Introducción: el actual escenario multiparadigmático de la sociología mundial
La creciente autonomía que experimenta el subsistema institucional de las ciencias sociales en relación con los restantes sistemas de la sociedad mundial está generando un proceso de acumulación de paradigmas sociológicos, sin que se pueda precipitar un movimiento de superación paradigmática o de desplazamiento de los paradigmas preexistentes. El reconocimiento de dicha diversidad implica asumir en lo inmediato que un paradigma, cualquiera que sea, ya no puede demandar como condición de existencia aquella situación de plena hegemonía que reclamaba Thomas Kuhn (1962). Siguiendo la polisémica estela kuhniana, aquí entiendo por “paradigma”, en un sentido restringido, un conjunto de soluciones ontológicas, epistemológicas y metodológicas, modelizadas desde un principio de unidad. Aquí lo ontológico aludiría a la forma y a la naturaleza de la realidad y, por lo tanto, a lo que es posible conocer. Por su parte, lo epistemológico podría referirse a la naturaleza de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto que puede ser conocido y, en consecuencia, a la posición que debe asumir el investigador respecto a su objeto de conocimiento. Y, finalmente, el componente metodológico se podría asociar en términos simples al modo en que el investigador puede proceder para hallar el conocimiento de aquella realidad que cree que puede ser conocida (Kuhn, 1962; Masterman, 1970; Guba, 1990; Capra, 1997). Hasta aquí llega la definición de paradigma en sentido restringido, que se ajusta perfectamente a la demarcación que acompaña a todas sus acepciones gravitantes. En su codificación moderna, originaria, tal definición se podría representar sin mayores inconvenientes a partir de la metáfora del “motor científico”. Ahora bien, en un sentido amplio, la noción de paradigma integra desde mi visión otros dos motores: el crítico y el transformativo. El primero se asocia al sustrato normativo del conocimiento y el “motor transformativo” a la búsqueda de un efecto social, de carácter colectivo, en las sociedades históricas. La integración articulada de estos tres componentes reinscriben a la noción de paradigma en las tradiciones intelectuales emancipatorias de la modernidad europea, precipitadas a partir del siglo XIX (Habermas, 1981).
A partir de los aspectos señalados voy a sostener que en la actualidad conviven en la esfera occidental de la sociología al menos cuatro paradigmas: dos modernos y dos posmodernos. Estas diferentes constelaciones van emergiendo a lo largo de la historia en un orden secuencial y geolocalizado relativamente sencillo de identificar. El primero de ellos fue el paradigma moderno céntrico (PMC), desplegado entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX en el centro de Europa. La génesis del PMC se asocia a lo que solemos denominar “sociología clásica”. Marx (2017), Weber (1972) y Durkheim (2013) serían los referentes de esta forma intelectual originaria. En un plano intelectual, el PMC se constituye principalmente como una reacción al idealismo de la filosofía europea de la historia. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial el PMC traslada su polo principal de poder a Estados Unidos y su nuevo referente será Talcott Parsons (1991). El segundo paradigma que emerge en la sociología occidental es el paradigma moderno periférico (PMP). El PMP tiene su epicentro en América Latina en la década del sesenta del siglo XX y se conforma como una reacción constructiva al PMC. El PMP se asocia con lo que se suelen denominar las “corrientes de la dependencia”. Más adelante me detendré en la caracterización de esta segunda constelación moderna. Tanto el PMC como el PMP tienden a reconocer en los planos ontológico y epistemológico que su objeto contempla una relación de determinación recíproca entre las tres instituciones centrales de la modernidad europea: la economía capitalista, el Estado nacional y la ciencia. A la vez ambos integran y fijan una relación de imbricación interna entre los tres motores mencionados: el motor científico, el crítico y el transformativo. La diferencia principal entre el PMC y el PMP residió en la unidad de transformación que definieron para la sociología. Mientras que la unidad de la PMC se restringió a una idea de sociedad nacional noratlántica, luego exportada a partir de un discurso universalista, la unidad de transformación de la PMP contempló el esbozo de una idea de sociedad mundial basada en la diferenciación estructural entre centros y periferias. La definición de esta unidad ampliada por parte de la PMP trastocará radicalmente su visión moderna de la economía, del Estado y de la institución-ciencia.
El primer paradigma posmoderno que se instala en la sociología se edifica a partir de una negación absoluta de los paradigmas modernos. Se trata de un paradigma posmoderno antimoderno (PPA). En su forma dominante, el PPA se despliega a partir de dos corrientes diferenciadas. La primera se activa en la década del setenta del siglo XX en Francia y tiene un núcleo de producción en la filosofía y otro en la sociología. Esta primera corriente del PPA se suele denominar “postestructuralista”. Algunos de los representantes centrales de dicha corriente fueron Alain Touraine (1984), Pierre Bourdieu (1980), JeanFrançois Lyotard (1979) y Michel Foucault (2004). La segunda corriente del PPA comienza a desplegarse a partir de la década del noventa del siglo XX, con uno de sus epicentros en América Latina. Me refiero a la “corriente decolonial”. Algunos autores de referencia de ese impulso sociológico posmoderno en el continente suramericano fueron Aníbal Quijano (2000); Boaventura De Sousa Santos (2018); Enrique Dussel (2002) y Walter Mignolo (2007). Ambas corrientes tienden a cancelar en el plano ontológico y epistemológico el momento positivo de la economía capitalista, el Estado y la ciencia. Adoptan de modo predeterminado visiones anticapitalistas, antiestatales y anticientíficas. Luego ambas corrientes prescinden del motor transformativo de las sociologías modernas y convierten al motor crítico en un fin en sí mismo. La diferencia entre ambas corrientes del PPA es que el postestructuralismo conserva por defecto la idea de sociedad nacional europea de la PMC, mientras que la corriente decolonial la impugna sin proponer otra en su reemplazo. El propósito casi excluyente de esta última es “deconstruir Europa”, su ontología y su epistemología racionalista, para así, con esa simple maniobra intelectual, liberar a los países de la periferia mundial.
Finalmente, es posible identificar un paradigma posmoderno que se viene edificando desde comienzos del siglo XXI a partir de un diálogo crítico con los paradigmas modernos indicados (PMC y PMP) y no en contra de éstos. A falta de una denominación mejor, lo llamaré paradigma posmoderno de base moderno (PPM). Tal constelación se encuentra en una fase embrionaria. El PPM se asocia con algunas expresiones de la llamada “corriente poscolonial”, así como con determinadas fracciones de la “sociología crítica” europea y de los “estudios críticos de la globalización” norteamericanos. A diferencia de los restantes paradigmas, el PPM se viene conformando, en simultáneo, desde múltiples localizaciones de la sociedad mundial. Según mi apreciación, algunos de los autores de referencia que actualmente alimentan el PPM son Göran Therborn (2003), Stephan Lessenich (2016), Julian Go (2006), Dipesh Chakrabarty (2007), Manuela Boatcă (2015) y José Mauricio Domingues (2012). El PPM es posmoderno en la medida en que pretende transitar desde las ideas de sociedad del PMC -principalmente- y del PMP hacia nuevas visiones de la sociedad mundial y del cambio social mundial, más ajustadas a los procesos actuales de transformación social. De tal modo, el PPM se opone principalmente al PPA y al PMC. Se trata de una constelación posmoderna en tanto rechaza el nacionalismo restrictivo de las visiones sociológicas norcéntricas, y por lo tanto denuncia la falsedad de su envoltorio universalista.1 Es posmoderna, también, en la medida en que busca recomponer en nuevos términos la unidad real entre las sociedades históricas y los sistemas naturales. En cambio, al PPM se lo puede considerar moderno desde el momento que estructura su objeto a partir del reconocimiento de la relación de determinación recíproca entre la economía capitalista, el Estado y la ciencia. Y junto a ello se trataría de un paradigma de base moderno en la medida en que, mayoritariamente, se propone recuperar un funcionamiento trimotor para la sociología, reenlazando un motor científico, un motor crítico y un motor transformativo. De tal modo, lo que las diferentes corrientes modernas traen de vuelta al PPM es una identidad, un proyecto científico y una preocupación concreta por el cambio estructural y por el desarrollo material de las sociedades.
Tal como señalé arriba, en este texto buscaré avanzar en la consolidación del PPM. La presentación de los procesos rectores de cambio social que precipitan la necesidad de avanzar en la consolidación del PPM excede el marco de este artículo. De aquí en adelante presentaré la estructura general, así como los diferentes dispositivos y principios que componen el “paradigma mundialista”, que es el nombre que lleva mi propuesta.
2. El paradigma mundialista
El paradigma mundialista (PM) propone recrear una concepción de la sociología entendida como una fuerza sociocientífica localizada y multilocalizada, orientada a la transformación de la sociedad mundial. Esta definición interioriza en nuevos términos los clásicos imperativos de producción de efectos societales de las vertientes emancipatorias de los paradigmas moderno céntrico y moderno periférico (PMC y PMP). Para llevar a cabo tal propósito, el PM demanda la recreación de un dispositivo científico, uno crítico y un dispositivo político (Torres, 2020; 2021a; 2021b).
2.1. El dispositivo científico
El dispositivo científico del PM se despliega a partir de la dialéctica entre un principio de mundialización, un principio de localización y un principio de historización. Este movimiento triádico, de propensión materialista, sienta las bases para la emergencia de nuevas teorías de la sociedad mundial, así como de nuevas teorías del cambio social mundial. Se trata de tres principios generales que definen el marco general a partir del cual se resuelve una nueva idea de ciencia centrada en la explicación social. En tal sentido, el movimiento concatenado e indivisible de los tres principios no representa la totalidad del dispositivo científico sino el marco a partir del cual sus diferentes elementos se pueden ir creando y reprocesando. Si la articulación de los principios de mundialización y de localización permite delimitar en primera instancia una idea abstracta y sincrónica de sociedad mundial, el principio de historización hace lo propio con una idea de cambio social mundial centrada en las primeras. La aplicación del primer y del segundo principio provoca una novedad científica en la sociología y en las ciencias sociales. El principio de historización como tal es menos original, en la medida en que se asemeja a una resolución clásica y luego einsteniana de la temporalidad total (Einstein, 1967), pero al reprocesarse al interior del movimiento dialéctico mencionado se convierte en una pieza igualmente creativa. Las teorías de la sociedad mundial y de su transformación, en la medida en que atiendan a dicho movimiento dialéctico, y en la medida en que se abran al registro de las perspectivas teóricas de la sociedad mundial producidas en las restantes localizaciones del planeta, podrían aspirar a construir una verdadera síntesis explicativa de carácter mundial sobre la forma y el movimiento de las sociedades, de los individuos y de las ideas. A partir de aquí me ocuparé de introducir los tres principios que componen la dialéctica del PM.
2.1.1. El principio de mundialización
El principio de mundialización parte de suponer que desde mediados del siglo XX el sustrato primero de la sociedad es mundial y no nacional. No se trata de una premisa metahistórica sino de una abstracción sujeta a un registro históricamente situado. Dicho supuesto contiene una premisa revolucionaria en la medida en que invierte la ecuación espacial nuclear de los paradigmas modernos (PMC/PMP) y posmoderno antimoderno (PPA). Estos últimos consideran que el sustrato primero de la sociedad es nacional. Para el principio mundialista, las sociedades nacionales -retraducidas como esferas nacionales- son en primera instancia el fenómeno y la esencia de una sociedad mundial. A modo de ejemplo, América Latina, en tanto esfera regional, sería en primera instancia la concreción fenoménica y esencial, a la vez singular y periférica, de una sociedad mundial. El hecho de reconocer que el sustrato primero de la sociedad es mundial implica asumir que la materialidad de las ciencias sociales también lo es. Dicha constatación abre un punto de observación determinante. A partir de este registro ampliado es posible apreciar la evolución de la sociología en el siglo XX como un movimiento multilocalizado que integra al conjunto de las corrientes sociológicas de la sociedad mundial, incluidos los impulsos creativos que se proyectan desde la periferia mundial. Para el caso de América Latina, la aplicación del principio de mundialización al campo de la sociología permite observar cómo desde la década del sesenta del siglo XX la sociología latinoamericana dejó de ser “lo Otro” de la sociología, o su simple reproducción alienada, para convertirse en una corriente activa y expansiva de la sociología mundial (Fals Borda, & Mora Osejo, 2003; Torres, & Borrastero, 2020).
El principio mundialista permite esbozar una idea de sociedad mundial concebida como una unidad superior realizada a partir de la interacción de tres planos sistémicos: i) el de la relación entre esferas nacionales, regionales y globales -concebidas como esferas inseparables e irreductibles-; ii) el de la relación centro/periferia; iii) el de la relación entre lo moderno y lo no-moderno. Me detendré muy brevemente en cada una de estas dimensiones.
Desde la perspectiva que esbozo la sociedad mundial se define como un entramado de orden superior que diferencia, integra y relaciona de modo asimétrico el conjunto de las esferas sociales nacionales, regionales y globales. La esfera de referencia en primera instancia de la sociedad mundial es la sociedad nacional, la cual bajo ninguna condición ni circunstancia se desliga de las dos restantes esferas señaladas. Ahora bien, la esfera nacional como esfera primera e irreductible se considera la unidad menor de la forma multiesfera, pero de ningún modo se trataría de una entidad homogénea. Cada esfera nacional está igualmente compuesta por diferentes impulsos y subesferas, al punto tal que los antagonismos inmediatos que determinan la conducta de los actores sociales pueden concentrarse en el interior de una esfera nacional. Éste podría ser el caso, por ejemplo, de la fuerza de determinación social que encierra el problema histórico del federalismo en la República Argentina, con relación al cual se dirimen desde hace más de dos siglos las batallas de apropiación entre la Capital Federal, la Provincia de Buenos Aires y los restantes bloques de poder provinciales.
La sociedad mundial, en tanto síntesis unitaria de la interacción entre esferas nacionales, regionales y globales, se va conformando a partir de relaciones de diferenciación centro/periferia. Es probable que dicha ecuación resulte el principio de asimetría relacional más determinante de la sociedad mundial en la actualidad. El peso que adquiere esta relación de desigualdad estructural se puede constatar en el desenvolvimiento del vínculo entre las diferentes esferas mencionadas, así como en el movimiento interno de cada una de ellas. En cualquier caso, las relaciones centro/periferia de mayor gravitación son las que atañen al vínculo estructural entre esferas nacionales, así como entre esferas regionales. A lo largo del siglo XX es posible reconocer la progresión de tres corrientes intelectuales que edificaron sus visiones de la sociedad y del cambio social tomando como base el vínculo centro/periferia: la de los sistemas mundiales (CSM), la corriente autonomista (CAU) y la corriente marxista de la dependencia (CMD). Los referentes de la CSM fueron André Gunder Frank (1966), Immanuel Wallerstein (2004), Giovanni Arrighi (1998) y Samir Amin (1985), los principales exponentes de la CAU fueron Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979), Darcy Ribeiro (1968), Raúl Prebisch (1976) y Celso Furtado (1964), mientras que los autores principales de la CMD fueron Ruy Mauro Marini (1973), Theotonio dos Santos (1972), Vania Bambirra (1974) y Agustín Cuevas (1976). Dos de las tres corrientes mencionadas tuvieron su epicentro productivo en América Latina en las décadas del sesenta y setenta del siglo XX (aunque continúan activas en menor grado). Tales agrupamientos intelectuales se despliegan a partir del rechazo a las teorías de la modernización del PMC, así como a partir de un diálogo crítico con la tradición marxista. Junto a ello, en el caso de la CHD, cobra centralidad la apropiación de la sociología de Max Weber y de la teoría económica de Keynes. Desde el PM se parte del supuesto que la relación centro/ periferia, tal como fue teorizada por las corrientes CSM y CAU, no ha sido superada científicamente hasta hoy. En el caso de la CAU, su relegamiento a partir de la década del ochenta del siglo XX fue producto de un efecto de destrucción política y no de un movimiento de superación científica. Desde que la ecuación centro/periferia desapareció del mapa de la sociología nadie ha logrado demostrar que la dinámica desigual y combinada que sugiere dicho dualismo no opera de un modo determinante en la conformación de los procesos de cambio social regional y mundial (Milanovic, 2016). Es justamente por ello que el PM se ocupa de recuperar y de renovar de modo sustantivo el reconocimiento de la relación entre los centros y las periferias.
La sociedad mundial es un entramado de esferas sociales, que se constituyen a partir de relaciones centro/periferia, y que va conformando un mundo a la vez moderno y no-moderno. La modernidad como fuerza societal, que nace y se expande desde Europa, y que europeiza buena parte del planeta (Hobsbawm, 1991; Bury, 2014), en su momento de mayor poderío no llega a penetrar las tres cuartas partes del hemisferio occidental del mundo. Contra el paradigma moderno no se puede suponer que el devenir y el porvenir de las diferentes esferas de la sociedad mundial estén determinados por un flujo expansivo prácticamente ilimitado de lo moderno sobre lo no moderno y de los centros sobre la periferia, ya sea a partir del despliegue de trayectorias evolutivas lineales o no lineales. Desde los primeros tiempos de penetración global de la modernidad europea hasta hoy se puede comprobar que la sociedad mundial es moderna pero no sólo moderna. América Latina es a la vez moderna y no moderna, y el inmenso mundo oriental, que hoy se proyecta sobre Occidente con epicentro en China, es antes no moderno que moderno, pero también esto último en alguna medida (Dirlyk, 2002). Incluso el centro de la Europa actual es crecientemente no moderno en su composición demográfica, producto del incremento de la inmigración extrarregional. Lo cierto es que ninguno de los tres tipos de esferas de la sociedad mundial es exclusivamente moderno en la actualidad, sea cual sea la localización involucrada en primera instancia. De tal modo, la sociología tampoco puede ser sólo moderna. Y menos aún puede serlo la sociología de la periferia mundial, que logró afirmarse como una corriente auténtica a partir de enfrentar el marco civilizatorio centrado en los antiguos y nuevos parámetros expansivos noratlánticos (Quijano, 2000; Bhambra, 2007; Go, 2016; Bringel & Domingues, 2017). Y cuando aquí insinúo la necesidad de superar los parámetros modernos no dejo de reconocer que esa propalación nórdica, más allá de la pesada división céntrica del trabajo intelectual que promueve, fue igualmente portadora de un proyecto de emancipación humana imaginada para el conjunto de la sociedad mundial (Quijano, & Wallerstein, 1992; Habermas, 1981). Sin los ejercicios individuales y los experimentos colectivos de apropiación del patrón moderno hubiera sido imposible el despliegue del paradigma moderno periférico (PMP) en América Latina y en el conjunto del Sur mundial. En cualquier caso, la relación con los paradigmas modernos no es sencilla de resolver.
El desarrollo de un principio de mundialización, en los términos esbozados en este trabajo, trae aparejado una serie de consecuencias teóricas de profundo calado, que sacuden en su raíz al paradigma moderno céntrico (PMC), al mismo tiempo que identifican nuevos límites con relación al PMP. A modo de ejemplo, observado desde el PM, al momento de conceptualizar la actual realidad económica general no existiría algo parecido a un único sistema capitalista homogéneo y globalizado. Lo que prolifera más bien es un sistema intercapital compuesto por diferentes dinámicas de sujeción multiesferas entre capitalismos céntricos y periféricos en la sociedad mundial (Torres, 2022).
2.1.2. El principio de localización
El segundo principio exige reconocer que la localización es el punto de referencia de la sociedad mundial. Para el PM, la sociedad mundial es una formación social desigual, simultáneamente localizada y multilocalizada. Cada punto de localización en la sociedad mundial es una condensación singular, directa e indirecta, de la interacción asimétrica entre las tres esferas mencionadas. Contra la idea masificada de objetividad de la ciencia social moderna, de inclinación aplanadora y homogeneizante, el PM parte del supuesto que tanto el punto más abstracto de la teoría sociológica como el registro más acabado y convincente del “ahí afuera” de la física social, siempre se abren al mundo desde una localización determinada y determinante de la sociedad mundial. El reconocimiento de tal principio no anula la probabilidad de descubrir regularidades universales, pero sí reduce al mínimo la probabilidad de que las relaciones y los procesos estructurales puedan asumir modalidades idénticas en diferentes localizaciones. Este presupuesto habita en un estado larvado en el PMP, con la diferencia de que para esta constelación periférica la localización siempre era moderna, crecientemente moderna o bien tenía a la modernidad nórdica, ya reprocesada, como su horizonte de realización (Cardoso, & Faletto, 1979; Prebisch, 1976). Y tal premisa moderna, aun moldeada por las apropiaciones autonomistas de la periferia mundial, es una negación parcial del principio de localización del PM. Si el PMP fue proclive a reconocer que el planeta social se desenvolvía a partir de una doble ambivalencia de la modernidad (apropiaciones pública/privada; centro/periferia), rompiendo así con buena parte de los preceptos del PMC, el paradigma mundialista tiende a identificar, en un registro más ampliado, la progresión de una doble ambivalencia de la sociedad mundial. Tal ambivalencia se estructura a partir de los mismos dualismos indicados, pero el par de apropiaciones y el vínculo centro/periferia no están restringidos a los arreglos sociales modernos o a los territorios tradicionales “en vías de modernización”. Ni las posiciones céntricas de la sociedad mundial, ni las periféricas, son necesariamente localizaciones modernas o en vías de transformarse en ellas.
A diferencia de las visiones globalistas dominantes de la sociología contemporánea, que promueven algún tipo de dualismo local/global (cfr. Castells, 1996; Giddens, 1990; Beck, 2000), el principio de mundialización del PM ofrece una visión integrada que reconoce a la localización como el punto de referencia de la sociedad mundial. Una localización no se relaciona en primera instancia con la llamada “globalización” sino más bien con un plexo de otras localizaciones que conforman de modo variable la sociedad global de una determinada localización. De tal modo, la globalización como forma no sería toda aquella parte de la sociedad ni de la economía mundial que no es local, sino la esfera más extendida que se abre desde una localización específica. Dichas premisas constitutivas del PM nos permiten observar, por ejemplo, que la sociedad global de Alemania definitivamente no es la misma que las de Argentina, México, Estados Unidos o China. Más acertado es suponer que todas ellas, a partir de las interacciones que mantienen entre sí, crean una multilocalización concreta que conforma la sociedad mundial. La sociedad mundial se realiza en todos los casos desde una localización determinada y determinante, del mismo modo que cada localización reconoce a la sociedad mundial como su sustrato material primero. La localización es completamente irreductible. No existe un solo arreglo espacio-temporal en la sociedad mundial que no esté a la vez localizado y multilocalizado (cfr. Augé, 1995). La dialéctica entre el principio de localización y el de mundialización permite expandir el movimiento de identificación, reconocimiento y conocimiento de cada esfera de la sociedad mundial y de las imbricaciones diferenciales existentes entre lo nacional, lo regional y lo global en las entrañas de una sociedad mundial sin posibilidad material de sustraerse de sus localizaciones. A partir de los argumentos expuestos se hace evidente que tal principio de localización se distancia de una apreciación “localista”, la cual por defecto se desconecta en términos causales del movimiento de mundialización.
El principio de localización permite diferenciar dos momentos de mundialización para la nueva sociología: el primero es el de una teoría localizada de la sociedad mundial y el segundo el de una visión mundial o multilocalizada de esa misma formación social. Observado desde el PM, se trataría de dos momentos consecutivos. El momento primero, localizado, se encuentra en proceso de realización, mientras que el segundo es en la actualidad el horizonte de expectativas de progresión del primero. Aquí entiendo por “teoría” un modelo sistemático y por “visión” una recreación intelectual más o menos unificada, y más o menos delimitada. Al distinguir los dos momentos propongo diferenciar entre ambas, teoría y visión, por el simple hecho de que resultan bastante remotas las posibilidades de construir en un futuro próximo una teoría mundial de la sociedad mundial. Veamos a qué me refiero con cada uno de dichos momentos.
La primera premisa relacionada con el momento inicial que señalé es que todo individuo y todo conocimiento social están localizados, ya sea en un punto o en una sucesión de puntos (Hanafi, 2019). Ello implica que toda teoría de la sociedad mundial también lo está (Connell, 2007; 2010). Como es evidente, no se trata del reconocimiento de cualquier localización sino de una localización que se resuelve en una dialéctica con el principio de mundialización comentado y con el principio de historización que desarrollaré más adelante. El hecho de reconocer que la localización es una entidad activa no conlleva asumir un “contextualismo” (Koselleck, & Gadamer, 1987), esto es, un determinismo de las ubicaciones con relación a la identidad, el contenido y la forma que adquiere una visión sociológica. Pero sí implica reconocer que la localización ejerce una incidencia irreductible en la sociología y, con ello, que es imposible la deslocalización de cualquier sociología y teoría social. De este modo, por ejemplo, es imposible deslocalizar a Marx y a su teoría del cambio social. A la hora de pensar como apropiarse de su obra hay que partir del hecho de que el dispositivo teórico del sociólogo alemán no fue creado desde un país de la periferia mundial ni en primera instancia para dicho país y su esfera regional. Tal evidencia anula la posibilidad de reproducir los mecanismos de explicación del cambio social siguiendo las secuencias espacio-temporales sugeridas por Marx, por más multidireccionales que finalmente resulten. Su teoría de la sociedad mundial es objetivamente una teoría europea -alemana e inglesa- de la sociedad global, del mismo modo que la teoría de Raúl Prebisch es una teoría argentino-latinoamericana del capitalismo periférico (Prebisch, 1976). La marca de la localización, al igual que la incidencia de la subjetividad del/a sociólogo/a al momento de formular una premisa general, es un hecho completamente inerradicable, a la vez que una condición para la acción social y política. De tal modo, el PM permite constatar que las especulaciones universalistas -aún las más distanciadas- siempre están en algún grado localizadas, y que necesariamente deben serlo para ofrecer una explicación de los procesos de cambio social lo suficientemente veraz como para aspirar a modificar la realidad social.
El principio de localización del PM distingue también entre una localización mundialista y una localización restrictiva. Como es de suponer, la primera es aquella que se rige por un principio de mundialización, mientras que la localización restringida adopta en el paradigma moderno céntrico un principio nacionalista en los planos epistémico, metodológico y teórico. En la sociología moderna céntrica el principio nacionalista opera a partir de un supuesto de autodeterminación de lo propio-nacional, y de su posterior exportación en nombre de una determinada parametrización universal. Visto desde el PM, el PMC de la sociología, salvando algunas raras excepciones, se realiza a partir de una localización restrictiva. En sintonía con Wallerstein (2006), entiendo tal inscripción restringida como una opción fallida en el plano científico, aunque muchas veces efectiva como discurso de poder.
En cuanto a la visión mundial de la sociedad mundial, la premisa de partida podría ser la siguiente: del mismo modo que una sociedad mundial no es producto de una sola localización, una visión acabada de la sociedad mundial y del cambio social mundial tampoco lo puede ser. Aquella visión de la sociedad mundial que necesitamos construir demanda el conocimiento emergente del plexo total de las localizaciones intervinientes, balanceando el punto de vista propio sobre dicha totalidad diferenciada con el punto de vista de cada localización ajena.2 El despliegue de dicha práctica transcultural exigiría la activación del clásico ejercicio antropológico de intentar “ponerse en el lugar del/a Otro/a” (Geertz, 1973). Desde el supuesto preliminar mencionado, lo mundial no se terminaría de conquistar a partir de reunir todos los conocimientos existentes, sino a partir de la creación de un escenario novedoso de diálogo planetario, capaz de producir nuevas síntesis que contemple las visiones mundiales que se deberían producir y proyectar desde cada punto de localización histórica. Creo que esta premisa dialoguista es contemplada por Göran Therborn y por Stephan Lessenich cuando reconocen que asumir un enfoque global de los fenómenos sociales implica centrarse en la intercomunicación global (Therborn, 2003; Lessenich, 2016). Así, el modo de arribar a una visión mundial de la sociedad mundial es a partir de un esquema de intercambiabilidad de puntos de vista. No se trata de un constructivismo plano, horizontalizador en sus puntos de partida, pero sí igualitarista en sus puntos de llegada. Es más bien un momento constructivista que opera con relación al principio de mundialización señalado, y que por lo tanto reconoce, entre otros aspectos, las fuerzas de determinación operantes en las relaciones entre los centros y las periferias mundiales. Tal constructivismo es anti relativista en la medida en que se configura a partir de una nueva premisa materialista a la vez mundial y localizada. De este modo, lo que pone en marcha la dialéctica de la mundialización y la localización es la necesidad de conquistar una visión multilocalizada y multilocalizadora de la sociedad mundial.
2.1.3. El principio de historización
Desde el PM, la dialéctica de la mundialización y de la localización recién se puede activar a partir de la integración de un tercer principio: el de la historización. Este vector indica en primera instancia que la mundialización social es un entramado de procesos históricos localizados y multilocalizados. Toda sociedad mundial es histórica, del mismo modo que toda localización lo es. Junto a ello, toda sociedad mundial es multihistórica, desde el momento que es multilocalizada. La multilocalización exige necesariamente un registro de multihistorización, el cual no equivale a una visión multilineal de la historia, tal como la que Anderson le adjudica a Marx (Anderson, 2016). Esta última da cuenta de la representación, desde una única localización, de varios cursos evolutivos en la sociedad mundial, asumiendo además que cada curso evolutivo singular es de carácter lineal. Tal como señalé, la multihistorización del PM no se ajusta a una única localización y no necesariamente adquiere la forma de una agregación de cursos evolutivos lineales. Visto desde este paradigma, cada localización también puede expresar dinámicas de progresión no lineales. Junto a ello, en continuidad con las visiones clásicas y con la propuesta braudeliana, el principio de historización integra una temporalidad total, en la cual se engarza en una flecha multisecuencial los tiempos presentes, pasados y futuros, a la vez que los tiempos sociales, subjetivos y biológico-naturales.
De tal modo, el principio de historización es un momento de la dialéctica mencionada de tres componentes, que permitiría avanzar en la explicación del cambio social, y con ello ampliar las posibilidades de incidir sobre dicho proceso. Al igual que sucede con todas las nociones de temporalidad total ligadas a un dispositivo político con pretensión de transformación estructural, el principio de historización del PM se centra en primera instancia en la tensión entre el presente y el futuro. Tanto Braudel como Marx solían insistir en dos ideas hoy relegadas: es el futuro el que nos permite comprender el presente, y luego es la crítica del presente la que abre la posibilidad de conocer el pasado (Braudel, 1958; Marx, 2017). Si el nuevo dispositivo científico del PM apunta a la revalorización del tiempo futuro es precisamente porque se trata del tiempo políticamente más relevante. De tal modo, no habrá oportunidades para recrear un tiempo social futuro en la sociología sin la reactivación de un núcleo científico y proyectivo que intente apropiarse de una historicidad total (pasado-presente-futuro), del mismo modo que resulta imposible activar el dispositivo político del PM sin el registro de las ecuaciones de fuerzas sociales que se hacen presentes desde cada localización histórica, constriñendo y habilitando el movimiento general del juego de apropiación en las diferentes esferas sociales.
El principio de historización, al constituirse a partir de un vínculo de imbricación interna con los principios de mundialización y de localización, invalida la posibilidad de recrear las dos variedades de historización moderna dominantes: las llamadas “historias nacionales” y las “historias universales”. Ambos tipos se encuentran configurados por un nacionalismo epistémico y metodológico, y definen su objeto y sus conceptos estructurales a partir de un principio metodológico de autodeterminación nacional. Podríamos imaginar tal par de aproximaciones modernas como dos caras de la misma moneda. La diferencia central radica en que para las historias nacionales el nacionalismo opera a partir de una lógica autárquica de demarcación, mientras que en las historias globales adquiere explícitamente o por defecto una forma colonialista o imperialista. Tanto las historias modernas nacionales como las universales que se desprendieron del PMC fijaron una nítida separación entre lo europeo y lo extra-europeo, al mismo tiempo que alimentaron una re-exotización del espacio y el tiempo “externo” (Osterhammel, 2015). Con el propósito de defender la lógica separatista del PMC, algunos autores argumentan que el dispositivo moderno asumió una modalidad autorreferencial por falta de estudios históricos disponibles sobre el mundo no europeo (Zedelmaier, 2012). La operación de externalización que anida en ambas modalidades de historiografía moderna permitió alimentar el supuesto de que el mundo extra-europeo, antes que un mundo desconocido, era una galaxia subhistórica, prehistórica o directamente “sin historia” (Von Ranke, 2011; Osterhammel, 2000; Tromp, 1979). El principio de historización del PM parte de la premisa de que toda historia nacional es simultáneamente una historia de la sociedad mundial, y a la vez toda historia mundial es una historia localizada y multilocalizada, recreada de una forma única en cada punto vivo de la sociedad mundial. En los últimos años algunos historiadores -no sociólogos- han avanzado sobre una visión similar, sugiriendo que la historia mundial debe concebirse a partir de una idea de interconexión entre localizaciones (Fillafer, 2017; Bulbeck, 1998).
El principio de localización es una vacuna contra la deshistorización de las sociedades y de la sociología, principalmente de los enclaves periféricos. Por su parte, el principio de mundialización ofrece, entre otras ventajas analíticas, las herramientas para explicar los diferenciales de deshistorización existentes entre las esferas nacionales periferias y céntricas de la sociedad mundial. A mayor composición periférica de las esferas nacionales y de la sociología en la sociedad mundial, mayores son sus manifestaciones de deshistorización. Y la pérdida recurrente de conexión con el tiempo total, y en particular con el tiempo pasado localizado, se produce porque los discursos históricos y restrictivos de los centros logran penetrar y barrer los registros de historización de las periferias mundiales (Connell, 2006). De ese modo, como podemos corroborar, la dialéctica de la mundialización, la localización y la historización tienen por primera tarea expandir la racionalidad y la conciencia histórica en vez de achicarlas.
El principio de historización del PM no suscribe a todas las críticas volcadas contra la “historia moderna universal”. Una de las críticas que desestima es la que busca invalidar la posibilidad de previsualizar direcciones futuras de cambio de las sociedades. Las impugnaciones a esta función prospectiva suele adquirir ribetes caricaturescos, en tanto le adjudica a la historia moderna universal como un todo la reafirmación de leyes de progresión causal “invariables” y “eternas”, de orden “natural”, así como a una idea evolutiva de predestinación providencial (cfr. Pocock, 1962; Fasolt, 2004). El principio de historización hereda de la razón sociológica clásica la pretensión de controlar analíticamente el futuro inmediato, mediato y remoto, así como de incidir en su direccionamiento. Pero el modo en que actualiza tal pretensión trascendental es a partir de una lógica localizada y multilocalizada, abriendo un campo de observación ampliado en el cual el futuro de una determinada localización pasa a depender estructuralmente del futuro de otras en la sociedad mundial, enlazadas causalmente con la primera.
2.2. El dispositivo crítico
El dispositivo crítico del PM es una fuerza que atraviesa como una flecha los tres dispositivos que componen este nuevo paradigma, definiendo tres engranajes que en su realidad operativa son dinamizados por el dispositivo científico. Denomino a esos engranajes lo crítico I (científico), la crítica (justicia/injusticia social) y lo crítico II (político). El dispositivo crítico como un todo es el que indica de forma más sensible cómo se procesa la relación entre la objetividad y la toma de partido, y por lo tanto el que indica si hay algún tipo de primacía del engranaje científico o del engranaje político en la construcción de la crítica. En la idea de crítica del PM se puede observar, como en ningún otro elemento, las huellas de la pugna entre los dos engranajes mencionados (lo crítico I y II). Si el motor de la crítica remite a una asunción normativa y a un rechazo moral más o menos indignado respecto a una situación de injusticia social, los dos momentos de lo crítico (I y II) se asocian a dos parámetros de relevancia.
Lo crítico I es el engranaje que apunta al reconocimiento de los aspectos claves que hay que conocer para ofrecer una explicación plausible de los procesos de cambio social mundial. Si la crítica en las ciencias sociales ha devenido relativamente inocua es porque en primera instancia dejó de atender a lo crítico I de la práctica teórica y sociológica. La crítica, por su parte, asume un colectivismo de nuevo cuño centrado en un parámetro de justicia social, siempre proyectado desde una determinada localización de la sociedad mundial hacia las restantes. En un plano intelectual, la crítica del PM pone en cuestión los núcleos ideológicos centrales de los paradigmas posmoderno antimoderno (PPA) y moderno céntrico (PMC). En primer lugar, se fundamenta en una crítica al liberalismo. La crítica postula una primacía de lo colectivo sobre lo individual, sin desconocer el avance de los procesos de individuación social, el peso normativo de los derechos individuales, así como las múltiples búsquedas de autonomía individual. En segundo lugar, el PM invita a revisar las nociones de justicia y de igualdad del PMC, centradas en su mayoría en una ecuación intranacional. A diferencia del paradigma moderno originario, el PM se orienta por un parámetro de justicia mundial que contempla, desde una apreciación conjuntista y sin jerarquizaciones predeterminadas, las injusticias entre individuos, estratos de clases, países y regiones (Tan, 2004; Collste, 2015; Della Porta, 2007). La crítica se define a partir de un ideario de justicia social desde el momento que tal constelación normativa se ha convertido, en toda su variedad semántica, en el horizonte normativo rector de la sociedad mundial. En cualquier caso, al igual que sucede con el impulso autonomista del PMP, la visión posmoderna del PM invita a tomarse en serio la necesidad de reducir las desigualdades estructurales de larga duración entre los centros y las periferias de la sociedad mundial.
Finalmente, lo crítico II se refiere a los aspectos claves que hay que conocer sobre el adversario, así como a los movimientos claves que hay que ejecutar para superar al primero y para intervenir exitosamente en los procesos sociales que están siendo explicados y luego parcialmente impugnados por la crítica. Los tres momentos señalados (la crítica, lo crítico I y lo crítico II) forman el concepto general de crítica del PM. Y es precisamente a partir de dicha forma triádica e inestable que se debería interpretar la afirmación de que este paradigma contempla una “teoría crítica”. Si el engranaje fundante de la crítica es moral, la crítica concreta como un todo, que se desenvuelve como una crítica sociológica, es una fuerza a la vez localizada y multilocalizada de base científica y con una orientación política. El movimiento de la crítica del PM se eleva a partir de un espiral de vigilancia permanente de cada uno de los engranajes respecto a los demás. El hecho de que la crítica del PM tenga un engranaje político (lo crítico II), esto es, que tenga pretensiones efectivas de cambio social, exige concebir la crítica sin perder de vista la necesidad de superar al adversario en el juego social de apropiación en el que cada actor se encuentra inmerso más allá de su voluntad.
2.3. El dispositivo político
El dispositivo político del paradigma mundialista se activa a partir de una voluntad de transformación de las esferas de la sociedad mundial -en dirección a la realización de una mayor justicia social- y luego se concreta a partir de políticas localizadas y multi-localizadas de cambio social mundial. En concordancia con el dispositivo crítico, este engranaje es portador de un nuevo colectivismo que no prescinde de una política del individuo pero que la reprocesa al interior de una idea de comunidad y de sociedad. Uno de los supuestos que asume el PM es que no se debe escindir el estudio del cambio social de las pretensiones de incidir directa o indirectamente en el direccionamiento de tales procesos. Tal como señalé, una mayor mundialización de la sociología no conduce por sí misma al desarrollo de una ciencia socialmente comprometida. Y mucho menos aún alcanza para recrear una sociología potencialmente transformadora. Resulta imprescindible problematizar la noción de compromiso político de la sociología realmente existente para entender por qué desde hace décadas no está produciendo efectos sociales extra-académicos considerables (Bauman, 2013; Burawoy, 2000). No se puede incidir en la producción de efectos macrosociales a partir de una gimnasia sociológica individual que agota su movimiento de creatividad sin haber experimentado la mediación o bien la afectación de un espacio colectivo de producción política extra-académico.
La política del cambio social, basada en la voluntad de transformación indicada, involucra tres instancias eventualmente entrelazadas: i) la política en la teoría y en la investigación sociológica; ii) la política en el campo sociológico mundial, y iii) la sociología para la política del cambio social mundial. La primera instancia recién puede alcanzar un grado de desarrollo avanzado una vez fijado o imaginado el modo de aproximación a la tercera. Por su parte, la segunda instancia exige, entre otros aspectos, la configuración de nuevos perfiles sociológicos, orientados a la intervención política directa o indirecta. Finalmente, en oposición al posmodernismo antimoderno (PPA), el PM encierra una apuesta de reconexión de la sociología con la política nacional, regional y global. No se trataría del enlace con cualquier acción colectiva en esas esferas sino con aquélla asociada a una política portadora de pretensiones transformadoras, que llegado el momento pueda desatar o conducir un proceso de cambio social. Actualmente, la preocupación por el modo en que la sociología se podría conectar con la política de masas está prácticamente ausente en las producciones principales del campo sociológico occidental. En cualquier caso, el dispositivo político del PM trasciende toda pretensión moderna de transformación estructural de algunas sociedades nacionales a expensas de las demás, para integrar como horizonte de expectativas la transformación de la sociedad mundial. Ahora bien, tal marco ampliado de incidencia siempre se pone en juego a partir de una política mundial localizada, centrada en la esfera nacional, y luego conectada de modo inmanente con la esfera regional y global de referencia del entramado nacional de partida.
La pretensión de cambio en los tres planos mencionados (el teórico, el académico y el societal) demanda, para cada una de ellos, respuestas provisorias a una serie de interrogantes que se interpenetran y que remiten a un mismo proceso social: i) ¿Cómo activar el proceso de cambio?; ii) ¿Cómo progresar hacia la construcción de nuevos órdenes sociales?, y finalmente, iii) ¿Qué nuevos órdenes serían deseables y posibles de edificarse? El primer interrogante se asocia a lo que denomino forma-activación, el segundo a la forma-progresión y el tercero a la forma-superación. A título ilustrativo, comentaré algunos aspectos significativos relacionados con cada una de esas formas.
La forma-activación, en el plano teórico, exige en primer lugar la integración de un principio de realidad localizado que se constituye en el mejor antídoto contra una crítica abstracta, contra una crítica como fin en sí mismo y contra un idealismo o un utopismo maximalista que no puede explicar cómo se podría hacer en concreto para transitar desde una localización determinada hacia una sociedad mejor para todas/os. En el campo académico, la forma-activación demanda el tránsito gradual hacia la reinstalación de un proceso de atención y valorización colectiva que permita construir puntos de referencia comunes para una política del cambio social (Burawoy, 2005). Tal dinámica de intercambio colectiva trae consigo discusiones, desacuerdos y divisiones, pero siempre asociadas a una voluntad común y a una pretensión de incidencia política compartida. Finalmente, con relación al campo político de las esferas sociales, la forma-activación apunta a crear nuevos espacios de experiencia a partir de determinadas reconexiones de lo académico con lo extra-académico. Para ello se hace necesario producir nuevas y variadas mediaciones con las constelaciones políticas nacional, regional y global. Así, el dispositivo político del PM habilita el establecimiento de relaciones variables y no únicas con el campo político. Esto es, invita a la promoción de un pluralismo en las formas de politización material de la sociología en relación con la política extra-académica. Entre otros aspectos, ello demanda algún tipo de vinculación novedosa con la política de los movimientos y los Estados nacionales. En dicha instancia se trata de salir de un espacio académico de relativo confort, tal como lo hace actualmente el conjunto del pensamiento crítico feminista. Ahora bien, las nuevas articulaciones a desarrollar entre la sociología y los actores políticos deben tomar en cuenta la necesidad de garantizar, de algún modo, un momento de distanciamiento para el trabajo teórico-científico. Se trata de concebir el distanciamiento como un momento necesario de la investigación sociológica y no como un tiempo-espacio pretendidamente eterno que hace de cuenta que el producto de la ciencia social es imparcial y está desprovisto por naturaleza de todo potencial de incidencia sociopolítica.
En relación con la forma-progresión, en el plano intelectual, el dispositivo político del PM propone orientar la producción teórica del siglo XXI a partir de reconocer y de procesar la tensión entre cuatro horizontes de expectativas existentes, que se instalan en temporalidades futuras distintas: el posneoliberal, el pospatriarcal, el posperiférico y el poscapitalista. El primero y el segundo se inscriben en el futuro inmediato, el tercero en el futuro mediato y el cuarto recién asoma en un futuro remoto, de una forma más indefinida. El primero se creó por el bloque occidental de la sociología progresista desde la década del noventa del siglo XX, el segundo por el movimiento feminista a partir de la década del sesenta, el tercero por el PMP en la misma década del sesenta del siglo XX, y el cuarto lo propala el paradigma moderno europeo y eurocéntrico desde fines del siglo XIX. Se trata de los cuatro horizontes de futuro que el PM propone considerar para avanzar en la construcción de un nuevo orden sociológico y con ello de una nueva sociedad mundial.
Finalmente, respecto a la forma-superación, el paradigma mundialista por el momento no está en condiciones de ofrecer modelos societales orientadores. Esa indefinición está marcada por el grado de clausura histórico-estructural que exhibe la sociedad mundial en la actualidad y por la inadecuación de los viejos modelos de sociedad futura del PMC. Aunque parezca increíble, estos últimos aún circulan a gran escala en el campo de las ciencias sociales.
3. Conclusión
En el presente trabajo avancé en la formulación de una nueva propuesta que permite alimentar el paradigma posmoderno de base moderno (PPM) que se viene recreando en la sociología mundial desde principios del siglo XXI. Esa modelización intelectual, a la cual denomino paradigma mundialista, se autoafirma a partir de un primer propósito: el de restituir y renovar el motor científico de la sociología. Tal prioridad permite entender por qué la presentación del dispositivo científico del PM ocupó gran parte del artículo. La dialéctica de la mundialización, la localización y la historización constituyen el marco de referencia a partir del cual deberían inspirarse las nuevas prácticas de reconstrucción metodológica, de creación teórica y de investigación sociológica como un todo. Ahora bien, como vimos, el espíritu mundialista del PM no es exclusivamente portador de un nuevo dispositivo científico y crítico planetario. Tal como reiteré a lo largo del trabajo, la recientificación mundialista de las perspectivas sociológicas es una condición necesaria pero de ningún modo suficiente para hacer de la sociología una fuerza racional con capacidad de incidencia real en los procesos de cambio social. Es por ello que el PM asume como reto central la recolocación de la política del cambio social en el núcleo del movimiento localizado y multilocalizado de la sociología mundial. Hoy más que nunca resulta imprescindible acortar la brecha entre la sociología y la política del cambio social. El espíritu político que acompaña al PM contempla una búsqueda de reconexión directa o indirecta con las luchas políticas nacionales, con la política de los movimientos y de los Estados. Pero esa nueva política, como vimos, ya no puede ser una política moderna, en el sentido conocido, porque tanto el universo de la sociología como el mundo de la política han cambiado. Lejos de cualquier pecado idealista, el PM pretende edificarse como una nueva constelación sociológica con los pies hundidos en el barro de las historias localizadas y multilocalizadas de la sociedad mundial.