Las heridas causadas por el conflicto que estremeció a América Central en las dos últimas décadas del siglo XX aún están muy vivas en la memoria de los ciudadanos de esos países, en particular en las voces de muchos de sus protagonistas. Por eso mismo, contradiciendo algunas conclusiones de los estudios sobre la realidad centroamericana, en especial de los literarios que enfatizan el predominio de un “desencanto” por las luchas revolucionarias, aún se continúan publicando textos que reivindican las gestas de esos años, se rememoran las esperanzas, los sueños, el heroísmo y el dolor. En algunos casos se presentan como memorias personales, en otros se apela al relato histórico. Entre estos últimos se cuentan varias obras colectivas que abordan la política exterior de México hacia la región durante esos años. Pero hacía falta un texto que brindara una perspectiva diferente, que hablara acerca de aquellos vertiginosos hechos sin cuidarse las espaldas, sin esconder agendas ocultas que llevan a justificar acciones cuestionables, ni como una forma de despejar el camino hacia alguna candidatura, como puede percibirse en algunos escritos publicados por comandantes de los otrora movimientos guerrilleros.
Se requería de un libro sin muchos silencios, omisiones o autocensura; que no estuviera atrapado por el corsé que obliga a guardar las formas y normas institucionales ni el buen nombre de un gobierno o de alguna organización política; que arrojara algunas luces sobre ciertas áreas grises de lo vivido en esos años, que diera vuelta a la moneda para ver otros rostros y hechos ocultos durante el conflicto. Parte de este espacio lo viene a ocupar el volumen coordinado por el doctor Mario Vázquez Olivera, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y El Caribe, de la UNAM, y por el maestro Fabián Campos Hernández, docente de la Universidad Iberoamericana, en la Ciudad de México.
Se trata de un texto que reúne 14 colaboraciones que se juntan como piezas de rompecabezas para ofrecer un amplio panorama de ese complejo momento histórico. El eje articulador de las distintas piezas es el papel protagonista de México, es decir, de actores mexicanos y del territorio de la República mexicana como agentes activos que se mueven audazmente y tejen con finura entre la maraña de intereses políticos entonces en juego y la singular política diplomática impulsada por los gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid frente al conflicto centroamericano.
Los autores y referentes de los diversos textos que integran el volumen no tienen compromisos institucionales, gubernamentales ni partidarios. Les mueve el apego a sus memorias y el deseo de sincerarse con los editores y los lectores. Por eso hablan o escriben con plena libertad. La mayoría son mexicanos que dan un nuevo testimonio de lo que hicieron en o para Centroamérica durante las crisis revolucionarias. Por eso el título, México ante el conflicto centroamericano, y el subtítulo: Testimonio de una época, condensan a la perfección su contenido. Aunque también pudo haber sido subtitulado: testimonios y confesiones, en plural, de una época. Porque en efecto, son testimonios, pero no como los de esa época, que buscaban asentar un ejemplo de lucha, que tenían como propósito alentar a la organización y la movilización popular, a la vez que se proponían denunciar las condiciones de explotación de las clases trabajadoras y la represión de las fuerzas militares y policiales de los gobiernos dictatoriales. Pero también porque, además de testimonios textuales y gráficos, contiene valiosas confesiones, como las ofrecidas por los exdiplomáticos Gerardo Camacho Vaca y Hermilo López Bassols, quienes en entrevistas con los coordinadores por primera vez y de manera pública narran lo que muchas veces ocurrió tras bambalinas de ese quehacer diplomático nada convencional que se practicó en las embajadas mexicanas en Nicaragua y El Salvador. Se trata de extraordinarios detalles que en aquellos años no aparecieron en las noticias ni en los comunicados de la Cancillería mexicana, detalles que revelan cómo se construyó algún hecho que posteriormente fue noticia (o fotografía) de primera plana.
Estos testimonios y confesiones construyen una visión caleidoscópica que complementa el conocimiento histórico que hasta ahora se ha tenido sobre lo sucedido en esos años, particularmente en torno a la participación mexicana. Porque, como expresan los autores en la presentación, “el involucramiento del gobierno [mexicano] en el conflicto centroamericano fue más profundo y comprometido de lo que suele admitirse usualmente”. Las confesiones y revelaciones realizadas por Camacho Vaca y López Bassols corroboran esa afirmación y se suman a las expresadas por otro diplomático mexicano que también tuvo un papel relevante en dichos países durante esos años.
La gama de tópicos abordados es notablemente diversa. Inicia con el análisis de los cambios experimentados por la tradicional política exterior mexicana de neutralidad frente a los conflictos en terceros países, cambios simbolizados por la ruptura de relaciones con el gobierno dictatorial de Anastasio Somoza, ocurrida en mayo de 1979. A juicio de los coordinadores, este hecho estableció los cimientos de una nueva política de Estado mexicana hacia la región. Seguidamente se da espacio a las observaciones que hace Mónica Toussaint para discernir si esa nueva política exterior mexicana fue la continuidad o la profundización de una tradición que se remonta hasta 1821, que refleja una genuina preocupación por esas pequeñas naciones, y que a finales del siglo XX se transformó en un inusitado activismo. O si, por el contrario, como consideran otros especialistas, la política mexicana hacia Centroamérica en esos conflictivos años adquirió un carácter intervencionista. La autora concluye que esa activa participación mexicana no puede calificarse como “intervencionismo”, aunque reconoce que tras la readecuación o reacomodamiento de los principios que tradicionalmente guiaron la política exterior de México, se experimentó una flexibilización del principio de no intervención. Toussaint deja claro también que mucho de ese activismo con vocación “centroamericanista” en buena medida fue iniciativa y práctica de figuras muy singulares, como Gustavo Iruegas y su esposa Susana, nombres a los que agregaría el de los diplomáticos ya mencionados, entrevistados por Vázquez Olivera y Campos Hernández. Iruegas era el encargado de negocios de la embajada mexicana en Managua al triunfo de la revolución sandinista. En todo caso, desde la América Central podría asegurarse que si dicha política fue “intervencionista”, no lo fue en el sentido de la practicada por las potencias extranjeras que históricamente se han inmiscuido en los asuntos internos de esas naciones.
Siguiendo el recorrido, Mireya Tinoco da cuenta de otro cambio experimentado por la política exterior mexicana siempre en relación con Nicaragua, pero esta vez inverso al que detalló Toussaint. El nuevo giro, según expresa Tinoco, constituyó un cordial distanciamiento en el que el presidente Miguel de la Madrid puso freno al fuerte activismo practicado por López Portillo, su predecesor. Factores determinantes de este viraje fueron las presiones estadounidenses, los problemas económicos que agobiaron a la República mexicana y que le imposibilitaron mantener el nivel de apoyo a Nicaragua sostenido hasta entonces, además de la incapacidad de los nicaragüenses de abonar la deuda contraída por el suministro de petróleo mexicano. Este nuevo viraje no significó que México se desentendiera de la crisis centroamericana ni mucho menos. Al contrario, conllevó esfuerzos para impulsar una iniciativa multilateral que logró involucrar a Venezuela, Panamá y Colombia. Este fue conocido como el Grupo de Contadora, cuya labor pacificadora no dio los frutos anhelados dada la intransigencia estadounidense.
El recorrido temático se adentra en zonas tan disímiles como los archivos de la extinta Dirección Federal de Seguridad, que fue el reverso de la mano solidaria extendida por muchos mexicanos a favor de las luchas sociales centroamericanas. Este lado oscuro investigó, persiguió y hasta encarceló a varios revolucionarios guatemaltecos. Movido por el pánico a un posible contagio de México por las luchas guerrilleras, hizo de muro de contención contra el desarrollo de los movimientos revolucionarios chapines. Pasa también por los vericuetos de la memoria de combatientes internacionalistas que siguiendo el ideal de la Revolución se incorporaron a las filas de distintos movimientos guerrilleros centroamericanos. Entrevistados por Héctor Ibarra, él mismo combatiente internacionalista y actualmente doctor en historia, evocan las circunstancias de su arribo a tierras centroamericanas y sus inserciones en esas luchas en que aportaron conocimientos y energías. Dan cuenta de sus camaradas atrapados en el infierno de las torturas o caídos en los primeros combates, y de los que llegaron al inesperado final de la desmovilización y la posguerra.
El volumen penetra también en la región fronteriza mexicanoguatemalteca gracias a los caminos que abren los artículos de Mario Eduardo Valdez, Joel Pérez Mendoza y Mercedes Olivera Bustamante. Así, el primero se remonta a inicios de los años setenta, cuando los revolucionarios guatemaltecos se reorganizaron después de la derrota sufrida en los sesenta e impulsaron una segunda fase de la lucha armada. Argumenta que las guerrillas se implantaron en la región fronteriza mexicanoguatemalteca concibiendo a México como su “retaguardia estratégica” y parte de un corredor para el trasiego de armas, y a las comunidades indígenas de la zona como sus bases de apoyo. Así: El segundo plantea que el discurso de un México-tierra de refugio que recibió con los brazos abiertos a los guatemaltecos que huían de la represión es sobre todo un mito, lo cual también es otra confesión. Ambos textos dejan al descubierto el papel ambiguo jugado por el ejército mexicano en esas zonas, porque algunas veces permitió el movimiento de los guerrilleros y otras no fue capaz o simplemente no quiso defender el territorio y la soberanía mexicana cuando tropas guatemaltecas ingresaron para asesinar a varios campesinos e indígenas asentados en los campamentos de refugiados. Kristina Pirker y Omar Núñez también dan cuenta de ese doble accionar de las autoridades mexicanas encargadas de la seguridad nacional. Tras entrevistar a refugiados salvadoreños que llegaron a la ciudad de México y que cuentan cómo lograron insertase en la sociedad mexicana en esos vertiginosos años, los autores también comprueban que los servicios de seguridad mexicanos controlaban y hasta detenían a algunos refugiados, a quienes maltrataban severamente; pero también, en palabras de otro testimoniante, practicaban una política de alguna manera tolerante.
Como contrapartida a esos textos, Olivera Bustamante sintetiza las experiencias de las refugiadas guatemaltecas aglutinadas en la Organización de Mujeres Refugiadas Mamá Maquín, nacida en esos campamentos. Partiendo de una perspectiva de género, la autora describe el proceso en que estas mujeres fueron empoderándose desde su condición de refugiadas hasta convertirse en copropietarias de la tierra una vez retornadas a Guatemala.
Otros ámbitos abordados en el volumen son el registro gráfico de la guerra de liberación en Nicaragua, realizada por el reconocido fotorreportero Pedro Valtierra, y el análisis de los estudios acerca del conflicto centroamericano realizados desde y en distintas universidades mexicanas. Son trabajos más bien de carácter cuantitativo. El primero, realizado por Mónica Morales, da cuenta de las distintas notas y fotografías (no sólo de Valtierra) publicadas en esos años en diarios mexicanos. En el segundo, María Patricia González analiza el impacto del conflicto centroamericano en la academia mexicana, reflejado en la elaboración de casi 300 tesis de grado y posgrado. La obra tampoco deja de lado la invasión de Panamá por Estados Unidos en 1989, de la que incluye un capítulo escrito por Carlos Planck Hinojosa, exembajador de México en el país canalero, de manera que Centroamérica es concebida como la región ístmica y no como los cinco países derivados de la extinta República Federal.
En definitiva, la obra ofrece un panorama amplio, diverso y enriquecedor. Es un libro para los mexicanos que deseen conocer el papel que jugó su país los días en que los fusiles guerrilleros y las armas contrainsurgentes incendiaron las selvas, cuando la revolución parecía tan posible. Pero también para los centroamericanos que desconocen o quieran recordar cómo muchos mexicanos hicieron suya la causa de la justicia social en América Central. Es un texto que demuestra, una vez más, cuán intrincadas están las vidas, las luchas y las historias del pueblo y gobiernos de México y las de los centroamericanos.