El interés de la antropología ha estado enfocado en el conocimiento del ser humano y la cultura, así como la relación que existe entre ambos. Por ello ha sido necesario entender la construcción de los fenómenos sociales que se crean y reconfiguran por uno o más grupos humanos a través del tiempo. La muerte es un fenómeno natural desde el cual emanan diferentes fenómenos sociales como las prácticas y ritos funerarios expresados en diferentes formas según cada grupo en un tiempo y espacio determinado. Los especialistas en el tema, como Hertz (1960) y Bloch (1971) por mencionar algunos, se enfocaron en los comportamientos humanos en torno a la muerte y a las manifestaciones que emergen a partir de ella, en este caso las interacciones que la persona difunta tenía con su familia y su grupo social (Thomas, 1980).
Las y los antropólogos sociales intentan comprender las culturas a través de las estructuras de las sociedades modernas y como resultado realizan trabajos etnográficos, entre ellos, aquellos que están enfocados en el estudio a la muerte. Mientras, las y los historiadores utilizan documentos y fuentes etnohistóricos para entender los procesos y transformaciones de las sociedades en el tiempo a partir de prácticas culturales como los ritos funerarios. Sin embargo, estos ritos, y en sí la muerte, no pueden ser tan fácilmente estudiados en sociedades pretéritas, especialmente en poblaciones donde no hay documentos escritos.
Para resolver este problema, la bioarqueología, un campo de la antropología que surge desde la antropología física y la arqueología, ha utilizado diferentes teorías y métodos para poder acercase al entendimiento del comportamiento humano a partir de la cultura material encontrada en los contextos funerarios. En sí la bioarqueología es el estudio del cuerpo esqueletizado o los restos del cuerpo, ya sean momificados o inclusive congelados, dentro de su contexto arqueológico o histórico (Buikstra 1977; Larsen 2018), y su estudio comienza desde la muerte de un individuo hasta que éste es encontrado por un bioarqueológo o especialistas en la materia (Duday et al. 2009). Sin embargo, lo que realmente observamos son las huellas en el hueso dejadas por eventos de su vida, como una fractura, un estadio de estrés nutricional en la infancia, cambios de dieta, modificaciones corporales, entre otros. De esta forma, teniendo como unidad de análisis los restos óseos humanos y el contexto funerario o no funerario (Chávez 2017; Tiesler 2007), es posible aproximarse al conocimiento de las construcciones sociales del pasado como la identidad, el género, la etnicidad, la edad, estatus social, actividades especializadas, entre otras, así como aportar información sobre el impacto derivado de cambios políticos, económicos, religiosos y sociales que dejan huella en los esqueletos humanos.
La sección temática en este volumen aborda el estado de Oaxaca, que está ubicado al sur de México y dónde la naturaleza de su orografía permite una vasta biodiversidad, una de la más grandes en el país, dando lugar a una constante interacción y desarrollo cultural de al menos dieciséis grupos etnolingüísticos hoy en día, dividido tradicionalmente en ocho regiones: Cañada, Costa, Istmo, Mixteca, Papaloapan, Sierra Norte, Sierra Sur y Valles Centrales (INEGI 2017). Oaxaca, actualmente, es uno de los estados con mayor población indígena y su devenir histórico refleja su riqueza cultural. Además, es uno de los estados emblemáticos para la historia de México no solamente por sus diversas expresiones culturales, su organización política y social, sino también por sus rutas comerciales dentro y fuera del estado. De esta manera, conocer más sobre la historia de los pueblos originarios de Oaxaca, es entender más la dinámica de su presente.
Dentro de la historia oaxaqueña, lo que más se ha estudiado es la antigua capital zapoteca, Monte Albán (circa 500 aC-850 dC), por ser la ciudad dónde floreció dicha cultura. Investigaciones arqueológicas previas han mencionado que el poder del estado zapoteco ejercido en Monte Albán hizo que se extendiera por la región a partir de las campañas militares y conflictos bélicos durante el periodo Preclásico/Formativo tardío (circa 500 aC) hasta el Clásico tardío (circa 850 dC) (Redmond y Spencer 2006; Spencer y Redmond, 2004). Ésta es una de las hipótesis que tuvo una gran aceptación durante la década de 1980, sin embargo, otras arqueólogas y arqueólogos han propuesto alternativas como una serie de intercambios económicos y cambios sociales entre la capital zapoteca con otros grupos como los mixtecos y los chatinos (Joyce 2003, 2010, 2014; Zeitlin y Joyce 1999). Por otro lado, durante el Postclásico (circa 850-1521 dC) se ha propuesto la invasión mixteca en la zona de los valles centrales y más allá de sus fronteras (Bernal 1966; Paddock 1966, 2003); sin embargo, esta postura ha sido evaluada buscando otras dinámicas culturales entre pueblos zapotecos y mixtecos durante esta época (Faulseit 2012; Feinman y Nicholas 2016; Markens 2008).
El objetivo de este volumen especial es contribuir, discutir y reflexionar sobre los diversos cambios culturales en la historia de la región de Oaxaca a partir de la relación que existe entre los restos óseos humanos y su contexto arqueológico, considerando desde el periodo Formativo temprano (2000-1000 aC) hasta la época de contacto (1521 dC). Así Bioarqueología de Oaxaca: Identidades y Cambios Sociales entre la Sociedad del Suroeste de México, examina la identidad de las sociedades pretéritas oaxaqueñas a través de la vinculación de los datos arqueológicos e históricos a nivel regional como Valles Centrales, Mixteca Alta, Costa Oaxaqueña, Sierra Norte y Sierra Sur (ver Figura 1) con las perspectivas bioarqueológicas. Éstas últimas incluyen metodologías y técnicas de investigación como los isótopos estables para conocer el tipo de dieta y la variedad de consumo entre las poblaciones más tempranas y así tener un mejor entendimiento de los productos alimenticios locales y foráneos (véase Hepp et al. en este volumen), así como entender si un grupo de personas pudieron o no ser parte de un colectivo (véase Butler en este volumen).
Por otra parte, los elementos más estudiados son las prácticas funerarias para evaluar la representatividad y selectividad de la población inhumada que nos ayuda a entender más sobre las características de una población con respecto a la muerte, así como la desigualdad social que emergió como consecuencia del crecimiento de las grandes ciudades como Monte Albán (véase Granados y Márquez en este volumen), y en ocasiones como en ciudades satélites (véase Higelin et al. en este volumen); a su vez, las prácticas funerarias nos ayudan a entender las relaciones sociales más complejas como la memoria colectiva que hubo en una población, o el tipo de cuidado que se le daba a las personas adultas mayores (véase Butler; Higelin et al.; Mayes et al. en este volumen); también a partir de lo diverso que son los materiales ofrendados es posible observar las redes de intercambio entre diferentes grupos humanos (véase Konwest et al. y Ortíz et al. en este volumen). Por otro lado, enfocándose más a detalle en los restos óseos, se pueden estudiar cuestiones de índole religioso como la manipulación del hueso humano trabajado, o evaluar traumas en cráneo y extremidades para abordar temas sobre identidad y género (véase Ausel y Faulseit, así como Higelin et al. en este volumen).
Finalmente, también se aplican métodos etnográficos para conocer el tipo de relación y significado que hoy en día existe entre una población actual y las tumbas prehispánicas, incorporando por vez primera en México la perspectiva de la bioarqueología comunitaria (Becker y Juengst 2017), también véase Gallegos y Ramón en este volumen. Además, se utilizan nuevas técnicas como la fotogrametría, para crear modelos 3D de cráneos zapotecas para tener un mejor entendimiento y análisis osteológico, como es el caso de traumas en cráneo (véase Higelin et al.en este volumen). Así, este volumen especial propone una variedad temas, brindando más información sobre la historia de las sociedades pretéritas y, a su vez, propone alternativas para compartir, difundir y reflexionar sobre dicho pasado no solamente entre la comunidad académica, sino también con la sociedad mexicana.
De esta manera, el volumen está dividido por regiones y en orden cronológico, conformado por once artículos, enriquecidos por los comentarios de Danny Zborover, especialista en estudios oaxaqueños y mesoamericanos. Sus comentarios engloban el cómo la bioarqueología de Oaxaca busca entender las sociedades pretéritas a partir de las identidades y cambios sociales que hubo entre las personas del pasado.
Por último, la propuesta de bioarqueología de Oaxaca, hace una transición entre estudiar al hueso humano como un objeto arqueológico al entendimiento de la dinámica social que tuvieron las personas del pasado a partir de su cuerpo humano, en este caso, un cuerpo esqueletizado.