Introducción *
Las toponimias de los pueblos indígenas mayas forman parte, sin lugar a dudas, de la riqueza cultural de México que requiere ser rescatada y estudiada. Sin embargo, en contraste con otras áreas del país, en el caso de Chiapas, el tema de los nombres de lugares indígenas ha estado en los últimos años ausente en los trabajos de los académicos. Es en este contexto que un documento de 1976 con un amplio listado de toponimias de la comunidad de Bachajón, hallado en el Registro Agrario Nacional, ha llamado la atención sobre la importancia de retomar, a la luz de perspectivas recientes, el estudio de cómo en las lenguas indígenas mayas de Chiapas se denominan los lugares.
Bachajón es una comunidad de personas de filiación lingüística maya tseltal, organizadas en dos secciones (barrios), que vive en un territorio de casi mil kilómetros cuadrados, incluyendo su centro administrativo, ritual y económico, en las montañas del norte de Chiapas (Breton 1984: 26-27). Actualmente forma parte del municipio de Chilón, cuya cabecera homónima se localiza a 12 kilómetros al norte (Figura 1).
El planteamiento
Sobre el tema de las toponimias indígenas en el área maya se han publicado varios trabajos (Réjon 1910; Pacheco 1967; Arriola 1973; Brito 1981; Ochoa 1987: 135-146; Romero 1987: 105-129; Comunidad Lingüística Mopan 2001; Comunidad Lingüística Ch’orti’ 2003). Para el caso de Chiapas contamos con los estudios de Marcos Becerra (1985 [1932]) y Juan de la Torre López (2001). Sin embargo, a pesar de esta variedad de trabajos, el tema mantiene en general problemáticas que todavía requieren ser abordadas. A la par del rescate de las toponimias indígenas como patrimonio cultural, son necesarios también estudios que incluyan el abordaje de las toponimias en sus diversas dimensiones, desde la lingüística hasta la histórico-antropológica (Reyes 2017: 336-337; Villegas et al. 2015). Se trata de usar un enfoque que incluya tanto el tratamiento lingüístico (Trapero 1997: 241-253), como también aquél referente a los aspectos histórico-antropológicos (Guzmán 2010: 15-21). El análisis lingüístico es fundamental, ya que, al entender las relaciones morfológicas que sustentan estos vocablos toponímicos (Brown 2008: 151-181), es posible entender de mejor manera cómo los miembros de una comunidad conceptualizan su mundo (Hercus et al. 2002), tanto físico como social.
En general, los estudios sobre toponimias han sido reconocidos como verdaderamente interdisciplinares debido a que en ellos confluyen ciencias muy diversas como la geografía, la antropología, la historia, la lingüística y la cartografía. Por una parte, la toponimia como disciplina se alimenta de las aportaciones de las otras ciencias mencionadas, pero también, a la inversa, puede proporcionar información relevante para la solución de problemas concretos en dichas disciplinas afines (Dorion 1984; Moreu-Rey 1982; Tort 2003).
Uno de esos problemas actuales, que será abordado en el presente trabajo, consiste en entender mejor cómo las comunidades indígenas, y particularmente las de Chiapas, construyen su territorio. En este sentido, como lo han señalado recientemente estudiosos como Alicia Barabas, Gerardo López y Anuschka Van’t Hooft, Juan Gallardo, entre otros, las toponimias son centrales en la solución de dicha problemática ya que una de las funciones de éstas es operar en calidad de dispositivos utilizados por las comunidades para apropiarse de los espacios con los que se identifican (Tort 2003; Barabas 2014; López Roque y Van’t Hooft 2018; Gallardo 2017).
A partir de estos considerandos, el propósito del presente estudio consiste entonces en a) distinguir, a través de la traducción y el análisis morfológico de las toponimias conservadas en el documento mencionado, el léxico que usa la población de Bachajón para la designación de lugares, b) señalar los aspectos geográficos, culturales e históricos del mundo bachanjonteco que están plasmados en las toponimias analizadas y que les dan razón de ser, y c) evidenciar, en un primer acercamiento, cómo las toponimias también expresan las concepciones y creencias que tienen los pobladores sobre su territorio y cómo es que éste es delimitado a través de ellas.
El trabajo con la fuente
Debido a la naturaleza de su contenido, una de las fuentes más ricas para el rescate y estudio de toponimias indígenas son los documentos llamados Probanzas y Títulos de propiedad de tierra de las comunidades indígenas, así como los diversos expedientes relacionados con litigios agrarios promovidos por la misma población indígena en diferentes momentos históricos a partir de la conquista española (Gómez 2014). Tradicionalmente usados por los especialistas para abordar aspectos sociales de la historia de las comunidades mayas, principalmente aquellos relativos a las expresiones económicas de los conflictos interétnicos (Reyes 2002; Bracamonte y Sosa 2003; Bobrow-Strain 2007), los documentos referidos también pueden usarse como fuente de información para estudiar aspectos culturales diversos. En lo que respecta a nosotros, todos estos documentos destacan sobremanera por las amplias y sistemáticas listas de nombres geográficos que las comunidades indígenas ahí proporcionan para precisar con detalle los linderos de sus territorios.
El documento que utilizaremos en el presente estudio forma parte de un expediente relacionado con litigios agrarios y se trata de un oficio del 9 de febrero de 1976 dirigido por los vecinos de San Sebastián Bachajón al entonces gobernador de Chiapas Manuel Velasco Suárez. En él, los bachajontecos solicitan la restitución de aquellas tierras señaladas por ellos como ocupadas por una serie de fincas de propietarios adinerados de Chilón y Yajalón. Para este recurso, los indígenas debían señalar con precisión los linderos de las tierras que solicitaban restituir pero también debían argumentar que esos linderos ya venían definidos así desde mucho tiempo atrás (Breton 1984: 84-88; Bobrow-Strain 2007). Por lo tanto, la información que proporcionan los bachajontecos referente a los “mojones antiguos de nuestro ejido” en su oficio resulta muy detallada. Algunos de estos linderos ya aparecen referidos en un dictamen del 11 de enero de 1933 (conservado en el mismo Registro Agrario Nacional) relativo también a Bachajón y que, a su vez, dice fundamentarse en documentos datados en 1877 (que no pudimos localizar). Esta información es muy importante para los fines del presente estudio, ya que la gran cantidad de “mojones” son referidos ahí a través de toponimias, la mayoría de las cuales no podríamos conocer de otra manera. Este tipo de documentación no había sido utilizada previamente en Chiapas en estudios de toponimias.
Debido a que, en el oficio de 1976, los nombres de los “mojones” fueron en su mayoría mal escritos por los secretarios, el estudio inició con su reconstrucción. Tal trabajo, así como la traducción correspondiente, fue hecho en 2012 con el auxilio de vecinos de Bachajón cono-cedores de la lengua, la geografía e historia locales. Con fines de cotejo, nos servimos además de diccionarios de lengua tseltal (Slocum et al. 1999; Berlin y Kaufman, n. d; Polian 2018) incluyendo el de Vicente Pineda (1986). También usamos el célebre trabajo titulado Nombres geográficos indígenas del estado de Chiapas de Marcos Becerra (publicado en 1932 y reeditado en 1985). Se recurrió asimismo, con fines comparativos, a los mapas del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, al actual Catalogo de Localidades de la Secretaría de Desarrollo Social y al mapa correspondiente del Proyecto de Ejidos al pueblo de Bachajón, distrito Álvaro Obregón, Chiapas, 30 de octubre de 1933 conservado en la mapoteca del Museo Na Bolom en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Cabe reconocer que, en algunos casos, la reconstrucción en definitiva no fue posible para los asesores tseltales debido, como dijimos, al poco cuidado que tuvieron en su momento los secretarios al escribir estas denominaciones. En el mejor de los casos algunos de estos nombres solo fueron reconstruidos parcialmente. Debido a que los errores de los entonces secretarios dificultan sobremanera saber si los nombres problemáticos registrados respetan los fonemas y estructura de las toponimias originales, preferimos sujetarnos a lo indicado por los asesores y no tratar de realizar reconstrucción alguna en gabinete. Todos los nombres que sí lograron ser reconstruidos fueron corregidos en su ortografía siguiendo la usada por Gilles Polian (2018) en su reciente Diccionario Multidialectal del Tseltal. Tseltal - Español.
A continuación se procedió a realizar el análisis morfológico a partir del Diccionario tzeltal de Bachajón, Chiapas de Mariana Slocum y colegas (1999) para obtener un primer acercamiento al léxico que usan en la designación de lugares los habitantes de Bachajón.
El estudio se limita a la información proporcionada por el oficio de 1976 y sus antecedentes, así como por los mapas referidos. Debido a las problemáticas sociales locales, el autor de estas líneas solo ha podido estar en algunos de los lugares ahí citados, por lo que reconocemos que una visita al resto de los lugares es una tarea pendiente a realizar en cuanto las condiciones lo permitan. Por último, es importante señalar que el presente estudio no prejuzga sobre la validez legal o exactitud del contenido del oficio de 1976, solo se enfoca en el análisis cultural de las toponimias ahí proporcionadas.
Las toponimias mayas tseltales
La información resultante de la reconstrucción se presenta a continuación en un listado que proporciona en primer término el nombre “oficial” registrado en la fuente seguido por la reconstrucción, la traducción al español y la ortografía tseltal corregida de los topónimos que pudieron ser abordados completamente o en una de sus partes. También se precisa el rasgo geográfico asociado según las descripciones (en ocasiones detalladas y en otras, parcas) dadas por los asesores y las fuentes complementarias. El análisis morfológico se deja para párrafos más adelante. Los casos que, por las razones arriba señaladas, en definitiva no pudieron ser analizados debidamente se presentan con signos de interrogación. Los nombres se enlistan siguiendo el orden que siguen en la fuente. Las toponimias que siguen a un asterisco (*) son las que ya aparecen referidas en el documento de 1933. Enlistamos un total de 43 toponimias, de las cuales 36 son las reconstruidas completamente o en una de sus partes. Las toponimias son las que se muestran en el Cuadro 1.
Cuadro 1 Toponimias tseltales de Bachajón, Chiapas
Toponimia en el documento del año 1976 | Reconstrucción y traducción al español proporcionada por los asesores bachajontecos | Ortografía corregida | Rasgo del paisaje aludido según las descripciones dadas por el documento de 1976, los asesores y las fuentes complementarias |
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Sti’il Iglesia | La entrada de la iglesia | sti’il iglesia | Atrio de la iglesia de Bachajón |
*Baminas | Sobre las minas | bah minas | Cerro |
Bajiton | Sobre la piedra arenisca | bah hi’ ton | Cerro |
*Bajchewal | Sobre “Chewal” | bah ? | Cerro |
*Tilantechen | Cueva “tilante” | ? ch’en | Abrigo rocoso en la falda del cerro Chewal |
*Baxbolontina | Sobre “bolontina” | bah ? | Cerro sobre río |
Oxjetja | Tres aguas en forma de horqueta | ox jet ha’ | Lugar en donde se unen tres ríos |
*Bapaxilja | Sobre el agua “paxil” | bah ? ha’ | Cerro sobre río |
Baquelte’el | Arboleda de palos de centro duro | bakel te’el | Arboleda |
Bajic’batil | Sobre el (lugar donde hay mucho) corcho negro | bah ihk’ batil | Cerro sobre arboleda y río |
Macxuxiltic | ? | ? | ? |
Sacun | Amate | sak hun | Río con amates |
Tsajalch’en | Cueva colorada | tsajal ch’en | Cueva |
Axupja | Agua de ? | ? ha’ | Río |
Cruston | Cruz de piedra | cruz ton | Formación rocosa en forma de cruz |
Ch’ujtalilja | Agua de ? | ? ha’ | Río |
T’ulilja | Agua de conejos | t’ulil ha’ | Río |
Pucte’el | Arboleda de ? | ? te’el | Arboleda |
Tsajalujcum | Arroyo colorado | tsajal uk’um | Arroyo |
Nupja Barcadero | Unión de aguas “barcadero” | nup ha’ ? | Lugar donde se unen ríos |
Bolonajau | Nueve espíritus del cerro | bolon ajaw (vocablos ch’oles) | Cascada |
Yaxja | Agua azul | yax ha’ | Río |
Joyetja | Agua que da vueltas | joyet ha’ | ? |
C’analontic | ? | ? | ? |
Yaxte’el | Bosque de ceibas | yax te’el | Arboleda |
Nupja Balantelja | Unión de aguas “balantelja” | nup ha’ ? | Lugar donde se unen ríos |
Cruz Hannover | - | - | Cerro |
Cumbre Yaxwinic | Cumbre hombre verde | cumbre yax winik | Cerro y cueva |
Tsajala | Agua colorada | tsajal ha’ | Río |
Lacantajal | ? | ? | ? |
Xulbana | ? | ? | ? |
Natensun | La casa del chivo | na tentsun | Cerro |
Najoj | Casa de cuervos | na joj | Cueva |
Yut Taquin | ? | ? | ? |
Tsubute’el | Arboleda de ? | ? te’el | Arboleda |
Santa Cruz | - | - | Cruz de madera en poblado homónimo |
Pach’il | Piñal | pahch’il | Piñal |
Batilja | Agua de corcho | batil ha’ | Río con árboles de corcho |
Pojojwits | Cerro de palmitos | pojoj wits | Cerro |
Liquil lampara | ? | ? | ? |
Mamal Ic´ | Anciano viento | mamal ik’ | Cerro |
Chicactic | ? | ? | ? |
Namut | Gallinero | na mut | Construcción |
Elaboración propia
La reconstrucción anterior permite observar cuáles son las estructuras morfológicas recurrentes que pueden ser caracterizadas como propias de la práctica de nombrar lugares entre los tseltales. La manera elemental es a través del uso de nombres sustantivos que refieren el rasgo geográfico a destacar. Encontramos los sustantivos simples (uk’um “arroyo”) pero también los que hacen uso de un sufijo -Vl para señalar que la cosa referida en la raíz nominal se presenta múltiple y en conjunto en determinado sitio (pahch’il “piñal”, de pahch’ “piña” y -il sufijo). También están aquellos otros términos que, compuestos de un nombre sustantivo precedido por un adjetivo, forman un tercer significado (yax te’ “ceiba”, de yax “verde” y te’ “árbol”).
Hablando de adjetivos, cabe señalar que una característica típica de los nombres de lugar en cuestión es el amplio uso de adjetivos atributivos que singularizan el rasgo topográfico transmitido por el nombre sustantivo. Entre estos adjetivos se encuentran tanto los “primarios” (yax “azul”) como los adjetivos derivados relacionales que hacen uso de un sufijo -Vl añadido a una raíz nominal para adjudicar al sustantivo rasgos que no son inherentes a él pero que son adoptados en función de determinada relación con el significado del adjetivo (Polian 2013: 545-551) (t’ulil “de conejos”, de t’ul “conejo” e -il sufijo). También se usan los nombres que, sin sufijación, actúan como adjetivos atributivos de otro nombre sustantivo al antecederle (hi’ “arena” en calidad de “arenoso” o “de arena”).
Otra estructura recurrente es aquella en la que se antepone la palabra bah “arriba” a los vocablos que designan el rasgo geográfico principal para indicar su ubicación exacta en el plano vertical del mundo a partir de la dicotomía “arriba-abajo” (bah ihk’ batil “arriba [de donde hay mucho] corcho negro”). Esta dicotomía, usada ampliamente en la cultura indígena (Brown 2008), así como los topónimos correspondientes, provienen sin duda de la naturaleza accidentada de la topografía en esta región de Chiapas. Por último, se encuentran aquellas composiciones que utilizan préstamos del español en asociación con vocablos tseltales (bah + minas “sobre las minas”).
Con base en la explicación anterior, a continuación ofrecemos el análisis morfológico de las toponimias de la lista anterior. Se incluyen solo aquellas que pudieron ser analizadas en su totalidad y que consideramos son suficientes para visualizar las estructuras morfológicas que las caracterizan. Se mantiene el nombre “oficial” dado en la fuente. A continuación el análisis:
Sti’il Iglesia, “El atrio de la iglesia”; sti’il “su entrada de” (s-ti’-il), iglesia [préstamo del español].
Baminas, “Sobre las minas”; bah “sobre”, minas [préstamo del español].
Bajiton, “Sobre la piedra arenisca”; bah “sobre”, hi’ “arena”, ton “piedra”.
Oxjetja, “Tres aguas”; ox “tres”, jet “cosa en forma de horqueta”, ha’ “agua”.
Baquelte’el, “Arboleda de palos de centro duro”; bakel “duro” (bak-el), te’el “arboleda” (te’-el).
Bajic’batil, “Sobre el (lugar donde hay mucho) corcho negro”; bah “sobre”, ihk’ “negro”, batil “conjunto de árboles de corcho” (bat-il).
Sacun, “Amate”; sak “blanco”, hun “amate”.
Tsajalch’en, “Cueva colorada”; tsajal “colorado”, ch’en “cueva”.
Cruston, “Cruz de piedra”; crus [vocablo espa-ñol], ton “piedra”.
T’ulilja, “Agua de conejos”; t’ulil “de conejos” (t’ul-il), ha’ “agua”.
Tsajalujcum, “Arroyo colorado”; tsajal “colorado”, uk’um “colorado”.
Bolonajau, “Nueve espíritus del cerro”; bolon “nueve”, ajaw “espíritu del cerro”. (vocablos ch’oles).
Yaxja, “Agua azul”; yax “azul”, ha’ “agua”.
Joyetja, “Agua que da vueltas”; joyet “dar vueltas”, ha’ “agua”.
Yaxte’el, “Arboleda de ceibas”; yax te’ “ceiba”, -el = sufijo.
Cumbre Yaxwinic, “Cumbre hombre verde”; cumbre [vocablo español], yax “verde”, winik “hombre”.
Tsajala, “Agua colorada”; tsajal “colorada”, ha’ “agua”.
Natensun, “La casa del chivo”; na “casa”, tentsun “chivo”.
Najoj, “Casa de cuervos”; na “casa”, joj “cuervo”.
Pach’il, “Piñal”; pahch’ “piña”, -il = sufijo.
Batilja, “Agua de corcho”; batil “de corcho” (bat-il), ha’ “agua”.
Pojojwits, “Cerro de palmitos”; pojoj “palmito de montaña”, wits “cerro”.
Mamal Ic´, “Anciano viento”; mamal “anciano” (mam-al), ik’ “viento”.
Namut, “Gallinero”; na “casa”, mut “gallina”.
El contenido de las toponimias
Como se puede observar, la mayor parte de las toponimias alude de manera directa, como en otras comunidades de Chiapas (Brown 2008), a rasgos elementales del paisaje natural local (cerros, abrigos rocosos o cuevas, formaciones rocosas singulares, manantiales, arroyos, ríos, ojos de agua, cascadas, arboledas, etcétera), incluyen en ocasiones su posición en el plano vertical, siendo los cerros y los arroyos los rasgos más frecuentes; todo esto es natural debido a las características topográficas de esta región de Chiapas. Este tipo de toponimias incluyen datos adicionales que particularizan los rasgos señalados describiendo ya sea un elemento natural adicional, pero fundamental, presente en ellos (“Arboleda de ceibas”, “Agua de corcho”), o la fauna que los frecuenta (“Agua de conejos”) o determinados rasgos intrínsecos (“Cueva colorada”, “Agua azul”, “Unión de aguas”, “Cruz de piedra”). Esta preferencia por los rasgos naturales se explica debido a la relación entre las tareas cotidianas que han tenido históricamente los tseltales en general como agricultores y las características geográficas del entorno donde transcurren esas actividades.
En la documentación analizada encontramos también aquellas toponimias que se refieren, no a la topografía local, sino a diversos rasgos culturales que dan singularidad a determinado lugar. Uno de esos rasgos está asociado con estructuras arquitectónicas de varios tipos y de diferentes momentos históricos. Destaca inmediatamente como ejemplo el atrio de la iglesia de Bachajón (sti’il iglesia). También la gran cruz de madera puesta en el centro del poblado homónimo localizado cerca de Sitalá. Un topónimo interesante de este grupo es aquél que se traduce como “La casa del chivo” (na tentsun). Se trata, según nos señalaron, de un sitio localizado en la cima de un alto cerro cercano a Chilón. De acuerdo con Wolfang Cordan, el nombre de “Casa del Chivo” fue dado al lugar por los tseltales debido a la existencia, en el interior de una estructura prehispánica localizada en este lugar, de una pintura antigua elaborada en color rojo, hoy destruida, que mostraba lo que, en la interpretación de los lugareños, era un ser semejante a un chivo (Cordan 1959: 78). Esta estructura en realidad corresponde a la cultura maya del periodo Clásico Tardío y conservaba en su interior bellos estucos (Becquelin y Baudez 1982). El sitio arqueológico fue severamente saqueado a finales de la década de 1950 y actualmente continúa siendo destruido por los vecinos del lugar, ignorantes de su valor cultural, quienes no permiten que especialistas se acerquen a diagnosticar los restos. Cordan (1959: 78) señala que anteriormente los tseltales acudían a este sitio arqueológico para hacer ofrendas ante la imagen del supuesto chivo, lo que otorgaba a este lugar el carácter de sagrado.
Otro tipo de rasgos culturales presente en las toponimias analizadas es aquél que alude de manera especial a algún suceso histórico relacionado u ocurrido en los lugares nombrados. Salta a la vista el nombre Cruz Hannover que claramente recuerda la otrora presencia de las fincas alemanas en las proximidades de las tierras bachajontecas. Aunque no se mencionó anteriormente (pues no está relacionada con Bachajón, sino con la comunidad vecina llamada Guaquitepec), existe una toponimia, mencionada en el documento colonial del siglo XVIII denominado Probanza de Sibacá,1 que resulta muy interesante e ilustrativa sobre este tipo de nombres de lugares. Se trata de Zvayib Zosleb (swayib sotsleb), traducida por el propio escribano colonial como “dormitorio de zinacantecos”.2 De acuerdo con el antropólogo Ramón Sántiz Méndez,3 es posible que el nombre haga referencia a los descansaderos que comúnmente usan los indígenas en sus viajes por las veredas. En el tsotsil colonial la cognada wayeb significa justamente “lugar donde alguno se asienta”, “manida de jornada”, “posada” (Laughlin y Haviland 1988: 326-327). Al parecer, en el nombre Zvayib Zosleb, está reflejado el momento histórico en el que los zinacantecos, al haber perdido sus tierras hacia 1750, debieron emplearse como cargadores y arrieros al servicio de mercaderes y terratenientes españoles aceptando bajo consigna mercancía que distribuían por toda la provincia (Wasserstrom 1989: 108-128; Breton 1982: 41).4
Una de las toponimias hace referencia a determinado rasgo sobrenatural que caracteriza al lugar designado. Se trata del sitio denominado Bolonajau, asociado con una cascada localizada en territorio ch’ol y usada por los tumbaltecos como balneario. Por la propia toponimia (en lengua ch’ol) podemos inferir que ahí habitan seres sobrenaturales. En la lengua ch’ol, la expresión bolon ajaw significa “nueve espíritus (de la montaña)” (Aulie y Aulie, 1978: 32). En las creencias de los actuales indígenas, el término ajaw, usado en la antigüedad para referirse a los gobernantes, sirve para designar a los espíritus de las montañas y dueños de todos los recursos que de ellas emanan, entre ellos los ríos (Morales 1999: 161; Méndez 2013: 335-336). Por lo tanto el nombre Bolonajau bien puede referirse a los espíritus o dueños sobrenaturales de esta cascada. El mojón bachajonteco se designa con la toponimia ch’ol pues la cascada sirve de referencia para pasar adyacentemente la colindancia con el municipio de Tumbalá.
Cabe señalar que hay toponimias de las enumeradas en otros grupos que también pueden estar relacionados con creencias acerca de lo sobrenatural. De acuerdo con Méndez Pérez, en el cerro denominado Baminas (“Sobre las minas”) tiene su lugar de habitación una divinidad de la tierra (Méndez s. f.: 83). Existe el mito de que el río Agua Azul fue creado por una divinidad de los rayos (Montejo 1994: 345-353). No olvidar además el caso de la entidad anteriormente adorada en el sitio llamado Natentsun (“La casa del Chivo”) (Cordan 1959: 78). Por último, de acuerdo con las creencias locales de Bachajón, en el sitio de Baxbolontina habita una mujer sobrenatural que en ocasiones sale y atrae a la gente que pasa cerca. Si la persona no es cauta, es llevada por la mujer a su casa y no regresa más.5
Toponimias, lindes y territorio
Como lo señalamos al inicio del artículo, uno de los aspectos de las toponimias indígenas, que recientemente ha adquirido especial atención en los estudios correspondientes, es su carácter de medios por los cuales los pueblos, no solo nombran los lugares, sino también se apropian de ellos. Alicia Barabas, Gerardo López y Anuschka Van’t Hooft, así como Juan Gallardo, entre otros, han destacado que las toponimias, al nombrar aquella realidad en donde las vivencias de las personas transcurren, resultan ser un dispositivo por el cual la comunidad expresa su identidad hacia esos lugares y asume su pertenencia hacia ellos e incluso su defensa. Esto transcurre de manera especial cuando la narrativa asociada a dichas toponimias transmite concepciones y creencias sobre el espacio que cada grupo reconoce como propio, principalmente cuando la narrativa, en este caso fundacional, señala en particular cómo, de diversas maneras, se obtuvieron los derechos de propiedad sobre los lugares nombrados (Barabas 2014: 438; López y Van’t Hooft, 2018: 98, 103-104, 129; Gallardo 2017: 66).
Lo referido resulta más actual en el caso de aquellas toponimias que designan los lugares que sirven de lindes del territorio, y más aún cuando estos lugares son montañas, cuevas o lagunas. Como bien lo ha señalado Alicia Barabas (2014: 446), en la cosmovisión indígena, las cavernas, cerros y lagunas operan como marcas mnemónicas en el paisaje que recuerdan hechos fundacionales destacables ocurridos en el lugar y a través de los cuales se lleva a cabo la demarcación territorial (ver López y Van’t Hooft 2018: 128).
En nuestro estudio, la información proporcionada por el oficio de 1976 -mismo que, recuérdese, nombra los “mojones antiguos” del territorio bachajonteco- evidencia cómo las toponimias pueden operar en el sentido señalado. El caso que así lo señala es el topónimo del linde Cumbre Yaxwinic. Éste designa a un cerro, localizado no lejos del vecino poblado de Chilón, que es considerado como límite y que presenta como rasgo físico destacable la existencia de fuentes de agua y cuevas (Figura 2). Como se anotó, yax winik significa “hombre verde”. Lo más interesante para nuestro tema es que el nombre de este cerro viene de la creencia de que ahí reside una poderosa divinidad benefactora llamada Yax Winik. De acuerdo con los mitos recogidos por Marceal Méndez Pérez (s. f.: 74-87), en algún momento en el pasado una joven de Bachajón que se guarecía de la lluvia en una cueva de esta montaña quedó embarazada del espíritu del lugar, una entidad con aspecto de hombre anciano. Éste último le pidió a la joven que llevara al bebé a vivir a la cueva cuando naciera, petición que fue cumplida. Después de algunos años, la madre regresó a la caverna a ver a su hijo y encontró que éste se había transformado en un niño de color verde,6 es decir, se había transformado en un rayo verde (yaxal chahwuk), uno de los seres sobrenaturales más útiles en la cosmovisión indígena. A partir de aquí este niño-rayo verde otorgará abundancia exclusivamente a los bachajontecos, al grado de que existe la creencia de que todo lo que tiene la gente de esta comunidad se lo debe a este “hombre verde”. También el niño otorgará protección a los bachajontecos de diversas amenazas provenientes del exterior. Los bachajontecos por ello consideran el lugar como sagrado y llegan ahí frecuentemente para pedirle al niño verde que comparta con ellos su verdor (syaxal te dios “el verdor de dios”) y para pedirle protección (Méndez s. f.: 74-87).7
Es claro que, en este caso, es a través del mito sobre la existencia, en esta cueva, de una divinidad que mantiene parentesco con una mujer de Bachajón, que se explica contundentemente, en términos fundacionales, por qué esta montaña pertenece a los bachajontecos. Mitos cercanos guardaban en el siglo XX los tseltales de Cancuc y Oxchuc, Chiapas, para quienes cada uno de los clanes (conjuntos de linajes patrilineales) que conformaban sus comunidades procedían de una determinada cueva en donde residía su nagual ancestral de clan; las circunstancias pueden cambiar pero la relación entre las personas con sus cuevas permanece (Guiteras 1992: 141-145; Villa 1990: 13, 26-27). Esto explica el por qué, a pesar de estar el referido “antiguo mojón” de Yax Winik actualmente en territorios de Chilón, sean los bachajontecos los únicos que lo visitan (Méndez s. f.: 74). El mito de Yax Winik es coherente con lo señalado por Barabas en el sentido de que los espíritus de los sitios sagrados que sirven de lindes deben tener como función proteger a su comunidad de daños procedentes del exterior. Ello se hace más actual en contextos de fuertes conflictos intervecinales, resultado de los cuales es el permanente recordatorio de los propios lindes (Barabas 2006: 52, 115-116), lo que justamente han hecho los bachajontecos a través de su historia. El mito de Yax Winik es un claro ejemplo de cómo interviene la creatividad, en este caso en la narrativa asociada con las toponimias de Bachajón, en la apropiación y de defensa del territorio.
Es posible que en este grupo también se encuentre el topónimo Mamal Ic’. Como se ha dicho, el nombre significa “Anciano Viento”. El nombre recuerda a una montaña llamada Ik’al Ajaw “Señor Viento”, localizada cerca de la comunidad tseltal de Oxchuc (Méndez s. f.: 63). De acuerdo con los habitantes de este lugar, la montaña debe su nombre a que sirve de residencia para un poderoso espíritu que controla los vientos. Este espíritu, al que se le llama también mam “abuelo”, es muy importante pues es quien otorga buena cosecha y protección a los oxchuqueros (Méndez s. f.: 47, 59-73). Es posible que el lugar que designa la toponimia bachajonteca también esté relacionado con un “Anciano Viento” semejante al de Oxchuc; desafortunadamente no logramos obtener mayor información al respecto.
Conclusión
Los topónimos en general son reflejo de la relación existente entre las actividades, costumbres, creencias, cultura, historia y lengua de los miembros de una comunidad dada con su entorno natural en un determinado espacio geográfico y un determinado tiempo (Ingold 2011: 189), pero también son reflejo de cómo intervienen su creatividad y motivaciones en la denominación de ese mundo (Chesnakova 2011: 13, 22). Lo que este estudio reveló, además de la recuperación, análisis lingüístico y cultural de las toponimias de Bachajón, es cómo, en esta comunidad indígena, una de las motivaciones detrás de la práctica de nombrar lugares tiene que ver con la necesidad de construir, apropiarse y velar por su territorio. En particular se atestiguó que una de las formas precisas en las que esto opera, en el caso de Bachajón, es a través de la asociación de parentesco que los miembros de esta comunidad establecen, en la narrativa fundacional asociada con las toponimias, entre ellos mismos y los espíritus de aquellas cuevas, montañas o manantiales que sirven de linde de su territorio. Sin duda esto es testimonio de la complejidad y creatividad características de la cosmovisión mesoamericana.