¿Por qué unas personas participan y votan por algunos candidatos o partidos y otras no? Las respuestas son distintas y han cambiado, aunque hay algunas razones que se mantienen por décadas. En el caso mexicano, la explicación principal de las formas de la participación, el voto y la relación de las personas con la política, en general, es la identificación con los partidos políticos. Pero no por mucho tiempo más, me temo. ¿Cómo se estudia el comportamiento político y electoral en México? Desde hace décadas se acostumbra que la identificación partidista debe estar incluida en cualquier análisis. Puede ser “la” variable para entender las actitudes, comportamientos, preferencias y opiniones de la sociedad mexicana; o es “el” control imprescindible para estimar cualquier otra posible causa de esos mismos objetos de estudio. Por lo general, el procedimiento más convencional es el siguiente: estimar el efecto de la diferencia entre distintas identidades partidistas y aquellos individuos que no se identifican con partido político alguno, a quienes buena parte de la literatura académica ha denominado independientes. Si el coeficiente del modelo estadístico resulta estadísticamente significativo, con sus brillantes uno, dos y hasta tres asteriscos (todo depende de cuán rudo se ponga uno), entonces ahí estaba probado el efecto. Felices, cómodos y contentos estábamos, hasta que llega ahora el profesor Issac Cisneros y nos deja este libro.
Según él, el problema, la limitación, el error más importante de la gran mayoría de los análisis y de las y los especialistas en comportamiento político en México -me incluyo- es tratar teórica y empíricamente a ese bloque de individuos de manera homogénea y secundaria. Su libro Las bases ideológicas de la independencia partidista en México demuestra que es importante, incluso necesario, centrarse en ese tipo de electores. ¿Por qué? Primero, como detalla Cisneros, han sido el tipo de electores que más ha crecido en las últimas décadas (según la gráfica 2 incluida en el libro de Cisneros, pasó de 48% en 1995 a 80% en 2019). En esto, México se asemeja a muchas democracias, viejas y nuevas, donde las y los ciudadanos que dicen sentirse identificados con un partido político ha disminuido de manera drástica. Segundo, porque, al menos desde 2003 según los datos analizados, es el conjunto más amplio del electorado en México.1 Y tercero, porque, a la par de los cambios anteriores, la ideología política se ha vuelto más importante, tanto en el número de personas que se posicionan en algún punto de la escala ideológica, de izquierda a derecha, como en su capacidad explicativa de los comportamientos políticos de la sociedad mexicana.
Como establece el libro, por décadas los independientes han sido tratados, un poco despreciados, desde tres perspectivas -donde, no lo neguemos, seguro estamos varias y varios de nosotros-. En la primera, la perspectiva original (de la escuela de Michigan), se les considera como un grupo homogéneo, pero de categoría “marginal” (casi residual, teórica y empíricamente) y, por lo tanto, son un grupo alejado de la política con acciones y opiniones desordenadas e inestables. Otros académicos señalaron posteriormente que quienes no se identifican con algún partido no son todos iguales, dejaron de considerarles de manera uniforme y los separaron en dos clases: aquéllos con inclinación hacia alguno de los partidos (leaners) y los independientes puros. Pero incluso en esta postura, los independientes puros e inclinados se ven en términos políticos como menores a sus conciudadanos partidistas. La tercera perspectiva (desarrollada principalmente por el profesor Russell Dalton) establece que los independientes -como también los partidistas- no pueden considerarse un grupo homogéneo, pues hay al menos dos tipos distintos a partir de su situación de “movilización cognitiva”: unos son los “apolíticos” que, a su falta de identificación con algún partido, se suma el desinterés político y niveles bajos de educación, y otros son los “apartidistas” que, no obstante su ausencia de identificación, tienen niveles altos de educación y se interesan en la política. Esta clasificación ya puso en problemas a quienes consideraban a los independientes como alienados o marginados, pero todavía no les concede demasiado contenido político.
Sin embargo, esta última clasificación deja insatisfecho al profesor Cisneros. ¿Por qué? La movilización cognitiva sirve como una oportunidad, una condición necesaria, para la manifestación de actitudes y comportamientos ciudadanos, pero no es suficiente: se requiere una motivación (un “motor” de contenido y propósito) que permita la coherencia, contraste, estabilidad y dirección de actitudes y comportamientos políticos. ¿Cuál es, entonces, la motivación que encuentra Cisneros? El motor es la ideología política. Con base en una nueva cuarta perspectiva, propone que quienes no se identifican con partido político alguno, deben separarse en dos tipos: independientes con ideología política e independientes sin ubicación ideológica. Por cierto, luego, Cisneros sostiene que son más de dos, pero a eso volveré después.
¿Cuáles pruebas ofrece para convencer de esta nueva perspectiva y no tratar a todas y todos los independientes como iguales? Pues casi todas. En sus más de cuatrocientas páginas,2 Cisneros demues- tra que su propuesta es sustantiva y útil -a ratos el autor es incluso bastante prolijo en sus argumentos y la presentación de resultados-. Aunque hay decenas de preguntas que se hacen y responden en el libro, me permito sintetizarlas en dos. ¿Quiénes son y cómo se comportan los distintos independientes partidistas?
Primero, ¿quiénes son? Como se detalla en los capítulos II, III y VI, los independientes sin ideología por lo general son mujeres con baja escolaridad y poca riqueza; y son las personas menos involucradas en política de toda la ciudadanía. Además, apoyan valores conservadores, son más individualistas y tienen menos apertura en términos culturales y económicos. Según Cisneros, se trata de probables “derechistas latentes”.
Los independientes con ideología, también en promedio, son jóvenes con bajas tendencias seculares -también más educados y ricos respecto a quienes no tienen ideología-. Participan más; están más interesados y se siente más eficaces en política; se exponen más a medios de comunicación y confían más en el gobierno y el congreso. (Por cierto, es interesante que en el contraste entre esos dos grupos no hay diferencias en las actitudes democráticas ni en la confianza hacia elecciones, partidos, instituciones de justicia y respeto por instituciones políticas.)
Pero en realidad no son dos, sino cuatro tipos de independientes. (Lo cual quizá, en ánimo constructivo, sería útil especificarlo en los primeros capítulos.) El profesor Cisneros muestra que existe tres tipos de independientes con base en la ideología. No sólo porque se comportan de manera diversa en elecciones, también porque tienen diferencias en otros ámbitos. Les invito a revisar las gráficas 26 y 27 de la obra, que me parecen de las más interesantes de todo el libro. Ahí se muestra que los independientes de derecha son entre progresistas y conservadores, individualistas y con poca apertura multicultural. Los independientes de izquierda son un poco más progresistas, le dan más importancia al Estado y se muestran más abiertos en términos culturales y económicos. Y los independientes de centro también le dan más peso al actuar estatal y son, sorprendentemente, más progresistas y abiertos multicultural y económicamente que los de izquierda.
Segunda pregunta, ¿cómo se comportan electoralmente los tipos de independientes? En los capítulos IV y V, Cisneros demuestra que no son un grupo homogéneo ni les faltan decisiones claras. Por el contrario, los cuatro tipos de individuos sin identificación partidista tienen claras sus preferencias partidistas. Primero, expone que, en congruencia con el crecimiento de la ideologización del electorado, los independientes de derecha y, en particular, de izquierda han ido aumentando, mientras que los faltos de ideología y de centro se han reducido, aunque este último grupo es proporcionalmente el más amplio. También demuestra que las posiciones ideológicas hacen votar a los independientes por los partidos que están en esas posiciones: los de derecha ha votado PAN y PRI; los de izquierda al PRD y, desde 2018, a MORENA; los del centro votan al ganador (cuando hay margen de victoria, como en 2000 y 2018) o dividen su voto entre los dos principales partidos (cuando la elección es competida, como en 2006 y 2012). Por cierto, los independientes sin ideología parece que prefieren quedarse en sus casas, mientras que los demás van a las urnas. Además, Cisneros revela que esas decisiones electorales se concretan durante las campañas electorales. Al centrar su análisis en la elección de 2006 (la más competida y polarizada hasta hoy, y permítanme enfatizar “hasta hoy”), en la mejor tradición del profesor Paul Lazarsfeld y sus colegas, el libro señala que durante la campaña electoral las preferencias de voto se reforzaron para los independientes de derecha e izquierda; se activaron o se convirtieron para los de centro y sin ideología, en especial para estos últimos.
Escribí antes que Cisneros se hace muchas preguntas. Pero la lectura de su trabajo produce a la par otras preguntas y ahí radican varias de las virtudes del texto. Primero, ¿cómo hizo y mostró todo el trabajo anterior? Una de las virtudes del trabajo de Cisneros es el uso intensivo y variado de distintas bases de datos de opinión pública en México: el Latinobarómetro; el Barómetro de las Américas de LAPOP; el Estudio Nacional Electoral de México (que forma parte del Comparative Study of Electoral Systems, CSES (o ENEM); el Comparative National Elections Project, CNEP, y el Estudio Panel Electoral de 2006. Además, en el capítulo VI utiliza una estrategia de métodos mixtos al presentar evidencia cualitativa de seis grupos de enfoque con estudiantes universitarios. Pero esto me lleva a otra pregunta. ¿Qué sigue ahora? ¿Cómo hacerlo mejor? Me explico: en todas esas encuestas el diseño de la pregunta sobre identificación partidista (cercanía, proximidad, simpatía, identidad) está centrada en resaltar a las personas identificadas y sus posiciones, y los independientes terminan siendo quienes responden de manera espontánea “ninguna”, “no sé”, “no me siento” o sólo no respondieron. Esto lleva a cuestionarme lo siguiente. ¿Cómo sería una pregunta o preguntas diseñadas para encontrar a los independientes? ¿De qué otra manera empírica, cuantitativa o cualitativa, se debería empezar a estudiar a ese tipo de electorado?
No tengo duda de que, si se toma en serio la perspectiva Cisneros y los hallazgos del libro, a partir de ahora en nuestros análisis debemos clasificar y estimar las diferencias de los cuatro tipos de independientes. Sin embargo, tengo algunas dudas de clarificación. ¿Se debe abandonar el pasado y ya no estimar los efectos independientes de identificación partidista e ideología política? Y, por el contrario, ¿se debe clasificar también a los distintos partidistas de acuerdo con sus posiciones ideológicas -como morenistas de izquierda o centro, panistas de derecha o sin ideología-? ¿Cuál es la recomendación concreta?
Otra pregunta derivada de los resultados es por qué aumentaron los independientes ideologizados. En los capítulos I y II, Cisneros presenta de manera resumida algunas propuestas y hallazgos que existen en la literatura académica sobre las causas del desalineamiento sistémico que implica la desaparición paulatina de partidistas en varias democracias, así como las consecuencias también en los sistemas de partidos. A todo lo anterior resulta imprescindible sumar el crecimiento más paulatino de la ideología. Con base en esto, cuando se miran los datos de las gráficas 2, 3 y 4, se pregunta cuáles fueron las causas y cómo ocurrió ese cambio. ¿Quiénes dejaron su partidismo? ¿Quiénes nunca lo tuvieron?3
Pero esta misma pregunta, desde otra perspectiva, se deriva del capítulo sobre los cambios de las preferencias de voto durante la campaña electoral. Es posible que las campañas electorales afecten también al partidismo y la ideología en un país como México: una democracia nueva con institucionalización variable del sistema de partidos. Si bien ha habido cambios en el largo plazo, es probable que también ocurran en el corto. De ser así, surgen estas preguntas. ¿Qué tanto las personas desarrollan o abandonan la identificación con los partidos políticos, una vez que están en competencia? ¿Cuánta parte del electorado activa o transforma sus posiciones ideológicas con base en lo que le dicen (o no) las y los candidatos en busca de su apoyo? ¿Los independientes con y sin ideología se crean o se transforman por causas estructurales o coyunturales?
Ya para ir cerrando, dos asuntos más. Creo que el libro de Cisneros sirve para hacer una mejor crónica del “régimen de transición”: ese que comenzó en 1988 y acabó en 2018. En particular, tal investigación ayuda a entender muy bien el desbaratamiento que inició en 2006 de ese régimen. Una de las características del régimen de transición fue el relativo pluralismo político, en particular el tripartidismo (un autoritario descendente PRI, un creciente PAN y una escisión PRD). ¿Qué ocurrió desde entonces? Según las gráficas 14 y 15, ha habido un aumento de la izquierda desde 2004-2006, haciéndose competitiva con el centro y la derecha. Esto lleva a considerar que el cambio electoral de las últimas décadas ha sido la “cristalización de la izquierda”. Cisneros lo muestra muy bien (p. 282): mientras que los independientes de derecha han tenido alrededor de 50% de probabilidad de votar a un partido de derecha, entre los independientes de izquierda la probabilidad de votar un partido izquierdista ha pasado de 19.3% en 2000 a 68.6% en 2018. Y esto será incluso mayor en las próximas elecciones de 2024. Ahora bien, creo que, aunque menos, hay varios elementos para entender al nuevo régimen, donde la gran mayoría de independientes no dejaron su identificación partidista, sino que nunca desarrollaron una.
Con base en esto, ¿cómo nos prepara el nuevo régimen para las próximas elecciones presidenciales de 2024? Hay condiciones para esperar unas elecciones quizá competitivas y muy polarizadas. Como anoté antes, las y los independientes son -y serán- el conjunto más numeroso del electorado. Ya eso sólo los hace muy relevantes. Pero lo que sabemos ahora por el libro de Cisneros, es que los distintos tipos de independientes puede determinar el resultado de las elecciones. Sin embargo, es necesario distinguir entre distintos tipos de polarización: la ideológica y la afectiva. Ambas estarán presentes, como lo estuvieron en las elecciones pasadas, pero sospecho que en la siguiente será más relevante la segunda que la primera. En la medida en que la polarización ideológica se conoce un poco mejor, la propuesta y los resultados de Cisneros serán imprescindibles para entender la elección.
Pero la polarización afectiva ocurrirá en un terreno distinto y más fértil: por un lado, una amplia ausencia de identificación con los partidos políticos (los independientes serán casi 55%) y con una identidad de aparición muy reciente (la “morenista”, cercana a 30%); por el otro, una presencia de ideología política, pero no sólo divisiva, sino polarizada (los polos están cada vez más lejanos). Además, y eso es más relevante, las posiciones ideológicas podrían no estar contenidas en asuntos programáticos, sino más bien en temas valorativos y, más, netamente emocionales. Las separaciones entre los distintos grupos se verán determinadas no por razones de diferencias respecto a propuestas de acciones y política públicas, sino por identidades sociales, no ideológicas, más emotivas.4
En definitiva, el libro de Issac Cisneros es el mejor y más amplio estudio sobre un grupo de ciudadanas y ciudadanos, los independientes, cada vez más amplio y relevante. Por ello lo considero un trabajo necesario tanto para el estudio del pasado reciente como un elemento del análisis futuro muy próximo de los comportamientos políticos de la sociedad mexicana.