INTRODUCCIÓN
En este artículo nos proponemos analizar con detenimiento la presencia de Thomas Paine (1737-1809) en las formulaciones de Servando Teresa de Mier (1765-1827) sobre la independencia de Nueva España.1 Hay reflexiones de Paine que aparecen en dos obras políticas de Mier: Historia de la Revolución en Nueva España, antiguamente Anáhuac, que vio la luz en 1813, y Memoria político-instructiva, publicada en 1821. Mier usó en tales escritos un texto específico: Common Sense. Nos interesa observar los variados usos que Mier hizo de la obra de Paine en ambos escritos, distanciados en el tiempo por ocho años de reflexiones y acción política, para preguntamos si las variaciones en el uso de las ideas de Paine fueron dos momentos en la evolución del pensamiento político de Mier o fueron formulaciones específicas para momentos históricos distintos en las que Mier se ocupa de los dilemas de cada circunstancia. De ser esto último, en el proceso de selección y adaptación de tesis, argumentos y conceptos, ¿qué tanto se vio limitado Mier por lo que se podía decir, lo que colectivamente se podía escuchar, pensar, admitir y apoyar? No sobra recordar que fueron escritos en una coyuntura de cambio acelerado, de revolución liberal y de independencias dentro de la monarquía española.
En nuestra indagación ponemos énfasis en el uso de las ideas extranjeras o “ideas fuera de lugar”, por su origen y contexto. Los hispanoamericanos estaban asimilando las experiencias de dos convulsiones políticas que ampliaron su horizonte de posibilidades y condensaron ideas que aspiraban a tener un carácter universal. Nos referimos a la revolución francesa y, antes, a la independencia de Estados Unidos. Las soluciones que propusieron para la crisis de la monarquía hispana no fueron improvisadas ocurrencias, ni respuestas derivadas de tradiciones intelectuales nativas. Por ello ingresamos al terreno de la historia de los lenguajes políticos. Desde esta perspectiva los discursos son pensados como respuestas de los actores para acometer los principales dilemas que enfrentaba su colectividad ante impredecibles circunstancias.2 ¿De qué herramientas conceptuales, socialmente transmitidas, se valió Mier?, ¿de qué manera su pensamiento organizó la experiencia próxima y el pasado más lejano para ofrecer un futuro prometedor?
Aun cuando es inevitable considerar la procedencia doctrinal de algunas ideas, concepciones y tradiciones contenidas en los dos escritos, buscamos comprender cómo terminó Mier escribiendo acerca de república para la Nueva España independizada; cómo hizo que irrumpiera la palabra e intentó hacerla admisible, cómo decirla para lograr que la comunidad de letrados se adhiriera al diagnóstico elaborado, tanto como a propuestas y objetivos políticos. En otros términos, más que encasillamiento doctrinario, interesa analizar en qué aspectos Mier alteró su discurso en el lapso señalado, advertir qué desplazamientos en categorías y conceptos políticos ocurrieron, qué ambigüedades conceptuales observamos, cómo y sobre qué sustrato conceptual se situaron las ideas “fuera de lugar” y, sobre todo, rescatar los contextos de enunciación de estos discursos para entender lo que propuso el autor.3 Intentaremos explicar por qué en ambos escritos continuó siendo pertinente el panfleto de Thomas Paine. Una perspectiva semejante incluye indagaciones sobre el significado que adquirieron conceptos políticos clave y entramados de conceptos; también supone resaltar modificaciones en conceptos políticos básicos, que lograron contener, de manera acabada o no, concepciones de la vida en común dentro del cuerpo político y premisas políticas del orden existente, experiencias y promesas.
ACERCA DE SERVANDO TERESA DE MIER: TEMAS, FILIACIONES, CARACTERIZACIONES
El polémico Servando Teresa de Mier fue un pensador y político novohispano que contribuyó a llevar más lejos la independencia de Nueva España de la mera separación de la monarquía española. Oriundo de Monterrey (1765-1827), desarrolló su vida pública lejos del núcleo familiar, aun cuando no perdió su amparo. Su padre, funcionario real de aquella zona de frontera, lo envió al Colegio Porta Coeli, en la Ciudad de México. Después de ser confirmado sacerdote (1787), ingresó a la Real y Pontificia Universidad de México, doctorándose en Sagrada Teología. Sus tíos, Cosme de Mier y Trespalacios y Juan de Mier,4 apoyaron su trayecto aun después de ser inhabilitado por la prédica del sermón sobre la Virgen de Guadalupe que lo llevó al destierro en Las Caldas (1795). A partir de su forzada residencia en la Península, su criollismo encontró cauce político y amplió horizontes en los avatares que padeció la monarquía española y en las conexiones intelectuales que entabló dentro de una vida de escapes y reaprensiones.5
De acuerdo con un agudo historiador, pionero en el estudio complejo de la ruptura del mundo hispanoamericano con la corona española, fue desde las filas insurgentes -en las que ubicamos a Mier como simpatizante- desde donde se definió la entidad política que aspiraba a la independencia, abandonando los referentes del original proyecto corporativo, inspirado en el tradicionalismo hispánico y el escolasticismo. Además se adoptaron las tesis de soberanía nacional y constitucionalismo moderno fuera de la experiencia hispánica; ofrecieron la salida republicana para fundar la nueva entidad y conservarla independiente.6 Su camino buscaba acabar con un gobierno que sistemáticamente negó derechos a los reinos americanos en plena crisis, entre 1808 y 1814,7 y que dio motivo a una larga y sangrienta guerra civil, por lo que lo llamaron despótico.
Es prácticamente unánime la opinión de los historiadores acerca de la muy temprana decisión de Mier de buscar la independencia absoluta de América; igualmente se le destaca por ser un decidido propagandista de la república a partir de los años veinte del siglo XIX. La conversión republicana de Mier se explica como un quiebre en su referente doctrinario -el constitucionalismo histórico-,8o por el impacto al llegar a Filadelfia y conocer los espectaculares progresos de la república estadounidense, o por influencia de amistades. Semejante mudanza en la oferta de soluciones a la situación de Nueva España ha sido evaluada como endeble y superficial.9
Los trabajos de Estrada Michel y Diego Fernández ofrecen pistas para poner en duda algunas afirmaciones arriba expuestas. Nos resultaron de interés sus reflexiones sobre el tipo de adhesión que Mier tenía al constitucionalismo histórico. A nuestro juicio, ambos historiadores aportan elementos para establecer que Mier abandonó dicha doctrina constitucional como argumento político independentista antes de la década de 1820. Estrada Michel nos recuerda que hacia 1823, indiscutiblemente Mier ya no sostenía ninguna idea de una constitución histórica como soporte de alguna propuesta. No niega que, siguiendo la tendencia predominante, en escritos anteriores a ese año, el padre reivindicaba la existencia de una constitución para los reinos de América en la que se les reconocía independientes y vinculados únicamente al rey.10 Aquella Carta Magna era la garantía de las libertades de los americanos; pero, y esto lo subrayamos, el autor sostiene que Mier siempre consideró que la monarquía fue la responsable de la desgraciada suerte de Nueva España, pues aquella constitución había nacido muerta.11
Unos años antes, Diego Fernández ya había llamado nuestra atención acerca de ese determinante diagnóstico formulado por Mier: la muerte de la constitución de Nueva España desde su nacimiento. Tal evaluación se apoyaba en afirmaciones de Mier acerca de la historia novohispana e hispanoamericana que justificaban el malestar, la insurgencia y la aspiración de independencia absoluta por la que se luchaba en distintos espacios de América hispánica. A partir del decálogo que condensa el pensamiento político de Mier en su Historia,12 el autor destaca las tesis del pacto celebrado entre el rey de Castilla y los habitantes del reino (indios, criollos, negros libres y castas) y la Carta Magna. Igualmente recupera las afirmaciones de violencia e inobservancia de esa Carta a lo largo de 300 años; también las del carácter oneroso del pacto. Diego Fernández subraya una reflexión crucial de Mier: en el pasado inmediato, las resoluciones de las Cortes extraordinarias rompieron el vínculo pactado entre rey y reinos. Por tanto, Nueva España y América hispánica quedaron libres para conjurar las amenazas contra su independencia y buscar su propio modelo político, constitución y gobierno. Igualmente importante es señalar que la preocupación central de Mier no era sostener una monarquía moderada, sino construir un centro de poder fuerte que le permitiera lograr el respaldo de una potencia aliada.13
Considerando esta lectura, los argumentos de Mier, basados en el constitucionalismo histórico, tenían un diáfano sesgo negativo; fueron alegatos traídos a cuento para dibujar una situación que Mier encontró inaceptable. En otros términos, el constitucionalismo histórico español en manos de Mier se tornó un instrumento útil para dar fundamento a la tesis de 300 años de despotismo y tiranía; sirvió para demostrar que la Carta Magna no tuvo vida por los embates que le asestaron las autoridades peninsulares y los abusos de particulares españoles. Ciertamente aparecieron en los escritos de Mier desde 1811 y son abundantes en sus dos obras políticas más importantes: Historia y Memoria político-instructiva. Tan reiteradas son las afirmaciones de ese talante, rescatadas por Diego Fernández, que sugieren lo imposible que era para Mier suspirar por un vínculo de vasallaje que en la práctica resultó perjudicial para los americanos. Él no reclama el exacto cumplimiento y vigencia de aquella Carta; la usó para afirmar el desventajoso pacto que celebraron los americanos. Por ello, es dudoso adscribir a Mier dentro de esa doctrina.
A su vez, Mier se ubica en una tradición distinta de las explicaciones que justificaban la insubsistencia del pacto de dependencia de América con el rey a consecuencia del despotismo y las flagrantes violaciones a la Carta Magna. No es de él ese discurso es de los insurgentes, quienes consideraron justos su causa y el derecho a rebelarse para acabar con la tiranía; razonamiento basado en el pensamiento vigente de Francisco Suárez y su aceptación del tiranicidio.14 La explicación de la insubsistencia del pacto en Mier no parece tener asidero en el neoescolasticismo de ese autor. Tampoco pensaba que el pacto entre rey y reinos americanos se había anulado por las abdicaciones de los Borbones en 1808 o por la cesión que hicieron de la corona a los Bonaparte,15 aun cuando sí entendía ser de justicia la reversión de la soberanía a los pueblos que antes la habían depositado en el legítimo rey, una vez que la cabeza de la monarquía fue forzada a abandonar el trono.
La contundente afirmación de Mier de ruptura del pacto al momento en que las Cortes extraordinarias suplantaron ilegítimamente la Majestad Real estando cautivo su titular tenía tras de sí varios supuestos: la vacancia en el trono primero devolvió a los americanos una libertad natural; por el pacto que antes habían jurado, ellos tenían derecho a resistir toda enajenación y rechazar celebrar un nuevo pacto social que no les conviniera. De acuerdo con Mier, el de las Cortes los colocaba en absoluta dependencia, los degradaba a colonos, imponía una obediencia al arbitrio de la nueva autoridad para que recibieran de su mano la ley. Apoyándose en afirmaciones de Blanco White,16 entendía que ese nuevo pacto era más desventajoso que el anterior: todo derecho sería para los amos y los americanos sólo tendrían por recurso apelar como esclavos. En tales condiciones, no podían aceptarlo, acción que era de justicia.17
Mier fundamentó en otra doctrina la negativa para admitir la transferencia de la soberanía a las Cortes. Para identificarla, creemos conveniente resaltar que la ruptura del pacto alegada por el exdominico está marcada por un binomio conceptual que fue puntal de la acción insurgente y, más tarde, base de la fórmula política que aparece en la Memoria: independencia y libertad como atributos naturales de la persona moral (que refiere a pueblos, reinos, naciones o estados con capacidad de autogobernarse). La libertad revertida al reino de Nueva España inicialmente por la ausencia del rey adquirió un carácter absoluto por las resoluciones de las Cortes. Esa fue la condición por la que la entidad constituida (Nueva España) recuperaba su independencia original; a la vez, tal libertad era el medio para consolidar la independencia recuperada. Binomio fundamental por su significación coyuntural: el reino, en ejercicio de su libertad, era a quien tocaba decidir cuál debía ser el modelo político que mejor conservara la independencia recuperada.18
Un razonamiento con tales rasgos es, como adelantamos, ajeno al constitucionalismo histórico español. Pertenece a la tradición iusnaturalista del derecho de gentes. Este es uno de los derechos que se desprendieron de las variadas corrientes de derecho natural, desarrolladas desde el siglo XVI. Además, se derivó del iusnaturalismo racionalista. Este último compartió con esas diversas corrientes -entre ellas la escolástica española- considerar que las leyes de derecho natural eran inmutables y eternas porque estaban asociadas a la justicia y la equidad. A su vez, coincidieron en juzgar ilegítimas aquellas normas jurídicas que fueran contrarias al derecho natural. Así, las leyes civiles adoptadas para el gobierno de la comunidad política tenían por contención este último derecho. Pero el iusnaturalismo se diferenció de la escolástica española porque consideró que el derecho civil mudaba obedeciendo razonamientos y acuerdos humanos, sin la intervención de Dios y su vicario.1919
El derecho de gentes, de filiación iusnaturalista,20 de manera similar afirmaba el goce de derechos irrenunciables de personas morales (naciones o pueblos). Tales derechos, por su origen natural, eran límites infranqueables al celebrar compromisos y acuerdos de asociación entre diferentes personas morales. Lascoaliciones que reunían personas morales eran voluntarias y se deducían de la libertad natural de cada una, de los intereses de su salud común, de la correspondencia mutua y se establecían con deberes recíprocos. El objetivo fundamental era vivir en paz; cuando ello no ocurría, se cancelaban. Las coaliciones no funcionaban orgánicamente porque no eran individuos físicos. Por ello, la autoridad del príncipe estaba limitada por leyes fundamentales, acordadas entre las partes. En una coalición, los asociados tampoco se reconocían como reinos patrimoniales. Cada nación, pueblo o Estado se mantenía soberano e independiente de los demás. La salud de la nación o del pueblo era suprema ley natural que era observada obligatoriamente.21
Ese derecho estableció tres circunstancias por las que los súbditos no estaban obligados a la obediencia: si la sujeción entre personas morales con desigual fuerza carecía de pacto; si los pactos de protección o de sumisión no eran acordados en condiciones de libertad e independencia, y si el príncipe transgredía el pacto. Además, la desobediencia se atenía a una regla racional: sólo rebelarse cuando era menos gravoso ponerse en guerra civil que sufrir los males del gobierno. Entonces, en el derecho de gentes la obediencia no podía ser ciega. Finalmente, los pactos entre personas morales quedaban sin efecto en las siguientes eventualidades: cuando alguno de los contratantes faltaba a sus obligaciones, cuando se debilita hasta no poder proveer la protección prometida, o al momento en que la potencia superior se arrogaba más derechos que los otorgados por el tratado de protección o de sumisión inicial. Era entonces cuando la parte subordinada recobraba sus derechos, independencia y libertad y podía celebrar un nuevo pacto con otras entidades, si así quería.22
A nuestro juicio estas son las tesis en que se fundamenta Mier para justificar la recuperación de la libertad y la independencia natural, la ruptura del vínculo de vasallaje y la defensa de la independencia absoluta de Nueva España. Ideas que Mier sostuvo en 1811 y 1812, tras la independencia y Constitución confederal de Venezuela del 1º de julio de 1811, cuando perdió las esperanzas sobre la igualdad jurídica para América en la experiencia constitucional.23 En las Cartas de un americano a un español que Mier escribió apasionadamente polemizando con Blanco White se invocaban ya los derechos irrenunciables de las personas morales. Como se recordará, el editor de El Español favorecía una monarquía moderada para la española en crisis y promovía una política de conciliación con los americanos; juzgaba que los hispanoamericanos carecían de suficiente experiencia política para consolidar su independencia y la república. En el marco
de un debate fraterno, el clérigo español daba la razón a los opositores americanos e incluso entendía sus sentimientos; por ello abrió las páginas del periódico para difundir sus opiniones y denunciar la política inflexible de la Regencia y de las Cortes.24 Los agravios eran históricos y profundos, de ahí que Blanco White reconociera finalmente la inevitabilidad de la separación.
Lo que llama nuestra atención es que Mier, quien defendió a los independentistas republicanos caraqueños, no asociara en la Historia el planteamiento de independencia absoluta con una propuesta de reorganización republicana de la comunidad política para el reino novohispano. ¿Por qué motivos no enunció esa salida? Hasta ahora no hemos recogido de su Historia argumento alguno que pusiera en entredicho a la monarquía como forma de gobierno conveniente para conservar la independencia absolutamente recuperada. No obstante, y avanzando en la perspectiva que propusimos, hemos de poner cuidado en otra cuestión relacionada: las referencias al republicano Thomas Paine y la transcripción de ideas, a veces literal, de tesis y párrafos del panfleto Common Sense en los escritos de Mier mencionados.
No hay duda entre los historiadores de que Paine es una de las influencias reconocibles en la Memoria de 1821. Hasta donde hemos verificado, sólo dos autores la han detectado en los escritos que nos interesan. El primero fue David Brading; años más tarde lo hizo Domínguez.25 En su análisis el historiador del patriotismo criollo afirma que Mier recibió la influencia republicana en Europa de Henri Gregoire, es decir, entre 1802 y 1815, adhesión que atendió a razones históricas y geográficas, sin razón universal o razonamiento abstracto de política.26 El contacto con la definida personalidad republicana y galicana de Gregoire lo menos que sugiere en el terreno político es que antes de estallar la crisis española contribuyó a ampliar el horizonte de soluciones a ofrecer al estallar los movimientos independentistas. El derecho de gentes era buena doctrina para apelar por la independencia y la libertad, pero no para pensar una reorganización del gobierno en cada pueblo o nación.
¿Nos puede arrojar luz el estudio de la presencia de Paine en los escritos de Mier para entender por qué se hizo republicano? ¿El panfletista inglés, así considerado por largo tiempo, tenía un pensamiento sistematizado sobre el republicanismo? ¿Este está expuesto en Common Sense? ¿Qué segmentos del pensamiento de Paine aparecen en los mencionados escritos de Mier?
THOMAS PAINE: ¿PANFLETISTA Y PENSADOR POLÍTICO?
En el frío de Nueva Inglaterra, hacia 1776, un delgado y barato panfleto era vendido al grito de “Common Sense for eigtheen pence”.27 A la vez que se agotaban las impresiones del escrito, rápidamente se propagaban las ideas incendiarias de su autor dando cuenta de un cambio radical en la visión del mundo de fines del siglo XVIII. Había ocurrido un súbito quiebre: en las Trece Colonias la noción de obediencia al rey se reemplazó por otra, en que el pueblo fue a la vez gobernado y gobernante.28 El argumento de Paine de ser de sentido común que una isla no pudiera gobernar todo un continente distante y sin supervisión de los ciudadanos fue acogido por los delegados que se reunieron en el Congreso de Filadelfia. Esa idea no fue la única que suscribieron; también decidieron quedar libres de la “histórica e intrínseca corrupción de las monarquías”.29
El lugar de Thomas Paine en la literatura académica ha cambiado. Primero fue considerado un escritor menor, indiscutiblemente genio del panfleto pero sin estatura de gran pensador. Harry Hayden Clark, por ejemplo, resalta su presencia por el éxito editorial de sus obras, pero explica que contaba con una amplia red de impresores que reeditaron sus textos a bajos costos. Reconoce que la popularidad se debía al estilo que lo convirtió en maestro del arte de la persuasión y de la prosa controversial. Con la información que obtenía de participar en círculos racionalistas y espacios de efervescencia intelectual y política, suplía su falta de escolaridad. A partir de ahí escribía de forma simple, aguda y clara. Tomado el pulso de la sensibilidad social lanzaba frases atrevidas para afirmar convicciones plenas de fe en el futuro y ciegas a los elementos inconscientes e históricos de la acción humana. Apelaba a los sentimientos manejando la connotación, antítesis, balance y cadencia en la composición, para producir placer durante la lectura. Asegura que no creó opinión popular; ésta ya existía. La organización del argumento conseguía asombrar, hacer pensar, evitar el escepticismo y arrancar compromisos.30
Recientemente el tipo de documento, la obra global y el autor han sido revalorados. El panfleto es hoy un escrito importante para analizar la historia de la opinión pública, el pensamiento informal y la difusión de ideologías. Por medio de él se estudian prácticas sociales modernas, el imaginario sociopolítico, la configuración del espacio público. Es un género de propaganda, ocupado de temas de actualidad, carente de referencias exactas y de profundidad; generalmente amalgama ideas, momentos históricos, y por el objetivo de convencer al público acerca de una opinión, sus autores combinan estilos cómico serios.31 Pero no todos los panfletos asumen rasgos propios de textos simples; los que son escritos complejos cumplen con varias condiciones: seriedad del tema que tratan, objetivo, elementos retóricos, usos políticos y repercusiones polémicas.32 La dimensión dialógica es determinante: ahí el panfletista actúa sobre un horizonte de expectativas del público lector.33 De manera que el contexto de este tipo de escritos influye en su contenido y forma.
Common Sense forma parte del subconjunto de escritos complejos; rasgos que, insistimos, no sólo derivan de las habilidades natas o cultivadas del autor. Paine creció en un medio de muy larga tradición panfletaria de corte político. De acuerdo con lo que sabemos de manera indirecta, durante la temprana edad moderna británica (1630-1800) el panfleto fue un medio para opinar, un espacio de pensamiento y lectura reflexiva. Tuvo gran impacto en la vida institucional británica e incidió profundamente en la cultura política inglesa, pues contribuyó a fundar comunidades de influencia moral y política. Éstas constituyeron la esfera pública que animó la opinión y la acción popular en momentos clave: la revolución inglesa, la Restauración y la crisis de 1678. Adicionalmente, este tipo de escritos atrajo nuevas voces al debate público -como mujeres, cuáqueros y críticos de todo tipo-, siempre con resonancias en el Parlamento. Su presencia y circulación favoreció la metamorfosis del impreso, transformándolo en el medio del que dependió la vida pública británica, desde un siglo antes de la aparición de los privilegiados espacios de la opinión pública del siglo XVIII europeo: los cafés o los salones literarios.34
Es posible resaltar la importancia de esta tradición si consideramos el papel que desempeñaron los panfletos en otras latitudes y tiempos. Estos escritos también contribuyeron al surgimiento de la opinión pública española, la crítica política y la promoción de soluciones de cambio. Pero el estilo predominante los diferenció radicalmente del inglés. En la eclosión de esa folletería que ocurrió desde la última década del siglo XVIII, hasta las deliberaciones de las Cortes en Cádiz, se deja ver que fue un medio frecuente para expresar lo amado y lo odiado, de habla directa y defensa visceral, escritos con deliberado aire efímero. Aun cuando contuvieron una implícita reivindicación de la libertad de espíritu, alentaron la asidua discusión callejera, y su dimensión subversiva la adquirieron por la diatriba, mas no por la fuerza de las ideas.35
En Francia el panfleto fue más versátil y diverso en funciones o rasgos al avanzar la segunda mitad del siglo XVIII. Apareció en 1653 confundido con el libelo; después tuvo momentos en que contribuyó seriamente al debate y a la maduración de la opinión pública; destaca la relevancia que adquirió tres décadas antes del estallido de la Revolución. Sus autores formaban parte de la avalancha de jóvenes escritores fracasados que infructuosamente buscaron incorporarse al movimiento ilustrado de Le Monde.36 Como parte de la canaille de la littérature, los panfletistas proyectaban un “mundo hobbesiano” plagando los escritos de sordidez, imprecaciones y diatribas contra la jerarquizada República de las Letras y el orden social. Puesto que a sus ojos imperaba un estado general de degeneración que comenzaba por la monarquía, la denuncia de la corrupción concitaba el cotilleo de café. Había ánimo para derrocar a los líderes del régimen, pero el estilo no formalizó un programa político.37
Los escritores de memorias judiciales fueron otro tipo de panfletista en Francia. Entre 1770 y 1780, en general abogados con seudónimo, fueron más incisivos en el surgimiento de la opinión pública. La difusión impresa de causas particulares contribuyó a hacer de los asuntos jurídicos, temas públicos de debate general y moralización. Ahí quedaron exhibidas la iniquidad judicial y la desigualdad social, a la vez que se fue sedimentando la defensa del derecho natural y las teorías del contrato social.38 Durante la revolución francesa, el panfleto político fue el medio más utilizado entre los partidarios del rey y los revolucionarios. Para los primeros fue medio de denuncia y condena de los revolucionarios; para los segundos fue instrumento para orientar a la opinión, aprovechando su especificidad temática, mayor libertad de circular y comunicabilidad.39
En resumen, los contextos de producción (circunstancias y públicos) evidentemente influyeron en la complejidad y alcance político de los panfletos. Common Sense tuvo una exitosa recepción, entre otras razones, porque se dirigió a una audiencia nutrida por la tradición británica señalada.40 Una tradición en la que los panfletistas raramente escribieron “ciegos de odio” o con “temor pánico”. Ellos tenían intenciones comunicativas efectivas.41 Pero el éxito de Common Sense de su tiempo disminuyó ante los estudiosos de la historia contemporáneos en razón de las evoluciones de la historia política estadounidense y de la atracción que tuvo el pensamiento de otros miembros del círculo de Padres Fundadores que resultó más explicativo para ciertas preguntas. No descartamos que el tema que anuncia ser tratado en el título del panfleto, el sentido común, también lo alejara del escritorio.
Como es de advertirse, Thomas Paine promete ocuparse de un asunto de la vida en comunidad contrario, aparentemente, a la época de la razón en tanto que es un sentido hecho de percepciones. En efecto, el sentido común nos traslada a la vida cotidiana, a las experiencias ordinarias, a las observaciones sancionadas por la práctica; un sentido gestado por conocimientos provenientes del pensamiento ingenuo y de un modo de razonar estimativo y apreciativo. Distanciado de la lógica, por mucho tiempo se consideró que lo propio de la ciencia era romper con él y trastornarlo en su totalidad.42 Sin embargo, hoy el sentido común es valorado pues permite entender comportamientos colectivos, en tanto que es un recurso por el que los individuos comprenden su mundo, resuelven desafíos y enfrentan problemas.43
En los terrenos de la teoría política, el sentido común ha tenido generalmente un mejor lugar de consideración. Se le entiende como conjunto de referencias de adaptación al mundo y coordinación de unos con otros. Él configura una percepción colectiva del mundo al que se pertenece, constituye la realidad común y el sentido de esa realidad. A través de él se juzga, discurre y actúa; permite a los individuos moverse y comunicar sobre el común.44
El sentido común es, entonces, condición de comunicabilidad y sociabilidad; también de mutabilidad debido a que por medio de él, los miembros de la comunidad política meditan sobre lo justo y lo bueno, dan cabida a la duda y al disenso.45 No es extraño entonces que Sophie Rosenfeld, ocupada del asunto, concluya que Paine apela al sentido común que entiende y extrae del bon sens del siglo XVIII elaborado por Montesquieu; es decir, sentido que establece verdades básicas conceptuales, conocidas y aceptadas por todos.46
Paine sabía que el título dado a su escrito era de gran calado; el panfleto tuvo tal importancia en sus propias reflexiones que en obras posteriores profundizó ideas esbozadas ahí.47 Sintió orgullo de escribirlo y adoptó por pseudónimo el nombre del exitoso panfleto para posteriores escritos, en un gesto de valoración de la fuerza movilizadora que tuvo.48Common Sense no fue el primer panfleto político que Paine escribió. En 1772 y en su país natal publicó “The Case of the Officers of Excise” con el que inició una meteórica trayectoria como publicista. Las repercusiones políticas de su escritura sorprendieron a los círculos y clubes políticos londinenses. Logró ser discutida en el Parlamento inglés la denuncia que Paine formuló de la precaria condición social de los recaudadores portuarios del imperio, en la que volcó su experiencia personal. Al exponer su talento, los círculos de escritores lo atrajeron, apreciando su mente aguda y elevándolo al rango de panfletista político.49
A partir de entonces, Paine apareció como la personificación de la escritura rebelde. En razón de los cargos políticos que tuvo en la administración municipal y parroquial de Lewes, comprendía el funcionamiento del Parlamento inglés, el sistema de representación desigual que lo configuraba y la marcha del aparato gubernamental.50 Esa experiencia lo convenció de la corrupción del gobierno inglés, cuya crítica lo ubicó en la cúspide del debate anticolonial.51 Su ingreso a los círculos literarios de la capital del imperio en 1772 lo afamaron como hombre de horizonte intelectual arraigado en las Luces. Estaba interesado y versado en las innovaciones técnicas tanto como en la lectura de tratados políticos. Fue asiduo a los fondos de la Royal Society donde repercutía la revolución científica de su tiempo.52 Muy activa participación tuvo en el White Hart Evening Club, asociación voluntaria en la que se discutían temas públicos locales, nacionales e internacionales, desarrollándose como gran polemista.53 Benjamín Franklin lo incorporó al Club of Honest Whigs.54 El perfil bajo que adoptó ahí probablemente favoreció el que profundizara en el conocimiento de los temas que se debatían: la corrupción de la sociedad inglesa, la virtud individual y gubernamental, así como la igualdad.
Dos años más tarde Paine llegó a Filadelfia alentado por Franklin, incorporándose a la revista Pennsylvania Magazine de Robert Aitken.55 Dedicó su pluma a preocupaciones inéditas de la sociedad estadounidense, temas de la escritura rebelde: la situación de mujeres, niños, el mundo del trabajo, los esclavos, enfermos mentales, maltrato animal.56 Poco después fue inevitable escribir sobre temas políticos, aun cuando lo hizo de manera indirecta. Metafóricamente denunció la opresión británica, su corrupción e interferencia en los asuntos de las colonias.57 Escritos tempranos constituyeron anticipos de las opiniones de Paine sobre la situación de las Trece Colonias y su relación con Gran Bretaña. En Common Sense vuelve más extensamente a ellas para ofrecer soluciones. Escribió en un momento de máxima tensión en la relación con la metrópoli que provocó protestas contra el monopolio del té, incremento de impuestos, restricciones en la compra de tierras para las colonias inglesas y una reforzada presencia imperial que clausuró el puerto de Boston, no evitó la masacre y canceló libertades en Massachusetts.58
En ese contexto social y político apareció el panfleto que apostaba a definiciones radicales. Animado por su voluntarismo ilustrado,59 Paine advirtió que estaba frente a una inédita oportunidad de cambio. A partir de 1776 se convirtió en coautor del pensamiento republicano estadounidense. Al lado de Franklin combatió los principios jerárquicos y hereditarios del antiguo régimen.60 Junto con James Madison, a pesar de abismales diferencias, pensó la república como única alternativa a la monarquía, que a sus ojos era sinónimo de esclavitud y tiranía.61 Pero desarrolló ideas propias. Paine fue el republicano demócrata más influyente de su tiempo.62
Dicha definición fue más clara al triunfar la independencia estadounidense y firmar el Tratado de París. Desde 1783 retomó exitosamente la escritura de sus más importantes ensayos y se interesó en alentar a los británicos para obtener su propia república. Para entonces, Inglaterra vivía en agitación política por la presión autonomista en Irlanda, el surgimiento de asociaciones radicales y los motines de Gordon que se produjeron simultáneamente al despliegue de la revolución industrial.63 Radicado en su patria natal escribió y publicó The rigths of man, que originó la condena inglesa como escritor de libelos, por lo que en 1791 tuvo que huir hacia París, en donde permaneció hasta 1802.
Gracias a la promoción de la república que hizo en la Convención Francesa, tenemos una síntesis de la tesis central sobre el republicanismo que defendió. Por república, escribió Paine, “simplemente entiendo al gobierno por representación -un gobierno fundado en los principios de la Declaración de Derechos”.64 En otro escrito explicó que la república era el imperio de leyes fundadas en dos grandes principios: representación electiva que nacionaliza la perspectiva de los representantes y derechos humanos. Era un modo de gobierno adecuado para un amplio territorio; la elección y representación ofrecía seguridad a los ciudadanos y protección de sus derechos; facilitaba la comunicación entre representados y representantes; respetaba el derecho, la libertad y la voluntad de los ciudadanos para que decidieran regularmente el destino colectivo. En pocas palabras, como republicano, Paine no conocía otra majestad que la del pueblo, ni otro gobierno que el del cuerpo representativo, ni otra soberanía que la de las leyes.65
Paine además defendía la igualdad jurídica, la renovación de mandato y la supremacía de la ley, tanto como la del parlamento sobre el Ejecutivo. No creía en el derecho consuetudinario porque pensaba que la constitución emanaba del racionalismo y de la representación política; la legitimidad de la constitución quedaba entones afincada en la práctica democrática.66 El republicanismo así concebido era la alternativa a la monarquía, la aristocracia y el gobierno mixto.67 De ahí su tono liberal. Pensó al gobierno representativo como centro neutral capaz de lidiar, comandar y congregar las partes de la complejidad social, reunir los variados intereses de una sociedad que en sí misma era plural. La ciudadanía libre era el otro pilar del modelo republicano de Paine; de ahí que fuera fundamental la protección del igualitarismo, los derechos individuales y la libertad religiosa. Paine también compartió la perspectiva contractualista. La asociación política constitucional estaba mediada por un contrato social en el que los individuos incrementan su poder con la suma del poder de todos y no lo transfieren.68
Un orden así pensado se preparaba para alcanzar el progreso equilibrado de una sociedad comercial, que era preocupación central de los contemporáneos, pues intentaban neutralizar el efecto corruptor del mercado. Paine, campeón del antielitismo, no veía contradicción entre el mercado y la república; ambos podían ser compatibles en la medida en que el privilegio fuera excluido, la riqueza redistribuida y colectivamente se velara por la igualdad social.69 Lejos estaba de creer que naturalmente la sociedad comercial se autorregulaba. El mecanismo que regulaba la relación entre república y mercado era la virtud republicana que Paine pensó diferente de la virtud de los antiguos, la virtud cívica con su espíritu agonal. Creyó que la sociedad y el gobierno se salvarían de la corrupción por un compromiso que no dependía del diseño de una arquitectura institucional capaz, por sí misma, de mantener el equilibrio interno de poder.70 Apostando a las capacidades racionales del hombre común, la virtud republicana en Paine debía ser compartida por los ciudadanos y los que gobiernan y los que representan. Consistía en un compromiso colectivo por lograr el bienestar colectivo. Es aquí donde engarza la vertiente social de su pensamiento. Paine mantuvo una preocupación constante por las fuerzas que empujaban a los hombres hacia la pobreza, en contrasentido con los progresos de la economía y la industrialización. Encontró que la pobreza era incompatible con la civilización y la felicidad.71 En sus obras Los derechos del hombre y Justicia agraria (Francia, 1797) reflexionó sobre los aspectos de aquel problema: desempleo, incapacidad, miseria y desprotección de los más débiles. Estos temas debían ser atendidos en la república porque incidían en su salud; razón y paz civil estaban implicadas. Había que propiciar el bienestar; la autoridad política debía promover la felicidad pública y el gobierno debía equilibrar por diferentes medios las inequidades; uno de tales medios era el gasto público. El bienestar fue elevado por Paine al rango de derecho natural, renovando la idea de derecho natural a la propiedad, que debiera ser para todos.72 La teoría del igualitarismo de Paine quedó enmarcada en la teoría del derecho natural y los derechos sociales fueron considerados imprescriptibles. Era necesario afirmarlos porque el desarrollo de la civilización los había anulado para muchos.73 La virtud republicana, entonces, definía la principal función de gobierno: redistribuir la riqueza.74
La contribución de Paine al pensamiento político se condensa en la fórmula política republicana y democrática afirmada en la virtud que nacionaliza a los representantes y los compromete, junto con los ciudadanos, a proteger simultáneamente libertades individuales y propiedad con bienestar colectivo. Tal fue su alternativa a la monarquía para favorecer el desarrollo de la sociedad comercial y, simultáneamente, evitar la corrupción de la sociedad y el gobierno. La suya fue una redefinición radical de la república. Cerró su contribución al pensamiento político, elaborado durante la época de las revoluciones estadounidense y francesa, con la promoción de una revolución de la fe. En The Age of Reason (Francia, 1794 y 1795) hizo la invitación a la completa liberación de los ciudadanos por medio del deísmo, que pensó que era la religión que acercaba más a la razón y a la verdaderaesencia de un solo dios. Esa era el ancla que preservaba imperativos morales entre los ciudadanos, ausentes en la época del Terror, contra la que se opuso y por la que sufrió prisión.75
No todas las materias de las que se ocupó Paine estuvieron expuestas o contempladas en el panfleto de 1776. Para cuando Mier conoció la obra del afamado panfletista, éste ya había completado la formulación de su pensamiento. No simpatizó con todo. Pero los objetivos e inquietudes de Mier se colmaron en Common Sense.
COMMON SENSE, EL BINOMIO DE INDEPENDENCIA Y REPUBLICANISMO
El periodo de aparición de las obras en que Paine maduró su propuesta republicana corrió entre 1772 y 1797. Common Sense, de 1776, fue el primer escrito político que originó ese ideal. Su tono, adecuado al momento revolucionario en que apareció, puso fin al debate público que, desde mediados del siglo XVIII, había girado en torno a mejorar las condiciones de administración de las Trece Colonias.76 La espectacular venta que tuvo fue síntoma de que vio la luz en el momento de madurez estadounidense; él anunció el advenimiento de la independencia de las colonias. Fue el tiempo en que se definió la ruta a seguir de los estadounidenses, respondiendo al reto que, quizá involuntariamente, les dibujó el republicano inglés James Harrington, autor de Oceana. Él, en 1656, había imaginado a las colonias británicas en América como bebés que no podían vivir sin nutrirse del pecho metropolitano; faltaba ver, dijo, si cuando maduraran decidían “destetarse”.77Common Sense mostró que ya era el tiempo y contribuyó a este último destino.
Una vez que la disociación de caminos se precipitaba, las herramientas intelectuales que viajaron desde la isla facilitaron el pensar opciones que no prosperaron allá o que negociaron con la realidad. Common Sense empujó simultáneamente la independencia de las Trece Colonias y la reformulación de las bases de la organización política. Con ello, Paine logró posicionar el debate colonial en torno al de la república, transformando los términos de la discusión política en ambos lados del Atlántico.78 Al precipitarse la independencia en términos republicanos comenzó a sedimentarse la idea de que el Viejo Mundo simbolizaba el pasado y el Nuevo representaba el futuro.79
Las propuestas del panfleto de 1776 al parecer no fueron idea única del inglés recientemente inmigrado. Se atribuye a Benjamin Rush haber animado a Paine a escribirlo. Ellos, que se habían conocido en la imprenta de Aitkin, compartieron intereses y afinidades en algunos asuntos políticos. Uno de ellos fue el de la esclavitud. Rush, cofundador de Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery, se identificó con el tratamiento que Paine dio a ese problema en sus escritos. Otros asuntos los acercaron hasta que juzgaron que había llegado el momento de inclinar la opinión pública a favor de la separación de las colonias. El propósito parecía oportuno; había que romper el equilibrio que existía en el debate colonial para cancelar la posible reconciliación de las Trece Colonias con Gran Bretaña, por ambos considerada corrupta. Al concluir su redacción, Paine discutió con Rush la pieza que tituló Plain Truth; luego del intercambio, Paine lo nombró Common Sense.80
La escritura y el estilo de Paine en el texto tuvieron las características descritas por Clark, expuestas antes. Por medio de varios recursos literarios, el panfleto apeló a la razón y a las emociones. Sin embargo, Foner subraya con justicia que el poder del escrito se encontraba fundamentalmente en el argumento: hacer ver la razón justa y la necesidad de ejecutarla. Es decir, optar a la vez por independencia y república. Paine fue persuasivo para hacer entender que una era respuesta a la otra.81 No escribió en el aire. A las colonias americanas habían llegado reflexiones políticas del siglo XVIII inglés que suscitaron evoluciones en la monarquía inglesa, frecuentemente en tensión por el equilibrio inestable que sostenían el mito de la Ancient Constitution, el poder del Parlamento, el carácter representativo de la Cámara de los Comunes, las atribuciones del rey y la sociedad comercial. Estaban acostumbradas al debate del constitucionalismo, el imperio de las leyes acordadas para, en su cumplimiento, preservar la libertad de los hombres, la exclusiva intervención humana en el arreglo constitucional, las derivaciones del antimonarquismo y la amenaza de corrupción.
Entre el abanico de reflexiones que los colonos pudieron conocer destacan las de Thomas Gordon y John Trenchard escritas en Cato’s Letters entre 1720-1723.82 Movidos por el deseo de impedir la corrupción de Gran Bretaña ellos defendieron la libertad como derecho de toda la humanidad para elegir y obrar por su interés;83 sostuvieron que hacer pervivir la libertad requería de cierta igualdad en la distribución de la propiedad, aun cuando no se precisó cómo ejecutarla.84 Catón también vio en el comercio una amenaza, puesto que favorecía el dominio de las pasiones en los hombres por sobre los principios; propiciaba el desplazamiento de la virtud cívica a favor del interés personal. Otros problemas fueron igualmente apuntados: la tendencia a la tácita negación del fundamento de la Constitución antigua, la neutralización del instrumento por el que el pueblo británico había conquistado la libertad, The Bill of Rigths y el desequilibrio entre rey, lores y comunes en el ejercicio conjunto de la soberanía.85 Catón diagnosticaba un frágil estado entre libertad y corrupción, no obstante, confiaba en que algunos miembros de la aristocracia superarían estos problemas por el desarrollo en ellos de una pasión loable: el interés público.86
Además, circularon las tesis de Henry St. John, Vizconde de Bolingbroke. Partidario de la monarquía constitucional, en oposición al gobierno ministerial y al carácter divino de los gobiernos, fue conocido por sus escritos sobre la corrupción de la monarquía británica. Alentaba a los hombres limpios a valerse de la libertad para mantener el espíritu de ésta, protestando contra aquello que no pudieran obstaculizar y reclamando lo que no les era posible recuperar. Si bien era insoslayable que los hombres debían obedecer las leyes, la ley general del reino así lo exigía,87 confiaba en que subsecuentes acuerdos legales mantuvieran vivo el espíritu constitucional, barrera éste del poder arbitrario.88
Estos escritos convivieron con la continuada presencia del republicano James Harrington, quien confiaba en el papel de los ciudadanos y no en las cualidades de los aristócratas. Consideraba que la virtud cívica aseguraba el equilibrio del gobierno mixto inglés, y por ella la corrupción del gobierno podía superarse. La Constitución antigua a sus ojos no había sido instrumento suficiente para evitar la degradación moral. Ésta se presentó debido a que la distribución de la autoridad política no guardaba relación con la distribución de la propiedad. La virtud en que pensaba era parte de una república militar en la que gran número de propietarios libres, en condiciones de relativa igualdad y en posesión de las armas, podían arraigar el reparto del poder, equilibrando y estabilizando a la comunidad política. Ellos estarían así en condiciones de practicar la virtud cívica, que entendía como la disposición de cada individuo de poner la espada al servicio de sí mismos y de la comunidad.89
El conocimiento de estas posturas, ideas y salidas políticas entre los colonos de América implicó una asimilación crítica. Harrington parecía un faro inconmovible,90 Catón (voz de Gordon y Trenchard) y Bolingbroke fueron referentes para caminar con cautela por la vía que proponían. A América había emigrado el miedo a la modernidad y al contagio de la corrupción.91 Además, había que considerar las ideas inglesas a la luz del conocimiento que había de autores clásicos, griegos y romanos. Así que cuando los publicistas del ambiente americano cavilaron sobre por qué tenían rey -cosa que se preguntaban desde décadas atrás- la respuesta favoreció el cambio. Ese fue un momento en el que el pensamiento crítico a la monarquía era republicano.92
El diseño de una propuesta original para la independencia y ulterior organización de las Trece Colonias se hizo sobre la base de esas tradiciones y tesis, incorporadas al calor de una coyuntura que requirió respuestas y adaptaciones rápidas. Las ideas que inspiraron el movimiento de independencia de las Trece Colonias también entrañaron un trabajo de clarificación y consolidación.93 Paine, como el resto de los Padres Fundadores, reformuló su concepto de república considerando los debates del siglo XVIII, en un proceso que Kalyvas y Katznelson describen como de apropiación, rechazo, adaptación y absorción.94
En ese contexto cultural, el panfleto de Paine imprimió un fulminante ataque a la monarquía inglesa y a su concepto de balance constitucional; además dio cauce a variadas formas de inconformidad que se habían expresado recientemente. Al parecer, las protestas populares de carácter tumultuario en Boston y Charleston no desplazaron el predominio de la protesta tradicional. Sin embargo, los “episodios contenciosos”, entendidos como formas de resistencia a las presiones fiscales del Parlamento inglés que siguieron el formato de asambleas toleradas en el pasado, asumieron rasgos novedosos: participación abierta de los colonos y creación de una red de comunicaciones entre ciudades que antes no existía.95 Hubo, entonces, convivencia entre protesta tradicional y novedades que dejaron su impronta en el panfleto. Aquí aparecen frases cuidadas, seguidas por otras irritadas y viscerales, rematando con audaces soluciones.
El escrito en que Paine diagnosticó el imperio de una doble tiranía (la del rey y la de la aristocracia) fue de inmediato controversial. Los detractores reaccionaron aduciendo que las ideas de Common Sense, de ser adoptadas, dirigirían a la democracia, favorecerían la demagogia o la absoluta corrupción. Otras voces las vieron como inviable adopción: una república con gobierno popular sólo podría sobrevivir en países pequeños con comunidades homogéneas. En el campo de los independentistas republicanos hubo también opositores a las propuestas de Paine; le reprocharon proponer un plan de gobierno despreocupado del equilibrio y balance del régimen.96
La renuencia al panfleto es comprensible considerando que el escrito fue denso en contenido ideológico, a pesar de su corta extensión. Una lectura global de las tesis lo demuestra. Paine había estructurado el llamado a la independencia y la adopción de la república en cuatro apartados bien relacionados entre sí y con gran coherencia interna. Los dos primeros estaban dedicados a dirigir su ataque contra la monarquía en general y contra la Constitución inglesa en particular. Las dos últimas partes las consagró a evaluar la decisiva situación americana y la altura de sus habitantes para encararla. El texto como un todo sigue una exposición lógica por la que el lector concluye que optar por la independencia de las Trece Colonias significa irremediablemente adoptar la república. Todo el razonamiento se mueve entre premisas acerca de la necesidad del gobierno, el valor del interés, la importancia de la representación, así como la naturaleza imprescriptible de la igualdad y la libertad en tanto derechos naturales.
En la introducción Paine significa el combate inglés a fuego y espada contra las colonias americanas en protesta como un acto de desconocimiento de derechos naturales universales: “La causa de América es en gran medida la de toda la humanidad”.97 Prepara la comprensión de este aserto al apuntar en tono pedagógico que todo gobierno en sí mismo es un mal necesario. A manera de premisas, explica que el origen del gobierno está en la maldad de los hombres y la impotencia de sostener la virtud moral. Se instaura y asume una modalidad o forma para velar por la libertad y seguridad de los miembros de la sociedad. Su fuerza proviene del común interés de dar felicidad a los gobernados. El ejercicio de una representación con frecuencia renovada por elecciones forma el común interés. La elección asegura la fidelidad de los representantes a la voluntad pública.98
A partir de tales premisas, Paine argumenta la tesis de imperfección de la Constitución inglesa: favorece convulsiones y conflictos al combinar incompatibles medios de sucesión del poder (hereditario y electivo); no cumple lo que promete, dar seguridad y libertad, puesto que su complejidad impide conocer la causa legal del sufrimiento del pueblo. Abundando señala que la supervisión de poderes entre sí y el balance que debiera producir es falaz porque la monarquía tiende, por dolencia natural, hacia el poder absoluto y tiene un fundamento absurdo; supone al rey más sabio que los comunes, a la vez que encomienda a éstos vigilarlo. En la práctica lo cierto es que “en Inglaterra la voluntad del rey es ley”.99
Luego Paine explica por qué la Constitución inglesa creaba una doble tiranía. La autoridad de la corona, al igual que la de los Lores, proviene de la historia y tradición, no del poder del pueblo. Afirmada y perpetuada en la sucesión hereditaria, yace sobre una injusticia original, un pacto imprudente y antinatural. Carente de todo sustento, hasta el religioso, la monarquía es obedecida por temor al desorden o por superstición.100 Paine acusa a tal modo de gobierno de ser causa universal de recurrentes baños de sangre. Entonces concluye: rey y aristocracia son incompatibles con la libertad del Estado, la que encarnan los comunes. En ellos vive el principio de igualdad original de los hombres y radica únicamente la representación. “[…] Mientras más se aproxima cualquier gobierno a una república, menos ocupación hay para un rey”.101 Para entonces, la corona engulló poder y virtud de los comunes.
Considerando la circunstancia conflictiva entre América y el gobierno británico, Paine ofrece un horizonte de expectativas trascendente.102 El desacuerdo entre las partes podría tener una resolución de alcance extraordinario en lo espacial y lo temporal; se estaba a las puertas de una nueva era para la política, así como un nuevo método de pensar si se abandonaba la política de reconciliación. Paine pasa entonces a exponer la confianza que deben tener los americanos para ejecutar el desprendimiento: las colonias no adeudaban nada a la corona ni a Inglaterra,103 estaba demostrado que ella no podía hacer justicia al continente; era un poder distante e ignorante de la realidad colonial; las resoluciones que se le consultaban resultaban extemporáneas por lejanía geográfica y no podía apelar a derecho de conquista.104
A esos inconvenientes Paine enfrentaba la conveniencia que reportaría a América la separación e independencia. América tenía sólidas cualidades: clamó la hermandad con toda la cristiandad europea y fue territorio de asilo de perseguidos civiles y religiosos, con lo que mostró que la política inglesa era originalmente tiránica. Ahí florecían las riquezas y el comercio que Gran Bretaña refrenó y que amenazaba con las guerras que emprendía.105 A partir de ahí Paine se prepara para ofrecer las salidas posibles y sus consecuencias: una reconciliación solo prepararía un futuro desastroso. Siendo el rey inglés un poder arbitrario, enemigo de la libertad, y no pudiendo las colonias hacer sus propias leyes, quedarán en condición de esclavas, perpetuamente inconformes y ridículas peticionarias. América dejaría de crecer porque su interés no era prioritario para la política británica.106
La separación era favorecida por verdades sabidas, de sentido común. Era indiscutible que de la niñez se pasaba a la madurez; cada cosa tiene su tiempo; nada es eterno y las constituciones también eran temporales. Así que renovar una relación desventajosa significaba caer en una mayor desgracia. Y la perla: “No hay ejemplo en la naturaleza que haga al satélite más grande que el planeta”.107
Paine prometía un futuro venturoso: sólo la independencia podía conservar la paz del continente y preservarlo de las guerras civiles. Las colonias tenían un espíritu favorable al buen orden y obediencia al gobierno continental, así como carecían de deseo de superioridad de alguna sobre las otras. Además, una independencia afianzada en un gobierno republicano generaría prosperidad porque negociaría su convivencia con los extranjeros, basada en el respeto a los principios naturales y no en el orgullo e insolencia de las monarquías.108 El plan de ruta de la independencia que propuso Paine haría tangibles esos anhelos. Había que crear espacios de deliberación, instituciones representativas, una Carta Continental que consagrara los principios de la ley por encima de cualquier hombre, igualdad, propiedad y libertad de creencias. Ejercer el derecho natural formando un gobierno propio daba la oportunidad de lograr la mayor suma de felicidad individual con el menor gasto nacional. Tocaba ahora hacer de América un asilo de la libertad.109
Para ello Paine propuso a los colonos valerse de los abundantes recursos y ambición que tenían para potenciar el comercio. Crear puertos libres, una armada que podría convertirse en la “natural manufactura” y el pivote de oficios subsidiarios, con la ventaja de reunir en ella el comercio y la protección de las costas. El territorio era pródigo para hacerlo y para producir armas. Como ninguna otra, la nación gozaba de vastas tierras desocupadas que aseguraban potenciales ingresos públicos. La población estaba en su juventud, época seminal para buenos hábitos.110 Luego de otras recomendaciones, Paine indicó que en la condición de súbditos nadie los podía escuchar, ni sería posible recibir ningún apoyo del extranjero.
El panfleto fue, como es de advertirse, un texto político integralmente concebido para la independencia estadounidense, revolucionando la forma de gobierno, pues de la electividad de la representación dependía la virtud cívica. ¿Qué seleccionó Servando Teresa de Mier de Common Sense en los escritos que nos interesan? Y ¿a qué obedeció esa selección?
COMMON SENSE EN LOS ESCRITOS DE MIER
La Historia de la revolución en la Nueva España, como se sabe, fue escrita por Mier entre Cádiz y Londres, de 1811 a 1813. Tenía más de 15 años de vivir en internamientos conventuales, reiterados escapes y persecuciones entre España, Francia, Roma y Portugal a consecuencia de la conmoción que provocó la lectura del sermón guadalupano de 1794, primera pieza del patriotismo criollo en la que criticó, desde la tradición española, la legitimidad de la monarquía española. Durante ese lapso confirmó su desprecio por la España que enviaba a “la flor de la nación” a sus cárceles y que mostró ser políticamente ineficaz.
Vivió directamente el tiempo en que la monarquía quedó postrada ante la Francia thermidoriana y napoleónica por los tratados de Basilea (1795) y de Fontainebleau (1807), gastando recursos españoles sin compensación y atestiguando las ambiciones expansionistas de Bonaparte en Europa para imponer el bloqueo continental a los ingleses, sin detenerse ante sus aliados. Conoció los debates conciliares y ocaso de la Iglesia constitucional encabezada por Henri Grégoire. A la vez, amplió su información sobre los temas políticos americanos al entrar en contacto con los primeros exiliados en Europa: Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, y el círculo de Francisco Miranda. Experiencias que lo prepararon para definir su postura independentista para la patria americana y lo expusieron al debate entre legitimismo y republicanismo articulado a los escritos de Thomas Paine.111
Después de participar en los combates contra el ejército napoleónico, la convocatoria a Cortes extraordinarias llevó a Mier hacia Cádiz, donde tuvo una experiencia decisiva. Desde las márgenes, se unió a los diputados novohispanos y americanos para abrazar la demanda de igualdad de derechos de que disfrutaban los españoles peninsulares, así como propagar escritos en que peticionaron a favor de América y denunciaron su subordinación. Entre otras actividades, ahí Mier conoció escritos de insurgentes e inició la corresponsalía de El Español; tomó nota del “Informe del Consulado de Comerciantes de México”, con su tesis de inferioridad de los americanos; leyó los escritos de Juan José Enrique López de Cancelada, editor de la Gaceta de México y autor de Verdad sabida y buena fe guardada, por el que comenzó a escribir la respuesta a la versión realista de la historia de la Nueva España.112
Así que entre febrero y septiembre de 1811 Mier reunió el expediente por el que adquirió el convencimiento de que, en el contexto de las Cortes, “[…] las Américas han de ser eternamente inferiores a España”.113 La decisión de Mier de trasladarse a Londres dio un giro a sus tareas y objetivos políticos: entrelazó su destino con el de los hispanoamericanos independentistas. Con ello no abandonó el apoyo que daba y recibía de los diputados novohispanos, pero abiertamente se convirtió en ideólogo de la independencia. En octubre de ese año Mier llegó a aquella ciudad para integrarse a los círculos que desde tiempo atrás tenían ésa por causa. Acompañado por Carlos de Alvear y Wenceslao Villaurrutia ingresó a la logia de los Caballeros Racionales número 3, filial en Cádiz de la logia madre, la Gran Reunión Americana, que en 1797 fundó el caraqueño Francisco de Miranda.114
De ahí surgieron tres sociabilidades interconectadas que acompañaron a Mier en su actividad. La de los novohispanos sin agente pero económicamente influyentes, aglutinada en torno a los hermanos Fagoaga115 y a una red de informantes directos a la que pertenecía el oaxaqueño Luis de Iturribarría.116 La de oficiales argentinos, independentistas de primera línea, que fue un grupo definitivo que vinculó a Mier al círculo de Londres, entre otros rescates. Carlos de Alvear fue el contacto clave.117 Finalmente, la de los venezolanos, grupo más antiguo y afianzado entre sí, que proveyó el primer material para pensar las salidas para América y apoyo para trabajar por la independencia mediante el lazo tendido entre Cádiz y la casa de su líder, Miranda. De entre ellos fue destacada la amistad con Andrés Bello.118 Aun cuando no todos fueron republicanos, accionaban para ejecutar su causa, demostrar la justicia de ella y ofrecer oportunidades de un prometedor mercado.119
Pero para Mier, el más cercano y duradero amigo en Londres fue White, quien celebró con los lectores de El Español la aparición del manifiesto político, la Historia de Mier.120 Para ello le había compartido documentación, contactos dentro del mundo de la política y el impreso, así como apoyo económico. Además, intermedió ante el Foreing Office y el gobierno de las Cortes en Cádiz.121 No sobra decir que en ese tiempo Mier admiró a la monarquía británica por su indiscutible capacidad de conservación.
Cuando llegó a Londres, Mier llevaba consigo los primeros capítulos de lo que fue la Historia. Es bien conocido que la esposa de Iturrigaray le pidió escribirlos para defender la reputación del exvirrey, manchada en las publicaciones de López Cancelada. Los reorientó cuando decidió escribir la historia de la insurgencia; así los capítulos formaron parte de una obra mayor que finalmente se organizó en 14 libros.122 La escritura, retomada en septiembre de 1812, culminó en la Historia, que conoció la luz a finales de 1813.123 La amalgama de intencionalidades que la inspiraron y objetivos con que evolucionó, convirtieron al escrito en texto de batalla.124 La “monumental y confusa historia”,125 fue un testimonio que buscó sensibilizar la opinión pública británica a favor de la causa americana, pues creía, con el resto de exiliados, que la libertad de América no se conseguiría sin el apoyo de Inglaterra; así que la Historia no aspiró a ser una narración objetiva. Fue una obra apologética y un manifiesto político independentista.126
En una breve presentación de conjunto, la Historia dedica los siete primeros libros a la defensa del Ayuntamiento de la Ciudad de México y de Iturrigaray; el IV, modificado en 1812, resalta las maniobras de las Cortes contra los americanos, critica la Constitución gaditana y se ocupa de la mediación inglesa. A partir del libro VIII cambia el objetivo y comienza a narrar la insurrección de Hidalgo; ahí da respuesta a Blanco White respecto a la declaración de independencia venezolana y la adopción de la república. Los libros IX y X fueron escritos al calor de la represión contra la Venezuela independentista. Para entonces ha cambiado el tono moderado de los primeros libros y la escritura se torna exaltada; justifica con ardor la independencia sobre la base de la tesis de violación del pacto entre los reyes y América. En el XIII abunda en los horrores de la guerra y entre agosto y octubre de 1813 redacta el último libro de la Historia.127
Es en el libro XIV, epílogo de los anteriores, donde Mier retoma a Paine para argumentar la necesidad de independencia de Nueva España y evitar una posible reconciliación. La pista para ubicar ahí las ideas de Paine fue dada por Mier en Memoria político-instructiva, escrita en Filadelfia, vórtice intelectual estadounidense de finales del siglo XVIII. Lo expresó así: “El célebre Tomás Payne [sic] los hizo resolver apelando al sentido común […] yo traduje su alocución acomodándola a nosotros, en el libro 14 de mi historia de nuestra revolución”.128 No es el único autor al que Mier se refiere. En un detenido estudio, Sain Lu y Bénassy-Berling enumeran las variadas y contradictorias influencias en la Historia: Humboldt, Rousseau, Blanco White, Burke, Raynal, Camilo Torres y Miranda. Un análisis profundo de cada uno permitiría precisar los usos de tan variado espectro de autores. De cualquier forma, hay tendencia a considerar a Burke como el más influyente, lo que conllevó a sostener que en 1813 el erudito novohispano parecía simpatizar con una monarquía al estilo británico.129
Tenemos dudas al respecto, aun cuando una conclusión semejante no debiera perder de vista el contexto político en que estaba inscrita la obra, ni sopesar que algún guiño pudiera estar condicionado por uno de los públicos al que Mier dirige la obra: el gobierno británico, a quien se quiere atraer en favor de la causa independentista. Creemos que estos factores tenían mucho peso y posiblemente tales insinuaciones fueron hechas por realismo y prudencia política ante los juegos y apuestas de todos los actores en la coyuntura. De cualquier forma, la prioridad retórica de Mier entre 1812 y 1813 no era la forma de gobierno, pues aun entre los insurgentes se estaba decidiendo por optar abiertamente por la independencia. Él no parece ajeno a esta gran tarea. Resulta interesante, de la cita de arriba, que Mier creyera que el panfleto de Paine había decidido a los estadounidenses a optar por la independencia. Hemos visto que ese no fue su poder.
Las dimensiones de la influencia del pensamiento de Paine en Common Sense sobre Mier, de acuerdo con nuestro análisis, son más amplias de lo que hasta ahora se sabe. Para mostrarlo ubicamos las frases en que se ven los ecos de ideas, tesis y párrafos completos que el novohispano adaptó de aquel panfleto que inclinó la voluntad estadounidense hacia la independencia con república. ¿Las apropiaciones incluyeron argumentos republicanos aun sin nombrar la república explícitamente? ¿Qué seleccionó Mier de tan afamado panfleto?
El libro XIV abre con una pregunta central que lo articula: “¿Por qué se está derramando tanta sangre en las Américas españolas?” Este es un cuestionamiento similar al que Paine arguye en la tercera parte de Common Sense.130 La entrada a boca de jarro en la exposición del libro ha prescindido de la situación imaginaria que explica el origen de los gobiernos, formulada por Paine -misma situación que por sus premisas hace ilegítima cualquier monarquía en el orbe. A pesar de dicha omisión y en su estilo abigarrado, a lo largo de las páginas Mier retoma con nuevo instrumental la tarea de deslegitimar a la monarquía española, tal y como esencial y sintéticamente hizo Paine al analizar y criticar la monarquía inglesa, su Constitución, el gobierno mixto y la sucesión hereditaria.131
Mier elige el mismo derrotero de Paine, pero singularizándose en tanto que decide encarar su objetivo usando la historia y no el pensamiento lógico. En efecto, Mier vuelve a ocuparse de los textos legislativos que constituyeron la Carta Magna de los americanos; retoma la tesis de independencia del reino ante la ausencia del legítimo soberano; abunda en los 300 años de injusticias, los defectos de la Constitución española liberal y rinde homenaje a fray Bartolomé de Las Casas.132 Aquí no advertirá a sus lectores acerca de la importancia de buscar el apoyo de los “extranjeros”, como hace Paine; es claro el llamamiento al gobierno inglés, apelando a su amistad activa y a la unidad de los americanos.
El uso de la historia por el que se inclinó Mier evita que la crítica a la monarquía española se generalice y alcance los terrenos de lo teórico. Sin embargo, el novohispano no deja de apelar a derechos universales desprendidos del iusnaturalismo para responder a su pregunta. Sostiene, como hizo el inglés, que el inicio de las confrontaciones ocurrió cuando la monarquía tuvo una respuesta hostil al ejercicio de derechos, protestas, aspiraciones o deseos de los americanos. A partir de ahí les es común a estos escritores considerar que la agresión monárquica por “naturaleza” condujo a la inmediata proclamación de libertad e independencia de los americanos, en tanto en ninguno de los dos casos hay lugar a reclamos por derechos de conquista.133
Asimismo, Mier argumenta que la independencia era la salida digna y el merecido legado a los descendientes, resonando nuevamente el eco de la argumentación de Paine:
Nosotros tenemos el derecho de tomar las armas. Nuestros derechos son la necesidad, una justa defensa, nuestras desgracias, las de nuestros hijos, los excesos cometidos contra nosotros: nuestros derechos son el título augusto de nación. Separémonos y [la nación] ya está formada: la guerra será nuestro único tribunal. Si amamos nuestro país, si amamos nuestros hijos, separémonos: leyes y libertad es la herencia que debemos dejarles. Esta sola causa puede recompensarnos dignamente nuestros tesoros y nuestra sangre.134
Mier tampoco desperdicia otro argumento de Paine en cuanto al orden natural de las cosas y a las potencialidades de las naciones americanas, acomodando las líneas a la situación novohispana: “La naturaleza no ha creado un mundo para someterlo a los habitantes de una península en otro universo […] ha establecido leyes de equilibrio que sigue constantemente en la tierra como en los cielos. Por la ley de las masas y las distancias la América no puede pertenecer sino a sí misma”.135
Construyendo sobre argumentos de Paine, Mier repudia una permanencia negociada en la monarquía española. Ello significaría regresar al yugo español, que mostró su rostro de crueldad y violencia; contratar con los verdugos “¡[…] nuevas cadenas y cimentar nosotros mismos el edificio de nuestra esclavitud […]!”.136Si se necesitan leyes, agrega, éstas provendrán del rey o de la nación española, rematando: “[…] Ved sus leyes prohibitivas tan contrarias a los pactos remunerativos de vuestros padres. […] Ved lo que ha pasado en las Cortes; ella no quiere sino su provecho, y el vuestro la llena de celos”. Mier consideraba que cualquier plan de grandeza y de comercio iniciaría una guerra sorda contra un enemigo “que destruye sin combatir”, que originaría la languidez y nutriría la debilidad “[…] y esa es vuestra suerte”.137 En resumen, ambos avistan la ruina si se produce una reconciliación.138
Además de señalar que un reencuentro negaría lo que, a ojos de Mier, ya era un hecho, apasionadamente también señalaba su inconveniencia porque arrastraría a Nueva España, por su dependencia renovada, a las guerras europeas en que España continuamente estaba envuelta. Aquí tampoco hubo originalidad; Paine había sostenido el mismo argumento.139 La conclusión es la misma para ambos. No era de interés comercial el estar en estado de guerra con naciones que no habían propinado agravio alguno; la neutralidad era la mejor posición.140
Siguiendo el estilo de Paine, Mier anima la confianza de los americanos indicando que a ellos les depara el mismo fin que obtuvieron otras experiencias independentistas exitosas. Se refiere a las Provincias Unidas de los Países Bajos y a los Estados Unidos;141 pero aquí omite que ellas fueron experiencias republicanas. Lo que quiere transmitir es la esperanza en un futuro promisorio con acordar la independencia; y aquí no deambula Paine, casi habla:
Jamás un interés más grande ha ocupado a las naciones. No se trata del de una villa o provincia, es el de todo un continente inmenso, o de la mitad del globo. No es el interés de un día, sino el de siglos. Lo presente va a decidir de un largo porvenir, y muchas centenas de años después que nosotros hayamos dejado de existir, el sol, alumbrando este hemisferio, esclarecerá nuestra vergüenza o nuestra gloria. Largo tiempo hemos hablado de reconciliación y paz. Desde que se tomaron las armas, desde que la primera gota de sangre ha corrido, pasó ya el tiempo de las discusiones. Un día ha hecho nacer una revolución, un día nos ha transportado en un siglo nuevo.142
La expectativa por ese futuro deslumbrante que avizora Mier, al igual que Paine, traspasa la línea de la voluntad y el deseo. Es más que una utopía, es un destino inevitable. Para decirlo, Mier roba otra frase acomodándola a su circunstancia, cuando pronostica que la autoridad de España sobre América finalizará tarde o temprano:
[…] Así lo quiere la naturaleza, la necesidad y el tiempo. España está demasiado lejos para gobernarnos. Qué! ¿Siempre atravesar millares de leguas para pedir leyes, para reclamar justicia […]? Qué! ¿Aguardar durante años cada respuesta, y al cabo no hallar del otro lado del océano sino la injusticia? No, para grandes Estados es necesario que el centro y la silla del poder estén dentro de ellos mismos. Sólo el despotismo del oriente ha podido acostumbrar pueblos a recibir sus leyes de amos remotos, o de Baxaes que representan tiranos invisibles. Pero no lo olvidéis jamás: más la distancia aumenta, más el despotismo abruma y los pueblos entonces privados de […] casi todas las ventajas del gobierno, no tienen sino las desgracias y los vicios.143
En el libro XIV de la Historia, Mier se apropia de ideas, líneas, argumentos de Paine y les introduce mayor dramatismo contestatario al instalarse en una lógica de víctima-victimario. Ha leído con cuidado a Paine pero sólo recupera enunciados independentistas. Ha argumentado a favor de una independencia absoluta. La justifica, quiere hacer ver sus bondades y la establece como una realidad. El tono y las apropiaciones que Mier hace de Paine dejan ver la popularidad que alcanzó aquel panfleto de 1776 en la América española décadas después de su producción. El libro XIV comparte, entonces, la explicación de los hechos como producidos por un sentido natural y por derechos inobjetables. Contiene la confianza de sus autores en un horizonte conveniente y prometedor. No se trata sólo de mostrar que la separación es el destino de los territorios hispanoamericanos, ni de señalar al público inglés las bondades de un comercio libre. Mier se dirige a los americanos y novohispanos para alentar a los que están en la lucha y para convencer a los que dudaban de por qué era posible pensarse independientes.
Pocos meses después de la publicación de la Historia de Mier, la correlación de fuerzas en Europa y América no favoreció las metas de los independentistas hispanoamericanos. Desde mediados de 1813 hubo una progresiva retirada del ejército francés del suelo español y las fuerzas al mando de Wellington obligaron a José I a abandonar su reino. En diciembre Napoleón barajó la alternativa de liberar a Fernando VII, lo cual se concretó en marzo siguiente. Aun cuando la restauración absolutista decretada en mayo de 1814 no alcanzó a estabilizar el régimen,144 y España se integró tardíamente a la Santa Alianza para restablecer el orden político trastornado por Napoleón, Inglaterra quedó comprometida a evitar respaldos abiertos a movimientos secesionistas de sus aliados por el Congreso de Viena.
Por otra parte, el curso de la guerra por la independencia en el sur de América no terminaba de definirse ni de dar frutos; no faltaron serios reveses. Las dos repúblicas que surgieron con la declaración de independencia de Venezuela -la primera bajo el liderazgo de Miranda, la segunda encabezada por Bolívar- fracasaron en 1814. La lucha reviviría medianamente al retornar el futuro Libertador tres años después, comprometido con una movilización militar que ligó su destino a la derrota de los realistas en Nueva Granada, Quito y regiones del Alto Perú. En cuanto a la independencia del virreinato del Río de la Plata, la situación no era mejor. El control de los poderes de Buenos Aires por los patriotas tampoco derivó en la inmediata ruptura; en cambio, desde 1812 se sucedieron confrontaciones internas, movimientos secesionistas y fragmentación político territorial que desplazó liderazgos militares y pospuso la reorganización de la nueva nación.145
No obstante, Mier, que permanecía en Londres -con una estancia corta en París- mantuvo el aliento independentista. Los whigs habían dejado abiertas las puertas a los liberales españoles refugiados, por las que Blanco White y Flores de Estrada continuaron recibiendo a españoles perseguidos, entre los que llegó Xavier Mina, quien fue cobijado en Holland House. Entre abril de 1815 y mayo de 1816 fue preparada la expedición para ponerse al servicio de Morelos dirigida por Mier y Mina con apoyos financieros de los whigs y del marqués del Apartado. Los reclutas tenían diferentes procedencias. El desastre que siguió condujo a Mier hacia un nuevo encarcelamiento, esta vez acusado de actos contra Su Majestad.146 Una nueva escapatoria (1820), durante el traslado a la prisión peninsular, llevó a Mier hacia los círculos exiliados de Filadelfia. Para entonces había abandonado toda moderación política, apostando definitivamente por la república apoyándose en Paine.
Los hispanoamericanos exiliados en Estados Unidos continuaban buscando apoyo a su lucha independentista, reconocimiento político y nexos para el ulterior florecimiento comercial en un contexto internacional que no les favorecía, pues el gobierno estadounidense tampoco quería granjearse una enemistad sobre un proyecto de dudoso resultado. A pesar del escepticismo sobre la capacidad para autogobernarse, los estadounidenses no dejaron de estar interesados en los objetivos señalados. Ellos también tenían sus intereses; en particular aspiraban a evitar que el comercio en el continente fuera controlado por los ingleses. Igualmente percibieron que un abierto pronunciamiento por la independencia, acompañado por la adhesión a la república, afianzaría su propio destino.147
Mier escribe y publica entre 1820 y 1821 la Memoria políticoinstructiva en Filadelfia, ciudad que fue el centro del exilio americano favorable a la independencia y a la propagación de repúblicas en todo el continente.148 A diferencia del escrito anterior, este fue dirigido a los líderes insurgentes e independentistas para animar la bandera republicana y desechar la opción iturbidista. La Memoria fue escrita en un tono persuasivo y crítico, a diferencia de la Historia. Aquí Mier parece haber encontrado su voz: mucho más directa, personal y original. Con un dramatismo atenuado, el novohispano decididamente centra la mirada del lector en la república como condición para consolidar la independencia absoluta; una acompaña a la otra. Hemos de enfatizar que todo gira alrededor de un mismo punto: un rotundo rechazo a la monarquía. Por ello, vuelve a la argumentación de Paine de manera integral sin abandonar la costumbre de usar la historia. Ya no se trataba sólo de defender la justicia de un derecho o de mantener un hecho. Había que asegurar el nuevo horizonte.
Los estudiosos han dividido la estructura del texto de la Memoria en dos. En la primera parte Mier hace un recuento de los acontecimientos recientes en Europa y América hasta el Plan de Iguala. La segunda, más extensa, la dedica a señalar los inconvenientes y prejuicios de adoptar una monarquía como sistema de gobierno.149 El repaso de lo sucedido en Europa y en Hispanoamérica desde 1815 da sentido al título del escrito; en efecto, es una memoria. El uso de la historia reciente tiene por meta mostrar los intereses contrarios que Europa tiene con América en general, reproduciendo la perspectiva antagónica. La formación de la Santa Alianza en 1815 lo muestra: tiene objetivos contrarios a los deseos independentistas de América. Para él, la Gaceta de Madrid de 1817, lo confirma.150 Incluida la España fernandina en esta asociación, Europa apuesta a perpetuar un sistema colonial calculado para reproducir la humillante esclavitud de América. Así, la Europa monárquica está situada en uno de dos polos opuestos. Simultáneamente, el texto reubica al aliado benefactor de la independencia. Debido a la desilusión de no haber recibido su ayuda, Inglaterra ha sido desplazada por Estados Unidos en ese papel y el sistema republicano es el que Mier promueve abiertamente, porque cree que a él se debe la prosperidad y virtud de ese pueblo. Un futuro fundado en el pasado reciente, el de las reuniones y congreso de los insurgentes que definieron su proyecto político entre 1813 y 1814, no en el Plan de Iguala.
En la estructura de la argumentación resuena fuerte una lectura completa de Common Sense. Mier, como Paine, volvía sobre algunas cuestiones ya tratadas en la Historia: ¿cuál era la utilidad de ser colonos españoles? Era absurdo que la autoridad sobre la Nueva España viniera desde la Península. Nueva España, como las Trece Colonias, era satélite colonial gobernado a lo lejos por un país europeo preocupado más por los intereses de quien gobierna que por fomentar el progreso tanto de la colonia como de la metrópoli. La desventaja de permanecer dependiente de una monarquía a distancia la resumió en la Memoria con esta frase:
¿De qué nos sirve España? De envolvernos en sus guerras y calamidades sin que nos pertenezca su objeto, de pedirnos dinero y enviarnos mandones y empleados; es decir, ladrones y verdugos, siempre impunes, porque es axioma del gobierno español, que cuanto hagan sus agentes en América, bueno o malo, ha de ser sostenido, para que sea respetada la autoridad a lo lejos.151
Lo nuevo fue incorporar consideraciones antimonárquicas. El despotismo e intransigencia españoles con respecto a los deseos de las colonias americanas sólo puede enfrentarla una América libre e independiente sostenida por valores republicanos. La monarquía, escribe Mier, es un sistema nefasto para la nueva nación; los gobiernos de reyes “son verdaderamente unos ídolos manufacturados por el orgullo y la adulación”.152 Deja claro que el obstáculo para el progreso económico de la Nueva España era estar sujeto a la España monárquica, por lo cual no había razón que justificara la continuación de la dependencia con la corona.153
El contexto internacional en que escribía fue oportuno para que Mier, sin más argumentos que el de la historia, llegara a una de las tesis fuertes de Paine; es decir, ser de causa natural que al independizarse los mexicanos adoptaran simultáneamente la república. Al estudiar los gabinetes e intereses de Europa, decía, le quedó claro que “están en contradicción con los de América, especialmente en caso de ser republicana”.154 Libertarse bajo esa última forma de gobierno evitaría quedar enredado en las guerras innecesarias de Europa. La contradicción entre un continente y otro no era más que expresión clara de la diferencia entre sistemas: monarquía europea y república americana.155 A esas alturas Mier asumía con Paine que la cualidad natural del sistema monárquico era “romper las barreras y extender los límites de su autoridad”;156 la monarquía era lo opuesto a la libertad.
La oposición de gobiernos permite a Mier hacer propia la postura continentalista de Paine. Los intereses de los mexicanos son los de América: “No son los de Europa los suyos sino los de sus hermanos del continente americano”.157 Igualmente el objetivo de la independencia de Mier en la Memoria yace bajo un argumento similar al de Paine: darse sus propias leyes, sin que un rey las dicte a capricho.158
En el momento en que en este escrito Mier se acerca a las radicales propuestas que condensaban el pensamiento integral de Paine en Common Sense, más se aleja de ese pensamiento. Es decir, Mier retomó los argumentos de Paine para fundamentar la república sin su republicanismo. Al retomar la fórmula política no alude a la representación electiva ni a las correspondientes instituciones, a los espacios de la deliberación, a la libertad de creencias o al principio de igualdad que distinguieron al pensamiento republicano de Paine. Ese movimiento no sabemos si fue voluntario. Probablemente no perdió de vista que algunos de esos puntos estaban contenidos en la Constitución gaditana vigente. El hecho es que enfrentaba en el escrito una voluntad mayoritaria en Nueva España que buscaba mantener un gobierno monárquico vínculado con la dinastía borbónica para abrazar la independencia, que a ojos de Mier no era absoluta: los artículos 3° y 4° del Plan de Iguala contradecían el artículo 2°.
Aun así, una declaración republicana podía asegurar el deseado respaldo del gobierno extranjero del vecino del norte para mantener la independencia; Paine había prometido convertir a América en asilo de la libertad.159 Mier parece posponer para el momento constitucional las definiciones sustantivas del republicanismo. En 1823 había de defender que adoptar la república no era asunto de imitación acrítica. Había que elegir lo ventajoso y desechar las deficiencias de ese modelo fue su consigna. O’Gorman lo resalta: “Esta variante de opinión es el fundamento del llamado centralismo del padre Teresa de Mier”.160 Brading compartió dicha opinión.161 No fue, en otros términos, ingenuo en sus elecciones.
CONCLUSIÓN
El recorrido por el capítulo XIV de Historia de la revolución en la Nueva España y por la Memoria político-instructiva de Servando Teresa de Mier nos permite concluir, en relación con la influencia de Thomas Paine que no representaron dos momentos de evolución del pensamiento del autor. Fueron formulaciones específicas relacionadas con lo que era admisible escuchar. Es decir, el contexto de producción de los dos escritos fue decisivo para elaborar las propuestas que se expusieron. Mier no fue un independentista encantado por la experiencia republicana en Norteamérica; usó deliberadamente fragmentos y tesis secundarias de Common Sense en dos momentos de su propaganda política a favor de la independencia absoluta: al publicar en Londres en 1813 y al redactar y publicar en Filadelfia en 1821. Las apropiaciones selectivas que hizo siguieron de cerca los ritmos de evolución de los ánimos en Nueva España y el juego de fuerzas internacional.
Nuestra indagación sugiere que en 1813 no fue necesario usar la carta republicana de Paine. En el marco de una situación de fragilidad imperial española, había que atraer la protección de Inglaterra y encarar el hecho de que aún no predominaba la voluntad independentista entre los novohispanos, así que arraigar tal voluntad fue la prioridad. La Historia de Mier tenía por interlocutores al gobierno inglés, pero también a las élites cultivadas de los novohispanos; a ellas igualmente había que persuadirlas de la razón, justicia y necesidad de la separación. Un escrito de tales proporciones y con el estilo que adquirió parece ineficaz para lograr esa meta entre un gran público, que por cierto no fue amplio. Libertad natural, derechos naturales de las personas morales e independencia, bastaban para apuntalar el manifiesto político independentista.
Al momento en que la voluntad independentista ganó terreno entre los novohispanos, Mier recuperó la decisión del Congreso de Chilpancingo, plasmada en la Constitución de Apatzingán. Entonces identificó independencia con república, en una asimilación de la fórmula política de Paine, convirtiendo esos términos en parte de un binomio inseparable. Memoria político-instrutiva volvió a fundamentar la justicia y necesidad de independencia absoluta; volvió a adaptar parte de la argumentación del panfletista inglés en un contexto de gran prestigio del plan iturbidista con su invocación a la union y hermandad con la España monárquica. En contraste, Mier refirió a los comunes objetivos y características que Nueva España tenía con el vecino del norte. Estados Unidos era, en 1821, la nueva personificación de la potencia extranjera con la que aliarse y proteger a las nuevas naciones plenamente soberanas, que tanto buscaron los hispanoamericanos desde 1811 en Londres. Pero el término república, apropiado por Mier en la Memoria, fue vaciado del republicanismo de Paine. En el escrito, esa voz no connotaba representación, ni libertades para la deliberación, ni el principio de igualdad. No obstante, Mier encontró en la historia reciente argumentos antimonarquistas que hicieron factible apropiarse de aquel binomio y que implicaban los rasgos de corrupción del gobierno.
Los fragmentos de Common Sense que Mier atrajo a sus escritos, con los conceptos políticos que contenían, fueron adaptados efectivamente al contexto de producción en que escribió. Al hacerlo, no traicionó la tradición política en donde había crecido. Hizo uso ejemplar del estilo, de las ideas y argumentos de Paine en 1776, utilizando el panfleto. La selección de Mier atendió a la urgencia de mover la balanza a favor de la independencia absoluta, apelando al iusnaturalismo que reclamó para las colonias españolas, como lo tuvieron las inglesas, de buscar un camino diferente a la sujeción colonial. Es posible que también la sangre aristocrática que corrió en las venas de Mier haya impedido asumir los argumentos igualitarios de Paine y recoger cabalmente la propuesta republicana del panfleto de 1776, ya de por sí radical. Ciertamente los tintes sociales, liberales, representativos, no encontraron lugar en la Memoria de Mier.
De cualquier forma, las ideas apropiadas no quedaron fuera de lugar. La joven república estadounidense en 1821 iluminaba un camino hacia un futuro próspero. Aquellas ideas entonces lograron aterrizar y las más extranjeras tuvieron su tiempo para germinar. La paráfrasis, el traslado de argumentos, apropiación y resignificación de conceptos del pequeño panfleto escrito en 1776 ayudó a Nueva España a conquistar la anhelada meta: independizarse. La república, despojada de sustancia republicana, pronto tuvo lugar una vez que otro sueño, el imperial, se derrumbó.