Pensar es deambular de calle en calleja,
de calleja en callejón,
hasta dar en un callejón sin salida.
Llegados a este callejón
pensamos que la gracia estaría en salir de él.
Y entonces es cuando se busca la puerta al campo.
Antonio Machado
En una sugerente crítica a cierta tradición de pensamiento occidental que ve en la idea de verdad un camino al que se arriba luego de zafarse de todo obstáculo epistemológico, Cornelius Castoriadis comentaba de manera provocadora que pensar no es salir de la caverna sino adentrarse en ella, en sus profundidades y densas sombras. El último libro del sociólogo venezolano Miguel Ángel Contreras Natera tiene la virtud de adentrarnos, según la metáfora que lo titula, en los Laberintos de la pandemia. Con ello, el autor se aleja de toda comodidad epistemológica para proponernos explicaciones multilineales y una comprensión robusta de lo que ha sido uno de los capítulos biopolíticos más trágicos del capitalismo tardío. El subtítulo nos ofrece tres ejes que vertebran el texto: depredación, como dinámica inherente al capitalismo que desarticula los ecosistemas para subsumirlos bajo su lógica de acumulación; razón científica, en tanto abstracción de todo contenido material que busca hacer realidad el sueño prometeico de someter y dominar a la naturaleza toda; y laboratorio colectivo, como sustitución de lo comunitario por la acentuación de tecnologías de control, dominación y disciplinamiento colectivos.
El texto se divide en cinco capítulos en los que Contreras anuda las dimensiones implicadas en el desarrollo del Covid-19 como realidad compleja que trasciende el puro fenómeno médico-biológico, para entretejerse con las transformaciones más recientes de la modernidad capitalista. A nuestro parecer, el autor ha sabido acoger la señera advertencia de Franz Hinkelammert: no se puede huir del laberinto de la modernidad, no hay posmo dernidad: debemos cruzar el laberinto. De allí que el texto se inserte de manera innovadora en la tradición del pensamiento crítico latinoamericano, muy en particular en sus vertientes marxistas y decoloniales, para hacer explícito un lugar de enunciación desde donde se abren renovados espacios tanto para dar voz a nuevas narrativas como para hacer emancipación más allá de la modernidad.
En el capítulo uno, Contreras nos propone una comprensión del Covid-19 que resulta, para nosotros, ser el marco de referencia indispensable en la discusión: la crisis de la razón científica no es un resabio ideológico de los pensadores que emprendieron la acertada crítica de la razón instrumental (desde Heidegger, pasando por la teoría crítica de Frankfurt hasta la teoría crítica latinoamericana). Al contrario, la crisis del logos en su reducción tecno-instrumental es tan real en sus devastadoras consecuencias como impotente ante los efectos indirectos que ocasiona la acción medio-fin cuando se deslinda de todo contenido material. En este horizonte, el autor sugiere desplazar el punto de mira desde la pandemia hacia la sindemia: el virus es una facticidad social; y desde la sindemia hacia el laboratorio colectivo: sociedad, razón científica y poder se anudan en una relación biopolítica que crece hacia los bordes del sistema sin dejar nada fuera de su dominación. Con ello, se localiza el propio origen y expansión del Covid-19 en un proceso inherente a la misma lógica metabólica del capital -para decirlo con el sugerente concepto-metáfora de Itsván Meszáros-, cuyos procesos de defaunación conllevan a la aparición de nuevos patógenos, vía zoonosis, con posibilidades inéditas e impredecibles de contagio, mutación y diseminación gracias a la conectividad global. El autor debe recurrir a un desplazamiento epistémico en busca de nuevas gramáticas que permitan entender, no solo el poder de los discursos y símbolos, sino también proponer la elaboración de narrativas que puedan disputar el ámbito de lo sensi ble, críticamente comprometido con la abrupta interrupción de las lógicas comunitarias y de los cuidados.
El capítulo dos resulta medular en la discusión de la geopolítica de la pandemia sin necesidad de recurrir a discursos de barricada, lugares comunes o banderas previamente elaboradas. Por detrás de la retórica “anti- China”, la disputa comercial chino-estadounidense profundizó una fractura global donde la crisis hegemónica actual se expresa en la incapacidad de los sistemas sanitarios de occidente y las instituciones que los rigen para hacer frente a las implicaciones biopolíticas de sostener la creciente difusión de las fronteras entre capital y naturaleza. Como ejemplo de lo que el autor llama “juego de sombras”, la guerra en torno a la producción y comerciali zación de las vacunas, incluida la propiedad intelectual de patentes, resultó ser un episodio más en la disputa por el manejo monopólico de las grandes trasnacionales de la salud respaldadas por el Sistema de Estados Imperiales (James Petras) o Imperialismo de la Tríada (Samir Amín), al que China viene haciendo frente con una diplomacia enraizada en tradiciones neoconfucianas no modernas, cuyas implicaciones geopolíticas aún están en ciernes. La eficiente gestión asiática del problema sanitario, y en particular la respuesta de China cuyas extravagantes noticias: enormes hospitales construidos en tiempo récord, el confinamiento de una megapolis como Wuhan, sistemas de vigilancia de alta precisión, entre otros, que aparecían increíbles a los ojos comunes de occidente, no pueden sino calificarse como chaohuan, concepto traducido como lo ultrairreal.1 Lo cierto es que el reordenamiento social y el desarrollo de tecnologías para el control biopolítico encontraron una escala global sin precedentes y en ello también se disputa el liderazgo y la geopolítica global.
Como directamente complementario, el capítulo tres reconstruye la “nueva normalidad” económica de la pospandemia para entender, en palabras del autor, qué fue lo que la diseminación global del Covid-19 dejó oculto. Contreras hace un repaso de los intensos debates sobre el trayecto que debería seguir la economía global pospandemia, y que convocó a pensadores tan disímiles como Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Amartya Sen, Yanis Varoufaky, Mariana Mazzucato, Esther Duflo o Thomas Pikkety. La revisión precisa de la discusión le permite al autor posicionarse en una perspectiva crítica -en el sentido manejado por Hugo Zemelman- y reubicar el problema sin perder de vista las tensiones internas y confrontaciones de fuerzas que atraviesan los procesos de remodelación de la acumulación a escala global desde, al menos, las transformaciones del capitalismo tardío y la implantación del neoliberalismo como sentido común epocal. Este punto de mira permite reordenar la discusión para entender que “El campo de fuerzas de la conflictividad tecnológica, económica y política entre los Estados, las regiones y las empresas transnacionales se ha desplazado hacia una yuxtaposición entre formas de acumulación por desposesión, la recreación de formas de extracción de la plusvalía centradas en el trabajo supernumerario y la innovación tecnológica” (164-165).
En el capítulo cuatro, Contreras hace una incisión para profundizar en la comprensión de las relaciones entre ciencia, cambios tecnológicos y gestión de la acumulación global, lo cual permite entender de manera más completa y amplia la forma en que el Covid-19 marcó la pauta en la aceleración de procesos subterráneos que venían remodelando tanto la competitividad internacional como el desplazamiento espacio-temporal de las cadenas de reproducción del valor y de acumulación capitalista. Lo que el autor ha llamado globalización de enfermedades infecciosas corre de la mano con la construcción de realidades virtuales globalizadas (toda una “semiosfera del coronavirus”) y el sometimiento biopolítico de cuerpos y territorios cuyas tecnologías remodelan las sensibilidades, deseos y esperanzas sociales.
El capítulo cinco, cierre del libro, mueve la mirada hacia ese ámbito que más sentimos durante los años críticos del Covid-19. A partir de una revisión de experiencias y testimonios, el autor se adentra en el mundo de la vida cotidiana para recrear las terribles efectuaciones que el Covid-19 dejó instaladas en lo más profundo de nuestra aisthesis. Saludos, afectos, deseos, miradas y sensaciones junto a las formas de mostrarlos cambiaron para siempre. La incertidumbre ante la finitud de la vida se hizo inenarrable para quienes tocaron, vieron y sintieron la muerte, la soledad o la fractura de un mundo que cambió inesperadamente. Decía el poeta Antonio Machado que en lo más íntimo está lo universal, y ciertamente el capítulo se adentra en lo más íntimo de la subjetividad para hacernos entender que hasta ese nivel de intromisión llegó la trágica experiencia del coronavirus. Su emergencia es un avistamiento de que la literatura de mundos distópicos ya puede encontrar en la misma realidad sus materiales de realización.
Los laberintos de la pandemia tiene toda la constitución de una investigación rigurosa, con exploración de direcciones y explicaciones fundamentadas sin renunciar a discursos com plementarios y narrativas no académicas. Los argumentos expuestos son una muestra de poder hacer teoría social crítica con enfoques transdisciplinarios y abiertos a nuevos descubrimientos, replanteos o contrastación. No se trata de un libro lineal y concluyente, sino de una reflexión profunda con una invitación a pensar, con todo el riesgo que ello implica, en aquello que da qué pensar o, en otras palabras, aquello cuya urgencia y gravedad se nos impone por su propia facticidad.