Esta nota, de carácter teórico-metodológico, forma parte de una investigación en proceso enfocada en estudiar la espacialización del ethos empresarial regiomontano a través del caso del Distrito Tec (2012-2025), un proyecto socio-territorial del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Según sus propias narrativas legitimadoras, dicho proyecto socio-territorial tiene como finalidad la “regeneración urbana” de un espacio concebido como inseguro, caótico y en declive poblacional.
Para estudiar el ethos empresarial (entendido, grosso modo, como la producción discursiva de un “nosotros” esencializado) y su espacialización (las prácticas espaciales que co-producen y reproducen ese “nosotros” empresarial), estoy trabajando con un diseño analítico que incluye cinco dimensiones interrelacionadas: las condiciones materiales y simbólicas de posibilidad del ethos (capitales, actores, potencialidades); las estrategias de su producción (esencialización, naturalización, mitificación, retroacción nostálgica); las estrategias de su reproducción (estrategias educativas, de inversión social y de inversión simbólica); sus fijaciones de sentido (referentes narrativos, centralidades semánticas, figuras socioculturales); y sus prácticas espacio-temporales (fronterizaciones, diseños territoriales, enclaves).
Esta nota está dividida en dos apartados. En el primer apartado presento un trazado inicial de algunos de los elementos del diseño analítico mencionado anteriormente, enfocándome en las condiciones materiales y simbólicas de posibilidad del ethos empresarial regiomontano y en las prácticas paternalistas mediante las cuales se han neutralizado históricamente las relaciones obrero-patronales. En el segundo apartado continúo con la delimitación del diseño analítico previo, pero enfocándome en una dimensión particular del ethos empresarial: su espacialización urbana en tanto parte de la búsqueda de la élite económica local por hacer ciudad a imagen de sus propias narrativas de excepcionalidad. Y para ello delineo el caso específico del Distrito Tec, el cual no sólo reproduce ese ethos, sino que lo actualiza en una época en la que, aparentemente, el paternalismo y la industria han dado paso a la gubernamentalidad neoliberal y la economía de servicios.
El buen padre: paternalismo y ethos empresarial regiomontano
La élite empresarial regiomontana, formada al cobijo de las políticas e incentivos del gobernador porfirista Bernardo Reyes (1885-1909) y heredera de recursos acumulados desde el gobierno de Santiago Vidaurri (1855-1864), tuvo desde sus inicios un fuerte sentido de red familiar articulada en torno a intereses económicos, vínculos matrimoniales y tradiciones empresariales. Para fines del siglo XIX, esta red familiar estuvo en condiciones propicias para comenzar el desarrollo industrial un par de décadas antes que el resto del país y de América Latina, y de su seno surgió la alianza Garza Sada, la cual se convertiría en la centralidad económica y simbólica de la élite local con alcances regionales y nacionales (Cerutti, 1983; Palacios, 2008; Saragoza, 2008).
Desde sus orígenes, la élite empresarial regiomontana -“la élite entre las élites empresariales de México” (García Justicia, 2019, p. 191)- y el grupo encabezado por los Garza Sada en particular, vio en sus logros, en la base misma de su orgullo industrial, una especie de salida al “estancamiento” del país, una ruta al progreso distinta a la del centro. Y esta ruta regia no era únicamente de índole económica, sino también política, identitaria y moral: “un sentido de misión impregnaba las escaramuzas ideológicas (de la élite local) con el Estado”, afirma Saragoza (2008, p. 21).
La élite empresarial se convirtió, así, en productora de la definición legítima de “lo regio”, y su poderío se tradujo en una clara capacidad material y simbólica para incidir en la arena de lo público en la escala local y para poner en común una serie de narrativas de alteridad frente al Estado mexicano (ese otro padre). Desde inicios del siglo XX, esta élite local aprovechó las potencialidades económicas derivadas del desarrollo industrial para hegemonizar sus intereses y su visión de mundo, es decir, para proponer y naturalizar su ethos empresarial (su “nosotros” esencializado) no sólo entre las clases medias, sino también entre los trabajadores (De León Garza, 1996; Palacios, 2008; Palacios, & Fouquet, 2010; Saragoza, 2008; Snodgrass, 2008).
El ethos empresarial regiomontano se basa en el siguiente supuesto esencializante, por medio del cual se estructuran sus prácticas económico-políticas: el desarrollo comercial e industrial de Monterrey no se debió a la historia y sus procesos de acumulación, sino al espíritu creador, y personal, de los “capitanes de industria” y de los hombres empresariales, autores del “milagro regiomontano” y herederos directos de los pioneros que hicieron frontera peleando contra la naturaleza, contra el centralismo, contra los grupos seminómadas de la región y contra el expansionismo norteamericano (López Feldman, 2020). Este ethos empresarial es claramente individualizante y enfocado en el hombre como motor de la historia y como la materia prima de la “grandeza regiomontana”, entendiendo aquí al hombre en su doble acepción: el hombre como masculino (el ethos empresarial se caracteriza por masculinizar todos los valores positivos) y el hombre como individuo que actúa sobre los procesos históricos.
En esta doble acepción del hombre, el ethos empresarial regiomontano toma como centralidades semánticas a la familia y a la empresa en tanto instituciones fundantes de lo social, lo cual da paso, como veremos a continuación, a la neutralización de las relaciones laborales (es decir, a asumir que la cooperación obrero-patronal es una vía armónica de desarrollo), a la naturalización y legitimación de la desigualdad social y a defender a la libertad económica como principio de todas las libertades.
El ethos empresarial regiomontano es, de este modo, un entramado de sentido que parte de la geografía como símbolo identitario, pero que no se reduce a ella, por lo cual se reproduce de manera heterogénea, y así como no todos los regiomontanos se adscriben a ese “nosotros” esencializado, tampoco todos los que se adscriben a él son regiomontanos. Esta reproducción del ethos no es una suerte de falsa conciencia o engaño de la élite: los empresarios no utilizan tramposamente un discurso que consideran falso para defender sus intereses, sino que se forman como sujetos al actualizar el discurso hegemónico que los hace y al adscribirse a él como sentido de vida. Así, más que un simple enmascaramiento, la reproducción se da en un complejo entrelazamiento material y simbólico entre el ethos como visión de mundo y los intereses de un grupo social históricamente cohesionado en torno al privilegio. El ethos opera, en suma, como un ejercicio de gobierno de los otros que también es un “gobierno de sí” (Foucault, 2009), es decir, se trata de un ejercicio de poder en el cual el patrón no se ve a sí mismo como explotador, sino como protector, como buen padre tanto del obrero como de la ciudad.
Llegamos así a la centralidad clave del ethos empresarial: la idea neutralizante (es decir, que niega las posiciones, desigualdades y asimetrías) del beneficio mutuo, del “ganar-ganar”, del círculo virtuoso en la relación obrero-patronal, en la cual se asume que el beneficio del patrón es el beneficio del obrero y de la ciudad como un todo. En este proceso de “arraigo de doble vía” (Palacios, & Fouquet, 2010, p. 396), la élite empresarial se apropia de lo que considera su ciudad al tiempo que los trabajadores se apropian tanto del ethos empresarial como de sus éxitos (Snodgrass, 2008).
Como parte de sus centralidades semánticas y de sus mecanismos de reproducción social, el ethos empresarial regiomontano ha recurrido históricamente a un tipo particular de paternalismo que, aunque perdió vigor en las últimas décadas del siglo pasado, pervive en sus modos (Palacios, & Lamanthe, 2010). En ese paternalismo, el modelo de familia ha sido utilizado para neutralizar y legitimar las asimetrías en las relaciones entre patrón y obrero/empleado. Al aproximar metafóricamente a la familia y a la empresa, el patrón toma el lugar del padre que da protección a cambio de deferencia (Snodgrass, 2008) y, al mismo tiempo, se expande tanto la relación laboral (basada menos en la legalidad y el contrato y más en la confianza y la moralidad) como el espacio-tiempo de la empresa a la vida cotidiana del trabajador y trata de colmarla en su totalidad. Por ende, el patrón/padre no se preocupa exclusivamente por el salario, sino también por todos aquellos aspectos de la vida cotidiana del trabajador que pueden ser potenciados mediante las prestaciones no salariales: la vivienda, la educación, la recreación, la salud, la moralidad, la reproducción (Palacios, 2008; Palacios, & Fouquet, 2010).
El paternalismo es, en este sentido, una estrategia de gobierno de sí y de los otros derivada del ethos empresarial y enfocada en la neutralización de las relaciones obrero-patronales por medio de la metáfora de la familia y del empresario como buen padre que protege a su trabajador. Con base en una serie de prácticas identitarias, comunicativas, políticas, económicas y simbólicas (López Feldman, 2020), se crean las condiciones para que el trabajador se vea a sí mismo y sea visto por los demás como si fuera de la familia, pero sin serlo nunca del todo. Y en esa disolución parcial de las diferencias, en esa tensión al interior del “es” metafórico (Ricoeur, 1980), radica tanto la neutralización de las relaciones obrero-p atronales como la extensión del ethos empresarial a todas las arenas de la vida del trabajador y de la ciudad.
De todo el entramado industrial regiomontano, la Cervecería Cuauhtémoc fue la empresa que, desde las primeras décadas del siglo XX, abrió camino a las prácticas paternalistas neutralizantes, al abarcar desde la educación, la vivienda y la salud hasta la recreación y los programas culturales organizados con el fin de hacer de los trabajadores (empleados y obreros) y de sus parientes parte de “la amplia familia de la Cuauhtémoc” (Snodgrass, 2008, p. 83). Las políticas de “la Cuauhtémoc” no sólo regulaban la contratación y los sindicatos desde esta lógica neutralizante, sino que también trabajaban la seguridad ontológica y el bienestar familiar mediante prestaciones no salariales (las cuales incluían becas, sistemas de vivienda y ahorro, cooperativas de consumo). De igual manera, dichas políticas se enfocaban en formar sentidos de pertenencia y ponían en juego diversos procedimientos simbólicos que permitían acortar parcialmente las distancias entre trabajadores, así como entre éstos y los patrones (De León Garza, 1996; Palacios, 2008; Palacios, & Lamanthe, 2010; Saragoza, 2008; Snodgrass, 2008).
El paternalismo industrial perdió gran parte de su fuerza, sobre todo a partir de la década de los ochenta, con la precarización y flexibilización de las condiciones laborales, los cambios corporativos y el desplazamiento de las actividades industriales hacia una economía de servicios (educación, finanzas, turismo, salud, informática), pero las prácticas y el entramado de sentido que sustentan al paternalismo como estrategia de gobierno no sólo no han desaparecido, sino que han mutado (Palacios, 2008; Palacios, & Fouquet, 2010) e incluso se han desplazado hacia otras áreas de producción de lo social. Una de esas áreas, como veremos en el siguiente apartado, está vinculada con el diseño de la ciudad desde un tipo de paternalismo de corte socioespacial que actualiza el ethos empresarial regiomontano.
El buen vecino: paternalismo y espacialización del ethos empresarial regiomontano
Las prácticas paternalistas centradas en la neutralización de las relaciones obrero-patronales a través de la metáfora de la familia siempre han tenido una dimensión socio-espacial: la ciudad, la colonia industrial, la vivienda, la escuela, la fábrica, la clínica (Snodgrass, 2008). En este sentido, la élite empresarial regiomontana ha producido ciudad y espacio desde fines del siglo XIX y, sobre todo, desde las primeras décadas del siglo XX, ya sea como efecto de las prácticas industriales cotidianas o como diseño territorial, es decir, como parte de una racionalidad estratégica que busca generar espacio con fines productivos, identitarios o de gobierno. Históricamente, las redes familiares-empresariales regiomontanas han logrado “apropiarse material y simbólicamente de la ciudad como el lugar que forjaron y las forjó” (Palacios, & Lamanthe, 2010, p. 321) y han creado espacio (su espacio) como efecto de prácticas de producción industrial y de servicios, pero también han diseñado territorio desde una lógica estratégica y en muchas ocasiones de la mano de los gobiernos estatales y locales.
En el caso específico de los Garza Sada, su espacialización urbana (como efecto y como diseño) se remonta a las primeras décadas del siglo XX con las prácticas paternalistas de la Cervecería Cuauhtémoc, y toma especial cuerpo con la creación del campus matriz del Tecnológico de Monterrey (“el sueño de don Eugenio Garza Sada”, según su propia narrativa), el cual ha producido ciudad desde que inició su construcción, en 1945, al sur de la ciudad (Garza, 2023; Escamilla Gómez, 2021). El proyecto del Distrito Tec (2012-2025) representa, así, una expansión de ese proceso y de sus intereses de neutralización, lo cual implica una densificación y actualización del papel del ITESM en la vida de la ciudad.
Según sus propias narrativas legitimadoras, el Distrito Tec es un proyecto de “regeneración” de espacios urbanos que abarca 24 colonias (en un polígono de 452 hectáreas con más de 11 mil viviendas y 30 mil habitantes) alrededor del campus matriz del Tecnológico de Monterrey; un proyecto realizado por el liderazgo de la universidad (en una “alianza armónica” entre academia, ciudadanía y gobierno) en beneficio de la comunidad, que permite contrarrestar el crecimiento caótico de la ciudad, la inseguridad, el envejecimiento poblacional, la baja densidad urbana y el aumento de viviendas deshabitadas en las colonias alrededor del campus: “que muchas de las cosas que suceden en el Tec, empiecen a suceder fuera” (García, 2018), fue la fórmula que utilizó Salvador Alva Gómez (presidente del Tec de Monterrey del 2013 al 2020) para sintetizar el espíritu del proyecto.
Desde que se diseñó el proyecto y se presentó formalmente como Programa Parcial de Desarrollo Urbano del municipio de Monterrey (2013-2015),1 el Distrito Tec ha trabajado el territorio a su alrededor (principalmente en la parte más cercana al campus) por medio de la intervención en calles, rotondas, andadores, casetas de seguridad, parques, así como de “activaciones” (exposiciones, funciones de cine, cursos, eventos, plataformas) que, desde su lógica, buscan producir comunidad. En este trabajo territorial ha sido clave la búsqueda de consenso con los vecinos de las colonias aledañas. Lejos de un diálogo horizontal, lo que ha habido es una invitación asimétrica (en la que el Tec y el Municipio de Monterrey se encuentran del mismo lado, con fronteras difusas) hacia los habitantes del polígono que quieran acercarse a las lógicas y las espacialidades de la institución y de sus acciones de gobierno. A la fecha, menos de la mitad de las 24 colonias cuentan con integrantes en el Consejo de Vecinos Distrito Tec y están lejos de representar los intereses del resto de los habitantes de sus territorios.
Desde sus inicios, el proyecto ha encontrado también la oposición de vecinos -entre ellos destaca el Frente en Defensa del Patrimonio Ciudadano (Fredepac)-, los cuales se han enfrentado a él de distintas formas, desde protestas y manifestaciones en la calle y las redes sociodigitales, hasta acciones legales. Estos vecinos señalan que lo que en realidad buscan los creadores del Distrito Tec es impulsar sus intereses comerciales e inmobiliarios mediante la vivienda vertical y la apropiación de espacios, con el consecuente desplazamiento poblacional, incremento en la densidad demográfica, afectación a los de por sí graves problemas en los servicios públicos e imposición de modos de vida (Pérez Torres, 2021). Desde esta perspectiva, el Distrito Tec parecería poder explicarse como un caso local más de los fenómenos globales de gentrificación (Aragón Palacios, 2018; Chávez-Rodríguez et al., 2020; Pérez Torres, 2021). Pero la espacialización del ethos empresarial regiomontano y su encarnación en el llamado Distrito Tec no se reduce a ser un caso más de gentrificación (fenómeno, sin duda, fundamental) y es necesario conectarlo con un proceso de mayor densidad sociohistórica: las estrategias de reproducción social de las élites en tanto grupos dominantes.
Para ejercer y sedimentar su dominio, las élites suelen poner en juego una serie de estrategias de reproducción social interconectadas (Bourdieu, 2011), desde aquellas encargadas de la inversión biológica (estrategias de fecundidad y de cuidado del patrimonio biológico y el capital corporal), de la inversión económica (enfocadas en el aumento o perpetuación del capital en sus diferentes formas) y de la sucesión de la red familiar (centradas en la transmisión de dichos capitales), hasta aquellas otras preocupadas por la educación (estrategias escolares y éticas), la inversión social (el tejido de relaciones actuales y potenciales y de las obligaciones derivadas de ellas) y la inversión simbólica (la conservación e incremento del prestigio, la reproducción de esquemas de percepción y de acción, la naturalización de las condiciones de dominación). La reproducción del ethos empresarial se ubica en la intersección entre las estrategias educativas, sociales y simbólicas. Y es mediante esa intersección que las élites tienen tanto el privilegio como la posibilidad material y simbólica de producir y poner en común su propia objetivación: “el dominante - afirma Bourdieu (2011, pp. 191-192)- es quien llega a imponer las normas de su propia percepción, a ser percibido como él se percibe, a apropiarse su propia objetivación, reduciendo su verdad objetiva a su intención subjetiva”.
En el caso de la élite empresarial regiomontana, un espacio clave para la reproducción social de su ethos ha sido, históricamente, el ITESM. Y aquí cuando hablo de espacio no aludo exclusivamente al espacio físico (el lugar material), sino a sus vínculos con el espacio social (la relación de posiciones objetivas) y el espacio simbólico (las estructuras mentales, categorías de comprensión, evaluación y acción) (Bourdieu, 1999). Mucho más que un contenedor o una entidad producida socialmente, el espacio se convierte, así, en una mediación para la reproducción social a partir de la materialización, en el espacio físico, de las categorías y las posiciones de los espacios simbólico y social. De este modo, “El Tec”, en tanto escuela de poder, ha ejercido históricamente como triple espacio de formación y socialización de la élite y de su ethos (así como de otras clases o fracciones de clase alineadas a ella), es decir, como lugar físico de encuentro, socialización y educación en el que se refuerzan y naturalizan las posiciones objetivas de los espacios sociales y, al mismo tiempo, se ponen en común los mecanismos de legitimación y de perpetuación de sus esquemas de comprensión y división del mundo.
Es en este contexto de reproducción social del ethos empresarial regiomontano en el que hay que ubicar la emergencia del proyecto Distrito Tec, y tal emergencia opera actualizando el paternalismo empresarial formado en las primeras décadas del siglo XX. Existe, en este sentido, una mutación, un desplazamiento desde el paternalismo industrial hacia el paternalismo socioespacial vía las lógicas, los modos y las prácticas del paternalismo escolar. Aquí, las prácticas pedagógicas y escolares sirven como mediación entre la figura del padre patrón y la del padre vecino, y el ethos empresarial se moviliza, actualizándose de modo flexible, entre una y otra.
Este nuevo tipo de paternalismo, difuminado y flexible, ya no tiene como objeto el trabajo y la industria, sino el espacio cotidiano y la ciudad como objeto de consumo. Y, por ende, la neutralización ya no opera sobre las relaciones obrero-patronales a través de la metáfora de la familia, sino sobre las relaciones socio-espaciales a través de la metáfora de la comunidad vecinal (esa otra familia). En el diseño y la ejecución de su proyecto de expansión territorial del ethos, la posición paternal del Tec de Monterrey ya no se ejerce como buen patrón, sino como buen vecino, el cual, en una aparente horizontalidad comunitaria-vecinal, usa su experiencia y capitales acumulados para hacer del territorio un espacio adecuado, es decir, ajustado, homologado a su visión de mundo y a su “nosotros” esencializado.
En este desplazamiento del buen padre al buen vecino, el Tec de Monterrey se despliega en una compleja figura en la que actúa como si fuera un vecino más y, al mismo tiempo, produce presencia como un vecino institucional (aquel que diseña, materializa y hace posible todo el proyecto) y un “vecino líder”, el cual, por conducto de los agentes dedicados a actuar en su nombre, ejecuta, coordina, evalúa y premia las acciones territoriales y las acciones vecinales.
En su triple condición de “vecino”, lo que se expande (aquello que “sucede” en el Tec y se supone que debe suceder fuera) no es sólo el campus, como espacio físico, sino el ethos empresarial que lo cruza y constituye (como espacio social y simbólico). En este sentido, el Distrito Tec no es un proyecto de “regeneración” urbana, sino un proyecto de gubernamentalidad, de producción de neutralización, en el que se practica una pedagogía urbana que busca expandir el “nosotros” esencializado y sus intereses, hacia un espacio que es homogeneizado como desperdiciado, conflictivo y caótico.
Comentario final
En su carácter de trabajo en proceso, esta nota de investigación no busca cerrar ni concluir, sino presentar una problematización teórico-metodológica de un caso empírico: el proyecto Distrito Tec, en Monterrey, Nuevo León. Mediante el análisis sociohistórico de dicho proyecto territorial podremos ver el potenciamiento de un proceso que lleva más de un siglo cocinándose en esta parte de la geografía nacional: la ciudad (de algunos y para algunos) que se ve a sí misma como urbe ejemplar, poderosa, orgullosamente vertical, producida por los productores, los capitanes de industria y los hombres de empresa; una ciudad “siempre ascendente” -según reza el lema/meme del escudo de Nuevo León (López Feldman, 2020)-. Así, enfocándose en Monterrey, esta investigación abona a la comprensión de un fenómeno más amplio: el papel de las élites económicas en la producción de ciudades vía la espacialización de su ethos.
Más allá del caso específico, el diseño analítico aquí esbozado proporciona herramientas para estudiar cualquier ethos, no como si éste fuera un entramado objetivo de características identitarias esenciales, sino como una apuesta material y simbólica por objetivar, sedimentar y poner en común un “nosotros” esencializado, enfatizando sus condiciones de posibilidad, sus estrategias de producción-reproducción y sus prácticas espacio-temporales.