Fuimos a buscarlo a las canchas, nos dijeron que estaban jugando los Yayitos contra los de Arqueología. Le preguntamos a uno de los de lingüística de los semestres más avanzados que quién era el maestro Polo Valiñas, nos señaló al portero y nos dijo, ahí está Polo. No lo recuerdo claramente, pero seguro vestía una de sus playeras asignadas a cada día de la semana, pudiera tratarse de alguna que le dieron como recuerdo en uno de los congresos de Sonora o AMLA.
Terminando el partido y después de que defendiera férreamente la portería, Etna y yo nos acercamos con el profesor Polo Valiñas y nos presentamos. Le hablamos de usted y se rió, lo primero que nos dijo fue que lo tuteáramos. Nos fuimos caminando hacia la salida de la biblioteca de la ENAH, le dijimos que nosotros los alumnos estábamos organizando la planta de profesores y que todos lo recomendaban para la clase de fonología. Nos dijo que lo iba a pensar pero que sí.
No teníamos idea de en qué nos habíamos metido, todo el mundo nos decía que era la mejor clase, pero no sabíamos si por el contenido, si era barco, si sería entretenida para aguantar cuatro horas o mismas que estaríamos viendo pasar los coches por el periférico. No puedo olvidar el primer movimiento que hizo al entrar al salón y prepararse para iniciar la clase, sacó su paliacate rojo, lo extendió y se lo puso de mandil; ya de entrada esa acción prometía que veríamos más cosas raras-graciosas-sorprendentes-espectaculares-alucinantes en la clase de Polo.
Los que tomaron clase con él y están leyendo este relato, estarán de acuerdo conmigo en que sus clases fueron las más divertidas, profundas, llenas de aprendizaje y, claro que sí, muchas veces inentendibles. Muchas reflexiones-análisis que hacía Polo, en el momento, solo él las podía entender, aunque después dedicara una hora a desmenuzar el tema para que nos fuéramos de clase con conocimiento, que como Polo decía “Ya tienen algo con que apantallar en la próxima fiesta que vayan y hablen de lingüística”.
Siguió Fonología II y después un taller que propuso Polo que nos cambió la vida. Una de las cosas más admirables de Polo era la confianza que nos hacía sentir como estudiantes y en los primeros pininos como proto- investigadores de alguna lengua. El Taller que nos propuso Polo, y que realizamos, consistió en repartirnos a los estudiantes que cursamos la materia con investigadores del Instituto de Investigaciones Antropológicas donde él laboraba, él nos dijo que ya había hablado con ellos y que el Taller no se trataba de que les fuéramos a sacar las copias a los investigadores, se trataba de aprender a investigar. Así nos repartimos una con Cristina Buenrostro “La China” para trabajar con chuj, Lucero Meléndez que después hizo su tesis sobre maya; unas con Yolanda Lastra, Marcela San Giacomo y Etna Pascacio, que después hicieron su tesis de náhuatl y matlazinca; unos con Aidé Vargas, entre ellos yo, que hice mi tesis sobre huave; Polo abanderó a Dany Leyva y Maribel Alvarado en los estudios del ralámuli. El taller/experimento de confianza de Polo funcionó.
El siguiente paso que dieron Polo y la China para nuestra formación fue la creación del Seminario Permanente de Análisis Gramatical del IIA, ahí aprendimos de él que los seminarios son para discutir y mostrar los errores que cometemos en el proceso de investigación y no para dar una palmada en la espalda y decir que todo va bien. Algunos de los que participaron recordarán que ahí lloramos, sudamos, nos dolió el estómago, preparamos nuestra primeras ponencias individuales y en grupo, estudiamos diversos temas explorados en las lenguas que investigábamos, [nexo o punto?] puedo decir con toda claridad que ahí nos consolidamos ya no como protoinvestigadores sino como investigadores, siempre bajo la dirección de Polo.
Nuestra estancia en el IIA ya no sólo se limitó a participar en el Seminario, fuimos becarios, contratados por honorarios, otra vez becarios, otra vez honorarios, alumnos de maestría, de doctorado, estancias de posdoc hasta tener la oportunidad de no sólo ser alumnos y compañeros de trabajo (porque colegas ya éramos de Polo desde la licenciatura), ahora compartíamos espacios de investigación y docencia que Polo nos enseñó.
Otra cosa importante que aprendimos de él fue la responsabilidad que uno tiene con la Universidad, no sólo en la enseñanza, también en el compromiso que (queramos o no) tenemos en los cargos de órganos colegiados. La vida académica no sólo es la investigación y docencia, es necesario incidir en las decisiones de orden académico administrativas que son parte de la vida de la Universidad, él decía que uno puede ser amigo de alguien que concursa por una plaza, pero que los dictámenes que uno realiza siempre deben estar mediados por el trabajo y no por el amiguismo. Polo participó activamente en todos los comités del IIA, elegido como miembro de la Mesa Directiva del Colegio de Personal Académico. E innumerables veces como representante de los lingüistas ante el Consejo Interno y al menos en dos ocasiones fue votado para ser director del IIA.
Pero sin duda, lo que más amaba hacer Polo era la docencia en todos sus modalidades: asesorías, tutorías, clases, recomendaciones de bibliografías, consejos, lecturas de borradores, platicar del tema, prestar un libro (aunque fueran de la biblioteca), ser jurado en exámenes, rescatar tesistas perdidos y desamparados, y más. La última actividad académica que realizó fue impartir la clase de morfofonología (ya entre los cuates le decíamos morfopolología), aunque intermitente por las consultas y hospitalizaciones semanas antes de su partida, Polo hasta el final mantuvo y disfrutó su compromiso con la enseñanza.
Sin duda Polito te vamos a extrañar montones, no nos queda más que mantener tu enseñanza valiñista para ser mejores profesores e investigadores y sobre todos buenas personas, comprometidas con una sociedad más justa e igualitaria.