La publicación del corpus documental sobre Las visitas pastorales de Mazapil, 1572-1856 rompe los parámetros actuales en cuanto a la edición crítica de fuentes. Se trata de un grueso volumen cuya información contiene casi tres siglos de testimonios sobre la vida parroquial de un real de minas en el noreste novohispano (y mexicano) cuya riqueza evoca en primera instancia proyectos editoriales de gran envergadura, como los de Félix Zubillaga, quien hace medio siglo inició desde Roma la publicación de Monumenta Mexicana, que buscaba agrupar en una sola colección el conjunto de testimonios sobre la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús.1 Por lo demás, siempre será bien recibido el trabajo profesional y sistemático en los archivos, así como la puesta a disposición de públicos más amplios de las fuentes de la historia. Recordemos el gusto con que, hace un cuarto de siglo, Luis González nos hablaba de estos “ángeles custodios de las huellas manuscritas de nuestra historia” o de los editores de guías documentales y de archivos.2
La obra que hoy nos ocupa, a cargo de Valentina Garza Martínez y Juan Manuel Pérez Zevallos, es muy afortunada en tanto que sus autores pudieron concebirla no sólo a partir de sus conocimientos previos sobre la región, sino también por haber logrado encontrar y acceder con el apoyo de las autoridades eclesiásticas a un gran corpus documental, que va desde los orígenes de la parroquia hasta los inicios del México liberal. Esa continuidad, así como la responsabilidad de los párrocos y demás autores de los testimonios, especialmente del padre José María Gil hacia 1820 y sus sucesores, quienes se dieron a la tarea de ordenar, rescatar y limpiar los libros y papeles sueltos, brindó a los editores la posibilidad de dar a conocer, como ellos mismos expresan, “tres siglos y medio de vida religiosa en la parroquia” (p. 26).
La edición crítica consta de una amplia introducción, una “historia documental de la vida eclesiástica de Mazapil” que incluye 39 documentos y un “anexo documental” de 37, además de un glosario, su respectivo índice onomástico y toponímico, fotografías y un mapa de “Poblados de la parroquia de Mazapil (XVII-XIX)”. Además de los índices, la introducción misma incluye una serie de cuadros que hacen de la consulta de la obra un trabajo muy “amigable”.
Garza Martínez y Pérez Zevallos nos introducen paulatinamente al objeto de su interés, de inicio, los aspectos generales de las visitas eclesiásticas, por lo que hacen una revisión crítica de la historiografía sobre la materia, no solo en los antiguos obispados del norte, sino también en el resto de la Nueva España, incluidos trabajos similares de Mario Ruz para América Central a partir de su consulta del Archivo Histórico Diocesano de Guatemala. La cuestión de la escala hace una primera gran diferencia; usualmente lo que se ha desarrollado son las visitas a los obispados en su conjunto, cuando de lo que en esta ocasión se trata, son los testimonios sobre la escala local y, propiamente, parroquial. Ello también podría ser comparable cuando se habla de miembros de otras órdenes religiosas que realizaron en distintos momentos visitas a ciertas provincias misioneras en específico, como la de Juan Ortiz Zapata sobre las misiones jesuíticas de la Nueva Vizcaya.3
La caracterización de las visitas incluye los pasos de que éstas constaban y la dinámica administrativa que incluía la revisión del archivo, la evaluación del inmueble parroquial y de los libros de fábrica, así como de la documentación y funcionamiento de cofradías. El procedimiento usual, como explican los editores, era que el secretario levantara un informe de la visita específica a la parroquia, misma que se incorporaba al documento general, a la vez que se dejaba copia del mismo en el archivo, ya sea como un expediente individual o, más frecuentemente, inserto en los libros de registro de nacimientos, matrimonios o defunciones. La información consignada en los documentos de la parroquia de Mazapil es extraordinaria por su riqueza y sobre todo por el hecho de formar un corpus coherente y continuo de larga duración histórica. Este tipo de testimonios, que hemos podido consultar en parroquias sinaloenses, principalmente de las visitas de Pedro Tamarón y Romeral, nos muestran que el registro sistemático y la conservación de los expedientes, así como su adecuado ordenamiento, son la excepción y no la regla.
El análisis de esta información, rica en detalles, permitirá a los historiadores el estudio de procesos específicos sin tener que consultar la documentación original. La vida parroquial, las fundaciones y devociones y los ordenamientos de la Iglesia para la administración de los servicios están ordenados cronológicamente con otro tipo de documentos, sobre todo con las visitas de los obispos a la parroquia.
Cabe decir que no todos los expedientes que conforman el volumen provienen del Archivo Parroquial de Mazapil, sino que también éste se integra de documentos de otros acervos, e incluso de documentos provenientes de publicaciones en donde se extracta la parte correspondiente a Mazapil. De hecho los primeros dos expedientes provienen del Archivo General de Indias: “Relación del obispo de Nueva Galicia, Francisco Gómez de Mendiola sobre los beneficios curatos de su diócesis (1572)” y “Relación del obispo de Nueva Galicia sobre las cosas eclesiásticas de su diócesis (ca. 1578)”, mientras que el tercero es la “Descripción geográfica de la jurisdicción de Mazapil por el obispo don Alonso de la Mota y Escobar” (1602-1605).4
En este orden, el primer documento propiamente del Archivo Parroquial de Mazapil es un “Inventario de los bienes de la Iglesia de San Gregorio, revisado durante la visita a la iglesia parroquial de San Gregorio de Mazapil por parte del Lic. Bartolomé de Arbide (notario) (27 de agosto de 1612)” y se trata de un expediente realizado por una persona encomendada por el obispo, lo que nos muestra que, al igual que pasaba con las visitas de las autoridades civiles en las regiones norteñas, era usual que estas fueran subdelegadas en personajes de confianza de estos funcionarios. Por lo demás, los inventarios son recurrentes en este tipo de visitas; como un punto de comparación podemos anotar que el texto del Libro registro de la segunda visita de Pedro Tamarón y Romeral, obispo de Durango, contiene notable información sobre cada una de las parroquias y templos misionales, de las cofradías y fábricas de los templos, en tanto que una de sus principales virtudes es la serie de inventarios de las parroquias a lo largo de su recorrido, iniciado en El Zape y culminado con su muerte en el pueblo de Bamoa, entonces misión jesuita de la provincia de Sinaloa.5
En este caso, la serie de inventarios de la parroquia de Mazapil se erigen en un conjunto invaluable para la historia de sus bienes, en particular para la historia del arte, pero que tiene interés en muchos otros aspectos del quehacer historiográfico, como son el de la historia del comercio de los bienes para el culto y la historia de las devociones locales y festividades. Asimismo, este tipo de inventarios, que se realizaban para la iglesia principal de la parroquia, también se hacían para los bienes de las cofradías y de las capillas de las haciendas del entorno. Actualmente, los inventarios también son relevantes para restaurar objetos de arte de los inmuebles eclesiásticos dañados por accidentes naturales e incluso por ataques deliberados, como ocurrió en 2012 en la catedral de Culiacán.
Para darnos una idea del corpus documental, consideremos que el cuadro 1 de la introducción consigna el listado de “Obispos, visitadores y ayudantes durante las visitas pastorales al curato del real y minas de San Gregorio de Mazapil”, realizado a partir de los documentos incorporados en este volumen, donde encontramos 27 visitas, en su mayoría (25) del periodo novohispano, lo que permite ponderar el valor específico del conjunto editado por Garza Martínez y Pérez Zevallos.
En fin, se trata de un esfuerzo monumental de cuya consulta pronto habrá resultados puntuales en la historiografía de Zacatecas. La edición por los mismos autores de la visita del Dr. José Antonio Martínez Benavides a la “provincia del Nuevo Reino de León, Villa del Saltillo y real del Mazapil”, es decir, de un territorio mucho más amplio, abre la escala de análisis y ratifica la vocación de los autores en cuanto al rescate y edición crítica de fuentes eclesiásticas.6