Al festejarse la publicación de los 200 números de la revista Historia Mexicana en 2001, se elaboró un número especial dedicado a otras revistas de historia publicadas en México. A juicio de Javier Garciadiego, tres publicaciones estuvieron ausentes: la Revista de Historia de América, Cuadernos Americanos y Mexican Studies. La primera, fundada en 1938 por Silvio Zavala, era importante porque a pesar de que trataba de un ámbito continental, sirvió “como único laboratorio en el que se formaron, redactando notas y reseñas, varios de los jóvenes historiadores mexicanos de entonces”.1
En efecto, como se señala en las siguientes páginas, la Revista de Historia de América (RHA) fue un antecedente importante no sólo porque en ella participaron algunos maestros y numerosos estudiantes del Centro de Estudios Históricos (CEH) de El Colegio de México. En ella se practicó de manera sistemática el ejercicio de la lectura y la crítica de documentos, para formar historiadores vinculados a la investigación. Sentó las bases de los elementos que debía componer una revista académica de y para profesionales: una publicación que formara al lector especializado por medio de una alta dosis de documentos para sustentar las ideas; un enorme repositorio de libros y artículos de historia para leer y criticar; un espacio donde recordar y homenajear a los historiadores fallecidos; y, por último, un centro de noticias sobre lo que acontecía en el ámbito institucional en el continente. Así, para 1951, cuando se fundó Historia Mexicana, la publicación era un modelo a seguir o superar de lo que debía ser una revista dedicada a profesionalizar la historia.
Cabe aclarar que, dada la extensión de este trabajo y a que el análisis de esta publicación es objeto de un estudio mayor,2 nos limitaremos a señalar en los primeros dos apartados algunos aspectos de la publicación que permiten delinear sus rasgos más importantes, para a continuación puntualizar la participación de maestros y alumnos del CEH.
Una revista científica y americana
En 1937, los historiadores Silvio Zavala y Lewis Hanke visitaron al geógrafo Pedro Sánchez, director del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), para proponerle fundar una publicación de historia que tuviera alcance continental. La reunión dio muy buenos resultados y al año siguiente apareció el primer número de la revista. Para comprender su origen es necesario enunciar tres aspectos significativos de su contexto.
De inicio, la profesionalización de la historia en México, la cual tuvo su mayor auge en las décadas de 1930 y 1940.3 Este proceso se asocia a la fundación de instituciones académicas: Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (1935), La Casa de España (1938), el Instituto nacional de Antropología e Historia (1939) y El Colegio de México (1940).4 Se vincula también con la aparición de revistas académicas, como un medio asociado a la sistematización de la enseñanza de la historia como profesión, lo cual a su vez aumentaba la producción académica de los historiadores.5
Al decir de Luis González, durante esta “fiebre de las fundaciones” se crearon “albergues de la cultura humanística y particularmente cliomática”. El signo de cambio impactó también en el mundo editorial. Se crearon Porrúa, Fondo de Cultura Económica (con su publicación El Trimestre Económico), Jus y la imprenta de la UNAM. Aparecen publicaciones periódicas especializadas: Boletín del Archivo General de la Nación (1930), Ábside (1937), Divulgaciones Históricas (1939), Revista de la Facultad de Filosofía y Letras (1941), Cuadernos Americanos (1941), Anuario de Historia y Revista de Historia de América (1938).6
Esto se asocia al segundo aspecto, que fue la consolidación profesional del propio Zavala, quien para fines de la década de 1930 era ya un historiador reconocido. Ha sido señalada la importancia que tuvieron sus años formativos en España bajo la tutela de Rafael Altamira en la Universidad Central de Madrid y en el Centro de Estudios Históricos, fundado al calor de la Junta de Ampliación de Estudios desde principios de siglo, donde se reunieron muchos de los más destacados historiadores, literatos y filólogos de España, al igual que en la Residencia de Estudiantes.
Menos importancia se le ha dado a su participación en la revista Tierra Firme,7 pero significaría una toma de conciencia de la necesidad de crear espacios de circulación de ideas americanistas para un público interesado en obtener información precisa. En referencia al americanismo, era el lazo que unió a los miembros de la redacción de la revista española, entre los cuales se encontraba Zavala.8 Como recordaría Antonio Saborit, el levantamiento militar en España, en el verano de 1936, explica el regreso a México de Zavala, pero también el que, al hacerlo, sus primeros pasos hubieran sido incorporarse al ámbito de la investigación histórica y “empeñarse en crear el espacio editorial especializado” que fue la Revista de Historia de América.9
Entender por qué Zavala buscó la ayuda del IPGH nos remite a otra dimensión del contexto. El organismo regional, dependiente de la Unión Panamericana, cuya sede estaba en la ciudad de México desde su instalación en 1930, buscó contribuir al avance científico de las disciplinas de la geografía y la historia y acercar a los países miembro mediante estos campos académicos bajo el cobijo de la neutralidad científica. De manera indirecta, esta meta ayudaría a limar asperezas con aquellos intelectuales latinoamericanos que veían con recelo -cuando no con francas críticas- al panamericanismo. Además, al ser una publicación del Instituto permitía abrir la posibilidad de contribuciones de todo el continente en varios idiomas. Permitía también centrarse en una historia compartida (enfocada sobre todo en la época colonial, pero también en los primeros años de la vida independiente), desde una mirada que superara los estrechos límites nacionales. Como se expresaba en el primer número, el conocimiento de los problemas comunes a todos los países del continente ofrece una ventaja al permitir “escribir con mayor acierto las historias nacionales”.10 Erika Pani apunta que el llamado de Zavala a través de la RHA “ofrecía menos un programa que un espacio para la historia continental” y lo hacía desde un vínculo institucional que le otorgaba “vuelo político y arraigo burocrático”.11
Una red de historiadores, archivistas y bibliotecarios
El proyecto de Zavala funcionó durante largo tiempo con sus altibajos y cambios coyunturales. La publicación trascendió los límites nacionales para crear una red de colaboradores especialistas que presentaran trabajos de “carácter científico” y no de divulgación. Dado el valor que se le otorgaba al documento, no resultó extraño que esta red estuviera compuesta por historiadores, archivistas y bibliotecarios (o historiadores versátiles que tuvieran dominio de lo que entonces se conocía como ciencias auxiliares).
Esta combinación era fundamental y congruente con el perfil cientificista de la revista,12 la cual se compuso de diversas secciones durante sus primeros años: artículos, reseñas, revistas, notas bibliográficas, noticias y notas necrológicas.13 La primera, aunque no ocupó muchas páginas, da muestra de la preocupación por las fuentes documentales, los centros que las resguardan y la visión desde la cual se podían interpretar. La sección dedicada a rendir homenaje a los historiadores fallecidos es significativa al trazar vínculos académicos, pero porcentualmente ocupa un lugar menor. En cambio, las tres secciones dedicadas a comentar las novedades en la producción académica (revistas, notas bibliográficas y reseñas) ocuparon la mayoría de las páginas de cada número. Por su parte, la sección dedicada a las noticias se deslindaba de lo académico para adentrarse en lo institucional.
Aunque la red era representativa de su enfoque internacional, al contar con colaboradores de casi todos los países americanos, se concentró en México, Argentina y Estados Unidos. En el primer país se encontraba la sede del IPGH y el director Zavala, sobre quien recaía la responsabilidad de planear, ejecutar y corregir tanto los aspectos de forma como los de contenido de la publicación. Para ello escribió numerosas cartas a posibles colaboradores, leyó y seleccionó el material, y envió a los autores sugerencias y cambios. Le irritaban los errores, por lo que fue un lector acucioso para detectarlos o enmendarlos con fe de erratas. Estuvo atento a cada detalle del contenido de la publicación, así como de los aspectos técnicos (imprentas, tipo de papel, tamaño de letras, tinta, tiraje, costos). A esta labor sumó otras para asegurar que autores, temas y publicaciones fueran representativas del continente. Junto con Pedro Sánchez (director del IPGH), seleccionó al equipo editorial y a los miembros del Consejo Directivo, a quienes distribuyó la tarea de conseguir buenos trabajos en sus países, al tiempo que solicitó difundieran los números publicados.
Para ello, conformó un equipo editorial, compuesto por mexicanos y extranjeros radicados por distintos motivos en la ciudad de México: el hondureño Rafael Heliodoro Valle; los españoles Felipe Teixedor, Agustín Millares Carlo y Javier Malagón; los mexicanos José Ignacio Rubio Mañé, Francisco Monterde, Ernesto de la Torre Villar y Susana Uribe. Aunque parezca un grupo relativamente numeroso, no lo era porque no todos participaron en la misma época. En los primeros tres años (1938-1940) Zavala contaba oficialmente con Teixedor (1938 y 1939), pero en la práctica sólo con Valle, Monterde y Rubio Mañé. El hondureño era parte del Consejo Directivo, no del Comité Editorial, por lo que su labor se restringía a coordinar y elaborar la mayor parte de las notas bibliográficas. Discrepancias sobre la forma de normalizar las notas, así como retrasos y errores, hicieron que abandonara esta tarea, aunque se mantuvo cercano a la publicación y al Instituto. Los dos mexicanos se encargaban de varias labores: redactar la totalidad de notas para la sección Revistas, ayudar a Zavala a corregir, comunicarse con los autores, vigilar el proceso editorial desde el manuscrito hasta las pruebas de imprenta y sobretiros y hacerles llegar los pagos correspondientes. Otra de las tareas no menores consistía en vigilar con las imprentas la edición para asegurar así la periodicidad y el tiraje. Aunque compartían estas labores con Zavala, recaían en ellos (y fundamentalmente en Rubio Mañé) cuando el director salía en sus viajes de estudios.
Pese a las calamidades de la segunda guerra mundial, este pequeño grupo siguió trabajando desde 1941 hasta 1945 con el reemplazo de Valle, Agustín Millares Carlo, quien -como mencionaremos más adelante-, fue un integrante estratégico para el plan trazado, aunque no aparece como miembro del equipo editorial. En 1946 hubo cierta turbulencia para la revista, pues tras la creación de la Comisión de Historia (presidida por Zavala), la publicación tuvo que realizar algunos ajustes para asegurar su permanencia. A pesar de ello, sus números continuaron saliendo con la periodicidad adecuada y el pequeño equipo (Zavala, Monterde y Rubio Mañé) siguió a cargo. En 1948 hubo un reacomodo importante pues, aunque Zavala sigue apareciendo como director, se suma Javier Malagón, quien aparece como secretario del editor, mientras como redactores se agregaron los nombres de Agustín Millares Carlo, Ignacio Rubio Mañé, Ernesto de la Torre Villar y Susana Uribe. Todos ellos aparecen de manera conjunta como los “Editores”. Esto no sólo significó la creación de cargos, sino una nueva distribución del trabajo.
El papel protagónico de la revista americanista, editada en México, contribuyó a moderar el predominio intelectual de Argentina y Estados Unidos en este campo pues, como comunicó Zavala a Alfonso Reyes, “las bases de la investigación moderna hispanoamericana” descansaban en estos dos países. Reyes entendió bien su argumento al responderles “hace Usted bien en desear que reforcemos un poco en México las investigaciones hispanoamericanas para ponerlas a la altura de otros países del continente”.14
En todo caso, no es extraño encontrar las colaboraciones desde Argentina de José Torre Revello y Sara Sabor Vila, quienes aportaron sus esfuerzos en la elaboración de reseñas y notas bibliográficas de la producción de Argentina, Uruguay y Paraguay. La participación de Torre es de destacar porque en la numerosa correspondencia que entabló con Zavala se puede observar el trabajo minucioso de selección, ordenamiento y clasificación del material. De hecho, Zavala lo puso como modelo a seguir para todos los colaboradores de reseñas y notas, al señalar en repetidas ocasiones su prolijidad y mesura entre la descripción y el análisis. También debe mencionarse a otro destacado intelectual argentino, Ricardo Levene, quien publicó algunos artículos, pero sobre todo sirvió de enlace con la comunidad de historiadores argentinos.
En el caso de Estados Unidos, el vínculo más fuerte fue con Lewis Hanke, quien apareció en pocas ocasiones como autor, pero tuvo una función relevante como mediador de redes entre la revista y la academia estadounidense. En virtud de ello, Hanke se encargó no sólo de lograr que las editoriales y autores enviaran sus libros y revistas para reseñarse (o al menos lograr una nota), sino de conseguir entre sus compatriotas material para publicar en todas las secciones de la revista, como fue el caso de Bert James Lowenberg, quien se encargó de redactar numerosas notas bibliográficas y reseñas de libros editados en su país. En tanto Hanke fue director de la División de Asuntos Hispánicos de la Biblioteca del Congreso, tuvo una posición privilegiada para obtener materiales valiosos, los cuales nutrieron a la revista.
La participación de maestros y estudiantes
En 1941, Zavala se convirtió en el director del Centro de Estudios Históricos (CEH) de El Colegio de México y pidió a Reyes que le permitiera mantener su responsabilidad como director de la RHA porque coincidía con la propuesta académica.15 Al mismo tiempo que dictaba sus seminarios, investigaba y escribía libros, dirigía el Centro y también la revista (a lo que sumó poco después su participación en la Comisión de Historia del IPGH y en el Museo nacional).
No es extraño que dada su labor silenciosa como director, como autor apareció en pocos artículos de su revista, un número mayor de reseñas y ayudó una innumerable cantidad de veces a completar la minuciosa labor de las notas bibliográficas y noticias. Al respecto, otros profesores del CEH de El Colegio de México también participaron en la publicación: Arturo Arnaiz y Freg, François Chevalier, Juan Iguíñiz, José María Miquel i Vergés y José Miranda. A éstos hay que agregar la colaboración de Daniel Cosío Villegas y de Alfonso Reyes. Si bien estas contribuciones fueron escasas, publicando un par de artículos y reseñas cada uno, representaban una importante presencia intelectual, el sello de una ya prestigiosa institución. En cambio, otro grupo de profesores participó gran cantidad de veces, convirtiéndose en colaboradores asiduos: Rafael Altamira, Agustín Millares Carlo, José Rojas Garcidueñas y Bert James Lowenberg.
Rafael Altamira, su maestro, de quien Zavala aprendió tanto durante su estancia en Madrid y a quien ayudó a trasladarse a este continente, a raíz de la Guerra Civil española, fue un caso especial. No sólo fue el autor con mayor cantidad de artículos publicados (también participó en reseñas y notas necrológicas), sino que se convirtió en un referente de la publicación por la cantidad de veces que fue citado. En el caso de Agustín Millares Carlo, su labor fue fundamental pues reemplazó a Rafael Heliodoro Valle como coordinador de la sección de notas bibliográficas desde 1941, introduciendo una serie de cambios en la sección para sistematizar la labor. Se hizo cargo de la organización del archivo y la biblioteca del IPGH (para ordenar el material que era enviado a la redacción), escribió numerosas notas y reseñas, así como se ocupó de la elaboración de fichas que posteriormente servirían para el índice anual. Para este trabajo metódico contó con la ayuda de José Rojas Garcidueñas, quien además se responsabilizó de redactar una parte considerable de las reseñas.16
El panorama es diferente al observar a los estudiantes del CEH, quienes participaron de manera activa en la revista. Recordemos que por la propia dinámica de los seminarios que impartían, los estudiantes tenían que realizar trabajos individuales y colectivos bajo la conducción de un profesor. Además, el propósito del plan de estudios era formar “historiadores de América”, los que debían tener la capacidad de “enseñar e investigar la historia de nuestro continente”.17 No por casualidad, Luis González recuerda que Zavala, como director, aplicaba “una pedagogía de invernadero y la búsqueda ratonera”, donde los alumnos debían de manera simultánea “asistir a congresos y mesas redondas, dar conferencias, impartir clases, escribir artículos y libros”.18
Es probable que, como parte de este ejercicio académico, Zavala haya invitado a algunos estudiantes a participar en la revista. Con ello, lograba varios objetivos: brindar a los estudiantes material de primera mano sobre lo que se publicaba en otros países, perfeccionar la práctica de lectura, crítica y redacción, otorgar una pequeña remuneración19 y, por último, pero no menos importante, asegurar que la revista publicara colaboraciones de calidad.
Así, y a riesgo de pasar por alto algún nombre,20 podemos decir que este grupo estuvo conformado por 23 estudiantes (mexicanos y extranjeros) pertenecientes a las primeras generaciones del CEH, número no menor si consideramos que representa el 74% de esa población estudiantil.21 Si observamos en el apéndice la cantidad de colaboraciones por sección, se comprende que no todos se involucraron con la misma intensidad ni en el mismo tipo de trabajo. Los que entraron de lleno a la revista fueron: Ernesto de la Torre Villar, Hugo Díaz Thomé, Carlos Bosch, Alfonso García Ruiz, Julio Le Riverend, Enriqueta López Lira, Luis Felipe Muro Arias, Gonzalo Obregón, Germán Posada Mejía y Susana Uribe.
Destacaron Uribe y De la Torre. Ambos fueron incorporados oficialmente como redactores de la publicación desde 1947, pero participaron previamente en menor o mayor medida. Uribe lo hizo escribiendo reseñas desde 1942, pero aumentó su participación en 1945 (sólo participó en un número en las notas bibliográficas). En cambio, De la Torre fue más versátil al participar en más secciones. Salvo en la dedicada a los artículos, estuvo presente en todas: publicó reseñas de 1942 a 1944, varias notas bibliográficas desde 1941 y unas pocas notas necrológicas. Fundamentalmente desde 1945 coordinó la sección noticias, de la que escribió todas sus notas hasta 1949, cuando ingresan otros colaboradores a la sección.22
En cambio, si lo que se observa es el tipo de contribución en cada sección, el panorama difiere un poco. De inicio porque sólo siete estudiantes publicaron un artículo.23 En cambio, en su calidad de practicantes, un número significativo realizó reseñas, aunque la mayoría se dedicó a colaborar en la confección de la incontable cantidad de notas bibliográficas.24 Era una labor detenida porque, además de ofrecer los datos editoriales, se opinaba de manera breve sobre el valor que tenía ese libro o artículo para la historiografía de un país o un tema. Otro espacio de colaboración fueron las notas necrológicas, pequeños textos que a manera de homenaje se realizaban sobre historiadores fallecidos. Éstas eran solicitadas casi siempre por Zavala en función del conocimiento y cercanía que existía entre el homenajeado y el autor de la nota (generalmente alumno, discípulo o al menos lector asiduo). De cualquier modo, el ser autor de una de ellas era importante para un estudiante.25
En resumidas cuentas, en esta nota hemos sintetizado a grandes rasgos aquellos trazos que señalan la pertinencia de pensar la RHA como un laboratorio de prácticas, asociado a la labor formativa del CEH durante la década de 1940. El estudio de este tema debe y puede continuarse con un análisis de cada una de estas colaboraciones para contrastarlo con otras publicaciones (otras revistas de la época o del propio Colegio de México). Finalizamos, entonces, reiterando la importancia que tiene el estudio de la revista académica para entender desde varias dimensiones lo que significó el proceso de profesionalización de la historia en México y América Latina, y algunas de las razones por las cuales el rescate de las experiencias de los editores y participantes más asiduos en la elaboración de la Revista de Historia de América tiene un notable interés para conocer antecedente esenciales de la prestigiosa revista Historia Mexicana, cuyo 70 aniversario se celebra.