El autor ubica su estudio en el porfiriato, periodo en el que busca indagar sobre las formas de apropiación popular de la fiesta de independencia “mediante la reconstrucción de representaciones y prácticas alejadas del protocolo celebrativo, consideradas por las élites como reprobables, criminales o incultas” (p. 17). Con este objetivo la obra se aleja de una historiografía que ha estudiado las conmemoraciones nacionales únicamente como instrumentos de persuasión empleados para legitimar al Estado y difundir una identidad nacional (un rígido modelo vertical donde priva la mirada “de arriba hacia abajo”). Una postura que, a decir del autor, erróneamente ha querido ver a la sociedad como simple receptora de imaginarios que le son impuestos y que asimila de forma pasiva, lo cual ha derivado en una idealización de su participación dentro de los rituales celebratorios. Con la intención de superar ese enfoque, Rodrigo Moreno se pregunta por la experiencia festiva del pueblo centrándose en dos puntos clave: ¿por qué la población celebra de forma distinta a como se le convoca?, y ¿qué significados encierran dichas apropiaciones?
De este modo, en la obra se estudian las formas en que distintos grupos sociales resistieron o simplemente ignoraron la pedagogía cívica y nacionalista que implicaba la fiesta patriótica. Asimismo, se muestran ejemplos de cómo algunos sectores sociales se apropiaron de la celebración para transgredir el orden establecido o para utilizarla como tribuna desde la cual reivindicar las más diversas posturas políticas.
Concretamente el estudio inicia con el año de 1887, fecha en que en la Ciudad de México el festejo de independencia comenzó a celebrarse en el Zócalo, lo que permitió la participación de los más variados estratos sociales, así como también demandó la instauración de nuevos límites simbólicos y materiales. El autor decidió que 1900 fuera el cierre de su investigación debido a que a partir de dicho momento los festejos septembrinos estuvieron mayormente enfocados en los preparativos para el Centenario de 1910.
Antes de ser más específico en cuanto al contenido del libro, quisiera detenerme en el planteamiento central de la obra, que a mi parecer es de suma importancia. El autor retoma a Roger Chartier para explicar que una estrategia de dominación -como la fiesta cívica- que parte del Estado hacia la sociedad, puede ser aceptada o rechazada por esta última; incluso se puede llegar al grado en que los individuos se apropian, decodifican y reconfiguran prácticas e ideas para utilizarlos según sus intereses particulares (pp. 17-18). Se trata de una idea relacionada con los planteamientos de James C. Scott -que Rodrigo Moreno utiliza constantemente-, quien duda que el Estado pueda establecer una completa hegemonía ideológica y se inclina más por ver formas de resistencia de parte de los “dominados”, aun en situaciones en que no existe una abierta confrontación hacia el ordenamiento político y social dominante.1 Asimismo, esta idea guarda una correlación con los planteamientos de Philip Corrigan y Derek Sayer, quienes proponen que el repertorio cultural institucional estudiado desde los objetivos y significados del Estado no representa una visión completa de las relaciones entre gobernantes y gobernados, pues el aparato ideológico de un gobierno puede ser interpretado y utilizado de formas muy distintas por la población.2
Tanto los trabajos de Scott, como los de Corrigan y Sayer han inspirado una serie de estudios en los que se plantea que hablar de “hegemonía” tendría que entenderse como una serie de ideas y prácticas susceptibles de ser apropiadas y resignificadas por la población, incluso para emplearlos con fines contestatarios.3
En sintonía con estas corrientes teóricas, El nacimiento de la tragedia se ubica en una historiografía que ha recurrido a un marco conceptual similar para mirar “desde abajo” cómo se han desarrollado los procesos de construcción nacional.4 Entre estas investigaciones algunas muestran la forma en que la población resiste y negocia la imposición de una identidad y “cultura nacional” venida “desde arriba”.5 Otras más se han centrado en la subversión de la mitología nacionalista formada por el Estado.6
Ahora bien, El nacimiento de la tragedia se compone de dos capítulos. El primero de ellos inicia con un subtema donde se busca explicar por qué la independencia es el mito fundacional del relato de nación mexicano, y por qué se festeja recordando el grito de Dolores y no el 27 de septiembre, cuando se consumó el proceso independentista (pp. 30-34). Pese a incluir un ilustrativo recorrido por la relación entre la postura ideológica de distintos gobiernos y su preferencia por alguna de ambas fechas, el autor no menciona la rivalidad que después de 1849 grupos liberales y conservadores levantaron en torno al festejo del grito de Hidalgo y del 27 de septiembre. En adelante, celebrar una u otra fecha se convirtió en una verdadera disputa que englobaba dos irreconciliables posturas sobre el relato de nación mexicano y sobre el tipo de organización política que era más afín al país.
En el resto del capítulo se aborda una mirada “desde arriba” para explicar cómo por medio de las fiestas de independencia se intentaba imponer un orden simbólico y material que ayudara a perpetuar el status quo. Se resalta la importancia de los desfiles como representaciones de una sociedad oficial: ordenada, disciplinada y que actúa tal como el gobierno lo estipula (en los desfiles no se permite otro tipo de participación activa). Asimismo, se señalan las alocuciones y la teatralidad del ritual como estrategias empleadas tanto para unificar conciencias mediante la difusión de una pedagogía cívica, como para resaltar los logros del gobierno de Porfirio Díaz.
En el segundo capítulo se estudia el efecto que estos rituales tenían sobre la sociedad. En estas páginas queda claro que, aunque las conmemoraciones eran concurridas, e incluso había gran cantidad de viajeros de provincia que llegaban a la capital del país sólo para presenciar las fiestas patrias, existían diversos sectores de la sociedad a los que la celebración no les interesaba en cuanto al uso y significado que le imprimía el Estado. La obra recoge testimonios disidentes de quienes no veían con buenos ojos estos festejos, pues consideraban que eran gastos inútiles y propiciaban el ocio de la sociedad. A muchos más simplemente no les interesaban los actos rituales ni los discursos, sino la verbena popular, a tal grado que el ambiente festivo, combinado con el abuso de bebidas alcohólicas, ocasionaba que los festejos reiteradamente terminaran en riñas y muertes. Pese a las estrategias de orden, eran abundantes los casos de quienes delinquían aprovechando las aglomeraciones de personas durante la celebración. Los robos de carteras, relojes y portamonedas eran comunes a quienes quedaban absortos admirando el ritual y toda su parafernalia. Incluso había quienes sacaban ventaja de la situación para robar plantas y objetos de ornato de la vía pública. Otros más se apropiaban de la celebración para hacer escuchar su voz en cuanto a diversos temas políticos que no necesariamente se amoldaban al discurso oficial. El autor expone distintas ocasiones en que las clases bajas utilizaban la fiesta de independencia para expresar su animadversión hacia los sectores más privilegiados. En otros casos, había quienes empleaban el festejo para pregonar actitudes hispanófobas o cubanófilas.
En cuanto a las expresiones hispanófobas, Moreno Elizondo las entiende a partir de conflictos socioeconómicos provocados por “la presencia española en sectores importantes de la economía mexicana” (p. 179). Menciona que dicha hispanofobia era seriamente criticada por la prensa y que no debe considerarse “una construcción nacionalista”, pues se trataba de declaraciones personales que contrariaban “la postura oficial de la fraternidad hacia España” (p. 178). Y si bien, la explicación socioeconómica tiene validez, creo que el autor pudo aplicar el mismo método empleado a lo largo del libro y darse cuenta de que la sociedad también puede tener su propia versión de la identidad nacional y el relato de nación.7 También hubiera sido útil retomar la propuesta de Tomás Pérez Vejo acerca de que la hispanofobia -y la hispanofilia- efectivamente formaba parte de un problema social, económico y político, pero también de identidad nacional.8 Incluso, sobre el conflicto cubano-español, Pérez Vejo precisa que las posturas de apoyo a Cuba o a España estaban cargadas de un fuerte componente identitario que no tenía tanto que ver con lo que ocurría entre la colonia caribeña y su metrópoli, sino con el papel que interpretaban España y lo español en el imaginario nacional mexicano.9
Por otra parte, no puedo evitar pensar que el estudio bien merecía haber contemplado el resto del porfiriato, sobre todo para que el enfoque empleado contrastara con la idea de que el Centenario de 1910 fue la gran apoteosis del régimen de Porfirio Díaz. No obstante, el aporte de El nacimiento de la tragedia no es mínimo, pues una rápida mirada a la historiografía sobre la propaganda nacionalista del porfiriato es suficiente para percatarnos de que se ha puesto mayor énfasis en cómo Porfirio Díaz utilizó los festejos de independencia para representar su poder, contribuir al culto a su persona y difundir los logros materiales, políticos y de pacificación de su régimen. Ante esta visión, Rodrigo Moreno nos presenta la otra cara de esa moneda, mostrándonos una población activa y propositiva, cuyo estudio pondera el efecto que dichas estrategias políticas pudieron tener entre la población.
Es importante mencionar que el objetivo del libro implica un problema de fuentes, pues encontrar la reacción popular ante las fiestas cívicas es imposible a partir de los programas protocolarios, discursos o en la prensa oficial.10 Como apunta Rodrigo Moreno, de manera intencional los marginados y sus prácticas transgresoras no eran reportadas en la prensa del régimen debido a la inconveniencia que implicaban sus afrentas (p. 24). Sin embargo, el autor resuelve esta situación acercándose a diarios que no precisamente estaban alineados con el gobierno de Díaz. También encuentra las claves de su objeto de estudio entre estadísticas de tipo judicial que dan muestra de la práctica delictiva ocurrida durante las celebraciones de independencia.
Los historiadores dedicados a estudiar el nacionalismo, la nación y la identidad nacional aún siguen -seguimos- demostrando cierta reticencia para entender que la formación de la identidad y la cultura nacional no siempre son imposiciones, sino procesos más complejos de resistencia y negociación entre gobernantes y gobernados. No obstante, este libro es una muestra de que estudiar los rituales cívicos -y todo producto del nacionalismo oficial- “desde abajo” puede abrir nuevas brechas de interpretación que aporten mayor conocimiento sobre las relaciones entre Estado y sociedad durante los procesos de construcción nacional.
Por último, quisiera señalar que El nacimiento de la tragedia es el resultado de una tesis de licenciatura, aspecto que destaco pues no sólo es digno de resaltar la calidad del trabajo, también debe reconocerse la confianza que un reconocido centro de investigación ha tenido en su publicación. Sin duda, fue un acierto editorial del Instituto Mora.