I. Introducción
La conciencia de ser parte constitutiva de la sociedad, de forma abstracta, no se presenta al individuo; pero cualquiera tiene la seguridad de que los otros están conectados con él mismo.1
Se puede decir, de forma general, que entre individualización y generalización, existe el primero, más en la forma inconsciente, y el último, sobre todo de modo consciente.2
Estos pasajes de Simmel son esclarecedores en la medida en que nos informan sobre dos puntos fundamentales: a) que el sentido de la individualidad, y sus características únicas, está presente en las personas; lo que les da el soporte necesario para la construcción de sus identidades, al mismo tiempo que les permite la percepción de la complejidad en la relación con el otro y, b) que mientras este individuo, ensimismado en su ego, se reconoce en el otro en tanto componente indispensable para la construcción de sí mismo, al mismo tiempo se constituye como ingrediente que cimenta la posibilidad de la existencia de lo social. Así, la sociedad se vuelve posible en la medida en que, más allá de las idiosincrasias personales, hay algo estructurante, organizador de lo que está más allá de uno mismo. De esta manera, y según Simmel (1917: s.p.):
En la medida en que cada individuo tenga su significado solamente en relación con los sentimientos de los otros, estas oposiciones se procesan de manera artificial, aunque desde el principio no estén allá, ya que estos puntos en común y las opciones deben buscarse; las particularidades se fundan en relación a otros contrarios.
Simmel postula aquí uno de los puntos fundamentales de su teoría, problematizado posteriormente por otros autores que trabajan la disciplina: la noción de redes tiene algo de nuevo, sustancial y diverso de las otras principales aproximaciones de la teoría sociológica, que es el hecho de indicar una posibilidad concreta para la superación de la dicotomía entre actuación y estructura; entre los lugares del individuo y de la estructura social en la determinación de los fenómenos sociales. El término Redes presupone el hecho de que el análisis de la realidad social esté centrado en las relaciones y no en los atributos de los individuos. Lo que antes podría ser pensado en tanto agregado de sujetos que orientan sus comportamientos conforme a sus características individuales, formando así un cuadro de comportamiento colectivo, ahora se trata de una compleja interacción entre estos individuos, estructurados en relaciones, conformando una malla de sociabilidades3 donde esta configuración reticular impone un patrón de estructura social, sin dejar de lado el hecho de que las relaciones son el producto al mismo tiempo de las decisiones y de la estructura, que impone un límite a las posibilidades de decisión.
Estas y otras cuestiones serán discutidas en este artículo, en un intento por hacer un relato de la sociología simmeliana, al tiempo que se muestra su contribución original a la sociología reticular. El análisis de Redes Sociales y la Teoría de las Redes constituye en la actualidad una rama importante de los estudios en ciencias sociales. Parte significativa de esta agenda de investigación fue trabajada por Simmel a principios del siglo XX. Sus reflexiones se dirigen principalmente a partir de la realidad del fin de siècle berlinés, en el agitado cotidiano de una metrópoli europea. Cuestiones presentadas por Simmel en su metodología de investigación social a partir de las formas y contenidos de los procesos de sociabilidad son estimulantes y nos proporcionan algunos indicadores preciosos de un camino metodológico para la comprensión de nuestra realidad contemporánea.
II. El individuo, la sociedad y la trama reticular
Simmel llama la atención hacia la singularidad de la existencia de cada uno cuando, por ejemplo, alguien se pone en contacto con el otro. Descubre de inmediato que “Cada hombre tiene en sí mismo un profundo núcleo individualista, que no puede ser subjetivamente reproducido por otro; que también presenta una individualidad profunda, diferente [...] el conocimiento completo de la individualidad del otro nos es negado” (Simmel, 1910: s.p.). La noción de individuo aquí es explorada al extremo. En tanto singular, única, esta unicidad refleja los tiempos modernos, en la medida en que “las relaciones del hombre moderno parecen distanciarse crecientemente de los círculos más próximos y se aproximan a los más distantes” (Waizbort, 2010: 199), lo que lleva a un punto relativamente poco comprendido de la teoría simmeliana y al mismo tiempo objeto de críticas: el hecho de que, si siguiéramos al extremo esa línea de razonamiento, llegaríamos a la infinita posibilidad de preferencia de filiación a círculos sociales. O sea que nos toparíamos con la aparente indeterminación de las posiciones de los individuos en la estructura social. Así, según Waizbort (2010: 488) -diferenciando la idea de círculos, en el autor alemán, de aquella de los campos, en Bourdieu-, “sólo nos resta jalar los hijos del todo tejido por Simmel [...]. Buscando las interacciones, de una a otra, de esta otra a una cercana, y así infinitamente, delineando a cada momento un diseño que pide ser investigado, pero en el momento siguiente ya se deshizo en una nueva configuración”. Así, llevada al extremo, contrariamente a la idea de Bourdieu -la de campo se estructura más rígidamente y no es susceptible de pensarse en la posibilidad de sucesivas configuraciones reticulares-, la de Simmel permite el ejercicio de la articulación entre el individuo y sus posibilidades de decisión y la determinación estructural de la red.
Pero siendo así, ¿cómo es posible la sociedad?4 La respuesta a esta interrogante nos remite a la búsqueda de interlocuciones de Simmel con las corrientes filosóficas y las ciencias sociales de su época. Esta búsqueda nos revela un hecho importante: el de que no es posible comprender a Simmel exclusivamente a partir de sus escritos más propiamente sociológicos, casi positivistas, desde el inicio de su carrera, cuando todavía buscaba legitimarse como académico. Existe el Simmel positivista, pero también existe aquel que participa de la escuela neokantiana,5 con la que más adelante entra en ruta de colisión, y después está el Simmel en diálogo más intenso con la metafísica, buscando en la Lebensphilosophie (en este caso, principalmente Bergson) y en Nietzche6 respuestas al constante movimiento del alma humana, en un diálogo crítico con el realismo.
En sus primeros escritos, hay en Simmel una clara concordancia acerca de lo que es una ciencia social: la posibilidad de investigar objetivamente la existencia de un entendimiento mutuo, concreto, de una vida en sociedad. Esta vida social es posible en la medida en que haya una real intersección entre sentidos de existencia; aquellos imputados a las acciones de las personas en interacción unas con otras. Cada sujeto, indiscutiblemente único, pero también existente por cuenta de su relación con el otro, se encuentra localizado cotidianamente en múltiples procesos interactivos; con posiciones relativamente definidas en el medio social, y en campos de sociabilidad estructurados; en parte reflejando deseos y decisiones personales, pero también como resultado de patrones relativamente rígidos existentes en la estructura social, que acaban por condicionar o determinar sus trayectorias de sociabilidad. Pero tal determinación no es absolutamente severa. No resulta, como Simmel se empeña en mostrar, en cualquier posibilidad de anulación de este valor universal, que es el de la existencia única de la persona. En efecto, “cada individuo, en virtud de sus cualidades, es automáticamente remitido a una determinada posición en su medio social, que de manera ideal corresponde a él, y que también está presente en la totalidad social. Este es el presupuesto a partir del cual, en tanto base, el individuo dirige su vida societaria, y a través de ella podemos caracterizarlo en tanto valor universal de la individualidad” (Simmel, 1910: s.p.). No debemos, por ende, interpretar esta formulación simmeliana a partir de una lectura liberal de la universalidad de los seres humanos, iguales unos a otros en su libertad de decisión. Simmel era consciente de lo endeble del argumento liberal, que no considera el hecho de que la asimetría entre las personas está ligada a la circunstancia de que las mismas parten en condiciones desiguales en la lucha por la supervivencia, y no aquel argumento -caro para los liberales- según el cual era resultante de la diferencia del esfuerzo y las cualidades individuales. Así, el hecho de que sean únicos no significa que la suposición de la justicia liberal sea aceptada.
Hay en este ambiente una interesante discusión sobre la posibilidad de que se construya una ciencia humana. Aparentemente, la posición tomada por Durkheim en el sentido de admitir procedimientos idénticos para cualesquiera tipos de conocimiento, y la posición asumida por Simmel, pretendiendo dar una especificidad a los patrones de comportamientos sociales, son opuestas. Hay que tomar en cuenta al individuo; pero no de forma exclusiva, pues existe la maraña social que constituye el campo privilegiado de los estudios sociológicos, de esta compleja interacción entre individuo y sociedad, entre manifestaciones particulares y múltiples de comportamientos sociales (contenido de las relaciones sociales, que aquí puede ser comprendido a partir del concepto de sociabilidad -Geselligkeit-),7 y sus estructuraciones más estables y consecuentemente susceptibles de generalización (forma), de las cuales resulta el concepto simmeliano de socialización (vergesellschaftung).8 Habría que considerar, por lo tanto, en esta doble determinación, las particularidades de los comportamientos humanos, resultantes de interacciones esencialmente únicas, al mismo tiempo que son estructuraciones de procesos sociales con relativa estabilidad o perennidad. A esto Simmel lo designa como tarea de investigación para la sociología:
Yo entiendo que la tarea de la sociología es la descripción y determinación de los orígenes histórico psicológicos de aquellas formas en las cuales las interacciones tienen lugar entre los seres humanos. La totalidad de estas interacciones se originan a partir de impulsos diversos, dirigidos hacia los más diferentes fines y objetivando las más diversas metas, lo que constituye la sociedad. También debemos distinguir dos sentidos para la expresión “sociedad”. Primero, en un sentido más amplio, incluye la suma de todos los individuos involucrados en una relación recíproca, juntos con los intereses que unen a estas personas en interacción; segundo, en un sentido más restringido, la expresión “sociedad” designa la asociación en cuanto tal, es decir, la interacción, ella misma, que constituye la interrelación entre las personas, abstrayendo el contenido material; es decir, el objeto de la sociología en tanto doctrina de la sociedad strictu sensu. (Simmel, 1896: 167)
Contenido y forma. Manifestaciones singulares, por un lado, y representaciones abstractas y en consecuencia más generales, por otro, constituyen los dos fundamentos importantes de la sociología simmeliana. No es posible atenerse exclusivamente a los contenidos de los procesos sociales, pues obtendríamos tan sólo retratos de un momento; insignificantes frente a la totalidad de movimientos constitutivos de una realidad social. Ni mucho menos tratar de componer diversos instantes (o retratos) de esa realidad, en el intento de, a partir de una secuenciación temporal, reconstituir la realidad social.9 La complejidad de los múltiples procesos engendrados por la dinámica social volvería esta tarea imposible. Por eso nos atenemos a las formas,10 estructuraciones más perennes y constitutivas de fenómenos de la misma naturaleza, pero que en innumerables ocasiones se manifiestan bajo condiciones particulares. De esta relación compleja resulta la clave para la construcción del método sociológico en la búsqueda de la comprensión de la sociedad, no obstante el hecho de ser ésta una búsqueda nunca acabada, dada la singular y múltiple dinámica de esta realidad. De hecho, como observa Simmel (1896b: 172): “[Los] Fenómenos sociales son de la misma manera incomensurablemente complicados, y los métodos de análisis incompletos. La consecuencia es que las formas sociológicas y los nombres son utilizados sin precisión, ellos se aplican solamente en círculos relativamente estrechos de manifestaciones”. El contenido remite a la singularidad del individuo en su trama reticular cotidiana; forma a las estructuraciones reticulares, independientemente de dicho contenido. Forma simplemente indica campos estructurales, que pueden ser traducidos en modelos reticulares, en la tradición más pura del análisis de redes sociales contemporánea, o en procesos sociales, tal como Simmel nos adelanta, al dar una gama bastante importante de conceptos hasta hoy utilizados como: tertius gaudius, divide y vencerás, y círculos sociales, entre otros.
La sociedad, entonces, se estudia a partir de la forma en que los diversos fenómenos sociales se estructuran. Y esos fenómenos aparecen a partir de las múltiples interacciones entre los individuos, de las diversas manifestaciones de convivencia entre las personas.11 Estas formas y contenidos de las relaciones sociales nos remiten a los conceptos de lejos o cerca (Fern und Weh), presentes en la ensayística de Simmel e indispensables para la comprensión de su sociología relacional. Lo lejos significa el distanciamiento del sujeto, que aquí es visualizado en sus características más generales, y por lo tanto inscrito en la generalidad de un sujeto abstracto. Lo lejos remite a las formas. Lo cerca, a su vez, aproxima al observador del sujeto, lo inscribe en las tramas de sus sociabilidades (geselligkeit), particularizándolo, inscrito en la modernidad, singular, único, y resultado de las casi infinitas posibilidades de combinaciones interactivas, de inserciones en círculos sociales. Estas configuraciones forman la realidad, que no es ni el puro movimiento, ni los instantáneos de ella extraídos, sino el resultado de la percepción de lo real en tanto totalidad de los procesos relacionales inestables de los flujos que, no obstante su incesante movilidad, permiten al observador destacar desde lejos sus características más fundacionales. Así, como en un cuadro impresionista que, de cerca, revela minucias de las combinaciones de colores, y de lejos lo real allí representado, resultado de esas combinaciones, se puede decir, entonces, que la realidad consiste en una combinación de relaciones, “una representación del mundo enteramente positiva, y este carácter positivo define la esencia de la verdad que se debe concebir no como un elemento sustancial y aislado, sino como una relación” (Deroche-Gurcel, 1997: 33).
Hablamos aquí del individuo y de la sociedad; de cómo Simmel concibe su sociología a partir de la relación actuación/estructura. Pero si se pone estrictamente en estos términos, este es un falso debate. Pues para Simmel no es el individuo y sus manifestaciones de libre arbitrio, o la sociedad con sus imposiciones estructurales, los que deben tomarse en cuenta. Individuo y sociedad tienen que ser pensados de forma única, a partir del hecho de que lo que realmente importa son los procesos sociales subyacentes a la socialización (Vergesellschaftung); que significa antes que nada relación/ interacción entre los individuos en su cotidiano. Es verdad que no existe nada a no ser los individuos, pero éstos solamente adquieren materialidad, sustancia, cuando se ponen en relación con el otro. Esto quiere decir que el fenómeno social solamente adquiere sentido a partir de esta “unidad nueva e independiente, que se resolvería en acciones recíprocas y de intercambios entre individuos” (Simmel, 1896a: 105). Como entendemos, se trata de una manifestación más acabada que conocemos hoy en día como Teoría de las Redes Sociales.
Queda claro, por lo tanto, que en Simmel el contenido reticular está presente, lo que nos permite afirmar -opinión que comparten otros autores- que sin duda él es precursor de una teoría relacional de la sociedad. Podríamos también adicionar que en Simmel está presente una concepción estructuralista débil, en la medida en que él lo admite a partir de su concepto de socialización Vergesellschaftung (combinaciones complejas en la relación actuación -individuo- y estructura -sociedad-). Se considera posible, entonces, conciliar dos posiciones aparentemente opuestas en la explicación de lo social: la individualista y la holística. Esta es la opinión de Mercklé:
Grosso modo, la aproximación simmeliana puede ser descrita como relevante a partir de un individualismo metodológico complejo, más próximo en realidad a lo que se podría designar como un dualismo metodológico. Según él, ciertamente, de un lado, las formas sociales son engendradas por interacciones entre individuos, lo que lo sitúa próximo al individualismo metodológico. Pero al mismo tiempo no cesa de afirmar que las formas sociales así producidas adquieren una especie de autonomía, resultado de las interacciones individuales, contribuyendo de esta forma a moldearlas. Simmel, en este sentido, es visto por muchos como inspirador principal de una de las fórmulas fundadoras del análisis de las redes sociales, según la cual las estructuras emergen de las interacciones y ejercen sobre ellas un constreñimiento formal que no tiene, por ende, relación con ningún determinismo mecánico. (Mercklé, 2003: 3-4)
Existe, de este modo, una indisociable relación entre el individuo y la sociedad, que establece -podríamos decir- una especie de intercausalidad: actor y sociedad, actuación y estructura son componentes indisociables para la comprensión de la vida social, que cuenta con otro elemento igualmente fundamental en la sociología simmeliana: la esencia relacional de los fenómenos sociales. Tal interacción es explicada por Simmel (1910) a partir de la interdependencia causal que relaciona las interacciones con el campo relacional más amplio, constitutivo de la sociedad.
Pero aun aquí, a partir de las obras de Simmel que proponen los ingredientes fundamentales para las ciencias sociales, se observan puntos de divergencia bastante claros entre lo que, de cierta forma, ocupaba trincheras dominantes en las ciencias sociales de la época -el realismo- y lo que Simmel postulaba como estratégico para la investigación del fenómeno social: la idea de que el mundo se organiza a partir de interacciones entre las personas (wechselwirkung), en un proceso de sucesivos arreglos sociales, lo que hace que el fenómeno social en su esencia, la socialización (vergesellschaftung), indique mucho más que algo que se pueda establecer definitivamente. Simmel nos presenta, por lo tanto, lo contrario de una visión estática de la sociedad. Por eso la crítica que él hace a Durkheim de que “existe la noción de un desarrollo continuo, de una mutualidad sin fin, lo que permite comprender la idea de reciprocidad de acción [...] existe sociedad porque existe acción recíproca entre individuos” (Deroche-Gurcel, 1997: 24). Este relativismo simmeliano se aleja ya del neokantismo, que él critica fuertemente. Así, en una carta a Rickert, Simmel afirma que la verdad no es relativa, sino que significa una relación mutua de contenidos.12
El relativismo simmeliano va al encuentro de la idea kantiana del primado de la forma, que se construye en el intelecto, organizando la percepción de la realidad a partir de los sentidos, forma ésta que asume casi una sustancia metafísica, con características definidas, fijas. Contrario a lo que dice Kant, Simmel aboga por la idea de “una combinación dinámica de forma a priori con el contenido, aquel que se busca [...] la realidad es la vida en ondas, fluida y progresiva de conocimiento, lo que se encuentra, buscando con cautela [...] el ser en general no puede ser demostrado, sino solamente vivido y sentido, no puede, en consecuencia, deducirse a partir de concepciones abstractas” (Jankélévitch, 1988: 21).
Existen, como comprendemos, indicaciones muy interesantes de una crítica a una concepción estructuralista de la sociedad, que considera fenómenos exteriores exclusivamente a aquellos individuos que determinan la realidad social. Esa posición es frontalmente contraria a la adoptada por Simmel,13 a la que inclusive critica cuando afirma que la obra de Durkheim tiene pretensiones monológicas. Éste, a su vez, en un artículo publicado originalmente en la Rivista Italiana di Sociologia, acusa fuertemente a la sociología formal de Simmel, que considera excesivamente abstracta (Durkheim, 1900). En ese mismo artículo, Durkheim defiende su concepción monológica, como adecuada a la búsqueda de la regularidad empírica de los fenómenos sociales, singulares, en tanto externos a los individuos. Los fenómenos sociales tendrían las mismas características de otros fenómenos cualesquiera, como por ejemplo aquéllos encontrados en la naturaleza; y la investigación científica se regiría por los cánones de la investigación de las ciencias más “maduras”, las que fueren, aquellas que ya hubiesen extraído una densidad teórica más significativa. La sociología, de esta forma, “nace a la sombra de estas ciencias” (Durkheim, 1975: 34), aunque debamos posicionarnos de manera crítica contra los intentos de construcción de modelos teóricos que se sirvan de metáforas, tales como mecanicismo u organicismo -tentación que, según Durkheim, contaminó a los primeros científicos sociales-. Así, a pesar de sus especificidades, la sociología no se debe desviar de proceder metódicamente a la investigación de los hechos sociales -método éste que no difiere sustancialmente de lo practicado por las otras ciencias.
La crítica dirigida a Simmel tiene como fundamento exactamente este punto: acusado, por un lado, de ser excesivamente impresionista, al idealizar campos abstractos de construcciones de tipos sociales; por otro, es tachado de impreciso, en la medida en que el contenido de esos tipos sociales se pierde en una infinidad de formas, expresiones y manifestaciones de las individualidades que introducen. Durkheim no creía que esta dirección de análisis pudiera resultar en una construcción científica, en tanto que, para merecer el nombre de ciencia, la sociología debería ser “otra cosa más allá que unas simples variaciones filosóficas sobre algunos aspectos de la vida social, escogidos más o menos al azar, en función de las tendencias individuales” (Durkheim, 1975: 19). Hay en Simmel posiciones absolutamente inaceptables para Durkheim, a quien éste considera bastante distante de lo que sería razonable para un científico social.
Así dice Simmel: la socialización (Vergesellschaftung) se hace y se deshace constantemente, y ella se rehace nuevamente entre los hombres en un eterno flujo [...] Estos millares de relaciones de persona a persona, momentáneas o durables, conscientes o inconscientes, nos relacionan constantemente, unos con otros. Esta declaración relativista que resulta en la existencia de formas menos estables de interacción, sustituyendo la idea de sustancia por aquella de proceso, suscitó muchas reticencias de Durkheim. (Deroche-Gurcel, 1997: 25)
Hecho digno de notarse es que en la época de Simmel y Durkheim había una intensa discusión, heredera de Kant, sobre la posibilidad de construcción de una ciencia de la sociedad. Tal discurso, sin embargo, se sitúa en un ambiente intelectual alemán de fin de siècle, en comunicación intensa con autores de la filosofía idealista alemana, pero también con filósofos vitalistas, así como con el inclasificable Nietzsche. Todos imbuidos en descubrir las filigranas de un mundo absurdamente movible e inestable. El Zeitdiagnosis14 pertenecía al mundo del Bildungsbürgertum, con características que se situaban mucho más allá de la simple comprensión científica de los comportamientos humanos en sociedad. Hay en Simmel -y éste es su principal pecado, según algunos de sus críticos- mucho de impresionismo. El contenido importante de sus obras es ampliamente ensayístico, construido a partir de temas de lo cotidiano y de hechos ordinarios de la vida.
Las combinaciones complejas del análisis simmeliano entre actuación y estructura, entre contenido y forma de los fenómenos sociales, pueden ser mejor comprendidas cuando observamos cómo, en sus dos ensayos, Simmel construye sus análisis. También es conocido por su sociología “impresionista”,15 o sea, aparentemente desprovista de rigor científico, con textos ensayísticos fuertemente orientados hacia la crítica de lo cotidiano y con la presencia significativa del diálogo con importantes corrientes filosóficas europeas. Considero, mientras tanto, que en esta aparente superficialidad se esconde una orientación teórico-metodológica bastante clara. Simmel acostumbraba escoger diversos temas extraídos de la vida común (moda, aventura, coquetería, extranjero, avaricia) y recurrentemente también hacía uso de ejemplos históricos. El contenido casi siempre coloquial, de una prosa bien estructurada y profundamente erudita, parece ser su marca. Hay, no obstante, una coherencia en su orientación teórico-metodológica, demostrando, de forma práctica, cómo se pueden comprender los comportamientos sociales. Hay también (y en este aspecto no nos extenderemos mucho) -como es el caso de todo pensador de este periodo (fines del siglo XIX e inicios del XX)- el diagnóstico de la modernidad, una visión relativamente sombría sobre el individualismo extremo que se origina en los procesos de alejamiento característicos de las sociabilidades modernas. El caso más ejemplar, presente también en Simmel (1910), es el de la economía monetaria. Algunos individuos se ven oscurecidos en su personalidad, que se desvanece a partir de su función estricta de actor económico: las personas son meramente vehículos de trueque, con funciones ejercidas de acuerdo con las normas, y todo lo que no se completa en esta cosificación, desaparece.
Hay además otro ingrediente importante para la comprensión de Simmel. Concuerdo con Waizbort (2000) respecto de que no es posible separar los diversos momentos de la obra de este autor; el Simmel más propiamente sociológico del profundamente vinculado a la filosofía vitalista, o de aquel preocupado con los movimientos artísticos de su época, con la intención de revelar la naturaleza de los tiempos modernos, de la vida incesante, inacabada, de los flujos resultantes de lo efímero de lo moderno. Pues si es cierto, como observa Vandenberghe (2005), que podemos distinguir claramente en Simmel una sociología, una teoría del conocimiento y una filosofía de la vida y de la cultura, es igualmente verdadero que encontramos en todas esas fases algunos aspectos característicos de este escritor: la forma en que escribía, ensayísticamente, el lugar donde difundía sus ideas, el salón -institución por excelencia del convivio intelectual de final del siglo europeo- era el lugar de encuentro de los artistas, poetas, filósofos; y donde se construía el mundo a partir de las discusiones, debates, recitales. Simmel frecuenta los salones berlineses -y él mismo organiza uno en su residencia-. Se desplaza, de igual manera, del ambiente universitario hacia el convivio del petit comité de ambiente doméstico, a algunos de sus cursos, frecuentados por un grupo selecto de personas. No se trata, como vemos, del típico palco universitario, donde los ritos académicos sugieren un orden, una disciplina y, sobre todo, un modus operandi, que difícilmente se encuadraría en la manera simmeliana de constituir su obra.16 Este ambiente permitía algunas transgresiones, en la escritura, en lo público, y en la recepción de su obra, que sólo tardíamente se volvió conocida y apreciada en los medios académicos.
La parte significativa de sus ideas tiene público exactamente en esos salones. No se habla aquí de tratados filosóficos, ni tampoco de estudios científicos resultado de investigaciones empíricas. Son escritos con temáticas inusitadas; por ejemplo, alimento, paisaje, moda, amistad, puente, rostro, carta. Temas que se presentan al lado de otros, más tradicionales, como conflicto, grupo, guerra, individualidad. La forma en que Simmel presenta dichos ensayos, según Waizbort (2000: 37) “expresa lo fragmentario, lo dinámico, lo huidizo [...] no interesan tanto las conclusiones a que un ensayo podría llevar o lo que podría traer, sino el proceso, el desarrollo del pensamiento, el espíritu que trabaja, en movimiento aventurero [...] movimiento, subjetividad y experiencia componen la constelación del ensayo”.
Hay un ingrediente central en esos escritos, que permea sus reflexiones estéticas, filosóficas o inclusive aquellas de contenido más estrictamente sociológico: la idea de lo cercano y de lo distante. Estas expresiones se aproximan a sus conceptos de forma y contenido, e indican lo cercano como aquello que se revela en su singularidad y lo distante, lo que se puede destacar como aspecto de una pertenencia abstracta; es cierto que también susceptible de flujos, pero de cierta forma no se manifiesta en objetos de lo cotidiano, singulares, inscritos en una vivencia real. Los dos se aproximan a partir “de la capacidad humana específica de cara a la naturaleza, cortando una porción en la continuidad infinita del espacio, y otorgando a este pedazo una unidad particular de sentido único” (Simmel, 1988: 162). Nuestro autor recurre aquí a una analogía del puente y la puerta: la puerta abriendo al exterior hacia las consciencias subjetivas; el puente conectando realidades y experiencias. Puente y puerta, cerca y lejos, finito e infinito; todas esas expresiones nos remiten a la singularidad de la existencia, de un lado, y a la percepción abstracta de lo real, del otro; abstracta y, por lo tanto, clasificable, pero de ningún modo sustancia estática. De la misma forma, cuando Simmel examina el fenómeno de la moda, hay una confrontación entre lo individual, distinto, aunque también mezclado con la exclusividad y la igualdad social. La aproximación de aquellos que comparten estilos de vida, que se distinguen por la vestimenta, de aquellos que son ajenos, alejados. Cerca y lejos, nuevamente, se manifiestan. Condición bastante visible en la modernidad, con la expansión de la individualidad. Simmel la denominaría superindividualidad. “Así es la moda: nada más que una forma de vida especial, aquella en la cual las personas, con sus tendencias a la uniformización social, construyen sentimientos comunes de pertenencia” (Simmel, 2008: 49). Igualar, mientras tanto, a partir de las diferencias; de las distinciones entre los círculos a los que pertenecen, y a aquellos que les son distantes.
En su ensayo “La aventura” está el mismo componente. Simmel afirma que en nuestras acciones o experiencias existe un significado: los individuos en tanto aventureros se presentan como seres portadores de una rica y singular experiencia. Es, pues, en esa “parte del curso de vida”, que los sujetos alcanzan la condición de “totalidades no demarcadas” (Simmel, 2008: 35). Así se establece la aventura: no se está amarrado a la vida, sino experimentándola. Aquel que experimenta la aventura depende al mismo tiempo de quien está próximo y de quien está distante. Pero él no ve hacia atrás. Existe el flujo de la vida, que rebasa los límites de cualquier frontera, y se da la abolición de la distinción entre coterráneo y extranjero. Ahí se configura efectivamente lo extranjero, en tanto isla. Sin comienzo ni fin, él es aquel que objetivamente no se sitúa con relación a un punto, puesto que no hay referencia que se le reconozca. El aventurero, prosigue Simmel, es el ejemplo más fuerte de individuo sin historia, sin conocimiento del pasado. Porque el pasado hace posible el futuro, proyectándolo a partir de una experiencia vivida. Y la aventura es el resultado inesperado de un juego de cartas, una imposibilidad absoluta de permanencia más allá del ahora. Casi que atemporal, como, por ejemplo, en un romance erótico donde lo que importa es simplemente disfrutar de los juegos del amor sin recurrir a ningún anclaje. La aventura, por consiguiente, es fruición y flujo, sin comienzo ni fin. Pero lo que nos interesa directamente es la forma en que Simmel construye un cuerpo de conceptos adecuados para la comprensión del fenómeno social. Conceptos que están básicamente inscritos en la categoría de “forma” de los fenómenos sociales; o absolutamente flexibles y, por lo tanto, moldeados o adaptados a las circunstancias de un momento, a las vicisitudes de arreglos particulares de sociabilidad (Gesselligkeit). Ésta idea puede ser ilustrada a partir de dos ejemplos: el concepto de círculo social, y su ensayo clásico sobre las metrópolis.
Simmel describe el fenómeno de los círculos sociales como característica de la creciente complejidad de las sociedades europeas. Las sociabilidades son ampliadas, incorporando en redes personas distantes a los campos más próximos de pertenencia (familia, amistad, comunidad territorial, religión). Estos nuevos espacios de sociabilidad se anclan fundamentalmente en comunidades de interés, conectando a las personas unas con otras simplemente por el hecho de que, en algún momento, hay entre ellas algo en común, casi exclusivo. Esto es, personas que aparentemente son extrañas unas con otras, y distantes en campos diversos de sociabilidad, se conectan para cooperar y en la búsqueda de intereses comunes. Simmel elabora este ejemplo a partir de las asociaciones de comerciantes del norte de Europa. El objetivo de las denominadas federaciones hanseáticas era la defensa de los intereses comunes. Compuestas inicialmente por burgueses alemanes, se extendieron posteriormente por la región del mar Báltico, entre los siglos XII y XVII. Este ejemplo nos muestra la posibilidad de construcción de lazos sociales con anclas identitarias relativamente débiles, constituyendo, de esa forma, solamente una parcela del universo de las sociabilidades de los individuos. Denominados como círculos sociales, con la intención de evocar campos más o menos extensos, cubriendo territorios más o menos grandes, comportando relaciones más o menos distantes, terminaron por presentar una diversidad mucho mayor de aquella normalmente encontrada en los campos de la sociabilidad más característicos de la época. Las configuraciones bastante particulares de esos círculos (que siguen trayectorias singulares según el momento histórico, y también de acuerdo con la estructura de la red de cada uno de los participantes) sugieren, a partir de su extensa flexibilidad, contenidos de verdad ricos; casi resultando en polisemia. Mientras tanto, al mismo tiempo en que esta aparente “sopa” caótica de interacciones retrata una época en casi infinitas posibilidades de combinaciones, estructura también un patrón de sociabilidad que prácticamente se vuelve la regla de las sociedades modernas. Modela y organiza una forma: las construcciones internacionales particulares resultan de la posibilidad de la selección, de una elaboración de la categoría del individuo, en tanto a aquel que es singular, por lo que decide sobre su vida. Así, según Simmel, el creciente ensanchamiento de los círculos sociales se constituye en una de las características fundamentales de la modernidad, de donde sucede que emerge el fenómeno de la individualidad:
El individuo se ve primero en un ambiente que, en relación con individualidad, encadena su destino y le impone el vivir estrechamente conectado a aquellos que por causa de su nacimiento se encuentran juntos [...]. Pero en la medida de la evolución, cada individuo teje los lazos con personas situadas en el exterior del primer círculo de asociación, que en esta ocasión tiene una relación anclada objetivamente sobre disposiciones, inclinaciones, actividades, etc. La asociación en función de una coexistencia exterior es sustituida más y más por una asociación fundada en relaciones de contenido [...]. La pertenencia geográfica o fisiológica, determinada por el terminus a quo, es sustituida aquí de la manera más radical por la síntesis del punto de vista de la finalidad, del interés interno y objetivo, por el interés individual. (Simmel, 1999: 408)
El ensanchamiento de los círculos sociales es un ejemplo característico de los tiempos modernos, de la naturaleza al mismo tiempo cualitativa y cuantitativa de la expansión de la individualidad. Con la modernidad, la economía monetaria, y la creciente división del trabajo, existe la posibilidad de expansión casi sin límites del individuo: cuantitativamente, en la medida en que ocurre cada vez más la diferenciación social, haciendo posible la fruición cada vez mayor de la libertad individual de las personas, pero también de modo cualitativo, en la medida en que “el individuo cada vez más adquiere una individualidad específica” (Simmel, 1976: 19). El sujeto no es determinado solamente de manera abstracta, en tanto individuo singular resultante de la expansión cuantitativa de la diferenciación social. Él es también el resultado legítimo de la determinación autónoma de la selección de su trayectoria biográfica; de su pertenencia a círculos, cuya combinación le da cualitativamente un carácter especial y absolutamente distinto de todos los otros. Y la gran ciudad moderna es el lugar por excelencia, el espacio donde se da la “correlación histórica universal entre el ensanchamiento del círculo y la libertad personal interior y exterior, que hacen de la metrópoli el lugar de la libertad” (Simmel, 1976: 20).
Los ejemplos anteriores nos muestran también un ingrediente esencial de la sociología simmeliana, y que se constituye en el carácter fundamental del estudio de las redes sociales: el contenido relacional de los fenómenos sociales. “Por sociedad entiendo no solamente el conjunto complejo de individuos y sus grupos, unidos en una misma comunidad política [...] yo veo sociedad toda vez que los hombres se encuentran en reciprocidad de acción y constituyen una unidad permanente o pasajera” (Simmel, 1896: s.p.). No son, por tanto, ni los individuos, considerados aisladamente, ni los grupos, aunque posean características que les son inherentes y constitutivas de la naturaleza del fenómeno social. Para Simmel, es fundamental el concepto de interacción (wechselwirkung). Así, según Donatti,
Para este autor un fenómeno es social tanto cuanto expresa una interrelación o una interdependencia, o efecto recíproco, o efecto de reciprocidad. Todas estas expresiones están contenidas en el concepto intraducible de wechselwirkung. Para Simmel el fenómeno social no es originario de un sujeto ni tampoco de un sistema abstracto, más o menos puesto a priori. Lo social es relacional en cuanto tal, interacción que produce, se incorpora y se manifiesta en cualquier cosa que, no siendo visible de inmediato, da la corporeidad al fenómeno social. (Donatti, 2008: 46)
El contenido fundamental, o la unidad de análisis de la sociología son, por lo tanto, las interacciones sociales establecidas entre los individuos. El punto de partida para el estudio de los fenómenos sociales, consecuentemente, serían las diadas, los contactos sociales establecidos entre las personas. Pero el fenómeno social, aunque se consustancie en las interacciones sociales, en realidad es más complejo. El estudio de las redes sociales, de acuerdo con Tindall y Wellman (2001: 268), “formula cuestiones tales como ¿de qué manera las interacciones se estructuran en redes densas, o aglomeradas?; si son heterogéneas, si las relaciones son especializadas o generales; sobre cómo las conexiones indirectas y las posiciones en las redes afectan el comportamiento, y lo que son los contextos estructurales en los cuales las relaciones operan”. Visto desde esa perspectiva, percibimos claramente al individuo -que interacciona con el otro en relaciones diversas (de proximidad, a la distancia, ancladas espacialmente o desterritorializadas, con objetivos profesionales o de interés difuso, entre otras)- escogiendo, de cierta forma, a sus interlocutores. Pero interaccionan en ese campo de sociabilidades -y aquí el concepto simmeliano de círculo social cabría perfectamente-17 a partir de estructuraciones complejas, que solamente pueden ser comprendidas cuando se adiciona a esta relación particular la figura del tercero. Esto es, aquel que de una manera u otra desequilibra la relación en diada, provocando procesos complejos de sociabilidad.
Simmel presenta contribuciones importantes para la comprensión de los procesos sociales18 a partir de un punto inicial clasificatorio de los campos de sociabilidad constituidos desde la figura del tercero. Las interacciones sociales puras, establecidas a partir de la diada, aún no se constituyen en un fenómeno relacional. La triada, cuando se incorpora el tercero, es ingrediente fundamental para el establecimiento de los procesos sociales más característicamente reticulares.19 Los campos de sociabilidad establecidos en una estructura de red, según Simmel, resultan en tres posibilidades fundamentales: divide et impera, tertius gaudens20 y el mediador. Las arenas internacionales resultantes de esos procesos sociales complejos se anclan en la elaboración continua de la individualización en las sociedades modernas (haciendo posible, de esa forma, la ampliación de los círculos sociales) en oposición a aquéllas de perfil tradicional, donde eran recurrentes los cruzamientos de estos campos de sociabilidad. También observamos a partir de estos casos más fundamentales la inmensa riqueza analítica de las 16 posibles configuraciones de triadas (Kadushin, 2012: 24), donde es posible trabajar los procesos sociales básicos que estructuran la sociedad, ya sea la cooperación, el conflicto, la competencia o la adaptación/asimilación/acomodo.
III. Conclusiones: del Simmel de fin de siècle al de la modernidad tardía
Simmel, considerado uno de los padres de la sociología reticular (Hollstein, 2010), tiene una influencia importante en el desarrollo de esta disciplina, con contribuciones que van desde la sociología urbana hasta estudios sobre grupos terroristas. Actualmente se admite que los modelos de análisis de redes, con importante formalización matemática, encuentran en los conceptos simmelianos una inspiración fundamental.
Simmel encuentra en el ambiente académico norteamericano,21 en especial en la Universidad de Chicago, una importante recepción de sus trabajos desde comienzos de siglo, donde se revela de la forma más inusitada. La Escuela de Chicago, denominación dada al grupo de académicos participantes del Departamento de Sociología de dicha Universidad en las décadas de 1920 y 1930, célebre por los estudios empíricos realizados en aquella ciudad, fue una importante referencia en la construcción de las ciencias sociales en el universo académico norteamericano. Y parte de la obra de Simmel, traducida y publicada en el American Journal of Sociology, fue central en la orientación teórico-metodológica de los estudiosos de la época.
Y esto, principalmente, gracias a Robert Park, uno de los fundadores del Departamento de Sociología de esa Universidad. Park estudió en Heidelberg, donde conoció a Simmel (Becker, 1996). Importantes trabajos de Simmel fueron traducidos y publicados en el American Journal of Sociology, permitiendo así a toda una generación de investigadores el acceso a los estimulantes ensayos de este autor. Merece destacarse el ensayo “La metrópoli y la vida mental” (Simmel, 1950). En este ensayo ya se encuentra el diagnóstico de Simmel de la decadencia de los tiempos modernos (que es secundado por Weber y su idea de la dominación legal cada vez más burocratizada -la sociedad de especialistas sin espíritu-, y en Durkheim con su concepto de anomia) construido a partir de la realidad de la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX: el zeitdiagnosis, resultante de cambios importantes en un breve lapso que, con la industrialización y el consiguiente surgimiento de las metrópolis, sugiere la desorganización social y el empobrecimiento de la vida.
Y es, por el mismo camino, como la Escuela de Chicago trabaja los textos de Simmel, analizando las metrópolis norteamericanas (en especial Chicago), encontrando la desorganización social (crimen y violencia, trastorno mental, segregación) en los cambios de sociabilidad. Esta tesis es, aún hoy día, discutida y aceptada por algunos investigadores,22 pero también fuertemente rebatida por otros. Para el caso de las sociabilidades mediadas por las redes sociales, es importante citar los estudios de Barry Wellman y su grupo de la Universidad de Toronto, que discuten la validez de las tesis de la Escuela de Chicago. Wellman afirma que en las grandes metrópolis, a pesar de que sus habitantes están predominantemente orientados por lazos débiles, los fuertes con anclaje comunitario no desaparecen por completo, lo que significa no considerar la tesis de la personalidad esquizoide (resultante del aislamiento y la soledad) de la Escuela de Chicago: “there is good reason to believe that proximity continues to shape the social networks of urban residents” (Wellman, 1999: 119). Wuthnow, en su “Loose conections. Joining together in America’s fragmented Communities” (1998), va en la misma dirección, pero esta vez construyendo un texto más amplio, sobre el declive de la vida comunitaria norteamericana (en el cual no cree), tesis defendida por algunos a finales de la década de los noventa. De igual forma, las sociabilidades mediadas por el internet tienen un comportamiento semejante a aquellas ancladas territorialmente.
Otro importante debate sobre los efectos de las nuevas sociabilidades se realiza también en el campo de la política. Se trata de conocer los efectos de la individualización, descritos por Simmel a partir de su tesis de la ampliación de los círculos sociales en la modernidad, sobre las prácticas políticas. La literatura nos presenta que los lazos débiles activan procesos de formación de cultura cívica, de fortalecimiento o empoderamiento de la esfera pública. Esta es la tesis de Putnam (1993), en su ya clásico Making Democracy Work, donde analiza a Italia y las diferencias de capital político (cultura cívica) entre el norte y el sur del país. El argumento de Putnam está anclado en el texto de Banfield (1958), en el cual discute las sociabilidades de Sicilia, enraizadas profundamente en lazos fuertes, y que producen lo que él designa como familismo amoral. Aquí es el espacio perfecto para el no funcionamiento democrático de las instituciones, del debilitamiento de la esfera pública, del espacio de la mafia y del clientelismo.
También vale la pena comentar los importantes desdoblamientos de los conceptos simmelianos de díada y tríada, y de las prácticas de sociabilidad ancladas en lazos fuertes y débiles. Tenemos, en la literatura contemporánea de redes, importantes contribuciones al campo de la sociología de las organizaciones, a la sociología de los movimientos sociales y a la teoría de movilización de recursos. Estos temas fueron trabajados a partir de la instrumentalización empírica de los conceptos simmelianos, de la construcción de instrumentos analíticos complementarios, formalizados matemáticamente a partir de la década de 1960; para el caso de las interacciones sociales producidas a partir de díadas, las posiciones de los actores en la estructura reticular son trabajadas a partir de los conceptos de centralidad, densidad, y de lazos fuertes y débiles; para el caso de los campos reticulares producidos a partir de las tríadas, las medidas están más orientadas hacia la comprensión de la estructura de la red a un nivel meso y macro como blockmodeling, structural holes, multiplexity.23 Para el primer caso, los procesos inscritos en las redes egocentradas nos permiten, por ejemplo, verificar las formas de movilización de capital a partir de los lazos débiles o fuertes. Del mismo modo, tenemos el importante estudio de Granovetter (1973), que demuestra la fuerza de los lazos débiles en la movilización de recursos. Los lazos débiles producen menos redundancia en los contactos, lo que significa que permite al actor obtener más recursos; hecho demostrado empíricamente en Getting a Job (Granovetter, 1974), del mismo autor, donde analiza la forma en que las personas consiguen empleo, haciendo uso de sus redes egocentradas. Así, afirma el autor, “the use of personal contacts by my respondents results in better Jobs than other methods” (Granovetter, 1974: 17).
El concepto simmeliano de tríadas ha sido igualmente utilizado en este sentido en otras investigaciones, trabajado con variables que se localizan en niveles reticulares estructurales, en las redes sociocentradas. Así, por ejemplo, podemos citar trabajos de la Sociología de las Organizaciones o de la Sociología Política que instrumentan los conceptos de tertius gaudens o de divide et impera para analizar los procesos de formación de alianzas o de desestabilización de grupos en el poder; como es el caso, por ejemplo, de Posner y coautores (2009) y de K’ono (2006) sobre el análisis de juegos no cooperativos a partir de los fenómenos de las tríadas. Para el caso de la sociología de las organizaciones, las estructuras reticulares se trabajan en la comprensión de las articulaciones entre participantes de grandes conglomerados económicos,24 los así llamados Interlocking Directorates, resultado de complejas articulaciones reticulares entre las élites económicas, que producen efectos de movilización de recursos importantes, susceptibles de ser medidos a partir de las posiciones de los actores en la estructura reticular. Conceptos como brokerage, structural holes y network closure25 son fundamentales para el análisis de estos procesos.
Los procesos reticulares son particularizados de acuerdo con patrones exigidos de sociabilidad. Un caso interesante es el de las redes criminales. Estudios como el de Morselli (1985), Ramonaité y coautores (2013), o Baker y Faulkner (1993), investigan los patrones reticulares adecuados a las redes sociales que tienen como componente principal el secreto,26 expresión que fue tomada de Simmel. En su famoso ensayo sobre el secreto (Geheimniss), los miembros de estas organizaciones estructuran sus prácticas de sociabilidad a partir de redes descentralizadas y fragmentadas (Baker y Faulkner, 1993: 844), garantizando, de esta forma, que los datos sean accesibles a tan sólo un número restringido de personas, y sin la clara identificación de sus miembros graduados.
En la actualidad nos preguntaríamos lo que Simmel diría sobre los fenómenos de las redes sociales mediadas por el internet. Movimientos que movilizan recursos en interacciones claramente orientadas hacia las interacciones ancladas en lazos débiles, pero con la potencia de transmitir un volumen de información nunca antes visto. Es cierto que el internet se constituye en un vehículo por excelencia de estos nuevos tiempos, haciendo posible la ampliación de círculos sociales en una dimensión jamás imaginada por Simmel,27 que en los inicios del siglo XX vislumbra la esencia del mundo moderno exactamente a partir del surgimiento del individuo, cada vez más libre de las amarras de pertenencia que lo sometían a una lógica implacable de construcción identitaria sin opciones. La ampliación de los círculos sociales analizada por Simmel remite al ambiente de los mercados y de los intercambios comerciales de las Hansa del norte de Europa, y del aire de libertad que se respiraba en las ciudades;28 ahora remite a los espacios del ágora electrónica,29 donde las personas intercambian información, discuten o comparten el día a día, el cual es recortado y dividido en múltiples posibilidades de significación. Estas prácticas interactivas, típicamente estructuradas en lazos débiles, se articulan en aquellas ancladas territorialmente, orientadas por lazos fuertes. Esto sugiere aquello que Deleuze (1986) comenta sobre lo local, que no sólo no significa global, sino que también dista mucho de aquello que se cristaliza en un topos exclusivo: es local porque es diverso y refleja las trayectorias fragmentadas de las identidades urbanas del mundo moderno.