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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.65 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2016

 

Artículos

El debate sobre el futuro de México. En busca de una nueva economía, 1830-1845

The debate on the future of Mexico. Looking for a new economy, 1830-1845

John Tutino* 

Traducción:

Adriana Santoveña

*Georgetown University. Estados Unidos


Resumen

En 1830 era evidente que la economía de plata, que fue responsable de la riqueza de la Nueva España, se había derrumbado y no podía recuperarse. La economía mercantil de México se había estancado y el gobierno buscaba más ingresos. Hubo mucho debate. Lucas Alamán propuso que la recuperación de la plata y el crecimiento de la industria traerían consigo un incremento económico e ingresos para el gobierno. Tadeo Ortiz insistió en que México se volviera un exportador de mercancías, observando que los grandes exportadores dependían de la esclavitud. Después de la perdida de Texas en los primeros años de 1840 Alamán defendió su visión industrial mientras los editores liberales de El siglo Diez y Nueve publicaron un análisis británico que abogó por el desarrollo de California para la exportación por medio de una operación conjunta británico-mexicana. Finalmente, un analista anónimo, J.G., terminó el debate en 1845, insistiendo en que una combinación de minería limitada, la industrialización del mercado interno y las exportaciones modestas (los mexicanos no tolerarían la esclavitud) era el único camino. Después vino la guerra y la pérdida de California.

Palabras clave: México; economía; industria; siglo XIX

Abstract

By 1830, it was clear that the silver economy that made New Spain rich had collapsed and would not soon recover. Mexico’s commercial economy languished and the government searched for revenue. Debates followed. Lucas Alamán argued that a revival of silver and the rise of industry would bring growth and fund government. Tadeo Ortiz insisted that Mexico become a commodity exporter -noting that strong exporters relied on slave labor. After the loss of Texas, the early 1840s saw Alamán defend his industrial vision while the liberal editors of El Siglo Diez y Nueve published a British analysis calling for export development in California as a British-Mexican venture. An anonymous analyst, JG, closed debate in 1845, insisting that limited mining, industry for national markets, and modest exports (Mexicans would not abide slavery) were the only way. Then came war and the loss of California.

Keywords: Mexico; economy; industry; 19th Century

Para quienes intentaban construir una nación sobre las bases de una economía comercial próspera, en 1830 México era una catástrofe en busca de solución. Los conflictos políticos constantes, y a menudo mortales, convirtieron el régimen nacional estable en un sueño. El erario estaba vacío. Las fuerzas militares que disputaban el poder (siempre proclamando visiones de interés nacional y soberanía popular) debían recibir su pago, lo cual generaba déficits y deudas y, por ende, mantenía el ciclo de inestabilidad.1 Además, tras la difícil crisis de nacimiento de México subyacía un colapso comercial, resultado de transformaciones sociales y económicas que eran tanto globales como nacionales.

Cuando Nueva España se convirtió en México, en 1821, enfrentó la caída de la economía de plata que le había otorgado un importante liderazgo en la economía mundial del siglo XVIII. En una década de insurgencias revolucionarias, que comenzó en 1810, algunas comunidades populares del Bajío, el Mezquital y otros lugares se hicieron de autonomías con tierras. Sus ataques a propiedades y caminos comerciales hicieron que la producción de plata cayera a la mitad en 1812, nivel en el que permaneció durante tres décadas, para comenzar a recuperarse en las décadas de 1840 y 1850. La plata había hecho de Nueva España un centro del comercio mundial, alimentando la producción comercial y generando ganancias internas. Sin embargo, la minería y la economía comercial que ésta encabezaba se colapsaron con los conflictos que dieron origen a México. Al mismo tiempo, la lucha contra la insurgencia después de 1810 trajo consigo dos innovaciones políticas primordiales: el liberalismo que proclamaba el derecho a la soberanía popular en la Constitución de Cádiz de 1812, y los ejércitos conformados para luchar contra los insurgentes -y que más adelante se pondrían en contra del liberalismo para otorgarle su independencia a México, en 1821-. Los ejércitos continuaron desestabilizando la política y mermando el erario durante décadas, siempre en nombre de los intereses nacionales y la soberanía popular. México nació entre profundos conflictos originados en contradicciones duraderas.2

Entre tanto, la economía mundial experimentaba cambios igual de transformadores y a menudo conflictivos. El capitalismo comercial multicéntrico de 1500 a 1800, en el que China e India eran los productores principales, los europeos crecían como comerciantes y constructores de imperios, y los americanos desde Potosí hasta Zacatecas y Guanajuato producían la plata que lo integraba todo, cedió en las guerras y revoluciones de 1790 a 1825 ante un nuevo orden radical: en Inglaterra surgieron industrias mecanizadas que habrían de regir una economía que concentraba la producción y el poder en ese país (y más adelante en algunos competidores en Europa Occidental y el noreste de América del Norte), lo cual dejó al resto del mundo el papel de vendedores de materias primas y productos agrícolas, y compradores de manufacturas.3

Las transformaciones simultáneas que dieron origen a México y al capitalismo industrial no fueron acontecimientos separados. Al mismo tiempo que hundieron la economía de plata después de 1810, los insurgentes del Bajío desmonetizaron los intercambios globales. El repentino retiro de los pesos de Nueva España, una moneda global, provocó desafíos económicos, así como conflictos políticos y sociales en China, e inhibió las ventas de tela india, esenciales para el tráfico de esclavos africanos, situación que abrió los mercados a los fabricantes y comerciantes británicos.4 Todas las regiones de América y el mundo tuvieron que adaptarse a la caída de la primera economía global y al ascenso del capitalismo industrial concentrado en Gran Bretaña. En el continente americano, Haití se retiró, Brasil, Cuba y Estados Unidos expandieron la esclavitud y la exportación de productos básicos, mientras que las excolonias argentíferas de la América española luchaban por sobrevivir.5 Ninguna sociedad se vio más afectada que la mexicana, pues su importancia central para la economía del mundo le había brindado poder, estabilidad y prosperidad -evidentes en la gran riqueza y las profundas desigualdades- en el siglo anterior a 1810. En el México que nació en 1821, la prosperidad había desaparecido, y el poder y la desigualdad enfrentaban desafíos persistentes.

A lo largo de la década de 1820, los mexicanos interesados en la política encontraron formas de ver sus luchas como algo temporal: los préstamos británicos financiarían al gobierno mientras escaseaban las rentas, y los inversionistas birtánicos intentaban reactivar las minas y ayudar a México a recuperar su importancia económica. No obstante, la dependencia del financiamiento británico mostraba que la crisis era más que una dificultad pasajera. En Nueva España, los financieros comerciantes de la ciudad de México habían capitalizado las minas que alimentaron el comercio mundial. De igual forma, invirtieron en la agricultura comercial, que trajo consigo beneficios duraderos y sostuvo la economía de plata más amplia. Las rentas generadas por la plata y el comercio financiaron fácilmente el régimen en Nueva España, en regiones desde La Habana y Nueva Orleans hasta Manila, con grandes excedentes que se enviaban a Madrid. El viraje hacia el financiamiento británico en el decenio de 1820 dijo mucho sobre la caída de México en el mundo. Para 1830, la incapacidad de México para pagar a los tenedores de bonos británicos, así como la de los inversionistas británicos para reactivar las minas mexicanas, fue aún más reveladora.

En 1830, el reciente ascenso y caída del exinsurgente y héroe popular Vicente Guerrero hizo evidente la implosión de la política nacional. Ese mismo año trajo consigo el inicio de varios debates centrados en la reconstrucción de México. Lucas Alamán encabezó una serie de intercambios con Tadeo Ortiz de Ayala entre 1830 y 1832, y una segunda ronda tuvo lugar entre 1843 y 1845, en la víspera de la guerra con Estados Unidos. De nuevo tomó las riendas Alamán, quien involucró a otros opositores y aliados.6 Una primera lectura sugiere que los debates clásicos enfrentaron a Alamán, uno de los primeros promotores de la industrialización, con Ortiz y otros promotores liberales del libre comercio y, por ende, de una orientación exportadora para México.

Sin embargo, la situación era más complicada. Aunque de manera indirecta, los participantes reconocieron que las desigualdades sociales habían originado las insurgencias que, a partir de 1810, habían socavado la producción de plata y la estabilidad política. Independientemente de que fomentaran la industria o el libre comercio, todos buscaban detener las reivindicaciones populares y limitar la política militar. Pocos hacían referencia a las desigualdades subyacentes, salvo una excepción reveladora: en las décadas de 1830 y 1840, los liberales se concentraron en la expansión de la esclavitud que sustentaba la prosperidad de las exportaciones en Brasil, Cuba y Estados Unidos. Todos respetaron la abolición de 1829 en México, aunque muchos lamentaron (si bien de manera indirecta) que la ausencia de esclavos estuviera evitando que México se uniera a la economía de exportación que beneficiaba a sus vecinos. Entonces, en 1845, un autor conocido sólo como JG ofreció un análisis a la vez económico, ambiental y humanitario en el que examinaba en detalle un dilema nacional que México no podía evadir. Un año más tarde, Estados Unidos, encabezado por los intereses esclavistas del sur, emprendió una guerra para arrebatarle a México territorios desde Texas hasta California, con lo cual se confirmó el dilema.

Lucas Alamán vs. Tadeo Ortiz: industria vs. libre comercio, 1830-1832

La crisis alcanzó un clímax en 1829 y 1830. Los préstamos británicos que mantuvieron a flote al primer gobierno republicano de Guadalupe Victoria, se habían agotado y su pago no se había cumplido. La elección presidencial de 1828 fue cuestionada: todas las facciones encontraron irregularidades; todos recurrieron al poder militar, respaldados por demandas constitucionales para disputar el gobierno. Una revuelta en las barracas de la Acordada en la ciudad de México, seguida por disturbios durante los cuales se saqueó el mercado de lujo del Parián, en la plaza frente a Palacio Nacional, llevaron a Guerrero a la presidencia. El aliado insurgente de Morelos después de 1810 y compañero conspirador de Iturbide en 1821 era símbolo de participación y promesa populares. Su llegada al poder, respaldada por disturbios urbanos y ataques de aldeanos a plantaciones de azúcar al sur de la cuenca de Cuernavaca, le recordó a muchos los asaltos de insurgentes populares que habían perjudicado la minería, la prosperidad comercial y la estabilidad política después de 1810. Una vez en su cargo, Guerrero respondió a los revoltosos del Parián, a los algodoneros de las tierras bajas y a los artesanos de todo el país bloqueando las importaciones de tela británica. Un grupo de autollamados “hombres de bien” destituyó a Guerrero a fines de 1829, recurriendo de nuevo a la fuerza militar y respaldado por demandas constitucionales. El vicepresidente, general Anastasio Bustamante, aliado cercano de Iturbide en 1821 y líder en el arte de la política militarizada, tomó el poder. Encabezó un gobierno moldeado por Lucas Alamán, que buscaba limitar el poder popular, estabilizar la política y reactivar la economía.7

Su éxito fue limitado y el gobierno cayó en 1832. Sin embargo, dio pie a debates sobre México y su economía en un mundo en rápida transformación. Alamán inició el debate con una Memoria en febrero de 1830. Comienza afirmando -como muchos contemporáneos e historiadores posteriores- que los problemas de México eran en primera instancia políticos: “Cuando el orden interno es perfecto, cuando la administración pública […] está bien organizada, y que por consiguiente hay medios para cubrir las atenciones interiores y las obligaciones exteriores, todo entonces se facilita […] En el caso contrario, los amigos se entibian, los indiferentes se retraen, y los enemigos se alientan”.8

Con la paz y el cuidado en las cuentas del gobierno vendría el capital, un “impulso poderoso” con el que “todas las minas, cuyos trabajos habían estado largo tiempo suspensos, se vuelven á laborear; se da nueva dirección al comercio; se anima el tráfico interior […]”. El autor describe la dinámica de la economía anterior a 1810, insistiendo en que la inestabilidad y la bancarrota del régimen habían “derrocado el crédito y la confianza”. El primer paso debía ser la “tranquilidad pública”. Alamán enlista las alteraciones recientes: la expulsión de los españoles en 1828, la elección disputada, los disturbios, y el desembarco español en Tampico más tarde ese mismo año. Con el rechazo de la invasión (España envió 3 500 tropas a costas, donde estaban postradas por la enfermedad) y la destitución de Guerrero, Alamán pensó que la estabilidad se acercaba. No obstante, aún quedaban problemas por resolver: “Las escaseses de la Hacienda pública, la falta de pago de las tropas y empleados, las nuevas imposiciones”.9

Junto con otros hombres de bien, Alamán buscaba distinguirse de Guerrero y la chusma a la que amenazaba con empoderar. El ministro lamenta “el sistema de elecciones, si merece el nombre de sistema el desórden con que ahora se practican”. Para sus lectores acaudalados, agrega que “La seguridad personal y de las propiedades tiene una conexion inmediata con la tranquilidad pública, pues todo lo que turba esta pone en peligro aquellas”. Para él, la solución era “una administración vigorosa y severa de justicia [que pueda] corregir estos males […] los frecuentes asesinatos y robos” en la capital y otras ciudades, en las carreteras a Veracruz y Acapulco, en las haciendas alrededor de Cuernavaca, y en especial “las turbaciones de los meses de Noviembre y Diciembre de 1828”, la Acordada y el Parián. Quienes también merecían juicios severos eran los caciques que habían movilizado a trabajadores y comunidades rurales a lo largo de la costa del Pacífico: Guerrero y su aliado Juan Álvarez.10 Las reivindicaciones populares y sus líderes constituían el verdadero problema político por resolver.

Más adelante, Alamán aborda un dilema clave en la intersección del poder del gobierno, las rentas y las presiones populares que buscaba contener. Las milicias locales eran todas “una calamidad para las poblaciones”. Su objetivo era mantener el orden al tiempo que se le ahorraban a los erarios, tanto nacionales como provinciales, los costos de los ejércitos pagados. Sin embargo, argumenta Alamán, para servir el interés público, las milicias debían conformarse de “los individuos más interesados en que no se turbe, y estos son los padres de familia, los propietarios”. Empero, la movilización de hombres tan sólidos afectaba la economía, pues cualquier muerte traía consigo “la ruina de una familia”.11 Alamán prefería las tropas profesionales. Si se les pagaba normalmente -un problema en 1830-, defenderían el poder y la propiedad, y permitirían la recuperación económica. Si se les pagaba de manera irregular, alterarían la política, siempre alegando que era para servir a la nación.

La recuperación económica era esencial para fortalecer el erario nacional. Alamán comienza con una lista de problemas: la falta de censos y de datos de producción, “[l]a colonización de los Territorios poco ó nada ha adelantado”, la ausencia de una “ilustración general […] uno de los mas poderosos medios de prosperidad”.12 En cuanto a la agricultura, lamenta la “época desgraciada en los tres años anteriores, por la pérdida de las cosechas, y mortandad del ganado, á consecuencia de la falta de lluvias”. El problema era peor al norte y oeste de Querétaro, en el Bajío fértil y las tierras secas colindantes. Era especialmente grave en Zacatecas, donde el precio de las semillas era exorbitante, lo cual ocasionaba un “notable perjuicio de la industria mineral”. Con todo, Alamán sólo informa sobre la muerte del ganado y los costos impuestos a la minería. Agrega que las lluvias habían sido buenas en el verano de 1829 y que la cosecha recién completada era amplia. De igual forma, destaca que “[l]a agricultura […] necesita tiempos tranquilos y seguros para prosperar”, y lamenta los ataques a las plantaciones de azúcar alrededor de Cuernavaca. Las amenazas populares a la producción en las haciendas deben terminar.13 Alamán sabía que promover las exportaciones de cultivos sería bueno, pero México no podía hacerlo debido a “la falta de caminos y de canales”.

De tal suerte, pasa al tema de “la industria fabril”, que veía como “reducida casi á la nulidad”, aunque seguía siendo fuente de grandes posibilidades.14 Insiste en que la industria no podía fomentarse sólo mediante la prohibición de importaciones, una crítica a Guerrero, quien había aplicado esta estrategia para proteger a los artesanos mexicanos. Alamán quería una producción diferente: “El sistema puramente prohibitivo no es el que hace florecer las fábricas por sí solo; se necesitan otros elementos, tales, como abundante población, capitales y máquinas adequadas”.15 Alamán quitó de la mesa los derechos y el papel de los artesanos. Supuso un giro hacia la producción de capital intensivo con maquinaria. Los productores populares se mostrarían recelosos, como lo hacían con las importaciones de Gran Bretaña. La diferencia -importante para Alamán- era que los capitalistas que operaran fábricas en México obtendrían ganancias (y algunos trabajadores podrían prosperar). Alamán argumenta a favor de la mecanización de los “tegidos ordinarios de algodon, lino y lana, precisos para cubrirse la parte mas numerosa de la poblacion, son los que deben fomentarse exitando á los capitalistas nacionales ó extrangeros al establecimiento de fábricas con las máquinas necesarias, para que los artefactos resulten á un precio moderado, lo que nunca se conseguirá sin este auxilio”.16 El objetivo era producir tela barata. Alamán prefería a los capitalistas nacionales, aunque estaba dispuesto a aceptar a extranjeros que operaran en México. No dice nada sobre los productores desplazados, de quienes se esperaba que también fueran consumidores.

El Congreso recibió una ley para fomenter la industria mecanizada. Alamán insistía en que se aprobara, junto con una serie de tarifas estables, para financiar el régimen y permitir que comerciantes e industriales tuvieran mercados predecibles.17 Además, abogaba por que las políticas de comercio y desarrollo no se politizaran -un sueño imposible en 1830.

En este punto, Alamán se vuelve hacia la minería, un sector que conocía bien, dado que era hijo de una familia platera de Guanajuato y promotor de la inversión británica para reactivar las minas mexicanas con capital y tecnología de vapor. “La minas son nuestra industria peculiar, y es tambien el ramo que ofrece mayores adelantos.” Su optimismo continúa: “[…] la extraccion de plata y oro ha aumentado notablemente en los dos ultimos años, y todo hace esperar se ponga á la altura en que estuvo en los tiempos mas felices de la minería”.18 El informe de ganancias de Alamán es exagerado: la plata se había recuperado en Zacatecas, pero en otros lados seguía en recesión. Con todo, el énfasis de su primera Memoria de 1830 es claro: la plata sacaría adelante a México, el gobierno ayudaría a construir nuevas industrias, y juntos reactivarían la economía comercial en su conjunto -siempre y cuando la paz política perdurara.

En su segunda Memoria, publicada en enero de 1831, Alamán informa sobre su primer año de gobierno. La paz aún no llegaba. Comienza quejándose de que la rebelión en el Pacífico, que se extendía hacia el Bajío, afectaba la paz y prosperidad en el interior del país y el respeto en el exterior. El problema de las milicias persistía: le otorgaban demasiado poder a un pueblo armado, perturbaban la producción y no habían disminuido la necesidad de tropas pagadas.19 Aun así, la colonización de Texas seguía avanzando, con casi 6 400 colonizadores contratados y muchos otros que llegaron de manera espontánea. A Alamán le preocupaba que los contratantes vendieran sus derechos de colonización a otros que no buscaran establecerse en Texas, que la mayoría de los colonos fueran extranjeros, y que fueran pocos los mexicanos que iban a dicha región. Aún peor, “[e]n los territorios de Nuevo México y Californias, nada se ha adelantado”.20 La zona norte de México no estaba ni poblándose ni desarro llándose.

Hablando sobre agricultura, Alamán informa que las cosechas eran abundantes en las principales tierras altas. Sin embargo, en las tierras bajas del Pacífico, los ataques a las fincas azucareras y de otras mantenían los cultivos en la incertidumbre. Con todo,

[e]l año ha sido de tal manera próspero en casi todos los Estados, que los frutos han llegado á ponerse á bajísimo precio: esta ventaja ha sido mas que compensada en algunos, por las pérdidas y destruccion que ha causado la guerra: tal es el de Michoacán, en el cual las fincas rústicas han sido invadidas por las cuadrillas de sublevados que se han tomado los caballos y mulas del servicio de las mismas fincas, han causado un destrozo incalculable en los ganados, han distraido de sus ocupaciones ordinarias á la gente labradora, haciéndole tomar las armas, sea por la seduccion ó por la fuerza, y embarazado asi los oportunos beneficios de la caña de azucar, ramo muy importante en aquel Estado.

Continúa Alamán: “Al sur de México los daños han sido mayores; los campos se han quedado sin cultivo, y en el año presente habrá grandes dificultades para proveer á la subsistencia de aquellos habitantes”. El problema con la agricultura eran Guerrero, Álvarez y las comunidades rebeldes a las que incitaban.21

En torno al tema de la “industria fabril,” Alamán informa con orgullo sobre las leyes del 6 de abril y el 16 de octubre de 1830 que fundaban el Banco de Avío. Con una quinta parte de los ingresos provenientes de las tarifas sobre las importaciones de tela, cerca de 1 000 000 de pesos, el primer banco de desarrollo del mundo financiaría “máquinas bastantes costosas” y la contratación de “maestros que enseñen su establecimiento”. Mientras que algunos proponían instalar sólo telares, utilizando hilo importado, Alamán buscaba una industria nacional integrada. Para lograrlo, su plan era “el fomento de tegidos ordinarios de algodon, comenzando por procurar semilla de este, de la mejor calidad que se cultiva en las nuevas Colonias de Tejas, y proporcionando máquinas para despepitar, hilar y tejer”. El algodón de Texas proveería hiladores y telares en un incipiente núcleo industrial. El proceso, empero, apenas comenzaba.22

Alamán hizo anotaciones sobre sus sueños en torno a otras industrias, pero aún debía resolverse el problema de los caminos deficientes y el transporte oneroso. Al darse cuenta de los costos prohibitivos que supondría la construcción de vías férreas en el entorno accidentado de México, decidió que era mejor concentrar el capital limitado en las fábricas de textiles y en mejorar las carreteras.23 Su opinión era realista.

Al iniciar 1831, seguía mostrándose optimista en cuanto a la minería:

Este ramo se halla en un estado floreciente y adelantando cada dia mas; las negociaciones principales de los diversos minerales ó dejan utilidades, algunas de ellas considerables, ó se mantienen con sus propios productos con buen prospecto para lo de adelante; así la estraccion de plata y oro que de ellas se hace es considerable, y es de prometerse que en breve iguale á la de los años mas prósperos anteriores al de 1810.

Reporta un aumento de casi 50% en Guanajuato entre 1828 y 1829 (durante el turbulento ascenso y caída de Guerre ro), un crecimiento constante en Zacatecas y el descubrimiento de nuevos yacimientos en Chihuahua.24 Alamán aún creía que las minas, una vez recuperadas, generarían el capital necesario para la renovación económica de México, incluida una industria textil moderna.

Un año después, el 10 de enero de 1832, Alamán entregó un tercer informe sobre su trabajo para reconstruir la economía mexicana. Veía un nuevo optimismo en su país y en el mundo. En cuanto a este último, afirma: “Así se hará palpable, que el descrédito y desconfianza en el esterior, han succedido el crédito y la consideracion”. Le sorprende que

[…] en el corto periodo en que la República ha gozado de la tranquilidad; si tales resultados se han obtenido cuando apenas se han dado los primeros pasos en la ejecucion de los planes concebidos para el impulso de nuestras artes y manufacturas, ¿qué ventajas no debemos prometernos cuando haya desaparecido todo recelo de futuros desasosiegos, y cuando estos planes [hayan llegado] á su madurez […]?.25

Con paz política y una planeación adecuada, México lograría prosperar.

La rebelión en las tierras bajas del Pacífico había concluido finalmente:

La tranquilidad y el orden son los elementos mas necesarios para la prosperidad de las Naciones: sin ellos las instituciones políticas no pueden consolidarse, ni florecer las artes, el comercio y la industria. El Gobierno, bien penetrado de estos principios, ha dedicado toda su atencion á estinguir la revolucion que en los primeros meses del año anterior aun se conservaba en el Sur de los Estados de México y Michoacán, y á reprimir todo conato de nuevas turbaciones. Sus esfuerzos han obtenido el mas feliz resultado, y así es que […] dejaron las armas muchedumbre de individuos y se retiraron á sus hogares, mientras que otros, que permanecieron obstinados en sus intentos, fueron castigados conforme á las leyes.

El “feliz resultado” fue la captura y ejecución de Guerrero.26

En ese momento, otras insurgencias reclamaban la atención de Alamán: “Las tribus bárbaras que vagan en los Estados del Norte y en el territorio de Nuevo México han hecho algunas correrias hostiles, robando ganados, y dando muerte á algunos individuos”. En “Sonora se temió algun movimiento sedicioso de las tribus numerosas y mas civilizadas de Yaquis y Mayos, induciendo igual recelo el descontento que manifestaron los Opatas por el reparto de sus tierras”. Alamán pregunta por qué “las incursiones frecuentes de los Apaches, tan perjudiciales sobre todo el ramo de minería, han sido casi ningunas, á pesar del corto número á que se hallan reducidas las tropas presidiales”.27 Alamán no entendía la nueva independencia de los pueblos del norte; no veía el ascenso del poder comanche que había marginado a los apaches. Lo que sí veía era la debilidad de la presencia -económica, política y militar- de México en sus territorios del norte.

Alamán agrega un ejemplo revelador:

Una de las causas que han motivado el disgusto de algunas de estas tribus, ha sido la estincion de las Misiones: por esta razon los Carancahuases que en el Estado de Coahuila y Tejas se hallaban reducidos á la Mision del Refugio, suprimida esta y aplicadas sus tierras á una Colonia estrangera, quedaron privados de medios de vivir, y comenzaron sus escursiones depredatorias en las inmediaciones: despues de algunas desgracias, obligados á pedir la paz, han solicitado el restablecimiento de la Mision y la devolucion de las tierras que cultivaban para su subsistencia.28

Alamán esperaba que la recuperación de las misiones ayudara a pacificar el norte. Sin embargo, ¿cómo convivirían las misiones recuperadas con la expansión algodonera en Texas, un avance central para el sueño que albergaba Alamán, en torno a las industrias mexicanas del algodón?

El dilema de cómo recortar los costos y las incursiones políticas del ejército, mientras se reformaba a las milicias para conservar la paz local sin promover el desorden (es decir, las agendas populares), aún perduraba en 1832.29 Alamán no ofrece ninguna solución.

La recuperación económica seguía siendo la clave; la prosperidad generaría rentas para el gobierno y resolvería buena parte de los problemas políticos. Sin embargo, los retos subsistían. A principios de 1832, Alamán vio la agricultura bajo una nueva luz. La abundancia se había convertido en un problema:

La irregularidad de la estacion de lluvias, y las tempranas heladas del año anterior, causaron que las cosechas de maíz fuesen en lo general escasas, mas las grandes ecsistencias de esta semilla que han quedado de los años precedentes, que fueron abundantes, no solo alejan todo temor de una falta de alimentos de primera necesidad, sino que aun remueven el de que ellos puedan subir á un precio ecshorbitante.

A principios de 1830, Alamán apuntaba que una buena cosecha había compensado tres años de escasez; en enero de 1831, informaba sobre una segunda cosecha importante; a principios de 1832, una temporada de sequía y granizo redujo las cosechas en vastas regiones, aunque el abastecimiento siguió siendo holgado, había comida disponible y los precios eran razonables. Mientras que los precios elevados, producto de la escasez, habían generado ganancias para la agricultura comercial a lo largo del siglo XVIII, en la década de 1830 las lluvias escasas y las malas cosechas no conllevaban escasez, precios altos ni ganancias.

Alamán se esfuerza por explicar el cambio: “[…] bajo un punto de vista general”, la abundancia podría parecer “un beneficio”. Sin embargo,

[…] si se atiende á que el bajísimo precio a que los frutos habian llegado en algunos Estados, arruinaba á los agricultores que no podian sacar ni aun los gastos de la labor, y al mismo tiempo obraba perjudicialmente sobre la moralidad del pueblo, que escento de la necesidad de trabajo perdia el hábito de este, adquiria malas costumbres, y los brazos harian falta para las artes.30

Desde el punto de vista de Alamán, quien consideraba que el objetivo primordial de la economía era la comercialización en busca de lucro, la nueva época de abundancia pondría fin a los ingresos de las haciendas y conduciría al deterioro moral del pueblo; sin la necesidad de trabajar (pues producían abundante alimento para sí mismos y sus vecinos), perderían el hábito del trabajo, adoptarían malas costumbres y dejarían a México sin manos para atender la industria manufacturera que Alamán fomentaba. Para el ministro, las épocas de abundancia eran una calamidad. Para las familias que buscaban la autonomía, las épocas de abundancia sin utilidades constituían el objetivo.

Si bien lamentaba la época de abundancia sin utilidades que atravesaba la agricultura, Alamán consideraba que las nuevas industrias sí estaban rindiendo frutos: “Se le ha dado un poderoso impulso por el fomento que le proporciona el Banco de Avio […] y se ha creado un espiritu de empresa […]”. El ministro se regodeaba en la promesa de fábricas financiadas por el Estado: “Se resolvió, pues, hacer venir de los Estados-Unidos las máquinas y los artesanos necesarios para el hilado y tejido de algodon en telas ordinarias, y de Francia todo lo relativo á los paños”. Se estaba planeando instalar fábricas para hilar y tejer algodón en Tlalpan, al sur de la capital, y en Celaya, en el Bajío; Querétaro estaba por construir un complejo para la industria de la lana; para San Miguel de Allende, otrora próspero centro manufacturero del Bajío, se tenía planeada una fábrica de papel, junto con otra cerca de la ciudad de México. El objetivo era lograr una reactivación mecanizada de la industria alrededor de la capital y en el Bajío, regiones centrales de la economía que habían florecido en el siglo XVIII. Se asignaron fondos, se adquirieron máquinas en Nueva Orleans y Burdeos, y se esperaba la llegada de artesanos que enseñarían a los mexicanos las nuevas técnicas industriales. Con todo, la pro ducción aún no comenzaba.31

En torno a la industria minera, Alamán opinaba que “[e]ste ramo ha tenido considerables aumentos en el año anterior: en los principales minerales las minas mas productivas se hallan en todo su giro, y algunas de ellas muy florecientes”. El ministro veía un empuje constante en Guanajuato, y las excavaciones en Rayas prometían ganancias importantes. La producción de Zacatecas había superado los 3.3 millones de pesos en los primeros nueve meses de 1831, auge que no se detuvo.32 Alamán aún se mostraba optimista en cuanto a que la minería y la industria combinarían fuerzas para encabezar una recuperación comercial y nunca imaginó, a principios de 1832, que la plata de Zacatecas no tardaría en financiar una rebelión, derrocar al gobierno y estropear sus planes para la creación de un nuevo México industrial.

Fueron numerosas las razones de la caída del régimen Bustamante-Alamán y el ascenso de la alternativa liberal financiada por Zacatecas, derivada de la lucha de Santa Anna y encabezada por el vicepresidente Valentín Gómez Farías en el paso de 1832 a 1833.33 Una de ellas fue la oposición a los planes de Alamán para la economía mexicana, centrados en la industrialización. La alternativa liberal se centraba en el libre comercio, la exportación de plata y bienes agrícolas para comprar productos manufacturados. Una poderosa defensa de la visión alternativa provenía de Tadeo Ortiz, nombrado cónsul general en Burdeos por Alamán (quizá para mantener a uno de los opositores a sus planes lejos y bien pagado; Ortiz fue el único cónsul pagado de México durante buena parte de los años 1830 a 1832).34

Nacido en las inmediaciones de Guadalajara, Ortiz ocupó cargos diplomáticos en el continente americano y en Europa durante la insurgencia política encabezada por Morelos y Rayón luego de 1810, en el gobierno de Iturbide después de 1821 y durante varios gobiernos de la República, incluidos los de Guerrero y Bustamante-Alamán. Por sus viajes conocía el mundo del Atlántico, y a México lo conocía por experiencia y por estudios profundos de la amplia literatura que describía y examinaba en detalle la vida en Nueva España desde el siglo XVI hasta el XVIII.35 Ortiz competía con Alamán como estudioso, intelectual e ideólogo mexicano a principios del decenio de 1830, pero nunca consiguió desempeñar un papel político similar. Murió en el mar, de peste bubónica, a fines de 1832, cuando viajaba de Francia a Estados Unidos, donde lo esperaba un nuevo cargo al servicio del gobierno de Gómez Farías.

Ortiz concluyó su libro Mexico considerado como nación independiente y libre justo antes de partir de Francia en 1832. Con Alamán compartía el interés en la paz política, y ambos soñaban con la prosperidad comercial, aunque las vías que recomendaban para alcanzar estos fines eran divergentes. Alamán respetaba la prosperidad de la economía de plata de Nueva España bajo el mando español, mientras que Ortiz insistía en que los problemas de México se derivaban justamente de dicho mando: “[…] las costumbres del país se resentían de los hábitos que imprime una administración despótica, rapaz y desmoralizada”. España había creado “un pueblo generalmente abyecto” que desde 1810 había caído en una “licenciosa anarquía”.36 Criticaba a los gobiernos mexicanos desde Iturbide hasta Guerrero, pues con todos ellos “los ramos productivos de la administracion, sin fomento, decayeron espontáneamente”. La conclusión rectora de Ortiz era que México necesitaba “el modelo de los Estados-Unidos de América”.37

“La verdad es que México ha prosperado en su periodo.” Aun así, Ortiz insistía en que las crisis de ese entonces tenían su origen en “el atraso físico y moral del pueblo en consequencia del sistema colonial aislado y desmoralizado, […] los vicios de la legislacion española complicada, absurda, y en contradiccion de los principios liberales”. Ortiz veía “la maligna influencia del monstruoso sistema colonial” como la causa principal; el desafío era superar el atraso del pueblo, un pueblo declarado soberano por Ortiz, Alamán y todos aquellos involucrados en la fundación de México. Ortiz lidiaba con una contradicción: “Los cimientos de un vasto edificio social, consagrado á la deidad tutelar de los pueblos, deben apoyarse en la sana política, la razón y la equidad”. El pueblo era soberano, se acercaba a lo divino. Sin embargo, el gobierno debía tomar su forma de una política de la razón y la igualdad, dones del liberalismo que el pueblo tenía que aceptar.38 Tanto Alamán como Ortiz culpaban al pueblo por los problemas de México: mientras que Alamán veía demasiada rebeldía, Ortiz destacaba la degradación moral.

Ambos compartían otros puntos de vista: “El primer deber de los Mexicanos, sin escepcion de clases y opiniones, es sin réplica el sostenimiento inviolable del regimen político consagrado en el código fundamental por la sancion de la mayoría absoluta de sus representantes reunidos con todas las formalidades legales”. La paz política y la obediencia popular eran necesidades prioritarias. Y al igual que Alamán, Ortiz consideraba necesario cambiar el sistema que debía obedecerse: “La elección del primer magistrado de la república es muy imperfecta y aun perniciosa”. También a él le preocupaba la influencia en la política de la rebelión de la Acordada, el saqueo del Parián y la presidencia de Guerrero. El pueblo tenía demasiado poder. La solución de Ortiz, que seguramente habría sido aceptable para Alamán, era “el establecimiento de cierta autoridad pública administrativa que, superior á todo otro poder, dirija la sociedad, asegure el libre ejercicio de los derechos y fueros de sus miembros […] fundada en el interés comun”.39 Ortiz no aclaraba las diferencias entre una autoridad semejante y el “despotismo” español, que afirmaba servir al “bien común” recurriendo a la mediación judicial. ¿Acaso eran sus ataques iniciales contra el despotismo colonial una cubierta para sus propias propuestas de autoritarismo liberal?

Al igual que Alamán, Ortiz reconocía los retos inherentes a los elevadísimos costos de pagar un ejército que intervenía constantemente en la política. Calculaba el costo del personal administrativo y militar en 10.5 millones de pesos anuales antes de 1810, y en 16.5 millones de pesos en 1830. La fuerza castrense había aumentado de 10 000 hombres, en su mayoría apostados en puertos y fronteras, a 45 000 hombres políticamente combativos en todo el país. Todos sabían que los costos del ejército mantenían al erario nacional en ban carro ta y que las movilizaciones militares (casi siempre proclamando demandas constitucionales) estaban en la base de conflictos políticos persistentes. Ortiz propuso recortar el ejército a 15 000 soldados pagos, y convocar a medio millón de milicianos civiles que defendieran a sus comunidades de origen y mantuvieran la paz local a un bajo costo.40 Sabemos que Alamán -quien trabajaba para un gobierno encabezado por un general- rechazó el recurso a las milicias arguyendo que ello otorgaría demasiado poder a un pueblo armado.

Ortiz dedica uno de sus primeros capítulos a “la urgencia de la instruccion popular y enseñanza gratuita”, y reitera que “la educación elemental primaria de la masa del pueblo ínfimo, es urgente é indispensable”, de lo cual constituían modelos el rico estado argentífero de Zacatecas y Estados Unidos.41 Como muchos liberales, Ortiz insistía en la soberanía popular, aunque veía al pueblo como una amenaza para el país. El Estado debía educar al pueblo para que ejerciera la soberanía de formas que acataran las visiones liberales, una contradicción que se convirtió en herencia duradera del liberalismo mexicano. Más adelante en su texto Ortiz celebra los logros intelectuales de Nueva España bajo un gobierno español católico.42 El problema era el pueblo, tan golpeado por el gobierno español católico que recurrió a la anarquía en 1810. Ortiz no aclara cómo la Nueva España católica generaba conocimiento al mismo tiempo que degradaba al pueblo.

Lo que sí hace es insistir en que el pueblo degradado de México necesitaba nuevos controles sociales para contener “el crímen y […] al delincuente”. El gobierno debía fundar “una casa de filantropia en donde puedan los jóvenes residir comodamente en clase de detenidos por faltas y delitos […] contra el órden público, proporcionándoles en el la educacion y trabajo, y el ejercicio de una vida rigida y laboriosa, adoptando el sistema penitenciario de las naciones cultas, de manera que los jóvenes vivan de su trabajo y se corrijan”. Por supuesto, un nuevo sistema penal conllevaba costos: “Para sostener los gastos de estas casas, y la comida de los presos de todas las cárceles, deberia aplicarse ó agregarse una contribucion á las vinaterias, pulquerias y pulperias, que son los que mas contribuyen con su tráfico á los descarrios de la juventud, especialmente del pueblo”.43 Los pobres debían pagar por su propia corrección el precio de sus placeres.

Alamán, ministro en la ciudad de México, y Ortiz, cónsul que representaba al gobierno en Burdeos, concordaban en varias cosas: la necesidad de paz y estabilidad política, la necesidad de contener al pueblo recientemente proclamado soberano, de resolver los déficits del gobierno y de promover el desarrollo comercial. Sin embargo, su desacuerdo sobre cómo resolver este último punto era radical. Alamán buscaba industrializar al país, mientras que Ortiz insistía en establecer una economía de exportación. Ambos reclamaban la planeación y la inversión estatales; ambos esperaban que el poder del Estado promoviera la expansión comercial. Sin embargo, proponían vías de política opuestas para lograr dicha expansión.

Ortiz envió memoranda de política al gobierno para el que trabajaba, antes de cuestionarlo en su vasto texto de 1832. En una primera petición, en octubre de 1830, destaca su confianza en que la paz y el orden no tardarán en establecerse. La siguiente prioridad era la colonización de los territorios del norte. Según Ortiz, las regiones de Texas a California, pasando por Nuevo México, poco enfatizadas en la primera Memoria de Alamán, ese mismo año, eran clave para el futuro de México. El régimen debía promover su colonización para obstruir “las incursiones de los bárbaros indígenas y las invasiones no ménos temibles de los aventureros, y ya finalmente por las pretensiones y miras de las naciones vecinas”, con lo cual se refería a Estados Unidos y Rusia, en cuyo poder estaba Bahía Bodega en California.44 La ley de colonización de abril de 1830 buscaba financiar a soldados de presidio y familias mexicanas en Texas. Ortiz argumentaba a favor de un tipo de financiación similar para poblar con europeos y mexicanos no solo Texas, sino Nuevo México y California. El país debía pagar el pasaje, las tierras, un año de subsistencia y las herramientas básicas. Dado que los colonos, la producción y el comercio no generarían impuestos durante varios años, el problema era cómo financiar el programa.45

Un segundo memorándum, enviado un mes más tarde, culpa a los diplomáticos españoles (sumidos en las guerras napoleónicas y en las insurgencias de Nueva España) de haber hecho concesiones a Estados Unidos que terminaron por convertirse en pérdidas de territorio para México. Ortiz agrega que las misiones no estaban contribuyendo a “la civilizacion de los indígenas errantes”. Presenta a los comerciantes estadounidenses y rusos como modelos

[…] han docilitado y hecho productivas aquellas hordas, y sin mezclarse en los hábitos de su creencia, los van preparando con su trato y comercio á nuevas necesidades y costumbres, que al fin los atraerá á ciertos principios sociales que encaminan y preparan el corazón del hombre á abrazar la moral de una religion, que exige el convencimiento y las ideas desarrolladas de la razon”.46

Mientras que Alamán admiraba a Nueva España y buscaba revivir las misiones, Ortiz culpaba a España por los infortunios de México y abogaba por que los nativos comerciaran sin las misiones.

Más adelante continúa: “Los adelantos del comercio que es el principio vital de los Estados modernos, y el desarrollo de los elementos de la riqueza pública, que constituye la esencial base y respetibilidad de las sociedades cultas, dependen principalmente en México de los progresos de la colonizacion y cultura de las costas”. México debía desarrollar cultivos a lo largo de sus costas, en especial en Texas y California, para convertirse en un país próspero y culto. Las llanuras costeras de “la federacion Anglo-americana y las Antillas tan insanos como las costas de la República, aglomerando una masa de poblacion agricola en sus playas y riberas, activan un movimiento mercantil de productos coloniales de muchos millones de pesos, que á la par favorece su cambio, la circulacion y la reunion de capitales”.47 Con la agricultura costera, México se convertiría en un proveedor más de las ciudades e industrias europeas, y compraría sus bienes manufacturados. Empero, no mencionaba lo que todos sabían: la “masa de población agrícola” en las tierras calientes de Estados Unidos y Cuba consistía en esclavos.

En este punto del texto, Ortiz acomete directamente contra la plata, que a decir de Alamán reactivaría a México y le devolvería la prosperidad. “Tiempo es ya de que la nacion no se alucine con la falsa perspectiva del producido de sus minas, esta riqueza verdaderamente ilusoria por su inestabilidad, nunca ofrecerá las conveniencias y utilidades positivas del laborio de las tierras pingües, que proporcionen un cambio fácil y espedito como acontece en las costas y riberas.” El mejor ejemplo de ello es “el producido de los millones de algodon, tabaco, arroz y cera que esportan anualmente los Estados-Unidos, y aun cuando nosotros no podamos competirlos en muchos años por falta de brazos, y porque felizmente no tenemos un millon y medio de esclavos en contradiccion de la humanidad”.

Allí está, esta vez de manera directa, el ejemplo estadounidense y el problema de México. ¿Cómo unirse a las economías de exportación que beneficiaban a Estados Unidos, Cuba y Brasil, sin esclavos que trabajaran las tierras bajas azotadas por enfermedades (y donde los individuos de origen africano mostraban mayor inmunidad)? Ortiz soñaba con que “los derechos del hombre que proclamamos en la práctica, la superior feracidad y mayor actitud de nuestro suelo y variados climas, con el empeño de la colonizacion hara prosperar estos frutos, y todos los coloniales en la vasta estension de nuestras costas”.48 Los colonos que llegaban a Texas desde Estados Unidos buscaban extender el cultivo del algodón y la esclavitud. En este contexto, ¿podía México competir sin esclavos? Ortiz ofreció reclutar europeos para que poblaran Texas a cambio de una parte de la tierra. Los costos que calculaba eran modestos: menos de 100 000 pesos. El gobierno de Alamán no financió la propuesta de Ortiz. ¿Había indicado, quizá de manera involuntaria, la imposibilidad de desarrollar las costas sin esclavos?

Un año después, Ortiz envió una última petición al gobierno. Contiene pocas novedades: una vez más, insiste en que la prosperidad habría de llegar con la colonización del norte y las costas de México para el desarrollo de las exportaciones. También enfatiza algo nuevo:

El rio Bravo del norte es el mayor de la República, corre mas de quinientas leguas, y está destinado, cuando sus márgenes se pueblen y fomenten, á ser uno de los baluartes y antemural de las incursiones de los salvages, y la integridad del territorio nacional, y tambien para abrir al comercio y á la civilizacion de los Estados boreales con el auxilio del arte, un canal natural de relaciones y comunicaciones de sumo interes por sus rios adyacentes de Conchos y Puerco.

Llama a crear una nueva jurisdicción con capital en Matamoros, tomando territorio de los estados de Tamaulipas, Coahuila, Texas y Nuevo León.49 Ortiz vuelve a proponer una política poco factible, aunque a fin de cuentas resultó profético. El control del río Bravo era un objetivo clave para quienes separaron Texas de México en 1836 y quienes la anexaron a Estados Unidos en 1846. Gracias al trabajo esclavo, Texas en efecto se convirtió en una máquina productora de exportaciones -dentro de los Estados Unidos que Ortiz tanto admiraba.

Como no logró convencer a Alamán y Bustamante, Ortiz decidió escribir un libro, que fue publicado en español, en Burdeos, en 1832. Los mexicanos no lo vieron sino hasta después de la muerte de Ortiz, la caída del gobierno de Alamán y el colapso del proyecto industrial. El gobierno de Gómez Farías (para quien Ortiz tenía pensado trabajar en Estados Unidos) retomó sus ideas de varias formas, pero con poco éxito.

El libro comienza con una visión fisiocrática: “La base fundamental del poder real de las sociedades es la agricultura, ya sea considerada como el principio vital de la población, ya como el orígen material de la industría y la fuente inagotable del comercio, que constituyen la esencial ri queza y fuerza verdadera de las naciones”.50 Las exporta ciones eran fundamentales: “México reune las apreciables calidades morales, de poseer ó poder crear con facilidad ca pitales colosales por las utilidades que dejan la esplotacion de las minas, las empresas agricolas, la crianza de ganados y el comercio”. En su texto, Ortiz apunta hacia el Bajío, centro de la economía de plata del siglo XVIII: “[…] los afortu nados y deliciosos distritos de Querétaro, Zelaya, Leon, Silao, Valle de Santiago, en los Estados centrales mineros”. Agrega que la ventaja de México eran sus salarios bajos: dos reales diarios en las tierras altas, tres en las costas -menos de lo que ganaban “las manos libres” en Estados Unidos-.51

La reactivación de la minería y de la agricultura comercial en el Bajío (ninguna de las cuales alcanzaba a vislumbrarse en 1832), junto con las nuevas exportaciones costeras, traerían consigo la prosperidad:

Cultivados pues todos estos artículos en el interior y en los parages mas próximos á los caminos mixtos, á la vez que el cacao, arroz, algodon y tabaco en las riberas litorales, el comercio de esportacion decuplaria, y un movimiento general de accion daria vida á nuestras desamparadas costas, facilitando trabajo y una existencia social en consonancia con nuestras instituciones, á estas hordas de hombres incultos e improductivos, que a manera de árabes habitan las costas de […] Veracruz y Tamaulipas, cuya vida aislada, errante y licenciosa deben procurar corregir sus autoridades locales, estimulándolos al amor del trabajo y á otros goces, que al paso que los sacaran del estado de barbarie en que yacen sumergidos, proporcionarian brazos y jornaleros al cultivo […] en fuerza de los progresos del comercio libre estendido á todos los Estados litorales.52

La visión liberal que buscaba acelerar la exportación de cultivos iba unida a una visión que denigraba a los mexicanos, en este caso a aquellos de ascendencia africano indígena, liberados de la esclavitud desde hacía tiempo, y que poblaban la costa del Golfo y gozaban, según Ortiz, de demasiada libertad.53 Se les debía presionar para que trabajaran al servicio del comercio y las utilidades. La pregunta era cómo hacerlo en un país que había abolido la esclavitud en 1829. Ortiz esperaba encontrar una solución dentro de los límites de la libertad. ¿Pero acaso podía la esperanza construir una economía de exportación en unas tierras bajas azotadas por las enfermedades y con una población escasa? Como buen liberal, Ortiz alentaba la creación de escuelas rurales para iluminar el camino.54

Más adelante en su libro, Ortiz aborda un problema poco mencionado en estos debates: el bienestar de los arrendatarios encargados de los cultivos en el Bajío y buena parte del norte. El autor busca

[…] medios para mejorar la triste suerte de los pobres arrendatarios, que espuestos hasta ahora á la versatilidad y caprichos de algunos propietarios tan inhumanos como ignorantes, yacen en el estado mas abyecto é improductivo en casí toda la república, y nos consta los males y perjuicios que se le sigue á esta clase apreciable de la sociedad, y á la agricultura y poblacion, en consecuencia de su estado precario y las vejaciones que los administradores de las haciendas y dueños de tierras les infieren, despojándolos muchas veces con arbitrariedad, de sus pobres chozas, y aun de algunos abonos comenzados, á pretesto de que no pagan, ú otras químeras infames.55

En opinión de Ortiz, los arrendatarios eran pobres e improductivos porque se les explotaba. Sin embargo, la producción en el Bajío después de 1810 estaba en manos de familias de rancheros inquilinos, pues los insurgentes habían puesto fin a los cultivos en las haciendas, dividido la tierra en ranchos y reivindicado el derecho a sembrar a cambio de rentas bajas como parte de las negociaciones de paz justo antes de la independencia. Puesto que la minería y su estímulo comercial permanecieron débiles durante la década de 1820, la producción aparcera se extendió más allá del Bajío; buena parte de los arrendatarios prefería ese papel a la vida de trabajo dependiente que había llevado antes de 1810.56 Entre productores familiares, no veían el valor de la agricultura reduciendo los cultivos para ganar réditos, sino incrementando la producción para el consumo familiar y mercados locales; ellos eran los principales causantes de la abundancia sin utilidades que Alamán tanto lamentaba.

Ortiz reformuló el problema como un tema de explotación y degradación. Su perspectiva liberal no le permitía reconocer que las comunidades habían luchado por establecer una subsistencia basada en el arrendamiento, sustituyendo el trabajo pleno de inseguridad que habían sobrellevado antes de 1810. La solución de Ortiz consistía en

[…] ofrecerles terrenos en propiedad, en los valdios mas inmediatos de las fronteras, libres en su cultivo de toda contribucion por determinado tiempo, y una habilitacion para su transporte y precisos primeros trabajos, proporcionado á sus familias y capacidad, que deberan abonar en parte, del fruto de sus cosechas parcialmente, no con el fin de lucrar, sino de estimularlos al cultivo.57

La migración podría convertirlos en propietarios, aunque también los arrancaría de las comunidades que habían forjado durante la insurgencia en las tierras fértiles del Bajío. Muchos no estaban dispuestos a migrar al norte y enfrentar la incertidumbre en la frontera.

Así que Ortiz ofrecía una segunda propuesta:

[…] una ley general por la cual los propietarios que no cultivan, cualquiera que sea el motivo, una tercera parte á lo ménos de sus tierras de pan llevar, se obliguen á arrendar á los colonos habitantes de los distritos mas poblados, en enfiteusis, pero por precio módico, y en un periodo dilatado, como por ejemplo un siglo, y con la libertad de poder transmitir ó vender á terceros este derecho, á su utilidad y beneficio, con el objeto grande de arraigar al arrendador, y constituirlo como un casí propietario al beneficio efectivo de las tierras […] teniendo el colono la seguridad de que su posteridad disfrutará de las utilidades y ventajas de sus trabajos y capital empleado, se empeñará en acrecentar sus labores, animando á la vez á su familia.58

Ortiz buscaba presionar a los agricultores para que generaran “utilidades” recurriendo al “trabajo y capital”. En tanto liberal, no podía abrogar los derechos de propiedad, de modo que abogó por arrendamientos prolongados que permitieran transferir el control a las familias agrícolas. Su propuesta no sirvió de nada: el poder de los propietarios en los gobiernos mexicanos -tanto nacionales como provinciales- garantizaba que ninguna redistribución se convirtiera en ley.

Sólo al final de un largo capítulo sobre economía, Ortiz menciona la industria: “En México puede llegar á ser de mucho interes al pueblo y a los progresos del tráfico interior, el ramo de manufacturas de consumos de primera necesidad, especialmente cuando tengamos caminos de ruedas”. Después de este inicio tentativo, Ortiz procede a enlistar varios pueblos donde sería posible emprender la manufactura de telas de algodón y lana, y agrega que en ciudades más grandes podrían prosperar industrias más diversas. Elogia la productividad de las máquinas británicas, señala su desplazamiento de grandes cantidades de trabajadores, y recalca que el empleo total sólo podía aumentar, como había ocurri do en Inglaterra, si los mercados eran amplios (un punto clave que Alamán pasaba por alto). Ortiz insiste en que cualquier conversión hacia la industria sería lenta. Primero era necesario mejorar el transporte, así como recibir a artesanos que pudieran difundir entre los mexicanos las habilidades necesarias en la industria moderna.59

En el siguiente capítulo, el octavo, Ortiz presenta el nú cleo de su visión liberal: insiste en “la benéfica influencia del comercio libre, y funestas consecuencias del sistema prohibitivo”. Guerrero había intentado proteger a los algodoneros, hilanderos y tejedores artesanos estableciendo prohibiciones sobre las importaciones industriales británicas, mientras que Alamán trató de apoyar a los algodoneros mexicanos y de promover la industria mexicana mediante tarifas y préstamos a los empresarios industriales. Por su parte, Ortiz condenaba tanto las “medidas prohibitivas” como las “tarifas exorbitantes”.60 En su opinión, no podían funcionar:

Las inconsideradas prohibiciones y escesivos derechos no pueden traer el resultado de transportar la produccion de lo que recibe, en cambio de una cantidad proporcionada á los productos naturales del país, ni el fomento directo de la industría interior […] lo que hacen es limitar los consumos e imposibilitar que el pueblo vista y adquiera otros goces y necesidades que lo estimulen al trabajo.61

La protección no podía estimular las exportaciones, proteger los oficios ni crear industrias. La única solución real era promover el trabajo energético y el consumo amplio. Lo que requería de una reforma era el pueblo, no la economía

En este punto, Ortiz recurre a un análisis comparativo que documenta los beneficios del libre comercio -y del trabajo esclavo-. Se basa en estudios del Parlamento británico para destacar que Brasil, con sólo 4 millones de habitantes, “casí la mitad de esclavos”, mantenía los derechos de importación en 15% e importaba de Gran Bretaña bienes por 6 millones de libras anuales (30 millones de pesos). México, con una población sobrestimada de 8 millones de “ habitantes libres”, sólo importaba bienes por 400 000 libras (2 millones de pesos). Estados Unidos, con un tercio más de habitantes que México (alrededor de 12 millones), “y también con cerca de dos millones de esclavos”, importaba anualmente “el inmenso valor de treinta y seis millones de libras, debido á la libertad de su comercio, á la mediocridad de sus derechos, á la civilizacion y actividad de aquella bien gobernada nacion”.62 Tanto el libre comercio como la civilización y el buen gobierno eran compatibles con el trabajo esclavo.

Más adelante, Ortiz voltea a ver a “[l]a isla de Cuba, que ahora 40 años necesitaba de millon y medio de pesos que le iban de México”. En ese momento, gracias al “comercio libre, […] sociedades patrióticas, al domicilio de estrangeros que se han dedicado y fomentado la agricultura y el comercio, y á la rebaja de sus derechos de importacion […] en 1827, el movimiento de su comercio fue avaluado á 30 millones de pesos, […] con una poblacion de 730 562 almas, de las cuales son mas de un tercio de esclavos”. Cuba, con una décima parte de la población de México, tenía un comercio diez veces mayor. Cuba, que todavía era española, aún importaba esclavos, y estaba comprometida con las exportaciones agrícolas, sobre todo azúcar y algo de tabaco; era, “despues de los Estados-Unidos, […] el primero y mas rico mercado de América”.63

¿Cuál era el mensaje para los mexicanos que se derivaba de esta letanía de halagos al dinamismo económico brasileño, cubano y estadounidense debido al libre comercio fundado en el trabajo esclavo? Ortiz trata de concentrar la atención de sus lectores en la mitad de la ecuación: “Es pues uno de los deberes mas esenciales de los Mexicanos el fomento del comercio libre”. Defiende la colonización, el desarrollo agríco la y las mejoras al transporte, todo ello patrocinado por el Estado -con lo cual deja fuera el laissez faire-.64

Al concluir su argumento con estadísticas generadas por Estados Unidos, Ortiz intenta de nuevo mantener la esclavitud al margen del retrato. Utilizando datos de 1829, insiste en que la prosperidad estadounidense demostraba las ganancias productivas del “trabajo del hombre y la libertad del comercio”. No menciona el estatus de los hombres que hacían el trabajo. En seguida, aplaude las exportaciones totales de Estados Unidos equivalentes a 49 500 000 pesos, y enlista explícitamente el valor de cada cultivo, salvo el algodón. Los cultivos enlistados arrojan un total de menos de 14 700 000 pesos, con lo cual el hecho de que 70% de las ganancias por exportación de Estados Unidos provinieran del algodón cosechado por esclavos queda sin mencionar, pero claramente documentado. Ortiz trata de atribuir los éxitos de Cuba, Brasil y Estados Unidos al libre comercio, y documenta el papel central del trabajo esclavo.

Más adelante el autor vuelve a insistir en que, si México construyera carreteras y canales, fomentara los asentamientos y la agricultura a lo largo de las costas del Atlántico, y perseverara en el libre comercio, también llegaría a ser un gran país comerciante. Tener puertos francos en Galveston y San Francisco ayudaría, y también contar con cámaras de comercio que permitieran a los comerciantes arreglar sus disputas (¿acaso recuerda esto a los consulados de la época española?).65 Aquí Ortiz ofrece un largo capítulo sobre cómo México podía prosperar en un mundo de libre comercio. Menciona en detalle los canales que debían construirse y los ríos que debían mejorarse para integrar las cuencas altas del Bajío y otros lugares, y también defiende la creación de vías navegables que comunicaran la llanura interior con los puertos costeros, inevitablemente interrumpidas por los desniveles de cañones accidentados y ríos que se precipitaban hacia el nivel del mar desde tierras ubicadas a kilómetros de altura.66 En su defensa del libre comercio, Ortiz documenta que quienes prosperaban gracias a dicho comercio en el continente americano dependían del trabajo esclavo. Al proponer la creación de canales y carreteras, demuestra que México no podía construir vías navegables para competir con Estados Unidos, donde la geografía era mucho más favorable. La red de canales y carreteras propuesta para México requeriría de una constante carga y descarga entre barcazas y mulas. El ahorro de costos sería reducido y la construcción requeriría capital que los estados mexicanos, nacionales o provinciales, no podían proporcionar.

Ortiz concluye su análisis de los desafíos nacionales de México retomando las ventajas de colonizar el norte, el punto central de sus peticiones desde 1830: “La provincia de Texas por su situacion, dulzura de clima, fertilidad y sobre todo sus escelentes puertos y proximidad con los Estados-Unidos y las Antillas, poseyendo como posee, artículos de consumo indispensables á aquellos paises, ¡á qué grado de prosperidad no hubiera llegado con solo un sistema de colonizacion y cultivo regularizado…!”.67 Agrega que las costas, planicies y valles de Texas, el río Bravo y California requerían del “cultivo y radicacion de escogidas familias estrangeras” y del “repartimiento de los militares mexicanos”. La colonización militar podía resolver los problemas políticos y económicos de México de manera simultánea:

[…] sienta mal un ejército superior á las necesidades y medios de sostenerse y sobre todo amenazante, considerado como el mas eficaz aliciente de la tirania, y el espediente de que á cada paso se vale la ambicion con pretestos aparentes indignos de un pueblo libre, para dar pábulo á las facciones y llevar la desolacion y el terror al seno de las familias, usurpando á nombre de la patria […].68

En palabras de Ortiz, la solución radicaba en que el gobierno se ocupara “de un plan en grande para convertir á estos bravos en otros tantos grandes propietarios, distribuyéndoles en propiedad, y libres de toda carga y gavela, los valdios de mejor calidad de la provincia de Texas, Californias, y riberas de los rios Bravo y Zaguanas [San Joaquín, California], habilitándolos de los recursos necesarios á su cultivo y transporte”.69

Mencionando el precedente de “el inmortal Washington, […] aplicando á los ciudadanos defensores de su pátria al cultivo de las tierras”, Ortiz convoca a otorgar tierras a militares lejos de la sede del poder nacional. El resultado sería que “nuestras legiones se reducirian al número efectivo de 12 á 15 mil hombres”, suficientes para cuidar los presidios, bases y puertos, además de que se recortarían los gastos y las intervenciones políticas. Ortiz pensaba que para defender a la nación bastaba medio millón de milicianos.70 No aborda el temor de Alamán de que las milicias armadas pudieran servir a los intereses populares locales.

En 1832, Ortiz se dio cuenta de que la colonización debía concentrarse en el norte. México no podía desarrollar sus exportaciones a lo largo de sus costas sureñas, pues “[e]l clima cálido y estraordinariamente húmedo y feraz del litoral de ámbos mares, constituyen un suelo insalubre, que contrasta con la region alpina seca de ambiente puro, terreno fecundo, ameno y admirablemente salutífero”.71 México y los mexicanos debían dirigirse hacia el norte, a Texas. ¿Acaso Ortiz, mediante la constante repetición de la importancia de la esclavitud para la prosperidad de las exportaciones en otros países, estaba insinuando lo que ningún otro liberal podía decir: que la esclavitud era necesaria para la reactivación comercial? En 1832, la esclavitud se mantenía firme en Texas; ¿acaso debía México permitir su expansión en ese estado y beneficiarse de las exportaciones algodoneras?

La visión liberal de Ortiz implicaba contradicciones y retos. Este autor insistía en que la soberanía se derivaba del pueblo, y que el pueblo de México debía reformarse para crear una nación liberal. La independencia había llegado con proclamas de soberanía popular y, sin embargo, la habían dirigido fuerzas militares creadas para luchar contra los insurgentes populares y la independencia política. A principios del decenio de 1830, reinaba la inestabilidad política y el camino económico hacia la prosperidad seguía siendo objeto de debate. Alamán veía un camino regido por la recuperación de la minería combinada con el fomento a la industria, mientras que Ortiz defendía una economía de exportación agrícola enfocada en Texas -y documentaba la importancia de la esclavitud para la prosperidad de las exportaciones en la nueva economía global, cuya industria se concentraba en Inglaterra.

Ni la paz política, ni la visión de Alamán de la industria nacional, ni el sueño de Ortiz de libre comercio, colonización y dinamismo exportador, echaron raíces en México en 1832. Más adelante ese mismo año, respaldado por comerciantes de Veracruz y la riqueza argentífera de Zacatecas, Santa Anna sustituyó a Bustamante como árbitro militar del gobierno. El vicepresidente Gómez Farías encabezó un gobierno que adoptó políticas más cercanas a la visión de Ortiz que a la de Alamán. Un intento por expropiar las propiedades de la Iglesia generó serias divisiones en un país profundamente católico. Entre tanto, la nación luchaba contra su primera epidemia de cólera, mientras que los colonos en Texas aprovechaban su versión de los derechos provinciales bajo la República federal para extender la esclavitud. Santa Anna llegó a la conclusión de que el problema era el federalismo, que mantenía la riqueza y el poder de estados argentíferos como Zacatecas, la pobreza y debilidad del gobierno nacional, y permitiría la inminente separación de Texas, donde había intereses poderosos que concordaban con Ortiz en que las exportaciones de algodón eran fundamentales y el trabajo esclavo era la única manera de obtener ganancias. El general y político encontró nuevos aliados en 1835 y se dispuso a abrogar el federalismo, terminar el experimento del liberalismo radical y escribir las Siete Leyes, una constitución centralizadora que reclamaba impuestos a la plata para acrecentar el erario nacional y denegaba a Texas el derecho a tener leyes separadas. La amenaza a la autonomía y a la esclavitud apresuró la secesión de Texas. El gobierno mexicano, dividido y en bancarrota, no tuvo el poder para evitarla.72

La captura y rendición de Santa Anna en Texas permitió que Bustamante recuperara su papel de árbitro militar del gobierno nacional. Construyó una nueva administración, sin Alamán, que intentó utilizar los poderes centrales para reactivar la economía, llenar las arcas y pacificar la política. Sin embargo, los nuevos poderes centrales acorra laron al presidente y a su gabinete de tal manera que no pudieron hacer nada. La constante discusión sobre la recuperación de Texas quedó en eso: una discusión. En 1838 desembarcaron en Veracruz fuerzas francesas que exigían 600 000 pesos para compensar las pérdidas producto del saqueo del Parián en 1828, lo cual volvió a demostrar que las mortíferas tierras bajas que impedían el desarrollo de las exportaciones constituían la mejor defensa de México contra los invasores.73 Santa Anna, cuyas raíces veracruzanas lo hacían biológica y militarmente resistente, perdió una pierna defendiendo al país, y emprendió un retorno al poder. De 1837 a 1841, Bustamante resistió mientras las luchas políticas se intensificaban -algunas de ellas, muestras de fuerza, otras, encuentros mortales-. En el contexto de ese corrosivo impasse, los hombres de política discutían sobre si debían liberar al presidente de las restricciones impuestas por las Siete Leyes, regresar al federalismo o redactar una tercera constitución. ¿Acaso podía haber desarrollo económico en épocas semejantes?

Lucas Alamán vs. Robert Wyllie y el siglo diez y nueve: el debate en torno a la industria, el libre comercio y la esclavitud… una vez más

Cuando Santa Anna sustituyó a Bustamante como árbitro militar del gobierno, volvió a poner a Alamán a cargo de los asuntos económicos entre 1842 y 1845. En un contexto en que la estabilidad política aún era un sueño, la deuda del erario nacional empeoraba y Texas se había perdido, pero, por otro lado, la minería mostraba señales de recuperación y la industrialización estaba en proceso, una segunda ronda de debates se concentró en el futuro económico de México. De nuevo, fue Alamán quien inició la conversación. En su Memoria de 1843, elogia al Banco de Avío que había fundado en 1830 y a la industria que fomentaba. Compara el progreso industrial de México con su agricultura que, a su parecer, “no ha salido entre nosotros de las rutinas que se establecieron desde el tiempo de la conquista”.74 Alamán sabía que, antes de 1810, el Bajío estaba dominado por cultivos comerciales irrigados y rentables; sus comentarios denigrantes estaban dirigidos a las familias de agricultores (arrendatarios en el Bajío y en las regiones al norte; aldeanos en el centro y el sur) cuyo control sobre los cultivos se había consolidado durante y después de la insurgencia. Sabía que la minería del siglo XVIII había estimulado la agricultura comercial y que casi toda la tela de diario utilizada en Nueva España se elaboraba localmente, a pesar de los intentos de los Borbones por favorecer las importaciones. “La guerra interrumpió este orden.” Entonces, después de la independencia, “el favor que se dispensó al comercio exterior vino á quitar hasta la esperanza de una nueva época de prosperidad”.75 Desde la perspectiva de Alamán, los insurgentes y las políticas liberales eran la raíz de los problemas de México en ese momento.

Una vez más (aunque ahora con mayor precisión), Alamán informa que la minería estaba en proceso de recuperación. Lamentaba que la agricultura de subsistencia siguiera existiendo y la denunciaba como “rutinaria”. Por ello se concentraba en la industria. “La industria del algodon ha llegado ya á un punto que merece fijar toda la atencion del gobierno.” La manta costaba dos terceras partes menos que antes de la mecanización. Aun así, Alamán identificaba dos problemas: desde 1838 (poco después de la secesión de Texas), los agricultores mexicanos no habían logrado proveer el suficiente algodón crudo y el bajo consumo de tela amenazaba las ganancias de las fábricas. El reto consistía en extender los cultivos de algodón en las tierras bajas costeras y fomentar un mayor consumo.76 En su texto, Alamán no aborda el tema de cómo el potencial de producción algodonera de México se veía limitado por la pérdida de Texas, ni de cómo la mecanización reducía el empleo y limitaba el consumo. Tampoco se ocupa de por qué los precios bajos de los alimentos eran un problema, mientras que los precios bajos de la tela constituían un triunfo. Su solución eran los bancos de ahorro.77 Los trabajadores que ahorraran ayudarían a crear capital… ¿y acaso no consumirían menos?

En su informe de 1844, Alamán continúa con su análisis, ahora reconociendo que forma parte de un debate. En este documento plantea la pregunta central sobre “si seria útil en la República fomentar la industria fabril […] ó si mas bién se deberia dedicar toda la atencion á la minería y á la agricultura”, y su respuesta es que “todos reconocen ya que el único camino de dar impulso á nuestra agricultura, es proporcionarle por medio de la industria el consumo de muchos de los productos de los campos, que no tienen valor alguno si las fábricas no los transforman en artículos de comercio”.78 Sólo la industria podía conferirle valor comercial a la agricultura que, según Alamán, aún estaba en crisis debido a la abundancia.

“Llenos de antemano los graneros de los labradores con los productos de los años pasados, los frutos han sufrido una baja todavía mayor en sus precios, ya tan abatidos, con la abundancia de las cosechas de maiz del año precedente, sin que haya podido equilibrarlo la pérdida total de los trigos en el Bajío y en otras partes de la República.”79 El cambio de los cultivos comerciales a la agricultura familiar en vastas regiones produjo cosechas tan grandes que los precios se colapsaron. Las familias productoras, tanto rurales como urbanas, comían bien; si los citadinos ricos consumidores de pan enfrentaban precios elevados del trigo, podían recurrir al maíz de manera muy asequible. Alamán lamentaba que en el norte de la región central, desde Aguascalientes y Zacatecas hasta San Luis Potosí, las cosechas abundantes mantuvieran los precios del maíz en mínimos históricos de 2 a 2.5 reales por fanega, niveles que no se veían desde 1823.80

Alamán llega a la conclusión de que “[e]sta grande abundancia de productos sin consumo, es la causa del atraso en que este ramo se halla”. Desde su punto de vista, la prueba era que las fincas “no puede enagenar sino á vil precio y con condiciones desventajosas”.81 La abundancia del maíz hacía que los alimentos fueran copiosos y baratos, lo cual disminuía el valor comercial de las fincas y dificultaba su venta. Alamán demandaba que se eliminaran los impuestos sobre las transferencias de tierra. Imaginaba que ello conduciría a la reducción del tamaño de las propiedades, y sabía que ayudaría a fomentar las ventas entre propietarios de fincas y compradores cautelosos.82 A Alamán le preocupaban las ganancias de los productores comerciales, no el bienestar de las familias agricultoras o de los consumidores urbanos.

Su solución se centraba en la industria y el crecimiento de la población, que juntos incrementarían la demanda de productos básicos, generarían un aumento en los precios y fomentarían las ganancias. Alamán destaca una propuesta para aumentar el cultivo de azúcar en las tierras bajas del Golfo, así como un estudio de la Cámara de Diputados que concluye como sigue: “[…] no se puede esperar que se establezca este género de tráfico”.83 México no podía competir con Cuba por razones que todos conocían y que Alamán no estaba dispuesto a mencionar.

Alamán concluye que “la industria y la agricultura deben auxiliarse mútuamente, y ambas hacer la felicidad de la Nacion”.84 Sin embargo, su concepto de nación se concentra en los empresarios industriales y terratenientes, no en los agricultores locales, rancheros arrendatarios u obreros fabriles. De nueva cuenta, destaca que la vía para el progreso de la agricultura era sembrar algodón para abastecer a las fábricas mecanizadas. Los propietarios de las fábricas y productores de algodón se verían beneficiados. En caso de que las costas no pudieran proveer el algodón suficiente, proponía la irrigación y la siembra en la región norteña de La Laguna.85 Las primeras cosechas de dicha región abastecían a las nuevas fábricas en Durango. La industria era el interés primordial de la nación, “ya se considera los capitales en ella invertidos, los productos que rinde y los brazos que emplea”. Empero, no todo iba bien en las nuevas industrias. Las estadísticas de Alamán muestran que el importante crecimiento que se había dado después de 1835 se estancó a principios de la década de 1840. Por ello se concentra en el consumo, que se vio limitado por una producción enfocada en ahorrar mano de obra. El crecimiento poblacional era una cura nueva, un sueño más allá de la implementación de políticas.

Buena parte de los liberales se oponía al desarrollo industrial y encontró una voz nueva y poderosa (que de varias formas reflejaba la visión de Ortiz) en un estudio inglés que buscaba ayudar a los tenedores británicos de bonos mexicanos, que desde hacía tiempo habían caído en incumplimiento. Robert Wyllie redactó un largo informe firmado en la ciudad de México el 16 de diciembre de 1843, un día después de que Alamán firmara su Memoria ese mismo año. El texto apareció publicado en Londres en 1844 y posteriormente, en español, en la ciudad de México en 1845, luego de que Alamán presentara su Memoria para 1844. Wyllie se oponía a la industria mexicana. Su informe se había dejado de lado como otra declaración de los objetivos británicos para América Latina, hasta que Ignacio Cumplido, editor de El Siglo Diez y Nueve, principal periódico liberal en México, lo presentó en español.

Afirma Cumplido en un prefacio: “La Memoria del Sr. Wyllie es la refutacion mas victoriosa de los que pretenden que el sistema de la libertad mercantil no es aplicable á México, y que la prosperidad de este pais depende enteramente de abrazar con ceguedad los principios del sistema prohibitivo”.86 Wyllie seguía a Ortiz en sus esfuerzos por refutar los argumentos de Alamán, y los principales liberales mexicanos promovieron su visión. Empero, seguía a Alamán al reconocer la prosperidad de Nueva España en la época de auge de la plata. Elogiaba la capacidad del reino colonial para generar ganancias que mantenían a la monarquía en buena parte del continente americano, así como en Manila, y que permitían el envío de grandes excedentes a Madrid. Al igual que Alamán, consideraba que los problemas habían comenzado con el colapso de la producción argentífera después de 1810. Con la recuperación de la plata en la década de 1840, Wyllie insistió, junto con Ortiz, en que el camino de México hacia la prosperidad -y hacia el pago de sus deudas- era la exportación del tabaco, el algodón, el azúcar, el café, el añil y otros productos de la tierra. La voluntad política y las crecientes exportaciones generarían nuevos ingresos que mantendrían a los gobiernos mexicanos y permitirían pagar a los tenedores de bonos británicos.87

Una vez sentada la premisa, Wyllie hace un recuento detallado del incremento de la deuda pública de México. Para 1810, dos décadas de guerra habían generado obligaciones por alrededor de 11.5 millones de pesos, reducidas a poco más de 3 millones para 1823. Empero, los costos de la contrainsurgencia entre 1810 y 1823 crearon nuevas deudas que sumaron 16.4 millones de pesos (y el régimen de Iturbide asumió esas obligaciones para retener a sus aliados adinerados). La nueva República (poco dispuesta o capaz de imponer impuestos a un pueblo que recién se había in surrec cio na do) pidió prestados 3.2 millones de libras a una tasa de 5% en 1823, y luego otros 3.2 millones a 6% en 1824. Buena parte del segundo préstamo se utilizó para pagar el primero, y durante algunos años se pagaron los intereses. En 1835, el gobierno nacional debía 5.3 millones de libras a los tenedores de bonos británicos. Entonces los costos de la lucha contra la rebelión en Texas condujeron al incumplimiento en el pago del monto principal y los intereses, lo cual dejó a México con una deuda de 9.25 millones de libras en 1840. Con una tasa de cambio de 5 pesos por libra, México debía más de 46 millones de pesos a los británicos.88

¿Cómo podía México pagar semejante deuda? Lo que Ortiz vio como el camino hacia la prosperidad nacional en el decenio de 1830, Wyllie lo propuso una década después como el camino para pagar la deuda nacional: la colonización del norte. Por supuesto, para 1843 Texas se había separado, por lo que Wyllie miró hacia California. En su libro, presenta una estrategia para intercambiar bonos por tierra, que atraería a inmigrantes europeos además de conservar la soberanía mexicana. Para sustentar su idea, ofrece estimaciones de ingresos y gastos para 1840. El total de los ingresos aduaneros, el pilar principal del erario nacional, era de sólo 6.7 millones de pesos. Los gastos eran de 13.2 millones, de los cuales 8 millones (60%) se utilizaban para pagar el ejército. Se necesitaban 1.4 millones de pesos más para cumplir con la deuda externa, y 1.3 millones para pagar a los acreedores internos. Un servicio de deuda de 2.7 millones de pesos daría como resultado un egreso anual total de 16 millones de pesos, más del doble de los ingresos de ese entonces.89

Wyllie llama a una reorientación económica radical. México debía detener la industrialización y crear una economía de exportación de materias primas. Después de todo, la industria solo empleaba a 3 410 personas de una población de 7 millones. Era mejor vender “granos, ganados, azúcar, café, añil, cochinilla, oro, plata, cobre […] lo mas caro posible”, y comprar “tejidos y otros artículos […] lo mas barato possible”. Sembrar algodón para las fábricas nacionales no era suficiente. Incluidos los productores de algodón y los trabajadores rurales, la industria textil solo empleaba a 35 000 personas, cuando las restricciones a las importaciones de tela costaban 4 millones de pesos en ingresos anuales. México debía seguir el ejemplo del resto del continente: convertirse en exportador de materias primas y comprar manufacturas británicas. El defensor de los tenedores de bonos argumenta que ni siquiera la industria de Estados Unidos (estimada en alrededor de 11 millones de pesos para una población de 17 millones de habitantes) era mucho más valiosa que la mexicana (estimada en 4 millones de pesos para una población de 7 millones). Wyllie insiste en que la riqueza estadounidense provenía de los 61 millones de pesos correspondientes a las exportaciones de algodón. Ese era el modelo que México debía seguir.90 En este punto del texto, pasa por alto el papel del trabajo esclavo.

Wyllie centra su atención en otro aspecto del modelo estadounidense para alcanzar el éxito económico. Entre 1833 y 1840, Estados Unidos había ganado 9 millones de pesos anuales mediante la venta de tierras públicas. México debía hacer lo mismo y utilizar parte de esos ingresos para pagar la deuda pública. El resto debía usarse para financiar a inmigrantes de Europa, África y China (no estadounidenses, después de lo ocurrido con Texas), y para “la apertura de canales y […] otras obras públicas”. México también debía imitar a Estados Unidos en su trato hacia “los indios bárbaros de las Fronteras”.91 ¿Acaso Wyllie había leído a Ortiz? El analista británico esperaba que hubiera resistencia a la colonización debido a “la ingratitud y traicion de los colonos de Tejas”, pero era el único camino: Estados Unidos mantenía su “notorio proyecto” de alentar la colonización para luego anexarse los territorios mexicanos. Si México no poblaba la parte norte de su territorio con individuos que no tuvieran vínculos con Estados Unidos, perdería territorio, oportunidades de desarrollo y la capacidad de pagar los bonos británicos.92 ¿Acaso Wyllie imaginaba traer inmigrantes libres de África? ¿O más bien proponía discretamente restablecer la importación de esclavos?

Wyllie apunta que las Bases Orgánicas de 1842 otorgaban a las autoridades nacionales control sobre las tierras de Nuevo México y California. Si México poblaba esas regiones, podía prosperar siguiendo el modelo estadounidense. Después de todo, mientras que en 1790 Nueva España tenía casi 6 millones de habitantes y Estados Unidos menos de 4 millones, en el momento en que Wyllie escribe, con la inmigración y la venta de tierras, la población en Estados Unidos había aumentado a 17 millones, y la de México había permanecido en apenas 7 millones.93 Aquí Wyllie agrega una nota curiosa. Muestra que la población esclava de Estados Unidos había aumentado de menos de 700 000 en 1790 a casi 2.5 millones en 1790, más rápido que la población libre. Tras haber propuesto el algodón como modelo de los productos de exportación, debía reconocer la importancia del trabajo esclavo. En este sentido, agrega: “Se debe decir, en honor de los dueños de esclavos en los Estados-Unidos, que ese aumento progresivo de la poblacion de esclavos, seria incompatible con el duro tratamiento para con ellos, de que se les acusa”.94

¿Acaso Wyllie (¿siguiendo a Ortiz?) estaba sugiriendo lo que no podía argumentar de forma directa, es decir, que México debía vender tierras públicas para atraer inmigrantes, y abrir su territorio a la esclavitud para permitir una expansión de la producción algodonera que pudiera beneficiar tanto a México como a Gran Bretaña? La pérdida de Texas fue resultado de la abolición de la esclavitud en México. Texas se separó, expandió el cultivo del algodón y la esclavitud, y se propuso unirse a Estados Unidos. ¿Acaso Wyllie proponía -de manera indirecta- que los mexicanos arreglaran el “error” de haber terminado con la esclavitud? A pesar de la “oposición” británica, los traficantes de esclavos -muchos de ellos estadounidenses- aún entregaban africanos en Cuba y Brasil. Los tenedores de bonos británicos podrían recibir su pago, los empresarios en Inglaterra y México podrían verse beneficiados. México podría participar de la prosperidad de Brasil, Cuba y Estados Unidos gracias a la esclavitud.

Wyllie argumenta que México debía recurrir a la venta de tierras, a la producción de exportaciones (¿y a la esclavitud?) para reactivar su economía, pagar sus deudas y evitar nuevas pérdidas de territorio frente a Estados Unidos. Su texto incluye una carta escrita por Alexander Forbes, un comerciante británico residente de Tepic, cuyo comercio se concentraba en California. Escrita en 1843, publicada en Londres en 1844 y presentada en español en México en 1845, la carta de Forbes propone una colonización mexicano británica de California, respaldada por un claro incentivo: el oro.

La idea de Forbes era sencilla. Las empresas británicas comprarían tierras en California y pagarían con bonos vencidos. El gobierno mexicano eliminaría las deudas que no podía pagar. California sería colonizada y desarrollada por empresarios y pobladores británicos bajo la soberanía nominal de México. Para Forbes las ventajas eran claras: “El infundir los hábitos ingleses de industria y la moralidad inglesa entre la raza mixta que debe resultar, seria el gran punto á que debiera anhelarse. Déjese que el gobierno sea en el nombre el de México, y lo demas fíese á los oficiales de la compañía y á los colonos”. Lo que Forbes proponía era una visión fiscal económica utópica para los intereses británicos y liberales mexicanos: “[…] establecer un gobierno sin establecimientos fiscales, sin aduanas y sin oficiales de aduanas, sin restricciones sobre el comercio, sin diferencia de pabellones, de mercancías ó de manufacturas, ¡qué feliz seria este pais!”. California, nominalmente mexicana, sería un paraíso donde empresarios y familias de inmigrantes británicos intercambiarían materias primas por manufacturas británicas.95

Los impuestos provendrían de las rentas de la tierra, que Forbes insistía serían mínimas,

[…] y si el pais continuase largo tiempo en las manos de la compañía, podria ésta tal vez gloriarse un dia de presentar un pais enteramente libre para todo el mundo, y donde cada uno podria encontrar un hogar, sin que su ropa sucia fuese registrada por un oficial de la aduana en sus baules, ni tener que repartir una porcion de su legal propiedad entre una turba de vagabundos bajo el nombre de colectores de los derechos.

Forbes buscaba preservar la soberanía mexicana… sin las leyes, los reglamentos y la administración fiscal de México.

Empero, conservaría un legado de Nueva España en México: la tradición hispánica de separar los derechos sobre los minerales y el subsuelo de la propiedad superficial. Los primeros pertenecían a la monarquía o a la nación, y se enajenaban para su uso a cambio del pago de regalías; la segunda era del propietario. Sin dicha separación, los especuladores “se han dado precios ecsorbitantes por terrenos que se ha creido que contienen minerales, y continuamente se ha visto á esos propietarios de tierras envueltos en ruinosas especulaciones”. La utopía de Forbes de tener agricultores familiares no podría desarrollarse con semejante especulación en torno a la tierra. “Propietarios de tierras y propietarios de minas deben ser cosas separadas.” ¿Pertenecerían los derechos sobre los minerales en California a la compañía británica o a la nación mexicana supuestamente soberana?96

Forbes veía el oro como la promesa de California: “[…] se dice haberse descubierto muchas venas de metales preciosos, y últimamente se ha encontrado un terreno que contiene oro, cerca de un pueblo llamado los Angeles”. Describe en detalle con cuánta facilidad se extrae el oro:

Esto es lo que llaman los españoles placer de oro, que se recoge cavando un poco el suelo á cierta profundidad, generalmente no mas á unos pocos piés, y separando el oro, lavándolo, y donde no hay agua, aventándolo. Esta clase de minas generalmente, es más ventajosa á un pais que las vetas ó venas de metal subterráneas, y que se trabajan debajo de la tierra: en primer lugar se ocupan mas manos, y siendo todas las operaciones al aire libre, son mas favorables á la salud.

Forbes destaca que, a medida que la minería iba declinando en Sonora, “la gente de esta provincia que está acustumbrada al conocimiento y trabajo de esa clase de minas, podria ser fácilmente trasladada á la Alta-California; así es que yo considero este nuevo descubrimiento como una fuente segura de riqueza para este segundo pais”.97 Para Forbes, California era un país que debía desarrollarse bajo una soberanía mexicana limitada, regido por compañías británicas, y trabajado por agricultores británicos y mineros sonorenses.

Forbes no era optimista: “[…] dudo mucho que el gobierno de México puede adoptar un plan tal como el que he bosquejado”. Y sin embargo, sin dicho plan no habría migración hacia California: “Todo el pormenor de la legislacion de México y la universal mala fé, corrupcion y habituales vejaciones de sus innumerables agentes subalternos, harian intolerable é insegura la residencia para cualquiera que hubiese sido educado bajo la seguridad y libertad del gobierno británico y de sus leyes”.98 Sólo California poseía la riqueza para resolver los dilemas fiscales y económicos de México, pero bajo el gobierno mexicano, la colonización y el desarrollo eran imposibles. Forbes (al igual que Wyllie y los editores de El Siglo Diez y Nueve) retó a los mexicanos a probar este plan.

Para convencer al gobierno mexicano, Forbes destaca las amenazas de Estados Unidos tal y como las evidenciaba el escuadrón del Pacífico del comodoro Jones. El comerciante británico, activo desde hacía tiempo en el Pacífico mexicano, en julio de 1843 creía que la guerra entre México y Estados Unidos era inminente. Con esa guerra, California se volvería parte de Estados Unidos, a menos que Gran Bretaña lograra tomarla o salvarla para México antes de que eso ocurriera. Forbes agrega:

Pero si los Estados-Unidos, como gobierno, prescinden de la mira de despojar á México de las Californias, el riesgo, sin embargo, no es menor; porque si permanence despoblada y en el estado de debilidad en que se encuentra al presente, será inundada por pobladores anglo-americanos procedentes de las fronteras, que tienen un cómodo y practicable camino para entrar, del que están y han estado por mucho tiempo aprovechándose.

Los angloamericanos estaban en camino. No hacer nada traería como resultado la pérdida de California: una pérdida de soberanía e ingresos para México, y de oportunidades comerciales para Gran Bretaña.

Forbes sabía que México no podía reunir los 25 millones de pesos que necesitaba para conservar y poblar California; debía aceptar una cantidad similar en bonos para saldar sus deudas con Inglaterra -y permitirle a este país desarrollar el potencial aurífero y agrícola de la nueva frontera del Pacífico-.99 Las palabras de Forbes resultaron proféticas en varios sentidos. Su plan no le interesó al gobierno mexicano, y Estados Unidos declaró la guerra en 1846 para anexarse la economía del algodón y de los esclavos en Texas y quedarse con California.

¿Acaso fue Forbes más que profético? Con la publicación en Londres en 1844 del plan de Wyllie para California y su aparición en español en México un año más tarde, los emisarios estadounidenses seguramente advirtieron la visión de Forbes de una California rica en oro. ¿Acaso la visión de Forbes, la publicación de Wyllie y la traducción de Cumplido apresuraron el grito de guerra de Estados Unidos y la pérdida de California para México? ¿Por qué tradujeron los liberales mexicanos la visión de Forbes? Al igual que Wyllie y Forbes, se oponían al proyecto industrial de Alamán; ¿acaso también buscaban publicitar la amenaza en torno a la pérdida de California? De ser así, ¿acaso aceleraron aquello que tanto temían?

El debate final: la resolución económica, ambiental y humanitaria de JG

Antes de enfrentar la invasión estadounidense, los creadores de políticas en la ciudad de México se beneficiaron de otro punto de vista en el debate sobre México en 1845. En un texto escrito de manera anónima y publicado por el gobierno, el autor -conocido solo como JG- respalda la política industrial de Alamán y demuestra por qué México no podía seguir el modelo de exportación promovido por Ortiz, Wyllie, Forbes y otros liberales. Sin embargo, a diferencia de Alamán, JG muestra una clara comprensión de las limitadas posibilidades financieras de México en una economía mundial que ya no era dirigida por el comercio de la plata y que se regía cada vez más por la concentración del poder industrial en Inglaterra.

JG escribe directamente en contra del intento de Wyllie por “combatir el sistema industrial de México”. El analista anónimo pregunta por qué los liberales de El Siglo Diez y Nueve publicaron el informe del británico. ¿Por qué promovían una economía en que los mexicanos produjeran cultivos y minerales para exportarlos “al precio mas caro” y compraran tela “al menor posible”? La premisa de “que la nacion hallaria grandes manantiales de riqueza en la agricultura, exportando sus productos al estrangero; que la poblacion de toda la República tendria en el cultivo de la tierra en todo el año ocupación lucrativa” era absurda. JG insistía en que México debía ser tanto agrícola como industrial.100

Si México seguía el consejo de Wyllie y de El Siglo Diez y Nueve, “¿que harían repentinamente los hilanderos y los tejedores de Leon, de Celaya, de Allende, de Querétaro, de Acámbaro y de otras numerosas poblaciones?”. ¿Qué pasaría con los artesanos -peleteros, zapateros, sastres, entre otros- de otras ciudades y pueblos? Abandonar la industria acarrearía el desempleo al México urbano.101 JG se concentra en regiones de hombres hilanderos y tejedores artesanos; no menciona a los cientos de miles de mujeres en hogares indígenas que ya estaban siendo desplazadas por las fábricas de hilado mexicanas. Con todo, el argumento de que los artesanos mexicanos no debían sacrificarse a una nueva economía de exportación tenía fuerza; las industrias nacionales aún no se aventuraban más allá de las mercancías de algodón.

En este punto del texto, el economista anónimo procede a un análisis ambiental y cita a fondo un informe gubernamental de marzo de 1843. El texto explica en detalle por qué México no podía convertirse en exportador de materias primas: “El aspecto físico […] de nuestro pais, nos presenta una mesa central, levantada a una altura mas o menos considerable sobre el nivel del mar, susceptible de producir todos los frutos de Europa, circundada por uno y otro lado por terrenos que forman la falda de la cordillera y se extienden por las costas de ambos mares, los cuales producen todos los frutos de los tròpicos”. El informe agrega:

Esta misma configuración del terreno hace muy dificiles las comunicaciones entre la mesa central y las costas, de manera que los frutos de aquella no solo no son exportables, sino que aun para que puedan consumirse por la población del litoral […] No pueden ser, pues, objeto de cámbio con el comercio exterior, los productos de la mesa central de nuestro pais, pues que no soportan el transporte, en razon de la distancia, y porque la naturaleza, tan pròdiga para con nosotros, bajo otros respectos, nos negó todos los medios de comunicacion interior con las costas, en que abundan los Estados-Unidos del Norte.

El sueño de exportar materias primas transportándolas con la ayuda de canales, promovido por liberales desde Ortiz hasta Wyllie, resultaba fantasioso. La realidad geográfica limitaba las posibilidades económicas de México en un mundo de concentración industrial y exportaciones de materias primas a granel. Buena parte del territorio mexicano formaba una meseta alta y templada. Sus productos competían con los de Europa y América del Norte, y las sierras costeras, la ausencia de ríos navegables y la imposibilidad de abrir canales, hacían de cualquier intento por exportar algo prohibitivamente oneroso. Hasta que las sierras pudieran abrirse, México permanecería aislado y cerrado al mundo desde la perspectiva agrícola. El resultado era que “un año abundante no solo no enriquece a los labradores, sino que mas bien embaraza su giro, llenando sus graneros de semillas para las cuales no tienen expendio”.102 Así explica JG la abundancia sin utilidades que tanto lamentaba Alamán.

En seguida JG se concentra en los trópicos de México:

Las costas parece que podrìan suplir esta falta, pues que en ellas se producen todos aquellos frutos que la naturaleza ha negado a la Europa, y que son de tan gran consumo en ella, frutos a que debe su prosperidad la isla de Cuba, que hoy ha llegado a un punto tan notable de riqueza; mas circunstancias peculiares hacen imposible el que disfrutemos iguales ventajas. La insalubridad del clima causa la despoblacion de nuestros paises litorales, y de èsta procede el que sus frutos sean en corta cantidad, y a precios que no les permiten competir con los de las Antillas, y otras partes de América y Asia.

Más adelante, continúa citando el texto de 1843:

La distribucion de la poblacion ha sido un efecto necesario de la configuracion y naturaleza del clima de nuestro pais. Se ha aumentado en la mesa central, donde las razas de la especie humana que han venido a establecerse en ella, han encontrado un temperamento análogo a su constitucion física, y para poblar de alguna manera las costas, tan mortíferas a estas mismas razas, fué menester, durante el gobierno español, ocurrir al medio violento y inhumano de traer esclavos africanos, propios para vivir en los trópicos. Por esto el aumento de la poblacion es nulo o muy lento en las costas, mientras que es mayor en la mesa central.103

Retomando su propia voz, JG insiste en que las realidades demográficas y ambientales (y por lo tanto ecológicas) apuntaban a que México no podía prosperar intercambiando productos agrícolas de exportación por manufacturas de importación. Para salir adelante, debía combinar la agricultura con la industria. Agrega que la mayoría de los mexicanos eran agricultores familiares o trabajadores rurales que tenían ingresos que superaban las normas predominantes en “la India oriental” o en “los Estados-Unidos, en el Brasil, en las Antillas y en la Asia, donde los trabajadores son pagados con menos, o se hace el cultivo por esclavos”.104

JG sabía que la modesta prosperidad de los agricultores familiares mexicanos mantenía los alimentos abundantes y baratos, al tiempo que perjudicaba la agricultura comercial: “[…] y palpando que el consumo interior es menor que la produccion, que esto ha abatido los precios, que por este abatamiento están en atrasos o en quiebras los mas de los hacendados”, nada “los induzca a tomar un giro que no ofrece utilidades, como lo prueba el gran número de haciendas que no se labran o que solo se trabajan en parte, y el de propietarios que desean enagenarlas”.105 El aumento de los cultivos de sustento convirtió a la agricultura comercial en una actividad poco rentable en las tierras altas de México.

Sin embargo, el cambio hacia los productos de exportación tropicales resultaba imposible: “Nuestas costas están despobladas por la insalubridad del clima, y no puede pensarse por lo mismo en cultivarlas, porque no hay brazos que ocupar, y la tierra en que no hay trabajadores que la labren, es como la que no existe”. La prueba de ello la encontraba JG en el intento por extender las plantaciones de algodón para abastecer las fábricas de México: “El aumento de nuestras hiladurias ha dado causa a la demanda de los algodones, y la grande utilidad de este fruto a que se multipliquen las sementeras para cosecharlos. El aumento de éstas ha reclamado los brazos, y su demanda ha triplicado casi el valor de los jornales, de que se ha seguido en parte el encarecimiento del algodon”. La escasez de trabajadores y los sueldos elevados duplicaban el costo del algodón mexicano respecto del estadounidense. México no podía competir en los mercados de exportación (y sus propias industrias se veían perjudicadas).106

Por último, JG, el analista económico con conocimientos ambientales, ofrece una acérrima defensa de la libertad humana: “Podrá ser pobre la Repúbica, pero bajo sus leyes no gemirá la humanidad, ni nuestros frutos serán nunca mojados con el sudor de hombres que maldicen al producirlos a otros hombres que los tratan como bestias”. Reconociendo que Texas se había separado para conservar la esclavitud, JG retoma una frase con que los texanos justificaban su secesión y la transforma para defender el honor de México:

Para imprecarnos, porque no somos exclusivamente agricultores, se ha tomado de los tejanos el dicho de que somos indignos del sol que nos alumbra y de la tierra que huellan nuestras plantas. Indignos seriamos del sol, si como ellos, éste nos alumbrase conduciendo hombres como béstias bajo el látigo y el palo; y seríamos indignos de la tierra hermosa que nos ha cabido en suerte y que nos roban infames aventureros, si la hubièsemos profanado labràndola por brazos envilecidos con mengua de la humanidad, y haciendo que representasen sus frutos la tirania de la esclavitud y los ayes y gemidos de la desesperacion de hombres forzados. Que nuestro suelo se mantenga yermo y despoblado, si nuestra riqueza ha de depender de mancharnos con autorizar la esclavitud. Seamos pobres, antes que consentirla.107

JG aporta poderosos argumentos económicos, ambientales y humanitarios a la discusión sobre el dilema económico de México. Dado que el país era incapaz de exportar productos de las tierras altas templadas, la sobreproducción mantenía los alimentos abundantes y baratos, y las ganancias de las haciendas, escasas. Dado que no podía competir en los crecientes mercados de exportación de materias primas tropicales debido a las enfermedades en las tierras bajas, y porque los mexicanos rechazaban la esclavitud que sustentaba la prosperidad exportadora de Brasil, Cuba y Estados Unidos, México no tenía otra opción que construir una economía interna.

A decir de JG, el único camino para México era el que ya estaba siguiendo. Debía seguir fomentando la extracción de plata, que por fin había comenzado a revivir y a contribuir al comercio internacional. Debía seguir desarrollando la agricultura de subsistencia y los cultivos para abastecer a las industrias nacionales. Debía promover y proteger las fábricas algodoneras ahí donde fuera posible, reconociendo la importancia de la producción artesana en productos de lana y otras artesanías diversas. En pocas palabras: “Nuestro sistema industrial fundado en la mineria, en la agricultura y en las artes, atiende a todas las condiciones y provee a las diversas circunstancias de las poblaciones”.108 El economista, analista ecológico y humanitario no ofrecía utopías para los mexicanos, sino sólo una exposición clara de la situación que vivían en 1845, momento en que Estados Unidos se preparaba para ir a la guerra y apropiarse de los territorios del norte de México.

Después de 1845: la guerra por América del Norte y la nueva economía mundial

Tras las guerras y revoluciones que dieron origen a las naciones del Nuevo Mundo y forjaron una nueva economía global concentrada en la industria, los pueblos americanos enfrentaron diversos retos. Allí donde la plata había sido el principal vínculo con el mundo, desde los Andes hasta Nueva España, las economías estaban luchando por sobrevivir, mientras que los pueblos indígenas a menudo encontraron espacios para una nueva independencia. En cuanto a las economías del Atlántico, regidas por el azúcar y la esclavitud, la revolución terminó con la esclavitud y la exportación de materias primas en Haití, a lo cual siguió la expansión del azúcar y la esclavitud en Cuba, del café y la esclavitud en Brasil, y del algodón y la esclavitud en Estados Unidos. Solo dos naciones americanas habían recurrido a la industria antes de 1850: Estados Unidos y México. En ambas, las medidas de protección y de prohibición eran fundamentales. Los habitantes de Nueva Inglaterra construyeron molinos de algodón bajo prohibiciones impuestas por la guerra y embargos entre 1808 y 1814; más adelante, la protección arancelaria sustentó a fábricas que se beneficiaban del acceso al algodón cultivado por los esclavos del sur. En México, el Banco de Avío y las protecciones arancelarias financiaron la aparición de la industria algodonera después de 1835. Para 1845, solo México y Estados Unidos combinaban la industria y la agricultura en el continente americano.

Empero, había una diferencia clave: Estados Unidos también contaba con la economía de exportación más dinámica del hemisferio. Exportaba a Gran Bretaña cantidades impresionantes de algodón producto del trabajo esclavo, junto con alimentos cultivados por agricultores libres en tierras extensas (arrebatadas a los nativos que se vieron obligados a huir hacia el oeste), todo ello transportado por grandes ríos comunicados mediante canales. Las fábricas del noreste vestían a una población de casi 20 millones de habitantes. Por su parte, México sólo exportaba plata, cuya extracción apenas se iba recuperando en el decenio de 1840; su industria y agricultura, desprovistas de una comunicación fluvial con los mercados mundiales, estaban confinadas a las tierras altas interiores, y abastecían a una población de poco más de 7 millones.

En 1845, Estados Unidos estaba por cumplir 75 años como nación; su geografía le beneficiaba en el nuevo mundo de concentración industrial, y vivía de forma rentable con la contradicción que conllevaba proclamar la libertad y beneficiarse al mismo tiempo del algodón producto del trabajo esclavo y de alimentos básicos sembrados en tierras arrebatadas a los pueblos nativos. Por su parte, México no llegaba aún a los 25 años como nación; su geografía accidentada obstaculizaba el comercio de materias primas a granel; había abolido la esclavitud, y había incorporado a los pueblos nativos (mediante repúblicas indígenas alrededor de la ciudad de México y el sur, y mediante el mestizaje, las misiones y el trabajo en las haciendas en el norte) de maneras históricamente subordinadoras, pero que permitieron nuevas revindicaciones de independencia indígena y popular en momentos de incertidumbre en torno a la construcción nacional.

La guerra por América del Norte entre 1846 y 1848 no sólo confirmó esta disparidad, sino que también le dio un nuevo potencial económico a Estados Unidos: por un lado, Texas con sus tierras para la expansión del algodón y la esclavitud, y por el otro, California con su economía del oro y el pastoreo, además de un gran potencial agrícola. Al desafiar el poder comanche, la guerra también abrió las Grandes Llanuras a la agricultura y el pastoreo comerciales, así como Colorado a una economía de la plata, la agricultura y el pastoreo. La guerra transfirió a Estados Unidos la economía minera, de pastoreo y de agricultura irrigada que durante siglos había beneficiado a la América del Norte española, sumándola a las economías industrial del noreste, algodonera y esclava del sur, y de productos básicos de la cuenca del Misisipi. Un conflicto transformador hizo de Estados Unidos una nación continental, y la puso en el camino hacia la hegemonía hemisférica y, con el tiempo, global -una vez que resolviera el tema de la esclavitud en la mortífera guerra civil de 1860 a 1865-. México siguió luchando por encontrar la estabilidad política y una economía nacional, con una mayoría aún basada en autonomías con tierras, a menudo pobres, pero con independencia local.

Lucas Alamán y Tadeo Ortiz soñaron con un México próspero, cada uno a su manera; Ortiz y Robert Wyllie destacaron la importancia de la esclavitud para la prosperidad basada en las exportaciones; Wyllie y Alexander Forbes anunciaron la promesa del oro californiano y obtuvieron el respaldo de algunos liberales mexicanos clave. En el debate sobre el futuro de México entre 1830 y 1845, todos promovieron ilusiones en defensa de intereses particulares. El sueño industrial de Alamán sí fue implementado, aunque de manera limitada. Sólo JG echó luz sobre la situación de México en 1845: era una nación de opciones limitadas, que intentaba industrializarse luego de haber rechazado la esclavitud en un mundo nuevo de capitalismo concentrado en la industria. Leídos en conjunto, todos ayudan a explicar la prolongada crisis nacional de México, así como el ascenso de Estados Unidos a la hegemonía continental.

Referencias

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Wyllie, Robert C. México: Noticia sobre su Hacienda pública bajo el gobierno español y después de la independencia, 1845, México, Ignacio Cumplido, 1845; reproducido en Documentos [ Links ]

1Mi análisis de la política de este periodo se basa en la reciente obra de Andrews, Entre la espada y la Constitución, y en Hernández Jaimes, La formación de la Hacienda pública.

2Esta visión de la independencia de México se examina en detalle en Ávila y Tutino, “Becoming Mexico”.

3Esta perspectiva de la transformación global se deriva de Findlay y O’Rourke, Power and Plenty. Estos autores califican de policéntrica a la economía mundial anterior a 1800 y reconocen el papel de la plata de Potosí en sus bases; a la economía industrial posterior a 1800 la llaman especializada. Por mi parte, prefiero el calificativo “concentrada”, pues las especializaciones rectoras eran reales, pero estaban lejos de ser equitativas.

4Lin, China Upside Down, detalla las repercusiones en China, mientras que Partharasathi, Why Europe Got Rich, hace evidentes las consecuencias para India y la industrialización británica.

5Estas diversas adaptaciones son el centro de todos los estudios en Tutino (ed.), New Countries.

6Éstas no eran las únicas voces en esos importantes debates. En un artículo precursor de su Mexican Liberalism, Charles Hale publicó “Alamán, Antuñano y la continuidad del liberalismo”, texto en el que destaca la importancia de Alamán, la oposición de Lorenzo de Zavala y José María Luis Mora, y agrega la destacada voz de Esteban de Antuñano en tanto aliado de Alamán en el fomento de la industria. La lectura de dicho estudio aún puede brindar grandes beneficios. Aquí desarrollo las opiniones de Alamán, enfatizo la oposición de Ortiz y agrego a nuevos participantes en los debates de principios de la década de 1840.

7Véase Andrews, Entre la espada y la Constitución; y Guardino, Peasants, Politics.

8Alamán, Memoria, 1830, pp. 166-167.

9Alamán, Memoria, 1830, pp. 172, 175, 178-179, 183.

10Alamán, Memoria, 1830, pp. 184-188.

11Alamán, Memoria, 1830, pp. 191-192.

12Alamán, Memoria, 1830, pp. 204-207, cita en 201-202.

13Alamán, Memoria, 1830, p. 203.

14Alamán, Memoria, 1830, pp. 204-205.

15Alamán, Memoria, 1830, p. 205.

16Alamán, Memoria, 1830, p. 206.

17Alamán, Memoria, 1830, pp. 206-207.

18Alamán, Memoria, 1830, p. 207.

19Alamán, Memoria, 1831, discusiones políticas, pp. 245-271.

20Alamán, Memoria, 1831, pp. 273-274.

21Alamán, Memoria, 1831, p. 275.

22Alamán, Memoria, 1831, pp. 277-278.

23Alamán, Memoria, 1831, pp. 280-281, 286-288.

24Alamán, Memoria, 1831, pp. 282-284.

25Alamán, Memoria, 1832, pp. 341-342.

26Alamán, Memoria, 1832, pp. 347-348.

27Alamán, Memoria, 1832, p. 349.

28Alamán, Memoria, 1832, p. 349.

29Alamán, Memoria, 1831, pp. 353-354.

30Alamán, Memoria, 1832, p. 363.

31Alaman, Memoria, 1832, pp. pp. 365-370; 408-427.

32Alamán, Memoria, 1831, pp. 372-373, 428.

33Véase Andrews, Entre la espada y la Constitución, y Cross, “The Mining Economy”.

34Véase Alamán, Memoria, 1830, pp. 174-177 en torno al tema del nombramiento de Ortiz en Burdeos y la incapacidad del gobierno para pagar otro cónsul general, destinado a Nueva Orleans.

35Ortiz, México. Un breve prefacio a la reimpresión incluye los detalles de la carrera diplomática de Ortiz, mientras que una larga lista crítica en las pp. 173 a 256 en el cuerpo del texto demuestra su conocimiento de los estudios sobre Nueva España, una enorme proeza conseguida en Francia.

36Ortiz, México, pp. 11-12.

37Ortiz, México, pp. 27, 30.

38Ortiz, México, pp. 41, 47-48.

39Ortiz, México, pp. 50, 71, 86.

40Ortiz, México, pp. 448-450.

41Ortiz, México, pp. 112, 118, 159, 162, 164.

42Ortiz, México, pp. 173-256.

43Ortiz, Mexico, pp. 273-274.

44Ortiz, México, pp. 537-538.

45Ortiz, México, pp. 544-552.

46Ortiz, México, pp. 569-570.

47Ortiz, México, pp. 571-572.

48Ortiz, México, pp. 572-573.

49Ortiz, México, p. 594.

50Ortiz, México, p. 280.

51Ortiz, México, pp. 284-285.

52Ortiz, México, pp. 297-298.

53García de León, Tierra adentro ofrece una brillante descripción de los orígenes históricos de estos pueblos de la costa.

54Ortiz, México, pp. 305-306.

55Ortiz, México, pp. 309-310.

56Tutino, “The Revolution in Mexican Independence”, profundiza en este aspecto.

57Ortiz, México, p. 310.

58Ortiz, México, p. 310.

59Ortiz, México, pp. 337-346, cita en p. 337.

60Ortiz, México, pp. 349.

61Ortiz, México, p. 355.

62Ortiz, México, pp. 357-358.

63Ortiz, México, pp. 360-362.

64Ortiz, México, p. 371.

65Ortiz, México, pp. 377-381.

66Ortiz, México, pp. 382-420.

67Ortiz, México, pp. 429-430.

68Ortiz, México, pp. 441-442.

69Ortiz, México, p. 444.

70Ortiz, México, pp. 445-450.

71Ortiz, México, p. 459.

72El hecho de que la secesión de Texas fuera resultado en última instancia de los temas del algodón y la esclavitud, aunque se debatiera en términos de ciudadanía y derechos de los estados, queda claro en Lack, The Texas Revolutionary Experience.

73En McNeill, Mosquito Empires, se documenta la importancia de la fiebre amarilla y la malaria para hacer de las tierras bajas del trópico costero una región impenetrable para los ejércitos de zonas templadas antes del siglo XX. Ortiz Escamilla, El teatro de la guerra, echa luz sobre este aspecto en el caso de Veracruz.

74Alamán, Memoria, 1843, pp. 4, 8.

75Alamán, Memoria, 1843, p. 19.

76Alamán, Memoria, 1843, pp. 22-26, cita p. 24.

77Alamán, Memoria, 1843, pp. 40, 67-68.

78Alamán, Memoria, 1844, p. 89.

79Alamán, Memoria, 1844, p. 92.

80Alamán, Memoria, 1844, pp. 127-130. Florescano, Precios del maíz, y Tutino, Making a New World, ofrecen información sobre los precios del siglo XVIII, que pocas veces caían por debajo de los 6 reales por fanega.

81Alamán, Memoria, 1844, p. 93.

82Alaman, Memoria, 1844, p. 104.

83Alamán, Memoria, 1844, p. 98.

84Alamán, Memoria, 1844, p. 98.

85Alaman, Memoria, 1844, pp. 98-100.

86Wyllie, México: Noticia, p. 246.

87Wyllie, México: Noticia, pp. 266, 268, 271.

88Wyllie, México: Noticia, pp. 286-291, 312.

89Wyllie, México: Noticia, pp. 317-327.

90Wyllie, Mexico: Noticia, pp. 353-362.

91Wyllie, México: Noticia, p. 369.

92Wyllie, México: Noticia, pp. 370-371.

93Wyllie, México: Noticia, pp. 377-380.

94Wyllie, México: Noticia, p. 380.

95Forbes en Wyllie, México: Noticia, pp. 381-382.

96Forbes en Wyllie, México, Noticia, pp. 382-383.

97Forbes en Wyllie, México, Noticia, p. 383.

98Forbes en Wyllie, Mexico: Noticia, p. 384.

99Forbes en Wyllie, México: Noticia, pp. 384-385.

100JG, Industria nacional, pp. 414-416.

101JG, Industria nacional, p. 417.

102JG, Industria nacional, p. 417.

103JG, Industria nacional, p. 418.

104JG, Industria nacional, p. 419.

105JG, Industria nacional, p. 420.

106JG, Industria nacional, p. 420.

107JG, Industria nacional, pp. 420-421.

108JG, Industia nacional, p. 421.

Recibido: 07 de Octubre de 2014; Aprobado: 29 de Marzo de 2015

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