700 heridos y 1,250 detenidos, en su mayoría de forma arbitraria e ilegal. Con su corolario, la impunidad.
Como bien señala Ouviña, otro de los mé ritos del libro está en mostrar las limitaciones y debilidades para que el desenlace fuera el que se dio y no otro, sin perder de vista la magnitud de la represión. Queda pues, como “un genuino producto de ese mismo andar colectivo”.
Para cerrar, la respuesta dada a la legítima pregunta de ¿Quién ganó?:
Para las clases explotadas y sus sectores de vanguardia, la Rebelión de Octubre representó un aprendizaje enorme en múltiples dimensiones. En lo coyuntural, las primeras victorias fueron la derogatoria del Decreto No. 883 y el golpe asestado al FMI. En lo estructural, la experiencia histórica para comprender y propulsar las tendencias de la lucha revolucionaria en el Ecuador. A su vez, la reivindicación del sagrado derecho a la protesta y a la rebelión […] (p. 173).