¿No sería mejor hablar de economía de mercado en vez de capitalismo? Ésta es quizá una de las preguntas más importantes para el quehacer sociológico si se considera que, en efecto, hoy todos los grupos sociales, o al menos la mayoría, viven dentro de un sistema económico, político y social caracterizado por la lógica del mercado. Para empezar, hay que desentrañar la historia del capitalismo. Esto tal vez permitirá establecer la pertinencia del concepto y, en consecuencia, su uso en la actualidad. En este libro de cinco capítulos, Kocka sostiene que el término capitalismo ha sido muy controvertido, ya que durante mucho tiempo se le ha empleado de manera peyorativa; sin embargo, durante el siglo XIX, el vocablo apareció en Francia, Alemania e Inglaterra.
En Alemania, la voz kapital primero se refería al dinero (invertido o prestado) y después al patrimonio, documentos de crédito, títulos, mercancías y medios de producción, en el sentido de las ganancias que se esperaba recibir de él y no como el patrimonio que se iba a acumular o consumir. Posteriormente, un capitalista era aquel hombre que poseía un abundante capital, es decir, dinero en efectivo y patrimonio con el cual podía vivir de sus intereses y rentas. En Inglaterra, durante el siglo XVIII, se consideraba a los capitalistas como personas opuestas a los trabajadores, ya que era la clase de los patrones, que no vivían del salario o de sus rentas, sino de los beneficios. Esta idea fue creciendo en parte gracias a la Revolución Industrial, con las fábricas y el trabajo asalariado. Por otro lado, en Francia el término "capitalismo" reflejaba una crítica a la sociedad de clases; término que se impondría también en 1860 en Alemania y después en Inglaterra. Como criticaba el socialista Louis Blanc en 1850, el capitalismo era la "apropiación del capital por parte de unos y la exclusión de los demás".
Sin embargo, y más allá de las múltiples definiciones que se fueron conformando del término capitalismo, Jürgen Kocka identifica a tres clásicos fundamentales para establecer el debate en torno al tema: Karl Marx, Max Weber y Joseph A. Schumpeter, puesto que estos intelectuales transformaron la visión del capitalismo al pasar de verlo como la característica fundamental de una época a observarlo como un sistema.
Marx desarrolló la idea de división del trabajo y economía monetaria, la cual gira en torno a que en el mundo social existen productores y consumidores, vendedores y compradores, quienes tienen que observar el carácter de las leyes del mercado o caer en la ruina, lo que conduce a la fuerte necesidad de la acumulación, que no es otra cosa que la multiplicación del capital a partir de la reinversión de los beneficios que procedían del valor creado por el trabajo. Al final todo esto produce desde la perspectiva marxista, una relación de tensión entre dominancia y dependencia. Para Marx, esto posibilita la explotación debido a que el valor creado por el obrero o plusvalía pasa a manos del capitalista y se destina a la acumulación para su propio consumo, lo que desencadena la lucha de clases. De acuerdo con Marx, a la larga se provoca la revolución del proletariado, que acabará con el capitalismo para ser sustituido con socialismo o comunismo, o al menos para Kocka aquél fue un llamamiento a que eso sucediera. Si bien Marx definió como industrial el capitalismo del momento histórico en que se encontraba, caracterizado por la gran industria de la Revolución Industrial y el trabajo asalariado, sus críticos consideran que subestimó el efecto civilizador de los mercados y exageró el papel del trabajo como única fuente de valor.
Por su parte, Max Weber desvinculó el capitalismo de la época de la industrialización. No creía en su derrumbe ni en la superioridad del sistema socialista, dado que consideraba que los precios del mercado dependen de la lucha y las concesiones que se realizaban dentro del mercado, donde la empresa capitalista se encuentra separada de la hacienda de los sujetos económicos, la organización (sistemática, racional y con objetivos), la asociación de dominación y la orientación a obtener rentabilidad a largo plazo, la división y coordinación del trabajo; es decir, donde el empresario debe invertir y reinvertir para obtener ganancias a largo plazo. Weber consideró que el capitalismo como sistema se originó en Occidente y se consolidó a través del Estado. Éste tenía como objetivo el incremento de la eficacia económica, aunque no siempre iba acompañado de un aumento del bienestar en todos los sectores. Para Kocka, la perspectiva de Weber mostró ciertos prejuicios al señalar que la sociedad islámica no lograría desarrollar el capitalismo debido a su "nivel de progreso".
Schumpeter, por su parte, influyó en el debate del capitalismo con su obra Capitalismo, socialismo y democracia, de 1942, donde los elementos esenciales para el capitalismo son la propiedad privada, la existencia de un mecanismo del mercado y la economía de empresa. Schumpeter define el capitalismo como "cualquier forma de economía de la propiedad privada en la que se llevan a cabo innovaciones a través de dinero prestado". Es decir, el crédito, la generación de deuda y la especulación.
Otras perspectivas del capitalismo-ya contemporáneas- también se encuentran en la obra de John Maynard Keynes, de 1920, quien observó lagunas en la racionalidad del capitalismo y sugirió que se podrían resolver a través de las emociones: instintos de lucro, amor al dinero e impulsos animales. Karl Polanyi, en su obra de 1944, The great transformation, identificó la tendencia a la autorregulación, según la cual el sistema capitalista se oponía a la integración de la sociedad, lo que "desgarraba el tejido social". Wallerstein y Giovanni Arrighi, más cercanos a finalizar el siglo XX, han mostrado los efectos de las dimensiones transnacionales, así como la relación del modelo capitalista con la expansión, la dependencia y los conflictos internacionales.
Luego de su recorrido histórico, Jürgen Kocka propone definir el capitalismo como un sistema en el que existen derechos de propiedad individuales y decisiones descentralizadas. Hay una coordinación de los actores económicos (mercado y precios) a través de la competencia y la colaboración, y a partir de la oferta y la demanda, la compra y venta, la comercialización de productos, la división del trabajo y la economía monetaria, hay una inversión y reinversión de ahorros y beneficios para obtener ventajas en un futuro. De acuerdo con el autor, hasta alrededor del año 1500 el capitalismo adoptó básicamente la forma de un capitalismo comercial que apenas tuvo efecto en la economía y la sociedad en general, pero durante los tres siglos posteriores se produjo una expansión fundamental basada en un sentido espacial; es decir, la emergencia de un nuevo sistema de comercio mundial, un sentido fronterizo en donde el sistema se adentró en el ámbito de la producción y un sentido social. Durante esta época, Europa occidental era la región líder de la historia del sistema, aunque al mismo tiempo aumentaban las conexiones globales.
La expansión capitalista se cristalizó durante esa misma época, en la que los descubrimientos constituyeron una era de sumisión de una gran área del mundo a los poderes europeos. Así, por ejemplo, los portugueses y los españoles saquearon los tesoros de los imperios de Sudamérica, destruyeron y arrebataron a los árabes el control de la vía marítima que llevaba a Asia y convirtieron los numerosos puertos de las costas del continente en puntos de apoyo para sus travesías. Posteriormente, tras enfrentarse a España y Francia en el siglo XVIII, Inglaterra se lanzó a ejercer el liderazgo colonial y, con ayuda de una enorme flota, desarrolló un lucrativo comercio. Una cifra que ilustra este periodo es la de que en 1500 los europeos controlaban 7% del territorio mundial, y para 1775 pasaron a 35%, sobre todo ayudados por las ansias de poder de los Estados que se estaban consolidando en aquella época y de sus gobiernos, apoyados por las misiones cristianas, que fungieron como estímulos e instrumentos de legitimación de la expansión política y económica.
Ya para el siglo XVIII, las sociedades mercantiles, los comerciantes, los navieros y los capitanes de barco de los Países Bajos e Inglaterra desarrollaron el comercio triangular atlántico, el cual consistía en la transportación de productos de consumo masivo (textiles, artículos de metal y armas) desde Europa hasta los puertos del África occidental; desde ahí trasladaban a africanos esclavizados hasta América; y, por último, en este continente cargaban azúcar, tabaco, algodón y otros productos americanos destinados a Europa.
En el paso del capitalismo mercantil al capitalismo financiero nacieron las primeras bolsas de valores, así como los bancos. Ahí se comenzaron a concentrar los negocios relacionados con el dinero, el cambio, las transferencias y los créditos que ya formaban parte, desde un primer momento, del capitalismo comercial. Aparecieron los bancos, por ejemplo el Banco de Inglaterra, fundado en 1694 (como institución privada, luego como banco central), que asumió el papel de prestamista de última instancia y determinó la política monetaria del país, y que además hizo una aportación esencial a la construcción del Estado. La implantación del capitalismo al comienzo de la Edad Moderna fuera de Europa y en parte también en el Este de ese continente, provocó un crecimiento masivo del trabajo no libre, sobre todo del trabajo esclavo utilizado en la nueva economía de la plantación, derivado de la escasez de mano de obra local en las colonias. En Europa se desarrolló en áreas que presentaban una intensa tradición feudal, un escaso desarrollo de las ciudades y unas relaciones mercantiles locales poco evolucionadas.
El sello característico del capitalismo actual es ser un sistema que favorece la explotación, la alienación y la injusticia, además de que es incapaz de responder a los retos futuros. El capitalismo comercial y financiero del siglo XIX dio paso al desarrollo de un capitalismo financiero basado en el desarrollo del consumo masivo, el cual abrió puertas a nuevas dimensiones del sistema: el riesgo, la especulación y la incertidumbre. La Revolución Industrial modificó radicalmente muchas cosas, entre ellas las innovaciones técnico-organizativas, desde el desarrollo de la máquina de vapor, la maquinización del hilado y el tejido en el siglo XVIII, hasta la digitalización de la producción y las comunicaciones en el presente siglo XXI ; la explotación de nuevas fuentes de energía, como el carbón, la electricidad, el petróleo, la energía atómica, las energías renovables y la extensión de la fábrica como empresa de producción en la que se divide el trabajo derivó en el aumento sin precedentes de la productividad de todos los factores, incluido el trabajo humano, cada vez más cualificado, intenso y disciplinado.
En suma, el capitalismo no es sólo un fenómeno económico, sino también un sistema que permite la conexión en el ámbito de las comunicaciones, las políticas y las culturas más allá de las fronteras. Se trata de un modelo "global" en que las relaciones de producción actualmente son de carácter gerencial, de las cuales la función directiva fue pasando lentamente a manos de empresarios contratados (gerentes) de responsabilidad limitada. Este capitalismo gerencial también se caracteriza por la centralización del capital a través de grandes fusiones en forma de cárteles, asociaciones, holdings y consorcios, que tratan de limitar o excluir por completo la competencia.
Durante la década de 1970 se canceló el sistema de regulación monetaria internacional, denominado Bretton Woods, y comenzó la era de las drásticas subidas del petróleo, la creciente desregularización, el crecimiento de la deuda y cierta desindustrialización en algunos países occidentales, además de una rápida extensión y desregulación del trabajo asalariado -la que más afecta a las personas-. El capitalismo del siglo XXI no puede negar los extraordinarios avances en materia de ciencia; sin embargo, en términos de bienestar social, el capitalismo no ha cumplido con el cometido fundamental de mejorar las condiciones materiales de nuestra existencia, la superación de la miseria y el aumento en la esperanza de vida. Por el contrario, solamente ha producido bienestar en pequeños sectores de la élite mundial. Hasta ahora, el capitalismo ha vencido a todos los modelos alternativos de creación de bienestar y de generación de libertad. Así seguirá mientras el sistema no sea capaz de transformarse bajo los efectos de las herramientas de la política y la sociedad civil, si éstas son lo suficientemente fuertes y decididas. Kocka no es muy optimista cuando advierte que cada época y cada civilización tiene el capitalismo que se merece, pero también hay que decir que la reforma del capitalismo es una tarea permanente, y en ella resultan imprescindibles el papel de la crítica al sistema y la búsqueda de opciones para la reivindicación de todos los excluidos.