INTRODUCCIÓN
El fraile dominico Antonio de Monroy fue el único religioso y universitario novohispano que llegó a ocupar la silla de General de la Orden de Predicadores en Roma, para después convertirse en el arzobispo de una de las arquidiócesis más importantes de la corona en España: Santiago de Compostela. Su nombre no ha pasado por alto ni para los escritores de su época, ni para los investigadores mexicanos y gallegos que han contribuido al conocimiento sobre su vida. El presente artículo tiene por objeto, por un lado, ofrecer un panorama historiográfico y documental para el estudio del fraile Monroy y, por otro, plantear algunos problemas históricos, unas veces con deducciones hipotéticas, otras con interpretaciones más sólidas, que evidencian que el arzobispo Monroy y sus contextos pueden ser estudiados a partir de premisas distintas pero complementarias a las de los autores que han puesto su mirada en el novohispano.
La movilidad de los ministros del rey a lo largo y ancho de los territorios pertenecientes a la corona ha dejado rastros documentales en distintos acervos que hoy se conservan en varias ciudades. Por ello, el estudio histórico de los ministros de la corona requiere de una amplia revisión documental, sobre todo si se trata de letrados que sirvieron cargos en ambos lados del Atlántico. A continuación se enumera de manera general la lista de acervos documentales donde se encuentran los registros relativos al caso del arzobispo Monroy, los registros de su formación universitaria se resguardan en el Archivo General de la Nación (AGN) en México, donde también se encuentra información sobre las actividades de su padre, regidor en distintas ciudades novohispanas. En el Archivo de la Provincia de Santiago de Querétaro se resguarda información en torno a su carrera en el gobierno de la orden, documentos de los cuales una parte puede conocerse gracias a algunas obras, como se verá más adelante.
En España, los archivos y fondos documentales donde se ha encontrado información acerca de la gestión del fraile Monroy, primero como General de su orden1 y después como arzobispo de Compostela, se encuentran repartidos en distintas ciudades. En relación con el primer nombramiento, en el Archivo General de Indias (AGI) se hallan las relaciones de méritos del fraile y otros documentos. Pero es en el Archivo General de Simancas (AGS) donde se conservan cartas e informes enviados al Consejo de Estado desde Roma, mismos que permiten conocer el contexto político en el cual Monroy se desenvolvió como máxima autoridad de los dominicos, así como su relación con el papa y con el rey. Los fondos del Archivo Histórico Nacional (AHN) complementan los registros, por lo que en éste también se encuentran noticias sobre las negociaciones políticas para lograr que Monroy se ocupara de la gestión de la Orden de Predicadores. Debido a que el fraile mantenía intercambio epistolar con distintas autoridades y miembros de la aristocracia, en el Archivo Histórico de la Nobleza (AHDN) se halla, al menos, una carta enviada por Monroy al Duque de Béjar en 1680.2
En relación con su gestión como arzobispo de Santiago de Compostela, los documentos se encuentran en el Archivo de la Catedral de Santiago (ACS), pero también en el Archivo Histórico Diocesano de la misma ciudad (AHD), e incluso en el Archivo Histórico Universitario (AHU), en el Archivo del Reino de Galicia (ARG) y en distintos repositorios locales de las provincias gallegas. Como arzobispo, Monroy entabló diversos pleitos contra comunidades enteras debido al incumplimiento del pago del voto de Santiago,3 por lo que las ejecutorias y parte de esos litigios se encuentran en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARCHV). A la muerte del arzobispo, los documentos personales del fraile fueron extraídos de la catedral por sus familiares. Los papeles pasaron de unas manos a otras entre particulares, hasta que llegaron a formar parte del archivo del convento de Santa María de Belvís de Santiago. Finalmente, en la Biblioteca Nacional de España (BNE) y en la Real Academia de la Historia (RAH) se conservan una serie de impresos y manuscritos, algunos de la autoría de fray Antonio de Monroy, y otros relacionados con las donaciones realizadas por el arzobispo o con los conflictos que tuvo con los distintos grupos dentro del arzobispado.
La historiografía ha dado cuenta de varios de los registros documentales conservados en los archivos mencionados, pero no de su conjunto. Por ello resulta esencial consultar la mayor parte de ellos para estudiar en profundidad aspectos como la movilidad de los ministros, los contextos en los que lograban ascender a los cargos, la formación de grupos y alianzas políticas con los miembros de esas instituciones, así como su relación con el monarca. Todo ello es posible estudiando casos concretos como el del fraile Monroy. Con el objetivo de ofrecer un panorama amplio en torno de la bibliografía, sólo se harán aquí algunos señalamientos historiográficos que no buscan constituir una reflexión completa sobre los tópicos estudiados y las perspectivas o corrientes en las que se insertan, cediendo el espacio para abordar la amplia relación de documentos y aspectos que pueden ser reconstruidos sobre la carrera del novohispano, siguiendo un orden cronológico, pero diferenciando problemas. La larga lista de obras al respecto permite afirmar que la vida del religioso ha sido estudiada por lo general desde la biografía pseudohagiográfica, cuando no plenamente hagiográfica. Salvo excepciones, es la historiografía del siglo XXI la que empieza a plantear problemas más complejos, como las relaciones sociales y políticas del fraile, y las de su familia.
MONROY Y LA BIOGRAFÍA COMO GÉNERO HISTORIOGRÁFICO
La biografía como género historiográfico ha transcurrido por distintas etapas; la más tradicional recopila datos cronológicamente, pero con el objeto de mostrar que se trata de un personaje destacado en uno o varios ámbitos. Sin embargo, los datos no siempre son relacionados con el contexto del biografiado y la explicación suele atribuir al mismo personaje o a algunos de sus allegados el exitoso desarrollo de su historia. Este tipo de biografía, entonces, es la de los grandes hombres.
Desde la creación del término biografía en el siglo XVII hasta el día de hoy, tanto los tipos de personajes como el papel de estos en la sociedad se ha ido modificando, acentuando los estudios su carácter realista e individualizado. En los últimos años, la biografía ha manifestado un resurgimiento desde la historia política y social: cuestiones como el Yo individual y colectivo, la relación entre el autor de la biografía y el biografiado, e incluso la posibilidad de conocer la historia de una sociedad por medio de una historia de vida, han sido planteadas durante el siglo XX y en las primeras dos décadas del actual.4 Hoy se habla de biografía intelectual o se analizan la biografía y la autobiografía como parte de un proceso de construcción de una imagen individual dentro de un contexto específico. Sin embargo, es importante que el historiador atienda a la concepción del individuo en la época en la que se sitúa el biografiado.5 En la época moderna, las acciones y logros de una persona beneficiaban o afectaban a su linaje. De ahí que al reconstruir la historia de una vida se esté reconstruyendo el entorno más próximo al personaje -conformado tanto por sus familiares como por sus relaciones sociales- para comprender a una sociedad. Por supuesto, las particularidades del caso deben ser consideradas.
La historiografía sobre la Iglesia también ha debatido acerca de la importancia de llevar a cabo estudios pormenorizados en torno a personajes del clero y sus relaciones con el resto de los poderes públicos y con las corporaciones que conformaban la sociedad. Antonio Rubial recientemente ha estudiado la manera en que los prelados se ocuparon de impulsar cultos o iniciar procesos de beatificación para dotar a las ciudades y a sus catedrales de elementos que contribuyeran a la consolidación del clero secular y, por tanto, de la Monarquía Hispánica en América, acciones encaminadas también a la construcción de la imagen de los ministros.6 Esta misma historiografía ha sido partícipe en la época contemporánea de los cambios y paradigmas que el gremio ha promovido, rechazado y rescatado, llegando a combinar distintas perspectivas y temáticas con el objeto de comprender el papel de esta institución. En una revisión historiográfica actualizada, Clara García Ayluardo y el propio Rubial señalan la falta de pluralidad en relación con las zonas y sedes episcopales estudiadas,7 por lo que el presente trabajo busca contribuir al conocimiento de otras diócesis más allá del virreinato, una parte de la historia de los novohispanos que emigraron a otro ultramar llevando consigo una traducción distinta de la cultura occidental y católica.
Como se verá en este apartado, para el caso del fraile Monroy, encontramos desde las biografías más tradicionales, algunas incluso hagiográficas, hasta las que vinculan la vida del personaje con su contexto, aunque estos últimos trabajos se han interesado por una sola de las facetas del novohispano. El estudio histórico sobre un personaje puede ser el punto de partida para conocer una época y a la sociedad o sociedades de las que el biografiado fue partícipe. Considero que un personaje como el dominico Antonio de Monroy e Híjar debe contar con un estudio que, además de indagar en su vida privada y familiar, pueda dar cuenta del pasado de las relaciones de la Monarquía Hispánica con los territorios americanos de donde era natural.
En las diversas biografías que del fraile se han escrito, las referencias sobre su nacimiento en Querétaro en 1634, su formación y su partida a Madrid son etapas de su vida mencionadas por todos los autores. Algunas otras obras tratan su gestión como arzobispo, siempre refiriendo su origen novohispano, su labor devocional y el patrocinio del religioso para la construcción de distintas obras arquitectónicas en Galicia. Las primeras obras impresas que recuerdan la vida de Monroy son relatos de las exequias celebradas en México apenas llegó la noticia de su muerte en Santiago en 1715. Antonio de Villaseñor y Monroy, sobrino del fraile, era rector de la Universidad mexicana y arcediano de la catederal cuando se publicaron las Oraciones panegyricas funebres. En las exequias del […] doctor y maestro don fr. Antonio de Monroy, señor, y arçobispo de […] Santiago de Galicia. Por su parte, Lucas de Verdiguer Ysasi, canónigo que también había sido rector de la universitas en México, escribió Moysés retratado en la vida, virtudes, y muerte de Fr. Antonio de Monroy, Señor, y Arçobispo de Santiago de Galicia. Ambos textos destacan los rasgos piadosos del fraile. Los autores abordan al Monroy letrado y catedrático en la Universidad tanto como al maestro de estudiantes en su orden, mencionando los dos cargos más importantes que sirvió en Europa. La idea es rescatar la vida ejemplar y de paso recordar la filiación dominica del personaje. Ambos autores ofrecen una biografía cuyos datos han sido replicados en textos posteriores, a veces acríticamente. Sus obras son parte de la construcción de la identidad novohispana que ha quedado plasmada en estos y otros muchos textos.
En 1803 se reeditó el Epítome de las Glorias de Querétaro que Carlos de Sigüenza y Góngora había publicado en 1680,8 obra dedicada a la fundación de la Congregación de María Santísima de Guadalupe. El autor incluye en ella a personajes queretanos que influyeron en la devoción a este culto. José de Zelaá e Hidalgo, responsable de la reedición, revisión y actualización de la original, fundamenta la necesidad de esta reedición en la exigua cantidad de sólo cuatro ejemplares de esta obra en la capital novohispana, y de las actualizaciones de su autoría, ya que la obra de Sigüenza “era muy sucinta y diminuta [por lo que] me resolví a emprender mas trabajo, y a escribir enteramente de nuevo las Glorias de mi Patria”.9 Se trata, pues, de una relación de hechos notables, aunque el propio Zelaá procuró que su estilo fuera, en sus propias palabras, “el mas llano y mas sencillo, que es lo que corresponde à la historia”.10 Daba así muestras de la validez ciega de los documentos sin cuestionar la intención de éstos. En la parte del primer capítulo dedicada a Monroy, el autor señala haber rescatado esta figura, de la cual creía ser natural de México, afirmando que él mismo localizó su partida de bautismo.11 Ubicando al fraile en la casa de los marqueses de Monroy, enumera sus grados y sus cargos dentro de la orden dominica, pero se centra en las actividades del fraile en Roma y Compostela. Monroy es presentado como un fraile humilde: “siempre vistió un hábito pobre de xerguetilla, por unas partes roto, y por otras muy mal remendado de su mano: su habitación era una pieza bien estrecha, sin más adorno que quatro estampas de papel y unas cortinas de bayeta azul, que le duraron treinta años […]”.12 Monroy consideraba no ser él mismo merecedor del generalato de su orden, cargo que sólo aceptó por acatamiento del mandato real,13 y aunque no entra en detalles, refiere su nombramiento como arzobispo y haber conferido la orden sacerdotal a fray Vicente Gotti, quien llegaría a convertirse en cardenal de la Iglesia de Roma. El autor enumera las obras que el fraile financió y la donación de su biblioteca a los jesuitas, hecho repetido por varios autores pero nunca probado,14 y destaca el papel de Monroy en la Guerra de Sucesión, por el pago que este ofreciera al rey para mantener regimientos de defensa. Zelaá se valió de lo publicado por varios autores, e incluso refiere cartas pastorales y correspondencia, particularmente la que el fraile enviara al Marqués de la Mejorada sobre la controversia en torno a la superioridad del poder espiritual sobre el temporal.15
En el siglo XIX, en Galicia, se publicaron artículos y fragmentos de documentos en los que se trató la vida del fraile, a partir de los preceptos positivistas y de la apología de los eclesiásticos. En 1864, José López de la Vega publicó una biografía de Monroy en tono laudatorio en la revista quincenal Galicia: Revista Universal de este Reino.16 El autor destaca en ella sus antecedentes familiares e incluye el pasaje de su vida que, siguiendo un manuscrito de inicios del siglo XVIII,17 explica su incorporación a la orden de predicadores, aun después de contar con estudios universitarios: según el autor, mientras estaba leyendo de noche en sus aposentos, Monroy advirtió un resplandor en su recámara, que identificó como “una efigie de un religioso dominico que desapareció luego”.18
La gestión de Monroy como general de la orden fue excepcional, siempre según López de la Vega, refiriendo lo expresado en una carta firmada por el dominico Antonin Cloche, sucesor de Monroy en Roma. Menciona el autor también las obras que el fraile novohispano financió en Galicia, añadiendo que toda la plata donada para obras pías fue enviada desde Nueva España: “mandándole su familia de Méjico a menudo gruesas sumas, que llevaban el mismo orden de distribución que las de sus rentas”.19
En los años setenta del mismo siglo, Bernardo Barreiro, literato e historiador de oficio, publicó una novela en que refiere el origen del prelado -“un rico mejicano” que no necesita las alhajas del arzobispado- como un beneficio local, pues Monroy habría de administrar la jurisdicción sin intervenir ni explotar a los gallegos.20 Unos años más tarde, en 1882, el mismo Barreiro crearía la revista Galicia Diplomática con el objeto de dar a conocer documentos de la historia gallega, así como biografías de personajes y hechos célebres, en la que reproduciría el mismo manuscrito utilizado por López de la Vega.21
El primer trabajo en que se contextualizó la gestión de Monroy fue el del canónigo Antonio López Ferreiro, quien en el tomo IX de su Historia de la Santa A.M. Iglesia de Santiago de Compostela (1898), obra clásica de la historia eclesiástica gallega, dedicó dos capítulos al religioso, sin dejar de mencionar sus años de formación en México.22 La obra de López Ferreiro es muestra de un trabajo más amplio, que aspiraba a una visión panorámica de la arquidiócesis, y sistemático, fundado en documentos del archivo de la catedral, como las actas de su cabildo, cartas y otros papeles. El texto primero se ocupa de la historia general de la Iglesia y de los reinos de la monarquía, después del cabildo de la catedral y finalmente del arzobispo. En apenas dos páginas, López Ferreiro resume los datos biográficos de Monroy, siguiendo con la descripción de los preparativos y desarrollo de la visita de la reina y de su hermano a la catedral de Santiago en 1690, durante la gestión del queretano, y la intención de éste de celebrar capítulo provincial en 1691. A López Ferreiro le interesaba destacar hechos que mostraran el crecimiento de la Iglesia: Monroy no es el centro de su narración, aunque no pasa por alto las “esplendideces” del fraile, como la donación de objetos de plata para la catedral y la ampliación de espacios para atender enfermos dentro del Hospital Real de la ciudad tras la epidemia de 1695.
El autor se detiene en el episodio conflictivo entre Felipe V y el papa Inocencio XI, sobre el cual, en 1709, el arzobispo Monroy escribiera una carta al Marqués de la Mejorada, secretario del rey, reproducida parcialmente en la obra de López Ferreiro. La misiva es una respuesta a la expulsión del nuncio por parte del rey borbón de los territorios como represalia por las supuestas intenciones del papa de reconocer al archiduque Carlos como rey de España. La carta del prelado, escrita en el contexto de la Guerra de Sucesión, hacía referencia al hereje antipapista Enrique VIII. Su propósito era convencer al monarca de restituir los vínculos institucionales con Roma y evitar así una comparación semejante. López Ferreiro, canónigo de la catedral, sólo pudo aplaudir la carta de Monroy en defensa de la Iglesia, llamándolo “el gran arzobispo”.23
Hasta los años setenta del siglo XX las publicaciones se centraron en la biografía y en las ediciones documentales, dando a conocer importantes papeles que hoy son de difícil acceso. En 1925, Salvador Cabeza de León publicó en el Almanaque Gallego una de las cartas que el arzobispo firmara en 1692. En ella, el prelado solicitaba a Carlos II llevar a cabo una permuta entre el arzobispo de Lima y el propio Monroy, debido a las enfermedades que le provocaba el clima de la región. Cabeza de León, catedrático de Derecho, afirmaba tener el ejemplar de la carta en sus manos gracias a un amigo suyo;24 es posible que siga estando bajo el resguardo de un particular, pues en los acervos públicos españoles no se ha localizado.
Dos décadas después, en 1946, se publicó la obra del franciscano Manuel R. Pazos, quien dedicó el primer tomo de El episcopado gallego a la luz de documentos romanos a los prelados de Santiago de la época moderna.25 Antonio de Monroy es estudiado en dos de los capítulos, en los que el autor ofreció una pequeña biografía del prelado en la que afirmó que el fraile era natural de Santiago de Querétaro. Pazos puso en duda algunos otros datos biográficos aparecidos en la obra antes mencionada sobre la historia de la catedral, cuestionando, por ejemplo, el hecho de que el padre de Monroy fuera gobernador en el momento en que este fue ascendido al arzobispado.26 Pazos consultó documentación resguardada en el Archivo Secreto Vaticano, complementando parcialmente con otros registros documentales la vida del fraile. El autor seleccionó fragmentos procedentes del Processi dei Vescovi Consistoriali que se realizó antes del nombramiento de Monroy como arzobispo, además de varios legajos de la sección Embajada de España que hoy se encuentra en el AHN27 y de obras conocidas, como las de Barreiro y la de López Ferreiro. El trabajo de Pazos muestra ya visos de crítica de fuentes y de revisión historiográfica, e incluso considera que Barreiro “arremete injustamente contra” Monroy por haber mandado construir su propio sepulcro dentro de la capilla del Pilar en la catedral, tildando al fraile de “opulento y poderoso mejicano”.28
Más adelante, en 1959, Luis Maiz Eleizegui, un seglar promotor de la cultura xacobea, publicó un pequeño artículo en el Boletín de la Archicofradía del Glorioso Apóstol Santiago,29 en el que, además de ofrecer una biografía que sintetiza la larga lista de donaciones de Monroy, atribuye al fraile habilidades políticas en la resolución de los problemas en la gestión del arzobispado. Entre estos conflictos menciona las pretensiones de Francia sobre los bienes eclesiásticos españoles, o la polémica propuesta de sustitución del apóstol Santiago como patrono de España por San Genaro, situaciones que, a decir del autor, “fueron resueltas favorablemente por el arzobispo Monroy con gran diligencia y singular prudencia, pero no por eso dejaron de originarle las naturales contrariedades y preocupaciones”.30 Nada se menciona de la postura de Monroy contraria al avance del regalismo borbónico en esta biografía que busca recuperar la figura del arzobispo humilde, piadoso y defensor del culto apostólico.
A finales de los años sesenta del siglo pasado, otro dominico, Secundino Martín, publicó una obra sobre su hermano de orden, Fr. Antonio de Monroy e Yjar, dominico mexicano, maestro general de la orden y arzobispo de Compostela, en la que reprodujo documentos sobre la vida del religioso. Es la primera obra mexicana dedicada exclusivamente al prelado.31 El rescate que los frailes del siglo XX hicieron del pasado de su corporación nos permite cierto acceso a los documentos de la orden. Sin embargo, esta obra no deja de tener la intención de exaltar la procedencia del biografiado: queretano y religioso de la orden de predicadores.
Entre 1976 y 1978, el también dominico Ramón Hernández publicó “El cartulario” del arzobispo en tres partes, las primeras dos en Archivum Fratrum Praedicatorum y la tercerea en la revista Compostellanum. Se trata de un conjunto de más de 100 documentos entre los que se encuentran copias de los títulos del fraile y su partida de bautismo, pero también una serie de cartas, copias de las que enviaba u originales de las que recibió durante sus años como arzobispo. Este importante conjunto documental, que abarca desde 1653 hasta inicios del siglo XVIII, se encontraba entre las pertenencias del fraile: al morir éste, los docu men tos fueron recogidos por sus familiares y durante más de un siglo permanecieron en manos privadas hasta que fueron depositados en el archivo del convento de Belvís de Santiago de Compostela. Las restricciones impuestas al acceso a este acervo otorgan al trabajo de Hernández un valor extraordinario.32
En los años ochenta aparecen los primeros estudios realizados desde la historia del arte, rescatando la labor de mecenazgo de Monroy. En la misma época en la que Ramón Hernández publicó las cartas del fraile, María Teresa Ríos Miramontes se encontraba trabajando en su tesis doctoral, titulada “El mecenazgo del arzobispo Monroy. Un capítulo del barroco compostelano”, presentada en 1980.33 El trabajo de Ríos Miramontes es el primero realizado en un contexto académico y dedicado exclusivamente al estudio de la obra pía del arzobispo, que forma parte significativa de la historia del “barroco gallego”; por ello la autora fijará su mirada en el desarrollo del mecenazgo por medio del arte expresado en la arquitectura, la pintura y la escultura. Ríos Miramontes utiliza obras clásicas de los estudios eclesiásticos, como la Historia de la Iglesia en México del padre Cuevas, pero sobre todo basa su trabajo en la consulta de las actas capitulares de la catedral compostelana, los libros de fábrica y los libros de consistorio del archivo municipal de Santiago, de los conventos de capuchinas y dominicas, y una amplia bibliografía sobre historia del arte. En la introducción, la autora se ocupa de la biografía de Monroy mediante algunos aspectos importantes de su gestión arzobispal y de su relación con Carlos II sin perder de vista su objetivo: la contribución del fraile a la construcción arquitectónica de la capital gallega. En años siguientes, la autora habría de publicar un libro basado en esta tesis, además de editar documentos importantes, como los contratos de las obras pías.34
El interés por la historia teológica llevó a varios estudiosos a analizar textos escritos por el clero, muchos de ellos en latín, lo que ha limitado el análisis de las obras. En esta misma época y desde México, Mauricio Beuchot publicaba un estudio pormenorizado sobre una de las cartas de Monroy más citadas: aquella que dirigiera al Marqués de la Mejorada en 1709, en el contexto del conflicto entre la corona y el papado. La defensa de la autoridad eclesiástica sobre la temporal hace de esta misiva una de las declaraciones políticas e ideológicas más interesantes del fraile queretano. El autor analiza los argumentos del prelado para hallar las referencias a las ideas de los pensadores que menciona como fuentes de inspiración de la carta, en relación con el poder espiritual del papa como vicario de Cristo y la imposibilidad de que el poder terrenal -el rey- estuviera por encima de los mandatos de Dios, siguiendo a Francisco de Vitoria que, a su vez, se basaba en Santo Tomás.35
En 1996, el fraile Santiago Rodríguez publica con adiciones la segunda edición de la obra de Secundino Martín, bajo el título Fray Antonio de Monroy: dominico gloria de Querétaro. Rodríguez incorporó un estudio sobre la familia del dominico Monroy, dedicando apartados específicos a cada uno de los hermanos del prelado e incluyendo un facsímil del impreso Moisés retratado publicado en el siglo XVIII. La importancia de esta y de la obra anterior de Martín es que basa su trabajo en los documentos resguardados por su orden en Querétaro, y aunque el libro mantiene un tono poco explicativo, es una referencia básica para los estudios publicados con posterioridad. La reedición de la obra fue parte de las celebraciones del 465 aniversario de la fundación de Querétaro. Los discursos pronunciados en la presentación del libro, el año siguiente, también fueron editados. En este pequeño cuaderno, el investigador Rodolfo Anaya se refiere a Monroy como “el primer queretano universal” debido a la importancia de sus cargos en Europa, mientras que el dominico Miguel Concha Malo atribuye a fray Antonio la conciencia criolla y afirma que ésta condujo su labor como general y como arzobispo.36
Como resultado de la historia social de las instituciones y de las redes sociales establecidas en Nueva España y la conformación de familias criollas con un importante y variado patrimonio, se estudia la importancia del linaje en la carrera de los ministros criollos que lograron alcanzar los más altos cargos. En 2001, María Luisa Pazos escribió “La ciudad de México y el nombramiento de un arzobispo compostelano; la familia Monroy y Figueroa”, capítulo en el que puso en contexto tanto a la ciudad como al linaje de fray Antonio.37 Pazos, estudiosa del ayuntamiento de la ciudad de México en el siglo XVII, analizó el papel político del padre del fraile Monroy, Antonio de Monroy y Figueroa, regidor de la ciudad y juez de caminos, ingenios y registros, alcalde mayor de las minas de Guanajuato, repartidor y alcalde mayor y teniente en Querétaro; reconocido como buen ministro, encargado de la Real Hacienda y patrocinador de la siempre incompleta Armada de Barlovento. A él y a su mujer se les consideró personas “de calidad y nobleza y como tales estimados en la N[uev]a España”. La autora destacaba la importancia de la familia Monroy y Figueroa en su contexto urbano al momento de ser nombrado el fraile arzobispo compostelano.
En la edición de 2002 del Congreso de la Asociación de Archiveros de la Iglesia de España, Arturo Iglesias Ortega, archivero de la catedral de Santiago, presentó un trabajo sobre las devociones marianas de Monroy, basado en los documentos de la institución. El arzobispo instituyó tres actividades litúrgicas de este carácter: la del Rosario, la de Nuestra Señora de Guadalupe y la del Pilar. La primera, consistente en realizar un rezo diario en la catedral en honor de esta virgen, se relacionaba, siguiendo al autor, con la procedencia dominica del prelado. Sobre la segunda devoción, es sabido que el arzobispo había creado en 1704 la fiesta de la guadalupana. El queretano impulsó también la creación de una capilla dedicada a la virgen del Pilar, lograda en 1717, dos años después de la muerte del prelado, remediando, según Iglesias, “una ausencia notable” en la catedral compostelana.38 Cabe señalar que el fraile seleccionó patrocinar tres cultos políticamente importantes para la Iglesia de la época.
En los últimos años, Óscar Mazín y Fernando Suárez Golán han publicado nuevos trabajos sobre el prelado. El primero se ocupó del “entorno cultural” de Monroy, centrándose en el contenido de los saberes de la época tanto en la universidad como en la orden que, desde la perspectiva del autor, fueron elementos decisivos en la formación y carrera del fraile, evidenciados según Mazín en las destacadas dotes retóricas desplegadas por el fraile en diversos actos ante la presencia de autoridades novohispanas. Más adelante, el autor dirigió su estudio hacia los intereses teológicos de Monroy en el contexto del pensamiento de la época, destacando uno de los tópicos que se discutían: la inmaculada concepción de la virgen. A nivel local, los teólogos debatían sobre el culto a la Virgen de Guadalupe, del interés del novohispano, tema tratado más ampliamente por Mazín en otro texto de reciente publicación sobre la creación de la fiesta de la virgen de Guadalupe en Galicia.39 En ambos casos, el autor se basa en impresos novohispanos y algunas obras aquí reseñadas -Hernández, Ríos Miramontes, Martínez o Iglesias-, incluyendo referencias a documentos como el libro de “Fundaciones del sr. Monroy”.
A diferencia de lo que sucede con los estudios sobre historia de la Iglesia virreinal, en España -y en particular en Galicia- abundan los estudios sobre la Iglesia del siglo XV y de la segunda mitad del XVIII, mientras que los 150 años intermedios apenas son objeto de estudio de algunos trabajos. Suárez Golán, estudioso de los arzobispos de Santiago, publicó tres trabajos centrados en la postura política del novohispano frente al regalismo borbónico,40 llamando la atención sobre el paralelismo de la carrera de Monroy y la del gallego Francisco de Aguiar y Seixas, arzobispo de México.41 El autor demuestra un amplio conocimiento de la documentación catedralicia, conventual y vaticana, además de los escritos del propio Monroy. Las publicaciones de Suárez Golán son referencia obligada y buena guía para acercarse a este aspecto de la gestión del prelado, aunque no es el único de los arzobispos compostelanos que el autor estudia.42
Otros autores se han ocupado de temas relacionados con el arzobispo Monroy y con los ministros novohispanos que sirvieron en diversos territorios en los siglos XVI y XVII, como Antonio Rubial García, quien hizo un recuento de los frailes que ocuparon cargos en otras latitudes, tanto dentro de su orden como fuera de la Monarquía.43
Por su parte, Patricia Escandón ha estudiado el tenso proceso vivido en Querétaro para equilibrar la balanza del poder político, dando lugar a la secularización urbana en detrimento de la orden franciscana, proceso en el que el progenitor de Monroy tuvo un papel esencial junto con otros “notables”.44 En Galicia, además, el estudio del cabildo catedralicio cuenta con una amplia bibliografía,45 así como el estudio del voto de Santiago, uno de los principales ingresos económicos de su catedral, debido al extenso territorio en que se cobraba esta renta, cuyo principal trabajo son los seis tomos de la tesis doctoral de Ofelia Rey Castelao.46
Como se puede constatar en esta revisión historiográfica, las obras sobre Antonio de Monroy se han realizado desde la biografía tradicional, sobre todo cuando sus autores han sido miembros de la orden o del clero secular, sin importar la época de sus publicaciones. En ocasiones los textos son casi hagiográficos, y los más cercanos en el tiempo a la vida del fraile expresamente se ocupan de las glorias del clero compostelano o queretano, dependiendo del caso. La producción de historia eclesiástica, aunque incluye los datos biográficos del fraile, estudia su gestión como parte de la amplia historia de la Monarquía católica, como en el caso de Antonio López Ferreiro: si bien la obra del canónigo ofrece nuevos elementos, coexiste con textos decimonónicos publicados en revistas como Galicia Diplomática, orientadas a la exaltación de personajes ilustres.
La primera obra académica sobre el fraile es la de María Teresa Ríos Miramontes, enfocada en el mecenazgo del arzobispo, en la que esboza la relación de Monroy con el monarca. Debido a los objetivos de su trabajo, Ríos Miramontes muy pronto redirige su mirada hacia la descripción formal de la arquitectura, la pintura y la escultura, y a su incremento gracias a las donaciones del fraile; ofrece referencias precisas y ediciones documentales extraídas de distintos acervos útiles para el desarrollo de nuevas investigaciones. Se trata pues de un trabajo minucioso que logra completar la nómina de obras pías del prelado pero que cuenta con pocas reflexiones acerca del perfil del patronazgo.
Otro de los aspectos estudiados ha sido la devoción del fraile y las corrientes teológicas en las que se formó, elementos que han interesado a autores como Mauricio Beuchot y Óscar Mazín. Sin embargo, Fernando Suárez Golán ha puesto su atención en distintos aspectos del papel de los arzobispos, entre los que resulta interesante destacar el juego político en el que estos ministros participaron dentro de la monarquía. En diversos artículos y capítulos, el autor ha evidenciado la importancia de analizar a los arzobispos más allá de la recopilación de datos biográficos. Sin embargo, considero que el estudio de este fraile debe incluir las distintas facetas analizadas por la historiografía de manera integral, ya que todos los espacios intelectuales, eclesiásticos y políticos en los que el dominico desarrolló su carrera son parte de una misma historia. Aunado a ello, es necesario atender al contexto de movilidad de los ministros a lo largo y ancho de los territorios propios y extraños del soberano español. Para ello resulta esencial contar con fuentes documentales procedentes de ambos lados del Atlántico, así como ampliar la dimensión del análisis, comprendiendo que Querétaro, ciudad natal del fraile, la Ciudad de México, Roma, Madrid o Santiago de Compostela manifiestamente forman parte de un contexto mayor, sin olvidar las particularidades del desarrollo histórico urbano en cada caso.
DE NUEVA ESPAÑA A EUROPA
En primer lugar me ocuparé de la formación de Monroy: si bien su carrera inició en la Universidad, muy pronto combinó el cursus académico con su formación dentro de la orden, por lo que su desarrollo en la obtención de grados y su carrera como fraile serán tratados de forma paralela. La familia se trasladó a la Ciudad de México, donde el padre, Antonio de Monroy y Figueroa, era regidor. En 1645, Monroy hijo ingresó en el Colegio de Cristo para niños nobles.47 Para conocer y contrastar los datos de la carrera académica, profesional y religiosa de Monroy en México podemos recurrir, además de a su relación de méritos, a otros papeles institucionales. El primero de estos es el reconocimiento oficial de los grados y cargos servidos a lo largo de la vida, incluyendo los antecedentes familiares. Estas relaciones se solicitaban ante las autoridades cuando se quería obtener una merced o presentarse a alguna oposición. Lograr el aval de esos méritos por parte de las autoridades era uno de los requisitos que los letrados del Antiguo Régimen debían cumplir para alcanzar beneficios.48 Marcelo da Rocha Wanderley considera a la cultura escrita un elemento esencial en la construcción de carreras y en la creación de un modelo de ministro en el que “las aptitudes intelectuales, el sentido de equidad monárquica y la pertenencia a la comunidad cristiana” eran conexiones simbólicas.49 Bajo estos principios, en 1678, en Madrid, se le dio validez a los títulos del fraile pero también se revisaron las relaciones de méritos de sus antepasados que se encontraban en la secretaría correspondiente a Nueva España dentro del Consejo de Indias.50 La recopilación y conservación de este tipo de documentación es una muestra del control que la corona buscaba tener sobre sus ministros en todos sus territorios, incluso -o especialmente- los más alejados.
El futuro arzobispo se graduó de bachiller en artes en 1652 en la Real Universidad de México.51 Un año antes había sido elegido para formar parte del claustro de consiliarios, uno de los órganos de gobierno de este tipo de universidades.52 A partir del siguiente año, Monroy inició su carrera en la orden: en 1653 toma los hábitos en el convento de Santo Domingo de México, y recibe las primeras órdenes sagradas dos años después.53 En la segunda mitad del siglo XVII, Monroy era bachiller y fraile ordenado, además de haber obtenido el grado de maestro de estudiantes en su orden, otorgado por el provincial Luis de Cifuentes.54 En la época, algunos conventos contaban con colegios para formar a sus frailes, salvo por los jesuitas, que también permitían el ingreso de seglares. Monroy sirvió como catedrático sustituto las cátedras de artes (1658)55 y de teología (1660) en su convento,56 y en 1660 y 1661 sustituyó la cátedra de Santo Tomás en la Real Universidad de México.57 El siguiente año obtuvo el grado de licenciado en teología y en 1663 el de maestro -equivalente al de doctor- en la misma facultad.58 El fraile firmó las actas del capítulo provincial de Santiago de México como catedrático del convento también en 1663.59
Fray Antonio fue construyendo carreras paralelas dentro de la universidad y de su orden. En ambos espacios, aunque mayormente como religioso, fue escalando en grados y nombramientos, tanto en la administración y el gobierno, como en la enseñanza. En 1666 obtuvo, por elección unánime, el rectorado de Porta Coeli, y el Tribunal de la Inquisición le encomendó una oración fúnebre aquel agosto, que pronunció “con todo aplauso”.60
Dos años después fue nombrado por cédula real catedrático propietario de Santo Tomas en la Universidad, silla vacante por la muerte del religioso Alonso Díez de Priego. El virrey Marqués de Mancera pidió al provincial de la orden que propusiera a tres frailes graduados en teología que considerara idóneos para ocuparse de las lecciones: Monroy ocupaba el primer lugar de esta lista, revisada en España, donde se tomó la decisión. El 27 de abril se reunió el claustro universitario para prestar obediencia al mandato real, y ese mismo día se presentó el fraile para tomar posesión de la cátedra.61 La cédula real expedida en favor del dominico fue resultado del apoyo que éste recibió en la capital novohispana, ya que para esa época su padre tenía una importante presencia en México y en su ciudad natal. Finalizado aquel año de 1668, el fraile fue nombrado regente secundario de estudios del colegio de Porta Coeli en México.62
Durante los años sesenta, Monroy sirvió nuevamente como consiliario y también como diputado de hacienda en la Real Universidad de México, e incluso en 1670 fue propuesto como cabeza de la institución, y a pesar de que la rectoría estaba restringida para los frailes, obtuvo dos votos.63 Ese mismo año recibió el magisterio de teología,64 y al año siguiente fue elegido prior del convento y vicario provincial de la provincia de la orden de predicadores.65
En los primeros años de la década de los setenta su fama y comisiones tanto dentro de la orden como en la Universidad aumentaron: en ésta fue examinador sinodal para los artistas que querían graduarse. Sin embargo, su carrera y camino hacia Europa se vieron impulsados desde la orden dominica. En 1673, además de pronunciar un discurso frente al virrey y el arzobispo fray Payo Enríquez de Rivera, fue nombrado secretario de la provincia de su orden en octubre y, un mes después, procurador y definidor de la provincia para asistir al capítulo general de la orden que se habría de celebrar en Roma en 1676.66
Antes de proseguir, me detendré para revisar los orígenes familiares del letrado, pues en esta época el ascenso profesional estaba vinculado también al prestigio del linaje. En el caso de Monroy, considerar sus antecedentes familiares permitirá aproximarse a las razones por las que su carrera fue impulsada con ahínco. El fraile pertenecía a la cuarta generación de criollos novohispanos. Antonio Monroy y Figueroa, su padre, era hijo de Antonio Fernando de Paz Cortés y Monroy y de Agustina Ferrubiño Figueroa. Según sus propios méritos, su bisabuelo se casó con Ana de Paz, hermana del conquistador Fernando de Paz, y su padre, es decir, el abuelo del fraile, también había sido regidor.67 Entre 1635 y 1670 Monroy y Figueroa fue capitular del cabildo civil de México, y durante su carrera administrativa enfrentó una acusación por mala administración de las alcabalas;68 viajó a Madrid en 1666 para presentar su defensa directamente, logrando su absolución.69 Monroy y Figueroa sirvió varios cargos de manera simultánea: juez de minas de Guanajuato y alcalde mayor en Querétaro y Orizaba.
Monroy y Figueroa se casó con María de Mesa e Híjar, con quien tuvo, según Secundino Martín y Santiago Rodríguez, diez hijos: tres de ellos fueron varones, uno de los cuales, José Antonio, heredaría el mayorazgo y seguiría la carrera de su padre: regidor desde 1670 y administrador del patrimonio familiar (minas y haciendas).70 Los otros dos hermanos, Antonio y Andrés, fueron frailes dominicos, y de las siete hermanas se sabe que dos estuvieron casadas y tuvieron descendencia, mientras que otras cinco profesaron como monjas en Querétaro y en la Ciudad de México.71 Los Monroy y Figueroa Híjar fueron una familia numerosa y contaban con un patrimonio suficiente, no sólo para mantener a sus descendientes, sino para colocarlos en distintos ámbitos de la vida política y social. En la época era común que uno de los hijos varones -y no necesariamente el primogénito- se convirtiera en cabeza de familia para vigilar y acrecentar el patrimonio, y para velar por el prestigio del linaje, mientras el resto de los hermanos varones podían realizar carrera, universitaria, eclesiástica o militar. En este caso, aunque el arzobispo estudió en la Universidad, finalmente se decidió por la orden de predicadores, al igual que su hermano. La presencia de más de una hija en la familia hacía que el padre decidiera casar a una o dos de ellas mientras el resto tendrían que dedicarse a la vida religiosa.72
Las noticias sobre esta familia y sobre su descendencia muestran que se trató de un linaje de regidores rentistas, como los denomina María Luisa Pazos. La misma autora afirma que en la segunda mitad del siglo, las familias “de beneméritos”, criollos, descendientes de conquistadores o primeros pobladores, optaron por acceder a cargos de corregidores, alguaciles o alcaldes ordinarios de México.73 El padre del arzobispo, así como uno de sus hermanos y uno de sus cuñados formaron parte de las familias que lograron concentrar tierras y minas, y combinaron la administración de sus bienes con cargos dentro de la estructura del estado.
En Querétaro, los Monroy eran una familia de importancia que participó de las decisiones de la oligarquía, incluso desplazando a corporaciones como los franciscanos del control económico de la zona.74 Sin duda, la familia Monroy y Figueroa era adinerada, prestigiosa y respetada, con estrategias para colocar a cada uno de sus miembros en los espacios sociales y políticos de las más importantes ciudades del virreinato y, después, de la metrópoli. No obstante, cabe preguntarse cómo el hijo de un regidor criollo, con una buena parte de su patrimonio a caballo entre las minas y estancias queretanas y la metrópoli novohispana lograría alcanzar tan altos cargos en la administración de la iglesia romana. En el siguiente apartado trataré sobre las implicaciones que tendrían en su futuro los orígenes del fraile, pero también del contexto romano en el último cuarto del siglo XVII.
ROMA Y EL GENERALATO
Fray Antonio fue nombrado definidor de la provincia de México para asistir al capítulo general en Roma. Iniciaría su travesía hacia la sede pontificia en abril de 1674, en el mismo barco en el que el Marqués de Mancera, depuesto como virrey, regresaba a España, acompañándolo Monroy como su confesor.75 Cuando Monroy salió de Veracruz y llegó a Cádiz, el chantre de la catedral de esta ciudad refrendaba las licencias del dominico para poder predicar y confesar en el obispado gaditano.76 Parte de su estancia en España, camino de la Santa Sede, ha quedado registrada en las distintas cartas que se conservan en el convento de Belvís en Santiago de Compostela. Desembarcado en Ostia hacia mayo de 1675, se alojó en el convento de Santa María sopra Minerva,77 enfrentándose desde su llegada a un contexto complicado. Las pugnas entre dominicos de las naciones española y francesa estaban en su cénit, y el conflicto se había extendido a los italianos, como lo confirma el representante de la negociación de España en la sede papal. El fraile asistió domo definidor y acabaría ocupando el máximo título de la orden, maestro general, un cargo perpetuo que implicaba gobernar toda la orden.
De acuerdo con Suárez Golán, el dominico novohispano contó con el apoyo del papa para lograr el generalato, aunque Monroy presentaría su programa de trabajo ante el capítulo: “[…] que pasaba en primer lugar por revisar las constituciones, promover el movimiento misionero y mantener la unidad de la orden”.78 Sin embargo, varias cartas firmadas tanto por el rey como por el agente general y el embajador de España en Roma ofrecen elementos bastantes para afirmar que la elección requirió del apoyo de los dominicos españoles y de otros importantes ministros que habían servido cargos reales en la ciudad. Por otro lado, es necesario analizar detalladamente el capítulo general en el que fue electo, al que asistieron al menos 57 representantes de las distintas provincias dominicas, entre ellos el propio Monroy, además de los frailes Pedro Lobo y Juliano García -provincial y definidor de Oaxaca, respectivamente-, y Juan Suárez -definidor de Chiapas.79
Resulta complicado reconstruir en detalle todos los argumentos y razones por las cuales el novohispano fue propuesto y elegido. Sin embargo, gracias al sistema de información de la Monarquía, ha quedado registro escrito en distintos archivos sobre este punto.80 En la época de Carlos II, el sistema de información volvió a complejizarse, aunque no al nivel de sistematización del reinado de su bisabuelo: se multiplicó el número de agencias ocupadas en informar al monarca desde muy distintos territorios. Las funciones de los ministros que servían estas oficinas tampoco estaban bien diferenciadas: por temporadas, la agencia general y la embajada en Roma eran atendidas por un mismo individuo, y en ocasiones podía estar a cargo de un agente interino.81 Esta es la razón de que la información sobre un mismo asunto se encuentre fragmentada en distintos archivos históricos.
Volviendo a la elección de Monroy, el conflicto entre las monarquías francesa y española permeaba todos los ámbitos, incluido el eclesiástico. La rivalidad entre los miembros de la orden dominica procedentes de monarquías distintas y los intereses de éstas ante el papado era bien conocida en Roma: la elección de Inocencio XI se llevó a cabo, al igual que en otras ocasiones, en medio de tensiones políticas, mismas que por momentos se reavivaron debido a los conflictos bélicos y diplomáticos internacionales.
En abril de 1676, Luis XIV publicó un decreto sobre las cartas de obediencia de los generales de las órdenes religiosas: en él se ordenaba dar cuenta al monarca de todas aquellas decisiones tomadas por los generales antes de ser aprobadas. El mandato no fue bien recibido en Roma, por lo que Inocencio XI decidió apoyar al candidato de España para el generalato dominico, fray Antonio Monroy, como lo informó al monarca el cardenal Nithard, entonces agente general interino.82
En aquel año no fue el capítulo general dominico el único en celebrarse, puesto que también se llevaron a cabo los capítulos de los carmelitas descalzos, de la congregación de Italia, de la orden de las escuelas pías, de la orden de San Pablo o barnabitas, de la orden hospitalaria de San Juan de Dios o “capachos” como también se les llamaba, de la orden de los clérigos regulares teatinos de la calza blanca y la de San Francisco. El agente avisó al monarca que las elecciones realizadas en los capítulos habían quedado sujetas a “[…] la forma en que en estas elecciones se goviernan los cardenales Çivo, Altieri y Carpeña”.83 En julio de 1677, el rey respondía al agente con un pláceme por la elección de Monroy:
[…] natural de Mexico sugeto muy docto y de señalada virtud haviendo sido demas estimazion esta eleccion por lo que la han vatallado franzeses e italianos amparados de muchos cardenales como asimismo por no haver sido esperada de nadie en español de que con todo alboroto me dais quenta esperando me dare por servido de lo que haveis obrado en todos estos negoçios con mira de adelantar quanto pueda ser mayor decoro de mi Monarchia.84
La carta permite afirmar que la candidatura y la elección del fraile fueron parte de una estrategia política ideada por los representantes del monarca en Roma. El agente general, bajo las órdenes del rey, logró sumar el número de votos necesarios para hacer contrapeso a los frailes liderados por los cardenales contrarios al soberano. El cardenal Altieri y fray Juan Tomás de Rocabertí, el general dominico saliente, recién promovido a arzobispo de Valencia, fueron algunos de los personajes que se ocuparon de asegurar la votación en favor de Monroy. Así lo hace notar la carta del monarca al Marqués del Carpio: “dareis a entender me ha sido grato la fineza y celo con que ha obrado en esta ocasión”.85 La documentación muestra que cuando Monroy llegó a Roma,86 la política internacional y el cabildeo de los vasallos de Carlos II fueron los motores de su elección, no ya su origen familiar.
La noticia del nombramiento de Monroy como general de la orden87 fue bien recibida por algunos notables religiosos. El gran maestre de la orden de Malta, en diciembre de 1677, felicitaba al novohispano por su ascenso al generalato.88 No obstante, Monroy enfrentaría complicaciones que, por momentos, hicieron peligrar su relación con el papa y con los miembros de su propia orden a causa de las hostilidades de bandos contrarios al rey. Este ambiente adverso en el que el religioso novohispano llevó a cabo su gestión ha quedado registrado en distintas cartas enviadas tanto por el agente como por el propio fraile al monarca.
Los conflictos internos de la orden de predicadores fueron, en buena medida, reflejo de las rivalidades entre los gobernantes europeos, además de la discordancia de los dominicos italianos hacia las políticas habsbúrgicas. Abordar cada uno de los frentes a los que Monroy tuvo que responder implica necesariamente considerar que, si bien el fraile debió contar con habilidades políticas -y, por supuesto, con conocimientos teológicos y jurídicos-, sus decisiones dependieron de las órdenes del monarca, comunicadas por medio de su agente en la Santa Sede.
El ambiente político continuó en esta tónica, y en 1678 en España se recibía una carta de Roma acerca de la intención del rey de Francia de que un dominico súbdito suyo fuera beneficiado con el vicariato general de la orden.89 El Marqués del Carpio avisaba al soberano español sobre ello, pero también sobre las reacciones del fraile Monroy frente al papado y la intención de los dominicos franceses. El Marqués refería el control papal sobre el general dominico y sobre el comisario general de los franciscanos, afirmando que Monroy “no se atreve a hacer más que lo que quiere el Papa” y sobre los franciscanos decía que, debido a la situación, la “religión pierde y su autoridad es sin diferencia como la de un lego”.90 El Marqués del Carpio completaba su informe con el tema del mandato papal para limitar la concesión de grados de maestro dentro de la orden de predicadores: desde su perspectiva, todo ello era parte del conflicto. El vicariato pretendido por los franceses se debatió en el momento en que el general dominico Monroy planeaba realizar la visita de la orden. Según el propio Marqués del Carpio, él mismo había conseguido la palabra del papa de no imponer al vicario. La respuesta del monarca español en caso de no respetar el acuerdo era resuelta: Carlos II daría la orden a los virreyes de Italia y al gobernador de Milán de no acatar los mandatos de ese nuevo ministro.91
Fray Antonio enfrentó aún más problemas: el papa intentaba interferir en las elecciones de los capítulos provinciales de Nápoles, Sicilia y Calabria. El pontífice solicitó a Monroy presentar la lista de los candidatos para que fuera él quien la aprobara antes del escrutinio, asegurándose así la exclusión de algunos frailes de los cargos, de acuerdo con un breve pontificio del 20 de noviembre de 1677.
Al año siguiente, el mandato papal sobre limitar la concesión de grados de la orden de acuerdo con las necesidades de cada provincia volvió a la mesa. Monroy estuvo encargado de ejercer esa bula papal: según el propio general, el retraso en su aplicación se debió a las “dificultades que podían ofrecerse”, refiriéndose en este punto a la oposición de los frailes a su cumplimiento. Según una misiva del fraile dirigida al monarca, el papa lo había presionado para aplicar la bula y éste no tuvo más remedio que atender los mandatos del sumo pontífice.92 Ello repercutió en la relación de Monroy con sus hermanos de orden: sus adversarios franceses e italianos buscaron formas de hacerse con el gobierno de la orden, o en su defecto controlarlo.
La tensa relación del papado con los frailes desencadenó protestas y disturbios en la celebración de los capítulos. En este contexto y tras varios desacuerdos, en 1680 Monroy decidía renunciar a su cargo, algo que el agente de la corona ya había propuesto al Consejo por considerar deficiente el papel político del fraile.93 En la misiva enviada al Consejo, el general dominico mencionó haber sido víctima de otros agravios, añadiendo que se había visto impedido de cuidar su autoridad debido a que tenía ordenado no salir de Roma por ningún motivo.94 En respuesta, el Consejo argumentó que no estaba enterado de toda la situación, debido a que el Marqués del Carpio no había informado lo que refería el religioso. Sin embargo, los consejeros consideraron que la renuncia de Monroy era innecesaria: el monarca ordenó que se consolara al fraile, que se le ordenara no ausentarse de la ciudad romana y que, en caso de que el papa le hiciera comisión, el general enviara al propio embajador en su lugar para evitar las conspiraciones de los franceses.95 El hecho de que el Consejo de Estado expresara sorpresivamente su desconocimiento de la situación por falta de información deja abierta la pregunta sobre el papel del Marqués del Carpio, enlace con el rey, y de los otros ministros hispánicos en Roma.
Por nueve años, Monroy fungió como general dominico atendiendo distintos asuntos, incluidos algunos relacionados con sus hermanos en las Indias,96 de los que ha quedado registro, en parte, en el cartulario que se conserva del fraile, por el que sabemos que estuvo en comunicación con la provincia mexicana.
En cuanto a la relación del fraile con el monarca y con sus representantes en Roma, sería un eufemismo decir que fue complicada. Si bien Monroy fue en su momento la opción más adecuada para mantener el generalato en manos españolas, lo cierto es que a medida que pasaba el tiempo la efectividad de tal decisión parecía no cumplir con las expectativas. La relación del religioso con el monarca pasaba por el filtro de quienes informaban a éste sobre la situación en Roma, y la opinión que de él tenía el Marqués del Carpio no era buena.
Ante la información enviada por el Marqués del Carpio sobre el desempeño de Monroy, y a pesar de que el monarca había rechazado la renuncia del fraile, pocos meses después Carlos II presentaba al fraile para el obispado de Michoacán, merced que el queretano no aceptó. La renuncia de un cargo de esta naturaleza requería tener argumentos convincentes para dirigirse al monarca, como afirma Fernando de Arbizu, quien ha estudiado la provisión de sedes episcopales en Indias. En este caso, Monroy argumentaba que el propio papa le había prohibido aceptar el cargo en América y abandonar el generalato dominico.97 El rey recibió la noticia y celebró la decisión del fraile:98 la sede michoacana se encontraba vacante, ya que el gallego Francisco de Aguiar y Seixas y Ulloa había sido nombrado arzobispo de México.99
A reserva de conocer más detalles sobre la gestión del fraile,100 es claro que la situación poco debió cambiar. Lo cierto es que el novohispano en sus años al frente de la orden de predicadores adquirió mayor experiencia política, pero también nuevas relaciones que más adelante le serían útiles en la sede compostelana. Monroy había llegado a Roma como destacado miembro de la orden, con habilidades retóricas y reconocida virtud, pero no estaba preparado para enfrentarse al complejo mundo de la política de la Santa Sede, donde los intereses de la corona tenían una importancia supraterritorial. Los documentos remitidos desde Roma al monarca muestran el tipo y nivel de las preocupaciones de la corona: conflictos con Francia, la guerra de Flandes, el temor al Turco en Italia.101
La situación política en Roma respecto a la orden dominica hizo que el soberano propusiera a Monroy para el arzobispado del Apóstol, al parecer, desde 1683, quizá previendo el fallecimiento del prelado en funciones, Francisco Seixas y Losada, al que sucedería sólo un año después.102 En principio, el cargo supone cierto reconocimiento hacia el fraile y agradecimiento por su labor en Roma, pero es necesario conocer las implicaciones que tenía la presentación a uno de los más importantes arzobispados de la cristiandad.
Durante el siglo XVII, sólo una tercera parte de los arzobispados y obispados eran ocupados por regulares -franciscanos y dominicos-, mientras el resto de las mitras se asignaban al clero secular, sobre todo a familias nobles.103 El nombramiento de Monroy obedeció más a las necesidades de la corona que a las de la orden o de la grey: desde la perspectiva del rey y de sus ministros, era necesario un cambio en el gobierno dominico, y ¿qué mejor que concederle al novohispano una salida digna de la ciudad eterna? Monroy contaba ya con más de 50 años, y por lo que se sabe, su salud ya sufría menoscabo. Ello no impidió que en México la noticia se recibiera con entusiasmo: por primera y única vez un novohispano lograría un arzobispado en la península Ibérica. El propio Monroy se dirigió al claustro pleno de la Real Universidad de México y comunicó a la universitas que el rey había presentado al arzobispado a “uno de los hijos desta patria y universidad”, y como tal prometió al claustro “no olvidar a dicha Real Universidad a quien encarga los sujetos de su sagrada religión de Santo Domingo de esta ciudad [de México]”.104
Ahora bien, el proceso para nombrar a un prelado requería de recursos económicos suficientes que procedían de lo acumulado por el pago de la pensión del arzobispo u obispo anterior, abonado a la hacienda de la catedral de la sede que había servido. El monto de la pensión era equivalente a la tercera o cuarta parte de la renta líquida del arzobispo. La cantidad de la pensión se fijaba en Roma, donde el nuevo prelado aceptaba hacer el pago por este concepto.105 Por eso en 1685, cuando el fraile fue designado para ocupar la silla arzobispal de Santiago, el rey habría contado con el dinero necesario para hacer la presentación y obtener las bulas correspondientes.106 Cabe mencionar que la designación como arzobispo trajo consigo un cambio en el tratamiento de Monroy: en principio, a partir de entonces y ante la corona dejaba de ser tratado como fraile, aunque en diversos documentos compostelanos siguieran refiriéndose al novohispano como fray.
En marzo de 1686, se trató en el seno del Consejo de Estado sobre el memorial presentado por la orden de predicadores en el que se quejaba del “[…] miserable estado a que se hallan reducidas sus dependencias en Roma, [con la] novedad que intentan algunos religiosos italianos separarse de su observancia”, ello poco antes de llevarse a cabo el capítulo general donde se habría de renovar el generalato.107
En este estado de cosas, y a pesar de los problemas que, según el embajador, el novohispano no había podido resolver de manera satisfactoria, los dominicos se dirigieron al rey para que éste solicitara a fray Antonio de Monroy que presidiera el capítulo, en un intento por evitar la llegada de un religioso francés al cargo. El hecho de que los dos últimos generales de la orden hubieran sido del bando español y fueran luego promovidos a sendas sillas arzobispales había generado, según el embajador, “discursos” acerca de la manera en que el monarca utilizaba un cargo “tan grande” por su perpetuidad, contribuyendo a que la balanza se inclinara en favor de los franceses. Aun así, Monroy contaba con el reconocimiento de buena parte de su orden y con el más importante, el del propio monarca: en abril de 1686, el rey escribió a su nuevo agente general, Francisco Bernardo de Quiroz, ordenándole proponer al novohispano cuando se creara el cargo de “cardenal de corona”.108
A pesar de las noticias recibidas en Madrid acerca del desfavorable ambiente político,109 el Consejo decidió que de cualquier manera debían lograr que un vasallo de la monarquía ocupara el cargo que dejaba Monroy, a lo que don Pedro de Aragón, consejero, sugirió encargar al agente en Roma influir en las elecciones, pues alemanes y españoles juntos obtendrían mayoría en la votación. Lo propuesto por el consejero fue aceptado por el pleno. Días después, el monarca escribió a Monroy pidiéndole hacer lo posible para lograrlo, informándole que Quiroz sería el encargado de asistirle en esa misión.110 El soberano le rogó no partir a Compostela antes de la elección: los esfuerzos fueron en vano, ya que ni el bando del rey ni el fraile lograron evitar el triunfo del francés fray Antonin Cloche. No obstante, el monarca agradeció a cada uno de sus ministros haber intentado mantener el cargo de la orden para España. Carlos II expresó su desconfianza hacia el fraile electo y ordenó al agente Quiroz lo siguiente: “os mantendreis sin manifiestar sentimiento por el suceso, estando en la mira para observar” y, por supuesto, informar.111 Al parecer, Monroy mantenía buena relación con el nuevo general dominico, quien más tarde escribiría con respeto y estima sobre el novohispano.112
No obstante el difícil periodo de su gestión, el fraile queretano dio muestras de servir al soberano hasta el último momento, por lo que recibió el cargo de arzobispo e incluso fue propuesto como cardenal de corona. Sin embargo, su nombramiento puede tener otra lectura: apartar al fraile de un centro político de primer orden y enviarlo a una silla como la de Santiago que, según Francisco Alcaraz Gómez, como merced, más que ser un ascenso era un destino de jubilación.113 Después del triunfo francés en el generalato dominico, Monroy se encaminó a Compostela. Pero antes haría una parada en Madrid, ya que tendría audiencia con el rey.
LA MITRA COMPOSTELANA
En septiembre de 1685 el rey avisaba al deán y cabildo del nombramiento de Monroy, y la ceremonia de posesión se hizo en octubre de aquel mismo año, para lo cual el fraile había dado poder al deán, al chantre y al prior de Santiago.114 El arzobispo empezó por atender ciertos asuntos a distancia. Se preparó para ir a Galicia, para lo cual solicitó al nuevo general dominico permitir que una serie de frailes viajaran con él como familiares.115 Antonio de Monroy arribó a Galicia casi dos años después, y en diciembre de 1686 presentó la jura y tomó posesión del cargo.116 Antes de iniciar con la gestión del prelado, es preciso explicar, de manera sucinta, cómo estaba conformada la Iglesia gallega y cómo funcionaba la catedral compostelana para contextualizar el cargo que serviría el religioso.117
El Reino de Galicia contaba con cinco diócesis bajo la jurisdicción del arzobispado. Si bien el cargo que recibió Monroy era superior en jerarquía al de los obispos de Galicia, tendría que negociar, además de con los prelados, con las familias que tradicionalmente ocupaban estos espacios. Ya en el siglo XVI, los linajes predominantes en los cargos del cabildo de Compostela eran gallegos. Para el momento en que el novohispano fue designado en la arquidiócesis, el número de capitulares locales había aumentado y en la primera mitad del siglo XVIII llegaría a ser el 58%. María Seijas Montero señala que desde inicios de la centuria se da un “proceso de galleguización” del cabildo y que la mayoría de estos capitulares pertenecía a un mismo grupo familiar. Por supuesto, la provincia de Santiago es la que tuvo mayor presencia, pero también hubo capitulares procedentes de La Coruña, Lugo, Tui, Orense y Betanzos; el resto de los ministros fueron, en orden del número de capitulares, castellanos, andaluces, asturianos, vascos, leoneses, navarros, extremeños y valencianos.118
La tumba del apóstol Santiago llevaba siglos consolidada como destino de peregrinación. Los ingresos del arzobispado procedían de distintos ámbitos productivos del reino, pero también de territorios fuera del reino gracias al voto de Santiago.119 El arzobispo tenía también reservada la asignación de algunos cargos dentro del cabildo, privilegio que podía turnarse con el papado, dependiendo del cargo y de la época del año en que quedara vacante alguna prebenda o dignidad.
El aparato administrativo de las arquidiócesis hispánicas era amplio y complejo. En Santiago, la catedral contaba, según Arturo Iglesias Ortega, con un clero mayor compuesto de las dignidades, un clero intermedio conformado por los canónigo y racioneros, y un clero menor donde se encontraban el sochantre, los racioneros cantores y músicos, los dobleros, los capellanes, los clérigos de coro, los racioneros de Sancti Spiritus, los mozos del coro y los acólitos; junto a todo este cuerpo eclesiástico se encontraban los oficiales encargados de labores operativas.120
Antonio de Monroy recibió una catedral cuya dinámica económica y política estaba bien establecida, con un clero sin formación académica profesional controlado por familias gallegas y, en menor medida, castellanas. Sobre el periodo en que Monroy fue arzobispo, los papeles encontrados que se refieren al fraile se multiplican, dispersos por todas las secciones de un acervo catedralicio en continua organización,121 pero también por el archivo diocesano y por otros repositorios, tanto gallegos como españoles y romanos. La consulta de la historiografía sobre la Iglesia, y en particular los estudios sobre la catedral, así como aquellos sobre el cambio de siglo y la propia Guerra de Sucesión, es fundamental para realizar un estudio sobre el periodo en que Antonio de Monroy sirvió como arzobispo.
Una revisión de esos documentos dispersos permite apuntar varios aspectos a estudiar de los casi 30 años en que el queretano sirvió el cargo. En primer lugar, se tratará sobre las actividades y atribuciones propias de su nombramiento, como las visitas o las asignaciones de cargos, y la vigilancia del cobro del voto de Santiago y otros impuestos. Estas obligaciones llevaron a Monroy a entablar varios pleitos que serán abordados de manera general. Se tratará también la relación del arzobispo con el cabildo de la catedral, que fue complicada y por momentos tensa. Más adelante, me ocuparé de la relación del novohispano con los poderes públicos, aspecto que muestra el escenario político al que el prelado se enfrentó en más de una ocasión. La experiencia del ministro en Roma le retribuiría vínculos político-sociales que mantendrá desde tierras gallegas, pero también en otros territorios y en todos los niveles jerárquicos, sin abandonar sus lazos familiares en Nueva España. Finalmente, aunque son bien conocidas las fundaciones y obras pías del fraile, es necesario abordar el mecenazgo del prelado, sobre todo porque fue la estrategia para crear su propia imagen y porque buena parte de su herencia fue causa de nuevos pleitos a su muerte.
La mitra compostelana implicaba la obligación de asegurar el respeto a la jurisdicción de la dignidad. Como arzobispo, Monroy también era señor de la ciudad, debía realizar la visita a todos los territorios arzobispales, informar sobre ello y vigilar el pago del voto. A cambio, tenía un salario, la catedral debía cubrir los gastos propios del arzobispo y de sus familiares, y podía designar a clérigos para ocupar algunos cargos. Por supuesto, debía oficiar en fechas específicas y contener el avance de las herejías. Una de las series documentales importantes para conocer los ingresos económicos de un arzobispo procedentes de las cuentas de la catedral son los libros de fábrica, que permiten calcular los ingresos del prelado. Monroy debía pagar 19 800 reales anuales de pensión, cantidad que se mantuvo desde su nombramiento y hasta 1713. Si esta cantidad equivalía a un cuarto de la renta líquida de los arzobispos, Monroy podría haber obtenido 79 200 reales de renta anual.122
Las visitas ad limina eran los viajes que los prelados tenían que realizar para visitar los templos de San Pedro y San Pablo en Roma, informando de paso sobre el estado de sus diócesis o arquidiócesis. Monroy delegó estas visitas en procuradores, enviando con ellos a la Santa Sede sus informes, cuatro de los cuales se ha encontrado copia en el Archivo Diocesano de Santiago.123 La estructura y el contenido de estas visitas es muy homogéneo y prácticamente no varía: se enumeran los obispados, se describe la organización del gobierno catedralicio, de la Universidad y de los colegios, de los hospitales, y de las instituciones o lugares que no fue posible visitar. La primera visita se llevó a cabo en julio de 1690, para la cual Monroy nombró a Juan Suárez, canónigo de la catedral, debido a que él se encontraba indispuesto.124 Dos años después, en septiembre, se realizó la segunda visita, encargada al doctor Andrés de Espino Andrade, ministro de su confianza, a quien había defendido en la pugna por una beca en el Colegio de Fonseca.125 Para ello, meses antes, el 8 de marzo 1692, expidió una pastoral que aún se conserva en la que el prelado convocaba a todos los “fieles cristianos y moradores, estantes y habitantes” de la ciudad y del arzobispado para que le informaran de cualquier pecado público cometido por los rectores, capellanes, sacristanes u otros clérigos, y sobre la puntualidad en el cumplimiento de sus obligaciones.126 En principio, para llevar a cabo cada visita el arzobispo debería haber publicado una pastoral, pero sólo se conservan esta y otra de 1698, emitida seguramente previendo la siguiente visita.127
En 1699 se realizó la tercera visita, asignada al procurador Juan Martínez de Larraga, ya que el arzobispo se encontraba enfermo de nuevo, hecho que quedó asentado oficialmente. El médico Domingo San Jurjo y Arellano, catedrático de prima en la Universidad y médico del Real Hospital de Santiago, afirmó que Monroy no podría hacer “jornada alguna, aunque sea en distancia de quatro leguas”, debido a los “penosos achaques, y actualmente está padeciendo, como accidentes epilépticos, de que se podía temer sobreviniere apoplegia, o perlesía […]”.128 El documento evidencia que la salud del fraile se había deteriorado durante el tiempo que llevaba sirviendo la provincia; no era la primera vez que se encontraba indispuesto y un herpes le impedía levantarse de la cama desde dos años atrás. El mismo año de su muerte se registró una visita más, nuevamente realizada por un procurador: el canónigo Fernando Miranda.129 Monroy, a pesar de sus padecimientos, gestionó cada visita a los territorios del arzobispado. En las cuatro ocasiones el prelado halló entre el personal de la catedral o entre sus allegados a quienes sirvieran como procuradores para cumplir con esta labor. Aún está pendiente realizar un estudio completo sobre las visitas, sus incidencias y los detalles de sus informes.
La figura arzobispal contaba con la atribución de asignar o proponer a personas para ocupar distintos cargos, tanto en la administración eclesiástica como en la civil urbana. Monroy ejerció este derecho y asignó a distintos personajes las sillas dentro del cabildo, pero también fuera de él. Por ahora sólo mencionaré que es común encontrar, en distintos acervos documentales, nombramientos de regidores, jueces ordinarios o alcaldes en Santiago y en otras ciudades o villas, lo cual podrá contribuir a reconstruir el establecimiento de una red social que el ministro se ocupó en mantener y ampliar.130 Dentro de la catedral, los nombramientos que se realizaron durante su gestión se registraron en el libro “Posesiones y muertes”, cuya información permite conocer detalles acerca de los miembros de la Iglesia compostelana, entre los que se encuentran personajes más próximos a Monroy: entre 1685 y 1715 realizó un total de 215 nombramientos, algunos de ellos atribución exclusiva del arzobispo.131
La vigilancia de la recaudación de los ingresos del arzobispado era una de las obligaciones del prelado. Por ello, aun desde la distancia, el fraile se ocupó de dar seguimiento al remate de las rentas de la merindad de Noia por un total de 1 020 reales de vellón por un año, negocio que realizó Jacinto Suárez, administrador de las rentas de la dignidad, en nombre del arzobispo.132
Monroy interpuso distintos pleitos contra diferentes gremios, instituciones locales o comunidades que se negaron a pagar el voto de Santiago. Cuando fue nombrado, el monarca le había solicitado explicar qué acciones llevaría a cabo para evitar el fraude a la Real Hacienda por los ingresos libres de sisas de millones; así se lo hizo saber al deán y cabildo, por medio de una carta en 1686.133 Los límites jurisdiccionales del arzobispado también ocuparon a Monroy; ejemplo de ello es el pleito contra Inés Saavedra Mariño, viuda de Bernard Lauces Sotomayor, para reivindicar “el lugar y casal” de Lestrobe en Santa María de Dodro.134
En 1699, junto con el cabildo, Monroy entabló un pleito contra los concejos y vecinos de las villas castellanas de Valdastillas y Matapozuelos, en razón de una sentencia de 1531 que obligaba a estas localidades a pagar el voto de Santiago en grano. Los vecinos argumentaron que estaban bajo jurisdicción del obispado de Palencia hasta la creación del de Valladolid.135 La documentación contiene interesantes argumentos legales, e incluso traslados de bulas y privilegios reales que Monroy esgrimiría más tarde, en la primera década del siglo XVIII, durante el conflicto del rey contra el papa.136
Las actividades del prelado se desarrollaron en el palacio arzobispal, donde vivía con su corte, formada en su mayoría por padres de su religión, y donde se empeñó en vivir de manera austera. Las descripciones sobre su persona destacaron su “pobreza” dominica, para algunos no virtuosa, sino exagerada: “su familia es la bastante, pero los tiene tan obligados a ser hermitaños que todos andan hambrientos y mal vestidos y tan ocupados que a los paxes los trae con un libro en las manos, y le están leyendo noche y día”.137 El novohispano se propuso mostrar una imagen de pobreza de sí mismo que abarcaba a toda su corte y al resto de los ministros, contrastando con las ingentes cantidades de dinero que empleó en obras pías o para fiestas. Ofelia Rey afirma que estos comportamientos públicos hicieron de Monroy “el prelado más conocido de este periodo y el que más controversia ha generado, ya entonces, y si sus panegiristas alabaron y alaban su austeridad y su rigorismo, otros lo tildaron de hipócrita y nepotista”.138
En cuanto a la relación del arzobispo con el cabildo de la catedral y con los obispos sufragáneos fue, como en el caso de otros prelados, en ocasiones tirante. El gobierno de la catedral era un núcleo cerrado, controlado por familias locales, pero Monroy logró incluir a algunos de sus allegados, como Francisco Verdugo, quien alcanzó el deanato de Santiago, o José Jaspe Montenegro, quien además fue nombrado obispo auxiliar en 1705.139Verdugo sería un personaje clave en la gestión del prelado y también en la ejecución de su última voluntad.
Desde el inicio de su nombramiento y desde la distancia, Monroy mantuvo comunicación constante con el deán y con el cabildo. Entre septiembre y noviembre de 1686, escribió distintas cartas al cabildo, algunas desde Roma y otras desde Madrid, donde pasó unos meses antes de llegar a su destino: el arzobispo había planeado estar en la capital únicamente unos días para dar las gracias al rey,140 pero un mes después, avisó a los capitulares compostelanos el retraso de su viaje debido “a el accidente de vnas tercianas que me han molestado estos dias, y de que quedo mejorado aunque postrado”. Aunque seguían realizándose nombramientos en Santiago previa consulta a él, pidió suspender las oposiciones para ocupar beneficios curatos que estaban vacantes.141 Días después escribía de nuevo al cabildo, refiriendo nuevos molestos achaques, y solicitando que se adelantara el nombramiento como primer ministro, gobernador y provisor en favor del licenciado Jacinto Zapata, canónigo de Santiago, a quien Monroy había elegido para tales cargos.142
Antonio de Monroy llegó a Santiago en julio de 1687, pocos días antes de la celebración del Apóstol. La primera vez que asistió al cabildo fue en la sacristía de la catedral el día 18 de dicho mes y año. En presencia de su presidente José Manuel Peralta, del chantre Pantaleón de San Miguel, de los cardenales Felipe de Navia Mariño y Juan Antonio Fernández de Tavera, del arcediano de reina Martín de Mier, del arcediano de Luou José Andiano, del prior Pedro de Navia y Muñoz, del prebendado penitenciario Juan Belo y de otras tres dignidades: “Y estando ansi juntos; entro don Andres de Pedraxas sercretario de su Ilustrisima, el señor Arçobispo Don Fray Antonio de Monroy con legancia de su Ilustrísima dio las graçias de la riqueza con que el cavildo avia obrado en el entierro de el señor Don Jazinto Zapata, canonigo de la Santa Iglesia de Leon provisor que a sido de esta çiudad y arçobispado”.143
La asistencia del arzobispo al cabildo no era común, por lo que estos actos eran dignos de ser recordados. Es en las actas capitulares donde se encuentran registradas estas informaciones: se trata de diez libros de actas que cubren el periodo entre 1684 y 1716.144 En ocasiones las noticias son breves, pero hubo asuntos que ocuparon al cabildo varias sesiones, por lo que las actas son también parte de los documentos a partir de los cuales es posible conocer más en detalle la gestión de Monroy y su relación con los capitulares. En 1698, estos le enviaron una misiva en la que exponían los problemas que generaba su ausencia de los actos públicos, pero sobre todo su incapacidad para atender los asuntos más cotidianos de su cargo, dejándolos en manos de sus criados145 Cabe mencionar que fue en el siglo XVIII cuando la figura del arzobispo apareció con mayor frecuencia en las actas de cabildo, debido principalmente a la pugna sucesoria, pero también a la batalla de Rande (en 1702, en la ría de Vigo) contra la flota combinada angloholandesa y al conflicto fronterizo entre España y Portugal, asuntos que requerían del arzobispado que proporcionara la necesaria ayuda económica a la corona, además de las cotidianas rogativas por el bienestar del rey, su familia y la monarquía.146 La lectura de las actas de cabildo muestra también el papel de Monroy en la resolución de algunas controversias teológicas, como la abierta con el colegio jesuita a raíz de un sermón pronunciado en el colegio y que iba contra el dogma del Jubileo, conflicto en el que el prelado intervino directamente.147 Las quejas de los capitulares que acusaron el abandono de sus obligaciones como arzobispo, no impidieron que cuando éste solicitó ser destinado a Nueva España el cabildo se opusiera a su traslado, debido a la fuerte derrama económica que el criollo dejaba en tierras gallegas para obras pías.148
Sobre las relaciones del prelado con los poderes públicos urbanos, se puede afirmar que no siempre fueron buenas. Al igual que en el cabildo eclesiástico, las instituciones eran gestionadas por familias locales y algunas castellanas. Al poco tiempo de llegar a Santiago, Monroy desafió a los oidores de la audiencia del reino, a quienes en 1688 les había negado “puerta y silla”, considerando que no era necesario que lo visitaran. Los ministros se quejaron ante el propio Consejo de Castilla: el arzobispo mostraba una posición frente al poder civil que más tarde le traería mayores problemas.149 Ante este clima hostil -tanto en lo político como en lo meteorológico-, en junio de 1689 presentó su primera renuncia al cargo, rechazada por el monarca ipso facto.150 Monroy debió permanecer en el cargo, y en abril de 1690 fue anfitrión de la visita de la reina gobernadora Mariana de Neoburgo a la tumba del Apóstol.151
La injerencia del gobierno civil en la jurisdicción del arzobispado generó conflictos entre el prelado y miembros de la audiencia. En 1702, Monroy escribía al rey: “Con lagrimas y con imponderable dolor llego a los P[ie]s de V[uestra] Mag[esta]d con esta mi representacion ya que mis años y mis achaques no me permiten ir en persona a ponerme a ellos, y explicar reverente y humilde la Causa de mi queja, y de mi Sentimiento[…]”.152 Se trata de una queja que el prelado interpuso contra el oidor Juan de Maeda, quien había acudido a Santiago para ejecutar un acuerdo de la audiencia, cuestionado por Monroy, sobre el ejercicio de la jurisdicción civil y criminal en la ciudad. El arzobispo excomulgó y apresó al ministro mientras realizaba la consulta al rey e incrédulo argumentaba que ni el monarca ni el papa podían despojar de su jurisdicción a la mitra. La sentencia final, dada en 1706, obligaba al arzobispo a acatar la ley y a retirar la excomunión que había impuesto a Maeda.153
Los pleitos jurisdiccionales fueron comunes en el arzobispado: el caso de Monroy no fue excepcional, pero es importante dar a conocer su postura sobre la injerencia en su jurisdicción. El largo expediente sobre el pleito con el oidor ofrece información acerca de los argumentos jurídicos utilizados por el novohispano para defender su iurisdictio en lo civil y en lo criminal sobre la ciudad y en el arzobispado.
Los beneficios y el rango de autoridad de un arzobispo le permitían influir e intervenir en una amplia variedad de espacios. En 1691, Andrés de Espino Andrade fue despojado de una beca en el Colegio de Fonseca, por lo que recurrió a Monroy.154 El prelado, quien litigó en el caso, expidió un auto de prisión contra Felipe Gil Taboada, rector del colegio, y contra el colegial Ángel de Lema, quienes habían desobedecido el auto en que se exigía devolver la beca a Espino. Ello convirtió a los colegiales, uno de los grupos más poderosos de la ciudad, en enemigos de Monroy, a tal grado que el hecho generó una verdadera batalla entre el prelado y los colegiales, quienes publicaron el “Manifiesto legal en que se funda la omnímoda exempcion de la jurisdicion ordinaria del Arçobispo que tiene dicho Colegio”. Según este panfleto, el rector afirmó en presencia de Monroy que el caso había sido enviado a la audiencia, por lo que no era posible restituir inmediatamente la beca a Espino. El prelado acudió al colegio en compañía de hombres armados, por lo que desde el edificio fueron lanzadas piedras y “algunas bocas de fuego”; en respuesta, Monroy ordenó traer carabineros, echó abajo las puertas del colegio y atacó a los colegiales, hiriendo a uno de ellos. Añade el texto que los familiares del arzobispo “robaron muchas alhajas, y se destruyeron muchos libros de valor, que obligaron à los Colegiales à echarse por las ventanas, y que prendieron à tres que hallaron, y al Doctor Azebo, uno de ellos pusieron en la Carcel publica, que restituyeron Beca al Doctor Espino”.155 Monroy negó estas acusaciones y aprovechó para ofrecer argumentos en su favor y el de Espino: en su carta muestra un amplio conocimiento de la legislación universitaria y de la autoridad del arzobispo. Quizá debido a este problema, pero también al clima gallego, el arzobispo solicitó al rey una permuta al año siguiente. Según Monroy, el arzobispo de Lima deseaba ocupar un cargo en España, por lo que le propuso al rey apartarse de la silla compostelana y ocupar la limeña.156 Esta propuesta permite preguntarse por los padecimientos del novohispano, quien hubo de recurrir a un procurador para hacer la visita en su nombre: ¿sería posible que el prelado realizara tan largo y peligroso viaje aún enfermo?
Sin embargo, no todo fueron pleitos. La relación del dominico con los pueblos y villas que conformaban su arquidiócesis fue muy cordial en ocasiones: por ejemplo, Monroy concedió fuero a los vecinos de Porto do Son en 1698,157 y a don Bernardo de Hermida y Veiga, don Gonzalo Fernando de Porras y don José de Catalán, señores de los pazos o casas de Rosendo, de Ranido, y de la feligresía de San Pedro de Sarandón.158
Ante los intentos de renuncia del prelado y las enfermedades que padecía, en 1705 el monarca tomó la decisión de que se le nombrara un obispo auxiliar, situación poco común: sería el doctor José Antonio Vázquez Jaspe Montenegro, canónigo lectoral que había ido ascendiendo en el cabildo llegando a servir como chantre a partir de 1708 y hasta su muerte, acaecida el mismo año que la de Monroy.159 Dadas su cada vez peor relación con el cabildo, su avanzada edad y sus enfermedades, Monroy intentó renunciar al cargo una vez más en 1708. Como respuesta, el monarca Felipe V le ordenó no abandonar la catedral, ya que el gobierno de la arquidiócesis no peligraba, pues contaba con un auxiliar.160
La relación del prelado con el monarca transitó por distintas etapas, determinadas tanto por el contexto internacional como por la gestión de Monroy en los dos cargos que sirviera en Europa. En un primer momento, Carlos II confió al novohispano el generalato de la orden, pero su inexperiencia en la política de Roma y las quejas del agente general en aquella ciudad, hicieron que el monarca lo apartara del cargo. En la periferia de la política, debido al centralismo del estado, Monroy acudió al monarca y a los distintos consejos en busca de apoyo -o incluso rogando- para ser trasladado a América. Nadie atendió a sus peticiones. La insistencia del prelado por volver a las Indias, sobre todo si se considera el mal estado de salud que le afligía, hace pensar en que quizá esperaba ser premiado con un arzobispado en México o en Lima.
Hacia el final del siglo XVII, España entraba en un complejo debate por la sucesión de la corona. Las negociaciones y la intriga generaron inestabilidad política, alcanzando el estado de guerra abierta. Este proceso lo vivió el novohispano desde la capital compostelana, siempre en comunicación directa con el monarca, aunque no sin desacuerdos. Santiago era uno de los arzobispados cuyas posesiones generaban mayores riquezas, por lo que tanto Carlos II como Felipe V no dejaron de solicitar al prelado compostelano contribuir económicamente a la causa de la corona, con varios frentes abiertos.161 Ante la batalla de Rande, el prelado respondió ofreciendo al rey recursos para formar compañías de caballos y defender los puertos, pidiendo a cambio ser él mismo quien hiciera parte de los nombramientos, de lo cual ha quedado constancia en las cartas que el monarca envió al arzobispo.162
La buena disposición de Monroy para colaborar con el monarca le facilitó la obtención de mercedes reales. En 1703 y 1704, el prelado recibió dos cartas firmadas por la reina María Luisa de Saboya, en las que le comunicaba su disposición a atender la petición del arzobispo de un cargo en las audiencias novohispanas para un pariente suyo: la merced le fue concedida y Agustín Barrientos obtendría una plaza en la audiencia de Manila.163
La sucesión generó incertidumbre en Galicia, donde el nuevo rey, que se había comprometido a mantener el orden en los territorios del reino, empezó a impulsar modificaciones, primero en el ámbito militar y más tarde en la administración: se estableció el sistema de intendencias, que generó descontrol en la gestión de la hacienda, y ya a finales de la primera década del siglo XVIII, se sucedieron una epidemia y una crisis agraria que dieron lugar a motines en la ciudad portuaria de La Coruña y en la capital del reino, Santiago.164
El arzobispo apoyó la causa de Felipe V, pero esta sana cordialidad nacida entre el monarca y el arzobispo se deterioraría rápidamente: Monroy se habría de posicionar junto al papado en su conflicto con el monarca, quien tomó la decisión de suprimir toda representación de Roma en sus territorios. Este hecho motivó al fraile a escribir una de sus cartas más famosas, defendiendo la primacía del papado frente al regalismo borbónico en 1709.165 La epístola tuvo tal impacto que incluso el rey restableció las relaciones con la Santa Sede, pero quizá por ello el soberano no volvió a considerar el regreso de Monroy a Nueva España. Desde la alejada Galicia, Monroy sólo tenía una forma de seguir participando del juego de la política: escribía constantemente a distintos personajes de la nobleza, a quienes felicitaba por la navidad o por el nacimiento de un nuevo miembro de la familia real, u ofrecía sus condolencias por la muerte de cualquier descendiente o pariente de un monarca.166
EL LEGADO DEL ARZOBISPO MONROY EN GALICIA
El impulso y establecimiento de fiestas y culto a reliquias en Nueva España por parte de los prelados novohispanos en el contexto de la contrarreforma, estudiado por Antonio Rubial, fue una estrategia que el prelado aplicaría en Compostela con el apoyo de su familia. Antonio de Monroy había patrocinado distintas obras a lo largo de su gestión, pero muchas de ellas las realizó hacia el final de su vida. Estas obras pías le habrían de dar más fama a la postre, especialmente por las grandes cantidades de dinero desembolsadas en instituir fiestas, arreglar retablos y fachadas, fabricar alhajas para el Apóstol o donar un órgano para la catedral, construir escaleras y capillas… Una de estas últimas, la del Pilar, alberga sus restos.167
En “Fundaciones del sr. Monroy”, que es el único legajo del fondo homónimo en el archivo de la catedral, se encuentran las escrituras de fundación firmadas por el ministro, incluido el poder que otorgara en favor de Francisco Verdugo para que éste redactara las cláusulas correspondientes a su última voluntad respecto de sus bienes, todos ellos destinados a obras pías.168 El queretano patrocinó fuera de la catedral obras como la reconstrucción del convento dominico de monjas de la ciudad, hizo donaciones al colegio de la Compañía de Jesús de Pontevedra, donde tenía su segunda residencia, y pagó la reconstrucción del convento franciscano de Santiago, entre muchas otras.169 El análisis del contenido iconográfico de las obras patrocinadas por Monroy complementaría el exhaustivo trabajo sobre el mecenazgo realizado por Ríos Miramontes, ya que sería posible establecer los objetivos políticos y teológicos del novohispano. Será necesario reconstruir el mecanismo específico utilizado por la familia del prelado para enviar dinero y promover no sólo al fraile sino a todo el linaje. El mecenazgo constituyó una de las prácticas comunes en el Antiguo Régimen, tanto entre particulares como entre miembros del clero. Su propósito era obtener y consolidar el prestigio en vida, extendiéndolo al linaje de mecenas y patronos, por lo que era también una inversión para ser rememorado. Las historias comparadas de los criollos letrados novohispanos muestran que, en su afán de ascenso social, buscaron servir cargos y ser reconocidos por medio de sus obras, de su legado, algo sólo posible si se pertenecía a una familia con un patrimonio suficiente y, en pocos casos, contando con suerte, como lo ha mostrado Enrique González en su trabajo sobre el doctor Juan de Narváez, quien llegará a ser rector de la Universidad mexicana, y sobre “el cosmógrafo real” Carlos de Sigüenza y Góngora.170 La familia Monroy patrocinaba obras pías en Compostela, pero también mantenía vínculos con algunos de los conventos de monjas más importantes de Querétaro y de México,171 obras pías en tierras novohispanas que aún están por ser estudiadas.
El prelado murió en noviembre de 1715: el cabildo ordenó que se aplicaran los “quinçe mil y tantos reales” que dejó para que el siguiente año se realizaran misas en su recuerdo.172 Algunas de sus donaciones continuaron siendo parte de los asuntos de la catedral, como la reclamación de las monjas capuchinas sobre el caudal que el arzobispo les había heredado. Entre 1716 y 1720 se llevó a cabo el pleito impuesto por la comendadora y religiosas del convento de la Encarnación de Santiago de Compostela, de las mercedarias descalzas, contra el defensor de los bienes del espolio del fraile.173
CONCLUSIONES
El fraile dominico, nacido en Querétaro pero formado intelectualmente en la Ciudad de México, próximo a las más altas autoridades del virreinato gracias a su familia, pero también gracias a sus dotes como teólogo, llegó a ser parte del gobierno de la orden de predicadores en la Nueva España. Su estancia en Roma, al principio temporal, lo pondría en circunstancias políticas que lo beneficiarían de manera extraordinaria, alcanzado el generalato de su orden. A partir de entonces, su carrera será ejemplar para otros frailes criollos y una de las “glorias” no sólo de su orden, si no de Querétaro, de la Nueva España y de toda la América hispánica. Por ello, la vida del fraile Monroy también pasó a ser parte de la construcción de la identidad novohispana. Más aún cuando Monroy fue designado arzobispo de Santiago de Compostela.
La historiografía mexicana no ha dejado de mencionar el hecho, pero es la bibliografía gallega la que ha estudiado parte de su gestión en Santiago. Escribir una historia sobre el entorno político-cultural de un personaje de esta talla implica una investigación que trasciende las fronteras mexicanas y españolas, pues aún hace falta analizar, de forma sistemática, los documentos romanos para reconstruir su labor como general de la orden de predicadores.
Como se ha señalado, el siglo XVII es quizá la centuria menos estudiada de la época moderna, mientras que sobre la Guerra de Sucesión se han publicado estudios acerca de aspectos bien conocidos, como el asunto catalán y el interés de Francia en el comercio con América. Sin embargo, la historiografía ha puesto poca atención en algunos de sus personajes clave, como el propio secretario del rey, el cardenal Portocarrero,174 y menos en los obispos gallegos, contemporáneos a Monroy. La falta de investigaciones sobre ministros de la Iglesia en este periodo no permite, por ahora, plantear comparaciones y mucho menos relaciones entre éstos y su postura ante el conflicto sucesorio.
La dimensión trasatlántica en el análisis del papel de los novohispanos en la administración de los territorios de la monarquía ha sido tema de algunos trabajos que centran su atención, por obvias razones, en los peninsulares asentados en Nueva España. Además de Monroy, sólo Agustín Lezo Palomeque, nacido en Lima y arzobispo de Zaragoza (1783-1796), y Juan Manuel Moscoso y Peralta, natural de Arequipa y que fue designado arzobispo de Granada (1789-1811) habían logrado, siendo americanos por nacimiento, llegar a tan altos cargos en la jerarquía eclesiástica peninsular, poniendo en evidencia las relaciones entre los centros de poder político y el poderío de algunas familias. Ambos prelados cuentan con biografías que habrá que valorar historiográficamente para empezar a plantear estudios comparados.
Aquí se han tratado los distintos aspectos en los que deberá profundizarse con base en los documentos dados a conocer, con la idea de avanzar en el conocimiento de la América hispánica. Porque esta es también una historia de los virreinatos. Una historia que continúa en desarrollo, ya que este es el primer avance de lo que considero podrá ser una biografía integral que incluya todas las facetas de Antonio de Monroy.