Presentación
Esta colaboración reproduce íntegro el relato que el reconocido pintor mexicano José María Velasco escribió durante su participación en la Comisión Científica realizada a la Mesa de Metlaltoyuca, en el distrito de Huauchinango,1 durante las dos últimas semanas del mes de julio y las dos primeras de agosto de 1865. Esta expedición fue promovida por el Ministerio de Fomento y encabezada por el ingeniero Ramón Almaraz acompañado de Antonio García Cubas y Guillermo Hay. La crónica de la expedición, así como las vicisitudes del viaje, las inclemencias del clima, los trabajos que realizaron los comisionados, entre otros acontecimientos, han quedado plasmados en las crónicas de los ingenieros Ramón Almaraz y Antonio García Cubas, cuyos testimonios están publicados.2 No sucedía lo mismo con el relato de José María Velasco, cuyo manuscrito original se encuentra en el Archivo Histórico de la Academia de San Carlos3 y que permanecía en el anonimato. Agradezco profundamente al doctor Elías Trabulse haber incentivado la búsqueda y transcripción de este documento que se conforma de una portada y trece hojas escritas por ambas caras. Al igual que la mayoría de los expedientes de este acervo, el que aquí nos ocupa está microfilmado. Si bien esta medida garantiza la conservación y permanencia de los manuscritos originales, hasta cierto punto dificulta su lectura porque queda supeditada a la resolución y nitidez del microfilm. Después de varias peticiones a la dirección del archivo me otorgaron el permiso para consultar el documento original.
Dividí este texto en dos partes. La primera incluye los antecedentes que motivaron al Ministerio de Fomento a organizar la expedición científica a la mesa de Metlaltoyuca y una breve introducción al informe escrito por José María Velasco. La segunda parte incorpora la transcripción literal del manuscrito.
Antecedentes
El 11 de julio de 1865, el Diario del Imperio publicó la noticia de que en la sierra de Huauchinango existían terrenos baldíos disponibles para la colonización.4 También incluyó el informe enviado por Juan Bautista Campo, prefecto de distrito del referido pueblo, a quien el 27 de junio de ese año le habían encomendado la tarea de recorrerlos. Con base en las referencias de Bautista Campo, sabemos que el 8 de julio de 1865 a las tres de la tarde inició su recorrido con rumbo a Xico y, más allá de la descripción que hizo de los terrenos, lo novedoso fue lo que el propio Campo definió como “la revelación de tesoros inapreciables”, debido al hallazgo arqueológico del que participó y que narró con detalle en el informe que envió al emperador Maximiliano.
De acuerdo con su informe, después de haber recorrido los pueblos de Jalapilla y Pantepec y no exento de peripecias, como haber cruzado a nado tres ríos debido a lo crecido de las aguas, llegó a la mesa de Metlaltoyuca, que traducido al castellano quiere decir “magueyes en pedregal”. En este sitio descubrió vestigios materiales de una antigua población que, afirmó, había sido una gran ciudad de la monarquía chichimeca: “existen multitud de monumentos que nadie había descubierto, quedándome la satisfacción y el honor de considerarme como el primero de sus descubridores”.5 Campo describió con lujo de detalle las ruinas, transmitiendo con sus palabras el asombro y alegría que sintió al verlas, “asaltado a cada momento por emociones fuertes que sufría mi corazón, al ver aquellos gigantescos monumentos construidos por la mano de los antiguos mexicanos”.6
Identificó el palacio en el que habitaba la familia real, “que revela a primera vista que las artes en esa época estaban a una altura que no nos quieren conceder las demás naciones civilizadas del mundo: la arquitectura, la escultura y la pintura, allí se encuentran empleadas”.7 También reconoció un edificio situado al poniente del palacio, el cual, según su interpretación, era el recinto en el que los habitantes de la ciudad hacían sus cálculos para saber las horas del día:
Es un óvalo a manera de la carátula de un reloj, con rayitas marcadas de una tinta negra y como instantes de la hora: a cierto número de las rayitas están marcados arriba unos puntos negros, abajo del meridiano está pintada una figura indígena mirando hacia él y con una espada en la mano de estilo chino o moruno y en actitud de tirar una cuchillada. Lo que más me sorprendió es que la pintura de dicho meridiano traspasa la costra de mezcla que es de una pulgada de grueso en que está pintado, pues en la piedra de amolar del edificio ha quedado grabado.8
Reconstruyó los monumentos que en forma de castillo circundaban y defendían el palacio, del cual se abrían calles de piedra de amolar que se dirigían a la ciudad y se perdían en el bosque. Si bien la exuberancia vegetal y la variedad de árboles frutales que enmarcaban los edificios fue un motivo de asombro, también lo imposibilitaron para ingresar al interior de ellos y conocer “los tesoros del monarca de aquella época y curiosidades de antigüedad de bastante valor”.
Pese a la abundante vegetación y las puertas recubiertas con piedra que impedían el acceso a las cámaras principales, Campo recogió en los alrededores de las ruinas varios ídolos de diferente tamaño y peso que fueron llevados por 20 peones al rancho más cercano con la intención de hacerlos llegar a la ciudad de México. Solicitó al Ministerio de Fomento que le enviaran un medio de transporte adecuado para su traslado porque algunas piezas serían remitidas al Museo Nacional y otras serían regalo para el emperador Maximiliano. Después de que recorrió la zona arqueológica, el subprefecto concluyó que quienes habitaron ese lugar habían sido guerreros que, defendiéndose de posibles invasiones, abandonaron momentáneamente su ciudad para después volver. Esto explicaba, según él, el cuidado que pusieron para tapiar las puertas del palacio y demás edificios.
Además de notificar el hallazgo arqueológico, Juan Bautista Campo debía reconocer los terrenos aptos para la colonización y como información complementaria de su informe, anotó los nombres de las personas que se atribuían la propiedad de estos terrenos. Se trataba de las familias Solís, Jácome y Coroneles, quienes argumentaron que las habían obtenido como parte de una herencia familiar.9 Al final de su informe, Campo se comprometió a enviar a las autoridades del Ministerio de Fomento los planos de los terrenos y ruinas descritas y declaró que era necesario que esos terrenos pasaran a formar parte de la propiedad del Imperio.
Dada a conocer la importancia de las tierras aptas para ser colonizadas, así como la descripción de la zona arqueológica recién descubierta, la respuesta de las autoridades por medio de Manuel Orozco y Berra, subsecretario de Fomento, fue organizar una comisión científica encabezada por el ingeniero Ramón Almaráz, para reconocer el lugar y levantar su registro visual con fotografías, planos y dibujos. El 15 de julio de 1865 se le informó al ingeniero Almaraz que lo acompañarían en la expedición Antonio García Cubas y Guillermo Hay para reconocer el camino entre Tulancingo y Huauchinango. Al llegar al punto indicado, deberían contactar a Juan B. Campo, quien los guiaría por los terrenos y las ruinas que había descrito en su informe.
Por tratarse de una importante comisión al servicio nacional10 se solicitó a las autoridades locales todo el apoyo necesario así como seguridad y facilidades para el traslado y buen desempeño del trabajo de la comisión asignada. El ingeniero Almaraz reconocería los terrenos baldíos y levantaría el plano correspondiente, García Cubas haría las mediciones topográficas y Guillermo Hay, auxiliado por dos dibujantes, dibujarían las ruinas de Metlaltoyuca.11
Los dibujantes asignados a la comisión fueron Luis Coto y José María Velasco, estudiantes de pintura en la Academia de San Carlos, quienes habían participado en dos expediciones anteriores; “habiendo llegado el primero a Texcoco y el segundo a cinco leguas de Cuautitlán, a un punto casi inaccesible llamado la Peña Encantada del que tomó diversos y laboriosos apuntes que existen en la clase respectiva de esta Academia”.12
Al decir de José Urbano Fonseca, director de la Academia, los jóvenes estudiantes le solicitaron apoyo económico para participar en la expedición que el Ministerio de Fomento organizaba a las recién descubiertas ruinas de Metlaltoyuca,
[…]porque había llegado a su noticia por las que han dado los periódicos, la del descubrimiento de una ciudad y querían transportarse a aquel punto con el objeto de hacer vistas y tomar apuntes para la ejecución de algunos cuadros que por su novedad y por el interés que inspira ese descubrimiento, serían vistos con aprecio”.13
La petición de Urbano Fonseca al ministro de Fomento para que los jóvenes dibujantes se integraran a la comisión fue aceptada por los comisionados, entre otras cosas porque coincidió con el momento en que la expedición se organizaba. El Ministerio los apoyó con 150 pesos para los gastos de su viaje y les aprobó que, aparte de los registros y dibujos que les fueran solicitados, realizaran estudios relacionados con su formación como paisajistas. De inmediato, los dibujantes seleccionados se integraron a la comisión y emprendieron el viaje a la mesa de Metlaltoyuca.
El ingeniero Almaraz y Antonio García Cubas escribieron sobre los acontecimientos generales de la expedición. Destacaron cada uno por su parte los momentos significativos, ya fuera por lo atropellado del viaje, las carencias materiales relacionadas con el hospedaje y el transporte, las dificultades ocasionadas por el clima extremoso, las constantes y torrenciales lluvias o por lo que se relacionaba directamente con el trabajo científico que llevaban asignado, el cual incluía estudios de flora y fauna, de peces, y elaborar una relación de las enfermedades endémicas de la zona.14 Lo interesante al contrastar sus testimonios fue identificar la manera en que algunos pasajes fueron relevantes para uno y no tanto para el otro.
Una visión diferente fue la expuesta por José María Velasco, quien logra transmitir curiosidad y emoción por las tareas que emprendería en esta expedición, así como demostraciones de asombro por los lugares y personas que conoció y por la riqueza natural y vegetal que descubrió a su paso.
La expedición de Metlaltoyuca en la pluma de José María Velasco
Lo escrito por Velasco tuvo como finalidad informar a José Urbano Fonseca, entonces director de la Academia de San Carlos, de lo relacionado con el viaje y las tareas que como dibujante le fueron asignadas. En este sentido, es importante recordar que la intervención de Fonseca fue determinante para que José María Velasco y Luis Coto participaran en la expedición. Llama la atención que en las peticiones hechas por el director de la Academia al Ministerio de Fomento no se mencionó al joven dibujante Montes de Oca, que también se integró al grupo de estudiantes de la Academia y de quien Velasco sí hizo referencia, aclarando que los había acompañado todo el viaje.
El relato constituye por sí mismo un valioso documento rico en información de diferentes temas. Se trata de una descripción de cada uno de los momentos del viaje, desde que Velasco y sus compañeros dibujantes tomaron la diligencia que los llevaría a Metlaltoyuca para reunirse con la Comisión, hasta el día en que regresaron a la ciudad de México. El nobel dibujante muestra sus dotes de escritor al lograr una agradable secuencia de escenas y anécdotas que resultan amenas y convincentes para el lector.
Gracias a su testimonio tenemos referencias de las personas que conocieron a lo largo del recorrido y de quienes recibieron, las más de las veces, apoyo en lo referente al alojamiento y la comida, que sin duda significaron un contratiempo constante. Siempre agradecido, reconoció de estas personas el buen trato y los consejos que algunos de ellos les dieron para que siguieran su camino. De igual manera recreó con lujo de detalle el entorno natural y vegetal de los lugares visitados, sin dejar de evidenciar su asombro ante la exhuberancia, variedad y colorido del paisaje, los árboles frutales, plantas y flores.
Un tema recurrente fue el relacionado con los problemas que enfrentó el grupo de expedicionarios por la inclemencia de las constantes lluvias y sus consecuencias: inundación de los caminos, lodazales, crecida de los afluentes de los ríos, densas capas de niebla que les imposibilitaron en repetidas ocasiones apreciar el paisaje o que, contraria y afortunadamente, les permitieron dibujar escenas pocas veces vistas por el pintor.
Sin perder de vista que la expedición se llevó a cabo en la época de lluvias y las incomodidades fueron una realidad, la experiencia resultó productiva para el aprendizaje y desempeño del joven pintor, quien reconoció que pudo ver cosas que no hubiera visto en otra estación. Sin embargo, debido a la falta de material de dibujo y sobre todo de una tienda de campaña en la cual guarecerse de la lluvia, lamentó no haber realizado algunos dibujos más.15
Su dibujo titulado La cascada de Necaxa es probablemente el más representativo de la serie que realizó en esta expedición. Aparte de su calidad artística, destaca el hecho de haberlo dibujado bajo condiciones adversas; en medio de una fuerte lluvia e imposibilitado de contar con los aditamentos necesarios para guarecerse del agua. Al momento de dibujar la cascada contó con la ayuda del ingeniero Ramón Almaraz, quien lo cubrió con su capote de hule y su sombrero, mientras Velasco trazaba su dibujo. El apoyo dado por el ingeniero parece haber emocionado al joven dibujante, quien mostró su agradecimiento en dos diferentes momentos de su relato.
Finalmente, desde una perspectiva que incluyó a las bellas artes y su desarrollo en México, Velasco se mostró agradecido y satisfecho por las opciones que este tipo de expediciones daban a los jóvenes artistas, quienes “necesitan más bien de hacer poco y de observar mucho para enriquecer la imaginación de la variedad de objetos que nos muestra la naturaleza”.
Respecto al reconocimiento y registro de las ruinas de Metlaltoyuca, trabajo prioritario de la Comisión, Velasco manifestó en principio su gusto por haber conocido personalmente a Juan B. Campo, descubridor de las ruinas. Después, dedicó varias páginas de su relato a describir la zona arqueológica: su estado de conservación; sus detalles arquitectónicos y, sobre todo, los trabajos que allí realizaron cada uno de los integrantes de la Comisión, incluidos los dibujos que le tocó hacer.
Transcripción literal
Informe que presenta el alumno pensionado de la Academia de Bellas Artes, don José María Velasco al Señor Director de la misma Academia, don José Urbano Fonseca, de la expedición que hizo la comisión mandada por el gobierno de su Majestad a la mesa de Metlaltoyuca, el 19 de julio de 1865. México.
Al Sr. Director de la Academia de Bellas Artes, Sr. D. José Urbano Fonseca.
Después de haber resuelto la expedición de la Mesa de Metlaltoyuca con el Sr. H. Orozco oficial mayor del Ministerio de Fomento y recibido por su orden en la tesorería general del Imperio ciento cincuenta pesos (150p) para nuestro viaje; emprendimos desde luego el arreglo de nuestros útiles para desempeñar en cuanto nos fuera posible el encargo que se nos confió; a la vez proceder a despedirme de una parte de mi familia que estaba fuera de la capital, y a comprar los boletos de la diligencia que debía conducirnos a Tulancingo. Todo esto lo hicimos en el menor tiempo posible con objeto de partir el 19 de julio del presente año.
En efecto a las cinco de la mañana del prefijado día estábamos listos para partir acompañados de nuestros hermanos, nos dirigimos a la Casa de Diligencias y a las seis partimos para Tulancingo. Hasta que no tuvimos novedad solo muy complacidos de ver los bellos paisajes de Pachuca, el Real del Monte y el cerro llamado de las navajas.
En el Real del Monte encontramos a los Señores Sagredo y Escalante, manifestaron éstos al Señor General Rosas Landa (que era conducido en el mismo carruaje que nosotros) que solo esperaban una resolución del Ministerio para partir en unión de la Comisión a la Mesa de Metlaltoyuca. Dos días tardó la Diligencia para llegar a Tulancingo; haciendo posada el primer día en Pachuca y al siguiente llegamos al lugar antes citado a eso de las cuatro de la tarde, inmediatamente procuramos buscar un alojamiento, que no pudimos encontrar sino hasta después de haber recorrido los mesones con un muchacho cargando nuestras carteras y quita soles; en un corral de la propiedad del Sr. Salas proporcionándonos el cuarto donde tenía guardada la cebada, mandando traer de su casa tres colchones para los tres hospedados que éramos, Coto, Montes de Oca y yo advirtiendo desde luego que Montes de Oca nos acompañó en toda la expedición.
Posados ya nos dirigimos a la Botica del señor Don. Francisco Castro con objeto de entregarle una carta que me encomendó un amigo; después de haberse impuesto este Señor de su contenido, nos ofreció proporcionarnos lo que necesitásemos en caso de que nos faltase alguna cosa, nos mostró también el deseo que tenía de acompañarnos pero comprendía bien los peligros a que nos íbamos a entregar siendo estos la causa por la que no se había resuelto a una expedición que pensaba hacer al citado lugar dejándolo para mejor tiempo. Después de visitar la Iglesia y algunas personas conocidas nos recogimos en nuestro cuarto.
El día siguiente lo empleamos en arreglar algunas cosas que nos faltaban para continuar nuestra marcha y principalmente en esperar a los demás Señores de la comisión. En este día nos presentamos al Señor Prefecto Político con objeto de que nos informase de los Señores que aguardábamos, nos recibió bastante bien, nos manifestó deseo de ir en nuestra compañía, nos dijo además que por una carta del Señor Campo (Prefecto de Huauchinango) sabía que su información era demasiado pobre relativamente a lo que se encontraba en las ruinas; esto nos hizo tomar mas entusiasmo y hacernos menos fastidioso el tiempo que debíamos demorarnos aquí. Nos ofreció este Señor mandar que se nos avisase a la vez que llegasen nuestros compañeros de expedición o avisarles donde podían encontrarnos.
Esto no fue necesario pues en la noche al entrar a la fonda nos los encontramos que estaban casi concluyendo de cenar y hasta entonces permanecían sin alojamiento por lo que nosotros les dimos noticia del nuestro y quedamos emplazados para el día siguiente. Nos colocamos a cenar por nuestra parte y a la vez que cenábamos nos ocupábamos en combinar los medios de conducirnos a Huauchinango de la mejor manera posible, pues veíamos gravísimas dificultades para conseguir caballos y concluimos por resolver que en último caso caminaríamos a pie.
Al día siguiente procuramos ante todo ver al jefe de la comisión para que mediante una orden del Señor Prefecto se nos facilitaran los caballos necesarios para nuestro transporte después de haberlo manifestado al Jefe de la Comisión lo que nos parecía conveniente, nos dirigimos a la prefectura y el Señor Prefecto manifestó buena voluntad en proporcionarnos lo que se le pidió y al momento mandó buscar los caballos donde los hubiese.
A las once del día aun no se habían conseguido los caballos por lo que decididamente nos resolvimos a partir a pie a un pueblo conocido con el nombre de Acaxuchitlán, distante cinco leguas de Tulancingo. Les pusimos en conocimiento a los compañeros nuestra determinación y les propusimos que el punto de reunión fuese Huauchinango; convinieron ellos y nos dijeron que nuestra determinación era de lo mejor pues no había ni aun probabilidad de conseguir caballos: aquí nos despedimos.
Nos dirigimos a nuestra posada y suplicamos al Señor Salas nos proporcionara un peón, para que nos llevase nuestro equipaje y nos sirviese a la vez de guía. Ese Señor que conocía ya nuestra comisión, no vaciló en proporcionarnos lo que tan necesario nos era y aun voluntariamente nos ofreció una carta de recomendación para uno de sus amigos; pues al lugar donde nos dirigíamos no hay mesón donde posar. Ínterin comimos, el Señor Salas nos buscó el peón y escribió la carta que nos había ofrecido y a la una y media de la tarde partimos para el citado pueblo.
Aunque el peón que cargaba el equipaje nos aseguró al principio que conocía bien el camino, no tardó en desengañarnos, pues antes de salir de la población nos aseguró lo contrario pero por no demorarnos nos resignamos a seguir con él y teniendo por lo mismo necesidad de preguntar a cada paso si el camino que llevábamos era el que debíamos seguir. Llegando por último a Acaxuchitlán a las ocho de la noche, en medio de un fuerte aguacero; teniendo que pasar antes por el rancho llamado del Toro; por la Abra, Santa María, la Asunción, San Pedro Tlalchichilco y Cuacuapantla.
Al llegar a Tlalchichilco nos encontrábamos bastante fatigados por la prisa que nos dábamos en llegar al punto deseado, ahí nos fue necesario tomar un refrigerante que nos confeccionó Don Francisco Galloso Ortiz quien nos aseguró que ladistancia que teníamos que recorrer era corta y que por lo mismo llegaríamos a eso de las seis de la tarde; con esto tomamos nueva fuerza y seguimos nuestra marcha.
Al salir ya casi del pueblo, comenzó a llover con alguna fuerza y esto nos precisó a detenernos en la casa del Señor Don Luis Alvarado, a quien le suplicamos nos permitiera guardarnos un poco del agua y si acaso seguía lloviendo tuviese la bondad de posarnos ahí.
Permanecimos con este Señor en su casa, cuando después de una hora que fue lo que tardó la lluvia, nos hizo partir no obstante que el camino estaba muy mojado y que nos era preciso atravesar una montaña. Nosotros no vacilamos en separarnos de ahí, pues a medida que se acercaba la noche crecía la desconfianza del dicho Señor y a fe que tenía razón pues nuestro traje en nada indicaba que fuésemos paisajistas pero ni aún traficantes, sino más bien hombres que salen de su país a buscar fortuna.
Comenzamos a subir y al mismo tiempo a resbalar, después de haber recorrido como media legua, se nos extinguió la luz y nos envolvió la niebla de una manera súbita. Perdidos por esta causa nos dirigimos a una cabaña sirviéndonos de guía los ladridos de unos perros, en esta cabaña encontramos a un hombre verdaderamente caritativo; este es Don José María López; al acercarnos a su casa le habló Montes de Oca con voz fuerte y después de haber salido López y contándole lo que nos pasaba nos condujo al lugar donde se reúnen los hombres que deben bajar al pueblo de retén con objeto de que estos nos condujesen hasta la casa donde debíamos posar, pero el retén había partido ya y nos era preciso seguir solos. López que no quiso abandonarnos prometió acompañarnos hasta dejarnos en la casa donde debíamos posar. Este hombre nos llevaba a paso largo por veredas estrechas y lo que es peor, sin saber por donde caminábamos; algunas veces teníamos necesidad de correr pues parecía que el agua nos invadía de nuevo. El peón cayó en tierra con lo que cargaba y López en vista de esto no pudo menos que cargar el equipaje; desde entonces caminábamos con más rapidez. Montes de Oca se dio tres golpes y yo solamente dos pues la luz había desaparecido por completo.
Gran placer tuvimos al ver a un cuarto de legua los rayos luminosos que crean la niebla densa que estaba sobre Acaxuchitlán, era para nosotros como cosa enteramente nueva y nos causaba emociones muy gratas el ver tanta cantidad de luz que divergía hacia arriba producida por una buena cantidad de rajas de madera de ocote; puestas en cajetes de barro y repartidas en las calles del pueblo.
Mojados, enlodados y no poco cansados llegamos a la casa del Señor Don Francisco Tetetla a quien le presentamos la carta del señor Salas. Después de haberse impuesto de su contenido nos hizo pasar a su casa, al momento que nos disponíamos a descansar llegaron algunos comisionados por la Autoridad de este pueblo con orden de conducirnos al juzgado, desde luego nos dirigimos al lugar ya dicho y cuando nos presentamos allí se nos interrogó cual era nuestra misión, nos exigieron las licencias de armas e impuestos de las demás circunstancias nos convencieron retirarnos con el Señor Tetetla que nos acompañaba. No debo pasar en silencio, que dicho Señor Tetetla no permitió por ningún motivo que nos condujese en cuerpo de patrulla al juzgado sino, que el mismo se comprometió a presentarnos en dicho juzgado como de hecho lo hizo.
Cuando hubimos vuelto del juzgado a la casa del Señor Tetetla, se nos sirvió una magnífica cena y un poco de vino del que allí fabrican. La conducta que el Señor Tetetla observó con nosotros es muy digna de mencionarla aquí, pues nos trató con todas las consideraciones que puede desearse en semejantes casos sin embargo de ser esta vez la primera que lo conocíamos; pues llegamos a su casa por solo la carta de recomendación que el Señor Salas le escribió.
Al día siguiente lo primero fue dirigirnos a la Iglesia con objeto de visitar al Señor Cura y entregarle una carta que el Señor Salas le escribió en la cual nos recomendaba; nos manifestó deseo de que permaneciésemos aquí este día, con tanto más razón que amaneció lloviendo pero le manifestamos la necesidad que teníamos de estar ese mismo día en Huauchinango y por lo mismo no insistió y sí nos proporcionó una carta de recomendación para el Señor Don. Aurelio Andrade quien está radicado en Huauchinango.
Procedimos desde luego a disponer nuestro equipaje con objeto de partir; el Señor Tetetla tenía ya dispuesto de antemano un peón de los que mejor conocía el camino y así fue él que cargando las carteras y quita soles nos sirvió de guía. El Señor Tetetla no quiso esta vez despedirse de nosotros con objeto de que a nuestra vuelta posásemos de nuevo a su casa.
Salimos pues con admiración del pueblo, pasando por una vereda que se encuentra cerca de los Reyes en seguida de el Río Milteno cuyo río pasamos en hombros del peón de la misma manera que las ciénegas del Apanpantla, después pasamos el río de Chacapala y el de Totolapa, a las tres y media de la tarde pudimos llegar a la venta de Manzanillas cansados y excesivamente fatigados. No tardamos en encontrar una fonda de la propiedad del Señor Don Joaquín Galindo en el rancho del Sabino: aquí nos sirvieron de cenar carne de carnero y tortillas que en este momento hacían.
Comenzamos nuevamente nuestra marcha teniendo necesidad de hacerlo desde aquí, un camino empedrado del que ya teníamos noticia por el guía y que a la verdad nos fue bastante molesto ya por lo cansados, ya también porque Montes de Oca llevaba los pies heridos por el calzado.
A media legua se dejó ver Huauchinango entre las montañas que lo rodean, cubriéndonos de tiempo en tiempo por los árboles que teníamos al fondo, de liquidámbar, alisos y algunos matorrales de tamaño diferente. Después de haber recorrido un corto trecho comenzó una lluvia débil que fue creciendo paulatinamente, de manera que poco después se había convertido en un fuerte aguacero en medio del que hicimos nuestra entrada a Huauchinango.
Llegando a la casa del Señor Don Salustiano Lamadrid quien nos dio razón de la casa del Señor Don Aurelio Andrade a quien como dije antes íbamos recomendados por una carta del Señor Cura de Acaxuchitlán. El Señor Andrade después de haber recibido y leído la carta nos hizo pasar a su casa y entrar a la sala no obstante que llegamos mojados y bien enlodados. Poco después nos ofreció una pieza que tenía desocupada, la que nosotros aceptamos por estar independiente y poder de esta manera descansar algo tranquilos. Poco después el mismo Señor Andrade nos condujo al comedor donde nos sirvió la cena y donde tuvimos lugar de platicar con el Señor Don Eduardo Fayes, Administrador de la Aduana, este señor nos dio algunas nociones de la sierra, nos aseguró que la conoceperfectamente y que levantó un plano de ella, que existe en el Ministerio de Fomento; nos manifestó que eran muchos los riesgos a que nos íbamos a entregar, que alguno de nosotros sería atacado por los fríos y por último, que mejor nos convenía volver a México y dejar la expedición para tiempo más oportuno.
Nosotros le manifestamos la imposibilidad de volver a México sin haber antes llegado a la Mesa de Metlaltoyuca pero que su aviso nos serviría para conducirnos con más prudencia ya en los alimentos, ya en los medios de transportarnos. Concluimos por recogernos.
Al día siguiente, el 24 del mismo mes nos dirigimos en la mañana a la subprefectura en busca del Señor Subprefecto a quien no encontramos pues algunos de la Subprefectura nos aseguraron que no era hora de que ahí estuviese, resolvimos hacer desde luego algunos apuntes de las montañas de Tlaltoyucan y de Cempoala, con este objeto nos acompañó el Señor Fayes a la torre de la Iglesia. Aquí se reunieron algunas personas traídas por la curiosidad de vernos con las carteras, poco tiempo después llegaron a la misma torre los señores de la comisión, los Señores Almaráz, García Cubas y Hay en compañía del Señor Campo: al ver a este Señor descubridor de la mesa de Metlaltoyuca, le pregunté si él era y me respondió ss. mm. servidor de usted, respuesta que iba acompañada de alguna grave seriedad. No tardaron en despedirse de nosotros y después de media hora hemos vuelto a nuestro hospedaje con objeto de guardar las carteras y arreglar la manera de conducirnos a la ruina de Metaltoyuca.
Este día y el siguiente lo hemos empleado en hacer algunos apuntes, en visitar al Señor Cura y a los Señores Don Salustiano Lamadrid, Cabrioto y a Don Manuel Andrade; este señor hizo que sus tres hijos tocaran en nuestra presencia algunas piezas de música; los tres se acompañaban bien no obstante ser bastante jóvenes pues el mayor tendrá doce años de edad; nos presentaron algunos dibujos hechos por los mismos que si bien son algo incorrectos, me parecen de lo mejor atendiendo a su edad y a que solamente son dirigidos por dicho Señor Andrade, nos presentaron igualmente algunos textos de matemáticas de autores antiguos y modernos por último, en este señor se deja ver el gran deseo de dar a sus hijos una educación brillante y hacer de ellos unos hombres útiles a la sociedad; nosotros no pudimos menos que exhortarlo para que con ardor prosiga su empresa y aconsejar a los chiquillos que no desmayen, sino que continúen en sus trabajos con entusiasmo y con bastante amor a las ciencias y a las artes, pues solo de esta manera (les hemos asegurado) podrán alguna vez figurar como hombres notables en la sociedad.
El mismo día 25 resolvió el Señor Subprefecto, se procediese a buscar las mulas que eran necesarias para nuestra marcha, pagando a sus dueños los honorarios correspondientes y en tal caso de no encontrar quien las facilitase voluntariamente, procedería entonces gubernativamente, pagando en este caso lo prevenido por el Gobierno.
El día 26 ya estábamos prevenidos para marchar, nuestro equipaje compuesto por dos carteras y número igual de quitasoles estaba en la casa del Señor Subprefecto; los indígenas que debían conducir los instrumentos estaban mandados llamar, solo los caballos nuestros aun no se conseguían. Por último, a las doce del día estos ya estaban dispuestos y después de almorzar en la casa del Señor Subprefecto salimos para Xicotepec en compañía del mismo Señor Subprefecto; los indígenas cargaban el equipaje.
Tuvimos lugar de pasar por las calles de (Vulcano) donde se encuentran las herrerías de Huauchinango; a tres cuartos de legua tuvimos el placer de observar a corta distancia de nosotros el pintoresco pueblo de Culchilapa, después el pueblo de Necaxa y a poca distancia vimos aparecer entre la niebla la bella catarata de Necaxa de 186 metros de altura, veíamos descender el agua a la distancia que estábamos con una sorprendente tranquilidad, dilatándose el agua a llegar a la parte inferior siete segundos, según la observación de los Señores Hay y García Cubas. Las montañas que nos rodeaban estaban envueltas en la niebla y esta es la causa de que hasta entonces no las conociésemos, en este camino encontramos la piedra calcárea, la de pizarra y otras de las que el Señor Almaráz recogió algunas para formar su corte geológico, de Huauchinango a la Mesa de Metlaltoyuca. Desde aquí comenzamos a ver los helechos gigantescos, entre bosques de árboles de liquidámbar de una altura considerable: llegamos a Tecacalango y a cierta distancia (como de una legua) de Xicotepec, en un punto que se llama los dos caminos, encontramos al Señor Cura de Xicotepec en compañía de la Autoridad y algunas personas de aquella población, los cuales esperaban al Señor Subprefecto de Huauchinango, con la comisión mandada por el gobierno de S.M. Después de saludarnos presentó el Señor Subprefecto a los señores que acompañaba y en seguida continuamos nuestra marcha en medio de los señores que salieron a recibirnos: después de haber pasado un punto conocido con el nombre de Ocotzatal, cerca de Xico, oímos los repiques y los cohetes que quemaban en dicha población; al entrar se nos unieron algunos del pueblo a pie que nos acompañaron hasta la casa del Señor Don Francisco Balderrábano, situada en la plaza y ya que está de vuelta hacia el este, después de haber dejado aquí los caballos nos dirigimos a visitar la Xochipila descrita por el Señor Subprefecto en su informe. Aquí hicimos algunos apuntes, muy ligeros en verdad porque era algo avanzada la hora y además la niebla la cubrió.
Salimos a la casa del Señor Balderrábano, tomamos chocolate y en segundos hemos dibujado un teponachtli que nos presentaron, este es de madera de rosa; poco después cenamos: una música de viento estaba colocada en la misma pieza que nosotros y tocaba algunas piezas de música, el Señor Cura nos acompañaba.
Al siguiente día salimos con dirección a un pueblo que tiene por nombre San Pedro Petacotla acompañados de la misma manera que llegamos el día anterior, a distancia de una legua en un sitio llamado el Tabacal, se despidieron de nosotros habiéndonos enseñado antes por el camino unas grandes piñas que se encuentran en las laderas de las montañas. Hasta aquí el camino no es de lo más penoso, llegamos al rancho de la Pila y desde aquí han comenzado nuestras fatigas pues este camino es casi intransitable, está sembrado de (sertenetas) formadas por los mismos animales y llenas de agua, pues no cesa de llover mas que algunos intervalos y esto por la mañana. Cerca del rancho de San Lorenzo, hemos encontrado un paso extremadamente riesgoso, a punto de que el Señor Cubas al pasar ha caído dando la mula una vuelta sobre él: el Señor Cubas quedó un poco entorpecido por el golpe, entorpecimiento que pocos momentos después había desaparecido; no sucedió lo mismo con la mula pues esta se ha quedado tirada algunos minutos como si hubiese estado muerta y no se paró sino cuando la desensillaron.
Llegamos al citado rancho de San Lorenzo, tomamos aquí algún alimento y seguimos nuestro camino con las mismas dificultades que traíamos. Cerca del pueblo de Jalapilla se espantó una mula que llevaba una caja, en el que el Señor Hay conducía sus instrumentos, papeles preparados, algunas sustancias químicas y un cartucho de cincuenta pesos. El Señor Hay venía entonces bastante molesto, pues poco antes había caído viniendo a pie. El Señor Coto recorrió la mayor parte del camino a pie pues llevaba un caballo que apenas podía consigo. Aunque la jornada que debíamos hacer es a San Pedro Petlacotla no nos fue posible pasar de Jalapilla.
Aquí como no nos esperaban anticipadamente no había dispuesto nada que cenar; el Subprefecto a distancia de una legua de aquí mandó que se dispusiera una pieza para dormir y esto hizo que se nos dispusieran algunas tortillas y cenamos cecina que había comprado en la mañana en Xico.
El día 28 pasamos el río de San Marcos que está a corta distancia de Jalapilla por una recta que tiene de extensión sesenta metros y cuatro centímetros de diámetro; esta sostiene una carretilla de la que suspende un asiento, en el que se coloca el que debe pasar. Almorzamos en San Pedro Petlacotla a las diez y media de la mañana; nos detuvimos aquí, interin el Señor Subprefecto contestaba un oficio que recibió. Aquí tuvimos lugar de observar el bonito traje que portan los indígenas, así como también el peinado que usan en forma de turbante, visten unos quixquemel blanco adornado con flores encarnadas, faja y enaguas del mismo color; conocí aquí el árbol que produce el hule y también la anona.
A las doce continuamos nuestra marcha y pasamos por bosques de árboles de palo mulato, helechos, plátanos, y otra multitud de árboles desconocidos para mí, encontramos también dos cascadas, una de las cuales se deja ver en el paso de la Pimientilla, paso a la verdad penoso por ser una bajada formada de escalones muy irregulares y de piedras bastante lisas habiendo en algunas partes del camino por uno y otro lado voladeros espantosos, a las orillas del camino se encuentran estacas pequeñas como para impedir que cayéndose una mula no se vaya a la profundidad. Poco adelante vadeamos tres veces el río Pancuatlán, aquí les llegaba el agua a las mulas hasta los encuentros, llegamos al rancho de Pancuatlán y atravesamos el río del Paso Real del Pantepec, en un bote que Téllez tiene aquí expresamente para pasar a los transeúntes. El Señor Hay mirando la limpieza del agua quiso tener el gusto de pasarlo a nado lo que verificó, interin se vestía se mandaron traer algunas cañas de azúcar que tienen un diámetro duplo de las que conocemos en la capital y son además muy dulces.
Hasta este lugar llegamos sin lluvia pero poco a poco se aparecieron algunas nubes por el norte, bastante considerables cerca de Pantepec nos comenzó a llover con gran fuerza sin poder sustraernos de la influencia de la lluvia ni ocultándonos, por no haber donde ni tampoco apresurando nuestra llegada, pues las mulas estaban bastante cansadas así es que tuvimos necesidad de resistir todo el aguacero. Al entrar a la población, se resbaló el caballo que yo llevaba y este fue un motivo de que me mojara doblemente. Cuando llegamos, los indígenas que estaban en la torre, en prevención repicaron hasta que entramos a la casa donde posamos. Llegamos aquí a las seis y media de la tarde, desde luego mandaron desensillar los caballos, los Señores Cota y Montes de Oca y yo hemos tenido que exprimir nuestra ropa que estaba completamente mojada.
El siguiente día 29 permanecimos en este pueblo, interin se componía el tiempo y bajaba un poco el río de los naranjos este tiempo lo empleamos en componer y secar nuestra ropa y en los momentos que dejaba de llover salíamos a recorrer algunos puntos de los más inmediatos buscando a la vez un punto bastante alto desde donde poder observar el mar.
El 30 a las seis de la mañana salimos para la mesa de Coroneles, vadeando seis veces el río de Colotla; en el segundo vado se llevó la corriente al Señor Almaráz como cuatro varas: a las doce llegamos al río de los Naranjos pasando antes a Rancho Nuevo. Después de pasados y a la orilla del río, hemos almorzado lo que se nos había dispuesto en Pantepec, que fue una multitud de tortillas, cecina asada y dos gallinas. El Señor Téllez que nos pasó el río de Pantepec, nos volvió a pasar aquí, pues expresadamente lo llevaron asignándole un peso diario para que recorriera los ríos y nos pasara en este de los Naranjos que es el más terrible. El caballito del Señor Coto no pudo pasar con los otros animales y fue llevado por la corriente hasta una especie de recodo que hace el río, aquí permaneció por algún tiempo y quedó incapaz para poder continuar, esta tarde encontró nuestra marcha que tuvimos necesidad de dejarlo en el camino.
Después hemos pasado el arroyo del Sal si Puedes donde el Señor Hay [sic] a caído al agua pues no es posible subir el otro lado montados; al entrar el Señor Hay le avisó el mozo del Señor Subprefecto que había un lagarto dentro del agua, el Señor Hay le tiró un balazo, pero nada le hizo. A eso de las cinco de la tarde llegamos a la casa del Señor Don Nicolás Jácome en la Mesa de Coroneles pasando antes por el cerco de piedras y desde aquí comenzamos a ver algunos promontorios de piedra, restos de las habitaciones destruidas de la ciudad, aquí encontramos la pimienta, el chico zapote, mameyes, naranjas, limones, higueras y algunos troncos vestidos de plantas parásitas entrelazadas con los bejucos que siguen unos movimientos caprichosos.
Luego que llegamos nos dieron la noticia de que acababan de cazar un venado, a poco lo trajeron y lo despojaron de la piel, el Señor Hay dispuso se hiciera un asado con los músculos lumbares del animal. Al siguiente día, dispuestos los útiles para las diversas operaciones que tenían que practicar nos condujimos hacia el levante.
Por una vereda estrecha, el lugar donde están los edificios como a media legua encontramos el primer edificio que presenta alguna importancia por su tamaño y es el que fue descrito por el Señor Campo con el nombre de palacio, es un edificio bastante grande cuya dirección y dimensiones han sido tomadas por el Señor García Cubas, no tiene ningún adorno, está formado por dos trozos de pirámides puestos el uno sobre el otro, el inferior de una altura mayor y tiene una escalera corrida en el lado que ve hacia el medio día y en el que mira al levante; tres dispuestas seguramente en el sentido de la longitud; este cuerpo se extiende algunos metros hacia el occidente y en este lado no tiene escalera alguna, el que está hacia el septentrión queda completamente cubierto con maleza y por lo mismo no puedo saber con exactitud lo que en el se encuentra.
Frente al lado que tiene la escalera corrida hay un particielo circundado de una pared bastante gruesa que tiene la forma de un muro, su altura es de la misma que la del cuerpo inferior de la pirámide y en longitud ésta de norte a sur de manera que es perpendicular a la escalera corrida. Enfrente de este muro está un terraplén un poco menos alto que el anterior y comienza como a tres metros distantes de la base del cuerpo superior y se extiende los mismos metros que el de enfrente dando lugar a que el lado que cierra el cuadrilongo del patio sea paralelo a la dirección de la escalera, en el edificio se encuentran dos depósitos de agua de extensión desigual; el depósito mayor conserva algunos vestigios de escalonado: todo el patio así como los muros que la circundan están cubiertos por árboles más o menos grandes sin faltar los bejucos que abundan considerablemente de manera que no es fácil hacer en este lugar alguna fotografía.
Del lado del muro más alto, que está fuera del patio, hay una especie de calle formada por el lado del este muro y del otro por una pared espesa y poco alta, a esta calle llega una especie de caño en su trayecto y hemos visto que se comunica con algunos depósitos de agua que están al noroeste del palacio y fuera de él, yo creo que estos depósitos tenían por objeto conducir el agua que sobrase en un depósito al otro y de esta manera impedir que esta agua se derramase en las habitaciones: estos caños se presentan a la simple vista como los que se encuentran en medio de las calles en los barrios de la capital.
Algo más adelante encontramos dos monumentos el uno frente al otro y a poca distancia; su extensión será como de 20 metros y 2.50 de altura; están del este al oeste y en el que está hacia el norte es donde se encuentra lo que describe el Señor Campo en su informe con el nombre de meridiano, tiene dos cuerpos; el uno sobre el otro, el inferior es un semi-cono truncado y el superior un semi-círculo ambos unidos tendrán cerca de 3 metros de altura, 2.50 de diámetro, está colocado del lado que va al norte y por consiguiente las figuras inscritas van en la misma dirección. Frente a frente de estos dos monumentos están dos piedras colocadas verticalmente y enterradas hasta la mitad; de la parte enterrada, la mitad lo está por la maleza y la otra que pertenece a la extremidad parece que ha sido a propósito pues al sacar una de ellas vimos que había una buena proporción de mezcla de cal, además esta mezcla no tenía ninguna fuerza pues la pudimos sacar con mucha facilidad, esta piedra tiene un bajo relieve que representa un Indio con las piernas recogidas y con un brazo se tapa la cara, en el mismo brazo tiene una especie de escudo de manera que la cabeza queda totalmente cubierta, esta piedra tiene poco más de 1.90 metros de altura y como 6.0 metros de ancho, es irregular en sus lados. La piedra que está frente a ésta es más ancha y del mismo tamaño que la anterior, no tiene figura ninguna. Están cerrados estos monumentos por la parte superior con piedras labradas y colocadas a manera de bóveda sin estar adheridas con alguna materia extraña.
Al ver estos monumentos con esta disposición, procedimos a quitar la piedra ya descrita pues creímos que aquí había alguna puerta pues además de la piedra se veían algunos cortes aplanados con mezcla figurando los lados de la puerta; conseguimos quitarla e inmediatamente descubrimos piedras con mucho desorden. Mirando la dificultad que teníamos el descubrir el interior por aquí, se resolvió hacer una sección transversal, comenzando por sacar una piedra que estaba hundida en la parte superior del monumento de cerca de 2 metros de largo y de una forma un poco curva. Esta operación duró todo el tiempo que estuvimos aquí que fueron cuatro días y no pudimos ver otra cosa que piedras en el mismo desorden que se nos presentaron por la pretendida puerta.
Después de haber quitado, lavado la piedra y dado órdenes al que estaba encargado de los Indios que trabajaban, el Señor Hay dispuso su tienda de campaña, nosotros nos internamos un poco más con el Señor Almaráz y encontramos una pirámide que tiene seis cuerpos de 2.90 metros cada uno: quise ver lo que había arriba de ella y me resolví a subir pero no pude ver nada por la multitud de vegetales de diversos tamaños que había. La lluvia nos hizo retirar de aquí sirviéndonos de paraguas unos ramos de palmas que nos cortaron los indios; pero extraviamos la vereda y cuando se hubo calmado algo la lluvia, dando algunas voces pudimos saber el lugar por donde se encontraban nuestros compañeros. Llegamos a la tienda del Señor Hay y ya había intentado abrir los quitasoles que llevábamos pero no pudieron porque estaba la madera hinchada por las lluvias de los días anteriores.
Cerca de la tienda me coloqué a dibujar un higuero; luego que cesó la lluvia nos dirigimos a comer y no volvimos sino hasta el día siguiente, pues la lluvia nos impedía entrar a las ruinas; en esta tarde se dispuso lo que debía hacerse al siguiente día de manera que el Señor Hay se determinó hacer fotografías del monumento donde está dicho meridiano; el Señor Almaráz de hacer el plano topográfico de la mesa; el Señor García Cubas de levantar la planta de la ciudad; el Señor Coto de copiar el meridiano y yo el palacio.
En la noche hizo el Señor Jácome un baile, reuniéndose para él algunas personas de Metlaltoyuca y la familia del Señor Solís; la música se componía de un violín y un bajo acompañados de dos que cantaban alternándose, de manera que el canto duraba tanto como la pieza que bailaban, después de haber visto bailar hasta las nueve de la noche nos retiramos a descansar.
Al día siguiente, volvimos a las ruinas dirigiéndose cada cual al lugar correspondiente, yo tardé algo de tiempo en que se me descubriera algo el cuerpo superior del monumento, después de haber apuntado lo que veía de un punto, tuve la necesidad de ir por otros para apuntar lo que me faltaba en aquel. El Señor Hay no pudo hacer esta mañana más que una vista después de haber emprendido el penoso trabajo de hacer quitar los árboles que quitaban la luz al monumento. El Señor García Cubas solo pudo medir algunos edificios y tomó sus direcciones teniendo para esto que mandar abrir de un punto a otro de los edificios un camino para poder tirar sus visuales y medir las distancias. El Señor Almaráz volvió en la tarde fastidiado pues le habían picado bastante los moscos, este Señor se dirigió hacia el noreste de las ruinas para practicar sus operaciones; el Señor Coto sacó la copia del monumento donde está el meridiano. La tarde la empleamos en visitar el muro y una barranca que está cerca del rancho, el muro tiene de espesor 10 metros; de altura 7 metros y de extensión 325 metros y la dirección es sureste.
En los otros dos días, el Señor Almaráz hizo sus apuntes, el Señor Hay sus fotografías, dos del monumento del meridiano visto de uno y otro lado, otra de la piedra que sacamos con el bajo relieve y una figura también de piedra y de la misma altura que representa una momia o un cadáver envuelto en una especie de sábana; hizo otra copia de la pirámide, aquí el Señor Hay corriendo con un vidrio preparado, se tropezó y se dio un fuerte golpe en el muslo derecho. El Señor Cubas tomó, aunque como dije con mucho trabajo, las direcciones de los monumentos, sus situaciones respectivas, las dimensiones de sus bases y la distancia de unos edificios a otros. El Señor Coto y yo copiamos el meridiano en total y detallado; lo mismo que el palacio, la pirámide y dos estudios de higueros, un higuero aislado para tener la forma de sus masas y la casa del Señor Jácome. El jueves después de haber hecho el Señor Hay la fotografía dicha dela pirámide, procedió a empacar sus reactivos y las demás cosas que tenía como la tienda de campaña, sus cámaras fotográficas, tripiés, etc. y en la misma tarde se sacaron del bosque; en la casa del Señor Jácome se dispuso y arregló la manera de volver a Huauchinango y al siguiente día partimos de vuelta pasando por los mismos puntos que a la ida.
Sabiendo los indios de la Mesa que teníamos que volvernos el citado día se escondieron todos a excepción de cuatro que pudo el Señor Jácome conseguir, de manera que no pudimos salir a la hora que se había pensado sino hasta las ocho de la mañana; una parte del equipaje se quedó en el rancho comprometiéndose dicho Señor Jácome a ponerlo en Pantepec aunque fuera de noche.
Pasamos el río de Sal si Puedes y el de los Naranjos sin novedad, almorzamos y seguimos nuestra marcha a Pantepec, en los arroyos de Colotla y en el mismo paso volvió a caer el Señor Almaráz y Montes de Oca; el Señor Cubas por auxiliarlos se mojó también. El otro día después de haber pasado el río Pantepec encontramos una comisión compuesta de treinta y ocho individuos de Apan entre ellos tres sacerdotes que hacían de jefes. Desde que llegamos a Pantepec supimos que había llegado no una comisión sino una fuerza armada que venía en dirección a las ruinas, inmediatamente el Señor Subprefecto mandó un correo a San Pedro para saber que clase de fuerza era, caminó el correo toda la noche y al otro día saliendo de Pantepec, nos encontró con la comunicación y además con algunas cartas de familia y un oficio del Ministerio del Fomento, por esto se supo que era una comisión concedida compuesta de algunos individuos de la junta de mejoras materiales de Apan.
Como dije, los encontramos y tuvimos que volvernos una corta distancia con ellos pues el Señor Subprefecto de Huauchinango tenía que oficiar a los jueces de Pantepec y de Metlaltoyuca para que se les proporcionara todo lo necesario por sus justos precios; estuvimos con ellos un poco, nos preguntaron lo que habíamos visto y uno de los sacerdotes prometió al Señor Subprefecto darle parte de lo que ellos pudieran descubrir, asegurando que la gente que llevaban era muy trabajadora y que tenía mucha fe en descubrir algunas cosas; sus instrumentos se componían de una brújula de bolsa, barretas y palas.
Seguimos a San Pedro y desde aquí el Señor Coto tuvo la necesidad de ir en las ancas de un caballo que llevaba un indio, pues el caballo que dicho Señor tenía ya era imposible que caminara, poco antes de subir la Pimientilla, el Señor Subprefecto dispuso que se le diera al Señor Coto una mula que llevaba un indio.
Pasados los bados de Pancuatlán el caballo no pudo subir la Pimientilla y tuvimos la necesidad de dejarlo a la mitad de la subida pues los compañeros se habían adelantado y temíamos llegar de noche a San Pedro. Casi al acabar de subir encon tramos un pequeño manantial de agua en unas rocas a donde bebimos alguna, tomando con la falda de nuestros sombreros pues estábamos muy fatigados porque el sol era bastante fuerte.
Como a media legua de la Pimientilla pasamos un riachuelo donde nos detuvimos un poco a contemplar un bello paisaje que hay aquí, dejándose ver en primer término y a la orilla del agua un grupo de helechos gigantescos con algunos plátanos y tras ellos las ceibas con sus ramas elegantes y algunos otros árboles de palo mulato, casi todos los troncos vestidos con plantas parásitas; aquí y en el camino que seguimos encontrábamos una planta de corta altura con sus bracteas color púrpura. Seguimos nuestro camino y a las cuatro de la tarde llegamos a San Pedro: todos los Señores que se adelantaron estaban ya descansando.
Al día siguiente emprendimos la primera jornada a Xico en los días anteriores no había llovido y por esta causa el barro iba formando una masa mas compacta, de manera que las mulas tenían gran trabajo para nadar, pues se les enterraban las manos y no podían sacarlas sino con mucha fuerza, metiéndolas algunas veces hasta cerca de los encuentros.
El Señor Almaráz seguía tomando por el camino piedras para el objeto mencionado, haciendo a la vez el croquis del camino lo mismo que el Señor Cubas; el Señor Hay tomaba fotos del barómetro y del termómetro para medir las alturas. Cerca de Xico en uno de los bosques mencionados nos llovió tanto, tan fuertemente que las mulas se resistían a seguir, volteándose a favor de la dirección de la lluvia; a las cinco de la tarde llegamos a Xico a la misma casa del Señor Balderrábano.
Al siguiente día, antes de partir el Señor Cubas y yo nos subimos en un puente llamado el Calvario con una persona que nos acompañaba con objeto de enseñarnos las montañas que rodean a este pueblo; el Señor Cubas formaba su croquis y yo apuntaba sus líneas y accidentes.
Salimos del pueblo acompañados de tres señores entre los que iba el Señor Balderrábano, nos dejaron en dos caminos, punto en donde a la ida nos habían encontrado; en este camino la mula que llevaba el Señor Hay se resbaló tres veces en el mismo lugar a causa de quererse levantar estando dicho Señor montado y recibió los tres golpes con la cabeza de la silla en el lado izquierdo cerca del estómago.
Llegando a la bella cascada de Necaxa (quiere decir lugar en donde hay ruido) tuvimos oportunidad de observarla con admiración a la verdad, pues a la ida no la pudimos ver toda descubierta por las nubes que sin cesar se desprendían de la barranca aunque en este momento se desprendían también, sin embargo no eran tan abundantes y dejaban, por otra parte algunos intervalos de tiempo para poderla apreciar. El Señor Almaráz me cubría la llovizna con su capote de hule formándome con sus brazos y su capote un toldo, no siendo suficiente éste, el mismo Señor Almaráz nos prestó su sombrero que era bastante ancho y de este modo pude hacer que el libro no se mojara y apuntar la cascada. Los demás compañeros se adelantaron y los alcanzamos en el paso del río de Necaxa, hicieron sus apuntes y seguimos de camino a Huauchinango llegando a este pueblo después del medio día.
En la misma tarde nos despedimos de las personas a quienes habíamos visitado la vez primera, el Señor Fayes convidó al Señor Almaráz a comer y le regaló un ejemplar de un tratado escrito por el mismo Señor Fayes y que se titulaba “Memorias de Tuxpan”, el día siguiente les regaló igualmente a los Señores Cubas y Hay un ejemplar a cada uno de la misma obra.
Salimos de Huauchinango como a las diez y media de la mañana en dirección a Acaxuchitlán con el Señor Subprefecto que nos acompañó hasta una legua distante de la población. En el rancho del Sabino nos detuvimos por equivocación de un mozo, pues creyó que el Señor Subprefecto le había dicho que no se atrasara porque nos iban a quitar los caballos; nosotros no creímos tal cosa pero para más seguridad, el Señor Hay escribió al Señor Subprefecto diciéndole lo que pasaba, a las dos horas volvió el correo con la contestación, en la que decía que al dejarnos encontró a uno de los mozos con dos caballos y que le había dicho que no se atrasara porque le podían quitar los caballos además, ofició a la población más inmediata a nosotros para que se reunieran y nos acompañasen el camino. Seguimos nuestra marcha y poco después extraviamos el camino y por esto nos demoramos un poco más; dos leguas antes de llegar a Acaxuchitlán nos llovió hasta la población.
El Señor Cura nos recibió con mucho agrado y nos pasó a su casa, teníamos nosotros resuelto posar en la casa del Señor Tetetla pero el agua nos lo impidió, al día siguiente pasamos a saludarlo, a darle las gracias por la buena acogida que nos hizo la primera vez y por último a despedirnos de él pero no lo encontramos. Las mulas que traíamos de Xico y de Huauchinango se les volvieron a sus dueños, pagándole el importe del alquiler y salimos de Acaxuchitlán en los animales que el Señor Hay había llevado desde Texcoco, el Señor Montes de Oca montó el caballo del Señor Cubas y llegamos a Tulancingo a la una de la tarde.
El Señor Almaráz desde Huauchinango se adelantó por una desgracia de familia que tuvo y no lo volvimos a ver sino hasta México. Los Señores Coto, Montes de Oca y yo debíamos habernos venido por la diligencia de Tulancingo pero el Señor Hay nos manifestó que tenía deseo de que lo acompañáramos hasta su casa, en efecto aceptamos y tomamos el camino hacia Texcoco, pasando por la Venta del ciego, el Cerro del Tecajete. Vimos aquí el principio de la arquería de Cempoala que conduce el agua a Otumba, nos hospedamos en Cempoala en la casa del Señor Don Cesáreo Enciso y al siguiente día nos dirigimos a ver la continuación de los arcos que están a cierta distancia del camino: pasamos por algunas haciendas de pulque de los llanos de Apan y almorzamos en Acapausco; desde aquí comenzamos a ver las grandes pirámides de Teotihuacán que están como a dos leguas y al pie de cerro gordo, pasamos cerca de ellas y en el pueblo llamado la Venta se reanudaron las mulas del carruaje y seguimos a Texcoco a la casa del Señor Hay, llegando aquí a las tres de la tarde.
Ya estaban dispuestas cuatro camas para los cuatro hospedados y una buena comida, nos estuvimos con el Señor Hay esta tarde y al día siguiente nos enseñó algunas pinturas, un álbum con apuntes hechos a lápiz por él: con unos retratos de fotografía y por último tocó en el piano algunos trozos de ópera. El Señor Hay se ha portado muy bien con nosotros y por lo que toca a mí, le estoy muy agradecido. El domingo 13 de agosto a las cinco y media de la mañana salimos de Texcoco en el carruaje del Señor Hay y a las siete partimos para México en una canoa conducida por siete indios y a las doce estábamos en la capital.
Señor Director aunque la expedición ha sido bastante penosa también nos ha sido de gran utilidad pues hemos tenido lugar de ver accidentes que en otra estación tal vez no habría y aunque los apuntes dibujados hayan sido pocos, sabe usted perfectamente Señor Director que el Artista necesita más bien de hacer poco y de observar mucho para enriquecer la imaginación de la variedad de objetos que nos muestra la naturaleza y hacer esto poco con verdadero juicio caracterizando los lugares que se quieren representar. He sentido sí, algunos apuntes que debería haber hecho y que no pude hacer por falta de una tienda de campaña y una cartera pequeña para medio pliego de papel de marca, pues la cascada descrita de Necaxa, la pude apuntar como dije, merced al Señor Almaráz que me cubrió con su capote de hule, teniendo para esto que perder su tiempo que podía haber empleado en alguna otra cosa. Creo que esta pequeña dificultad será allanada y agradezco a usted el empeño que ha tomado por el adelanto de las bellas artes, proporcionando S.M; artistas que son capaces de desempeñar con acierto lo que se les confía y para que se cumpla igualmente la intención de S.M: que es la de desarrollar el gusto por las artes y elevarlas al grado que se elevan en Grecia y Roma y de cuyas épocas tenemos preciosos recuerdos.
J. M. Velasco
El informe que José María Velasco escribió durante su viaje constituye un importante aporte a la historia de las expediciones científicas realizadas en México durante la segunda mitad del siglo xix. Por una parte, hace evidentes las dificultades naturales, ambientales y materiales que enfrentaron las personas comisionadas a estas tareas; por otra, nos sirve como una guía que aporta datos geográficos para reconstruir las regiones visitadas. Su manuscrito también ofrece un inventario de los instrumentos de trabajo utilizados en las expediciones científicas y la importancia del registro fotográfico y el dibujo como herramientas indispensables para la recreación de los paisajes, y en este caso particular, de la zona arqueológica recién descubierta. A su vez, nos permite conocer la faceta de escritor de uno de los pintores mexicanos más reconocidos por la calidad artística y estética de sus pinturas de paisaje, además de que también nos aporta información relacionada con los diferentes motivos que Velasco dibujó en el período de casi un mes que duró la expedición a la mesa de Metlaltoyuca.