Al amparo del giro afectivo en las ciencias sociales, el cuerpo y las emociones han devenido tópicos de reflexión sobre el impacto de las emociones en la configuración de lo social-cultural. Sin embargo, tanto la sociología del cuerpo como la de las emociones han optado por hacer del giro afectivo una instancia de reflexión desde una posición epistémica bien marcada: su enfoque en lo social. De esta manera, cuerpos y emociones fungen como categorías que explican lo social desde lo social mismo y privilegian una perspectiva de análisis que apela, a lo Durkheim, a la comprensión de la sociedad como un todo, más allá de sus partes constitutivas.
Sin demeritar el legado durkheimiano, pero desde otro punto de la frontera epistemológica, aquí se parte de la concepción contraria, afín a los postulados de la sociología relacional de Georg Simmel. En ese sentido, se privilegia un acercamiento analítico a la sociedad desde las partes que la componen: los individuos y las disímiles formas de socialización que configuran por medio de su agencia, la sociedad.1 Por ello, si bien es correcto sostener que las relaciones sociales se fraguan en lo social desde las condiciones estructurales de los actores sociales, en algún sentido resulta objetable en tanto esas condiciones, aunque revelan el peso de la configuración “objetiva” histórico-institucional de una sociedad, por sí solas son incapaces de explicar del todo el entramado de prácticas y acciones desde las cuales se garantiza y sostiene. Simmel entrevió esto en su propuesta sociológica, y la manera en que concibió el estudio de la sociedad ofreció una brecha para pensar en el papel de la dimensión subjetiva en dicha configuración; de ahí que su concepto de sociabilidad resulte óptimo para develar la forma en que la subjetividad juega su papel, desde lo sensible, en las relaciones sociales.
Se seleccionó el concepto de sociabilidad simmeliano porque no sólo resulta el menos visible -aunque transversal-2 en los escritos de este autor, sino también porque configura un reto en la comprensión del mundo social sin caer en aproximaciones microsociológicas donde la subjetividad queda relegada -mas no ausente; están tanto en la obra de Goffman como en la de Mead-3 y ajena al peso explicativo central que, en mi opinión, debería tener. Desde la propuesta simmeliana, este escollo es más salvable por la naturaleza misma de su sociología. Simmel (2014: 132) parte de entender la sociedad como un conjunto de individuos en interacción, lo que supone no sólo la centralidad del individuo en la explicación de lo social, sino el impacto de su complejidad como ser biológico, psicológico, social y cultural en aquélla.4 Además, el concepto de sociabilidad en Simmel permite poner la sensibilidad como motor de las relaciones sociales, lo que a su vez franquea la entrada a una reflexión en torno a la articulación conceptual entre sociabilidad y sensibilidad que se extiende, a mi parecer, hacia derroteros más interdisciplinarios.
Desde esta relación entre sociabilidad y sensibilidad, la comunicación como campo de saber tiene algo que decir, específicamente si se toma en cuenta el acercamiento fenomenológico que se hace y que he denominado en otros ensayos propuesta biofenomenológica de la comunicación, desde donde es posible referir conceptual y epistémicamente la existencia de la comunicación sensible.5 Para ello, sin embargo, es necesario acudir al legado de la neurobiología para explicar el origen y funcionamiento de las sensaciones y emociones en la construcción de la subjetividad y su impacto en las relaciones comunicativas y sociales. Así se explica la manera en que tiene lugar la comunicación sensible como un tipo de comunicación cuya forma entraña una dimensión del cuerpo como generador de sensaciones y emociones, y cuyo contenido -afectivo, para más señas- dependerá de ello y gestará una relación de sociabilidad.
Desde Simmel, aquí se parte del supuesto de que los individuos en su interacción social generan relaciones sociales de diverso tipo, forma y contenido, las cuales emergen de las disímiles interacciones comunicativas6 que sostienen entre sí dichos individuos durante los insoslayables procesos de socialización a los que nos vemos sometidos en tanto seres sociales. Por lo anterior, considero que las relaciones de sociabilidad descritas por Simmel tienen lugar precisamente a raíz de este tipo de comunicación que construye y produce significados vinculados a los afectos y las emociones derivados de la experiencia del ser humano con el mundo en general, pero en particular con el otro semejante al amparo de la realidad social que crean a partir de ello, y aquella otra que les antecede, a modo de condicionamientos externos, en tanto también influyen en dicha interacción.7
El texto se divide en tres apartados. En el primero se exploran las premisas y categorías principales de la sociología de Georg Simmel, lo que permitirá comprender su propuesta en torno a la sociabilidad como forma pura de socialización y la necesidad de llenar el vacío de cómo se da. En el segundo apartado se desarrolla el planteamiento de los marcadores somáticos del neurobiólogo portugués Antonio Damasio para explicar el origen y funcionamiento de la comunicación en general, la comunicación sensible en particular y su incidencia en la gestación de las relaciones de sociabilidad. Especialmente, se cita la tesis sobre el papel de las sensaciones y los sentimientos en la construcción de la subjetividad individual y la mente consciente, aclarando así la manera en que tiene lugar la experiencia del disfrute que es, según Simmel, la experiencia de relación que caracteriza a la sociabilidad. Un tercer y último apartado se enfocará en reflexionar en torno a la relevancia de la comunicación -en concreto de la comunicación sensible- para explicar la emergencia de las relaciones sociales tal como Simmel propone y específicamente de las que emergen y operan las relaciones de sociabilidad.8 Se delinea así, en las conclusiones de este trabajo, que la comunicación sensible condiciona una relación de sociabilidad acorde con la idea de Simmel, que hace de lo comunicativo el motor de lo social.
El papel de la sociabilidad en la teoría sociológica de Simmel
A decir de Le Breton (2002: 57), la sociología de Simmel revela una especie de sociología implícita en la sociología del cuerpo que ha abierto “un campo de estudios al mostrar la importancia de la mediación sensorial en las interacciones sociales”. De este modo, la sociología simmeliana se inscribe en el campo de los estudios sensoriales por el énfasis que, según Frisby (2014), se otorga a la dimensión de la experiencia y que, de acuerdo con Vannini, Waskol y Goottschalk (2012: 21), ésta lega al estudio de las formas sensuales en su capacidad de conectar/asociar a los individuos entre sí.9 Tanto desde la sociología del cuerpo como desde la sociología de los sentidos o de la percepción, se rechaza la dicotomía cartesiana mente-cuerpo que separa a su vez el par racionalidad-emocionalidad, o dicho de otra manera: conocimiento-sentimiento.10
Es en este marco donde adquiere sentido el concepto de sociabilidad o sociabilidad pura propuesto por Simmel, con el que nombra y describe las relaciones sociales que tienen lugar por el placer del puro vínculo o asociación con otros. Éste, además, es uno de los aspectos más desatendidos por la sociología contemporánea, incluida aquella que versa sobre las emociones y los afectos,11 pero también fue el que Simmel trató de una manera más empírica.
Como ya se ha dicho, en este trabajo se hará énfasis en las relaciones de sociabilidad como aquellas donde impera la sensibilidad del placer y el disfrute. En la propuesta simmeliana, dichas relaciones ocupan el lugar de las relaciones “puras” en tanto ajenas al poder, recreando un estatuto sensible en el ámbito de la interacción microsociológica12 que está centrado -como señala Nisbet (citado en Ritzer, 1997: 300)- en la interacción social desde el punto de vista sociológico y psicológico, que busca explicar la sociedad desde un conjunto amplio de relaciones sociales donde se encuentran tanto aquellas relaciones institucionalizadas y muchas veces también signadas por el poder, como aquellas más inocuas desde donde tienen lugar las relaciones de coparticipación y colaboración regidas por el disfrute a las que Simmel llama “relaciones/formas de sociabilidad”, o sociabilidad pura.
La mayor diferencia entre las formas de socialización planteadas por Simmel (de sociabilidad, conflicto, intercambio, subordinación y supraordenación)13 estriba justamente en la presencia de mecanismos de control y regulación en las cuatro últimas, y la configuración de una relación social diferente, más horizontal y orgánica, basada en el placer mismo que la relación per se promueve, donde anida la de sociabilidad.
A través del estudio de estas formas de socialización, Simmel intenta responder a la pregunta sobre cómo es posible la sociedad, pues para él esas formas surgen de las relaciones intersubjetivas entre individuos que entran en acción recíproca llevados por sus necesidades de asociación y entendimiento. Así, como sostiene Sabido (2017: 384), el estudio de los sentidos y las percepciones en las relaciones sociales es para Simmel deudor de cómo retribuyen éstos a la construcción de dichas relaciones14 y, en consecuencia, a la emergencia de la sociedad.
Señala Trovero (2013) al respecto que la sociología de Simmel no busca explicar la sociedad, sino más bien comprenderla en sus múltiples interrelaciones específicas, situadas; aunque, como bien marca Giner (2008), esto lo hace direccionando el análisis del individuo hacia la sociedad y no a la inversa. El énfasis en las relaciones intersubjetivas, al amparo del desplazamiento epistemológico simmeliano, autoriza también un desplazamiento analítico al universo de la percepción, de los sentidos, en las relaciones sociales. Por ello, hablar de relaciones intersubjetivas remite también -sin negar la función de los condicionamientos históricos, sociales y culturales- al papel de la percepción propia y del otro en dicha relación. Estas percepciones se construyen tanto desde el pasado como desde el presente, e incluso a través de relaciones fugaces o efímeras que, según Frisby (1992), son el tipo de relaciones sobre las que se interesó Simmel en la medida en que permitían tomar el pulso al impacto del sentir en la configuración de lo social.15 Y es que, para Simmel, hay sociedad cuando varios individuos entran en acción recíproca a partir de determinados instintos (intereses sensuales, los llama) y fines (intereses ideales), de manera que dicha acción no sólo gesta convivencia, sino mutua influencia (Simmel, 2014: 102-103). La socialización, así vista, es una relación de convivencia y reciprocidad que se configura en una unidad de socialización que no es esencialmente cerrada, pues está expuesta virtualmente a la acción de terceros y, por lo tanto, a la incidencia de cambios externos en su interior.
Esta unidad de la relación social puede determinarse a partir de la interrelación entre forma y contenido, donde la forma revela la manera en que se da la relación o acción recíproca y el contenido es la necesidad, el impulso, interés o motivación desde la cual dicha forma se lleva a cabo (Simmel, 2014: 103). Al decir de Sabido (2008: 632), las formas de socialización son patrones de acciones recíprocamente orientadas para establecer sus condiciones sociales de posibilidad, principios, causas y efectos, en tanto a Simmel le interesa la construcción del espacio social como resultado histórico, cultural y social de los significados que le asignan los individuos en su interrelación, en medio de una proximidad espacial desde donde logran captar al otro a partir su sensibilidad corporal.16 Teniendo esto en cuenta, la relación social, a través del binomio forma/contenido, se origina en las necesidades o propósitos que unos individuos tienen respecto a otros a partir de las interrelaciones o entrelazamientos que ocurren en la vida cotidiana, o, como diría Levine (2002: 10), en el nivel de las necesidades prácticas de la vida diaria.
Para Simmel el conjunto de estas formas de relación, ya sean conscientes o inconscientes, transitorias o duraderas, superficiales o con consecuencias, espontáneas o planificadas, configuran la sociedad (Simmel, 2014: 103). Así entendido, la sociedad no es en Simmel una abstracción, sino una síntesis palpable de formas de socialización que generan entre sí los individuos, cada uno desde sus propias trincheras psicológicas y lógicas (Simmel, 2014: 122), de manera que es la relación entre individuos la que condiciona el tipo de socialidad, al tiempo que de ella emerge la sociedad.
Esta manera de ver y de estudiar la sociedad invita a centrar la atención en las condiciones que hacen posible la socialización, no desde las configuraciones sociales -sin ignorarlas-, sino más bien desde la psicología y lógica particular de cada individuo que, siguiendo a Simmel (2014: 124), no puede representarse al otro plenamente en la medida en que establece con él una especie de relación de referencia a partir de sí mismo que impide su conocimiento perfecto o completo. Esto indica que para Simmel las relaciones sociales entre individuos se dan siempre a través de lo que llama “velos sociales” (Simmel, 2014: 126), desde los cuales la realidad del otro siempre queda velada por la generalización que hacemos de él vía la representación individual. Lo que Simmel tiene en cuenta, pero no dice a la hora de hablar de sociabilidad, es que, además de los velos sociales, hay filtros individuales que son en gran parte los que condicionan la sociabilidad. En ese sentido, para hablar de sociabilidad es necesario recurrir al análisis de la subjetividad de los individuos, pues es aflora también en toda relación social, y particularmente en el momento de establecer relaciones “puras” de socialización, donde el otro se hace presente siempre desde la representación subjetiva del individuo, pero a nivel sensorial.17 En el caso de las formas de sociabilidad, Simmel señala que en este tipo de relación social se dejan de lado los intereses pragmáticos, vaciando la relación de un contenido que no sea otro que la asociación misma, o sea, la relación social per se. Por eso la define como “una forma lúdica de asociación” (Simmel, 2002a: 197), donde se vincula el yo con el tú de manera desinteresada, en forma de relación colaborativa.18
Por ello, al primar en la sociabilidad la relación por la relación misma -ya que según Simmel no posee contenido pragmático (no hay interés alguno)-, esta forma de relación es esencialmente lúdica, colaborativa y de confianza al no haber las relaciones de poder que se establecen a través de otras formas de socialización. Simmel (2014: 195-196) señala que la sociabilidad tiene su origen en el impulso innato del ser humano a la sociabilidad, la cual suele ir acompañada de un sentimiento y una satisfacción que se dan en el mero hecho de asociarse con otros, en tanto la soledad del individuo se resuelve en la unión con el otro. Lo define concretamente de la siguiente manera: una forma lúdica de socialización (Simmel, 2002b: 84) que articula un modo de relación signado por el juego, la coquetería, la conversación, un estar-juntos-porque sí (Trovero, 2013).19
Como se observa, el carácter subjetivo de la sociología simmeliana permite entrever las formas sociales como aquellas derivadas de la insoslayable interacción entre distintos individuos, e incluso entre los individuos y las instituciones creadas por estos. Al respecto, Simmel distingue cuatro tipos de formas sociales,20 pero este trabajo se enfocará en la interacción social elemental (individuo-individuo) al recrearse en ella con mayor nitidez la dimensión estética de la sociología simmeliana, la cual nos interesa articular con los postulados de la neurobiología de Damasio y la comunicación sensible.
La propuesta neurobiológica y su importancia para explicar las formas de sociabilidad
Aunque el tema de las emociones y los afectos en las ciencias sociales sigue siendo marginal, ha logrado situarse en el centro de las preocupaciones sobre el cuerpo y la percepción. Lamentablemente, estos acercamientos no se han fincado en una perspectiva de análisis que explique la emoción y la manera en que opera en el cuerpo humano desde su propia constitución como mecanismo homeostásico para el bienestar funcional el organismo (Damasio, 2015). Al respecto, la neurobiología configura un abordaje pertinente a partir de sus desarrollos más recientes en torno al origen mental de las sensaciones y sentimientos, y la tesis de que el sistema de razonamiento humano se desarrolló como una extensión del sistema emocional automático (Damasio, 2015: 16), afectando centralmente los procesos cognitivos y de toma de decisiones.
Al respecto podemos decir que, para Damasio, el componente biológico de la razón permite inferir la presencia de elementos de racionalidad en los afectos en tanto procesos que, junto con las sensaciones, son esencialmente mentales, ya que se reconocen como sentidos o significados que se producen durante la construcción de nuestra subjetividad para configurar nuestro sí mismo y la realidad que nos rodea en función de la adaptación y la sobrevivencia. El cúmulo de respuestas emocionales y afectivas que acompañan el funcionamiento de la vida y las acciones y pensamientos de los seres humanos como parte de esta gestión hacen de las emociones y los sentimientos elementos insoslayables en la explicación de nuestra actuación e interacción social (Damasio, 2016a: 183 ; 2016a: 178).
En términos generales, Damasio se apoya en la biología evolutiva para ofrecer una explicación plausible de la actividad y funcionamiento del cerebro humano, en especial lo que tiene que ver con el papel de las sensaciones y los afectos en la construcción de la mente y en la regulación de nuestra gestión vital como seres vivos. Ésa es la razón por la que la formación de la subjetividad es, para Damasio (2016a), un proceso mental de formación de la consciencia. Por eso, el autor sostiene que no hay yo propiamente dicho sin estar consciente de esa singularidad individual que percibimos físicamente desde el cuerpo gracias a la unicidad mental de la experiencia propia, tanto sentida como pensada por nosotros mismos. Así, mente y cuerpo desatoran su secular separación para mostrarse como la unidad que define al individuo. Según Damasio (2015, 2016a, 2016b) esta unidad, que tiene como parangón la concepción individual del yo, no es posible si disociamos la mente del cuerpo, es decir, lo pensado de lo sentido, el afecto de la emoción, el sentimiento de la sensación.
La tesis que el autor sostiene al respecto consiste en considerar la presencia de marcadores somáticos que, en su opinión, son mecanismos tanto conscientes como inconscientes que conforman la base del aparato de toma de decisiones, a la manera de una predisposición de los dispositivos de acción alojados en el cuerpo (Damasio, 2015: 258 ). Según este autor, los marcadores somáticos se adquieren por experiencia bajo el control de un sistema interno de preferencias que consta, a su vez, de disposiciones reguladoras esencialmente innatas que aseguran la supervivencia del organismo (Damasio, 2015: 250).
Dicho sistema está predispuesto para evadir el dolor evitando así estados corporales desagradables, por lo que aquí tenemos una primera correspondencia de lo dicho por Simmel respecto a la sociabilidad innata de los seres humanos en la búsqueda de la relación social con sus semejantes sin más finalidad que el placer mismo de la relación. Así, aquellas situaciones que sean placenteras serán percibidas por el organismo como situaciones de recompensa y buscarán ser repetidas, consolidando el sistema de representaciones disposicionales que actúan como un sistema de valores orgánicamente activos dentro de una especie de memoria somática cuyo sustrato neural “informa” de modo automático de la imagen de nuestros estados corporales. En función de la relevancia personal que se otorga a una experiencia determinada, dicho sistema se actualizará continuamente.
Esto, como se ve, supone que buena parte de nuestras decisiones se encuentran implicadas desde los marcadores somáticos antes descritos, de tal forma que la mayor parte de ellos al ser creados durante los múltiples procesos de socialización a los que nos enfrentamos, permiten conectar ciertos estímulos con estados somáticos agradables o desagradables, dando lugar a marcadores positivos y negativos (Damasio, 2015: 261).21 La presencia de estos marcadores facilita la construcción de un sistema de representaciones que nos predisponen a la acción y que, por supuesto, incluyen al otro, orientando así la forma de socialización que establecemos con él. En el caso de la sociabilidad, ésta se establecerá en la medida en que los individuos experimenten una sensación de agradabilidad debido a la relación que sostienen; sensación que tendrá que formar parte de experiencias placenteras que ocurren en situaciones de recompensa.22 Aunque hay un estatuto legítimamente sensorial que acompaña toda forma de sociabilización, en el caso de la sociabilidad prima, justamente, a través de la convergencia del sentido de agradabilidad entre diferentes sujetos vía la relación social que sostienen y comparten entre sí por el mero gusto de hacerlo.
Como se observa, el enfoque neurobiológico de los marcadores somáticos permite explicar cómo opera la sociabilidad simmeliana, al tiempo que sirve de base para comprender el carácter psicosomático de las interacciones sociales y el impacto que representa en la configuración de las relaciones sociales. El funcionamiento neural y mental del cerebro humano y las disposiciones que desde él se configuran respecto a la relación con el otro y el sí mismo, en especial en el caso de las relaciones de sociabilidad, arroja luz sobre su origen y funcionamiento. A continuación veremos cómo la propuesta biofenomenológica de la comunicación de la que partimos, concretamente la comunicación sensible, se articula con la sociabilidad en Simmel.
Definir la perspectiva biofenomenológica de la comunicación
Esta perspectiva la he desarrollado en otros textos con el nombre de “propuesta biofenomenológica de la comunicación” (Romeu, 2017; 2018). Se trata de un planteamiento reflexivo que bebe de los postulados principales de la fenomenología, pero se centra de manera enfática en la fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty (1985; 2008) y en los esbozos que desde ella hace el campo de los estudios sensoriales.23 Por eso, en este apartado centro las bases epistémicas y conceptuales desde las que parto en torno a la comunicación, pues de ella surgen las premisas para proponer a la comunicación sensible como aquella que da paso a la sociabilidad.24 Al respecto hay que decir que la comprensión de la comunicación como un fenómeno parte de hacer evidente su naturaleza de experiencia vivida. En ese sentido, ver la comunicación como un acto de la experiencia permite comprenderla como aquello que es vivido, experimentado por los individuos. Pero la experiencia, en tanto vivencia, no es más que un modo de existir, cuya naturaleza precisamente es involucrar al cuerpo y lo que éste conlleva (Merleau-Ponty, 2008), cerebro y mente incluidos (Damasio, 2015; 2016a y b).25
La experiencia de la comunicación, como la de cualquier socialización, no escapa a estos derroteros, aunque plantea un desafío reflexivo aún mayor: el de pensarla vinculada a un comportamiento que tiene lugar en el orden del “decir”, o sea, en la expresión. En ese sentido, la comunicación deviene un comportamiento expresivo cuyo resultado es la expresión misma, es decir un acto expresivo de dimensiones fenomenológicas (Romeu, 2018) que, en tanto comportamiento expresivo, comparte con todo comportamiento la idea de movimiento.
Desde la biología evolutiva se plantea al comportamiento como un movimiento significativo, con sentido, que responde esencialmente en su emergencia a un estímulo. El estímulo es aquello que nos interpela al ser percibido, al atraer nuestra atención, y esta interpelación se da siempre con fines adaptativos y de sobrevivencia, adjudicados a todo ser vivo (Galarsi, Medina, Ledezma, Zanin, 2011).26 Así, los seres humanos, como cualquier ser vivo, respondemos a los estímulos en función de nuestras capacidades, habilidades, recursos y competencias cognitivas, y a motivaciones e intereses concretos (Romeu, 2017; 2018). Esto indica una dependencia total de nuestras acciones cognitivas respecto de nuestro desarrollo cerebral y mental, y en el caso de una respuesta expresiva o comunicativa, estas capacidades, habilidades, recursos y competencias -sin dejar de lado su estatuto cognitivo en tanto la sostienen- se circunscriben al ámbito del “decir”, de la expresión, de manera que el acto expresivo es resultado de esta conjunción de factores, incluso históricamente configurados.
Lo anterior indica que las sensaciones, emociones y sentimientos intervienen en la configuración de la respuesta expresiva, ya que los comportamientos expresivos son, en su base, fruto o resultado de ellas. Lo que se comunica, en la medida en que constituye el resultado de nuestra respuesta a un estímulo en forma de comportamiento expresivo, es una respuesta construida ad hoc a partir de lo que sentimos o pensamos no sólo en ese momento, sino también, y eventualmente a través del uso de la memoria, de lo que hemos sentido y pensado a lo largo y ancho de nuestra experiencia de vida. Debido a lo anterior, se puede afirmar que lo que expresamos configura un modo de existir particular en los procesos de gestión de la adaptación y la sobrevivencia durante nuestro ciclo de vida, de manera que, finalmente, terminamos comunicando la información que desde la experiencia construimos a lo largo de nuestra vida, incluida la manipulación de dicha información con fines diversos a nuestros propios intereses.
Esto se apoya en que esta información no está dada de antemano, y no es algo que se capte pasivamente, sino que se construye a partir de la experiencia vital que inevitablemente tiene lugar por el solo hecho de existir; esto es, por medio de la percepción. Y como existimos siempre en relación/interacción con el entorno (en el caso de los seres humanos no es sólo físico o natural, sino también social e histórico y cultural-simbólico), construimos información de diverso tipo y alcance, la cual alimenta la expresión de nuestros comportamientos expresivos. De esta manera, es imposible que dicha información no lleve la impronta de nuestra percepción y, con ello, la de nuestros afectos. Según la nueva ciencia cognitiva, tres son las vías para construir información: la metabólica, la sensible y la intelectiva (Di Paolo, 2015). Mientras la primera empeña mecanismos metabólicos internos, programados, en la construcción de la información a la manera de una reacción inconsciente respecto al entorno, la sensible utiliza el aparato sensorial para construir información sobre el entorno y el sí mismo (como se ha visto, Damasio aporta un insumo importante para comprender cómo ocurre esto en el ser humano). Respecto a la vía intelectiva, ésta usa la razón para conocer y discernir.27
Así visto, como toda construcción de información o conocimiento involucra el sentido o significado en todas sus variantes, se colige, junto con los enactistas, que la construcción de información es siempre construcción de sentido, es decir, interpretación, representación. La premisa que subyace a esta afirmación es que todo aprendizaje pasa por una actividad perceptiva, y toda actividad perceptiva, al ser individual -en tanto ocurre en el individuo sentiente y pensante-, es subjetiva.28 La tesis, ya bastante aceptada, de que la información no existe como tal, sino que es construida por el individuo que percibe, permite demostrar que sólo por medio de la experiencia (cuerpo y afectos incluidos) -como sostiene Merleau-Ponty (1985; 2008)- es plausible entender la construcción de sentido sobre el sí mismo, la realidad material y la de los otros, y, en segundo lugar, que la materia prima de la comunicación, lo que usamos para expresar, se fragua o se concreta -consciente o inconscientemente- a partir de la actividad perceptiva a través de la cual gestionamos nuestra adaptación y sobrevivencia en el mundo, de manera que el hecho social y las formas de socialización que a su amparo tienen lugar, se realizan a partir de ella. Como se ve, el concepto de comunicación esbozado posee una fuerte raíz fenomenológica y, en ese sentido, resulta adecuado para explicarla desde la sociabilidad, toda vez que incorpora la percepción y la emoción a la interacción con el entorno. Esto se explica por la convergencia de los actos expresivos de dos o más individuos -que es lo que hace emerger la interacción comunicativa-, donde el acto expresivo de uno sirve de estímulo para el comportamiento expresivo de otro (Romeu, 2017).
En el caso de la sociabilidad que nos ocupa, dado que esta relación social se fragua en el sentido lúdico o de agradabilidad que posibilita el placer y el estar-juntos-porque sí, sólo ocurre a partir de la comunicación sensible, en tanto su materia prima se configura esencialmente alrededor de la actividad perceptiva de tipo sensible, dando por resultado expresiones que también son sensibles porque utilizan recursos expresivos emocionales y afectivos que configuran relaciones de colaboración y disfrute.29
En la sociabilidad, el peso de la agradabilidad se articula con base en lo sensorial, por lo que, en términos de forma y contenido, la comunicación sensible se revela como escenario óptimo para explicar la sociabilidad como interacción social que emerge de la interacción comunicativa de tipo sensible vía el placer y el disfrute de la relación por la relación, estrechamente vinculado al sentido de recompensa. Como en la comunicación sensible los significados que se ponen a disposición del otro por medio del decir o la expresión son siempre (re)construcciones o representaciones subjetivas -como les llama Simmel-,el velo social impide que esta relación sea tan pura como Simmel la pensó. La mediación del sistema de preferencias somáticas inscrito desde las representaciones disposicionales que constituyen nuestro acervo sensible de referencia hace de la sociabilidad también una relación “velada”,30 aunque centrada en el placer. Ello implica un sentido de agradabilidad que, corporal y neuralmente, se sustenta en sensaciones y emociones también agradables, asociadas a una persona, un objeto o a un acontecimiento real o imaginado; de esa forma, dicho sentido de agradabilidad constituye una representación subjetiva del otro y la relación social desde el punto de vista somático. La continuidad de la sociabilidad simmeliana depende, precisamente, de que esta experiencia del decir sea articulada o desplegada desde el sentido de agradabilidad que se experimenta en la relación con el otro. Si esto cambia, cambiará la forma de socialización y se desplazará hacia escenarios más pragmáticos e interesados. He ahí la relevancia de comprender la emergencia de la comunicación sensible para complementar el pensamiento simmeliano en torno a la sociabilidad como forma de socialización cooperativa y sin conflictos.
Conclusiones
A pesar que desde la sociología de las emociones se apela constantemente a la emoción como motor de la relación social, resulta evidente la deuda que aún tiene este campo de estudios con las neurociencias y la comunicología para avanzar en la explicación en torno al funcionamiento e impacto de la emoción en las relaciones sociales. Las neurociencias, y específicamente la neurobiología, permiten un abordaje explicativo de nuestros comportamientos como seres humanos en tanto actuaciones subjetivas donde emoción y racionalidad se entrelazan.
En cuanto a la comunicología, entendida desde la propuesta biofenomenológica de la comunicación aquí esbozada, explica el impacto del comportamiento expresivo en la gestación de las relaciones sociales y permite evidenciar que se pone en juego algo más que los clivajes estructurales clásicos. Este algo más se configura a partir de la subjetividad construida desde la experiencia de vida de los actores sociales, la cual tiene lugar a partir de estos condicionamientos perceptuales en las dos dimensiones señaladas: su sustrato biológico y el condicionamiento sociocultural. Ambas inciden en la construcción de concepciones y preconcepciones mentales que se actualizan con frecuencia.
La posición de clase, edad, sexo, nivel educativo, ubicación geográfica, entre otros, configuran -en tanto inciden en ellas- las experiencias de vida de individuos y grupos sociales. Y como estas experiencias se construyen históricamente, la información que conforma la materia prima que se pone en juego en la relación social, por medio de la interacción comunicativa, resulta en un amalgamamiento de condicionantes socioculturales, somáticas y perceptuales. En ese sentido, la relación social no escapa nunca a la dimensión sensible de su configuración; he ahí donde se halla el contenido sensual, perceptivo, de toda relación. En mi opinión, Simmel equivocó el rumbo al afirmar que las relaciones de sociabilidad no tenían contenido, pues éste es justamente el placer o sentido de agradabilidad del que hablé, que se actualiza constantemente en formas de relación social como la amistad, la colaboración, el enamoramiento. Sin embargo, ello no fractura la lucidez de su teoría, mucho menos demerita su concepto de sociabilidad.
Desde esta perspectiva, se hace plausible -más allá de sus referentes propiamente sociológicos- la tesis simmeliana de la emergencia de la sociedad vía la interacción entre distintos individuos, que postula la interacción comunicativa como base de la interacción social, y configura los mecanismos sensuales, emotivos y afectivos desde la misma apuesta expresiva que supone dicha interacción. Esto explica, desde la impronta fenomenológica de la experiencia y la percepción del cuerpo situado, la manera en que opera neurobiológicamente, lo que a mi modo de ver apela a una comprensión de la sociedad que se imbrica en la manera en que los individuos construimos y expresamos información sobre el mundo que nos rodea, el otro y el sí mismo. De esta manera, a partir de dicha expresión en el plano social es como se gesta la interacción social que posibilita la emergencia de formas de socialización concretas, activadas siempre desde una instancia tempo-espacial determinada, históricamente acotada tanto desde el pasado como desde el presente mismo en que tiene lugar, y en cierto sentido también a los límites y condicionamientos que la preceden, que son a su vez potencialmente trascendibles desde la fuerza misma del individuo humano que, en tanto sintiente y pensante, puede lograr su transformación.