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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.65 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2015

 

Reseñas

Jaime M. Pensado, Rebel Mexico. Student Unrest and Authoritarian Political Culture during the Long Sixties

Valeria Sánchez Michel* 

*Université du Québec à Montréal. Canadá. valeria.sanchez@cide.edu

Pensado, Jaime M.. Rebel Mexico. Student Unrest and Authoritarian Political Culture during the Long Sixties. Standford: Standford University Press, 2013. 339p. ISBN: 9780804797252.


Las portadas son parte importante de los libros, son el primer víncu lo con los lectores y la carta de presentación de lo que leerán. Este libro tiene en su portada una fotografía en blanco y negro de 1968. Como telón de fondo se ve el edificio del Departamento del Distrito Federal. La figura central es un tanque en cuya torreta se encuentra un militar que voltea y ve fijamente a un grupo de muchachos. La foto muestra a una multitud de jóvenes en el Zócalo que rodean varios tanques militares estacionados. Algunos jóvenes observan los tanques, se muestran expectantes y curiosos ante aquel despliegue. En cada tanque hay dos o tres militares con actitud de espera, listos para recibir órdenes. La foto muestra tensión, autoritarismo y dos grupos encontrados: estudiantes y militares. En letras rojas destaca el título del libro, Rebel Mexico. Su autor es Jaime Pensado, profesor de la Universidad de Notre Dame y director del Mexico Working Group. Mexicano de origen, Pensado emigró con su familia a Estados Unidos cuando era joven y ahí realizó toda su formación académica. Rebel Mexico se deriva de la tesis que presentó para obtener su doctorado en la Universidad de Chicago. En él se condensan los temas que le interesan al autor y a los que se dedica desde hace tiempo: la historia del México moderno, con énfasis en la Guerra Fría, la cultura juvenil y la política estudiantil.

La obra de Pensado, notable en muchos sentidos, destaca sobre todo por su abundante y atinado uso de fuentes y también porque representa un extraordinario ejemplo de cómo incorporar la historia oral a la investigación. Las entrevistas le proporcionaron información que difícilmente se puede encontrar en los archivos; por ejemplo, datos sobre la vida cotidiana de los alumnos, costumbres estudiantiles o la experiencia de quienes participaron en los acontecimientos. Además, Pensado pudo consultar y valorar la documentación de la Dirección Federal de Seguridad y de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, archivos que formaron parte de la apertura a la información que el gobierno de Vicente Fox ordenó para que se pudiera investigar sobre los abusos contra los derechos humanos de los gobiernos anteriores. Archivos que, pese a su importancia historiográfica y documental, desde el pasado mes de marzo ya no es posible consultar.

El objeto de Rebel Mexico, explica Pensado en su introducción, es analizar el origen, crecimiento y consecuencias de lo que el gobierno denominó el “problema estudiantil” y cuyo zenit fue el movimiento estudiantil del 68. Estamos pues frente a un esfuerzo por ampliar la perspectiva tradicional sobre los movimientos estudiantiles en México. Para ello, el autor revisa la cultura y la política estudiantiles a partir de 1940 y, sobre todo, lo que él denomina the long sixties (1956-1971). Sin embargo, la portada ya referida vincula la obra con la historiografía que, en general, se ha concentrado en torno a 1968 y la masacre de Tlatelolco. Rebel Mexico es, sobre todo, una investigación que explica los contextos sociales y políticos que posibilitaron la intervención del gobierno en las organizaciones estudiantiles y, al mismo tiempo, la formación y consolidación del porrismo. Esta explicación le permite al autor concluir que 1968 no fue la respuesta de un gobierno que tuviera el monopolio de la violencia, sino la respuesta de un gobierno débil tras una prolongada situación de debilitamiento vis-à-vis los movimientos estudiantiles.

Al observar la portada del libro, así como al leer parte de la historiografía sobre movimientos estudiantiles, parecería que el gobierno y los estudiantes están en dos bandos encontrados. Sin embargo, uno de los grandes logros del trabajo de Pensado es mostrar con detalle cómo se tejieron redes de interés entre políticos, líderes estudiantiles y asociaciones de alumnos. A lo largo de Rebel Mexico el lector va entendiendo cómo cambió la forma en que los funcionarios públicos se implicaron en dichos movimientos y cómo la violencia provocada por los líderes estudiantiles fue in crescendo. Por ejemplo, a finales de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta, tanto el presidente como el rector y otros funcionarios apoyaron a los líderes de las porras con los recursos necesarios para entretener a los alumnos con fiestas, cine, tardes en el billar y actos como las novatadas o la quema del burro (pp. 70 y ss.). En cambio desde finales de los años cincuenta y principios de los sesenta se buscó promover actos que llevaran a la desacreditación de los estudiantes con el objeto de que la población asociara a las organizaciones estudiantiles con actos de desobediencia e ilegalidad, como era el secuestro de camiones. Además, se financió la distribución de propaganda falsa para confundir a los alumnos y propiciar distintas facciones. En dicha propaganda, por ejemplo, se promovió la violencia como la única forma para lograr una revolución social y se acusaba a las juventudes del Partido Comunista y del Partido Popular Socialista de estar manipulados por el imperialismo yanqui (pp. 188 y ss.). Sin embargo, a lo largo del periodo de estudio el autor prueba cómo se conservó el interés de las autoridades en mantener a los estudiantes alejados de las cuestiones políticas (p. 54).

El trabajo de Pensado nos invita a analizar la cultura estudiantil y complejizar factores a los que se les había prestado poca importancia, como es el caso del relajo, un mecanismo que se utilizó para manipular la actividad política de los estudiantes y para acentuar la imagen popular de que había una “crisis de la juventud”. Los promotores del relajo eran los líderes de las porras, personajes indispensables que obtenían financiamiento y recursos gracias a una serie de “padrinos del relajo” (esto es, funcionarios universitarios o del gobierno).

Al mismo tiempo, los líderes estudiantiles eran vistos por los alumnos como alguien con capacidad de negociación frente a las autoridades. Así, por ejemplo, los líderes obtenían lugares para sus seguidores en dormitorios, comidas, calificaciones y derecho a titulación. De igual modo, las fiestas y las novatadas no sólo entretuvieron a los alumnos sino que también sirvieron para consolidar una identidad universitaria y propicia el sentimiento de pertenencia de los alumnos. Probablemente de todos los líderes que Pensado estudia el que más sorprende por su carisma y por el tiempo que logró mantenerse al frente es Luis Rodríguez, El Palillo, uno de los líderes porristas más importantes de la Universidad Nacional Autónoma de México desde 1937 hasta 1964 (véase el capítulo 2).

Dos fueron las preguntas que guiaron la investigación de Pensado. La primera es cuáles fueron las condiciones sociales, culturales y políticas que causaron la proliferación del porrismo. La segunda es qué muestra el porrismo sobre la política mexicana durante el milagro económico en general y sobre el impacto de la Guerra Fría en la política estudiantil en particular. El resultado es una historia compleja que prueba cómo el porrismo fue un mecanismo de control y de mediación que tanto el gobierno como la oposición política propiciaron dentro de las preparatorias y universidades. A este respecto, el autor muestra cómo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) nunca ejerció la violencia política de forma exclusiva.

Rebel Mexico se divide en tres partes. En la primera, “Prelude to the Sixties: Youth Unrest and Resistance to Postwar ‘National Identity’ ”, Pensado aborda los cambios socioeconómicos, demográficos, políticos y culturales del periodo conocido como el “milagro mexicano”. Durante estos años los estudiantes politizados son vistos como una amenaza a la “unidad nacional” y al “progreso revolucionario”. Asimismo, en este periodo hubo un gran impulso a la educación superior (sobre todo a la UNAM) y se dio un incremento acelerado de la población estudiantil (la UNAM pasó de 19 033 estudiantes en 1942 a 78 094 en 1966, y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) de 8 026 en 1942 a 37 429 en 1966).

En esta parte del libro el autor logra una historia comparativa entre la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional. Así, el lector obtiene un amplio panorama sobre la educación superior en la ciudad de México de aquel momento y una mayor comprensión de las diferencias entre ambos proyectos institucionales y los distintos perfiles de sus alumnos. Todo lo cual repercutió necesariamente en el tipo de descontento que los alumnos generaron y en las críticas que hicieron a las autoridades. En esta parte, el autor deja claro que a pesar del favoritismo que el gobierno mostró por la UNAM para hacer de ella el estandarte de la educación superior mexicana (p. 33) y de que varios académicos han descrito esta etapa como “los años dorados” de la universidad (no solo porque el gobierno invirtió en la construcción de Ciudad Universitaria y aumentó su aportación económica anual, sino también porque entre 1948 y 1961 no hubo ninguna manifestación estudiantil masiva), el análisis minucioso de Pensado deja ver que en este mismo periodo existieron importantes organizaciones estudiantiles de resistencia en la UNAM.

La historia del porrismo quedaría incompleta sin la historia del futbol americano, actividad que, como bien apunta el autor, se consideraba y se comercializaba como algo genuinamente mexicano (p. 80). Pensado muestra la importancia que tuvo este deporte en la formación de un espíritu estudiantil y en la conformación de las identidades “universitaria” y “politécnica”. En esta parte del libro, que es particularmente entretenida, el autor recupera la vida cotidiana de los estudiantes y a partir de ella problematiza la relación que existió entre el relajo y la política. El autor argumenta cómo la promoción de los deportes durante las décadas de 1940 y 1950 se dio con la esperanza de que los jóvenes tuvieran algo que hacer que no fuera involucrarse en la política (p. 60). En ese contexto la formación de las porras fue un aspecto fundamental de la vida universitaria y, como muestra Pensado, tenían una connotación positiva.

La segunda parte del libro se títula “The Rise of Mexico’s ‘Student Problem’ and the Consolidation of ‘Charrismo Estudiantil’ in the Early Sixties”. En esta sección el autor analiza el significado que tuvo la huelga del IPN en 1956 y prueba cómo ésta generó una nueva forma de activismo político. Los estudiantes abrieron las calles de la ciudad como un espacio legítimo de contestación (p. 89). Es aquí donde Pensado afirma que el movimiento de 1956 del Politécnico fue un parteaguas.

El relajo como forma de negociación y control comenzó a perder efecto en los estudiantes, en cambio las autoridades promovieron la idea de que la disciplina era la única forma de contener los problemas causados por “manos extrañas”, es decir, causados por la influencia de los comunistas. La Guerra Fría como telón de fondo sirvió al gobierno para que las protestas estudiantiles fueran vistas como una consecuencia de la manipulación que respondía únicamente a intereses extranjeros que buscaban desestabilizar a la nación. Las porras cambiaron su leitmotiv, algunas comenzaron a conformarse por seudoestudiantes y empezaron a generar escándalos, a realizar ataques y disturbios en espacios públicos. La imagen de los estudiantes revoltosos le sirvió al gobierno para justificar sus acciones e intervenciones policiacas.

Al mismo tiempo, explica el autor, fue durante la década de los cincuenta que se consolidó el charrismo en la UNAM. Líderes estudiantiles completamente pagados por el gobierno que se dedicaban a crear grupos falsos y repartir propaganda apócrifa con el único propósito de confundir a los alumnos. Estos líderes se dedicaban a la “grilla”, término que comenzó a utilizarse en este momento para hacer referencia al “ruido” que hacían durante las campañas estudiantiles (p. 119) y que le fue muy útil al gobierno para dividir a la comunidad estudiantil. En este contexto, la huelga estudiantil de 1958 de la UNAM no fue algo que emergió espontáneamente solo contra el alza del costo del transporte sino que, argumenta Pensado, se debe entender como el primer síntoma de la crisis política y social que tendrá presencia a lo largo de los años sesenta. Así, la huelga de 1958 representó una respuesta directa a la consolidación del charrismo como mecanismo de control.

A partir de este momento los estudiantes comenzaron a hablar de “movimiento” estudiantil en lugar de protesta o rebelión estudiantil. Además, por vez primera se logró una coalición entre universitarios, politécnicos y normalistas. El activismo estudiantil comenzó a percibirse por los alumnos como una posibilidad de manifestación para denunciar y cambiar cuestiones de interés nacional, como la falta de democracia y el autoritarismo (p. 144). Nuevas organizaciones estudiantiles surgieron con fuerza y recibieron un gran impulso con la revolución cubana. La importancia y el impacto que tuvo el contexto internacional es lo que el autor aborda en la última parte del libro, titulada “Student Unrest and Response in the Aftermath of Cuban Revolution”. Pensado analiza cómo se transformaron las formas de protesta y cómo hubo un nuevo uso de la cultura de la violencia política. La administración de Díaz Ordaz reaccionó ante la “radicalización” de los estudiantes y el autor muestra cómo un sector importante de la sociedad y de los intelectuales apoyó la “disciplina” que quería imponer el gobierno.

El contexto internacional cobra relevancia para explicar el “problema estudiantil” pues resulta indispensable para comprender cómo los alumnos asumieron un lenguaje internacional incorporando nuevos términos (“revolución” y “democracia” entre ellos) y cómo fueron adoptando una cultura de protesta pública más agresiva y hasta violenta. Por ello, la “nueva izquierda” mexicana buscó apartarse y distinguirse de estas nuevas actitudes y comportamientos. Al respecto, Pensado nos deja ver la importancia de proyectos culturales universitarios que representaron una especie de revolución sin fusil, como los cineclubes, la Casa del Lago o la Revista de la Universidad, desde donde se buscó promover una conciencia social y política distinta, pero no revolucionaria (pp. 167 y ss.).

A diferencia de otras experiencias en América Latina, que lanzaron campañas militares de represión sobre sus juventudes en este periodo, el gobierno de México prefirió utilizar mecanismos extralegales de control, mediación y diversión. Los miembros de las porras se dividieron en pequeñas brigadas de choque y distribuían propaganda trotskista, guevarista o maoísta en la UNAM y el IPN; asimismo, interrumpían asambleas estudiantiles y confrontaban con violencia a las organizaciones legítimas. Para confundir a los estudiantes y a los medios de comunicación, las acciones de algunos de estos grupos de choque se realizaban, por poner un solo ejemplo, en defensa del pueblo de Vietnam (p. 188).

A lo largo del libro el autor deja claro el papel que las porras y los porros jugaron en la vida estudiantil en México. Sin embargo, cuando llega al movimiento estudiantil de 1968 cambia el enfoque y prefiere analizar la reacción conservadora de una parte de la sociedad; un tema que, por cierto, no ha recibido la debida atención en la historiografía (p. 233). Como lectora interesada en el tema, lamenté que Pensado no explicara el papel que tuvieron los porros en 1968. Al final, algunas preguntas quedaron sin respuesta; entre ellas, ¿cuáles de las estrategias que el gobierno acostumbraba utilizar para controlar y dividir a los estudiantes fueron las que implementó en 1968?, y ¿qué papel desempeñaron los porros en este movimiento? Sin embargo, cabe suponer que el gobierno no pudo utilizar a los porros ni infiltrar e influir en el movimiento como hubiera querido pues, como el autor concluye en esta parte final de su libro, los acontecimientos de 1968 expusieron los límites del poder del estado (p. 240).

Estoy segura de que Rebel Mexico se convertirá en una referencia obligada para todo aquel que estudia y quiera analizar y entender los movimientos estudiantiles de la ciudad de México durante la segunda mitad del siglo XX. En su libro, Pensado llama la atención sobre la importancia de las huelgas de 1956 y 1958; al proceder de esta manera, aporta una nueva cronología para comprender la politización estudiantil y, por ende, una nueva manera de aproximarse a ese año crucial de la historia del México contemporáneo que es 1968. Reconocer la importancia decisiva de ese año en particu lar no disminuye sino más bien acrecienta la que es quizá la mayor aportación de Rebel Mexico: la juventud mexicana desafío el autoritarismo del estado desde, por lo menos, una década antes.

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