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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2021  Epub 02-Jul-2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i1.4292 

Repaso

La conquista de México

Rodrigo Martínez Baracs1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia


La revista Historia Mexicana, del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, cumple 70 años, con cuatro números anuales, con lo que llega al número 280 (de su cuenta larga), y es notable que desde septiembre de 1951 haya mantenido intactas sus ambiciones y exigencias fundacionales, de rigor historiográfico y documental, de apertura a nuevos temas, enfoques y debates, a investigadores, maestros o aprendices, del Centro de Estudios Históricos, pero también de otros centros de investigación mexicanos y extranjeros. También se ha mantenido la centralidad del siglo XIX, prolongado en la primera mitad del siglo XX; aunque el periodo colonial recibió una atención importante, no así el prehispánico, pese a la presencia de Alfonso Caso y Wigberto Jiménez en el primer Consejo de Redacción (junto con Arturo Arnaiz y Freg, Daniel Cosío Villegas, Agustín Yáñez y Silvio Zavala). Desde el comienzo Historia Mexicana se definió como revista de historiadores para historiadores, con bien documentados artículos, afiladas y rigurosas reseñas (sin limitaciones de extensión), edición de documentos, guías documentales y bibliográficas, y después también con una sección de debates, balances historiográficos, números monográficos y artículos más extensos. Los lectores de Historia Mexicana agradecemos que la revista se haya mantenido físicamente igual, tal como la diseñaron Daniel Cosío Villegas y Antonio Ala torre, con su carátula verde y su viñeta, su numeración doble, su tipografía austera; aun en su nueva y amistosa versión digital Historia Mexicana no ha perdido el estilo. Historia Mexicana cumple 70 años y se encuentra perfectamente joven, vital, abierta a lo mejor que se hace en el campo de la historia.

Desde sus primeros años, la inclusión en Historia Mexicana de estudios de historia novohispana implicó una doble demarcación: con respecto a la historiografía oficial que, siguiendo a la historiografía liberal del siglo XIX, denostó al periodo novohispano como ilegítimo, no plenamente mexicano, causante de nuestra miseria; y respecto de la historiografía hispanista, católica y derechista, no siempre digna heredera de la historiografía conservadora del siglo XIX (representada en la primera época de la Academia Mexicana de la Historia, fundada en 1919, y otros grupos). Sin embargo, entre los estudios dedicados al periodo colonial, han sido relativamente pocos los dedicados a la con quista, tal vez debido a las exigencias de aporte documental de la revista, lo cual no siempre es posible en el caso de la conquista. También un problema de fuentes debió limitar la presencia del periodo prehispánico, que requiere del estudio de restos arqueológicos, códices, documentos en lenguas indígenas, con una aproximación distinta a la estrictamente documental.

Con todo, ampliando el panorama de lo que abarca la conquista, e incluyendo varias sustanciosas reseñas, el lector de Historia Mexicana se verá beneficiado por una gran cantidad de contribuciones. Son pocos los trabajos sobre las conquistas de las diferentes regiones de la Nueva España, y la revista prefirió orientarse hacia la evaluación de las fuentes, pero sí hay artículos sobre los antecedentes y las consecuencias de la conquista, de corto, pero también de mediano plazo, tales como la catástrofe demográfica y la cristianización.

Historia Mexicana sonó fuerte en la historiografía de la con quista al publicar el artículo de Charles Gibson “Significación de la historia tlaxcalteca” (12, 1954), que retoma la aportación de su libro Tlaxcala in the Sixteenth Century, de 1952 (no traducido al español sino hasta 1991), sobre la peculiaridad de la historia del señorío complejo de Tlaxcala, enemigo de los mexicas, debido a su temprana alianza con Hernán Cortés en la conquista de la ciudad de México y de las diversas regiones de la Nueva España, resaltada en textos e imágenes por la historiografía tlaxcalteca, que le valieron notables privilegios en el régimen virreinal, lejos del estereotipo decimonónico de los tlaxcaltecas como traidores.

En 1956 apareció la meditación de Wigberto Jiménez Moreno “La conquista: choque y fusión de dos mundos” (21), en la que une la perspectiva histórica con la antropológica, en busca de una aproximación más completa a la importancia de la conquista para la formación de México. Más adelante, en 1962, el mismo don Wigberto dedicará un valiente estudio a “Los hallazgos de Ichcateopan” (46), en medio del acerbo debate que suscitó el supuesto descubrimiento en 1949 de los restos de Cuauhtémoc.

Son valiosos los artículos que estudian la conquista desde una perspectiva local o regional ubicada en una temporalidad amplia para comprenderla en su contexto y apreciar sus consecuencias desde el periodo prehispánico en adelante, como los de Delfina Esmeralda López Sarrelangue, “Coapa bajo el dominio de los falsos Quetzalcóatl” (85); de Laura Caso Barrera y Mario M. Aliphat F., “Organización política de los itzaes desde el Posclásico hasta 1702” (204), y de Alonso Barros van Hövell tot Westerflier, “Cien años de guerras mixes: territorialidades prehispánicas, expansión burocrática y zapotequización en el Istmo de Tehuantepec durante el siglo XVI” (226).

Una de las consecuencias inmediatas de la conquista fue la esclavización de gran cantidad de indios. Silvio Zavala dedicó un artículo a “Nuño de guzmán y la esclavitud de los indios” (3), mostrando que el conocido villano hacía lo mismo que los demás conquistadores, y más adelante otro a “Los esclavos in dios en Guatemala” (76), en la vena de su libro Los esclavos indios en Nueva España, que reseñaría Miguel León-Portilla (73). Sobre el tema llama la atención el trabajo de Berta Ulloa, “Cortés esclavista” (62), con documentos del pleito entablado en 1538 por el licenciado López, fiscal de Su Majestad, contra Cortés, por tener en las minas de Sultepec tres esclavos meno res de 14 años y seis mujeres esclavizadas en Nueva Galicia, contraviniendo a la Real Cédula de 1536 que lo prohibía. Son estremecedoras en estos fríos documentos procesales las menciones de las marcas de fuego en las caras de las esclavas y esclavos indios.

Para no repetir ideas preconcebidas sobre la conquista, la revista Historia Mexicana se ocupó de manera particular y continua de la evaluación rigurosa de las fuentes. Estudios tempranos tratan de las Cartas de relación de Cortés: Rafael Heliodoro Valle estudió las “Cartas de Cortés” (8) y José Ferrer Canales “La segunda Carta de Cortés” (15). Otros cronistas merecieron escrutinio, como Bernal Díaz del Castillo: en el artículo de Héctor Ortiz D. “Bernal Díaz ante el indígena” (18) y el de Luis González sobre “Los editores de Bernal” (42), muy informativo. Menciono también el de Elvira López de Gutiérrez Báez sobre “La Historia de Solís, testimonio del siglo XVII” (57), y el extenso estudio de Enrique González González “Nostalgia de la encomienda. Releer el Tratado del descubrimiento de Juan Suárez de Peralta (1589)” (234). En 1989 José Luis Martínez publicó el artículo “Las crónicas de la conquista, un resumen” (152), complemento de su Hernán Cortés, publicado en 1990.

El juicio de fray Bartolomé de Las Casas sobre la conquista y la injusta sociedad que fundó fue objeto de la atención de Edmundo O’gorman con “La idea antropológica del padre Las Casas” (63); de Juan Antonio Ortega y Medina, con “Bartolomé de Las Casas y la historiografía soviética” (63); de Alejandra Moreno Toscano, sobre la edición de Edmundo O’gorman de la Apologética historia sumaria, y de Alicia Mayer, con “El pensamiento de Bartolomé de Las Casas en el discurso sobre el indígena. Una perspectiva comparada en las colonias americanas” (251).

Las fuentes con participación indígena también fueron ex ploradas, como en el artículo de Luis Leal sobre “El Códice Ramírez” (9), para comprender la conquista en el contexto de la historia y la historiografía mexica, o la reseña de Bernardo García Martínez sobre la edición del padre Ángel María Garibay K. de la Historia del fraile dominico fray Diego Durán (61). Doris Heyden reseñó la gran edición facsimilar del Códice Mendoza (1541), de Frances F. Berdan y Patricia Rieff Anawalt, en cuatro volúmenes, de 1992, sobre los tributos a Moctezuma de los señoríos del imperio, todo “un tesoro de información sobre la vida y costumbres de los habitantes de México-Tenochtitlan”, del que se beneficiaron los conquistadores españoles (168).

Acerca de la Relación de Michoacán, de 1541, la fuente escrita y pintada más importante sobre el Michoacán antiguo y su conquista, que concluye con la ejecución del Cazonci en 1530, escribió José Bravo Ugarte (45), y Bernardo García Martínez reseñó la edición del padre Francisco Miranda Godínez, de 1980 (118), y Marina López López el libro de Angélica Afanador-Pujol sobre la “política de la representación” en la Relación de Michoacán (269).

En 1963, Alejandra Moreno Toscano, entonces estudiante del doctorado de historia de El Colegio, publicó un artículo titulado “Vindicación de Torquemada” (48), resumen del librito que publicó ese mismo año sobre el tema, producto de un trabajo escolar, fundamental para reconocer la importancia de la gran Monarquía indiana, de 1615, historia del México antiguo, la conquista y el siglo XVI, escrita por el franciscano fray Juan de Torquemada, tachado de plagiario en 1870 por Joaquín García Icazbalceta, por las partes enteras de las obras de sus antecesores franciscanos (Motolinía, Sahagún, Mendieta) y otros autores que incorpora a su obra. Howard F. Cline y Miguel León Portilla acabaron de vindicar a Torquemada, por el valor de las fuentes españolas e indígenas que incorpora, muchas de ellas perdidas. De manera particular, don Miguel publicó tres ediciones de la Monarquía indiana, con valiosos estudios e instrumentos. Alejandra Moreno Toscano reseñó poco después la primera de estas ediciones, de 1964, una antología en la Biblioteca del Estudiante Universitario de la UNAM (53).

Tal vez el autor que inició la historiografía profesional de la conquista fue el bostoniano William H. Prescott con su History of the Conquest of Mexico, de 1843, y su biógrafo y estudioso, Harvey Gardiner (autor del importante libro Naval Power in the Conquest of Mexico), publicó un artículo titulado “Prescott obsequia sus libros” (31), acerca de sus libros sobre Fernando e Isabel, la conquista de México y la del Perú, que el historiador regaló a sus amigos, colaboradores y corresponsales en Estados Unidos, España, Inglaterra y México. Más adelante, Juan Antonio Ortega y Medina -editor en 1970 de la Historia de la Conquista de México de Prescott, con las notas de sus dos ediciones de 1844, de Lucas Alamán y de José Fernando Ramírez- dedicó una nota al libro de homenaje William Hickling Prescott. A Memorial, edición de Howard F. Cline, C. Harvey Gardiner y Charles Gibson, publicado en 1959 (39). Josefina Zoraida Vázquez hizo una clara apreciación del libro de Enrique Krauze, La presencia del pasado, de 2004, documentado retrato colectivo de los historiadores mexicanos del siglo XIX, lectores muchos ellos de Prescott, que voltearon sus ojos al pasado prehispánico, la conquista y la Nueva España para entender mejor su presente (222).

Enrique Florescano publicó un amplio balance de “Las visiones imperiales de la época colonial, 1500 1811. La historia como conquista, como misión providencial y como inventario de la patria criolla” (106), anticipo de su libro Memoria mexicana, publicado por Joaquín Mortiz en 1987. Y un recorrido por los tratos y maltratos de los huesos de Cortés (a punto de ser quemados en 1823 y exhumados y autentificados en 1946) y de Cuauhtémoc (falsamente descubiertos en 1949 en Ichcateopan, guerrero) lo dio Salvador Rueda Smithers (258), miembro de la Comisión del INAH de 1976 para estudiar la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc, y hoy director del Museo Nacional de Historia, como lo fue Silvio Zavala, también involucrado en el ideologizado debate nacional que desató la aparición de los restos de Cortés y de Cuauhtémoc.

La obra toda de Silvio Zavala es un corpus monumental de fuentes para el estudio de la conquista y de sus bases y consecuencias políticas, económicas, sociales e ideológicas, y varias veces fue aquilatada en la revista que contribuyó a fundar, como lo hicieron entre otros Andrés Lira y los autores de los dos números de homenaje que se le dedicaron (152 y 153, y 15, 73, 85,182, 232, 241, 251, 258).

En busca de nuevas fuentes, Peter Gerhard publicó “Descripciones geográficas, pistas para investigadores” (68). Gerhard estaba trabajando en el primer tomo de su imprescindible Guide to the Historical Geography of New Spain, publicada en 1972, con información sistemática sobre la geografía, la situación prehispánica, las lenguas, la conquista, las encomiendas y corregimientos, la conquista espiritual, la población y las fuentes de cada una de las jurisdicciones de la Nueva España. Este tomo y el segundo, dedicado a la frontera sur de la Nueva España, recibió el escrutinio riguroso de Bernardo García Martínez (historiador y geógrafo como Gerhard), quien escribió también su obituario (88, 116 y 221). Entre los artículos que Gerhard publicó en Historia Mexicana menciono “El avance español en México y Centroamérica” (33) y “La evolución del pueblo rural mexicano, 1519-1975” (96), que permite medir las consecuencias a largo plazo de la conquista, al igual que su estudio sobre las poco conocidas “Congregaciones de indios en la Nueva España antes de 1570” (103), enfatizando la importancia del periodo entre las epidemias de 1545-1548 y 1576-1578 en la conformación de la sociedad novohispana. Bernardo García Martínez también fue un historiador, geógrafo y viajero, y Nadine Béligand reseñó su Señoríos, pueblos y municipios. Banco preliminar de información, que permite medir las continuidades antes, durante, después de la conquista y hasta el presente en los pueblos mexicanos (254).

Las cuestiones filológicas de la historiografía temprana sobre la conquista despertaron polémicas de altura que encontraron acogida en las páginas de Historia Mexicana. Silvio Zavala rebatió con erudición la atribución de Benno Biermann al obispo Vasco de Quiroga de la autoría del De debellandis indis, manuscrito anónimo sobre la legitimidad de la “justa guerra” a los indios, que don Silvio puso en duda (68, 72, 151 y 154). Edmundo O’gorman usó la tribuna de Historia Mexicana para debatir con Georges Baudot, quien sostenía que la Historia de los indios de la Nueva España y los Memoriales de fray Toribio Motolinía eran dos libros distintos, mientras que don Edmundo pensaba que la Historia es un resumen hecho por un fraile des conocido del libro perdido de Motolinía, y que los Memoriales eran una parte de este libro perdido, que era posible reconstruir acudiendo a otros autores que lo citan, como Alonso de Zorita (107 y 108). La polémica continuó en otros medios, como la revista Nexos, donde O’gorman publicó su célebre “Esperando a Baudot”. Silvio Zavala romperá nuevamente lanzas con el filósofo Antonio Gómez Robledo sobre el filósofo agustino fray Alonso de la Veracruz (127). Y en 1990, Clara E. Lida dedicó todo un número de la revista al debate entre Enrique Florescano y Alfredo López Austin, con la participación de Pedro Carrasco y Georges Baudot, sobre la imbricación entre mito e historia en Mesoamérica (155).

Menciono la severa crítica de Susana Uribe de Fernández de Córdoba, “Los errores de una historia de la conquista” (18), al tomo séptimo de la Historia de América y de los pueblos americanos de Manuel Ballesteros Gaibrois, de 1954.

Conforme se acercaba el año de 1992, surgió la necesidad de reflexionar sobre el Descubrimiento de América, con fuertes implicaciones para la conquista de México. El historiador Lewis Hanke publicó en 1987 una proposición sobre “¿Cómo deben conmemorarse los 500 años del descubrimiento de América?” (145), particularmente centrada en la organización de investigaciones, discusiones y coloquios. La discusión continuó en el siguiente número de Historia Mexicana con el ensayo del filósofo Antonio Gómez Robledo “Descubrimiento o encuentro” (146), contra la posición que adoptó Miguel León Portilla de conmemorar en 1992 el Encuentro de Dos Mundos.

En el afán de conocer no sólo a Hernán Cortés y sus capitanes, sino el mundo de los conquistadores, que fundó el orden novohispano, desde 1954 apareció el artículo del peruano José Durand sobre “El ambiente social de la conquista y sus proyecciones en la Colonia” (12), en la vena de su libro La transformación social del conquistador, de 1953. Manuel Romero de Terreros editó documentos sobre “Dos conquistadores” (18) relativamente desconocidos, Martín López y Diego Núñez de San Miguel, quienes escribieron tardías peticiones para que se les recompensaran sus hechos en la conquista, pues estaban pobres. Enrique Otte presentó “Nueve cartas de Diego de Ordás” (53 y 54), el conquistador que escaló el Popocatépetl para recoger pólvora, y que, entre 1529 y 1532, escribió cartas a su administrador en México, interesantes por su lengua y por los negocios varios que trata, y porque descubren su influencia en la designación en el Consejo de Indias de los nuevos oidores de Segunda Audiencia de México. Enrique Otte se encontraba preparando con James Lockhart su libro Letters and People of the Spanish Indies, de 1976, que daría lugar a su gran compilación Cartas privadas de emigrantes a Indias, 1540-1616, de 1992, que reeditó y reseñó José Luis Martínez en su librito El mundo privado de los emigrantes en Indias, también de 1992. El mismo Otte escribió una detallada reseña del Hernán Cortés de mi padre, publicado en 1990, donde considera que “José Luis Martínez ha escrito un libro perfecto. Es la historia definitiva de Cortés” (157). De Otte menciono también su estudio con documentos “Mercaderes burgaleses en los inicios del comercio con México” (69 y 70). Y en la línea del estudio de las redes de comercio en el siglo XVI, menciono la publicación de Peter Boyd-Bowman “Otro inventario de mercancías del siglo XVI” (77).

En la vena prosopográfica de estudiar no a unos cuantos, sino a todos los conquistadores, Bernardo García Martínez reseñó la reimpresión facsimilar de Conquistadores y pobladores de Nueva España. Diccionario autobiográfico sacado de los textos originales por Francisco A. de Icaza (de la década de 1540), de 1923, que en realidad descubrió y mandó transcribir Francisco del Paso y Troncoso durante su misión en Europa, como lo mostró Silvio Zavala en 1939 (99). Menciona García Martínez la publicación en 1976 de los dos volúmenes del Diccionario de conquistadores de Víctor Álvarez (parte de su tesis de doctorado dirigida por Alejandra Moreno Toscano y publicada en el DIH del INAH por Enrique Florescano), basado en una investigación sistemática en las crónicas y archivos. Investigaciones posteriores, como las de Bernard Grunberg y María del Carmen Martínez Martínez, continuarán esta línea prosopográfica de la historia de la conquista. Y sobre el “imaginario” de los conquistadores, Sergio Ortega Noriega reseñó el libro de Pierre Ragon Les amours indiennes ou l’imaginaire du conquistador, de 1992 (172).

El Marquesado del Valle de Oaxaca, el título nobiliario y señorío de indios, que recibió del rey el conquistador Hernán Cortés en 1529, va a merecer varios estudios en Historia Mexicana desde su primer número, en el que el historiador francés François Chevalier nos adelantó una primicia de su gran obra, La formation des grands domaines au Mexique, de 1952, en la línea de la historia agraria de su maestro Marc Bloch, y que traduciría y publicaría en español Antonio Alatorre en 1956. La incitación de Chevalier fertilizó la investigación de Bernardo García Martínez, quien publicó en El Colegio de México su tesis sobre El Marquesado del Valle en 1970, reseñada por Carmen Castañeda (78). Sobre el Marquesado en el siglo XIX debe leerse el artículo de Jan Bazant “La familia Alamán y los descendientes del conquistador, 1850 1907” (101).

El libro de Ethelia Ruiz Medrano sobre la imbricación de los intereses públicos y privados en los tempranos gobiernos novohispanos de la Segunda Audiencia y el virrey Mendoza, en sus ediciones mexicana y estadounidense, recibió la atención de Pilar Gonzalbo Aizpuru, magnífica reseñista, y de Yanna P. Yannakakis (224 y 245). Y sobre la primera generación de los hijos de los conquistadores, que participaron en la famosa “conjura de Martín Cortés”, en 1953 el escritor, periodista e historiador Fernando Benítez -que había publicado La ruta de Hernán Cortés en 1950 y estaba escribiendo su continuación, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, publicado en 1962- estudia a “Los Ávila, una familia de emplazados” (8).

La conquista del norte de la Nueva España va a ser un tema persistente en Historia Mexicana, desde el artículo de Plinio D. Ordóñez, “Las misiones franciscanas del Nuevo Reino de León (1575-1715)” (9); el de Peter Gerhard, “Misiones de Baja California” (12); el de Fausto Marín-Tamayo, “Nuño de guzmán: el hombre y sus antecedentes” (22); los de Woodrow Borah, “Un gobierno provincial de frontera en San Luis Potosí: 1612 1620” y “La defensa fronteriza durante la gran rebelión tepehuana” (52 y 61); la reseña de Álvaro López del libro coordinado por Álvaro Jara, Tierras nuevas. Expansión territorial y ocupación del suelo en América (siglos XVI-XIX), publicado en 1969 por El Colegio de México, que incluye un estudio global de Enrique Florescano, “Colonización, ocupación del suelo y frontera en el Norte de Nueva España, 1521-1750” (78); la presentación de Claudia Parodi de una información de 1523 vinculada con “La fundación de Santiesteban del Puerto y el arribo de [Francisco de] garay al Pánuco. Comentarios históricos y lingüísticos” (108); y el de mi hermana Andrea Martínez Baracs sobre las “Colonizaciones tlaxcaltecas” en el norte (170).

Son contados, pero muy valiosos, los estudios en Historia Mexicana sobre el México prehispánico. Sólo mencionaré algunos relativos al mundo que recibió el impacto de la llegada de los conquistadores españoles, como el de Alfredo López Austin, “Organización política en el altiplano central de México durante el posclásico” (92, el clásico número monográfico dedicado a El estado político mexicano), que permite apreciar la organización política, social y mental de los mexicas, con una fuerte estratificación social y un antagonismo entre los pipiltin de los tlatocayotl y los macehualtin de los calpulli, que jugaría un papel en la conquista. El mismo López Austin publicó “Términos del nahuallatolli” (65), referido al lenguaje de los brujos o nahuales que seguía vivo un siglo después de la conquista, cuando lo recogió Hernando Ruiz de Alarcón (hermano del dramaturgo Juan) en su Tratado de las supersticiones de los naturales de esta Nueva España.

Sobre la ciudad de México conquistada en 1521 puede leerse el artículo de Sonia Lombardo de Ruiz “El desarrollo urbano de México-Tenochtitlan” (86), y los de José Luis de Rojas, “Cuantificaciones referentes a la ciudad de Tenochtitlan en 1519”, “Mesoamérica en el posclásico: el contexto imprescindible”, entre otros (142, 215, 243 y 260). Una de las claves del éxito del cristianismo en Mesoamérica acaso sea la exacerbación mexica de la práctica del sacrificio humano, que estudia Guilhem Olivier al reseñar el libro de su maestro Michel Graulich, de 2005 (221).

Menciono el temprano artículo de Natalicio González sobre “Icazbalceta y su obra” (11), relacionado con la conquista por la importancia que Joaquín García Icazbalceta, historiador conservador, le dio como el momento fundante de México, lo cual lo llevó a adquirir, estudiar y editar material de las fuentes relativas a la cristianización de México, que aprovechó Robert Ricard en su clásico La conquista espiritual de México, de 1933.

La complejidad intelectual del proyecto de los frailes comenzó a ser estudiada desde el primer número de Historia Mexicana, con el artículo “Renovación cristiana y erasmismo en México” (1) del trasterrado español José Miranda. Esta línea de estudios reaparece con el trabajo de Marcel Bataillon, príncipe de los hispanistas y amigo de Silvio Zavala, “Zumárraga, reformador del clero seglar. (Una carta inédita del primer obispo de México)” (9); el de Marianne O. de Bopp, “Autos mexicanos del siglo XVI” (9), y el de José Almoina, “Citas clásicas de Zumárraga” (11). Ernesto de la Torre Villar escribió “Dos temas cortesianos”: “Hernán Cortés y el mar” y “El mundo americano de Hernán Cortés. Su valor religioso” (146).

De los aspectos educativos de la conquista espiritual trata el artículo de José María Kobayashi, “La conquista educativa de los hijos de Asís” (88), adelanto de su libro La educación como conquista, publicado por El Colegio de México; y el de Delfina Esmeralda López Sarrelangue, “Mestizaje y catolicismo en la Nueva España” (89), que estudia la educación de los mestizos, resultado inesperado de la conquista. Sobre el mestizaje temprano de México trata el artículo de Eva Alexandra Uchmany sobre “El mestizaje en el siglo XVI novohispano” (145). El mestizaje abarcaba también a los africanos, acerca de los cuales escribió Patrick J. Carroll en “Los mexicanos negros, el mestizaje y los fundamentos olvidados de la ‘raza cósmica’: una perspectiva regional [veracruzana]” (175).

El guadalupanismo fue otra de las consecuencias de la con quista de México, sobre el cual deben rescatarse dos reseñas publicadas en Historia Mexicana; la de Xavier Noguez, del catálogo de la exposición Imágenes guadalupanas. Cuatro siglos, de 1987 (150), y la de Solange Alberro, del libro de Stafford Poole sobre los orígenes del culto guadalupano, de 1995 (183).

El reciente artículo de Ryan Dominic Crewe, “Bautizando el colonialismo: las políticas de conversión en México después de la conquista” (271), basado en una amplia documentación editada e inédita, resumen de su libro The Mexican Mission, de 2019, mostró las motivaciones políticas de la cristianización, movida menos por una conversión religiosa que por una estrategia de supervivencia de los pueblos de indios, basada en una alianza con los frailes que les permitió reorganizarse para sobrevivir a la catástrofe demográfica y a los españoles depredadores.

Una de las consecuencias más graves de la conquista fue, en efecto, la catástrofe demográfica de la población indígena, que tuvo efectos sobre la relación política, económica, social y cultural que se fue estableciendo entre indios y españoles. En 1962 Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, historiadores de la Escuela de Berkeley, quienes calcularon la magnitud de la catástrofe demográfica en México, publicaron el artículo “La despoblación en el México central en el siglo XVI” (45), que explora las consecuencias económicas de la catástrofe demo gráfica que trajo la conquista de México, retomando ideas del libro fundador de Borah, New Spain’s Century of Depression, de 1951, que no fue traducido al español sino hasta 1975, cuando lo editó Enrique Florescano en la colección SepSetentas. Esta perspectiva será retomada por Carlos Sempat Assadourian al estudiar “La despoblación indígena en Perú y Nueva España durante el siglo XVI y la formación de la economía colonial” (151). Assadourian publicará en Historia Mexicana varios artículos bien documentados sobre fray Bartolomé de Las Casas, fray Jerónimo de Mendieta y fray Alonso de Maldonado en su lucha contra el incremento de la explotación de los indios de México y Perú a partir de mediados del siglo XVI (147, 152 y 159).

Los cálculos de Borah y Cook estuvieron muy presentes en Historia Mexicana, donde publicaron el balance sobre “La demografía histórica de América Latina: necesidades y perspectivas” (82), Peter Gerhard reseñó sus Ensayos sobre historia de la población (98) y Josefina Zoraida Vázquez escribió el obituario de su buen amigo “Woodrow Borah (1912 1999)” (198). Pero no todo fue aprobación de las cifras altas de Cook y Borah de la población de México en 1519 y de sus cálculos de la catástrofe demográfica, como lo muestra la nota de Luis Muro sobre su libro The population of Central Mexico in 1548. An analysis of the “Suma de visitas de pueblos”, de 1960 (37), así como la reseña de Bernardo García Martínez del libro de Ángel Rosenblat La población de América en 1492. Viejos y nuevos cálculos, publicado en 1967 por El Colegio de México.

Sobre la formación de las haciendas novohispanas, una de las grandes consecuencias de la conquista, Silvio Zavala publicará un artículo acerca de los “Orígenes del latifundismo” (8) y Enrique Semo reseñará el libro de Enrique Florescano Estructuras y problemas agrarios de México (1500-1821) (86). Hay artículos y reseñas dedicadas a la cuestión agraria durante el periodo novohispano, pero no los trato por no estar directamente relacionados con la conquista. Sólo menciono que la peculiaridad del desarrollo económico de los pueblos y haciendas del sur de la Nueva España, marcado por la poca presencia española, fue reconocida al publicar y reseñar los trabajos de William B. Taylor (77, 87, 90, 119, 163), de Nancy Farriss sobre Yucatán (118) y de Kevin Gosner sobre Chiapas (132).

La conquista también fue una invasión, y otro de sus efectos fue la migración de españoles a América, fenómeno que comenzó a estudiar con rigor documental Peter Boyd-Bowman, “La emigración peninsular a América (1520 1539)” (50), que retoma mucho de su Índice geobiográfico de 40,000 pobladores. Y James Lockhart reseñará el libro de Ida Altman (su coeditora en la importante compilación Provinces of Early Mexico, de 1976) sobre la migración extremeña a América en el siglo XVI, de 1989 (170).

La conquista fue también una invasión de ganado, y José Matesanz publicó un estudio sobre la “Introducción de la ganadería en Nueva España” (56). Tiempo después, Bernardo García Martínez reseñó con entusiasmo el libro de Elinor g. K. Melville, A Plague of Sheep: Environmental Consequences of the Conquest of Mexico, de 1994 (181), traducido al español por el Fondo de Cultura Económica.

La apertura actual de la historiografía de la conquista a nuevas fuentes, indígenas (James Lockhart y su escuela), españolas (José Luis Martínez y María del Carmen Martínez Martínez) y arqueológicas (como en el sitio de Tecoaque, Tlaxcala), probablemente influirá para que aumente su presencia en las páginas de Historia Mexicana. Pero lo que nos ha entregado a lo largo de siete décadas siempre fue rico, riguroso y refrescante.

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