Introducción
La identidad social es un aspecto importante de la experiencia humana y refleja las complejas articulaciones entre la autoidentificación, el reconocimiento grupal y el paisaje sociopolítico en el que ésta se experimenta. La identidad no es un fenómeno estático; por el contrario, las identidades pueden cambiar, negociarse y dependen del entorno material, social, político y económico que modela la percepción del individuo y del grupo (Meskell 1999). La reconstrucción de las identidades sociales se ha vuelto un punto focal para la investigación bioarqueológica que emplea tanto la evidencia de los restos esqueléticos, como inferencias sobre los contextos arqueológicos asociados (Charles y Buikstra 2002; Geller 2009; Knudson y Stojanowski 2009; Lozada et al. 2013; Rakita et al. 2005).
Es a través de este marco conceptual sobre la identidad que analizo los hallazgos del sitio Charco Redondo durante el Clásico temprano (250-500 dC). En este artículo, se presentan datos que no solo enriquecen el inventario biológico del Clásico temprano del valle inferior del Río Verde, ubicado en la costa de Oaxaca, sino que también indican que las tradiciones regionales de larga duración centrales para las identidades comunitarias se modificaron de manera apreciable y significativa durante este periodo. Los datos bioarqueológicos del Clásico temprano, procedentes de un espacio funerario colectivo, y el análisis de biodistancia al interior del cementerio muestran que el tratamiento funerario privilegió a los individuos de una manera que no se había observado en periodos anteriores. Sin embargo, el acto de enterrar a los difuntos en un espacio comunal, aunado a la evidencia de un basurero asociado, indica que los habitantes del Clásico temprano mantuvieron aspectos importantes del ritual funerario del periodo Formativo (cf.Barber et al. 2013; Hepp et al. 2017).
Alteraciones significativas en el ritual funerario, tales como los cambios en las circunstancias políticas y económicas, estaban presumiblemente conectadas con otros cambios dentro de la estructura social (Butler 2018; Joyce 2010). Por lo tanto, las prácticas rituales relacionadas con la muerte también podían presentar oportunidades para negociar y renegociar el orden social y la representación de la identidad (Gillespie 2002, Manzanilla 2002). Los festines asociados con rituales funerarios en particular brindan a las personas la oportunidad de renovar su comprensión de cómo está organizado su mundo y de sus acciones dentro de él (Ashmore 2009; Bell 1992; 1997; Bray 2003; Brumfiel 2004; Canuto y Yaeger 2000; Chesson 2001; Connerton 1989; Dietler y Hayden 2001; Janusek 2002; Joyce 2010; Monaghan 1995; Pauketat 2000; Schortman 1989; Silverman 2002). La comensalidad es algo que las personas experimentan a diario, pero en el contexto de los rituales, especialmente los rituales cargados emocionalmente como los realizados en los cementerios, la comida y la bebida vinculan lo sagrado y lo mundano.
Este artículo informa sobre el análisis de los datos bioarqueológicos recopilados en la temporada de campo 2011 en Charco Redondo y compara estos datos con los resultados relevantes de los contextos del periodo Formativo en todo el valle inferior del Río Verde. La evidencia bioarqueológica, junto con la colección de artefactos y los datos de asentamiento del Clásico temprano, proporcionan una mejor comprensión de cómo y por qué se transformaron las prácticas mortuorias durante el periodo Clásico temprano. Sostengo que, durante la descentralización de la región en el Clásico temprano, a ciertos individuos se les ofrecieron oportunidades para aumentar su estatus a través del comercio interregional sin restricciones y estos diferentes grados de estatus se reflejaron en sus entierros.
Contexto arqueológico y antecedentes
Charco Redondo está ubicado aproximadamente a diez kilómetros de la costa oaxaqueña y a unos 500 m del Río Verde (Figura 1). Al igual que muchos otros sitios del periodo Formativo conocidos en el valle inferior del Río Verde, Charco Redondo se presenta hoy como un montículo bajo, elevado a unos tres metros sobre la planicie de inundación. El núcleo del sitio se conforma por una gran plataforma artificial de forma irregular que cubre un área de 35 ha (Grove 1988). Sobre esta plataforma hay al menos diez estructuras monumentales que se elevan entre 3 y 7 m. Pese a ello, la erosión y el prolongado uso moderno han oscurecido su forma, tamaño y orientación (Grove 1988). El recorrido de superficie y las cerámicas encontradas indican que Charco Redondo fue habitado desde al menos el Formativo temprano / Formativo medio-temprano (1350-700 aC) hasta el Posclásico (1100-1522 dC) (Joyce et al. 1999; Joyce y Levine 2009). Se estima que el asentamiento cubrió 62 ha en el Formativo medio-tardío (700-400 aC) y 70 ha en el Formativo tardío (400-150 aC). Durante el Formativo terminal (150 aC-250 aC), Charco Redondo creció hasta cubrir 95 ha (Hedgepeth et al. 2017). A lo largo del Formativo tardío, Charco Redondo persistió como uno de los sitios más grandes del valle hasta el Formativo terminal temprano (150 aC-100 dC), cuando un primer intento de centralización política en la región elevó al sitio de Río Viejo a rango de centro rector (Butler 2018; Joyce 1994).
Esta fase inicial de centralización en la región fue tenue y finalmente fracasó a principios del periodo Clásico temprano (250-500 dC) (Joyce 2010). Se ha argumentado que las actividades y los rituales regionales que habrían alejado a las personas de sus comunidades locales, entre otras la construcción de la acrópolis del Río Viejo y eventos de comensalía (feasting) concentrados en la capital, estaban en tensión con las obligaciones de los habitantes hacia los rituales de sus propias comunidades y los edificios públicos locales (Brzezinski et al. 2017; Joyce y Barber 2015, 2016; Joyce et al. 2016). Estas obligaciones locales limitaron el grado en que los gobernantes de Río Viejo pudieron extender su autoridad sobre la región, lo que resultó en un paisaje del Clásico temprano políticamente fragmentado.
Durante el Clásico temprano hubo hasta ocho sitios prominentes en la región, incluido Charco Redondo (95 ha), aunque muchos sitios del periodo Formativo en la planicie aluvial fueron abandonados cuando la gente se mudó a la zona más defendible de piedemonte. Este fenómeno resultó en un aumento de la extensión del asentamiento regional de 1 141 ha a 1 292 ha (Hedgepeth et al. 2017; Joyce et al. 1999). Los habitantes de la costa también participaban en el comercio interregional, particularmente con Teotihuacán. Durante el Clásico temprano, Teotihuacán buscaba recursos exóticos como el algodón, el cacao y la concha ornamental de áreas costeras, como por ejemplo el valle del Río Verde (cf.Joyce 2003; Müller 1977), así, las élites locales y sus comunidades obtenían acceso a materiales e ideas procedentes de la metrópoli del centro de México, presentando a los habitantes locales nuevas posibilidades y oportunidades.
Prácticas funerarias del periodo Formativo
Las prácticas mortuorias del periodo Formativo y Clásico temprano en el valle del Río Verde difieren mucho de las observadas en los valles centrales de Oaxaca donde el patrón tiende hacia el entierro doméstico (Blomster y Higelin 2017; Higelin et al. 2017; pero ver Urcid 2005; Whalen 1983). Aunque se han encontrado enterramientos residenciales en el valle inferior del Río Verde, la mayoría de los restos humanos del Formativo y del Clásico temprano se han excavado en espacios mortuorios comunales (cf.Barber 2005; Barber et al. 2013; Butler 2011, 2018; Hepp 2015; Hepp et al. 2017; Joyce 1991, 1994). En esta región, los cementerios comunales se caracterizan por: 1) asociación con arquitectura pública y montículos, 2) alta densidad de sepulturas con enterramientos más tardíos a menudo perturbando y desarticulando los entierros anteriores, y 3) la asociación con prácticas comunales como banquetes y caches colectivos.
A lo largo del periodo Formativo, los espacios mortuorios colectivos se hicieron más inclusivos, particularmente con respecto a la edad, pero los marcadores de estatus continuaron siendo poco frecuentes (Barber 2005; Barber et al. 2013; Joyce 1991). Los individuos (n=49) enterrados en el cementerio comunal del Formativo tardío en el sito del Cerro de la Cruz, por ejemplo, no contenían ofrendas y 86% eran adultos. Los individuos de estatus más alto, así como los niños, tendían a ser enterrados en o cerca de estructuras residenciales (Joyce 1991). En Charco Redondo se ha documentado un posible cementerio que remonta al Formativo terminal temprano, aunque se necesita más investigación para confirmar la naturaleza de este espacio funerario (Butler 2011). Hasta la fecha, solo se han excavado 11 individuos adultos y solo se ha documentado una ofrenda individual. Por otro lado, en un cementerio comunal del Formativo terminal tardío documentado en el sitio de Yugüe, se registraron 41 difuntos que representan a todos los grupos de edad y solo se encontraron dos casos de ofrendas individuales (Barber 2005). La evidencia indica que los individuos fueron enterrados de manera intermitente, conforme los miembros de la comunidad perecieron y requirieron el entierro. Cada uno de estos cementerios estaba asociado con arquitectura pública y evidencia de eventos de consumo de alimentos comunales, es decir, basureros relacionados a festines y vasijas para la preparación de alimentos. Además, todos los cementerios registrados en la región presentan evidencia clara de sepulturas que se extienden más allá de los límites de la excavación.
En resumen, la evidencia bioarqueológica del periodo Formativo arroja luz sobre diferentes relaciones sociales. Los datos indican que: 1) aunque la desigualdad hereditaria fue evidente durante el periodo Formativo, la práctica de enterrar a los difuntos en espacios públicos colectivos impidió que se marcaran las desigualdades en la muerte; 2) el entierro en el mismo espacio físico era más importante que la integridad de los entierros anteriores: la densidad de los entierros y la desarticulación posterior indican que los difuntos no fueron enterrados de manera individual; 3) la ubicación de los espacios de entierro colectivo dentro de los edificios públicos sugiere que, para muchos, la pertenencia a la comunidad pesaba más que los vínculos familiares (Gillespie 2002; Joyce 2001; Pérez et al. 2017). A lo largo del periodo Formativo, cuando las relaciones sociales y políticas se estaban volviendo cada vez más jerárquicas y centralizadas, la práctica de entierro colectivo enmudeció momentáneamente estas disparidades.
Después de la desintegración de la entidad política de Río Viejo, los entierros aislados y elaborados del Clásico temprano encontrados en el sitio homónimo sugieren un cambio significativo en la práctica funeraria acoplada con una inestabilidad política (Barber et al. 2013; Joyce, 1991). Sin embargo, el reducido tamaño de la muestra (n=8) dificulta las interpretaciones de los patrones regionales. El trabajo de campo de la temporada 2011 del Proyecto Charco Redondo resultó en un análisis bioarqueológico más completo para el periodo Clásico temprano y permitió unas inferencias acerca de la práctica funeraria y las relaciones sociales.
Bioarqueología y prácticas mortuorias del Clásico temprano en Charco Redondo
Métodos de registro de datos
El registro de datos, la determinación de la edad y el sexo, y la observación de las características paleopatológicas y fenotípicas dentales siguieron los estándares establecidos en Baker y colaboradores (2005), Bass (2005), Buikstra y Ubelaker (1994), Hillson (1996) y White y Folkens (2000). Específicamente, la estimación de la edad se basó en: 1) el desarrollo esquelético y dental, 2) el cierre de la sutura craneal, 3) la superficie auricular y la morfología facial sinfisaria púbica y 4) las puntuaciones de desgaste dental seriadas (Baker et al. 2005; Bass 2005; Buikstra y Ubelaker 1994; Hillson 1996; White y Folkens 2000). Para ciertas estimaciones en individuos esqueléticamente inmaduros, se hizo referencia a la longitud diafisaria (Baker et al. 2005). Estas medidas se utilizaron para asignar a los individuos categorías de edad fisiológicas estándar (Buikstra y Ubelaker 1994; White y Folkens 2000). Las observaciones relacionadas con la patología dental y esquelética se obtuvieron siguiendo las pautas de Aufderheide y Rodríguez (1998), Buikstra y Ubelaker (1994), Hillson (1996), Ubelaker (1989) y White y Folkens (2000). Las estimaciones para las edades de aparición de defectos del esmalte se basan en estándares y cuadros presentados por Goodman y colaboradores (1980). Las descripciones de modificaciones esqueléticas y dentales se basan en los lineamientos y tipologías establecidos en Buikstra y Ubelaker (1994), Hillson (1996), Neumann (1942) y Romero (1970).
El Cementerio Clásico temprano en Charco Redondo
Las excavaciones del 2011 en Charco Redondo documentaron un cementerio comunal ubicado en una estructura pública con una altura de 3 m sobre la plataforma principal. En una operación de 30 m2, se excavaron un total de 18 entierros que contenían 27 individuos de tres estratos separados; otras cuatro personas fueron documentadas alrededor del perímetro de un basurero del Clásico temprano asociado con el cementerio, de modo que el número mínimo de individuos (NMI) total es 31. Las secuencias cerámicas regionales datan firmemente estos entierros en la fase cerámica Coyuche, lo que indica el uso del espacio por varias generaciones en un lapso de 250 años.
De los 14 (45%) individuos que se pudieron identificar como masculinos o femeninos, seis (19%) eran mujeres o probablemente mujeres y 8 (26%) eran hombres o probablemente hombres (Cuadro 1). La muestra incluye edades que van desde infantes (10%) y niños (16%) hasta adultos (67.5%). El alto porcentaje de adultos medios (29%) y algunos adultos mayores (6.5%) sugiere una población relativamente sana (Cuadro 2; cf. Barber et al. 2013). Los entierros se encontraron bastante espaciados y había diferencias con respecto a la posición y orientación del cuerpo (Figura 2). Estas distinciones no parecían estar relacionadas con la edad, el sexo o el estatus (Cuadro 1 y sección “Ofrendas de las supulturas”).
Entierro | Contexto | Posición | Edad | Sexo | Ofrendas |
---|---|---|---|---|---|
E17I17 | C | ND | Adulto | ND | 0 |
E18I18 | C | Decúbito Ventral | Niño | M | 3 vasijas con soportes de tableta |
Ind. Primario(I19): Decúbito Dorsal | Adulto | M | |||
E19 (NMI-3) | C | Ind. Secundario (19-1: ND | Adulto | ND | 23 vasijas; hacha; 6 lajas grandes |
Ind. Secundario (19-2): ND | Infante | ND | |||
Ind. Primario (I20): Decúbito Ventral | Adulto | M | |||
E20 (NMI-2) | C | Ind. Primario(I24): Extendido derecha | Adulto | F | 7 vasijas; cuenta de piedra verde |
E21I21 | C | Flexionado- izquierda | Adoles. | F | 4 vasijas |
Ind. Primario (I22): Extendido derecha | Adulto | M | |||
E22 (NMI-4) | C | Ind. Secundario (22-1): ND | Adulto | ND | 18 vasijas (1 pos. Import.); 1 laja grande |
Ind. Secundario (22-2): ND | Perinato | ND | |||
Ind. Secundario (22-3): ND | Niño | ND | |||
E23I23 | C | No det. | Adulto | ND | 1 vasija |
E25 (NMI-2) | C | Ind. Primario (I25): ND | Niño | ND | 1 vasija |
Ind. Secundario (25-1): ND | Adulto | ND | |||
E26I26 | C | Decúbito Ventral | Adulto | F | 3 vasijas (1 pos. Import.) |
E27(NMI-2) | C | Ind. Primario (I27): ND | Adulto | ND | 0 |
Ind. Secundario (27-1): ND | Niño | ND | |||
E28B28 | C | Flexionado-derecha | Adulto | M | Obsidiana verde |
E29I29 | C | Decúbito Dorsal | Adulto | ND | 3 vasijas |
E30I30 | C | Flexionado-sedente | Adulto viejo | M | 0 |
E31I31 | C | Flexionado-sedente | Adulto | F | 0 |
E32I32 | C | Decúbito Ventral | Adulto | M | 2 vasijas |
E32I33 | C | Extendido derecha | Adulto Viejo | F | 2 vasijas |
E34I34 | C | Flexionado-sedente | Adulto | M | 0 |
E35I35 | B | ND | Adulto | ND | 0 |
E36I36 | B | Decúbito Ventral | Adulto | F | 0 |
E37I37 | B | Decúbito Dorsal | Adoles. | ND | 1 vasija |
E38I38 | B | ND | Infante | ND | 1 vasija |
E39 (NMI-2) | C | Ind. Primario (I39): ND | Niño | ND | 0 |
Ind. Secundario (39-1): ND | Infante | ND |
Las distinciones visuales entre el área suroeste donde los individuos estaban enterrados en una posición sentada y flexionada y el noreste donde encontramos una variedad más amplia de posiciones funerarias dieron como resultado la división del cementerio expuesto en dos contextos.
El Contexto 1 (Figura 2) contenía 20 de los 23 entierros del cementerio y, por lo tanto, es representativo del tratamiento del entierro más normativo dentro del cementerio. Esta distinción espacial fue verificada por la función estadística de “mejor corte” de Clustan (Paul et al. 2013).
La mayoría de los entierros del Contexto 1 fueron extendidos con cuerpos alineados de noroeste a sureste, la mayoría con cráneos hacia el noroeste (un cráneo estaba hacia el sureste; este individuo estaba muy flexionado). Un segundo grupo de individuos extendidos en la parte suroeste del cementerio se alineó en una fila ortogonal a la mayoría de los entierros del Contexto 1 (Figura 2). Los cráneos de estos individuos miraban hacia el suroeste. Los individuos en el Contexto 1 fueron enterrados en una variedad de posiciones corporales, incluyendo decúbito ventral, decúbito dorsal, lado derecho o izquierdo extendido, o lado derecho o izquierdo flexionado (Cuadro 1; Figura 2). Los entierros secundarios también estuvieron representados en el Contexto 1, más frecuentemente encontrados en asociación con entierros primarios de adultos (Cuadro 1). 80% de los individuos del Contexto 1 fueron enterrados con ofrendas. Estos artículos incluían lajas grandes, vasijas de cerámica, cuentas de piedra verde, hachas de basalto y obsidiana verde (Cuadro 1 y Figura 3).
Los entierros del Contexto 2 (n=3) fueron distintos de los del Contexto 1 en varias formas. Estos entierros carecían de objetos funerarios, orientados al noreste y se enterraban en posiciones sedantes-flexionadas (Figura 4). Los tres entierros del Contexto 2 se alinearon en una fila aproximadamente orientada de suroeste a noreste y fueron considerablemente más profundos que los del Contexto 1. El tratamiento mortuorio distintivo sugiere que estos dos hombres y una mujer fueron enterrados bajo un conjunto diferente de reglas de aquellos en el Contexto 1.
Análisis de Biodistancia
Los análisis intracementerio de datos fenotípicos han demostrado previamente un gran potencial para inferir patrones de parentesco genético/fenotípico entre individuos enterrados dentro de los sitios, así como para reconstruir procesos de formación de cementerios (Adachi et al. 2003; Alt y Vach 1995; Corruccini y Shimada 2002; Spence 1974; Stojanowski y Schillaci 2006). Estos métodos se aplicaron utilizando los datos mortuorios de Charco Redondo. Se llevó a cabo un análisis de biodistancia en el cementerio, que involucró la combinación del análisis por cluster de datos mortuorios con datos fenotípicos para reconstruir cuales eran las relaciones biológicas al interior de cementerio (Paul et al. 2013). Se utilizaron tres variables en el análisis por cluster, basados en los datos mortuorios: ubicación espacial horizontal, posición del cuerpo y número de tipos de ofrendas.1 El análisis del “mejor corte” de Clustan dio como resultado la identificación de tres grupos de entierros: 1) Contexto 1-cluster 1A (extendido/flexionado, muchos tipos de ofrendas); 2) Contexto 1-cluster 1B (extendido/ flexionado, tipos de ofrendas limitado); 3) Contexto 2-cluster 2 (flexionado-sedente, sin ofrendas) (Figura 2). Luego se compararon las métricas dentales para determinar si había afinidad biológica dentro y/o entre grupos2.
En el análisis fenotípico realizado, se utilizaron datos dentales para evaluar los patrones de afinidad biológica entre los individuos. La morfología dental es más confiable que los datos métricos y no métricos craneales que están sujetos a plasticidad ontogenética, modificación cefálica y el estado de conservación relativamente variable de restos craneales. Tales limitaciones potenciales se mitigan cuando se usa la dentición, aunque el desgaste sigue siendo uno de los retos para observar dichos rasgos. Los diámetros máximos de corona mesiodistal y buccolingual se registraron utilizando calibradores digitales de ramas rectas, siguiendo el protocolo de Buikstra y Ubelaker (1994). El mesiodistal y las dimensiones cervicales buccolinguales, así como dos dimensiones diagonales de la corona molar, se registraron siguiendo a Hillson et al. (2005). Se registró un máximo de 76 variables métricas para cada individuo (Paul et al. 2013). Se prefirieron las mediciones del lado izquierdo con la sustitución antimérica de los datos faltantes. Además, se evaluaron 28 rasgos morfológicos dentales utilizando el Sistema de Antropología Dental de la Universidad Estatal de Arizona (ASUDAS) (Turner et al. 1991). Para los rasgos bilaterales, el mayor grado de expresión se incluyó en el conjunto de datos. Debido a que se puntuaron varios dientes para algunos atributos, registramos un total de 70 combinaciones de atributos de dientes. Estos datos se analizaron a través de varios métodos de estadística para ver cómo se agruparon (Paul et al. 2013).
Usando tanto la distancia euclidiana como los coeficientes de similitud de Gower, el análisis de biodistancia mostró que los entierros del Contexto 2-cluster 2 (E30I30, E31I31 y E34I34) eran internamente homogéneos y diferentes de los otros dos grupos. El Contexto 1-cluster 1B (E26I26, E28I28, E32I32) también demostró un alto grado de homogeneidad interna. Para el Contexto 1-cluster 1A (E18I18, E19I19, E20I20, E20I24, E21I21, E22I22) la homogeneidad interna no fue compatible con los datos fenotípicos. Esto no es sorprendente dado que los entierros del Contexto 1-cluster 1A se agrupan en un plano horizontal, verticalmente y se recuperaron de diferentes niveles estratigráficos, lo que indica una probable diferencia cronológica entre los entierros. Además, los entierros en el grupo 1A contenían algunas de las ofrendas más elaboradas, lo que parece indicar que quizá el centro del cementerio estaba reservado para los individuos con el estatus más alto, independientemente de las relaciones familiares.
Ofrendas de las sepulturas
La mayoría de los entierros (n=13; 72%) contenía una variedad de ofrendas. La mayoría de éstas consistía en vasijas locales, sin embargo, varias sepulturas eran bastante elaboradas. El Entierro 19 (Figura 3) contenía un adulto masculino primario y dos enterramientos secundarios (un adulto, un infante). Las ofrendas incluyeron veintitrés vasijas, un hacha de basalto y seis grandes lajas de piedra de granito. Las lajas se registraron en posición vertical, pero inclinada, y probablemente se colocaron sobre el Entierro 19. El Entierro 22 también contenía un hombre adulto y tres individuos secundarios (un adulto, un perinato y un infante). Las ofrendas incluyeron dieciocho vasijas locales, una probablemente importada, lítica pulida y una gran laja sobre el cráneo del Individuo 22. El Entierro 20, que incluía dos individuos primarios, un adulto masculino y un adulto femenino, contenía siete vasijas y una cuenta de piedra verde en la boca del individuo masculino. El Entierro 21 era de una adolescente femenina y contenía cuatro vasijas. El Entierro 26 estaba compuesto por una mujer adulta y contenía tres vasijas, incluida una vasija de pasta café fina, de probable importación. El Entierro 25 fue una sepultura primaria de un niño y contenía una ofrenda de una vasija y los restos parciales de un infante. Con base en la muestra, no parece haber una distinción en términos de edad, sexo o posición con respecto a las ofrendas funerarias.
Las vasijas eran típicas de la fase cerámica del Clásico temprano (Coyuche) en la región. Muchas de las vasijas locales tenían similitudes con los diagnósticos teotihuacanos, como las bases de pedestal y los trípodes cilíndricos con soportes de tableta (slab feet). Dado que estos diagnósticos también se presentan en otras áreas de Mesoamérica durante el Clásico temprano, estas vasijas no son una evidencia significativa de la interacción con Teotihuacán. Sin embargo, los individuos 30 (adulto masculino mayor), 31 (adulto femenino) y 34 (adulto masculino joven) mostraron similitudes con la práctica de los entierros en Teotihuacán. Es probable que estos tres individuos estuvieran envueltos y enterrados en posición flexionada, sedente y orientados hacia el este (Figura 4). Sus entierros no contenían ninguna ofrenda. Estos individuos representan los únicos ejemplos conocidos en esta posición de enterramiento en el valle inferior del Río Verde, pero es común en Teotihuacán, lo que sugiere que pueden haber tenido algunos vínculos con ella (cf. Manzanilla [ed.] 2012; Manzanilla y Serrano 1999; Rattray 1997). Aunque el análisis isotópico de estroncio (87Sr/86Sr)3 no identificó a estos individuos como no locales (Butler 2018), los resultados del análisis de biodistancia dentro del cementerio sugieren que estos tres entierros son fenotípicamente similares entre sí y distintos de otros entierros en el cementerio (Paul et al. 2013).
El basurero del Clásico temprano
Durante las excavaciones se documentó un basurero del Clásico temprano a 6 m al oeste del cementerio que medía aproximadamente 10.5 m2 y 70 cm de profundidad. La estratigrafía y el análisis de la colección de artefactos determinaron que este depósito era el resultado de actividades de festines comunales que se llevaron a cabo durante un largo periodo de tiempo (Butler 2018: 116-152). En el valle bajo del Río Verde, los basureros resultados de festines se identifican en parte por el porcentaje de comales y vasijas cónicas. Los comales se utilizaron para cocinar tortillas de maíz, y una gran cantidad de comales y otros recipientes de cocción en un contexto de basurero sugieren eventos de consumo de alimentos para un mayor número de personas (Barber 2005; Clark 2001). Las vasijas cónicas solo se recuperan en contextos rituales (Barber 2005; Levine 2002). En el basurero de fase Coyuche en Charco Redondo, los porcentajes de comales y vasijas cónicas son comparables a los contextos de festines identificados para el periodo Formativo (Barber 2005; Butler 2018: 146-147; Levine 2002). Más aun, se registraron varios caches de vasijas en miniatura, junto con instrumentos musicales, bienes importados y otros artículos de prestigio.
Además de los artefactos cerámicos, en el basurero se recuperó un alto porcentaje de obsidiana de Pachuca. De las 151 piezas de obsidiana recuperadas, solo del basurero 92% fueron identificadas visualmente como de la fuente de Pachuca. Este es el porcentaje más alto de obsidiana de esta fuente que se encuentra fuera del valle de México durante el Clásico temprano (Clark 1989; Joyce et al. 1995; Santley 1989). La mayoría de los artefactos de obsidiana verde eran navajillas prismáticas, sin embargo, se encontraron también una docena de pequeñas lentejuelas perforadas o cuentas que se producían en talleres de Teotihuacán y desde allí eran distribuidos fuera de la urbe del centro de México (Pastrana et al. 2018; Spence 1996). La presencia de lentejuelas de Pachuca puede indicar regalos intercambiados entre élites, ya que las lentejuelas se consideran artículos de prestigio y, por lo general, son raras en las colecciones arqueológicas fuera del valle de México (Aoyama 2014; Levine 2014; Pastrana et al. 2018; Spence 1996). Se han registrado lentejuelas similares en los entierros de Teotihuacán, particularmente en aquellos donde el cuerpo se colocó flexionado-sedente (Manzanilla 2002, 2012; Pastrana et al. 2018), lo que indica que al menos algunos individuos seguían los cánones establecidos en Teotihuacán.
La presencia de navajillas prismáticas de obsidiana, junto con las lentejuelas, los restos de banquetes y los caches indican que este basurero fue un lugar especial para la deposición de parafernalia asociada con el ritual. Además, se documentaron cuatro individuos enterrados a lo largo del perímetro del basurero, tres de los cuales eran jóvenes. Varios investigadores han argumentado que la presencia de instrumentos musicales, lentejuelas, vasijas en miniatura y entierros infantiles son indicativos de rituales de tipo teotihuacanos relacionados con la fertilidad y la lluvia (cf. Manzanilla et al. 2017; Schaafsma y Taube 2006).
Discusión: cambios y continuidad en el ritual funerario.
Las identidades comunales compartidas tenían raíces profundas en el valle inferior del Río Verde y siguieron siendo importantes durante el Clásico temprano. A lo largo de los periodos Formativo y Clásico temprano, los rituales públicos incluían la materialización continua de las relaciones sociales y políticas de naturaleza corporativa y estaban anclados en lugares significativos como los cementerios. La evidencia de festines comunales también demuestra continuidad con los periodos anteriores. Los festines y los rituales funerarios en particular son ocasiones para moldear los significados y valores que las personas atribuyen a lo cotidiano y sagrado, y también pueden ser un ambiente para regenerar identidades comunes y crear estabilidad en tiempos inciertos (Brumfiel 1991; Dietler y Hayden 2001).
Sin embargo, como lo demuestran los datos mortuorios del Clásico temprano, las identidades individuales y quizá familiares también se estaban conmemorando. Mientras se mantenían las tradiciones del entierro colectivo, los entierros en sí mismos eran bastante diferentes a los observados durante el periodo Formativo. Diferenciar a los difuntos a través de la colocación de ofrendas y entierros individuales era una desviación clara de las prácticas anteriores. Además, la edad no parece haber sido un factor importante para el entierro en el cementerio como, en cambio, lo fue en el sitio del Cerro de la Cruz. En Charco Redondo, los jóvenes registrados en los entierros primarios fueron en varios casos acompañados por ofrendas. En la región, afuera de Charco Redondo, solo un joven en el sitio de Yugüe estaba acompañado por ofrendas, pero éste era probablemente un especialista en rituales (Barber 2005). Por otro lado, el análisis de la biodistancia llevado a cabo al interior del cementerio proporciona información acerca de las relaciones de parentesco existentes en el mismo.
Varios factores interrelacionados pueden haber jugado un papel importante en los cambios observados en la práctica funeraria en Charco Redondo. Es posible que la fragmentación resultante de la desintegración del sistema político del Formativo brindara nuevas oportunidades a las élites locales para mejorar su estatus y que estas oportunidades se hayan manifestados a través de la interacción continua con regiones lejanas como Teotihuacán (Ashmore 2013; Helms 1992). La presencia de la obsidiana de Pachuca, particularmente las lentejuelas, indica que las élites de Charco Redondo tenían acceso a estas redes comerciales. El alto porcentaje de obsidiana de Pachuca documentado en Charco Redondo sugiere que este material en particular no solo fue incorporado al ritual, sino que posteriormente los habitantes comenzaron a usar solo obsidiana verde en el ritual mortuorio. La obsidiana verde no se había registrado en depósitos rituales antes del Clásico temprano en el valle inferior del Río Verde, aunque esto no significa que la obsidiana verde no llegara a la costa durante el Formativo terminal. Su adopción exitosa redefinió lo que constituían objetos rituales apropiados. Es probable que la habilidad de mantener el acceso a estos recursos haya producido grandes beneficios para ciertas personas (Helms 1992; Hodder 2011). Los artefactos recuperados del basurero refuerzan la conclusión de que, si bien ideológicamente la expresión de la identidad se estaba transformando, las obligaciones comunales no se vieron afectadas.
Conclusión
Al mismo tiempo que se producían cambios sociopolíticos al inicio del Clásico temprano, las personas continuaban participando en las tradiciones que eran esenciales para la cohesión de la comunidad. Pese a ello, las nuevas oportunidades para la mejora social y política llevaron a mayores distinciones en la muerte que las observadas anteriormente. En el Formativo, las expresiones de desigualdad, según lo evidenciado por los entierros domésticos que contienen ofrendas, se limitaban a la esfera privada (Barber et al. 2013; Hepp et al. 2017). Aunque algunos difuntos en el cementerio de Yugüe se distinguieron claramente, las expresiones personales de estatus a lo largo del Formativo terminal se mantuvieron mínimas. Si bien los habitantes del Clásico temprano continuaron haciendo referencia a entendimientos sociales del mundo preexistentes a través de entierros y depósitos en espacios públicos, el cambio documentado en la práctica de entierro, por la cual los individuos estaban marcados indeleble y públicamente, puede reflejar una reorganización gradual alrededor de los derechos de la tierra y del parentesco, donde la familia estaba reemplazando a la comunidad local como grupo principal de identidad colectiva. A medida que el acceso a la riqueza se hizo más prominente, ésta se convirtió en un recurso colectivo una vez colocado en el basurero de festines similar a las prácticas del periodo Formativo. El uso de material especial en un espacio público y sagrado habría reforzado el estatus social y la identidad, una identidad que era, en parte, moldeada por relaciones interregionales.