Discutimos en este artículo los patrones de carrera de los sociólogos mexicanos de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (ENCPyS-UNAM) vigentes entre 1951 y 1970. La bibliografía producida en las últimas décadas sobre la institucionalización de la sociología en México es abundante y calificada,2 y se ha ocupado de analizar (1) el proceso más general de implantación de dicha disciplina, discriminando sus fases principales, instituciones y agentes (Arguedas, & Loyo, 1979; Reyna, 1979; Castañeda, 1990 y 2004); (2) la trayectoria de quienes son considerados como los pioneros de ese proceso (Farfán, 1994; Olvera, & Serrano, 2004; Camero Medina, & Andrade Carreño (coords.), 2008; Morcillo Laiz, 2008 y 2010; Moya López, 2013; Reséndiz Saucedo, 2016); (3) las revistas como medios de afirmación intelectual y de importación de determinadas orientaciones cognitivas (Girola, & Olvera Serrano, 1998; Olvera Serrano, 2013; Andrade Carreño, 2016), y (4) las formas de circulación y apropiación de las tradiciones de la sociología clásica en México y su impacto en la formación de nuevos problemas y jerarquías de objeto dentro de la disciplina (Zabludovsky, 2002; Pozas Horcasitas, 1995; Morcillo Laiz, 2008).
No obstante la diversidad de perspectivas analíticas, objetos examinados e interpretaciones propuestas, una evaluación de conjunto de dicha literatura revela un relativo consenso según el cual la sociología mexicana habría experimentado hacia fines de la década de 1950 una transformación en sus prácticas y estilos de trabajo, y pasó de una orientación normativa y especulativa a otra científica y empírica (los diversos indicadores de ese cambio -nuevas modalidades de enseñanza y producción intelectual, medios de divulgación especializados, régimen de trabajo de tiempo completo, etc.- serán desarrollados en el curso de nuestra argumentación).
A ese respecto, defendemos la hipótesis que ese cambio en las prácticas científicas fue condicionado por una alteración en el reclutamiento social de sus practicantes y en sus patrones de carrera. Con ese objetivo reunimos en este artículo información biográfica de profesores comprometidos en el proceso de implantación universitaria de la sociología en México con el fin de reconstruir las propiedades sociales pertinentes, especialmente, origen familiar y geográfico, formación escolar, trayectoria social y ocupacional y géneros de producción intelectual.
El universo de análisis se basa en una muestra de profesores que se desempeñaron en la ENCPyS en las décadas comprendidas entre 1951 y 1970, periodo delimitado por la fundación de la ENCPyS, o sea, por la creación del primer programa de enseñanza de grado en ciencias sociales en México,3 y por la elección de Pablo González Casanova como rector de la UNAM, la primera vez que esa posición era ocupada por un profesor de sociología de la ENCPyS, señal inequívoca de la legitimidad obtenida por la nueva escuela y por la sociología en el campo universitario. La selección se realizó con base en dos criterios: a) profesores que se desempeñaron como directores de la escuela, y b) profesores que enseñaron en la carrera de “ciencias sociales” de la misma y que alcanzaron cierto grado de consagración en el campo, medido por diferentes formas de celebración y canonización (antologías, necrológicas, textos de homenaje, aniversarios, etc.) de sus trayectorias.
Cabe aclarar que los agentes seleccionados fueron aquellos que cumplieron con al menos uno de estos dos criterios. La información sobre los mismos, aunque desigual, dado el carácter muchas veces exiguo y fragmentario de los datos disponibles, fue recogida de distintas fuentes. Además del importante diccionario de Roderic Ai Camp, Biografías de políticos mexicanos, 1935-1985 (1992), y del Diccionario de escritores mexicanos siglo XX (2017), fueron consultados currículos, necrológicas, textos de homenaje, otros diccionarios biográficos y bibliografía secundaria.
Como se desprende de nuestra argumentación, tomamos como referencia analítica la sociología de los intelectuales y del campo académico producida durante las últimas décadas (Coser, 1968; Ringer, 1995; Ben-David, 1971; Lepenies, 1994; Bourdieu, 2008; Camp, 1983 y 1988; Miceli, 1979), que fue movilizada a partir de una consideración atenta a los rasgos específicos de la historia intelectual mexicana. El enfoque adoptado apunta a demostrar que las características que asume una disciplina en un momento determinado del tiempo se relacionan con las propiedades sociales de quienes son sus practicantes, de modo que un cambio en el perfil de estos últimos promueve una disputa -que puede conducir a un cambio- de los principios de definición de las normas de excelencia que rigen las prácticas de dicha disciplina.
La Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales: un punto de inflexión
Hasta finales de la década de 1940 no había carrera de grado en sociología en México y, por eso mismo, la creación de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (ENCPyS) de la UNAM marcó un punto de inflexión en el proceso de institucionalización universitaria de aquella disciplina en el país (Colmenero, 2003). La instauración de la ENCPyS ocurrió en un contexto de expansión y diversificación del sistema cultural y científico mexicano, cuando fueron creadas nuevas instituciones de enseñanza, de investigación y de difusión cultural4 en el país y en el interior de la UNAM, la mayor institución universitaria del país.5 La inauguración de la Ciudad Universitaria, en 1951, coronó ese proceso de inversiones públicas que pasaría a constituir la base de un sistema cultural y universitario relativamente integrado en función de su grado dependencia política y financiera, variable según las instituciones, respecto del Estado, y concentrado en la ciudad capital.6 Durante esa década tuvo lugar, igualmente, una expansión de la matrícula universitaria y una profesionalización creciente del cuerpo docente. Si hacia 1950 la matrícula de toda la UNAM no supera los 25 000 alumnos, en 1961 ya contaba con 68 000 y, cinco años más tarde, la cifra de matriculados alcanzaba los 79 000 (Domínguez Martínez, 2010). A su vez, la creación del “profesorado de carrera” abrió las puertas a los puestos de profesores titulares de tiempo completo o medio tiempo, de tal manera que si, hacia comienzos de los años de 1950, la UNAM no contaba prácticamente con ningún profesor de tiempo completo o medio tiempo, hacia finales de esa década ya disponía de más de cien académicos en esa condición, y con doscientos hacia 1964 (Lempérière, 1992).
Lucio Mendieta y Núñez fue el mentor del proyecto de la ENCPyS, pero la dirección de la misma, a la que parecía destinado por propiedades de posición y trayectoria -era el director del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y de la Revista Mexicana de Sociología-, se vio bloqueada por las disputas políticas que caracterizaron ese proceso (Olvera Serrano, 2004).7 El propio Mendieta y Núñez, alineado políticamente al cardenismo -fue organizador y director del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y fundador de la revista de dicho organismo, Política Social-, describió las resistencias a la creación de la escuela en los siguientes términos: “el ambiente era completamente desfavorable, sobre todo entre los elementos conservadores que temían se convirtiese en centro demagógico y de propaganda comunista” (Mendieta y Núñez, 1955, p. 44). Un obstáculo adicional fue de naturaleza institucional. El proyecto de Mendieta y Núñez preveía la creación de una carrera de administración, propuesta rechazada por los representantes de la Escuela Nacional de Economía, que entendían que esa especialización les pertenecía (Olvera Serrano, 2004).
La ENCPyS ofrecía cuatro carreras -ciencias diplomáticas, periodismo, ciencias sociales y ciencia política- a partir de una formación básica compartida, y en poco tiempo consiguió atraer un número cada vez mayor de alumnos. El contingente inicial de 142 inscritos creció a una tasa media de 44% hasta 1964, y en los comienzos prevaleció el objetivo de formar cuadros políticos y técnicos para las diversas instancias de la administración pública. “En la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales -afirmaba Raúl Carrancá Trujillo, el segundo director de la nueva escuela- deberán forjarse los hombres que mañana se consagrarán a las funciones públicas […] ha pasado ya el tiempo del líder espectacular y demagogo como dirigente de la cosa pública, para ceder su sitio al hombre de estudio” (Carrancá Trujillo, 1956, pp. 9-11). En ese sentido, la creación de la ENCPyS debe ser comprendida como el emergente de un cambio significativo en la composición social de los grupos dirigentes, dado por el ascenso de la fracción de los educados y el desplazamiento progresivo de las élites militares y políticas (caudillos) que dominaron las primeras tres décadas posteriores a la Revolución. El ascenso de Miguel Alemán a la Presidencia de la República (1946-1952), el primer presidente civil del periodo posrevolucionario, graduado en la Escuela Nacional de la Jurisprudencia de la UNAM, constituye, como se sabe, un marcador emblemático de ese proceso.
En lo referente a la morfología de su clientela y de acuerdo con las investigaciones de Fernando Olguín (1959) y de Raúl Benítez Zenteno (1961), pioneras en el estudio de la composición social del estudiantado universitario mexicano, dos tercios de la población escolar de la nueva escuela provenía de la clase media alta (29% hijos de “comerciantes”, 29% hijos de “profesionales” y 7% hijos de militares) y un tercio de la clase media (16% hijos de “empleados”, 7% de “técnicos” y 9% de “pequeños propietarios rurales”), con las clases populares apenas representadas por un muy bajo porcentaje de hijos de trabajadores manuales (1.5%) y de artesanos (0.5%).8 El origen escolar favorable de la gran mayoría (60% de la población había cursado en la ENP y 22% provenía de escuelas privadas) y el origen geográfico urbano (60% nació en la Ciudad de México) refuerzan la hipótesis de que los estudiantes de la ENCPyS se reclutaban mayoritariamente de las regiones medias y medias altas del espacio social. Los datos sobre los ingresos de las familias de origen de los estudiantes (aproximadamente ocho veces mayor que la media nacional) así lo confirman (Benítez Zenteno, 1961, p. 64). En cuanto al clivaje de género, se advierte el carácter masculino predominante del alumnado, a pesar del crecimiento progresivo del porcentaje de mujeres que entre 1951 y 1958 pasó de 9% a 26% (Olguín, 1959),9 fracción, sin embargo, muy inferior a la de las alumnas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, históricamente por encima de 50% (Setenta años de la Facultad de Filosofía y Letras, 1994).
Morfología: origen social y trayectoria escolar de los profesores
Una evaluación general de la composición social del plantel de profesores revela que casi todos sus miembros provenían de regiones altas del espacio social, reclutados en diversas fracciones de las clases dominantes, en familias de políticos (Ernesto Enríquez Coyro, Horacio Labastida Muñoz y Arturo González Cosío), de antiguos propietarios rurales (Pablo González Casanova e Isabel Horcasitas Muñoz), de grandes comerciantes (Rodolfo Stavenhagen) y de profesionales y cuadros superiores (Raúl Carrancá Trujillo, Raúl Cardiel Reyes). Ese perfil de reclutamiento incluía, también, algunos agentes salidos de las regiones medias del espacio social, de familias de funcionarios y cuadros medios (Enrique González Pedrero y Germán Parra). Con el tiempo, y a medida que la posibilidad de una carrera científica fue ganando espacio en el sistema universitario, el reclutamiento del profesorado de la ENCPyS se tornaría socialmente más inclusivo y abriría las puertas de la carrera docente a jóvenes graduados de origen social modesto y destacada actuación académica (Raúl Benítez Zenteno y Ricardo Pozas Arciniega). Como los estudiantes que recibía, también los profesores de la ENCPyS detentaban orígenes urbanos. La mayoría de ellos había nacido en la Ciudad de México, en la capital del Estado de México o en las capitales de provincia.
Ernesto Enríquez Coyro (1901-1997), quien fue el primer director de la ENCPyS (1951-1953), provenía de una familia de la élite política porfiriana (Colmenero, & Tovar, 1984). Su abuelo había sido gobernador del Estado de México y senador en el periodo de Porfirio Díaz. Horacio Labastida Muñoz (1918-2004) nació en la ciudad de Puebla, en el seno de una familia de distinguidos universitarios. Su padre, el abogado Roberto Labastida Meza, era catedrático del Colegio del Estado -fue además gobernador interino del estado homónimo (1921)- y su hermano, Héctor Labastida Muñoz (1915-1985), fue un destacado cirujano, profesor y director de la Escuela de Medicina de la Universidad de Puebla (Vélez Pliego, 1994). Arturo González Cosío (1930-2016), “un poeta de casta, un poeta nato”, según los términos con los que lo evocó José Iturriaga (Iturriaga, 2008, p. 11, cursivas del autor), nació en la Ciudad de México y era hijo de un oficial médico militar con aficiones filosóficas y sobrino nieto, por lado materno, del expresidente de México, Venustiano Carranza Garza. Su padre, del mismo nombre, tenía estrecha relación con Miguel Henríquez Guzmán, político y militar próximo del general y expresidente Lázaro Cárdenas. La familia de Raúl Cardiel Reyes (1913-1999), que nació en la ciudad de Saltillo, capital del estado de Coahuila, tenía vínculos con las élites políticas. Su hermano mayor, el abogado Felipe Cardiel Reyes, con quien Raúl aprendió a litigar mientras estudiaba derecho en la Universidad de San Luis Potosí, fue gobernador interino del estado de San Luis Potosí en 1941 (Hoyo Arana, 2000). Pablo González Casanova (1922) nació en Toluca, capital del Estado de México, y fue el primogénito hombre de una prole de profesores universitarios.10 Descendía, por linaje paterno y materno, de una familia tradicional de propietarios de tierra de la península de Yucatán (Kahl, 1986), especializados en la exportación de henequén y la producción lechera. Su padre, que había sido enviado a Alemania por la familia para realizar estudios de química con el fin de aplicarlos a la elaboración de productos lácteos, acabaría desviando ese destino familiar consagrándose a la filología. Profesor de la UNAM, Pablo González Casanova padre fue miembro del célebre Ateneo de la Juventud y formó parte de las principales iniciativas culturales y universitarias del México de la década de 1920: enseñó en la Escuela de Verano para Extranjeros de la UNAM, coordinada por el “ateneísta” -y futuro consuegro- Pedro Henríquez Ureña, colaboró con otro “ateneísta” y rector interino de la UNAM (1921), Mariano Silva y Aceves, en la fundación del Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas, y militó en favor de Manuel Gómez Morín como rector de la UNAM en su lucha por la autonomía universitaria. Muy próximo de Manuel Gamio, Pablo González Casanova padre fue también secretario de redacción de la revista Ethnos, fundada por Gamio en 1920, donde conoció y trabó amistad con Lucio Mendieta y Núñez (Olvera Serrano, 2004) y participó en la investigación que originó el libro clásico de la antropología mexicana, La población del valle de Teotihuacan (1922). En 1936 -el mismo año de su muerte- sería elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. También Isabel Horcasitas Muñoz (1914-1998) descendía de una familia de hacendados ganaderos del estado de Chihuahua. Nació en la Ciudad de México y era la hija de un general porfiriano. Su madre era una mujer culta, educada por preceptores, como era habitual en las mujeres de las oligarquías decimonónicas: hablaba perfecto francés y un español culto, y tenía una amplia cultura literaria que le permitió, cuando enviudó, ser secretaria de los altos funcionarios de la Secretaría de Educación Pública a partir de José Vasconcelos (1920 -1924).11 Rodolfo Stavenhagen (1932-2016) nació en Frankfurt, Alemania, en el seno de una familia judía. Su padre, Kurt Erwin Stavenhagen (1899-1984), graduado en Alemania en psicología (profesión que nunca ejerció), fue un importante comerciante de plata (el padre de Kurt, abuelo de Rodolfo, había sido comerciante de joyas). Con el advenimiento del nazismo, Kurt y su familia salieron de Alemania con destino incierto. Vivieron en Italia, Suiza, Holanda y Estados Unidos, hasta que en 1940 se radicaron en México, donde Kurt se convirtió en un sobresaliente coleccionista de arte prehispánico (Vargas Reyes, 2018). La nueva actividad le permitió acumular un importante capital de relaciones sociales en el mundo de las fracciones cultas de la élite dirigente mexicana. Su círculo de amistades incluía al crítico e historiador del arte Paul Westheim, al pintor Juan O’Gorman, hermano del historiador Edmundo O’Gorman, al historiador del arte Justino Fernández, al muralista Diego Rivera, quien retrató a Lore Rosalía Grünbaum, esposa de Kurt y madre de Rodolfo (Retrato de Lore Stavenhagen, 1951), al pintor y museógrafo Fernando Gamboa, uno de los fundadores del Instituto Nacional de Bellas Artes, y al pintor y diseñador Miguel Covarrubias.
Germán Parra pertenecía a una familia de clase media de la Ciudad de México. Su padre se desempeñaba como “pagador” (o tesorero) de la Universidad Nacional ( Anguiano Alcalá, 2011). Enrique González Pedrero (1930), quien nació en la ciudad de Villahermosa, Tabasco, provenía de una familia de funcionarios y cuadros medios, hijo de un “recaudador de rentas en el municipio de Macuspana” (estado de Tabasco) y de una “maestra normalista, que me enseñó a leer y a escribir” (González Pedrero, 2018, p. 33). Su padre fue un activo militante del “garridismo”, una facción política local liderada por el político y militar revolucionario Tomás Garrido Canabal, gobernador del estado de Tabasco en varias ocasiones en periodos interrumpidos durante las décadas de 1920 y 1930. Obligados a abandonar Tabasco por las persecuciones políticas, los González Pedrero se establecieron en Guerrero, donde los contactos políticos de su padre -era amigo del gobernador de dicho estado, el general Alberto F. Berber- le permitieron ganarse la vida como secretario municipal de las ciudades de Chilpancingo, y más tarde de Acapulco.
Las trayectorias de Raúl Benítez Zenteno y de Ricardo Pozas Arciniega son expresivas de un nuevo patrón de reclutamiento social más inclusivo. Benítez Zenteno (1931-2006) nació en San Rafael de Tlalmanalco, en el Estado de México, a unos cincuenta kilómetros de la Ciudad de México. Su infancia transcurrió entre las familias de los trabajadores de la empresa de papel de la ciudad, la Papelera San Rafael, de la que su padre era empleado responsable de la gestión contable (Welti Chanes, 2006). Luego de la muerte de su madre fue enviado a la Ciudad de México para seguir sus estudios, y con el auxilio de una beca concluyó en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP) de la UNAM. El futuro antropólogo maestro Ricardo Pozas Arciniega (1912-1994) nació en Amealco, pequeño municipio del estado de Querétaro, en el seno de una familia modesta de maestros de primera enseñanza. Su padre ejerció la docencia en Amealco. Por causa de la muerte temprana de su madre, Ricardo pasó parte de su infancia en San Juan del Río, Querétaro, al cuidado de su abuelo materno, director de la banda municipal, y de sus tías (Castro, 1994). Auxiliado por una beca estudió en la Escuela Normal Rural de esa ciudad (1926-1927) y trabajó como maestro rural en distintos pueblos de dicho estado (Vázquez, 1990). Miembro de la juventud del Partido Comunista, en 1930 se dirigió a la Ciudad de México, donde completó la educación secundaria (1930-1933) y los tres años de la Escuela Normal de Maestros de México (1934-1936), mientras trabajaba como maestro de una escuela nocturna de Tepito y militaba en la Federación de Estudiantes Revolucionarios (Castro, 1994).
El examen de las trayectorias escolares de los profesores revela la existencia de dos tipos de formación diferenciados y correlacionados con el origen social. La mayoría de los que detentan origen social elevado y mesocrático, algunos de los cuales provienen de familias con raíces en (o conexiones con) las elites políticas, se graduaron en derecho (Enríquez Coyro, Carrancá Trujillo, Cardiel Reyes, Labastida Muñoz, González Cosío, González Pedrero, Flores Olea, López Cámara y Parra -este último también graduado en economía), casi todos en la UNAM. Los de origen social elevado, pero salidos de linajes familiares con fuerte inserción en las elites culturales y artísticas (González Casanova, Horcasitas Muñoz y Stavenhagen), se formaron en disciplinas tradicionales, aunque de menor jerarquía temporal, como historia, o bien en disciplinas emergentes, como antropología o ciencias sociales. Antes de ingresar en la carrera de derecho, que poco tiempo después abandonó, Pablo González Casanova había realizado estudios de contabilidad. Posteriormente, obtuvo la maestría en historia en El Colegio de México, donde pudo absorber el hábito de trabajo sistemático de los profesores españoles emigrados. Isabel Horcasitas Muñoz se graduó de maestra en la Escuela Normal de Maestros de México, como Pozas Arciniega, su condiscípulo y futuro esposo, y en 1939 se matriculó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde un año antes lo había hecho su marido.12 Después de concluir su formación escolar básica en México, Rodolfo Stavenhagen obtuvo un Bachelor of Arts en la Universidad de Chicago (1951), donde tomó clases con Robert Redfield, y en 1958 se tituló como antropólogo en la ENAH.
Los de origen social modesto se graduaron también en las disciplinas emergentes, como antropología y ciencias sociales. Sus trayectorias escolares exhiben el retraso típico de los aspirantes a la carrera intelectual de extracción popular, que son los que, debiendo a su éxito académico todo su éxito social, terminan consagrándose a las instituciones académicas que tan bien han retribuido sus inversiones anteriores. Después de una prolongada trayectoria en el magisterio, en 1938 Ricardo Pozas Arciniega ingresó en la ENAH; tenía 26 años y fue uno de sus primeros graduados. Fue alumno del filósofo y etnólogo alemán Paul Kirchhoff (1900-1972) e integró el seminario sobre marxismo que el etnólogo teutón impartía en su domicilio (Federico Arreola, 1996). Entre 1941 y 1953 fue designado ayudante de etnología en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y durante esos años realizó investigaciones bajo la dirección de los antropólogos norteamericanos por entonces en México, Ralph Beals y Sol Tax (Castro, 1994). En 1952 publicó en el Fondo de Cultura Económica el libro que lo proyectó como antropólogo, Juan Pérez Jolote, biografía de un tzotzil. Cinco años más tarde, cuando tenía 45 años, obtuvo la licenciatura en la ENAH con la tesis La organización social de Chamula (un pueblo indio de la altiplanicie de San Cristóbal, Chiapas). Después de cursar dos años la carrera de derecho, que abandonó en 1954 con 23 años de edad, Raúl Benítez Zenteno se matriculó en la ENCPyS (Miró, 2007). Al poco tiempo se integró como auxiliar científico del IIS/UNAM, todavía durante la gestión de Mendieta y Núñez, institución en la que se desempeñaría como investigador durante toda su vida y de la que sería más adelante su director (1970-1976). En 1957, con una beca del IIS, viajó a Santiago de Chile para especializarse en el Centro Latinoamericano de Demografía (Celade). Se graduó en la ENCPyS en 1961, con la tesis Análisis demográfico de México. Tenía entonces 30 años. Oscar Rafael Uribe Villegas (1928-2016), que nació en Toluca, estudió en la ENAH (1949-1952) y en la ENCPyS (1951-1954), de la que fue, junto con Benítez Zenteno, uno de sus primeros graduados (Pérez, 2017). Trabajó con Mendieta y Núñez en el IIS por más de una década, como traductor y colaborador de la Revista Mexicana de Sociología, y como organizador de los congresos nacionales de sociología. Fue, asimismo, uno de los fundadores de Ciencias Políticas y Sociales, la revista de la ENCPyS.
La excepción de un reclutamiento predominantemente masculino del plantel docente de la ENPCyP fue la presencia de Isabel Horcasitas Muñoz. Ninguna mujer integró el consejo asesor de la revista de la institución, Ciencias Políticas y Sociales, durante sus primeros diez años (1955-1966), y rarísimas fueron las colaboraciones femeninas en sus páginas.13 A este respecto, la comparación con una revista del campo literario de la misma época, Revista Mexicana de Literatura (1955-1965), revela que las barreras de ingreso de las mujeres a la cultura erudita eran menos difíciles de franquear en el mundo artístico y literario que en el universitario.14 En efecto, aunque dirigida siempre por hombres, el consejo de redacción de la Revista Mexicana de Literatura estuvo también integrado por mujeres (Pozas Horcasitas, 2010). No menos significativo es el contraste del número de colaboraciones femeninas en ambas publicaciones durante el mismo periodo.15 La baja representación de las mujeres en el profesorado de la ENAH, una institución creada 10 años antes que la ENCPyS, ofrece una prueba adicional de las elevadas barreras de ingreso a la cultura erudita que debían enfrentar las mujeres. Para 1943, sobre un plantel de 37 profesores, solamente tres (menos de 10%) eran mujeres (Goldsmith Connelly, & Sánchez Gómez, 2014).
En la primera mitad de la década de 1950, casi todos los profesores de origen social elevado o relativamente favorable complementaron su formación de grado con temporadas de especialización en el extranjero. Una vez concluidos sus estudios de enseñanza media superior en el Instituto Literario de Mérida, Carrancá Trujillo se radicó en Madrid en la década de 1920, becado por la Colonia Española de Yucatán, para realizar los estudios de grado y doctorado en derecho en la Universidad Central de Madrid (UNAM, 1990). Después de graduarse en derecho en la Universidad de Puebla (1942) y de realizar estudios de grado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (FFyL-UNAM) (1952-1954), Labastida pasó una temporada en la Universidad de California, Berkeley. González Pedrero y Flores Olea realizaron estudios de sociología, economía y política en la tradicional institución francesa especializada en la formación de cuadros políticos y altos funcionarios, el Institut d’Études Politiques de Paris o Sciences Po, en los años de 1953-1954 y 1956-1959, respectivamente. González Cosío cursó estudios de posgrado en Colonia, Alemania (1954-1956), y Cardiel Reyes, una especialización en Ciencias Políticas en la Universidad de Southampton (1953). González Casanova se doctoró en 1950 en La Sorbona bajo la dirección de Fernand Braudel; después de concluir la maestría en FFyL-UNAM, López Cámara obtuvo el doctorado en historia, también bajo la dirección de Fernand Braudel, en la École des Hautes Études de la Universidad de París (1953-1958) (Márquez Fuentes, 1995); también en París se doctoró Rodolfo Stavenhagen, con la dirección del sociólogo Georges Balandier (Universidad de París, 1965). Aquellos que, por origen modesto o por otras razones, no pudieron formarse en el exterior, realizaron sus posgrados en México -Parra se doctoró en filosofía en 1948 en la FFyL-UNAM-, y en algunos casos, la colaboración con profesores e investigadores del extranjero obró como un sustituto funcional del “viaje de formación”, como en el caso de Pozas Arciniega.
Patrones de carrera
El examen de la trayectoria profesional de los profesores de la ENCPyS permite advertir dos patrones de carrera diferenciados. Por un lado, los que desarrollaron una carrera académica articulada con una extensa carrera política en el servicio público o en la política profesional16 (Enríquez Coyro, Carrancá Trujillo, González Pedrero, Flores Olea, Cardiel Reyes, Parra, Labastida Muñoz y González Cosío), lo que revela que las chances de reconversión entre capital académico y político, en ambos sentidos, eran altas -casi un mecanismo institucionalizado-.17 Estos agentes tienden a escoger el ensayo político como género de producción intelectual y exhiben, a su vez, una actuación prolongada en el periodismo, lo que sugiere que la “prestación de servicios” en la prensa constituyó una actividad “llave” para acceder a una carrera en el campo del poder. No por acaso esas dos últimas propiedades -actuación en el servicio público y en el periodismo- aparecen fuertemente correlacionadas, a su vez, con la membrecía en el partido dominante, el PRI. Por otro lado, están los profesores que se consagraron a la carrera académica, que privilegiaron la acumulación de triunfos científicos y académicos sin otro destino que el mismo campo científico y académico y que parecen no buscar otros poderes que los universitarios (González Casanova, López Cámara, Benítez Zenteno, Pozas Arciniega, Uribe Villegas, Horcasitas Muñoz y Stavenhagen). En efecto, son los que producen el mayor número de artículos de investigación en la revista de la escuela y de libros reconocidos por la comunidad científica. Por lo demás, las posiciones más altas que alcanzaron a lo largo de sus carreras profesionales fueron de naturaleza académica, como directores de instituciones científico-académicas (universidad, facultad, instituto y centro).
Con fines exclusivamente analíticos y en función de sus patrones de carrera, reunimos a los agentes seleccionados en un “grupo político” y otro “científico”, respectivamente (véase cuadro en anexo). El primero prevaleció principalmente durante la década de 1950, cuando la consagración de los profesores se medía más por el progreso en la carrera de funcionario (articulada a la de profesor) que por los triunfos científicos y académicos propiamente dichos (diplomas, publicaciones, cargos docentes y de investigación). Las trayectorias de los dos primeros directores de la ENCPyS, Enríquez Coyro y Carrancá Trujillo, se ajustan más directamente a ese perfil (véase anexo 1). El primero tuvo una extensa carrera en el servicio público antes de asumir, en 1951, la dirección de la ENCPyS, a la que renunciaría, dos años más tarde, para volver a la función pública. El segundo desarrolló una exitosa carrera en el Poder Judicial -ganó notoriedad pública como juez en la causa contra Ramón Mercader por el asesinato de León Trotsky-, en forma paralela a su actividad como profesor de la UNAM durante 34 años. Las trayectorias de los profesores Parra y Cardiel Reyes también se ajustan a ese perfil (véase anexo 1). Siendo el autor de un libro importante para las ciencias sociales mexicanas, La industrialización en México (1954), Parra no fue, sin embargo, un “intelectual académico” (Coser, 1968). Por el contrario, desarrolló una extensa carrera en la administración pública y asesoró a presidentes de la República -dedicó su libro más importante, La industrialización en México, “a don Adolfo Ruiz Cortines” - y ejerció diversos cargos electivos. Los términos con los que su colega José Iturriaga lo evocó hace algunos años son, a este respecto, más que elocuentes: “[sus] coetáneos veíamos en él un posible jefe de Estado mexicano, y coincidió así con sus secretas y a veces manifiestas aspiraciones” (Iturriaga, 2008, p. 11). El examen de la trayectoria escolar de Cardiel Reyes revela que sus inversiones intelectuales, que lo habilitaban para una carrera científica, se verían afectadas por sus numerosos compromisos temporales como servidor público. Se graduó en derecho a los 26 años, y realizó estudios de maestría en la FFyL-UNAM bajo la dirección de José Gaos y de especialización en ciencias políticas en la Universidad de Southampton, Inglaterra. No obstante, defendió su tesis de maestría cuando tenía 48 años (Del modernismo al liberalismo: la filosofía de Manuel María Gorriño (UNAM, 1961/1967), y la de doctorado ya en su senectud (Retorno a Caso, UNAM, 1986).
En la década siguiente el cuadro se alteraría con el fortalecimiento progresivo del “grupo científico”. Las posiciones directivas conquistadas por González Casanova en la ENCPyS y en la universidad -director de la primera entre 1957-1961 y 1961-1965 (el único, en la historia de la institución, que ocupó el cargo por dos periodos), director del IIS-UNAM entre 1965 y 1970 y, finalmente, rector de la UNAM entre 1970 y 1972 (el primer profesor de sociología de la ENCPyS en alcanzar esa importante posición académica y política)- son expresivas de un cambio en la relación de fuerzas entre ambos grupos dentro de la escuela. No fue por acaso que Pablo González Casanova terminó erigiéndose en el líder del “grupo científico”. Era él quien detentaba las propiedades de origen social y trayectoria necesarias para ejercer ese tipo de liderazgo, a un mismo tiempo, científico y político. De origen social elevado, era el que tenía una más fuerte inserción en el campo universitario -hijo y hermano de profesores universitarios- y acreditaba, comparativamente, mayor antigüedad en el campo y un volumen más importante de producción intelectual. Haber alcanzado el cargo de rector -la posición de poder temporal (político) más alta del campo universitario-18 durante el mandato presidencial de Luis Echeverría (1970-1976), que era su amigo y con quien había estudiado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia (Camp, 1983), sugiere, también, que la política formó parte del espacio de los posibles abiertos a su trayectoria,19 pero que al haber orientado todas sus “inversiones” hacia el campo universitario, tuvo que ejercerla con las reglas propias de ese campo. El examen de sus “elecciones” en materia de disciplina, dominio de objetos y métodos de análisis durante este periodo de su trayectoria revela un proceso análogo en el plano de la producción intelectual: pasó de cultivar una disciplina antigua y erudita como la historia -los cinco primeros libros que publicó entre 1948 y 1958 son trabajos de historia de las ideas situados temporalmente entre los siglos XVIII y XIX-20 a una disciplina nueva, de estatuto incierto y centrada en el presente como la sociología; de un enfoque narrativo y técnicas de análisis cualitativas sobre objetos culturales del pasado (las misiones religiosas, los géneros literarios, etc.) a un enfoque estructural y estadístico sobre la naturaleza del sistema político mexicano. La democracia en México, que González Casanova publicó en 1965, constituye un objeto expresivo de todos esos desplazamientos.
En el plano académico, aquel cambio en la relación de fuerzas en favor de los “científicos” se tradujo en una reforma de los planes de estudio con énfasis en la enseñanza de la metodología y técnicas de investigación -los cambios en las disciplinas suelen ocurrir por la intermediación de una alteración en el modo de formación de sus productores-, el fortalecimiento de las actividades de investigación, así como el ascenso de la sociología a la condición de una de las disciplinas dominantes de la escuela. En la primera mitad de la década de 1960, con seis profesores de tiempo completo y otros cuatro de tiempo parcial,21 y un número relativamente pequeño de estudiantes, la ENCPyS se convirtió en una de las unidades académicas más dinámicas de la UNAM. Hacia 1964 el personal de investigación de la carrera de sociología, repartido en sus centros e institutos, llegó a representar 3.3% del total del personal de investigación de la UNAM, una proporción similar a la que detentaban las tradicionales disciplinas humanísticas como filosofía (3.3) e historia y antropología (7.8) (Lempérière, 1992, p. 241).
Ese proyecto del “grupo científico”, liderado por González Casanova en la ENCPyS, se prolongó con las direcciones de González Pedrero (1965-1970) y de Flores Olea (1970-1975), que, no obstante estar analíticamente incluidos en el “grupo político” en función de su actuación prolongada en la política y en el servicio público (véase anexo 1), se revelarían aliados del proyecto académico de González Casanova. La alianza de aquellos con este último se torna comprensible a la luz de la existencia de ciertas propiedades comunes de trayectoria, tanto en el plano social como en el político e intelectual. Los tres últimos y López Cámara compartieron círculos literarios de la Ciudad de México, especialmente los grupos reunidos en torno de las revistas Medio Siglo -del que también formó parte Rafael Uribe Villegas (Pereira, 1997)-, El Espectador (1959-1960) y Política, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), fundado en 1961, y los suplementos culturales “México en la Cultura”, del periódico Novedades (1949-1964), (Careaga, 1971; Camposeco, 2015) y “La Cultura en México”, de la revista Siempre! En la década de 1950, Flores Olea y González Casanova formaron parte del grupo -integrado también por Carlos Fuentes, Octavio Paz, Jaime García Terrés, Ramón Xirau, Emmanuel Carballo, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Joaquín Díez-Canedo y Ernesto Mejía Sánchez (Garciadiego, 2014, p. 19)- que frecuentaba la Capilla Alfonsina, la casa de Alfonso Reyes.
Las trayectorias de los agentes del “grupo científico” no exhiben desempeño en el servicio público, lo que sugiere un mayor distanciamiento con el campo político. Más todavía. Algunos de ellos publicaron sus libros más importantes en las editoriales “disidentes”, como Era y Joaquín Mortiz, que surgieron en la década de 1960 como alternativa al monopolio ejercido hasta entonces por el Fondo de Cultura Económica (FCE), y especialmente en la editorial Siglo XXI,22 que, como se sabe, nació en respuesta a la intervención del FCE por parte de las autoridades políticas en el conocido episodio que terminó con la destitución de su director, el editor argentino Arnaldo Orfila Reynal ( Nova Ramírez, 2013; Sorá, 2020). Por lo demás, casi todos -González Casanova, López Cámara, González Pedrero, Pozas Arciniega y Flores Olea- fueron fundadores y primeros accionistas de la editorial Siglo XXI (Nova Ramírez, 2013, p. 203).
La naturaleza de las alianzas matrimoniales constituye otra importante propiedad de trayectoria que opone a los profesores de uno y otro grupo. A diferencia de los del “grupo político”, que se casaron mayoritariamente con mujeres que no pertenecían al medio universitario, los profesores del “grupo científico” lo hicieron, en cambio, con mujeres vinculadas con la universidad, profesoras o investigadoras. Hijo de un profesor universitario, González Casanova se casó con Natasha Henríquez Ureña (1924-1998), hija del también profesor universitario y reconocido crítico literario Pedro Henríquez Ureña y sobrina materna del también profesor y “caudillo cultural” (Krauze, 1976), Vicente Lombardo Toledano (Blanco, & Jackson, 2017). Formada en filosofía, Natasha colaboró por más de diez años en la revista de la UNAM, Universidad de México. López Cámara se casó con la ensayista y crítica literaria Margarita (Margo) Glantz Shapiro (1930), hija de un matrimonio de judíos ucranianos radicados en México en 1925. Su padre Jacobo Glantz (1902-1982) fue poeta, pintor -muy próximo del movimiento muralista y amigo de Diego Rivera y Fernando Leal-, escultor y director de la Asociación de Escritores y Periodistas Judíos en México (Enciclopedia de la Literatura en México, http://www.elem.mx/). Margo obtuvo su título de grado y de maestría en Letras Modernas en la FFyL-UNAM, y se doctoró en letras en La Sorbona (Espíritu, 2017). Fue profesora de la FFyL-UNAM durante toda su vida, fundadora y accionista de Siglo XXI (Rivas, 2006) y miembro del consejo de dirección de la revista de la UNAM, Universidad de México. Pozas Arciniega y Horcasitas Muñoz se casaron entre sí y trabajaron juntos durante más de 40 años, compartiendo actividades de enseñanza, militancia política, experiencias de campo y publicaciones. Stavenhagen se casó con la antropóloga María Eugenia Vargas Delgadillo, graduada en la ENAH en 1958, el mismo año que él, y nieta del reconocido educador y maestro pionero de la Escuela Normal, Daniel Delgadillo (1872-1933) (Cruz Vásquez, 2006).
También González Pedrero y Flores Olea se casaron con mujeres del medio universitario o artístico, y esa propiedad de trayectoria ofrece un elemento adicional de comprensión respecto de su alianza con el proyecto político-académico de González Casanova. El primero lo hizo con la escritora y traductora de origen cubano, Julieta Campos de la Torre (1932-2007), diplomada en literatura francesa en La Sorbona y doctora en letras por la Universidad de La Habana. Se conocieron y casaron en París, mientras realizaban sus estudios de posgrado. Julieta fue traductora de inglés y francés en el FCE y fundadora, primera accionista y traductora de Siglo XXI (Montaño Garfias, & Jiménez, 2007; Ramos de Hoyos, s/f), directora de la revista de la UNAM, Universidad de México (1981-1985), y amiga de Margo Glantz, la esposa de López Cámara. Flores Olea se casó con la actriz de teatro, cine y televisión, Mercedes Pascual Acuña (1930), de nacionalidad española y emigrada a México con sus padres durante la Guerra Civil Española.
Desde el punto de vista sociológico, el matrimonio constituye un importante marcador de trayectoria en la medida en que altera el conjunto de las propiedades sociales de cada uno de los cónyuges, afectando el sentido de las trayectorias, el espacio de los posibles y las tomas de posición en los diferentes dominios de la experiencia (familia, ocupación/profesión, sociabilidad, etc.).23 En ese sentido, las alianzas matrimoniales endogámicas tienden a obrar como factor de refuerzo de las “inversiones” profesionales de ambos cónyuges, mientras que las alianzas exogámicas pueden actuar como atenuantes de la intensidad de esas “inversiones”, o bien como un factor de desvío de las mismas. Nuestra hipótesis es que la endogamia característica de las alianzas matrimoniales del “grupo científico” reforzó en sus agentes disposiciones favorables al trabajo científico y una identificación más exclusiva con la vida universitaria.
Propiedades sociales y patrones de carrera (consideraciones finales)
El examen de las propiedades sociales de los agentes permite esbozar algunas hipótesis relativas a los condicionantes de los patrones de carrera examinados. Los agentes incluidos en el “grupo político” exhiben mayor homogeneidad social. Todos son mexicanos, con origen social favorable, algunos provienen de las ciudades capitales del interior del país y, en algunos casos, de familias enraizadas en las élites políticas provinciales; todos se graduaron en derecho, la mayoría realizó estancias de formación académica en el exterior y aproximadamente la mitad era miembro del PRI.
Más heterogéneo socialmente, el “grupo científico” incluye a un extranjero (Stavenhagen) y a una mujer (Horcasitas Muñoz) en el conjunto de los profesores salidos de medios sociales muy variados, elevados en unos casos (Horcasitas Muñoz, González Casanova y Stavenhagen), y modestos, en otros (Pozas Arciniega, Benítez Zenteno). Para los primeros, la carrera científica significó una recuperación (Horcasitas Muñoz) o conservación de la posición familiar (González Casanova -su padre había sido profesor de la UNAM-), o bien una forma de reinversión del capital cultural familiar (Stavenhagen); para los segundos, en cambio, la carrera científica fue un medio de promoción profesional y ascensión social. Si bien la experiencia de un periodo de formación en el exterior asemeja ambos grupos, los miembros del “grupo científico” detentan mayor capital científico (y específico) en función no sólo de las disciplinas de formación y del monto de sus inversiones escolares -casi todos cumplieron las diferentes etapas de una formación científica completa (grado, maestría y doctorado)-, sino también de la naturaleza de las instituciones en las que lo adquirieron. En ese sentido, en oposición a los miembros del “grupo político”, graduados en una disciplina “noble” y “normativa” como el derecho, los del “grupo científico” se graduaron en disciplinas “científicas” emergentes (sociología, antropología e historia) y en instituciones situadas, como la ENAH y El Colegio de México, en el polo temporalmente dominado pero intelectualmente dominante de las instituciones de educación superior mexicanas.24
Todas esas diferencias observadas en la dimensión de la trayectoria escolar se replicaron en el plano expresivo de sus obras. En oposición al “estilo de trabajo” más ensayístico y polígrafo de los miembros del “grupo político”, los del “grupo científico” exhiben un patrón más decididamente científico de producción intelectual, con artículos y libros publicados en revistas y editoriales con mayor grado de consagración científica. Además, algunos de ellos tuvieron posiciones destacadas en la red de instituciones transnacionales consagradas a la enseñanza y a la investigación en ciencias sociales en América Latina.25
Socialmente más heterogéneo, el “grupo científico” exhibe, con todo, un mayor grado de integración, derivado tanto de experiencias de sociabilidad político e intelectual compartidas, de “estilos de vida” comunes explicitados en amistades y alianzas matrimoniales endogámicas, de una posición heterodoxa en el partido dominante (PRI), así como de una apuesta común por la carrera científica. Last but not least, el liderazgo intelectual de Pablo González Casanova fue sin dudas un factor decisivo de esa mayor integración. Si, como sugiere Pierre Bourdieu (2008), la fuerza política de un grupo, es decir, la probabilidad que tiene de imponer los principios de visión y de división del mundo social o del campo, está en función de su grado de cohesión e integración social, aquella mayor integración exhibida por el “grupo científico” ciertamente favoreció su capacidad de imponer y legitimar prácticas científicas asociadas con un nuevo patrón de carrera. En ese sentido y al retomar nuestra hipótesis principal, a lo largo de este artículo intentamos demostrar que la transformación que experimentó la disciplina en sus prácticas y estilos de trabajo fue la resultante de la irrupción de agentes provistos de nuevos recursos intelectuales, que importaron al campo disciplinario competencias de otros dominios -antropología e historia-, expresivos de trayectorias sociales y escolares muy diferentes a la trayectoria modal de quienes hasta entonces habían controlado las bases organizativas de la disciplina.