El estallido social del año 2019 en Chile desencadenó una crisis sociopolítica que constituye el contexto de este trabajo.* Participaron en las protestas grupos sociales amplios, desde sectores populares hasta sectores medios. Su composición también fue heterogénea desde un punto de vista generacional, de sexo/género y territorial. Entre las interpretaciones más aceptadas acerca de esta crisis, un factor central fue el malestar de las clases medias ante la degradación de su situación, una mayor percepción de las desigualdades en una amplia parte de la población y la denuncia de injusticias.
En términos más sociológicos, las interpretaciones sobre qué grupos sociales participaron en las protestas y cuáles eran sus reivindicaciones se refieren no sólo a si corresponden a clases sociales objetivas, sino que ponen en juego la identificación subjetiva que genera entre las personas una orientación similar en el momento del estallido. En específico, la situación reciente de Chile se vincula a la actualización de un debate clásico en sociología, sobre si existe una asociación entre condiciones socioeconómicas y la identificación con alguna clase social.
Más concretamente, el problema de investigación de este artículo consiste en conocer las representaciones de los individuos acerca de la propia posición social, sin dar por supuesta una adscripción predefinida mediante criterios expertos. El objetivo del artículo es comprender cómo las personas definen su posición social, en especial en un contexto de crisis que revela la precariedad de la posición de muchos individuos y hogares. Este estudio se inspira en una corriente de las ciencias sociales que enfatiza la forma en que los propios individuos definen y expresan su posición social (Boltanski, & Thévenot, 1983). Para ello, es necesario darles la posibilidad de realizar un proceso reflexivo complejo. Esto implica, en primer lugar, analizar qué posición social subjetiva asumen, sea en referencia a nociones de clase social o bien aludiendo a otros criterios. En segundo lugar, involucra comparar esa forma subjetiva de definir su posición social con una autoclasificación según estratos sociales. En tercer lugar, requiere examinar si la definición de la posición social por parte de las personas se formula de manera segura o con incertidumbre, lo que podría agregar fluidez a la cambiante dinámica de una crisis sociopolítica como la experimentada en Chile (Dobry, 1988). En cuarto lugar, implica analizar en qué medida las condiciones socioeconómicas de los individuos influyen en su posición subjetiva.
Esta investigación da cuenta de los resultados de una encuesta basada en viñetas, con algunas preguntas abiertas grabadas en audios. La encuesta fue aplicada en el año 2021 a una muestra aleatoria de 1 620 individuos.
En términos de estructura, en los tres primeros apartados examinamos el carácter multidimensional de la posición social subjetiva, su compleja correspondencia con condiciones socioeconómicas y el modo en que el posicionamiento es afectado en un caso de crisis social y política. En la cuarta parte se describe la metodología, detallando la implementación de la encuesta, el procedimiento para definir la posición social subjetiva y el análisis de los datos en general. Respecto de los resultados, en la quinta parte, se describen y analizan los tipos de posición social que las personas expresan. Finalmente, en la sexta parte, se mide la influencia de las condiciones socioeconómicas de los encuestados sobre su posicionamiento subjetivo.
La posición social subjetiva como construcción multidimensional
La evolución del concepto de clase social pasó de hacer referencia primariamente a la posesión de recursos económicos o de medios de producción a otros tipos de recursos individuales o colectivos. Las definiciones sociológicas más usadas en América Latina hoy son las de Erik Olin Wright (2015) por un lado, y Robert Erikson y John Goldthorpe (1992) por el otro, cuyas mediciones nacionales y comparadas han implicado adaptaciones a la realidad del continente. Estas mediciones toman en consideración la ocupación, el tipo de contrato y la autoridad en el puesto de trabajo. Existen otras mediciones en relación con múltiplos de las líneas de pobreza o de marketing, lo que sociológicamente corresponde a una noción de estratos sociales basados preferentemente en tramos de ingresos. Ante esas definiciones, en este trabajo definimos la clase social en referencia a la situación laboral y la diferenciamos de la noción de estrato social.
Un problema sociológico inicial consiste en establecer cuál es la importancia relativa del concepto de clase social en comparación con otros enfoques, sea como definición objetiva, es decir experta, o bien subjetiva, tal como la formulan las personas en su vida cotidiana. Ese debate puede abordarse de diversas maneras, ante lo cual este trabajo asume el problema de cuál es la relevancia de la clase social o de otras nociones desde la percepción de los individuos.
En efecto, las nociones de clase definidas en términos expertos o por la política pública no necesariamente son las que tienen más fuerza entre los individuos a la hora de clasificar a los integrantes de la sociedad y a sí mismos, pues las identidades son menos fijadas hoy por el trabajo. Si bien nuevas investigaciones han permitido actualizar nuestros conocimientos desde los años 2000 sobre las clases sociales en América Latina (Solís, & Boado, 2016; López-Roldán, & Fachelli, 2021), sigue siendo relevante preguntarse acerca de los criterios que las personas usan en su vida cotidiana para definir su posición (Boltanski, & Thévenot, 1983; Barozet, & Mac-Clure, 2014). En una encuesta previa con una metodología similar a la usada en esta investigación, observamos en 2016 que una escasa cantidad de personas definía su posición social subjetiva en referencia explícita a una clase social (Mac-Clure, Barozet, & Valenzuela, 2022). Sin embargo, en una situación de crisis sociopolítica, la noción de clase social puede adquirir mayor fuerza especialmente entre quienes se encuentran en los estratos sociales inferiores. En consecuencia, abordar la pregunta por las categorizaciones implica observar de manera abierta tanto posiciones subjetivas de clase social como otras formas de posicionarse. En este estudio, la posición social subjetiva es entendida en un sentido amplio, pues incluye diversos tipos de representaciones sociales (Moscovici, 2001) y elementos simbólicos elaborados por los propios individuos acerca de su lugar en las categorías que distinguen en la sociedad.
En términos teóricos, el enfoque de este artículo implica otorgar relevancia a cómo la gente se representa las jerarquías en la sociedad (Ossowski, 1963). También involucra analizar de qué modo su posicionamiento establece un vínculo entre la vida cotidiana y estructuras más amplias (Giddens, 2011). Ello implica agregar a la dimensión material (relación con los medios de producción, ingresos), elementos simbólicos (prestigio) u otras dimensiones que mezclan tanto lo material como lo simbólico (género, trabajo no remunerado en el hogar e inactividad laboral, nivel de educación, lugar de residencia y adscripción a territorios, color de la piel, entre otros), para asumir así un enfoque multidimensional. Bourdieu sostiene que las distinciones simbólicas van más allá de las diferencias de clases sociales y abarcan también otros tipos de relaciones sociales en las que “lo propio de la lógica de lo simbólico es transformar en diferencias absolutas, de todo o nada, las diferencias infinitesimales” (Bourdieu, 2007 [1980] , p. 222). Así, los sistemas simbólicos consagran y legitiman diferencias entre hombre o mujer, primogénito y hermano menor, negro, inmigrante, etc. (Bourdieu, 1999 [1997]). Si se considera que desde hace décadas la noción de clase social ha sido desafiada como principal elemento de estructuración de la sociedad, el pensamiento feminista ha puesto de relieve la interseccionalidad, que adquiere significado simultáneamente con categorías de raza, etnia y clase en contextos específicos, como ocurre por ejemplo en las experiencias de mujeres pobres y racializadas (Tijoux, 2019; Viveros, 2016). Asimismo, existen representaciones referidas a espacios socio-territoriales y segregación residencial (Low, 2016; Fuentes, & Mac-Clure, 2020). Estos múltiples criterios de definición de la posición social involucran un sentido de pertenencia a grupos sociales más amplios que la clase social, pero a la vez reconocen la referencia de la noción de clase a diversas condiciones generalizadas o estructurales.
Cualquiera sea la dimensión según la cual un individuo define su posición social, esto ocurre en comparación con otros. Más que una identidad que individualiza al grupo, los individuos asumen una posición social que es de carácter relacional. Desde la sociología pragmática, se ha planteado que las personas elaboran comparaciones tácitas que se basan en criterios prácticos de clasificación compartidos por grupos de individuos (Boltanski, & Thévenot, 1991). De esto se desprende que la definición de la posición social ocurre en una situación de interacción social, en la que normalmente quienes comparten entre sí un mismo criterio de clasificación asumen una posición social explícita, dotada de un nombre. Es decir, refieren a “la persona colectiva de la cual las personas individuales extraen el nombre colectivo que las designa” (Boltanski, 1982, p. 7).
Por un lado, ese nombre atribuido a la posición social puede ser visto como una etiqueta o código asignado al posicionamiento, pero no constituye sólo un dato objetivo o neutro. La consciencia expresada al nombrarse socialmente no se limita a cogniciones, pues contiene también significados valóricos y emocionales (Bericat, 2016). Un punto de partida es la tesis de Durkheim según la cual todo sistema social es un sistema moral, por lo que los valores operan como criterios de diferenciación al categorizar, por ejemplo, si los individuos son percibidos como honestos o deshonestos, equitativos o inequitativos. Ello es especialmente distintivo en grupos de estratos bajos que ponen de relieve sus valores por encima de su situación desaventajada (Lamont, 2000; Martínez y Palacios, 1996; Skeggs, 1997). Asimismo, ciertas emociones sociales surgen al nombrar la posición subjetiva, como ocurre cuando la forma de nombrarse es dolorosa en el caso de personas con una vida sacrificada, ante una estigmatización que es adecuado ocultar o disimular para evitar discriminaciones, frente a un apodo o un nombre peyorativo (Cerón-Anaya, 2019; Jordana, 2022; Nahuelpán, 2013; Savage, Silva, & Warde, 2010; Skeggs, 1997).
Finalmente, se agrega que las nomenclaturas utilizadas por el Estado, el marketing y las estadísticas oficiales inciden en la forma de representar la posición social. A modo de ilustración, la clasificación de una fracción de la población como “pobre” desestima la pertenencia a una clase social y el origen estructural de sus condiciones socioeconómicas, lo que hace existir a los pobres como una categoría naturalizada de beneficiarios de políticas públicas (Paugam, 2016; Ramos, 2016; Saraví, 2016).
¿Qué relación existe entre clasificación objetiva y clasificación subjetiva?
El problema sociológico abordado aquí se complejiza al considerar que la relación entre condiciones socioeconómicas y formas de autoidentificación ha sido objeto de un permanente debate en sociología. Se ha sostenido que si bien hasta los años 1960, en términos generales hubo correspondencia entre la clase objetiva y la percepción subjetiva de pertenencia a una clase, en las últimas décadas han aumentado las inconsistencias entre indicadores socioeconómicos como el ingreso, la ocupación y la educación de los individuos, de modo que algunas personas reciben señales contradictorias sobre su identidad de clase (Hodge, & Treiman, 1968; Hout, 2008). Un aspecto clave de nuestro trabajo consiste en establecer la influencia de esos mismos factores al identificarse como clase o bien de otras maneras.
Wright (1982) introdujo la noción de posiciones contradictorias de clase para abordar este debate, en especial en relación con las clases medias, cuya expansión ha sido uno de los principales problemas que se ha planteado la sociología analítica desde los años 1970. Wright rescata que la descripción de las clases sociales parte en general como un trabajo tipológico, en el cual el investigador encasilla sujetos con base en “abstracciones objetivas”. Pero en este ejercicio, quedan grupos que no se pueden encasillar fácilmente y su trabajo consiste en generar nuevos análisis para comprender el lugar que ocupan, en vez de decir que son clases residuales o no aportan a la teoría. En Estados Unidos, tal es el caso para Wright de personas que supervisan y son supervisadas, lo que abarca un conjunto no menor de integrantes de las clases medias.
En América Latina, relevamos algunos estudios a modo de contextualización regional, pues esta situación ocurre también en amplios grupos de clase media, además de la dificultad de clasificar a amas de casa, estudiantes, pensionistas, desempleados, informales o beneficiarios del sistema de asistencia social, que en general no entran en los esquemas de clase basados en la ocupación, como los de Wright y Goldthorpe. Ante ello, en la región se recomienda usar descripciones multidimensionales de la estratificación social, que al tener como base la ocupación incorporan también rangos de ingreso y el nivel educacional (Marinho, & Quiroz, 2018). Así, en Argentina, donde se mantiene una mayor concordancia entre la clase objetiva y la clase subjetiva, también existen divergencias debido a la existencia de subgrupos de clase diferenciados por otras variables como nivel educativo e informalidad (Elbert, Leiva, & Morales, 2020). En el caso de Chile, el problema de la inconsistencia posicional se agudiza debido a la inseguridad en el empleo, los riesgos de salud o la vejez, de modo que el posicionamiento de las personas es notablemente inestable en el tiempo (Araujo, & Martuccelli, 2011). Tampoco existe una alta reproducción de las condiciones de clase social de una generación a otra, lo que dificulta el traspaso de identidades sociales fijas de una generación a otra (Espinoza; Barozet, & Méndez, 2013).
El debate sobre la inconsistencia entre la clase objetiva y la clase subjetiva se ha agudizado durante las últimas tres décadas respecto de la noción de clase media a nivel global. Existe un amplio debate sobre cuál es su tamaño y quiénes componen la clase media, así como en qué medida su existencia objetiva se refleja en una identidad de clase compartida (Barozet et al., 2021; Salata, 2015). Frente a la tesis de una nueva clase media en expansión defendida en especial por organismos internacionales o think tanks (Kharas, 2017; Libertad y Desarrollo, 2019), estudios académicos plantean que las clases medias son plurales, heterogéneas e inestables desde un punto de vista socioeconómico y que su tamaño oscila significativamente de acuerdo con diversas mediciones e indicadores.
Esto deriva en discusiones acerca de la medición de las clases sociales. En efecto, cuando en las encuestas se pregunta directamente a las personas acerca de su posición de clase, la pregunta clásica presenta como alternativas clase alta, media y baja, a lo que en algunos estudios se añaden dos o tres clases como media-alta, media-baja y clase trabajadora (Andersen, & Curtis, 2012; Hout, 2008). En el primer caso, las personas tienden preferentemente a ubicarse en la clase media por efectos de deseabilidad o por la dificultad de asumir que se encuentra en los extremos, y en el segundo, como tres de cinco categorías son de clase media, en muchos países la autoidentificación con esos estratos supera el 60 o 70%. En resumen, el debate en que se inserta este artículo gira en torno a las formas de medición de las clases o estratos sociales y de autoidentificación a las mismas, así como a la importancia relativa de las dimensiones de ocupación, ingreso y educación, a lo que apunta nuestra interrogante sobre el vínculo entre condiciones socioeconómicas y posición social subjetiva.
Posición social subjetiva en una crisis social y política
Una crisis sociopolítica puede ser entendida como un quiebre que no sólo involucra un cambio de régimen político, sino un proceso en el cual están en juego las relaciones de clase o las estructuras sociales, aunque no produzca resultados revolucionarios (Skocpol, 1997; Tilly, 2000). El estallido social de octubre de 2019 abrió un proceso de ese tipo, que es el contexto en que se desarrolla este estudio. En este trabajo, las representaciones de los individuos acerca de su posición social subjetiva fueron medidas en 2021, con información empírica recogida durante la crisis. Ello permite examinar de qué modo los posicionamientos subjetivos fueron afectados por lo que emergió antes de que declinara ese proceso.
La crisis sociopolítica tuvo una primera fase con el estallido social que duró cinco meses, desde octubre de 2019 hasta marzo de 2020, con un ciclo de violencia e inestabilidad que hizo tambalear las instituciones políticas. El estallido responde a una dinámica de tiempos más largos, luego de un largo ciclo de crecimiento económico de 30 años que se estancó a mediados de los años 2010. Si bien hubo críticas en ese periodo prolongado a la desigual repartición de los frutos del crecimiento y las limitaciones del modelo neoliberal, es sólo con la desaceleración de la economía por la baja del precio del cobre en 2014 (Eyraud, 2015), que las demandas sociales se multiplican, luego de las primeras protestas estudiantiles en 2011. Su dinámica fue cortada por la llegada del coronavirus, que profundizó la crisis en los meses siguientes, hasta inicios de 2022.
A este respecto, una representación intensamente compartida durante el estallido fue que Chile “despertó”, ante lo cual una pregunta pertinente es qué se ve al despertar. Las respuestas en la literatura son múltiples, desde un despertar de la memoria sobre la dictadura de los años 1973-1990, de la injusticia frente a la desigualdad, las dificultades para llegar a fin de mes con un bajo ingreso o la violencia de género en el día a día, entre otros temas levantados durante las protestas. La toma de consciencia de que las cosas se pueden hacer de otra manera se condensa en una liberación emocional (Flam, 2007) y cognitiva (McAdam, 1988), así como una intensa reflexividad en una parte de la población, que implican modificaciones en la representación de las posiciones sociales. En el estallido se desarrollaron emociones sociales compartidas horizontalmente entre las personas, como la reaparición de la palabra “pueblo”, sentimientos de solidaridad e identidad común entre mujeres, así como intensas emociones negativas en particular de rabia hacia la élite política o económica (Somma, 2021; Asún, Rodríguez-Navarro, & Tintaya, 2020). Si bien antes del estallido prevalecía la creencia de que había un escaso cuestionamiento social del orden existente, a partir de las protestas se hizo visible que la aceptación del orden era mayoritariamente cuestionada. Ello deslegitimizó el discurso dominante y habilitó tanto a los individuos como a los actores sociales para expresar sus propias ideas y sentimientos (Puga, 2021). Más aún, se evidenció un acercamiento posicional objetivo y subjetivo entre sectores medios y bajos, lo cual revelaba que estaría en gestación una amplia clase intermedia-inferior (Martuccelli, 2021).
La propia dinámica de una crisis también es relevante respecto del posicionamiento subjetivo en al menos tres aspectos. Por un lado, en una crisis se desmorona lo que antes era obvio y rutinario, de modo que el comportamiento se orienta en forma fluida por nuevos cálculos y, en consecuencia, los individuos tienen una sensación de incertidumbre respecto de su capacidad de interpretar la situación (Dobry, 1988), lo que se puede extender a cómo definir su posición social. En segundo lugar, las crisis introducen incertidumbre sobre los estándares para comparar el valor relativo de los individuos, así como los seres y objetos en general (Boltanski, 2014), lo que puede abarcar también al valor asignado a un tipo de posición social. Finalmente, en los periodos de crisis ocurren transformaciones discursivas que se expresan en el uso de las palabras y en sus significados (Koselleck, 2009), lo que puede ocurrir también en la forma de nombrar las posiciones sociales.
De lo expuesto hasta aquí se desprende la problemática que guía este trabajo en torno a tres preguntas de investigación.
En primer lugar, desde un punto de vista comprensivo, identificamos empíricamente cuáles son las dimensiones consideradas por los individuos para definir su posición social subjetiva. Al asumir que la existencia de criterios compartidos y de comparación con otros se condensa en el nombre atribuido a la posición social subjetiva, es relevante comprender cuáles son las dimensiones principales al nombrar la posición. Entre ellas, puede encontrarse la noción de clase, pero también otros criterios subjetivos. A su vez, se plantea la interrogante de si la importancia relativa de la noción de clase, o bien de otros criterios, se asocia a un sentido de pertenencia a estratos sociales en particular.
En segundo lugar, analizamos en qué medida la crisis sociopolítica ocurrida en Chile provoca un cambio en las formas de definir la posición subjetiva y en qué radica este cambio. Además, en medio del desarrollo de la crisis, indagamos si las personas expresan cierto grado de certeza o incertidumbre al nombrar su posición social subjetiva.
Finalmente, examinamos si existe una asociación entre los principales tipos de posicionamiento social subjetivo y condiciones socioeconómicas de los individuos como condición laboral, ingreso y nivel educacional.
Metodología
Analizamos los datos de una encuesta basada en viñetas. Se trata de un diseño de métodos mixtos, específicamente un diseño convergente que busca combinar resultados de datos cualitativos y cuantitativos para obtener una comprensión más completa de un problema (Creswell, & Clark, 2017). Permite analizar estadísticamente la codificación de preguntas abiertas referidas a viñetas y registradas en audio, simultáneamente con datos socioeconómicos de las personas encuestadas.
Diseño y aplicación de la encuesta
En 2021 aplicamos una encuesta cara-a-cara a una población estadísticamente representativa de tres áreas territoriales en Chile. El muestreo fue probabilístico, con una muestra final de 1 620 individuos de 18 años de edad o más, en tres áreas de residencia del país: la zona Oriente de Santiago (integrada por las comunas más favorecidas de Providencia, Vitacura, Lo Barnechea, Las Condes, Ñuñoa y La Reina), el resto de la metrópoli (las restantes comunas de la capital), y la ciudad intermedia de Puerto Montt (comuna Puerto Montt) en la macrozona sur del país. En cada uno de esos estratos la muestra incluyó 540 individuos y la selección de los casos se realizó aleatoriamente en tres etapas: a nivel de manzana, hogar e individuo.
La distinción de territorios permite establecer con datos estadísticamente válidos si existe un efecto de lugar independiente de otras características socioeconómicas de las personas. La muestra incluye a la ciudad de Santiago y diferencia dos áreas en su interior, pues se trata de una metrópoli segmentada en términos socioeconómicos y de identidades socioespaciales, con una marcada diferencia entre una zona acomodada -la zona Oriente- y el resto de la metrópoli (Fuentes, & Mac-Clure, 2020; Sabatini; Cáceres, & Cerda, 2001). El diseño muestral considera también la relevancia de analizar el peso sociodemográfico y socioeconómico de las ciudades intermedias (Mac-Clure; Barozet, & Maturana, 2014). De acuerdo con lo anterior, la estratificación de la muestra asegura la viabilidad de realizar mediciones estadísticas al distinguir esos tres territorios específicos. Se elaboraron ponderadores post-encuesta para corregir por diseño y post-respuestas, según variables demográficas y procedimientos ad hoc. Todos los resultados estadísticos son ponderados.
La encuesta fue implementada por una empresa especializada y las respuestas de las personas encuestadas fueron registradas en tabletas. Esto permitió incluir preguntas abiertas cuyas respuestas fueron grabadas como audios, las que constituyen el contenido principal de este trabajo. La encuesta se aplicó entre junio y septiembre de 2021, en el contexto de las consecuencias del estallido social y la pandemia de Covid-19 en Chile. Durante los meses en que se aplicó la encuesta, se inauguró la Convención Constitucional el 4 de julio de 2021 y se iniciaron sus deliberaciones para una nueva Constitución. En paralelo, se llevaron a cabo las elecciones primarias de candidatos presidenciales y la primera vuelta de la elección presidencial. Ante la situación sanitaria generada por la pandemia de Covid-19, se establecieron cuarentenas en distintos grados, momentos y comunas, entre ellas confinamientos más prolongados que en otros países. La pandemia hizo necesaria una extensión del periodo de levantamiento de los datos para obtener una adecuada implementación presencial de la encuesta, pues se aplicaron medidas sanitarias y las estrictas restricciones establecidas por la autoridad.
Metodología de definición de la posición subjetiva
Para estudiar la posición social subjetiva de las personas encuestadas, utilizamos cuatro viñetas que fueron presentadas a los encuestados. Describen en un lenguaje claro y realista a personas ficticias de diversos estratos sociales. El uso de viñetas resulta especialmente útil cuando se mide conceptos complejos y multidimensionales como la satisfacción global con la vida, el bienestar económico subjetivo, la acción política, las relaciones de género en el hogar y la clase social, los que se pueden describir mejor mediante ejemplos (Kapteyn; Smith, & van Soest, 2009; King, & Wand, 2007; Ravallion; Himelein, & Beegle, 2016). De este modo, las cuatro viñetas utilizadas representan múltiples dimensiones socioeconómicas y culturales que confluyen en la definición de la posición social de forma acotada, realista y concreta para los encuestados. Además, la referencia a terceras personas descritas en viñetas en lugar de preguntas directas facilita que los encuestados se sientan más dispuestos a abordar situaciones sensibles como las relativas a su posición social (Finch, 1987).
El empleo de viñetas genera resultados distintos a las escalas usualmente aplicadas para medir la pertenencia a estratos o clases sociales mediante preguntas cerradas en encuestas. Esas escalas son normalmente de dos tipos: en primer lugar, las escalas de estatus subjetivo que solicitan a las personas indicar dónde se sitúan en una graduación generalmente de 1 a 10, desde el escalón más bajo al más alto (Castillo; Miranda, & Madero, 2013; Evans, & Kelley, 2004; Forsé, & Parodi, 2011; Lindemann, & Saar, 2014; Lora, & Fajardo, 2013; Poppitz, 2016). El segundo tipo de escala registra la identificación del encuestado entre unas cinco alternativas de clase social (Andersen, & Curtis, 2012; Elbert, & Pérez, 2018; Hout, 2008; Valenzuela et al., 2008). El sesgo de la heterogeneidad de las respuestas a escalas en ambos procedimientos podría producir resultados de significado y comparabilidad inciertos, a diferencia de lo cual el conjunto de las viñetas permite representar de manera concreta diferentes niveles o estratos en una misma escala para todas las personas encuestadas (King, & Wand, 2007; Ravallion; Himelein, & Beegle, 2016). Por ejemplo, en lugar de categorizar como “clase media” a aquellos que se colocan en un rango intermedio de una escala, en este trabajo la identificación social de la persona se establece con base en un marco de referencia común para todas las personas encuestadas, que se describe de modo concreto en las viñetas.
La selección de las viñetas y el orden entre ellas se sustentó en un programa de investigación previo y en los resultados de una encuesta que aplicamos en el año 2016 con viñetas análogas a las que usamos en la presente investigación (Mac-Clure; Barozet; Ayala; Moya, & Valenzuela, 2019; Mac-Clure; Barozet, & Valenzuela, 2022). Esto permitió observar que, en promedio, las personas distinguen cuatro estratos al clasificar al conjunto de la población chilena, a uno de los cuales corresponde cada viñeta: élite económica, estrato medio-alto, estrato medio-bajo y estrato bajo. De este modo, las viñetas empleadas en este trabajo corresponden a una clasificación subjetiva promedio, que no se desprende de un esquema de clasificación externo a los individuos. Ese conjunto de cuatro viñetas representa así un ordenamiento subjetivamente elaborado que permite a la persona encuestada autoidentificarse en el marco relacional descrito en aquellas. Denominamos identificación social a esta autoclasificación en estratos elaborados inductivamente a partir de la encuesta del año 2016.
Ese ordenamiento se tradujo en cuatro personajes, cuyos nombres y apellidos respectivos fueron utilizados como referencia en las preguntas formuladas a los encuestados: José Tomás Undurraga, Felipe Montero, Valeria Carrasco y Rosa Cayún. Estos personajes fueron descritos en las viñetas de la encuesta, que se presentan en la figura 1.
En la conformación del orden social representado en las viñetas, la preeminencia de dos hombres en las viñetas de categoría superior respecto de la situación inferior de dos mujeres en las otras dos, refleja la desigualdad de género ampliamente establecida en la sociedad chilena. De modo análogo, los apellidos de la población perteneciente a pueblos originarios tienden a situarse en conglomerados bajos (Bro, & Mendoza, 2021), lo que se expresa en el apellido de origen indígena de la viñeta de estrato bajo.
Las viñetas presentan una descripción de dimensiones cruciales en la literatura sobre clases sociales, estratos o posiciones sociales, tales como ocupación e ingresos. Esa descripción multidimensional incluyó rasgos salientes o estilizados que fueron discutidos en grupos focales previos realizados antes y después del estallido social de octubre de 2019, entre ellos grupos virtuales durante la pandemia tanto en Santiago como en Puerto Montt. Cada personaje es descrito en una viñeta acompañado por un texto lo más sencillo posible. Agregamos información sobre su situación durante la pandemia, debido al impacto de la crisis sanitaria.
Respecto del procedimiento de aplicación, se desarrolló una secuencia de pasos para definir la posición social subjetiva de los encuestados. Las viñetas fueron mostradas en láminas a los encuestados y se les señaló que esas personas “pertenecen a cuatro grupos distintos en la sociedad chilena”, acerca de las cuales se indicó: “Le voy a solicitar que me diga cómo nombraría al grupo de la sociedad chilena al que pertenece cada una”. Los nombres asignados fueron grabados como audios para su posterior codificación.
Enseguida, la identificación de clase del encuestado se estableció mediante una pregunta sobre a cuál de los personajes se considera más parecido/a. En el análisis de los datos se descartó al personaje de élite económica debido a que sólo nueve personas encuestadas asumieron esa identidad subjetiva, lo que impide hacer análisis estadísticamente significativos. Las respuestas a las preguntas abiertas referidas a la asignación de nombres a las viñetas fueron codificadas en relación con el criterio sustantivo utilizado para nominar la posición social subjetiva, es decir a través del examen del contenido que las personas dan a la definición de la posición, si por ejemplo se refieren a educación, ocupación, clase, etc. Esto implicó examinar en forma iterativa significados emergentes y establecer sistemas de categorías consistentes respecto de esa posición social, así como concordantes con su distribución cuantitativa (Corbin, & Strauss, 1998).
De este modo, se combinaron ambas respuestas, tanto la identificación de la persona con una viñeta, como el nombre asignado al grupo representado en esa viñeta, para obtener el posicionamiento social subjetivo de la persona. Se trata por tanto de un procedimiento indirecto para construir la identificación subjetiva de los encuestados. Es decir, en lugar de utilizar una escala en la que el encuestado selecciona su identificación de estrato o clase para enseguida indagar a qué tipo de nombre se asocia esa autoidentificación, en este trabajo la persona escoge una viñeta representativa de un estrato social con la cual se autoidentifica y se analiza el nombre que el encuestado le asignó. Por medio de este método se puede esperar una mayor variabilidad que con otros procedimientos basados también en preguntas abiertas, como solicitar al encuestado indicar directamente a qué clase social cree que pertenece (Salata, 2015). En síntesis, la metodología aplicada para la definición del tipo de posición subjetiva se esquematiza en la figura 2.
Aunque el método es innovador, tiene algunas limitaciones. En primer lugar, la espontaneidad de las respuestas sólo puede ser entendida en el marco del diseño aplicado, lo cual dificulta la realización de estudios comparativos. En segundo lugar, las respuestas de los individuos encuestados no dan cuenta de todos los aspectos vinculados a la posición subjetiva en la vida cotidiana de los individuos, aunque hayamos ampliado la gama.
Medición del grado de certeza o incertidumbre al definir la posición social
Adicionalmente a la autoidentificación, el tiempo de demora o pausa oral para responder a la pregunta sobre el nombre del grupo de pertenencia proporcionó una aproximación al grado de certeza o incertidumbre al definir la posición social subjetiva, lo que se fundamenta en los enfoques conceptuales y empíricos siguientes. En sociología, Goffman (1981) sostiene que la pausa tiene un doble significado: en primer lugar, corresponde al tiempo que necesita el hablante -el encuestado- para encontrar una palabra que sea entendida sin ambigüedad o incertidumbre sobre el sentido que le quiere dar. En segundo lugar, esa pausa acarrea un significado del hablante dirigido hacia al oyente -quien encuesta-. Butterworth (1992), en su investigación acerca de la producción de discurso, confirma lo anterior al observar empíricamente que la duración de la pausa de iniciación para encontrar una palabra depende del grado en que hay duda o vacilación en la planificación para nombrar un objeto o una idea. Desde un punto de vista lingüístico, la cadena hablada constituye un continuo sonoro que se segmenta en unidades discretas interrumpidas por distintos tipos de pausas, las cuales desempeñan un papel fundamental en la semantización de los contenidos comunicativos, cuando el hablante expresa incertidumbre (Hernández, & Soto-Barba, 2018; Hocket, 1973; Tapia, & Valdivieso, 2000). La pausa puede significar varias cosas: que el individuo no tiene en ese instante la palabra o respuesta que se le pide, que está haciendo un trabajo reflexivo difícil para elaborar lo que se le demanda o que proporciona una señal de inquietudes legítimas acerca de lo que debe completar. En contraste, el individuo no hace pausa cuando tiene seguridad sobre lo que expresa.
El fenómeno de las pausas es abordado en este trabajo a través de la medición del tiempo transcurrido hasta dar una respuesta sobre el nombre de la viñeta. Se observó que la emisión de pausas llenas del tipo “uummm”, “eeehh” que expresan incerteza en la respuesta, se iniciaba normalmente a partir de tres segundos desde el momento en que la encuestadora terminaba de formular la pregunta, de modo que esa misma medida de corte se aplicó a las pausas silenciosas. Así, se estableció que constituyen un indicador de certeza las pausas de cero a menos de tres segundos hasta el instante en que la persona encuestada emite el primer sonido correspondiente al nombre asignado, es decir, respuestas casi instantáneas, mientras que las que duraron tres o más segundos constituyen un indicador de incertidumbre.
Medición de la influencia de condiciones socioeconómicas en la definición de la posición social subjetiva
Por último, medimos estadísticamente la influencia de las condiciones socioeconómicas de los individuos sobre su posición subjetiva, considerando a esta última como variable dependiente. Esta variable es dicotómica, como resultado del proceso metodológico de definición de la posición subjetiva previamente descrito, de modo que toma valor 1 cuando al grupo con el cual se identifican las personas es nominado por ellas mismas como una clase social y 0 cuando es nominado mediante otro atributo.
Sobre la base de lo expuesto en el marco general de este artículo, operacionalizamos como variables independientes tres dimensiones socioeconómicas que caracterizan a las personas: ingresos, nivel educacional y condición laboral. La primera variable refiere a los niveles de ingreso per cápita según quintiles, cuyos rangos corresponden a los quintiles de ingreso autónomo per cápita del hogar de acuerdo con la Encuesta CASEN 2017 -encuesta a hogares realizada por el Ministerio de Desarrollo Social. La variable educación diferencia cuatro categorías, que refieren al máximo nivel educacional alcanzado por el individuo encuestado: menos que secundaria, secundaria, técnica y universitaria. Finalmente, la variable condición laboral se estructura en cuatro grupos: empleador(a) o trabajador(a) por cuenta propia, trabajador(a) remunerado(a), desempleado(a) y fuera de la fuerza de trabajo formal (jubilado/a, tareas no remuneradas en el hogar, estudiante).
Adicionalmente, las estimaciones estadísticas se controlan por las siguientes variables sociodemográficas: sexo, edad en tramos y área de residencia. La pertenencia a un pueblo originario no se consideró como variable de control debido a que la cantidad de casos (9.6%) resulta insuficiente para obtener resultados estadísticamente significativos y el mismo criterio se aplicó respecto de nacionalidades distintas a la chilena (4.9%).
Estas variables nos permitieron formular las siguientes hipótesis basadas en la discusión teórico-conceptual y la literatura previa:
H1a: A mayor nivel de ingreso de las personas, menor probabilidad de identificarse con una clase social.
H1b: A mayor nivel educacional de las personas, menor probabilidad de identificarse con una clase social.
H1c: El ser empleador(a) o trabajador(a) por cuenta propia está asociado a una menor probabilidad de identificarse con una clase social que el ser trabajador(a) remunerado(a).
H2: Al considerar la importancia del mundo del trabajo en la literatura de estratificación social, la condición laboral es la dimensión más influyente en la probabilidad de las personas por identificarse con una clase social.
Para testear estas hipótesis, se aplicaron modelos de regresión logística (Agresti, 2002; Hosmer; Lemeshow, & Sturdivant, 2000), anidados y con la variable dependiente posición social subjetiva. Los modelos contemplan como variables independientes a las tres dimensiones de la posición objetiva descritas anteriormente, así como controles por las características sociodemográficas de los encuestados. La muestra utilizada está compuesta por 1 252 individuos que corresponden a aquellos que presentan información para todas las variables indicadas en esta sección (anexo 1).
Tipo de posición social subjetiva
Ante la pregunta por el nombre del grupo de la sociedad chilena correspondiente al personaje de la viñeta con el que se sentían representados, las respuestas de los entrevistados son heterogéneas. Sólo alrededor de la mitad de los encuestados usan formas de nombrar que se repiten más de 10 veces, mientras que el resto expresa nominaciones a las que recurren menos de 10 individuos. Sin embargo, la categorización de los nombres asignados por los encuestados de acuerdo con el criterio sustantivo al cual hacen referencia muestra pautas comunes que se presentan en la tabla 1.
Subtipo | TIPO | ||
Clase media alta | 3.4% | CLASE | 44.0% |
Clase media | 17.9% | ||
Clase media baja | 7.6% | ||
Clase baja | 15.1% | ||
Atributos personales | 22.5% | OTROS | 56.0% |
Pobres | 10.1% ATRIBUTOS | ||
Ingreso | 8.0% | ||
Ocupacion | 11.0% | ||
Pequeño empresario | 3.1% | ||
Sexo/género | 1.3% | ||
Total | 100.0% |
Fuente: Elaboración propia
A partir de los modos de nombrar las viñetas con las cuales se identifican los encuestados, se observan dos tipos de categorización: un primer tipo corresponde al de quienes hacen uso de una noción de clase o estrato social y un segundo tipo que se refiere a otros atributos. El tamaño del primer conjunto de encuestados, que corresponde a 44%, ha aumentado notoriamente desde la encuesta basada en una metodología similar que aplicamos en el año 2016, cuando quienes nominaban su posición como clase abarcaban sólo a 5% de los encuestados (Mac-Clure; Barozet, & Valenzuela, 2022). Esto significa que la crisis sociopolítica abierta por el estallido social del año 2019 provocó en una parte de los individuos un proceso de cambio cognitivo que perduró al menos hasta el momento de aplicación de la encuesta del 2021. En la nomenclatura utilizada, se distinguen cuatro subtipos de clase social, que en general constituyen expresiones literales que aluden sea a clase o a estrato social, generalmente en un sentido de uso común más que una definición experta. Las denominaciones más frecuentes son las de “clase media” en forma genérica y “clase baja”, seguidas por “clase media baja”, mientras la menos habitual es “clase media alta” en cuyo subtipo se incluye también “clase alta”. Otras formas de denominación que hacen alguna referencia a clase social consisten en expresiones como “gente del pueblo”, “clase trabajadora”, “grupo medio”, “C2 o C3” de la difundida estratificación en estudios de mercado, entre otras nominaciones. El posicionamiento en las clases medias suma 29%, lo que es notoriamente menor al tamaño de esas clases medido en encuestas a través de escalas de autoclasificación en clases sociales o de estatus social subjetivo.
El segundo gran grupo de nombres refiere a características o atributos que no aluden a clases sociales como tales. Este tipo de posicionamiento incluye una amplia gama de nombres, algunos de ellos con sentido denotativo, es decir intencionalmente formal u objetivo y otros expresados de modo connotativo, esto es, evocando significados subjetivos (Barthes, 1990).
En ese segundo conjunto, se encuentra el subtipo más numeroso de posición social subjetiva, correspondiente a los encuestados que apelan a atributos que no son de clase social para nominar su posición, y que incluye a quienes aluden a una cualidad generalmente de connotación positiva. En esta categoría, las expresiones mayoritarias son las asociadas al valor del esfuerzo individual, con la frecuente denominación de “esforzados”, así como “luchadores”, “sacrificados” y “empeñosos”. En menor medida, también se hace referencia al grupo de los “suertudos” o a la inversa a los “menos afortunados” y a quienes no han tenido oportunidades por razones ajenas a su disposición personal. En este subtipo se incluyen también asignaciones de nombre que vinculan el éxito personal con el mérito educacional, por parte de las “personas que lograron estudiar” o la “parte de la población que por medio de sus estudios y de su profesión o su oficio ha logrado sobresalir”. A la inversa, al mencionar la educación, también se refleja la frustración del que estudió una profesión técnica y “creyó que estudiando iba tener mejor calidad de vida”, llegó a ser una “persona rechazada de lo que es porque no trabaja en lo que estudió” o la realidad es que “es harta la diferencia entre el universitario y el técnico”.
Por otro lado, se observa una elevada cantidad de nombres relativos a la pobreza, como “pobres”, “pobreza”, “los más vulnerables”, “marginales” y apelativos similares. Otro grupo numeroso corresponde a quienes hacen referencia a diferencias de ingresos, con nombres del tipo “ingreso bajo” o “muy bajo”, “bajo”, “mediano” o “alto” en un tono denotativo más que connotativo. Esto último se observa en expresiones como “sueldo miserable”, “no gana ni el mínimo”, “a duras penas alcanza para sus gastos”, “mal pagado”, “remuneración que no va acorde con sus estudios”, o bien, por el contrario, el grupo de los “acomodados”.
La ocupación es otro subtipo de posición, que corresponde normalmente a una denominación denotativa, como “trabajadoras de casa particular”, “trabajador(a)” en sentido genérico, “los empleados”, “profesionales”, “ejecutivos”. Un subconjunto específico similar es el de “pequeño empresario”, que incluye también nombres como “empresario”, “emprendedor”, “microempresario”.
Finalmente, entre las personas encuestadas, muy pocas hicieron una referencia relativamente directa al sexo/género al nombrar su posición social subjetiva. Se encuentran expresiones tales como “dueña de casa esforzada”, “típica mujer que representa a la mujer chilena” y “mujer que se merece todo”.
En definitiva, existe una marcada diferencia entre nominar la posición social subjetiva como clase social o bien apelar a otros atributos. Estas formas de definir la posición subjetiva no se asocian unívocamente al estrato social en que se autoclasifican los encuestados de acuerdo con la viñeta a la que se consideran más parecidos, como se aprecia en la figura 3.
Por un lado, como es razonable para una sociedad como la chilena, entre los encuestados la identificación con las viñetas de estrato medio-bajo y bajo es bastante mayor que con el estrato medio-alto. La autoclasificación en el estrato medio-bajo se acentúa entre quienes usan una noción de clase social como criterio para nombrar su posición social y en alguna medida esto ocurre también en los que se identifican con el estrato alto. En cambio, contrariamente a lo que se podría intuir, entre quienes asignan a su posición social un nombre basado en otros atributos, predominan los encuestados que se identifican con la viñeta de estrato bajo. Entre quienes se identifican en el estrato bajo, es más frecuente que se denominen como pobres que como clase baja u otra clase social. Así, de acuerdo con la metodología de este estudio, asumir una posición subjetiva de clase social es más propio de quienes se identifican en los estratos medios que en el estrato bajo.
Por otro lado, también se observa que la sensación de incertidumbre varía según la forma de nombrar su posición social, utilizando como indicador el tiempo de demora o pausa para responder a la pregunta sobre el nombre del grupo con el que se autoidentifica. Esto se observa en la figura 4, donde se distingue entre quienes asumen una posición subjetiva de clase o bien con base en otros atributos.
Una elevada proporción de quienes se nombran como clase social responde de manera casi instantánea, en menos de tres segundos, por ejemplo, los que se denominan clase baja. En contraste, la demora en responder es proporcionalmente mayor entre quienes nombran su posición social con base en otros atributos como el esfuerzo. Pero esa demora para nombrar atributos que no son de clase social, no incluye a quienes se designan como pobres, quienes responden en un tiempo similar al de quienes asumen una posición de clase social. De este modo, la certidumbre para nombrarse como clase social o como pobre, en comparación con la demora para encontrar otro nombre, indica que lo primero requiere un trabajo cognitivo más simple y se trata de una expresión que cuenta con mayor consenso social.
Influencia de condiciones sociodemográficas y socioeconómicas en la posición social subjetiva
Para analizar la influencia de las condiciones socioeconómicas, específicamente las variables independientes ingreso, educación y condición laboral, se estimaron varios modelos anidados de regresión logística con resultados en odd ratios, los cuales mantienen como variable dependiente la identificación subjetiva de clase y algunos de ellos con controles sociodemográficos (anexo 3). El modelo final (M7 en anexo 3) incluye las tres dimensiones de posición objetiva y los controles sociodemográficos simultáneamente, además de resultados estadísticamente significativos en las variables educación y edad.
A partir de dicho modelo, los resultados que se reportan a continuación son las probabilidades predichas de identificación con una clase social para las distintas categorías de las tres variables socioeconómicas, así como sus respectivos intervalos de confianza a un 95%. Como todas las probabilidades, éstas oscilan entre 0% y 100%. Como se construyen con base en las estimaciones del modelo final, son calculadas ajustando el resto de las variables incluidas en sus categorías de referencia correspondientes. Las siguientes figuras presentan las probabilidades predichas de identificarse con una clase, según ingreso, educación y condición laboral entre los individuos encuestados.
La figura 5 ilustra la carencia de efecto de la variable ingreso en las personas encuestadas, al no observarse diferencias significativas entre los diferentes quintiles en sus probabilidades predichas. Si se controla el resto de las variables, la probabilidad de identificarse con una clase social oscila siempre entre el 30% y 60% para los distintos quintiles de ingreso, y se ven siempre superpuestos sus intervalos de confianza. Por ello, se rechaza la hipótesis H1a de que a mayor nivel de ingreso de las personas, es menor la probabilidad de identificarse con una clase social. Ello reafirma lo que se observa en los modelos de regresión que excluyen a las otras dos variables socioeconómicas y muestran un efecto no robusto (anexo 3).
Notas: (1) Intervalos de confianza al 95%. (2) Probabilidades predichas de identificarse con una clase social ajustadas a: Menos que secundaria (Nivel educacional), Empleador(a) o cuenta propia (Condición laboral), Masculino (Sexo), 18-29 años (Edad), Santiago No Oriente (Área geográfica). Fuente: Elaboración propia. Encuesta 2021.
Al contrario, las probabilidades predichas de identificación con una clase social según nivel educacional son estadísticamente diferentes entre sí, como se observa en la figura 6.
Notas: (1) Intervalos de confianza al 95%. (2) Probabilidades predichas de identificarse con una clase social ajustadas a: Quintil 1 (Ingreso), Empleador(a) o cuenta propia (Condición laboral), Masculino (Sexo), 18-29 años (Edad), Santiago No Oriente (Área geográfica). Fuente: Elaboración propia. Encuesta 2021.
Al controlarse por el resto de las variables, poseer un nivel de educación menor que secundaria se asocia a una significativa menor probabilidad de sentirse parte de una clase social, si se compara con tener educación técnica o universitaria completa. En concreto, para un mismo segmento de personas encuestadas, el nivel educacional “Menos que secundaria” alcanza 42% (CI 30% - 55%) de probabilidades de identificación subjetiva de clase, “Secundaria” 61% (CI 50% - 71%), “Técnica” 75% (CI 62% - 85%), al igual que “Universitaria” (CI 62% - 84%). Si bien la educación secundaria no expresa diferencias significativas con el resto de grupos educacionales, la brecha entre el grupo menos instruido (“Menos que secundaria”) y los segmentos más educados (“Técnica” y “Universitaria”) da cuenta del efecto significativo y positivo de la educación sobre la posición subjetiva de clase social, lo que rechaza la hipótesis H1b. En la población estudiada, a medida que es mayor el nivel educacional de las personas, mayor es su probabilidad de definirse como clase social.
Finalmente, un fenómeno similar al observado en relación con el ingreso ocurre respecto de las categorías de condición laboral, de acuerdo con la figura 7.
Notas: (1) Intervalos de confianza al 95%. (2) Probabilidades predichas de identificarse con una clase social ajustadas a: Quintil 1 (Ingreso), Empleador(a) o cuenta propia (Condición laboral), Masculino (Sexo), 18-29 años (Edad), Santiago No Oriente (Área geográfica). Fuente: Elaboración propia. Encuesta 2021.
Todos los intervalos referidos a la condición laboral oscilan en probabilidades entre el 30% y 57% y no expresan diferencias estadísticamente significativas entre sí (figura 7). Se rechaza la hipótesis H1c de que ciertas categorías ocupacionales tienen una menor probabilidad de identificarse con una clase social que el ser trabajador(a) remunerado(a), así como la hipótesis 2 de que la condición laboral es la dimensión con mayor influencia en la probabilidad de que las personas encuestadas se identifiquen con una clase social. Esto contrasta con la marcada influencia de tener un mayor nivel educacional.
Finalmente, respecto al rol de las variables sociodemográficas de control (anexo 3), se evidencia que el sexo y el área geográfica de las personas encuestadas no generan grandes cambios si se considera su falta de significancia estadística, pero la edad incide significativamente en la probabilidad de identificarse como una clase social, lo cual ocurre más acentuadamente entre los más jóvenes.
Conclusión
De acuerdo con este estudio, la pertenencia a un grupo denominado clase social es asumida por cerca de la mitad de las personas encuestadas. Resulta de especial interés que la otra mitad de los individuos encuestados define su posición social subjetiva con base en otros atributos. Este último posicionamiento aporta al debate relacionado con mediciones basadas en escalas subjetivas de estatus o de clases y acerca del tamaño relativo de los distintos grupos que componen la sociedad. En efecto, quienes se identifican en el estrato medio-bajo y expresan una relativa certidumbre al nombrar su posición utilizan frecuentemente una posición social subjetiva de clase social. En cambio, los encuestados que apelan a otros atributos para designar su posición social se autoclasifican preferentemente en el estrato bajo y manifiestan un mayor grado de incertidumbre al posicionarse, lo que en ese grupo confirma la fuerte presencia de posiciones contradictorias de clase. Sin embargo, la incertidumbre es menor entre quienes se nombran como pobres, categoría que se encuentra sólidamente instalada en un plano subjetivo.
Entre las condiciones demográficas y socioeconómicas que influyen en nominar la posición social subjetiva como clase social en lugar de otros atributos, destaca la diferencia entre niveles de educación como condición socioeconómica. En el periodo de la crisis sociopolítica chilena, quienes tienen mayor nivel educacional tienden a asumir una posición subjetiva definida en términos de clase social. La importancia de la educación refiere a factores y procesos cognitivos en la autoidentificación como clase. En medio de la crisis, esta forma de nombrar su posición social en el estrato de mayor nivel educacional también puede interpretarse como una justificación y legitimación de su situación aventajada al conferir a la noción de clase una apariencia de neutralidad como principio “objetivo” o externo de estratificación (Bourdieu, 1998 [1979]).
El uso de la noción de clase social al nombrar la posición subjetiva experimentó un fuerte aumento en comparación con lo observado en la encuesta basada en una metodología similar y aplicada por nuestro equipo en 2016, cuando esa forma de nominarse era mínima. Esto indica que el contexto general tiene influencia en esta manera de nombrar la posición social y se potencia en una crisis sociopolítica como la ocurrida en Chile. La masividad de la evolución experimentada en el modo de definir la posición social subjetiva involucra un cambio en términos de sistemas de ideas colectivas en parte de la población estudiada, más allá de percepciones individuales. La posición social subjetiva no consiste en una identidad fija, sino en un proceso identitario a la vez individual y colectivo, de modo que el peso relativo de las posiciones subjetivas de clase social y las basadas en otros atributos puede no perdurar en el tiempo. Esta dinámica, por lo tanto, puede ser afectada por el futuro desarrollo de la situación del país. Para ampliar el foco de este trabajo, también queda abierta la interrogante de si el hecho de definirse con base en clase o bien otros atributos tiene implicancias sociopolíticas y valóricas.